Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Kenneth Branagh en plena forma
El meñique que sostiene el mundo Foto: TKBC
Ilustración: Román
SÁBADO 19 DE MARZO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 979
Ucrania: barricada contra la destrucción y la barbarie Claudio Magris, Martin Pollack, Alonso Cueto/ FOTOGRAFÍA: REUTERS
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ANTESALA
19 DE MARZO 2022
DOBLE FILO
Maricarmen Graue en Moscú y Kiev
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FERNANDO FIGUEROA
a violonchelista Maricarmen Graue estudió en el Conservatorio Nacional de México y luego viajó becada a la ex Unión Soviética para tomar cursos durante tres años en los conservatorios de Moscú y Kiev, ambas instituciones con el mismo nombre: Piotr Ilich Tchaikovsky. En entrevista con Laberinto, Graue afirma que “la guerra, por la razón que sea, es la forma más estúpida de resolver un problema. En este caso es un conflicto entre potencias, en el que la carne de cañón es el pueblo de Ucrania”. Dice que “Ucrania casi pasó del feudalismo al socialismo” y que sus habitantes “son como los catalanes, muy orgullosos de su origen, idioma y costumbres, muy celosos de su cultura. Ucrania se liberó en 1991, justo el año en que regresé a México”. “En el Conservatorio de Moscú me tocó ser testigo de un pequeño conflicto que puede servir como ejemplo de algo más complejo: hablando en su propio idioma, un alumno ucraniano se empeñaba en pedir un libro y el encargado le decía que no entendía nada. La discusión fue creciendo y terminó a golpes”. Graue recuerda a la capital rusa como “una ciudad muy cosmopolita, con gente instruida. El centro de Moscú es muy atractivo, pero te mueves tantito y es una ciudad llena de unidades habitacionales, hasta diría que medio feíta. Me gustó más Kiev, con un clima más benigno y su calle central llena de castaños florecidos en primavera”. “Si logras entrar al círculo social de los ucranianos, son muy cálidos, te procuran. Me hice amiga de una maestra y ella era muy protectora conmigo, hasta parecía mi mamá”. En la antigua Unión Soviética, Graue percibió “un sistema con derecho a una buena educación gratuita para todos, pero con la obligación de buenas calificaciones”. También le tocó ver larguísimas filas para comprar libros que hasta ese momento habían estado prohibidos, como las obras completas de Freud. Recuerda en ambas ciudades “un ambiente cultural muy rico, con muchos conciertos, obras de teatro, museos de gran calidad. Podías comprar bellísimos libros de arte a precios muy bajos. Alguna vez compré un chelo para niño en un supermercado, algo increíble. Imagínate que eso fuera posible en un Walmart o la Comercial Mexicana”. A Maricarmen le gusta oír audiolibros de Chéjov en ruso porque le parece un lenguaje sencillo, no así el de Dostoievsky, a quien prefiere escuchar en español. En Kiev le tocó vivir una temporada con gran escasez de productos básicos como jabón, azúcar, toallas sanitarias y hasta cerillos. Era tan dramática la falta de fósforos que preferían dejar encendida la estufa durante toda la noche, a pesar del peligro que eso conlleva. El día que la chelista regresó definitivamente a México, abordó un taxi de Moscú al aeropuerto que le cobraría 20 rublos, según lo acordado. “A medio camino, en pleno bosque, el chofer me dijo que serían 50 rublos, y que si no me parecía bien, que me bajara”. Maricarmen tuvo que ceder a la extorsión y de ese modo finalizó su aventura soviética. Tanto en Moscú como en Kiev, los maestros de chelo responsables de Graue eran un par de viejitos que años atrás habían sido brillantes, pero ya estaban cansados y con ganas de retirarse. Sin embargo, ella se las ingenió para entrar a otras clases y conseguir altos niveles de calidad como ejecutante
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Belfast. Dirección: Kenneth Branagh. Gran Bretaña. 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
El cine de la nostalgia
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA TKBC
l cine de la nostalgia es un género aparte. Está hecho de películas que aman el recuerdo. Como Amarcord, de Fellini. Estrenada en 1973, Amarcord es un neologismo formado por las palabras “amor” y “recuerdo”. Es, además, todo lo que el cine de la nostalgia puede llegar a ser, elogio de una infancia en que el director se pone en paz consigo mismo. Kenneth Branagh acaba de estrenar Belfast, una delicada película que recuerda, sobre todo, aquel año de 1989 en que el director saltó a la fama con Enrique V, una espectacular adaptación de Shakespeare a la que siguieron obras mucho menos brillantes. Y extrañábamos a Branagh o, mejor, su promesa. Una promesa incumplida. Hasta hoy. Belfast es la obra que nos debía. La que se debía él mismo. En ella demuestra que sigue siendo un maestro del arte visual. Belfast inicia con un prólogo en el que la música nos mete en una urbe saturada de colores chillantes. De pronto nos detiene un muro. Cámara sube. Inicia el blanco y negro. Estamos ahora en el año de 1969 y encontramos a Branagh. Su alter ego se llama Buddy. Es un niño que juega a matar dragones con una espada de aluminio y como escudo la tapa de un basurero. La primera sorpresa nos cae cuando
comienza la guerra. Una batalla de verdad. Hasta la casa de Buddy han llegado los conflictos entre unionistas y republicanos, entre fieles a la monarquía y republicanos irlandeses, entre católicos y anglicanos. El niño se congela en mitad de la calle. Parece un pequeño Don Quijote cuya fantasía se ha materializado, pero en lugar de dragones tiene, frente a él, terroristas que quieren matar católicos. Y lanzan bombas molotov. El trasfondo histórico y político sirve no solo para que el director se permita reconstruir su infancia, como han hecho Cuarón en Roma (2018) o Bergman en Fanny y Alexander (1982). Sirve sobre todo para presentar a dos personajes que, unidos, presentan al auténtico amor de Branagh: el idioma inglés. El primero de estos personajes es el abuelo. Lanzando a diestra y siniestra frases de Yeats, el hombre enseña a su nieto cómo hacer trampa en las matemáticas y cómo enamorar a una niña que resulta católica. Y, visto que el propio Buddy es protestante, las referencias
La película trata de la humanidad que trasciende la raza, el género o incluso la religión
a Shakespeare (particularmente a Romeo y Julieta) resultan más que evidentes. Pero, como sucede con el cine de la nostalgia, las influencias del director son solo un ingrediente. Hay más. Mucho más. Belfast trata en realidad del reconocimiento del otro, de la humanidad que trasciende la raza, el género o incluso la religión. He tenido demasiado Dios para un día, espeta Buddy desesperado. Como sea, le dice el padre en otro momento, si amas a esa niña y si esa niña resulta hindú, judía o vegetariana, va a ser bienvenida. Se trata, sin duda, de un mensaje que cae bien en los tiempos que corren. Tiempos en que la humanidad se encuentra, como Buddy, en una encrucijada similar a la que plantea Terrence Malick en otra película hecha de recuerdos y nostalgia. El árbol de la vida comienza diciendo: las monjas nos enseñaron que en la vida existen dos caminos: el camino de la naturaleza y el camino de la gracia. Algo muy similar afirma el pastor del templo al que asiste Buddy. Y el niño dibuja con lápiz esos caminos en su cuaderno. Y se pregunta cuál debe seguir. Nosotros adivinamos que Buddy, enamorado del idioma de Yeats y de Shakespeare, está por crecer para abandonar la infancia, abandonar Belfast y transformarse en todo lo que Kenneth Branagh ha conseguido ser.
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ANTESALA
19 DE MARZO 2022
POESÍA
En el límite...
LOS PAISAJES INVISIBLES
Batman con cafeína
BORÍS JERSONSKI
En el límite del silencio y la zozobra no existen centinelas En el límite de la perversión y la decadencia no existen los vivos. Están de pie muertos en la lejanía, reflejándose en el río. El agua es transparente. Justo cerca del fondo se ve un pez enorme. Los reflejos de las nubes en una hilera pasan sin ruido bajo el agua. Dicen que hay varios planetas donde no existe absolutamente nada. Ni demencia ni lucidez. A donde mires… sólo luz eterna y las tinieblas no menos eternas.
Traducción de Ludmila Biriukova Borís Grigórievich Jersonski (Chernovtsí, Ucrania, 1950), poeta que escribía principalmente en ruso, traductor y ensayista, de profesión médico psiquiatra. En los años 1970-1980 fue uno de los más destacados representantes de la poesía no oficial en Odesa. Su primer libro, Vosmaia dolia (Octavo destino), data de 1993. Recibió el premio Andréi Bieli por Semeini arjiv (Archivo familiar); el de la revista Novi Mir (2008); y el de Rusia por Poká ne stemnelo (Antes de la oscuridad) (2011).
EX LIBRIS
Todos somos mujeres/ EKO
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IVÁN RÍOS GARCÓN
B
@IvanRiosGascon
ajo la oscuridad remojada por la lluvia, la metrópoli se vuelve una trampa gigantesca para el que se atreva a rondar sus recovecos. Sea cualquier barrio, una avenida, un callejón, una tienda o un vagón del Metro, esa ciudad es un coto de caza cuando desaparece el sol. “Ellos piensan que me oculto en las sombras. Acechando. En espera de atacar. Sin embargo, yo soy las sombras”, dice el extravagante justiciero (Venganza, se llama a sí mismo), que luego de apalear a unos pelafustanes, se escurre a su cueva plagada de murciélagos. Kurt Cobain entona “Something in the Way”, el doceavo track del Nevermind (1991), ese álbum que apuntaló la leyenda de Nirvana. La rola no es para menos. Es el himno natural de los perturbados, la fábula iconoclasta del trampero que apresa sabandijas para convertirlos en mascotas. El umbroso fundido de apertura de The Batman, de Matt Reeves, advierte que el personaje creado por Bob Kane y Bill Finger, tan desgastado por el cine y la tv, ha recuperado su genuina dimensión. Ya no es el caricaturesco detective del serial fílmico de la década de 1940, interpretado por Lewis Wilson bajo la dirección de Lambert Hyllier; tampoco el ñoño enmascarado que interpretó Adam West en la serie y película de los 1960; el lúdico vigilante que forjó Tim Burton en Michael Keaton; el socialité con vida doble de Joel Schumacher (protagonizado primero por Val Kilmer y luego por George Clooney); el bulto que concibió Zack Synder con Ben Affleck ni el desquiciado vengador que Christopher Nolan elaboró a través de Christian Bale, el mejor, y más congruente, de los Batman hasta entonces. Y es que, Matt Reeves, como hizo Todd Phillips con Joker (2019), le devuelve al súper héroe más emblemático de DC Comics su entraña psicótica, depresiva e insociable, dirigiendo a un Robert Pattinson que mezcla con habilidad al misterioso vampiro de Crepúsculo con el nihilista billonario Erik Parker de Cosmópolis, de David Cronenberg, y lo mismo hace con sus archienemigos, El Pingüino y El Acertijo, creaturas que en Colin Farrell y Paul Dano recobran su malévola dignidad, tan maltrecha por las debilidades histriónicas que para el palmípedo se permitieron Burgess Meredith y Danny de Vito, mientras que para el orate de las adivinanzas, Jim Carrey se esmeró en ridiculizar en la versión de Joel Schumacher. Así, Matt Reeves presenta a un vigilante sin vida propia. Un depredador en metafórica ebriedad (“al amanecer, y sin la máscara, no recuerdo lo que hice ni lo que pasó”), y un transgresor que solo respeta la ley para no cruzar la línea de lo humano, aunque ya perdió esos atributos y lo ignora: en su cruzada contra el crimen, él es el freak más conspicuo de todos los villanos. De igual manera, en la urbe que recrea, una suerte de los escenarios claustrofóbicos de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), El Cuervo (Alex Proyas, 1994), Seven (David Fincher, 1995) o Dark City (Alex Proyas, 1998), palpita un universo lo más exacto al mundo en que vivimos: la maldad y las roturas del tejido social provienen de un sistema podrido por la desigualdad, la corrupción, la impunidad, los engaños de una clase política traidora y el desdoro de instituciones controladas por la delincuencia, en el que la única válvula de escape es la esquizofrénica revancha de los monstruos. Sin concesiones, arropada por una atmósfera opresiva casi de principio a fin, The Batman es un decoroso ajuste de tuercas del cine noir, y una correcta reinvención del caballero oscuro y sus tristes antepasados (la locura de Martha Wayne, la connivencia de Thomas Wayne con el gánster Carmine Falcone), que por los burdos intereses de una industria mercachifle sufrió diversas mutaciones que corrompieron su espíritu maldito y le restaron cafeína (“los malditos son buenos con mala suerte”, Fernando Savater dixit).
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DE PORTADA
19 DE MARZO 2022
Habitantes huyendo de Mariupol, Ucrania, 17 de marzo de 2022.
El autor de El Danubio dialoga con el estud sobre la invasión rusa a Ucrania y sus secuel
“La guerra estruja el c
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CLAUDIO MAGRIS FOTOGRAFÍA ALEXANDER ERMOCHENKO
no de los más profundos conocedores de la Mitteleuropa, de sus mescolanzas y de sus laceraciones, de sus culturas entrecruzadas y a menudo furiosamente divididas y recíprocamente enemigas es Martin Pollack, escritor y estudioso austriaco al que le debemos libros, narraciones e investigaciones fundamentales que revelan una extraordinaria riqueza de información y una intensa robustez en su escritura, bien conocida y muy estimada en Italia, donde han sido traducidos muchos de sus libros, estimados por su escrupulosidad y su rigurosa fuerza estilística que potencia la fantasía, y por su capacidad de ir a la búsqueda de los acontecimientos, de los hombres, de las tantas narraciones con las que está forjada la Historia. Somos amigos des-
de hace muchos años e incluso hemos viajado juntos por algunos de esos países, que son, cultural y políticamente, laberínticos. Más que de Mitteleuropa, Pollack habla de Zwischeneuropa, de Entre Europa, de Europa de en medio, que a veces tal parece que consiste no tanto en algunos países y territorios, sino en los espacios y en las culturas en las que éstos se cruzan y se dividen. Como también lo demuestra la guerra cada vez más atroz de estos días, la Europa de en medio, pese a ser fecunda en encuentros y mezcolanzas, a menudo es una tragedia. ¿Acaso Ucrania es, le pregunto a Pollack, un concentrado de la así llamada Europa de en medio? La actual guerra de agresión de la Rusia de Putin contra Ucrania independiente representa un profundo punto de inflexión en estas tierras, que eran, hasta la Primera Guerra Mundial, un amasijo de diversidades, de muchos pueblos y grupos étnicos, polacos, ucranianos —que en ese enton-
ces, en el imperio habsbúrgico, en su mayoría fueron llamados rutenos—, judíos, alemanes, pero también muchos grupos étnicos más pequeños y, como los hutzuli, estrechamente emparentados con los ucranianos pero que constituyen un grupo independiente, con una cultura propia. Y luego los armenios, los rom y los sinti, solo por citar a algunos de ellos. En retrospectiva, nos gusta presentarlo como si estos pueblos y nacionalidades siempre hubiesen vivido en armonía, pero tal lectura no resiste el análisis histórico. Con el despertar del nacionalismo en el siglo XIX, estos territorios también fueron transitados por movimientos y aspiraciones nacionales que ocasionalmente culminaron en sangrientos conflictos. Pensemos por ejemplo en la guerra polaco-ucraniana de 1918-1919 que concluyó con la recién constituida
“Resulta difícil trazar líneas netas entre identidades y culturas”: Martin Pollack
Polonia, reivindicando los territorios para sí —y oprimiendo a los rutenosucranianos que habitaban en ella. Esta es historia de ayer; pero hoy, en esas tierras, la increíble valentía de los agredidos parece una barricada contra aquellos que parecen los bárbaros ensayos generales de la destrucción no solo de un país, sino del mundo. ¿Los rutenos, tan caros a Joseph Roth, son un pueblo o, como se ha dicho, una invención de los Habsburgo para fastidiar a los otros pueblos, por ejemplo a los ucranianos y, al aumentar el número de nacionalidades, disminuir la fuerza de cada una de ellas respecto al poder central? Hoy, cuando decimos Galizia, pensamos sobre todo en una cultura polaca, pero la literatura galiziana también es, en gran parte, de lengua alemana; piénsese en las ficciones de Franzos o de Sacher-Masoch, solo por dar un ejemplo. Tú mismo has dado a conocer con tus traducciones, y tus libros de viaje, a Galizia, a
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obra sobre la Primera Guerra Mundial, ha sido un aliciente para ocuparme de este mundo que, por desgracia, ha sido destruido por dos grandes guerras, por no hablar del Holocausto. Que este mundo, una vez más, se haya precipitado en una sangrienta guerra es una de las grandes tragedias que afligen a nuestra Europa, porque es una guerra que en realidad va dirigida contra Europa, contra los valores europeos, contra la democracia.
dioso Martin Pollack elas en Europa
corazón” Leópolis, Chernivtsí, y tantos autores polacos a los alemanes. Está, además, la gran cultura judío-polaca y la literatura yiddish —piénsese en Singer pero también en otros grandes, desde Aleijem hasta Peretz—. ¿Hoy, en esas tierras destrozadas, qué es lo que queda de esta variedad? Efectivamente, los rutenos eran una invención de los burócratas habsbúrgicos que insistían en darle un nombre exacto a todo lo que administraban. Pero el nombre ya existía desde antes de los Habsburgo. Los ucranianos se definían russyny o russnaky, que corresponde a grosso modo a rutenos, y su lengua el russkyj, no rusa, sino rutena o ucraniana. Existía una gran confusión que, sin embargo, no preocupaba. Porque para el pueblo, para las personas, eran importantes las pequeñas y pequeñísimas comunidades de origen, el villorrio o el distrito. Generalmente no sabían nada más. Con la designación de rutenos, los Habsburgo también querían contrastar el despertar del sentimiento nacional ucraniano aplicando tal designación
solo a los habitantes de Galizia, pero no a los habitantes de los otros territorios ucranianos. La riqueza de estas zonas residía precisamente en su diversidad; no por nada Galizia es definida como un país rico de gente pobre, rico en lenguas y culturas, de diversidades culturales y al mismo tiempo muy pobre. La miseria galiziana en el siglo XIX fue proverbial y llevó a una migración en masa, principalmente hacia Norteamérica. ¿A partir de qué momento este mundo devino tu mundo fantástico, cultural, sentimental y literario? Este mundo alegre y trágico me ha fascinado desde que era estudiante. El hecho de que vastos territorios, incluida la metrópoli Lemberg, durante un tiempo pertenecieran a Austria; que de aquí proviniesen muchos grandes autores y pensadores como el Premio Nobel Shmuel Yosef Agnón, que escribía en hebreo, pero también el autor en lengua alemana Joseph Roth o su amigo polaco Józef Wittlin que, con La sal de la Tierra, ha escrito una gran
La tuya es una extraordinaria lectura del paisaje, una radiografía de su naturaleza en la que ha tomado fuerza su historia. ¿Desde dónde es posible distinguir las nacionalidades en este caleidoscopio de identidades y de culturas? ¿Diversos nombres corresponden realmente a identidades diferentes? ¿Cuándo te das cuenta de la transición de una Mitteleuropa a una Zwischeneuropa? Creo que resulta casi imposible trazar líneas netas entre identidades y culturas. Forma parte de la tragedia de estas tierras que son, sobre todo, guerras sangrientas, como para poder trazar líneas de demarcación nítidas, por ejemplo entre ucranianos y rusos. Muchos ucranianos en Kiev, pero sobre todo en el este, hablan ruso, sin embargo, se sienten ucranianos, la lengua no tiene importancia. Incluso los nombres son poco significativos. Las tempestades de la Historia han revuelto a los pueblos, pero también a las familias, han borrado las identidades. Me he encontrado con personas en los pueblos de los Cárpatos que, ante la pregunta de a qué pueblo sienten que pertenecen, responden de manera confusa que son tutejschy, gente del lugar. El villorrio y sus inmediatos alrededores, la iglesia, determinan su pertenencia. Para mí, esto también es una expresión de la Europa de en medio, esta vaguedad, esta incapacidad de reconocerse en los conceptos modernos de nación. No necesitan de esto, no sirven. A menudo solamente cuando son obligados a ir a la guerra descubren a qué bandera están sirviendo, qué Estado los reclama como soldados, como carne de cañón. Un gran estudioso de estos temas, Karl Schlögel, dice que en el espacio se lee el tiempo, no desaparecido pero, por así decirlo, depositado, contenido en el espacio. ¿Qué tiempo se lee hoy en el espacio agredido, a veces destruido en estos días de guerra? Karl Schlögel es uno de los mayores expertos del contexto histórico de estas tierras. No solo las ha estudiado y narrado, sino las ha amado. Cuando ves con qué dolor tan sincero Schlögel habla en estos días de la Ucrania agredida y atormentada, te estruja el corazón. Creo que estas tierras están viviendo un verdadero desafío, cuyo desenlace aún es incierto. Pero es un desafío, esto es cierto. En estos días traumáticos, Ucrania se está reencontrando, está consolidando su identidad. Esto es, en cierto sentido, reconfortante, aun cuando no puede salir nada positivo de estos acontecimientos.
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Traducción de María Teresa Meneses Texto tomado de Il Corriere Della Sera, 3 de marzo de 2022.
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LA GUARIDA DEL VIENTO
Amamos a Ucrania
A
ALONSO CUETO
prendimos a amar a Ucrania en los libros. Hay tantos escritores que nos han hablado de su tierra y que parecen profetas de los escombros estos días. Uno de ellos fue sin duda Mijaíl Bulgákov, natural de Kiev, quien en su maravillosa El maestro y Margarita anunció la llegada del diablo a Moscú. Bajo el nombre de Voland, Satán aparece como un mago. Está acompañado de un gato parlante, un sicario de colmillos largos y una mujer pálida cuyos ojos pueden provocar la muerte. Satán se entrevista con un líder de la burocracia literaria local, y desde entonces la trama va a seguir su curso. Luego aparece el “Maestro”, que ha tenido que quemar su manuscrito, harto del rechazo de su novela histórica sobre Poncio Pilatos. Bulgákov sabía muy bien que uno de los diablos de su historia se llamaba Stalin y que el nombre del infierno tenía tres letras: KGB. Bulgakov había experimentado en 1930, cuando empieza a escribir su novela, lo que iba a saber otro ucraniano, Vasili Grossman, en 1959, cuando redacta Vida y destino. La historia de la familia Shaposhnikov y de la batalla de Stalingrado fue considerada una amenaza para el aparato soviético. Después de asaltar su casa, el partido le informó a Grossman que su novela no se publicaría en 200 años. Apareció en 1980, en Suiza. Hoy es leída en todos los idiomas. Ucrania ha afirmado su identidad en la literatura a lo largo de los siglos (hay que recordar los pasajes de Grossman sobre las trincheras durante la Segunda Guerra Mundial). Su afirmación es inseparable de la identidad de los cosacos, un pueblo milenario que viene de las estepas de Rusia y Ucrania. Los cosacos han pasado a la historia por su talento para la guerra y la solidez de su disciplina social. Amantes de la tradición y la familia, forman parte de las referencias culturales del mundo de hoy. Una teoría afirma que durante las guerras napoleónicas, los cosacos afincados en París exigían celeridad en los restaurantes con la palabra que se usaba para “rápido”: bistró. La frase “bebe como un cosaco” no tiene un origen conocido. Una novela corta de Tolstói, Los cosacos, nos presenta al buen Eroshka, anciano, cosaco y bebedor, que acompaña al aristócrata Olenin. Pero tal vez el cosaco más famoso en la literatura sea Taras Bulba de Nicolái Gógol, también de origen ucraniano. Es una novela extraordinaria donde se pone a prueba la unión entre padres e hijos, y el amor a la tierra. Enfrentado a las fuerzas polacas, Taras Bulba y sus hijos Ostap y Andrei defienden su Ucrania natal. La ejecución pública de Ostap es uno de los momentos más dramáticos de la novela. Poco antes de morir, Ostap pregunta si su padre está presente en la plaza y escucha su voz. Al final vemos a Taras Bulba amarrado a un árbol. El viejo luchador cosaco y ucraniano incita a sus compatriotas a resistir al enemigo polaco. Muere gritando y rebelándose. Es un héroe. Quizá si Putin hubiera leído este libro, lo habría pensado mejor.
Los cosacos han pasado a la historia por su talento para la guerra y su disciplina social
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LITERATURA
19 DE MARZO 2022
EL ATLAS DE PANDORA
El meñique que sostiene el mundo Contra toda evidencia, creemos que el zarpazo de la depresión es exclusivo de nuestro tiempo
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IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
iendo todavía una niña, aprendiste a descifrar los disimulos de los adultos. Pronto supiste que tu madre ocultaba sus jaquecas como si fueran una debilidad inconfesable. En un extraño juego del escondite acechabas sus evasivas, sus pretextos, ese empeño por mantener el tipo aunque los esfuerzos agudizasen el dolor. Ahora, cuando tú misma protagonizas el teatro ante tu hijo, te preguntas por el perverso resorte que nos induce a sentirnos culpables de nuestras enfermedades. En el inolvidable comienzo de Los Soprano, Tony sufre un ataque de ansiedad. No se avergüenza de la extorsión y el homicidio —meros gajes del oficio mafioso—, sino de su angustia. En la consulta de su psicóloga añora un pasado donde nadie se quejaba porque solo los blandengues sufrían enfermedades mentales: “Hoy en día, todo el mundo tiene que ir a psiquiatras y consejeros a hablar sobre sus problemas. Qué fue de Gary Cooper, el tipo fuerte y silencioso que no estaba en contacto con sus sentimientos. Simplemente hacía lo que tenía que hacer. Ahora todo es disfunción por aquí y disfunción por allá”. Irónicamente, el Gary Cooper de carne y hueso sufrió una depresión que lo postró en la cama de un hospital a comienzos de los años treinta, justo en los inicios de su fama. En esos mismos días, el actor explicó en una carta a su sobrino: “Dejé que la gente me atacara a través de mis emociones, mi simpatía, mis afectos”. En nuestro imaginario, el pasado está siempre poblado por seres más fuertes que nosotros. Asociamos la Antigüedad romana con invencibles legionarios y generales impávidos. Sin embargo, la salud mental
era una enorme fuente de preocupaciones, patentes en la literatura médica. Según Alejandro de Trales, una mujer vendaba su dedo meñique todos los días temiendo que, al doblarlo, el mundo se derrumbaría. Libanio se refiere a personas que “padecen una ansiedad generalizada de mente y cuerpo, viven afligidas por temblores y se estremecen de terror ante mensajes banales”.
Insistir solo en las flaquezas de las personas deja a cada paciente en soledad
Galeno describe a un paciente que creía ser una olla de barro y temía romperse —como el cervantino licenciado Vidriera—, mientras que otros se identificaban con Atlas cuando soportaba el peso del mundo sobre los hombros. Cuenta el mito griego que el titán Atlas se rebeló contra los dioses y fue condenado a cargar sobre su espalda la bóveda del cielo hasta acabar su vida petrificado, convertido en la cordillera norteafricana del mismo nombre. Simbólicamente, quien sufre hoy el zarpazo de la depresión hereda el dolor de aquel esfuerzo insoportable.
En realidad, esos tipos duros como roca —incluso por castigo— existen únicamente en las leyendas. Para los simples mortales del mundo antiguo, los médicos eran muy caros y aún más el tratamiento en casa, así que la población pobre tenía que conformarse con amuletos y exorcismos. Los enfermos más graves eran encerrados o expulsados a la intemperie, donde vivían como vagabundos. Los Evangelios narran la historia del endemoniado de Gerasa, que rompió los grillos y cadenas para huir al desierto. Cierto día Jesús conjuró a sus demonios y los arrojó a una piara de cerdos, que acto seguido se lanzaron por un precipicio. Aquella legión de animales no pudo soportar el suplicio que afligía a un solo ser humano: era la época del sálvese quien pueda. Los problemas de salud mental no son —contra lo que pensaba Tony Soprano— un síntoma propio de nuestros tiempos líquidos; si nos adentramos en los textos históricos, descubrimos que han existido siempre. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas sufre un trastorno de este tipo en el mundo. El neurólogo Oliver Sacks llamó a estas patologías “enfermedades moralmente neutras”. En este escenario no caben disfraces, disimulos ni culpas. Lo real es el peso de las adversidades que afrontamos —llámense confinamiento, duelo, trabajo precario, violencia o estrés— y nuestros recursos para lidiar con las heridas que provocan. Insistir solo en las flaquezas de las personas deja a cada paciente en soledad. Los trastornos de la mente emergen por fin del silencio. Puede que los veamos como un enigma: no los convirtamos en estigma.
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Y, además, en nuestra edición digital: Liliana Chávez: Caminar • Andrea Serdio: México en Hollywood • Ángel Soto: entrevista con Gabriela Riveros • José Juan de Ávila: entrevista con Rafael Rojas • Alberto Blanco: Meditaciones: Paciencia • Avelina Lésper: Teatro Varsovia
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19 DE MARZO 2022
NARRATIVA, ENSAYO Bajo la sombra de los lobos
Torcido arado
A FUEGO LENTO Un rebelde irlandés en la Nueva España
Feral México, 2021
Alvydas Slepikas Tusquets México, 2021 272 páginas
Itamar Vieira Junior Textofilia México, 2021 264 páginas
Andrea Martínez Baracs Taurus México, 2022 176 páginas
El polifacético escritor lituano sorprende con esta novela inspirada en el testimonio de dos sobrevivientes del avance del Ejército Rojo en Prusia Oriental una vez que concluyó la Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas son los niños de origen alemán que fueron abandonados a su suerte y se internaron en los bosques.
Por esta novela, Vieira Junior ha recibido varios premios. La familia de las hermanas Bibiana y Belonísia, de origen afrobrasileño, labora en una hacienda. El padre y la abuela son reconocidos entre los vecinos porque se dedican a curar de manera tradicional hasta que, cierto día, las niñas viven una rara experiencia ritual.
Este ensayo rescata la figura y el pensamiento de un personaje legendario: Guillén de Lámport, soldado irlandés, católico, teólogo y poeta, quien arribó a la Nueva España en 1640 con la misión de proteger a los criptojudíos portugueses amenazados por el Santo Oficio. Acusado de herejía, murió en la hoguera en 1659.
Jung y la imaginación alquímica
El debate del pensamiento político contemporáneo
Revista de la Universidad de México
Jeffrey Raff Atalanta España 2022 336 páginas
Pablo A. González y Sergio Ortiz UNAM/ Gedisa México, 2021 170 páginas
UNAM México Marzo, 2022 160 páginas
Como sostiene el autor en las páginas iniciales, la alquimia es una herramienta poderosa para entender la esfera interior; es, en otras palabras, una suerte de guía que ilumina “el sendero espiritual de la individuación”. Su punto de partida es el modelo jungiano y los conceptos de sí-mismo e imaginación activa.
Las escuelas del pensamiento social se han ampliado en los últimos tiempos; por ello los autores del presente volumen las restringen a cuatro: Una aproximación al liberalismo, republicanismo, comunitarismo y multiculturalismo, como anuncia el subtítulo. Las relaciones entre el pensamiento y las formas políticas es uno de los ejes.
La publicación dirigida por Guadalupe Nettel se concentra ahora en la magia y su relación con las religiones, las artes y las ciencias. Destacan la conversación con Kenneth Anger, aparecida originalmente en 2002, y el ensayo de Clementina Battcock sobre los embrujos y demonios entre los pueblos de Mesoamérica.
El placer de leer www.librotea.com
De ama de casa a hiena
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ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
niciamos la lectura de Feral (Editorial an.alfa.beta) y creemos estar frente a una versión de Rascacielos, en la que J. G. Ballard imaginó una ciudad vertical donde los personajes viven protegidos del amenazador mundo exterior. No tardamos, sin embargo, en rechazar esta sensación. Es más, no tardamos en lamentar que Vanessa Garza Marín no haya previsto ese modelo como escenario de la psicopatología de su protagonista: una mujer entrada en los treinta que solo consigue vegetar mientras espera la llegada de su esposo. Los propietarios de los departamentos, junto a su prole vigilada por nanas distantes, son el único objeto de interés de esa mujer que apenas puede llevarse un bocado a la boca y pasear al perro por los jardines que de noche son refugio seguro de encuentros clandestinos. De ahí a la descripción rutinaria de insignificancias media un paso. Feral se entretiene demasiado con los cotilleos de alberca, gimnasio y restaurante, con tanta ansiedad que olvida las reglas más elementales de la composición y el ritmo (“Eran las tres de la mañana cuando revela su nombre”; “se me desbarata el cuerpo y empiezo a quedarme acostada”; etcétera). Y eso es todo, o una parte considerable. Lo que viene más tarde transita de la anomalía física a la impresión de sentirse habitada por “un cachorro calvo de pecho palpitante”. La bitácora de insignificancias toma entonces la forma de una guía para turistas en Kenia, con todo y mosquitos, fiebre, pescado podrido. ¿Qué hace ahí la protagonista de Feral, además de huir de la monotonía citadina? ¿Expiar su desinterés trabajando para un grupo que reparte ayuda humanitaria? Algo así, pero, sobre todo, completar la metamorfosis anunciada en algunos pasajes descoloridos. ¿En qué se ha convertido? En una hiena, sí, una hiena de dientes amarillentos que devora a los jóvenes y profana los cementerios. ¿De manera que después de todo el realismo inicial, de las descripciones llevadas con mano regañona y sociológica, hemos llegado al pensamiento mágico, o a una de sus sucursales? Por mero agotamiento, seguimos a la mujer, que alguna vez jugó a ser teibolera, en su camino hacia la animalidad en estado puro. Solo atina a declarar su hambre renovada y su nostalgia por “el derecho a no hacer nada”. Lo demás es nuestro viaje hacia el desconsuelo.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
19 DE MARZO 2022
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HUSOS Y COSTUMBRES
Gente que huye ANA GARCÍA BERGUA
E
léfono, no lo sé porque no puedo distinguir su rostro detrás de las flores. ¿Estará esperando a alguien, habrá hecho un alto en el camino para descansar, estará haciendo tiempo para no llegar demasiado pronto a algún sitio? Tal vez espera una noticia, la hora de una cita que no llega. También podría estar vigilando a alguien del edificio, piensa mi parte paranoica, pero es absurdo. ¿A quién de mi apacible edificio podría vigilar ese hombre? A veces cambia un poco de postura, se apoya en un pie, ora en el otro, de repente uno de sus tenis se sacude con impaciencia. Atrás de él pasa una familia con un perrito, unos jóvenes alegres, adelante corre el domingo vacío con sus autos perezosos y las motos de mensajería que le llevan comida a todos los que no quisieron cocinar. Y yo frente a la ventana me pregunto con quién estará hablando, alguien que le dé alguna señal, quizá está rompiendo una relación o lo están dejando so-
s domingo y me asomo a la ventana de la sala para mirar a gusto la jacaranda que abre sus ramas como un bosque frente a mis ojos. Si las flores fueran luces, ese árbol sería una metrópoli de calles y edificios morados. Me doy cuenta entonces de que al otro lado de la avenida hay otro árbol más pequeño al que le han brotado hermosos racimos de flores rosas, un durazno quizá, cuyas flores se mezclarán con las de la jacaranda cuando crezca. Pero el árbol pequeño no está solo; un hombre permanece de pie junto al tronco, su brazo doblado se cuelga de una rama baja con cierta familiaridad amistosa. Lleva ahí bastante tiempo, por lo que deja ver su postura relajada. Usa jeans y camiseta, pero es un poco grueso para ser muy joven. Me pregunto qué estará haciendo frente a mi edificio, de pie junto al árbol, viendo la pantalla de su celular o hablando por te-
lo. Tal vez hay un lugar al que no puede regresar. Aquel hombre solo junto al árbol al que abraza con naturalidad como si fuera su pareja, tal para cual, mientras en el domingo tanta gente está adentro de su casa y tanta, también, está huyendo hacia alguna parte. Gente que escapa de las balaceras, los bombardeos, las tormentas, gente amenazada, mujeres que huyen de algunos hombres, niños y hombres que huyen de otros hombres. Quizá la historia de la humanidad está formada por gente que huye; mi familia proviene de una huida, pienso, mientras agradezco la sala con la ventana que da a las jacarandas y al durazno que acompaña al hombre como una buena amiga para que pueda esperar o hablar por teléfono. Un árbol que refugia a un hombre, las jacarandas que cobijan mis ojos mientras pienso en toda la gente que ahora mismo busca un refugio, quizá, tan solo para esta noche.
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CAFÉ MADRID
Radiografía del crimen
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hora que Vladimir Putin es el enemigo número uno y que, por eso, la prensa ofrece decenas de perfiles con su lado más siniestro y la tele rescata una cascada de documentales sobre su poderío y abusos internacionales, tengo la sensación de estar permanentemente ante la estructura del true crime (crimen real), entendida como experiencia sensorial de la maldad. Pero, claro, también sé que esto no solo se debe a la guerra y a su gran verdugo, sino al auge de la novela negra y de los documentales y las series del género que nutren la conversación cotidiana. Es imposible leer y ver la avalancha de novedades que aparecen a diario, la mayoría de una calidad extraordinaria, pero uno ha de hacer un esfuerzo porque sabe que para conocer a una sociedad hay que fijarse en sus crímenes. Para llevar a cabo esa tarea no está de más, sin embargo, contar con un prescriptor. Suerte que Vicente Garrido, un profesor de Criminología de la Universidad de Valencia, se ha dispuesto a echarnos la mano con su recientemente publicado True crime. La fascinación del mal (Ariel), una guía sobre las obras literarias y audiovisuales más relevantes de los últimos años que, además de disfrutarlas, nos permiten reflexionar sobre la violencia y el sistema de justicia implicado en una serie de crímenes que forman parte de nuestra cultura y, como sostiene Garrido, “hablan de nosotros, de nuestros miedos y esperanzas, de nuestras virtudes (coraje, tenacidad, sentido de la justicia, empatía, sacrificio, responsabilidad, amor, redención) y debilidades (envidia, odio,
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE
celos, ambición desmedida, miedo egoísta, traición, deseo de poder y de placer sexual ilegítimos). Y por eso mismo nos enseñan a vivir, a entender nuestras pesadillas y a poder hacer algo al respecto”. El true crime es la investigación y la reconstrucción de un hecho atroz, así como su análisis, tomando en cuenta la mente del criminal, la escena del crimen, los investigadores, las víctimas, el juicio y la condena. Se trata, en fin, de una estructura aderezada con drama, misterio y suspenso que atrapa y fascina al lector-espectador.
El true crime es la investigación y la reconstrucción de un hecho atroz, así como su análisis
¿Ya vieron O. J.: Made in America, The Jinx o The Staircase? ¿Ya leyeron La auténtica Lolita, Mis rincones oscuros o Ifigenia en Forest Hills? Yo llevo varios días aferrado a estas historias. En realidad, la afición por este tipo de obras no es algo nuevo. Quizá desde las tragedias griegas todo se fue asentando y, muchos años después, a las novelas por entregas o folletines les siguieron las revistas especializadas, como True Detective en Estados Unidos, Alarma! en México o El Caso en España, que vendían miles de ejemplares principalmente porque los sucesos violentos y espeluznantes que contenían habían ocurrido de verdad, cerca o lejos de nosotros, y eso hacía que esos puñados de páginas fueran los más atractivos (y morbosos) de los quioscos de prensa.
El psicólogo y criminólogo Vicente Garrido.
En materia literaria, A sangre fría de Truman Capote representa un antes y un después en el género (aunque un argentino diría que el parteaguas fue Operación Masacre, de Rodolfo Walsh), porque “Capote informó sobre crímenes reales con el detalle artístico y la belleza estética de una ficción lírica”, señala el profesor Vicente Garrido. Pero no solo son terceras personas las que se ocupan de poner orden y sentido a un crimen. Muchas veces son los propios asesinos que, por su necesidad narcisista de reconocimiento, se encargan de dar su versión de lo sucedido. Luego está el tema de los genocidios, que también entran dentro del género. Hay quien se ha ocupado del Holocausto, pasando por Ruanda, hasta llegar a la dictadura chilena, de la que Nona Fernández, por cierto, ha sido capaz de crear un true crime poético, hermoso y terrible (La dimensión desconocida) que narra las desapariciones, torturas y asesinatos cometidos por Pinochet. A la par que el libro de Garrido, quizá como complemento, también se ha publicado Homo criminalis. El crimen a un clic: los nuevos riesgos de la sociedad actual (Ariel), de la criminóloga y jurista especializada en personalidad psicopática y delitos violentos Paz Velasco de la Fuente. Su tesis es contundente: todos (no solo alguien como Putin) estamos diseñados para matar: “pensar que hay monstruos sueltos por el mundo es mucho más sencillo que aceptar que los verdaderos monstruos habitan en nosotros, pero nuestro raciocinio busca a esos malvados entre los demás, quedando así nuestra conciencia más tranquila”.
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