Laberinto No.981 (02/04/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

La comedia de Andrés Duprat

Desvelo Foto: Arco Libre

SÁBADO 2 DE ABRIL DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 981

JEP: la ciudad como memoria colectiva Rosa Beltrán/ FOTOGRAFÍA: AUTOR ANÓNIMO/ CALLE JALAPA EN LA COLONIA ROMA, DÉCADA DE 1950

Ilustración: Román


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ANTESALA

2 DE ABRIL 2022

LA GUARIDA DEL VIENTO

El cine domesticado

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ALONSO CUETO

os golpes ayudan pero no resuelven el tema. A pesar del puñete mediático en la ceremonia del domingo pasado, cada vez hay menos espectadores para el Oscar. La razón es que cada vez menos gente va al cine. Coda, la película premiada, fue lanzada por una empresa de streaming, lo mismo que la otra candidata, El poder del perro. Se acaban los teatros, se acaban las salas enormes donde se apagan las luces y se encienden las fantasías. En un pasaje de Rayuela, la Maga afirma que “soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verla aunque se caiga el mundo, Rocamadour”. Hoy pocos caminan, casi nunca una hora y menos bajo el agua. Ahora vemos películas en casa, con una cerveza, un cigarrillo o un taco, confrontando el celular y el timbre de la calle. Antes se apagaban las luces y no había más sonido que el de los sueños. Hoy hay una lustradora en el cuarto de al lado. Antes el cine era una ceremonia celebrada en un teatro, la versión moderna del templo. Hoy ocurre en cualquier lugar y a cualquier hora. En el dormitorio, en el comedor, en algún cuarto. Las salas se van despoblando. De las diez películas nominadas al Oscar, nueve no alcanzaron a ganar más de cuarenta millones de dólares en la recaudación doméstica, una cantidad ridícula. Según The New York Times, la suma acumulada de ganancias de las diez películas nominadas es la cuarta parte de lo que recaudó El hombre araña en Estados Unidos. Nuestros padres veían anuncios de neón, luces disparándose al cielo oscuro, actores y actrices llegando a la alfombra roja. Eran señales del lugar que el cine ocupaba en nuestras vidas. El estreno más célebre fue el de Lo que el viento se llevó en diciembre de 1939, al que asistieron algunos veteranos de la Guerra Civil americana. Ajustados los cálculos de la inflación, Lo que el viento se llevó es la película que más dinero ha hecho en la historia del cine, 393 millones de dólares de entonces. La película ganó diez estatuillas del Oscar y se convirtió en un punto de referencia. Hoy algunos podemos repetir frases de su diálogo y revivir los rostros de Gable y Leigh. Es cierto que también repetimos algunas frases de series estupendas como Successión o Bridgeton. Pero nadie llora con ellas como nuestros padres con Casablanca. El lugar del cine (real e imaginario) ha desaparecido. Al buscar públicos jóvenes, las productoras han hecho películas banales como Batman y El hombre araña, donde cuenta el héroe, no el actor que lo encarna. Claro que seguirán haciéndose algunas buenas series. Pero las veremos en casa. El ritual de la oscuridad, de la pantalla grande, la idea de apartarse del mundo para asistir a una ceremonia sagrada, se ha terminado para siempre. Esa magia ha desaparecido. El fuego de antes ha sido reemplazado por el chispazo de un encendedor junto al cenicero. La vida solo ocurre en episodios de una serie. Y eso no lo resuelve un puñete, aunque estuviera bien dado.

El ritual de la oscuridad, de la pantalla grande, se ha terminado para siempre

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Mi obra maestra. Dirección: Gastón Duprat. Argentina, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

Autorretrato en una tetera

P

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ARCO LIBRE

asada la desazón del Oscar miremos hacia el cine argentino. Andrés Duprat es arquitecto y curador. Sin embargo, en menos de quince años se ha consolidado como un extraordinario guionista. Junto a su hermano Gastón (quien suele dirigir con Mariano Cohn), este trío de creadores argentinos refina cada vez más sus búsquedas. En 2008 se dieron a conocer con El artista. Desde entonces, Andrés Duprat exhibe cada vez más una búsqueda en la que adivinamos la introspección, el autorretrato. Su obra gira en torno a estos ejes: el arte visual, la lucha de clases y la amistad. El hombre de al lado (disponible en Apple TV) se estrenó en 2009. Va de un diseñador que se transforma en “pez fuera del agua” cuando el vecino decide tirar su muro para abrir una ventana. Además del drama comienza, entonces, la comedia. Y es que, al abrir este agujero, el vecino no solo irrumpe en la soledad del protagonista; está destruyendo también la perfección de una casa fría como él. Una casa que construyó Le Corbusier. Lo importante desde el punto de vista de las búsquedas de Duprat estriba en que este diseñador es incapaz de comunicarse con el vecino, un tipo extravagante pero adorable y, según nos iremos enterando, leal. La comunicación

entre los vecinos fracasa por un puro prejuicio de clase. En el más puro sentido marxista, uno de los dos debe sucumbir. La misma pugna renace en otras películas escritas por Andrés Duprat. En El ciudadano ilustre, de 2016 (disponible en Netflix), el guionista y curador recrea a un escritor argentino que ha ganado el Premio Nobel. Fastidiado por la fama y el boato, el escritor viaja hasta sus orígenes y, habiendo descendido de su torre de marfil, vuelve a su pueblo natal. El contraste entre la sofisticación intelectual del protagonista y los vulgares habitantes del pueblo sirve a los creadores de esta magnífica película para hacer una nueva crítica social. Y en ella resuenan los tres temas que incumben a Andrés Duprat. El ciudadano ilustre es una obra llena de ironía en la que el autor vuelve a criticar violentamente a la sociedad argentina sin dejar de criticarse a sí mismo por su condición de “intelectual”. En 2018, se estrenó Mi obra maestra,

En el teatro clásico la comedia señala en modo gentil lo que en la sociedad está mal

disponible también en Netflix. En esta película Duprat escribe a otro personaje que poco a poco se va revelando como alter ego. Así, el diseñador y el escritor de las otras películas se transforman aquí en un galerista que, fiel a su amistad con un pintor decadente, encuentra el modo perfecto para que sus obras se pongan otra vez de moda. Que estas tres películas sirvan como aperitivo para disfrutar de la que es, hasta ahora, la producción más acabada de Andrés Duprat, su hermano Gastón y Mariano Cohn. Competencia oficial acaba de estrenarse en el circuito del cine de arte. En ella el trío de artistas argentinos vuelve a elaborar los temas que han hecho suyos. Duprat es un guionista cuyo alter ego renace en cada película. Es este hombre atribulado que vive aventuras intensas e hilarantes; profundas porque son el retrato de una sociedad clasista y prejuiciosa. En estas obras de apariencia ligera se reflejan las aspiraciones y miserias de una clase media con mucha dificultad para amar. Recordemos que en el teatro clásico la comedia señala en modo gentil lo que en la sociedad está mal. Esto es justo lo que está haciendo Andrés Duprat. Como Oscar Wilde, nos muestra su rostro deformado, como quien se mira en una tetera y nos hace reír.

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ANTESALA

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POESÍA

Agua tocada

LOS PAISAJES INVISIBLES

El invento de un hombre orquesta

DOLORES CASTRO

No pudo ser que no tocara el agua mi desnudez. No pudo ser que yo no la tocara para beber. Desde que la probé, en el gran lecho de la muerte quiero yacer. Desde que la probé, cada momento tiene sabor y madurez. Desde que la probé, busco el regazo de la tierra con ojos de semilla para reverdecer. Con este poema recordamos a la escritora, catedrática y fundadora de Radio UNAM, quien murió el pasado 30 de marzo.

EX LIBRIS

La memoria/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

aylor Hawkins murió la semana pasada en Bogotá, pero su ausencia en los tambores posiblemente no imponga grandes cambios en la dinámica de Foo Fighters. Tal vez, el propio Dave Grohl ocupará el sitio del colega extinto, pues está más que acostumbrado a cubrir todas las funciones, es el perfecto hombre orquesta: en 1994, tras el suicidio de Kurt Cobain y la disolución de Nirvana, Grohl creó a los Foo Fighters, aunque solo contaba con un miembro (él). En aquel 1994, el grunge comenzaba a declinar. La incipiente propuesta del ex baterista y nuevo líder de una banda imaginaria (Grohl eligió el nombre Foo Fighters quizá como un chiste, pues se refiere a los ovnis o los objetos no identificados que los pilotos vieron en el aire en la Segunda Guerra Mundial) se apartaba ligeramente del sonido que Nirvana, junto con el de Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains o Stone Temple Pilots, erigieron como soundtrack existencial de la Generación X. El reto no representó mayor esfuerzo: la música de Grohl, como él mismo lo dijo, nunca coincidió del todo con el estilo de Cobain. Y contrario a lo que cualquiera hubiera sospechado, sus tracks se colaron directamente al Billboard. El álbum debut Foo Fighters (1995) fue un éxito rotundo. Su mayor mérito fue que Grohl cantó y tocó hasta la última nota, ya que únicamente agregó una colaboración, la guitarra de Greg Dulli en “X–Statics”, el track número diez. Entre el pop, el hardrock y ciertas texturas grunge a las que Grohl era (y sigue siendo) incapaz de renunciar, con ese primer disco el futuro de los Foo pintó la mar de bien. Por tanto, para la siguiente producción, The Colour and The Shape, Grohl reclutó a los miembros que le faltaban, todos, incluido el fallecido Taylor Hawkins. Diez álbumes y cuatro Ep’s conforman la historia de una marca que le pertenece a un solo individuo, el que inventó, llevó a la cúspide y sigue colocando hits en radio, el que se ha propuesto hacer cualquier cosa y no le teme ni al ridículo. Por ejemplo, la película Studio 666, actualmente en cartelera, un portentoso monumento al humor bobalicón estilo Beavis & Butt–Head, Wayne y Garp o Austin Powers, una nefanda comedia de terror en la que Grohl, fiel a su talante protagónico o cualidad de hombre orquesta, es poseído por un demonio rockero que lo incita a matar a todos los miembros de los Foo. Con cuchillos, con asadores, con motosierras, con los propios instrumentos. A Taylor Hawkins, el diabólico Grohl le lanza un platillo crash. El disco le da en plena boca abierta, así que el cuerpo se desploma lentamente, pero la mitad de la cabeza permanece incrustada en la pared. Grohl levita en éxtasis, emitiendo una risotada gutural. Esa escena es el culmen de la pobreza argumental de Studio 666: la posesión diabólica como producto de una fórmula macabra. Un sitio embrujado, el bloqueo creativo y la obsesión por concebir la rola perfecta. Studio 666, como todo lo que atañe a Foo Fighters, es una historia de Dave Grohl, escrita por Jeff Buhler y Rebecca Hughes. Dirigida por BJ McDonnell y de pésima factura, me atrevería a afirmar que, con el tiempo, pudo ser la perpetua cruda moral de la banda fundada en Seattle, de no ser porque la repentina muerte de Taylor Hawkins tal vez nuble los malos recuerdos pues, aunque los FF no son un grupo extraordinario, no merecían apuntarse un bodrio tan descomunal en su azarosa biografía. Algo solo comparable con, digamos, esa cosa que Kiss filmó en 1978, Kiss Meets the Phantom of the Park, dirigida por un Gordon Hessler que esquilmó la celebridad de Gene Simmons, Paul Stanley, Ace Frehley y Peter Criss. Pero no todo está perdido. Foo Fighters es y siempre será Dave Grohl. Un músico con muchas banderas y sin un solo apego, salvo el de seguir haciendo lo que más le gusta: rolas chirriantes, ultrarrápidas o soleados pop que, al fin y al cabo, siempre se venden.

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DE PORTADA

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Presentamos el discurso que la autora de Rad pronunció durante la recepción del Premio a Letras José Emilio Pacheco el 26 de febrero en

Somos los días que no se ROSA BELTRÁN FOTOGRAFÍA ABELARDO PÉREZ CABALLERO

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A Ernesto, siempre a Ernesto

enía 20 años cuando leí Las batallas en el desierto. Recuerdo el lugar (las islas de la UNAM, esa explanada inmensa con pasto semiseco por la que cualquiera transita y donde todo puede ocurrir), recuerdo la hora (por la tarde, antes de que comenzara la primera clase del turno vespertino), recuerdo no haber entrado a ninguna clase después de iniciar la lectura de ese libro. Todo lo recuerdo. Lo que estaba dentro y fuera de esas 68 páginas haciéndome un guiño: la escena y el momento que no iban a repetirse jamás. Cuando un libro nos marca, el espacio y el tiempo que rodean la experiencia de lectura se fijan de forma simultánea para siempre. Recuerdo haberme quedado en el mundo en que los recuerdos de un hombre maduro recrean un juego de niños impregnado del lenguaje de la guerra del que no son conscientes; recuerdo haber estado habitando ese mundo cruel y ordenado —el México alemanista— donde un afán fiscalizador obligaba a todos a ser espías de todos y a castigar incluso el enamoramiento de un adolescente por una mujer mayor. Recuerdo el castigo que cae sobre la mamá del amigo de Carlitos, amante de un funcionario menor, y no sobre el funcionario; el castigo que cae sobre el propio Carlitos a quien su familia aleja de Mariana como de la peste y niega cualquier explicación posterior; recuerdo al aprendiz de gángster del hermano de Carlos, Héctor, que termina siendo el padre respetabilísimo de once hijos. Recuerdo el castigo que esa sociedad pacata y clasista hace pagar de distinta forma a cada uno de

los personajes sin que siquiera lo sospechen, y el doble discurso del régimen de Miguel Alemán, el Cachorro de la Revolución, que tras el canto continuo a la estabilización y el progreso económico esconde al animal rapaz que ataca y contagia de odio a los habitantes de ese universo. Recuerdo la ilustración de la portada del libro que ERA conservó al paso de los años como un signo evidente de la juventud eterna de esta obra y la fuerza de la emoción que sigue produciendo al paso del tiempo. ¿Por qué hablando de la hipocresía de quienes inauguran carreteras que no se terminan de construir, del miedo que provocan los apagones como alarma de una supuesta guerra que no ocurre pero podría ocurrir, de la falta de futuro de Rosales, el amigo de Carlitos a quien éste invita muchos años después tres tortas y un refresco tras reconocerlo en el vendedor de chicles que acaba de subirse al camión, por qué todo esto sin hablar hablaba también de una violencia soterrada que ya existía en el país y que no haría sino crecer al paso del tiempo? ¿De qué modo la violencia del país está en la prosa más tersa, más irónica, y en la literatura que nos atrapa y no nos suelta?

Poco a poco y sin pausa En las fotos de entonces nos van cercando los muertos/ Indetenibles avanzan Contra la minoría oprimida De los sobrevivientes (¿Por cuánto tiempo?) Cada vez son más Y ahora nos miran como a extraños. Reprochan el olvido y la ingratitud. Son para siempre jóvenes. Se burlan De la caricatura que ya somos. Sienten alivio porque se salvaron De todos los horrores que han pasado en su ausencia. Para quienes seguimos todavía aquí No hay esperanza: Ellos siempre ganan la guerra. (“De las guerras perdidas”).

La otra pregunta que rondaba y que desde la lectura de JEP me ronda siempre que escribo algo que no sé definir de modo exacto, algo que es demasiado novelesco para ser una crónica, o demasiado teórico para ser novela, o un ensayo que es al mismo tiempo una historia, es si Las batallas en el desierto es en verdad una novela corta, como Marcelo Uribe, su editor, dice que es, o si es cuento largo, como su publicación en el suplemento sábado de unomásuno supuso; si es memoria personal disfrazada de crónica o registro de costumbres y modos de sentir basados en la enumeración de productos, marcas, lugares, edificios. Nadie a ciencia cierta lo sabe, porque los datos que alberga esa memoria colectiva de una ciudad a la que José Emilio amaba, odiaba y temía de forma implacable siguen siendo sustento de quienes quieran hacer el recorrido histórico y emocional de aquellos días. Tan hondo caló en mí Las batallas en el desierto que Radicales libres quiere tener —quiso tener aun sin proponérselo— un aire de familia que es en realidad el homenaje al autor de mi juventud y a uno de los más grandes poetas, ensayistas y narradores en nuestra lengua. La explanada de CU, los murales de O’Gorman en la Rectoría, el jardín de rosas que cuidaba Alcira, los exiliados españoles y los exiliados de las dictaduras sudamericanas que eran nuestros profesores en la UNAM y nos dijeron que el futuro estaba ahí, en los jóvenes que fuimos en los ochenta. La escena y el momento que no iban a repetirse jamás. La aparente sencillez de la obra de José Emilio hizo que los lectores jóvenes que fuimos la adoptáramos y aprendiéramos muchos de sus poemas de memoria a manera de Mantramanto protector:

En el silencio de la noche se oye el discurso del polvo como un murmullo incesante.

Roma en las Imágenes de la colonia 0. 195 y 0 194 de s década


DE PORTADA

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dicales libres a la Excelencia en las n la ciudad de Mérida

e nombran

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La escritora y académica, coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM.

Pues todo lo que abarca la mirada está por deshacerse. (“El arte de la sombra”). Y esa simple y directa forma que lo es solo en apariencia, urdida desde el golpe de rabia y de emoción, hace que las jóvenes y los jóvenes que parecen ser los mismos siempre la sigan adoptando hoy como amuleto.

No amo mi patria Su fulgor abstracto es inasible Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas —y tres o cuatro ríos. (“Alta traición”). No hay nada más difícil que alcanzar ese grado de complejidad que hace que cualquier lector encuentre un punto de significación en que crea que la obra lo llama solo a él o a ella, y que es diáfano ese llamado, y sin mediación. Lo mismo en sus novelas y cuentos que en esos pequeños ensayos publicados en la revista Proceso que mi generación acumuló y guardó por años en forma de polvosas revistas, su Inventario me enseñó el valor de la Historia grande atrapada en un gesto; el sentido del hallazgo, el rigor y la síntesis que se conjuga en primera persona del plural y que siendo autoexamen puede llamarse también memoria colectiva. José Emilio tuvo la rara virtud de escribir obras muy valiosas en distintos géneros. No es fácil transitar de la narrativa a la poesía, la crónica o el ensayo con la misma potencia. Sin embargo, su obra completa es un libro de texto en el que mi generación transitó con la naturalidad con que vamos ahora de un soneto a un bolero y de un género a otro sin blancos ni fronteras. Premonición latente, la gran literatura que abreva en todas las voces debe oír solo su voz. Debe ser una elegía de su propia lucidez a cada paso y abrirse a las formas que obedecen a su propia intuición. Fundirse con la moda que ella misma instaura a base de pérdida de control y conjetura, sin que importe que el crítico acostumbrado a su propia rumia la tilde de ser esto o aquello o incluso de ser literatura escrita por mujeres. En esencia, hombres y mujeres somos sobrevivientes y apenas un poco más que fabulistas. Nos movemos con base en la intuición y es esto quizá lo que da un verdadero sentido al drama de nuestros días. Saber que podemos reflexionar sobre todo: los objetos, las personas, los animales, las plantas y el entorno social y doméstico y convertirlos en ese catálogo de la memoria al que llamamos identidad y a veces, también,

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sentido, nos provee una cierta paz, una certeza. Aunque al final sepamos, como supo José Emilio, que somos subproductos de una fuerza mayor: la Historia con hache mayúscula, que determina nuestros días. Somos el testimonio de eso que juraríamos que fue tal y como lo hemos nombrado, aunque lo nombremos de forma distinta en cada etapa de nuestras vidas. Pero somos también lo que no podremos decir y por tanto estamos condenados a esa despersonificación. A tener que aceptar que más que de los días consignados somos la sustancia misma de “los días que no se nombran”. Eso sobre todo somos. La certeza de que siempre seremos algo más. No importa cuánto escribamos o cuánto escribiéramos y aun si fuésemos eternos, lo no dicho es lo que encierra el centro de nuestra discusión interna. Somos, pues, una corazonada. Todo lo que le preocupaba a José Emilio ya era el anticipo de un futuro que no iba a estar mejor. Siempre se disculpaba por la falta de eficacia de las palabras, sus palabras, para cambiar la realidad del país que se desmoronaba, del paso del tiempo donde algo que había hasta hace poco no existía más; de un pasado que aun siendo injusto se había llevado también lo bueno y lo inocente, y se dolía de la falta de solidaridad, de la indiferencia de unos con otros. Hoy el país no es mejor y si un país es sus habitantes nosotros tampoco somos mejores. En tantos sentidos albergamos las mismas dudas, la misma impotencia, y aunado a esto cargamos con lo que nos dejó la pandemia: una desesperanza grande al enfrentar día a día las narrativas de la enfermedad y la muerte pero sobre todo la narrativa de la violencia que nos atraviesa. Una forma de definirnos como país que parece ser solo una confrontación. Una imposibilidad de encontrar un diálogo y una falta de conciliación que nos llena de desesperanza. La excelencia en las letras no se alcanza nunca, no mientras se está vivo pues lo que alimenta y anima a escribir la siguiente obra, siempre defectuosa, siempre endemoniadamente difícil, sobre todo al inicio, siempre conjetural y aterrorizante en algún punto en que creemos que la trama no es más que un pálido reflejo de aquella que nos formamos en la imaginación, es la certeza de que hay mucho por mejorar. Pero el Premio a la Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco, tan solo por llevar el nombre de ese autor, por sumar en sus recipiendarios a quienes me precedieron, por haber tenido en el jurado a críticos y escritores notabilísimos, y por ser otorgado en la Universidad Autónoma de Yucatán, en la FILEY y en Mérida, sitio del primer congreso feminista, es justamente el permiso para pensar que se puede ir más allá, que se puede alcanzar un nivel mayor de comprensión del mundo y una maestría literaria que supere lo que antes se ha escrito. Así que cómo no va a ser un honor muy especial recibir el Premio a la Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco si ese nombre me lleva al autor del México que fuimos y que ya no podremos ser, a una vida dedicada a la literatura y a mis años de juventud, esa juventud tan lejana y tan cercana al mismo tiempo.

Su Inventario me enseñó el valor de la Historia grande atrapada en un gesto

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*Título de la Redacción, que proviene del libro de JEP Los días que no se nombran, selección de poemas 1985/ 2009.


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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Desvelo Cada vez dormimos menos. ¿Será por que las junglas que habitamos están llenas de amenazas?

Hora de dormir”, dices, aunque tu lucha contra el insomnio es un largo historial de derrotas. El niño de seis años te sigue a regañadientes. Nunca quiere acostarse, se siente expulsado de la noche de los adultos, de la vida secreta que empieza cuando lo arropas y apagas la luz, ese país prohibido a la infancia. Tiernamente, os envidiáis la una al otro. Él no sabe, no podría creer, que al escuchar la cadencia regular de su respiración entrarás de puntillas a observarlo en la penumbra alumbrada por una lamparita quitamiedos. Cada noche lo contemplas mientras duerme, con el deseo de ocupar su lugar, de que su cuerpo y su paz vuelvan a integrarse en ti, de ser otra vez su cuna de carne, tranquila compañera de sus sueños. A eso dedicas —a espiarle— la formidable libertad nocturna que el niño tanto codicia. ¿Siempre será así la envidia —te preguntas— un malentendido, un error por desconocimiento, un juego de celos mutuos? Más tarde, también los mayores os acostáis. Buenas noches, susurra K, te besa, te abraza y se ovilla en la misma quietud del niño. Los dos han atravesado la alambrada, te quedas sola a este lado de la frontera. Bebes el aire con sorbos hondos. Bocarriba, inmóvil, empiezas a contar hasta mil para vaciar la mente. No pienses en el artículo que debes escribir por la mañana, olvida el miedo a no estar a la altura. Te concentras en la letanía de números, aunque sabes que no engañarás al insomnio a fuerza de ignorarlo. Escuchas pasos, ladridos lejanos, el susurro del tráfico o del viento. Una lenta procesión de horas va pasando, la ansiedad crece: qué será de ti mañana sin apenas dormir. En algún momento decides levantarte, recorrer el pasillo en sombras

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

para visitar el frigorífico, encender la radio, cocinar con sigilo. Te recuestas en el sofá. Y entonces la ves: una ventana iluminada a las tres de la mañana, un rectángulo de luz amarilla en los cubos negros de la calle. ¿Quién estará ahí dentro? ¿Un enfermo, un hacker , un opositor, alguien a quien despertó

Los gritos atrincherados nos están arrebatando la reflexión serena y susurrada

el látigo del dolor de muelas, un político insomne, un suicida? Te preguntas cuántos sois, cuántos lectores del artículo que escribirás mañana —si consigues escribirlo, si lo aceptan— serán habitantes asiduos de estas noches enemigas. Recuerdas haber leído que una de las funciones principales del cerebro es decidir cuándo estar alerta y cuándo descansar. Cada vez dormimos menos —piensas, en la noche agujereada por la ventana amarilla—, quizá porque nos

sentimos todos demasiado amenazados. Nos desvela esta jungla donde las redes están siempre incendiadas, donde se esgrimen frentes y afrentas, donde los móviles acechan en nuestras mesillas como armas de exaltación masiva. Los gritos atrincherados nos están arrebatando la reflexión serena y susurrada. Tranquilízate, respira. Recuerdas un viejo poema romano: la plegaria al sueño. Con esos versos, hace casi dos mil años, Estacio inventó su propia oración desasosegada para pedir calma: “Calla el ganado, los pájaros y las fieras, y los árboles, reclinados, simulan un agotado reposo. Mengua el bullicio de los ríos bravos, se alisan los rizos del agua, y los mares descansan, arrellanados sobre la tierra. La luna contempla mis dolientes ojos en vela”. ¿Cómo podré resistir?, se pregunta Estacio, sintiéndose excluido del alivio y el olvido. Sabe que en algún lugar, bajo el manto de la misma oscuridad, se abrazan una mujer y un hombre, así que ruega al dios que le conceda el sueño que los amantes renuncian a dormir. Acechado por la angustia, suplica que al menos le roce el descanso: “Tócame con la punta de tu vara o pasa junto a mí de puntillas”. Bajo el brillo estrellado de esa calma a la que rezaba Estacio, desearías que a tu ventana, a todas las casas encendidas, llegase el sosiego: que sea suave la noche. Consultas la hora en el móvil. ¿Cómo conseguirás resistir? Tu hijo, que nunca quiere irse a la cama, ronca. No sabe, no podría creer, que al otro lado de la membrana de sus párpados, en la honda noche, su madre despierta sueña con dormir.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

Y, además, en nuestra edición digital: Avelina Lésper: Edipo y la realidad • Elena Enríquez: Un paso para romper el círculo de la violencia • Andrea Serdio: Lecciones olvidadas de la Gran Guerra • Liliana Chávez: Primavera • Mariana Bernárdez: Entrevista con Dolores Castro • Natalia Aspesi: En moto hacia el porvenir • Alberto Blanco: Meditaciones: Mentira • José Juan de Ávila: Entrevista con Baltazar Brito Guadarrama • Carlos Illades: Moral pública y vida privada • Carlos Rubio Rosell: Entrevista con Mario Muchnik • Fernando Figueroa: No miren arriba (es basura espacial)


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NARRATIVA, ENSAYO Hamnet

La sombra de Julio César

A FUEGO LENTO Soy un gato

Ex Yugoslavia México, 2021

Maggie O’Farrell Libros del Asteroide España, 2021 344 páginas

Andrea Frediani Espasa México, 2022 488 páginas

Natsume Soseki Alianza editorial España, 2021 584 páginas

La autora irlandesa recrea la historia familiar de Shakespeare para construir una novela que es muchas cosas a la vez: retrato de época, imagen del amor imposible, relato especulativo sobre los hechos que hicieron posible la creación de Hamlet. La imaginación priva sobre la realidad hasta dar vida a unos protagonistas enfrentados a la pérdida.

Primer volumen de la trilogía Dictator, dedicada al emblemático emperador romano. En esta entrega se presentan las primeras campañas de preparación para alcanzar el poder supremo. La rigurosidad histórica y un estilo ágil hacen que la empresa se considere “tan apasionante como una película, tan real como un ensayo”.

Soseki fue especialista en literatura inglesa. Aunque murió joven, es autor de una vasta obra, de la que esta novela es uno de sus ejercicios iniciales. El protagonista es un felino que termina siendo parte del entorno familiar de un profesor. Su crítica mirada se posa en los usos de la sociedad japonesa de la época Meiji.

La Cripta de los Capuchinos

Peaky Blinders

La guerra en las palabras

Joseph Roth Alianza editorial España, 2021 234 páginas

Carl Chinn Principal de los Libros España, 2021 256 páginas

Oswaldo Zavala Debate México, 2022 503 páginas

Narrada por el último vástago de una estirpe proveniente de Eslovenia, esta novela señala no solo el ocaso de la vida del gran escritor de origen judío sino del imperio austro-húngaro y su crisol de pueblos, lenguas y culturas. La Primera Guerra Mundial es el inevitable escenario y la desgracia es la compañera incondicional.

Durante la década de 1920, un tiempo de estrecheces para la clase obrera, la banda criminal conocida como los Peaky Blinders sembró el terror en el Reino Unido. Su líder, Billy Kimber, no era solo un tipo astuto sino dueño de un impactante magnetismo. El autor de este retrato de grupo es nieto de un miembro de esa banda.

Durante cuatro décadas, la “guerra contra el narco” ha sido el bastión de las estrategias empleadas para fortalecer la “seguridad nacional” asociada a cierta narrativa, sostiene el autor de este ensayo. Su punto de arranque es el año en que el gobierno mexicano puso en marcha La Operación Cóndor, y el de llegada es el año 2020.

El placer de leer www.librotea.com

Un libro como una casa ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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a casa familiar ya deshabitada, ya en otras manos, y los significados y murmullos que arroja su pérdida son la materia fundacional de Ex Yugoslavia (Paraíso Perdido), un libro ante el cual es casi una obligación inclinarse. La casa sigue en pie en alguna calle de Morelia y hace las veces de museo de la desintegración, de memorial de escombros, de analogía de un país que se ha empeñado en reducirse a un territorio sin objetos ni seres a la vista. No se trata entonces de la ex Yugoslavia y su obligada convivencia de odios tribales y religiosos, o tal vez sí, al menos, como escribe Pierre Herrera, en la forma de representación “de la idea de que todo tiende a la separación, de que, en realidad, todos somos perdedores: siempre nos encontramos perdiendo algo, llenándonos de vacíos”. No se trata asimismo de una novela, o tal vez sí. Por momentos narra atendiendo las intuiciones del ensayista, y, por otros, ensaya siguiendo los movimientos contundentes del novelista. La narración avanza sobre el campo minado de la autobiografía y sus pasos alcanzan el recuerdo de una tarde viajando con el padre de regreso de Manzanillo a 240 kilómetros por hora o el de la madre coleccionando fotografías o el de la hermana menor rompiendo en llanto. Pero no se limita al registro de costumbres. Pierre Herrera encuentra siempre la manera de entretejer esos recuerdos personales con la memoria de algunos hechos que solo al ser nombrados se vuelven significativos (como la crónica del desfile de belleza orquestado el 6 de mayo de 1993 en un sótano de Sarajevo mientras plazas y mercados ardían tras los bombardeos). La vena ensayística elije, en cambio, inusitados caminos: la rivalidad entre Alain Prost y Ayrton Senna, la vocación nómada de los mongoles, Joyce vencido de borracho en una acera en Roma, la naturaleza tóxica del azul de Prusia… Al final, sin embargo, solo escuchamos lo que Juan Gabriel Vásquez llama “el ruido de las cosas al caer”; escuchamos, a través de un afinado sentido de la composición, el estrépito, o el susurro, provocado por esos trozos rotos de vida que nunca llegaremos a pasar en limpio. Coleccionando restos de naufragios, ensamblando voces que vienen de muchos tiempos y lugares, Pierre Herrera ha compuesto un libro que es también una casa habitable.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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HUSOS Y COSTUMBRES

Jeans ANA GARCÍA BERGUA

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se los lleve, culpa de la generación a la que pertenezco y su afán por andar natural, hasta rebelde. Mis hijas, ellas sí jóvenes, me han señalado por épocas lo incómodos que les parecen, lo apretados y absurdos. Pero una sigue terca, sintiéndose Jane Fonda de la tercera edad y ni de lejos parecida, no vaya a ser que haya que correr o saltar en jeans. Por épocas el mundo se dividió entre los territorios donde se conseguían jeans y aquellos en los que eran una vestimenta suntuosa y capitalista. El curioso fondo neutro de la mezclilla azul, esa especie de tejido invisible con el que uno se siente a la vez vestido y no vestido, alejado del compromiso, era un cielo inalcanzable para los cubanos y los soviéticos que solo los conseguían en el mercado negro. Curioso que la prenda de la rebeldía de James Dean, oriunda del overol de los obreros, fuese una aspiración inaccesible en los países donde se ensalzaba a la rebeldía y la

n amigo cuenta con alivio que en Japón es muy poca la gente que usa jeans. No sé por qué me quedo imantada a esta idea y hasta considero mis jeans con cierta desconfianza. Es curioso cómo a casi setenta años de que se haya generalizado su uso sigan siendo vestimenta no solo juvenil. Veo en las tiendas cómo cada vez se venden más rotos, desgarrados con un arte que ya no entiendo, para mostrar tal o cual parte de la lozana pierna —en realidad se usan así desde hace más de diez años—, y me viene a la mente una expresión de mi madre: zaparrastroso. Andan todos zaparrastrosos, decía, aludiendo al vestir descuidado, descosido y roto. Me daba ternura cuando lo decía y seguro yo ahora le doy ternura a alguien. Ella jamás se hubiera puesto unos jeans y yo sigo sintiendo que esos pantalones pueden ser no solo juveniles sino elegantísimos, según con qué

clase trabajadora, cuando no fuera contra sus gobiernos por supuesto. Pero más allá de la política recuerdo las enseñanzas de mi maestra de vestuario Lucille Donay: cada época tiene una silueta vestimentaria que la caracteriza. Y en la elección de esa silueta —gorda y ampulosa, alargada o triangular, floja o acinturada, según la mentalidad del tiempo— interviene también ese elemento misterioso que caracteriza al color de las plumas de los pájaros y sus cantos para llamar a una pareja, las manchas de los felinos y las cebras. Eso que se nos enamora de una forma o unos colores en ciertos años, como aquellos sombreros con forma de chimenea que hacían sentir poderosos a los hombres en el siglo antepasado o las plataformas de las mujeres en los setenta. Así varias generaciones hemos llevado los jeans, esos que no usan los japoneses. ¿Por qué será? Tendré que preguntarle a mi amigo.

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CAFÉ MADRID

La papisa de la literatura hispana

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armen Balcells, la agente literaria que cambió para siempre las reglas del juego editorial en el mundo de habla hispana, era una mujer supersticiosa y fiel practicante del esoterismo. No permitía que alguien brindara con agua, evitaba pasar el salero sin dejarlo antes sobre la mesa y en ella no admitía a trece comensales, temía la rotura de los espejos, no pasaba por debajo de una escalera, firmaba los contratos con autores o con editoriales únicamente los días terminados en siete y a su astróloga de cabecera, la italiana Lisa Morpurgo, solía pedirle la carta astral de sus clientes y conocidos para saber cómo proceder con cada uno de ellos. Aunque siempre estuvo rodeada de los grandes intelectuales, empresarios y políticos de la región (era adicta al poder), la aguerrida y frondosa mujer que convirtió a Barcelona en la capital del boom, fiaba su suerte a un cuarzo blanco metido en un cuenco de cristal azul lleno de agua y a una calabaza encargada de absorber las malas vibras. Lo cuenta su paisana, amiga y clienta Carme Riera, escritora y académica de la lengua, en Carmen Balcells, traficante de palabras (Debate), una monumental biografía de la catalana fallecida en 2015 que, si bien no es una hagiografía, tampoco es un perfil muy crítico que digamos. El libro fue presentado en la sede de la Real Academia Española, donde cada jueves se “fija, limpia y da esplendor” al diccionario de nuestra lengua, en medio de una tarde anaranjadacasirroja debido a una descocada calima que le dio a toda la península ibérica un aspecto marciano. Esquivando el maldito

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

polvo y apoyado en su bastón, Mario Vargas Llosa, último sobreviviente del boom latinoamericano, llegó a esta casona, donde él mismo ocupa uno de sus vetustos sillones (el ele mayúscula), para asegurarse de que la conversación con la biógrafa fuera un homenaje a su agente y amiga entrañable. “Fue la misma Carmen quien me pidió que yo encabezara su beatificación, porque para sus autores era

Firmaba los contratos con autores o con editoriales los días terminados en siete

una santa y, bueno, aquí está este libro para empezar ese proceso”, comenzó a hablar Carme Riera, medio en broma, medio en serio, y Vargas Llosa no se aguantó: “Pero el título no me gusta. ¿Traficante?”, dijo frunciendo el ceño. Riera no tardó en entrar al quite: “es que era el término con el que ella se definió varias veces. Y, oye, traficante no es algo necesariamente negativo”. Los dos escritores no iban a crear un conflicto por una palabra, porque ya hay un montón en este país, en este continente y en este mundo, y por eso se centraron en las bondades de esa “persona extraordinaria y generosa” que, según ellos, fue Carmen Balcells y que la también escritora Rosa Montero, por cierto, define como “una reinona increíble”.

Mario Vargas Llosa y Carmen Balcells.

“Una vez se disfrazó de papisa, porque era lo que en realidad quería ser: la autoridad suprema del mundillo literario. Pero también fue una gran amiga a la que le podías contar todo y con toda confianza. Eso sí, luego ella podía darte un consejo o una orden”, arguyó Carme Riera, quien tuvo acceso irrestricto a los archivos de su amiga. “La verdad es que ella”, tomó el relevo el autor de Pantaleón y las visitadoras, “se apoderaba de tu vida y la organizaba en función de lo que a ella le parecía mejor y, en general, acertaba”. A él, por ejemplo, le forjó su destino. El Nobel era profesor en Londres y solo escribía en sus tiempos libres. Un día llegó la Balcells con un montón de regalos para sus hijos, como si fuera Santa Claus. Mientras los niños empezaban a jugar, muy sería le dijo: “¡vas a renunciar a la Universidad y te vas a ir a vivir a Barcelona!” Le hizo caso, dice, “porque cuando a Carmen se le metía algo en la cabeza, había que darle gusto o había que matarla”. En otra ocasión, la incisiva agente literaria le pidió al escritor peruano que la llevara a su país para probar la ayahuasca. Fueron a la selva de Iquitos, a la choza de una bruja que fumaba puros y cantaba. “Carmen se tomó un bebedizo espantoso y de inmediato se puso a reír. Le dije que se calmara, que sus risas podían ser tomadas como una falta de respeto para la gente que estaba allí. Pero la bruja parecía muy despreocupada: ‘déjela, le ha dado la reidera, que es mucho mejor que si le hubiera dado la llorera’. Bueno, pues la dejé que se riera compulsivamente”, contó Mario Vargas. Y entonces la imagen de una desquiciada Carmen Balcells se instaló entre el público.

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