Laberinto No.982 (09/04/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENSAYO

FERNANDO ZAMORA

VICENTE QUIRARTE

La perspectiva femenina de Céline Sciamma

Mario Heredia: la novela sobre Almonte Foto: Lilles Films

SÁBADO 9 DE ABRIL DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 982

Simone de Beauvoir en tierras mexicanas José Manuel Cuéllar Moreno/ FOTOARTE: LUIS M. MORALES

Foto: Autor anónimo


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ANTESALA

9 DE ABRIL 2022

EN EL BANQUILLO

Aridez

TEDI LÓPEZ MILLS

¿A qué huele nada?”, escribe Anne Carson en NOX. El perro de su hermano muerto pone las patas delanteras en el borde del ataúd y su ira se esfuma. Yo pongo la mano debajo de tu almohada y me adormezco. En mi sueño apareces sentado a la mesa, explicando algo acerca del color amarillo de un jarrón. No logro voltear hacia ti porque mi cuello no se coordina con mi cabeza, pero percibo el movimiento de tu sombra. Algunas de las elegías que leo incluyen definiciones etimológicas de por, gente, donar, fraterno, muchos, triste. Añado futuro: “del latín futurus, participio de esse; véase ‘ser’. Se aplica a lo que ocurrirá, existirá o será lo que exprese el nombre en tiempo que todavía no ha llegado”. Véase el desierto en la casa donde me dilato buscando contraseñas en los archiveros de tu estudio. Véanse los hoyos que todavía no se llenan. Véase el reloj junto a tus lentes, el termómetro y las cajas de medicinas. En el Canto VI de mi Comedia apócrifa caminaré con prisa por mi barrio en la tarde con una bolsa de lona. Guardaré los documentos en una carpeta azul. Se me advertirá acerca de la complejidad de los trámites y las numerosas fotocopias y los sellos y las autoridades. Se me aconsejará que haga acopio de paciencia y me conduzca de manera amable con los empleados que me atenderán en las ventanillas. Debo vestirme adecuadamente y no mostrarme nerviosa: hablar con calma y sin ademanes; nunca gesticular; nunca suplicar o elevar el tono de la voz. El problema de la autocompasión se agudizará cuando note la capa de polvo en mis zapatos negros y las manchas en mis tobillos. Me voy a detener en la esquina de San Borja con Patricio Sanz para contar de nuevo las páginas de un contrato antiguo: falta la ocho y tu firma se ha ido borrando. Me voy a disculpar ante un funcionario y su asistente: soy mexicana hasta cierto punto, pero carezco de la verosimilitud necesaria. Duelo significa dolor y también contienda. “Alma en pena: alma en guerra”. Hoy mis vecinas destruyen un panal de abejas oculto entre dos muros en su jardín y recibo llamadas amenazantes de señoritas que trabajan en consorcios jurídicos. Se empiezan a ampliar mis recursos verbales: aperturo folios mientras establezco prioridades. Mañana contestaré el teléfono y un joven me dará instrucciones precisas y me pedirá que recite los números y lo haré al pie de la letra durante media hora y él colgará justo cuando yo haya caído en la trampa. Alguien me comentará que el dinero interfiere de modo radical con las estrategias de la nostalgia o la melancolía. He de recostarme: cerrar los ojos en blanco. ¿Dónde estarás en tres semanas, en cuatro meses, en medio año? El cuerpo no se desenvuelve ni se reconoce en la memoria. Los espacios de los huesos se colocan solos. Con los dedos en racimo te tocabas los labios y las cejas, como si estuvieras dibujando el último trazo del aire en la imagen de tu cara. “Que se vaya con su propio oxígeno”. Ya no recuerdo si fue una pregunta o una decisión.

Alguien me comentará que el dinero interfiere con las estrategias de la nostalgia

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Petite Maman. Dirección: Céline Sciamma. Francia, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

Más allá del posmodernismo

A

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LILLES FILMS

unque pareciera agotada, la palabra “hermoso” sigue resultando pertinente en la estética posmoderna. Pero, en el cine, ¿qué significa la posmodernidad? Como se sabe, el filósofo francés JeanFrançois Lyotard la definió en función de lo que llama los “pequeños relatos”. Toda vez que la gran narrativa de la modernidad (el Dios hecho hombre del cristianismo y la lucha de clases del marxismo, por ejemplo) se han consumido, dice Lyotard que nos quedan tan solo las “pequeñas historias”. Pequeñas como la película Petite Maman, disponible en Amazon Prime. Dirigida por la cineasta Céline Sciamma, Petite Maman nos introduce en poco menos de hora y media en la imaginación de Nelly, una niña de ocho años que se enfrenta por vez primera a la muerte y al sentido de la vida. Al adiós. Esta hermosa película demuestra que el pequeño relato del posmodernismo no puede evitar referir a los grandes temas del arte universal: la infancia, la muerte y, claro, el sentido de la vida. Desde la primera secuencia la directora retrata con ambigüedad el mundo que va descubriendo Nelly, la protagonista. “Adiós”, dice la niña. Frente a ella hay una mujer mayor con la que ha estado tratando de resolver un crucigrama. Estamos en un asilo. La luz

de la campiña francesa se mete por las ventanas. Los colores malva de esta región iluminan cada secuencia de la película. Pronto nos enteramos de que la mujer de la que Nelly se ha despedido está en realidad muerta. ¿Ha visto a un fantasma? ¿Se trata tan solo de su imaginación? Lo más atractivo de Petite Maman es la vaguedad con la que se hace referencia a “la realidad”. Y es que, metida en una cabaña a la mitad del bosque, como si fuese un personaje de cuento de hadas, Nelly se encuentra libre del transcurso “normal” de los sucesos. Vive en otro tiempo más allá del nuestro, el tiempo del cine. Así, es posible interpretar que, cuando se encuentra con Marion, otra niña de su edad, se trata de una materialización de sus deseos, pero entonces ¿por qué el adulto también ve a la otra niña que tanto se le parece? Petite Maman tiene el poder de un sueño o un recuerdo infantil muy antiguo. Esos recuerdos en que se mezclan fábula y realidad. Sin duda las actuaciones son adorables. Las

Céline Sciamma cuenta con una obra dedicada sobre todo a explorar la feminidad

dos niñas juegan a hacer crepas, a contarse secretos y a ser la condesa enamorada locamente del inspector y poco a poco generan en nosotros un sentimiento que, en el posmodernismo, parecía improbable: ternura. Céline Sciamma cuenta con una sólida obra dedicada sobre todo a explorar la feminidad. Desde que dirigió Naissance des Pieuvres (El nacimiento de los pulpos) en 2007 resulta clara su filiación feminista y su interés en el deseo femenino, particularmente el deseo homosexual. Su obra más acabada, Retrato de una mujer en llamas (disponible en Claro Video), le ganó el premio al mejor guion en el Festival de Cannes. Es de notar que en el cine de Sciamma el agua ocupa un lugar simbólico decisivo. Por eso es importante advertir que, cuando las dos protagonistas de Petite Maman se encuentran y una de ellas le pregunta a la otra ¿cómo te llamas?, comienza a llover. De pequeños detalles como este se hace el gran cine, un comming of age que sigue el rumbo que trazó en 1959 François Truffaut con Los 400 golpes, un cine que se une a la exploración de artistas como Lucile Hadzihalilovic y mira a la infancia desde el feminismo, un cine que trasciende también al posmodernismo y, con su hermosura, transita desde lo particular hasta lo universal.

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ANTESALA

9 DE ABRIL 2022

ESCOLIOS

POESÍA

Pequeñeces KYRA GALVÁN

Lloro por las pequeñas cosas que duelen tanto: por el pájaro que canta en mi ventana por las veces que no hicimos el amor por mis hijas que se van y por mi hijo que se hace hombre sin que pueda alcanzar sus raíces de liquidámbar y de castaño. Lloro por los ángeles que nos cuidan. Por la ropa limpia y la ropa sucia. Por las cosas que no pueden remendarse, por lo que la vida ha puesto en mis manos para que lo planche y lo almidone, para que lo acomode en las ramas del viento. Del libro La cuestión palpitante, con los sellos de Bonilla Artigas/ UACM, 2022.

EX LIBRIS

Matar la selva/ EKO

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El misterioso jilguero ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

@Sobreperdonar

La suave patria” es el poema más célebre y desconcertante de Ramón López Velarde y su aparición detonó un culto póstumo y masivo, que lo volvió, por décadas, emblema del sentimiento cívico y melodía favorita de los jilgueros patrios. Desde luego, solo un aparato de propaganda nacionalista podía convertir en prístino cantor del régimen que emanaba de la Revolución a un católico progresista, demócrata y civilista que rechazaba la violencia y, sobre todo, al cultivador de una poética de la ironía y una estética de la exigencia. Por eso, tempranamente, la crítica más perspicaz comenzó a sospechar de esta apropiación nacionalista y encontró en este poema uno de los acertijos más fecundos del autor. ¿Qué quiso hacer el poeta mediante esta épica sordina? ¿Era una concesión al nuevo régimen o, más bien, una broma, o una admonición? Una de las hipótesis que empezó a esbozarse era que “La suave patria”, más que un elogio de la Revolución y sus caudillos, constituía una crítica a la demagogia y la violencia, embozada en el colorido y la musicalidad. Víctor Manuel Mendiola es uno de los velardistas contemporáneos que han sustentado esta postura con mayor solidez. Desde “El Ángel que acompañó a Tobías”, de 2013, el ensayo de gran calado que analiza la recepción crítica del poema de López Velarde y que enmarca la anterior traducción al inglés que editó el Tucán de Virginia, Mendiola señaló que, contra la idea de un poema patriótico dedicado a exaltar la Revolución, “La suave patria” era una crítica del caudillismo, del militarismo, de la violencia, de la demagogia y hasta del machismo. Por eso, este poema buscaba modular el ánimo grandilocuente, bélico y maximalista, con un elogio de la provincia, los mártires, los héroes derrotados y las virtudes femeninas. En Cien años contra el fantasma del caudillo, que publicó el año pasado, Mendiola renueva y refresca estas ideas en torno a la subrepticia subversión del poema y señala su vigencia en un tiempo de restauraciones. La Iconografía de la Suave patria de Ramón López Velarde (El Tucán de Virginia, 2022) presenta una recopilación de imágenes y motivos en torno al poema, realizada por Víctor Manuel Mendiola, así como una nueva traducción hecha por Edith Noyola. A través del análisis pormenorizado de los versos, junto con imágenes, motivos y objetos alusivos, Mendiola erige un devocionario crítico en torno a López Velarde, un gabinete de maravillas que evoca el entorno y el mundo interior del poeta y que ilustra sus influencias literarias más amplias, sus paralelos con artistas de su generación y sus filiaciones políticas y religiosas. A su vez, la traducción de Edith Noyola, animada por una coincidencia con la fe y la nostalgia de la provincia de López Velarde, tiene frescura y un auténtico aire de comunión. Esta conjunción de aficiones velardianas produce un volumen de gran calidad y amor por el detalle que enriquece la interpretación en torno al misterioso poeta de la patria.

Víctor Manuel Mendiola erige un devocionario crítico en torno a López Velarde

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DE PORTADA

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El paso de la pensadora francesa por nuestro país es una historia aún por escribir. Este ensayo ofrece algunas pistas

La huella de Simone de Beauvoir en México JOSÉ MANUEL CUÉLLAR MORENO* @Jmcuellarm FOTOGRAFÍA AFP

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imone de Beauvoir es una figura inacabada y en construcción. Nació el 9 de enero de 1908 y falleció el 14 de abril de 1986. Tres —casi cuatro— décadas no han sido suficientes para despejar el prejuicio de que Mademoiselle de Beauvoir (como se le decía con sorna) fue solo la caja de resonancia de JeanPaul Sartre, una discípula cabizbaja, una hábil publicista del existencialismo francés, una escritora morbosa y derrotista. Las cartas personales que han salido a la luz (en fechas tan recientes como 2018) nos pintan el retrato de una mujer que se desvivía por sus amigos y que poseía un tesón de hierro. Lo mismo escalaba una montaña que escribía un tratado de 800 cuartillas en el tiempo récord de un año. No son pocos los lectores aviesos que escarban entre estos documentos privados en busca de la mujer manipuladora, la hetaira, la activista acomodaticia, la burguesa decadente que, en un efectista golpe de timón, jugaba a épater le bourgeois. Se le reprocha que con su cara afable y su voz meliflua haya atraído a jóvenes estudiantes a un ovillo de pasiones lésbicas. El escarnio y la fascinación son como una bruma que todavía envuelve su nombre.

La famosa afirmación de que “no se nace mujer, se llega a serlo” es en la actualidad un eslogan de la emancipación femenina. Este sencillo adagio entraña una forma radicalmente distinta de pensar la identidad como un performance que se refrenda día a día y como un proceso inconcluso y fluyente. Otra de las obsesiones de Simone de Beauvoir fue la vejez, que no hay que entender tan solo como la proliferación de arrugas y de achaques. Envejecer es el arduo tránsito hacia la invisibilización. Podríamos seguir enumerando sus aportaciones, pero la pregunta que nos interesa es otra. Tiene que ver con el paso —literal y simbólico— de Simone de Beauvoir por nuestro país. ¿Dejó huella en la filosofía mexicana del siglo XX? ¿Alguien siquiera la leyó? Retrocedamos a junio de 1947. José Mancisidor, el político mexicano que asistió a los funerales de Máximo Gorki (en 1937), se reúne en el Trocadero, cerca de la Torre Eiffel, con Octavio Paz. El poeta lo bombardea con preguntas. Quiere enterarse de “las cosas culturales y los movimientos literarios” de México. Mancisidor, a su vez, quiere saber de la vida artística de París. Paz toma aliento. ¿Por dónde empezar? En la taberna Canettes, a la cabecera de Saint-Sulpice, “grandes como un pañuelo”, era posible encontrar al padre y a la madre del existencialismo: Sartre, “con rostro de administrador de hotel o de rentista retirado”, y Simone de Beauvoir, acompañados a veces del cineasta Jacques-Laurent Bost o del joven autor de La peste, Albert Camus. Alrededor de estos “existencialistas de lujo”, en el Café de Flore del boulevard Saint-Germain


DE PORTADA

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o en el Barvert de la calle Jacob o en el bar subterráneo de Pont Royal, zumbaba un tupido enjambre de muchachos “atacados de patetismo, en su vida como en su dicción”. José Mancisidor se despidió de Paz y abandonó París con un regusto amargo en la boca. Esta es la primera imagen que se recibió en México de Simone de Beauvoir. Una mujer de aspecto desaliñado que se repantingaba en los cafés de París del alba al anochecer y que del anochecer al alba iba en busca de la verdad, “interrogando, uno tras otro, a todos los vinos de Francia”. En ese mismo año de 1947, Emilio Uranga (1921-1988), un joven estudiante de filosofía, se encontró en la Librería Francesa de Reforma número 12 un ejemplar de L’être et le néant (El ser y la nada), el libro de Sartre que estaba causando euforia en la capital francesa. Regresó a los pocos días para llevarse L’existentialisme est un humanisme. Luego de haber pasado la mayor parte de su carrera filosófica sumergido en el aula de José Gaos, deletreando trabajosamente los oscuros renglones de Heidegger, el estilo dicharachero de Sartre representaba una enorme bocanada de oxígeno. Uranga arrastró a sus compañeros (Luis Villoro, Jorge Portilla, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez MacGregor, Salvador Reyes Nevárez, Fausto Vega) a las primicias del existencialismo francés. Este fue el inicio del Grupo Hiperión y de una rebelión estruendosa en contra del magisterio de Gaos y de la ortodoxia heideggeriana. Los hiperiones leyeron, además de a Sartre, a Maurice Merleau-Ponty, Gabriel Marcel, Albert Camus, Francis Jeanson… y Simone de Beauvoir. En julio de 1948, los hiperiones lanzaron su grito de batalla en una serie de conferencias celebradas en el Instituto Francés de América Latina (que todavía se ubica en la calle Río Nazas 43). Anunciaron allí que su propósito ultimo no era importar los aparatos teóricos de Francia con mansedumbre de colonizado. Su acto no sería de imitación, sino de apropiación y de expolio. Querían ocuparse de los problemas más inmediatos de México y construir una moral acorde con nuestras circunstancias. Ricardo Guerra fue el único que mencionó a Beauvoir: “¿Falta a la verdad o exagera Mlle. de Beauvoir cuando afirma que ‘la doctrina existencialista… no solo permite la elaboración de una moral, sino que aun aparece como la única filosofía que puede establecer una moral’?” Más adelante, Guerra asegura que el último libro de Beauvoir, Pour une moral de l’ambiguité (1947), es un libro “con propósitos de divulgación”. De este modo le regateaba a Beauvoir su originalidad como pensadora. Es una pena que los caminos de Uranga y de Simone de Beauvoir no se hayan cruzado en estas fechas. En mayo de 1948 (es decir, justo antes de las conferencias del IFAL), Beauvoir estuvo en nuestro

país en viaje de placer, acompañada de un nuevo y apasionado amor: el narrador estadunidense Nelson Algren. La pareja se desplazó de la península de Yucatán a la Ciudad de México prácticamente de incógnito. Nadie se enteró de su presencia ni ella hizo por inmiscuirse en los círculos intelectuales. Tanto Emilio Uranga como la ya entonces poeta y feminista Rosario Castellanos bien pudieron rozar hombros con Simone de Beauvoir en la Alameda o compartir butaca en el cine Ópera. “Esperaba poco de México”, escribió Beauvoir a Sartre. “Es mejor de lo que creía”. ¿Por qué Uranga no se leyó, fascinado, Pour une moral de l’ambiguité? Allí Beauvoir arguye, entre otras cosas, que debemos aprender a lidiar con la incertidumbre de una existencia siempre movediza y contingente. Esa es la única solución posible al conflicto de la libertad. Sartre había prometido una segunda parte de El ser y la nada en que abordaría temas morales, pero no había el menor indicio de que fuese a aparecer pronto. Beauvoir hubiese sido la escala más lógica en el itinerario de Uranga; le habría dado varias pistas sobre cómo urdir una moral de la contingencia y cómo pensar la libertad en términos no conflictivos (“quererse libre es querer que los otros también sean libres”). De haber tomado en serio a Simone de Beauvoir, la “filosofía de lo mexicano” hubiese continuado por otro derrotero. Aquí me tengo que desdecir. Por

lo menos un hiperión sí leyó concienzudamente Pour une moral de l’ambiguité. En el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, custodiadas por el doctor Miguel Gama, reposan las notas manuscritas que preparó Luis Villoro para un curso de 1950 sobre el “existencialismo cristiano”. Beauvoir, evidentemente, no llegó a formar parte del programa. Villoro se guardó sus impresiones para sí. Las huellas de Beauvoir son tenues, casi invisibles. El 18 de febrero de 1949, Uranga adquirió una novela de Beauvoir, Le sang des autres (1945), que ya iba en su trigésimo primera edición. No sabemos si Uranga llegó a leerla (no hay ninguna frase subrayada). Más tarde en ese mismo año, la prensa nacional tomó nota de la publicación de Le Deuxième Sexe. Seguramente fue un hiperión —acaso Luis Villoro— el que tradujo para Novedades una extensa reseña de Emile Noulet (noviembre de 1950). Ese fue todo el acuse de recibo. Ninguna discusión, ningún aplauso, ningún vapuleo. Les bouches inutiles (Las bocas inútiles, 1945), la única obra de teatro escrita por Simone de Beauvoir, tampoco pasó completamente desapercibida. Rodolfo Usigli se refiere a ella en un quejoso artículo de octubre de 1950.

Arriba: con Jean-Paul Sartre en Pekín (1955). Abajo: en su estudio en París (1945).

En mayo de 1948, estuvo en viaje de placer, acompañada de un nuevo y apasionado amor

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José Aceves, quien ya había obtenido pingües ganancias con el teatro existencialista, la tradujo en diciembre de 1950 con la intención —a la postre frustrada— de llevarla a escena en el Caracol de la calle de Cuba. Se estrenó, en su lugar, El niño y la niebla, de Rodolfo Usigli, con un éxito arrollador. Más de 400 representaciones. Se trataba, dijo la prensa, de un milagro nunca antes visto en México. Tanto ruido llamó la atención de Manolo Fábregas, uno de los grandes de la industria. Hacia 1950 declaró que estaba interesado en Las bocas inútiles. Sin embargo, misteriosamente, no volvió a tocar el tema. En 1951 la editorial Latina publicó la traducción de Álvaro Arauz. “¿Por qué se ocupará Álvaro Arauz de tantas cosas inútiles?”, se cuestionó el periodista Julián Martí. En cambio, Miguel Guardia, crítico teatral muy cercano a los hiperiones, leyó la traducción y quedó gratamente sorprendido. “La obra que nos ocupa sostiene una calidad de legítimo teatro, sin truculencias ni situaciones traídas de los cabellos. En resumen, una obra de muchos atractivos” (México en la Cultura, 13 de mayo de 1951). Las bocas inútiles, dicho sea de paso, son aquellas personas desvalidas que ingieren los alimentos que otros producen. Son ese lastre del que prescinde la sociedad en los momentos críticos. La historia de Simone de Beauvoir en México está aún por escribirse. Es una historia de viajes clandestinos, de citas truncas, de anotaciones íntimas en las hojas de un cuaderno, de proyectos suspensos en el aire. Tendremos que esperar a la década de 1960 y 1970 para ver a Simone de Beauvoir deambular a sus anchas por los escritos de Rosario Castellanos. Hoy en día es una habitué de las pláticas académicas y extracadémicas. Se deja sentir incluso en las stories de Belinda. En medio del escándalo por su ruptura amorosa con Christian Nodal, la cantante sacó a relucir su estirpe existencialista publicando en sus redes sociales un pasaje de El segundo sexo (pp. 724-725 de la edición de Cátedra): “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”. Todos en México seguimos soñando con ese luminoso día.

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*Maestro en Filosofía por la UNAM y por la Universidad de Barcelona. Autor, entre otros libros, de La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018). Editor y compilador del libro La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde (Bonilla Artigas, 2021).


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LITERATURA

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ENSAYO

Los reaccionarios que al fin son mexicanos Hijo de tigre revalora la carrera política de quien la historia no ha dudado en calificar de traidor VICENTE QUIRARTE FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

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os condenados puede ser una definición impecable para los que se han atrevido a ir en contra de la corriente, es decir, quienes han manifestado su voluntad de amar a la tierra que les dio su primer nacimiento desde su personal manera de apreciarlo. En México tenemos la tendencia a considerar traidores a aquellos que no ganaron. No existe una calle Antonio López de Santa Anna ni un monumento a la memoria de los vencidos. Carecemos de la galantería de quienes construyen un parque y una escultura consagrada a la memoria viva del general sureño Robert E. Lee en la ciudad de Dallas. Cada año, en torno del monumento tiene lugar un concierto que enciende la sangre del príncipe feliz que es para siempre el general vencido. A su lado cabalga un edecán que representa a la juventud que creyó en la causa llevada por el viento huracanado de la Unión industrializada y avasallante. “Perdiste, muchacho. Eso no quiere decir que deba gustarte”, dice al joven Indiana Jones uno de los múltiples enemigos afanados en impedir las victorias del tozudo arqueólogo. Mario Heredia ha tenido la habilidad y el valor para hacer una novela sobre Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de José María Morelos y Pavón. El linaje paterno obligó a que los pasos del hijo fueran medidos con base en la cauda del genio de la insurgencia, quien humildemente ostentaba el orgullo de nombrarse Siervo de la Nación. Condenado por su país, que no concebía un indígena michoacano, hijo de prócer, como defensor de principios monárquicos; general brigadier a los doce años, adolescente educado en las mejores escuelas extranjeras, bisoño diplomático del gobierno independiente, la vida de Juan Nepomuceno Almonte (1802-1869) se desarrolló en la etapa decisiva de la integración de nuestra república. Contradictorio y antitético, inasible y escurridizo, Almonte no había recibido la reivindicación de otras figuras oscurecidas por la historia de

Juan Nepomuceno Almonte, hijo de José María Morelos y Pavón.

los vencedores, como Lucas Alamán o José María Gutiérrez de Estrada, como lo hizo el historiador José C. Valadés. En las páginas de su libro Juárez, su obra y su tiempo, Justo Sierra traza el siguiente retrato: “Almonte no era un hombre de resentimiento y ambición, era un político. Nacido de las entrañas mismas de la insurgencia, su origen sacrílego y heroico al mismo tiempo le obligó, en cuanto la Independencia fue un hecho consumado y llegó en él la plenitud de la razón, a afiliarse en el partido reformista o yorkino. Jacobino primero, moderado luego, acomodaticio siempre, no representaba en el neomonarquismo más que a sí mismo”. Lo anterior explica la condena unánime sufrida por Almonte cuando en 1862 las escuadras de la Triple Alianza desembarcaron en Veracruz, con objeto de hacer efectivas sus reclamaciones. Para las más altas figuras del liberalismo y para el último de los habitantes que sentía correr por sus venas sangre de nación soberana, Almonte personificaba la traición y la conveniencia. El jefe de la armada inglesa se escandalizó ante las consideraciones brindadas a Almonte, quien se apoyaba en reaccionarios de triste fama como Leonardo Márquez y José

María Cobos, enemigos del gobierno legalmente constituido; desde la trinchera del periódico La Orquesta, el grafito impecable e implacable de Constantino Escalante hizo de Almonte sujeto de sus litografías; Guillermo Prieto convocó a la musa callejera para satirizar las pretensiones aristocráticas de la llamada por el liberalismo “chusma de levita”. La “Marcha a Juan Pamuceno” es una síntesis de lo que el imaginario liberal opinaba sobre la biografía del hijo de Morelos: “El tata cura que te dio vida/ murió enseñando la libertá/ que era insurgente muy decedida/ y que fue coco del majestá./ Corriendo el tiempo creció el pitoncle/ se puso fraque, comió bestec,/ indio ladino, vende a tu patria/ y güiri, güiri con el francés”. Esto es lo que sabemos de Juan Nepomuceno Almonte. Mario Heredia emprende una vigorosa, verosímil y erudita reconstrucción de los días y los años de un distinguido general que tiene todo en su contra pero que en su tiempo gozó de honores, simpatías y logros de nacionales y extranjeros. Hace un par de años éramos jurados del Premio Xavier Villaurrutia. En una de las sesiones de trabajo acordamos señalar cinco finalistas para sobre ellos establecer una discusión final. El siempre sabio y generoso Felipe Garrido resaltó la escritura de Mario Heredia,

a quien yo había hecho a un lado por ese defecto que nos hace pensar que nuestros amigos por serlo tienen la obligación de ser inteligentes y no deben de darnos sorpresas. Felipe me hizo notar la precisión y la densidad de los cuentos contenidos en el libro La geometría absoluta de Heredia. Sus palabras fueron, si la memoria no me falla: “Este autor va a lo suyo, sin engaños ni rebuscamientos inútiles”. El ganador de esa edición del premio fue Enrique Serna, pero no dejamos de reconocer la importancia de una prosa que, si bien no se había puesto bajo los reflectores de la crítica más especializada, demostraba con hechos contundentes la indudable autoridad y peso de cada palabra contenida en el libro de relatos. Ahora Mario nos sorprende con una novela histórica, y digo nos sorprende porque en ella palpitan las mejores virtudes del género: el apego al contexto histórico y la ficción, ambas encarriladas en su respectivo trayecto y ambas haciendo su propia labor. Hijo de tigre (Grijalbo, México, 2022) es una obra sabia desde el momento en que su autor no se siente tributario de la historia pero sí la respeta. Un par de ejemplos: Heredia acude a las cartas apócrifas y de tal manera adquiere peso inusitado una carta del adulto Narciso Mendoza, mejor conocido por el niño artillero de Cuautla, o aquella donde el propio Almonte se dirige a Benito Juárez para exponerle su particular visión de México. Otro argumento en favor de la novela de Mario es que su personaje no está cubierto por el aura impecable e intocable de los héroes. Como advierte Georg Lukács, un personaje histórico que actúa en el cuerpo de la ficción abandona el terreno de la historia para entrar de lleno en el terreno de la imaginación. “Los reaccionarios que al fin son mexicanos” es una frase atribuida a Benito Juárez, que alude y sintetiza claramente la actitud de quienes creyeron en la patria desde su particular punto de vista. Mario Heredia tiene la sabiduría y la diligencia necesarias para hacer respirar, actuar y caminar a uno de los protagonistas más importantes del tiempo mexicano en el siglo XIX.

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Y, además, en nuestra edición digital: José de la Colina: La aparición del cáncer • Ángel Soto: El testimonio de Pablo Reinah • Adriana Cortés Koloffon: El oscuro hermano gemelo de Sergio Pitol • Jorge Esquinca: Los perros de Pompeya • Gabriel Rodríguez Liceaga: Sombras huérfanas • Álvaro Ruiz Rodilla: Medio siglo de poesía de José Emilio Pacheco • Alberto Blanco: Meditaciones: País • Homenaje de sus alumnos a Dolores Castro


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NARRATIVA, ENSAYO Bajar es lo peor

GRM Brainfuck

A FUEGO LENTO El libro negro de las horas

¡Ahí viene el marihuano! México, 2021

Mariana Enríquez Anagrama España, 2022 240 páginas

Sibylle Berg Alianza México, 2021 528 páginas

Eva G. Sáenz de Urturi Planeta México, 2022 377 páginas

El lector está frente a una novela de culto, publicada en 1995, cuando su autora tenía 21 años. El argumento transcurre en el Buenos Aires nocturno de la década de 1990 de la mano de dos personajes: un joven de refulgente belleza que se mueve en el bajo mundo de la prostitución y un chico perseguido por macabras alucinaciones. Gran rescate.

Esta novela ha sido considerada una “bomba literaria” equivalente a American Psycho y El club de la pelea. El siguiente comentario refuerza la opinión: “Michel Houellebecq es un adorable muchachito del coro al lado de Sibylle Berg”. La novela se centra en cuatro jóvenes a quienes la sociedad ha truncado sus ambiciones.

El título proviene del misterioso protagonista de esta novela: una joya bibliográfica de incalculable valor que está en la mira de una banda criminal. La trama se mueve alrededor de los empeños del exinspector Kraken en los círculos cultos de Madrid y recala en su madre, quien aparentemente murió hace cuarenta años.

El peligro de estar cuerda

Un mar de esperanza

El psicoanálisis, en el siglo XXI

Rosa Montero Seix Barral México, 2022 358 páginas

Andrea Sáenz-Arroyo Taurus México, 2022 204 páginas

Miller, Solano-Suárez, Viganó (eds.) Ned España, 2022 160 páginas

Genialidad y locura conviven en este volumen de estirpe autobiográfica. La escritora española repasa algunos hechos de su vida, y la de un sinfín de artistas, para plantear la relación entre “la creatividad y cierta extravagancia”. En otras palabras: ¿un artista es más proclive al desequilibrio mental, a episodios alucinatorios o adictivos?

Concebido como un homenaje a los esfuerzos ciudadanos por crear un planeta sostenible, este libro se inscribe dentro de la corriente científica con rostro esperanzador. La autora, bióloga marina, parte de sus vivencias en algunas comunidades pesqueras de Baja California para de ahí emprender una travesía por Islandia, Dinamarca, Galicia...

Para Ana Viganó, la verdadera aportación de Sigmund Freud no fue el psicoanálisis per se sino la creación de la figura del psicoanalista. Se ocupó “de ese extraño parásito que es la lengua para los seres humanos y de sus efectos mortificantes y vivificantes”. La evolución del psicoanálisis se debió en gran medida a Jacques Lacan.

El placer de leer www.librotea.com

Guerrero sobrenatural ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

N

unca es tarde para abandonar la ciudad, aunque sea por una temporada, y dirigir la vista hacia esas tierras que ya comienzan a tomar la forma de un ruidoso cementerio. No importa si lo que vemos en ese más allá resulta igualmente fantasmal o aterrador. Hay que perder el centro, como sugieren los cuentos reunidos en ¡Ahí viene el marihuano! (Pungarihuato Editorial). Noé Israel Borja solo tiene ojos para el estado de Guerrero y para esos seres que parecen venidos de otro mundo… o de un mundo en el que no hay otra ceremonia que la de contar a los muertos. Aunque concentrada en los hechos que alimentan a la nota roja, su visión es capaz de superar con creces el mero registro de la violencia convertida en prescripción social. Es cierto, ahí concurren la “mafia”, los “armados”, las procesiones de camionetas con vidrios polarizados, la maña alebrestada y envalentonada a punta de alcohol y cocaína, los “levantados” y desaparecidos, pero, sobre todo, ahí está un sentido transfigurador, no restaurador ni con ánimo curativo, de esa realidad exasperante. La clave está en la creación de atmósferas espectrales, pero no menos cercanas a nuestros temores cotidianos, cuyos elementos cruzan por encima o atraviesan la trama hasta borrar la frontera entre lo natural y lo sobrenatural. Pienso, por ejemplo, en el magnífico relato “Caballos locos”, una escenificación del terror que se manifiesta en la vuelta al estado salvaje de cinco caballos que roban el sueño de los habitantes de un pueblo tras perder a sus jinetes; o en “Chaneques”, en cuyos horizontes prosperan esos demonios “pequeños y envejecidos, a imagen humana”, capaces de precipitar la ruina de cualquier desventurado. Una intuición sobrevive de la lectura de ¡Ahí viene el marihuano!: es posible trabajar el documento noticioso —es decir, las masacres ejecutadas a ritmo de tambora, las normas impuestas por el narcotráfico, la estulticia policiaca— como si fuera un relato imaginario, como si estuviera en juego la verosimilitud más que la verdad. Así nos libraríamos de todos esos libros tonificantes o regañones, ahora tan en boga. Descentrarse, descolocarse, andar de revés: no son otras las lecciones de ¡Ahí viene el marihuano!

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

9 DE ABRIL 2022

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TOSCANADAS

El cobarde del condado DAVID TOSCANA

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engo la gran fortuna de padecer el síndrome de Goldberg-Bach, por lo que no me comunico con las imágenes en movimiento, y así el cine es para mí tan interesante como aquellas barras que aparecían en los televisores para ajustar el color. Por lo mismo, los dos eventos más sosos del año me parecen Le concours annuel de toilettage de chiens pékinois y la ceremonia de entrega de los óscares. Y así como quizás usted no sepa cómo se llama el perrito mejor peinado, yo no estoy enterado de quiénes ganan los óscares. Pero leyendo prensa me resultó imposible no enterarme de que uno de los participantes le dio una bofetada a otro por burlarse de la mujer. Ni veo cine, ni tengo televisión, ni llevo contacto con redes sociales, en cambio soy lector de clásicos; en consecuencia me mantengo en un cosmos al que le cuesta trabajo relacionarse con el presente.

Quizá por eso, lo primero que pensé fue: “¿Bofetada? ¿No se dan los hombres puñetazos?”. Eso se aprendía desde niño. Si anda uno de bocasuelta le rompen la boca. Si no hay derecho de partirle el hocico a alguien, entonces campean los hocicones. El automovilista goza de tradición de insultador porque tiene el anonimato del coche y la posibilidad de fuga. En cambio el peatón insultador sabe a qué atenerse. Hace tiempo en Nuevo Laredo, fui con un amigo a la lucha libre. El amigo llevaba buen rato injuriando a cierto luchador, hasta que éste pidió un receso al réferi. Bajó del cuadrilátero, fue adonde mi amigo y le atizó un buen derechazo. No menciono el nombre del luchador, pues aquello que celebró todo el público, hoy sería motivo de censura. Mi amigo en ningún momento se sintió víctima. “Me lo gané a pulso”, dijo. Y terminamos de ver la lucha. En la novela del siglo diecinueve, sí

operaba la bofetada, pero como prólogo para retar a un duelo. Turguéniev, que fue retado a duelo por el mismo Tolstói, tiene varios de estos desafíos en sus novelas. Lo mismo Pushkin, que terminó muerto en un duelo por la honra de su amada. Duelos aparecen en Tolstói, Chéjov, Kuprin, Lermontov, Artisibáchev. También abundan en la literatura francesa, además de otras letras europeas. Y ni se diga de las aventuras de capa y espada, sobre todo en España. La lista es larga. Si el cine y los cineastas y los espectadores de cine quieren ese mundo guango, con su pan se lo coman. La pena es que películas y series, junto con la propia industria del cine, son los tutores de nuestros días, y sus olas han llegado a la literatura. Por eso, antes que una novela viril que nos dé puñetazos, la mayor parte de los pocos lectores contemporáneos optan por esas novelitas rebajadas con agua y dos terrones de azúcar que, según dicen, nos hacen mejores personas.

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BICHOS Y PARIENTES

La opinión del cíclope

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no pensaría que los griegos fueron, por la naturaleza de su democracia, mucho más partidarios del individuo como elemento original de la colectividad. Pero es al revés. La democracia griega no comienza como un pacto entre personas sino como una afirmación de una cierta forma de la igualdad, con sus restricciones muy severas (por más que Aristófanes se burle de ellas), y de la colectividad como origen y sentido de su vida política. El teatro griego, contrariamente a la intuición, comienza con cantos corales; del coro emerge una voz solista (el corifeo) y solo hasta Esquilo aparece el personaje con nombre propio. Mucho antes, Homero, en la Odisea hace ver que los cíclopes son bárbaros porque no tienen “asambleas deliberativas”. En origen, pues, los verdaderos individualistas, los que habitan el mundo conforme a su propio arbitrio y fuerzas, son los salvajes cíclopes. Tienen solo un ojo y una sola opinión. Quizá podríamos ver en las acusaciones contra Sócrates algunos (¿quizá últimos?) resabios de una sociedad que todavía quiso imponer su voluntad comunitaria, antes que su valor de individuos. Las acusaciones apuntan en ese sentido: introducción de dioses nuevos (cosa que rompe la cohesión social) y pervierte a los jóvenes. Sócrates enseña soberbia a los jóvenes que, atendiendo exclusivamente a su razonamiento, se vuelven despectivos con la autoridad y el orden social: han dejado de obedecer a los viejos para acatar su propia cabeza. La lógica pura y dura conduce a un ciudadano a una

JULIO HUBARD GRABADO AUTOR ANÓNIMO

posición sin circunstancias, una pura mente, unos asertos que valen sin importar quién los haya dicho. Por supuesto que la organización que privilegia al grupo no era enemiga de la lógica, así como tampoco habita el desprecio a la comunidad en el pensamiento logicista. La diferencia es cultural. Antes de Sócrates privaban las formas comunitarias, pero deliberativas. Hay dos características que dan pie a lo que luego llamamos democracia ateniense. En Mito y tragedia en la Grecia antigua, Jean-Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet indagan los

Los atenienses no pagaban a los sofistas por la verdad sino por la elocuencia

modos en que los jóvenes se transforman en hoplitas; es decir, en poseedores de un escudo y, por tanto, en ciudadanos con voto y participación en las asambleas, hombres maduros, cuya obligación era decidir la conducción de las cosas públicas. En sus principios, estas formas democráticas eran muy reacias a la formación de Estados; de hecho —dijo Ortega y Gasset—, el Estado griego se armaba y desarmaba según necesidad: la guerra necesita caudillos y orden de mando; la paz, no. Además de las destrezas guerreras, un joven puede pasar a ser hoplita, ciudadano en igualdad, con dos recursos del habla: ganar un debate a otro hoplita, o venderle algo que no necesitara. Es la capacidad de convencer: quien convence, tiene capacidad de hablar y de transformar el pensamiento de otro, por vía de la elocuencia, aunque esa capacidad

Disolución de la Asamblea Nacional Constituyente en Francia, el 30 de septiembre de 1791.

estuviera teñida por alguna forma del engaño; no la mentira sino el arte o talento de convencer a alguien de adquirir algo superfluo o cambiar de ideas. Y señalan Vernant y VidalNaquet que el mismo vocabulario de engaño, finta y estratagema militares es el que “se utiliza para caracterizar a los sofistas”. Esto añade un costado que olvidan o pierden los historiadores de la filosofía, hijos todos de Sócrates y su vehemencia por la verdad: los atenienses no pagaban a los sofistas por la verdad sino por la elocuencia, el poder suasorio, las artes de convencer. Esta idea jamás debió dejarse de lado al pensar las democracias. Prácticamente todas las modernas incurren en la ingenuidad de que existe quien quiere el poder y, a la vez, dice la verdad de modo candoroso. Especie no solo extinta sino digna de eso que llaman criptozoología. En todo caso, ese grupo reducido de hombres maduros, capaces de razonamiento hablado, poder de convencimiento y conocimiento de las armas, que compone la primigenia democracia, tenía dos objetivos comunitarios, irrenunciables ante ningún individuo. Dos igualdades: la isonomía y la isegoría: igualdad ante (y bajo) la ley, e igual derecho y obligación de hablar en ese grupo y ante la ciudad... Cada vez que los atenienses permitieron que la asamblea de ciudadanos quedara en manos de un gobernante que secuestraba la isegoría e imponía su voluntad a la asamblea deliberativa, terminaron destruyendo su democracia. La repararon, algunas veces, pero al final quedaron como sirvientes de los ególatras que, en vez de dialogar, dictaron.

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