Laberinto No.984 (23/04/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENTREVISTA

FERNANDO ZAMORA

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

Una discípula de Dziga Vértov

Fernando Savater: leer en libertad Foto: Forastero

SÁBADO 23 DE ABRIL DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 984

Celebración del libro y el placer de la lectura Roberto Pliego/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK

Foto: EFE


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ANTESALA

23 DE ABRIL 2022

EN EL BANQUILLO

Actos

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TEDI LÓPEZ MILLS

egún Natalia Ginzburg los personajes se construyen con “detalles morales y una pequeña historia”. Lentamente, quizá, y con episodios inconexos, como si hubiera lagunas en la visión retrospectiva, imágenes borrosas, incertidumbre acerca de quién estuvo o quién no quiso figurar en el fragmento de ese día, cuando las montañas en la franja del horizonte se despejaron en el último minuto bajo el sol y una ladera se fue quebrando tres, cuatro, cinco veces hasta que dijiste “¡basta!” y barrí el polvo que se había metido en el cuarto y te limpié la cara con un pañuelo húmedo y me puse en tu lugar para que dejaras de moverte y no transcurriera el tiempo, al menos en tu cuerpo. O esa tarde, en el Canto VII de mi Comedia apócrifa, cuando nos equivocamos de rumbo y llegamos a una reja y detrás había un cerdo tumbado en el pasto, gruñendo, inmóvil en su propia grasa, y te sugerí que tocáramos el timbre para indagar, pero teníamos prisa: “cerdo lerdo” me comentaste, y pensé en los dueños, los cuchillos, las prebendas, y media cuadra después nos topamos con una mujer que había sido tu novia y se abrazaron y no entendí el entusiasmo y lo interpreté en mi contra por ocio o atavismo. Sin duda, el principio de realidad se ha ido haciendo tenue. Si yo soy tú y soy él y soy ella y nosotros somos ellos no hay por qué incluir a alguien más en el reparto. El problema estriba en el contenido: ya nada es de veras necesario porque desapareció el centro y en vez de dos corazones ahora solo existe uno. El riesgo resulta enorme: la locura en los atributos de la sangre o la inconsistencia en los ritmos o la ausencia de analogías o la persistencia de los objetos sin dueño en un escritorio, en un lavabo, en un perchero. Seguimos esperando a tu fantasma en la mecedora. Somos tantos aquí adentro y ninguno alza la voz o revela una sombra dispar o mueve fichas para proponer alguna alternativa. “Mírame llegando, mírate llegando, ambos a buen puerto”. Algo dulce, estremecedor, aunque definitivamente ridículo. Te veo de perfil en una foto; la luz te cae encima como un lienzo de bordes irregulares: la mortaja de una reliquia de una piedra de un monasterio sin fecha. Me disperso en tu cabeza y me otorgo tu vida interior. La felicidad o la infelicidad —también según Ginzburg— nos lleva a escribir de cierto modo: “cuando somos felices, nuestra fantasía tiene más fuerza; cuando somos infelices, nuestra memoria actúa entonces con más brío”. Por un lado, alas y, por el otro, ímpetu. Calculo la distancia entre el pasado y el presente. Nunca es la misma. O se parece al Aleph de Borges: “uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”. Puedo suponer que la memoria es una esfera de cristal traslúcido que guardo en una caja mientras decido a quién le corresponden los recuerdos. O que en una esquina remota hay un poste y más allá un trozo de mar y estás en una barca remando y yo agito desde mi costa estrecha una bandera blanca o un sombrero. Casi como lo hice ayer.

En una esquina remota hay un poste y más allá un trozo de mar y estás en una barca

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De jueves a domingo. Dirección: Dominga Sotomayor. Chile, 2012.

HOMBRE DE CELULOIDE

La sensualidad de crecer

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FORASTERO

l cine nació marcado por dos espíritus que se complementan. Por una parte, está el cine que busca divertir y endulzar la realidad; por otra, el cine que enfrenta a la vida cotidiana, que la mira de frente. De entre estos últimos, los más radicales se aferran a las propuestas del soviético Dziga Vértov, quien veía en el guion, en los actores profesionales y, en suma, en todo aquello que pudiese interrumpir la relación entre ojo, cámara y mundo real, como artificios deshonrosos para un arte destinado históricamente a despertar la conciencia social. Con moderación, la chilena Dominga Sotomayor hace suyos los postulados de Vértov y ha filmado una obra que puede verse, íntegra, en diversos servicios de streaming. De jueves a domingo, por ejemplo, disponible en Cinepolisklic y en Filminlatino, introduce al espectador en la vida de una niña que, de viaje con sus padres, terminará por despertar a la vida de los adultos. A sus complicadas historias de amor. Hay que advertir, sin embargo, que, si uno no está acostumbrado a la parsimonia del realismo soviético, De jueves a domingo puede resultar infumable. Pero vale la pena el esfuerzo. Entrar en los ojos de esta niña que mira cómo se disuelve su mundo familiar. Desde la primera secuencia, De jueves a

domingo muestra la vocación artesanal de Dominga Sotomayor. Hay una cama y, detrás de ella, un ventanal. Un adulto despierta a la niña. Es el padre. Salen de escena. Pronto los vemos al otro lado del ventanal. Se enciende el auto. Ha comenzado el viaje. La ruptura de la familia de Ana y su hermano no tiene lugar de modo violento; en ello radica lo penetrante de la película. En que vamos entendiendo que la familia se está disolviendo gracias al cine-ojo de esta niña que advierte actitudes, gestos y miradas. Con ella escuchamos las charlas de sus papás y adivinamos que, cuando crezca, terminará por entenderlas del todo. Si uno se fija notará que a menudo la cámara muestra la realidad, como en la primera escena, a través de cristales que brillan o deslumbran. Como si la comunicación entre los protagonistas no pudiese terminar por ser transparente, como si a esta familia le llegara la imagen del otro un poco

Con moderación, la chilena Dominga Sotomayor hace suyos los postulados de Dziga Vértov

deforme. Nosotros también los vemos reflejados en espejos o a través del parabrisas de un auto que se dirige hacia el norte de Chile, hacia un desierto en el cual, con una canción pop, se va a comenzar a desmoronar la infancia de la protagonista. De jueves a domingo es también una reflexión de la misma directora en torno a su niñez. Hija de padres comunistas que durante la dictadura se fueron a vivir a una suerte de comuna jipi, Sotomayor ha construido una obra que reflexiona sobre los principios de Vértov no para hacer la revolución sino para conocerse a sí misma. Durante una escena, Ana y su hermano juegan con un niño francés. El trío se divierte inventando trabalenguas bilingües, correteándose por este paisaje yermo tan propio del norte de Chile y, llegado un momento, rodeado de agua y campo, el muchachito siente curiosidad por los pies de la niña. ¿Vas siempre descalza?, pregunta. Ella responde que sí y con toda simplicidad extiende un pie hacia él. Él lo toca curioso, sin asco. Están duros, comenta. Construida con la contención del cine que proponía Dziga Vértov, esta escena revela la introspección que ha alcanzado esta autora, Dominga Sotomayor, su capacidad para trascender cualquier artificio y, sin embargo, presentar de forma contundente la sensualidad de empezar a crecer.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

Soy la última...

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Utopía contra comedia

GLORIA GERVITZ ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

soy la última en estar con ella

@Sobreperdonar

en asistirla en morirla suéltala —me dicen pero si pudiera le daría mi pulso si pudiera cubriría de flores su espanto si pudiera le pediría a la mismísima tierra que la absuelva y la perdone perdóname tú a mí perdonada. Con este poema recordamos a la autora de Migraciones, descendiente de judíos de Ucrania, quien nació el 29 de marzo de 1943 en la Ciudad de México y murió el pasado 19 de abril.

EX LIBRIS

Ecocidio/ EKO

E

ntre el idealismo filosófico, especialmente el canalizado en la utopía, y el realismo cómico existe una antigua querella. Al igual que otros comediantes de la época, Aristófanes gustaba de utilizar a los filósofos como blanco de sus sátiras. Para los comediantes, la naciente enseñanza filosófica era pomposa e impráctica y podía pervertir la moral y el sentido común e inspirar proyectos políticos desastrosos. Es célebre la caracterización que hace Aristófanes de Sócrates como el extravagante embaucador de Las nubes, mientras que, en Las asambleístas, la comedia que alude a la toma del poder de las mujeres y la comunidad de los bienes, busca ridiculizar algunas de las tesis de La República de Platón. El filósofo retoma la pulla del comediante y utiliza a Aristófanes como uno de los personajes más ordinarios de El banquete; además, en su condena de la poesía, que expresa en La República, censura especialmente la poesía cómica, por su vulgaridad y elogio de los más bajos apetitos. En su libro La crisis de la utopía. Aristófanes contra Platón (FCE, 2019), el filólogo italiano Luciano Canfora estudia la relación entre estas dos figuras. El autor ilustra el contexto (la crisis política y la devastación económica después de la derrota con Esparta, las prácticas de difusión del pensamiento y debate, la competencia por prestigio entre gremios intelectuales) de la rivalidad entre estos dos grandes influencers de la Atenas clásica. Más allá del abrumador despliegue erudito, el libro permite observar las diferencias esenciales, como cosmovisión y método de conocimiento, entre el género utópico y el género cómico. La utopía es un género solemne que aspira al perfeccionamiento del individuo y la vida social y busca cambiar el mundo a partir de premisas más o menos rígidas. La comedia, en cambio, es un género que se solaza en la imperfección y que advierte los límites de la virtud y el progreso. Como señala Canfora, las utopías platónicas no solo eran elaboraciones intelectuales sino propuestas políticas que buscaban materializarse y que alertaban la prudencia de Aristófanes por sus efectos adversos, por su severidad tan opuesta a la naturaleza humana y por su inducción al fanatismo. Por eso, aunque su humor misógino se encuentra hoy completamente desfasado, lo que pretendía Aristófanes en Las asambleístas era exponer los excesos del ánimo racionalista, los modelos inflexibles y la planificación social. La tensión entre utopía y comedia, es decir entre los impulsores de transformaciones definitivas y los escépticos y socarrones, es permanente. Si bien la utopía y la comedia son géneros antípodas, podrían equilibrarse saludablemente: el consumidor de utopías haría bien en sazonarlas con un poco de comedia para relativizar y remozar sus ideales; por su parte, el lector de comedia podría aprender que, a partir del conocimiento y aceptación de la debilidad humana, cierta virtud es deseable y, tal vez, alcanzable.

A partir de la aceptación de la debilidad humana, cierta virtud es deseable

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DE PORTADA

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Este 23 de abril celebramos a ese guardián d y el conocimiento, puerta a una forma de vid

Libros, lectores y placer

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ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK

ay que celebrar el Día Internacional del Libro (y de los Derechos de Autor, como prescribe la Unesco) pero tomándose la cosa con algunas reservas. Hay que celebrar, desde el ala conservadora, la preeminencia del libro en papel. Hay que celebrar al libro como heraldo del conocimiento, de la reflexión, de la incomodidad frente a la estupidez imperante, como estímulo de la conversación. Hay que celebrar al libro que huye de la superficialidad impuesta por los soportes digitales y que se escribe a pesar de las ambiciones monetarias. Hay que celebrar el acto solitario y sacro de la lectura. La celebración, sin embargo, impone un ajuste de cuentas. Por sí mismo, el libro carece de atributos. Es un objeto del mismo talante que una maceta o un perchero. Su gracia, su valía, está en lo que contiene y en lo que sacude nuestra sensibilidad e inteligencia. ¿Celebramos por igual, este 23 de abril, a El monje que vendió su Ferrari que a En busca del tiempo perdido? ¿Los arrebatos dulzones de Deepak Chopra comparten mesa con las amargas distopías de Margaret Atwood? ¿El código Da Vinci baila en la cena de gala con Las edades de Lulú? No celebramos los gustos cómodos de la industria editorial sino al libro que pasa por

encima de ellos, como los albatros indolentes de Baudelaire.

*** Así que de qué se trata en el Día Internacional del Libro. En Cómo leer y por qué, Harold Bloom ofrece una pista: se trata de qué se lee. La lectura como liturgia egoísta y “búsqueda de un placer difícil” desdeña, entre otras minucias, las opiniones de esos fenómenos creados por la industria del espectáculo y sus estrategias publicitarias: los booktubers. ¿Debemos tomar en serio todos esos llamados al entretenimiento gregario y bobalicón? ¿Y qué de los influencers y su credibilidad al servicio del libro como marca perecedera pero, mientras el viento no sople en dirección contraria, rentable o, cuando menos, edificante? Dejando a un lado la lectura obligatoria, muy lejos del placer difícil (la misma que ejercen estudiantes, académicos, secretarios de actas, boticarios, comensales), qué se lee, y, ya vagando por el laberinto, qué conviene recomendar de entre los libros leídos recientemente. Dice David Toscana, Premio Xavier Villaurrutia en 2017 por su novela Olegaroy: “Leo pura cosa vieja, antigua y arcaica, y de eso ahora no tiene mucho caso hablar. Pero entre lo que ha salido recientemente del horno puedo recomendar La forastera, de Olga Merino. Está contada

Por sí mismo, carece de atributos. Su gracia, su valía, está en lo que contiene

con excelente prosa. La historia no marcha con frivolidad española sino con densidad latinoamericana y aromas rulfianos. Tiene que ver con remendar una vida, con el peso del suicidio, con darle nobleza al deterioro”. Bajo esa estrella, la de “pura cosa vieja”, el dramaturgo y director de teatro David Olguín lanza —frente a las prohibiciones impuestas en universidades y academias biempensantes luego de la invasión organizada por Vladimir Putin a Ucrania— este dardo: “¿Y por qué no leer a los rusos? La gran literatura rebasa las mitologías nacionalistas y echa raíces en el profundo testimonio de la experiencia humana. Es lo que encontré en Relatos de Kolymá, de Varlam Shalamov, una vasta obra épica, publicada en seis tomos, que reúne en muy breves relatos la experiencia de uno de los pocos sobrevivientes del gulag —quince años de infierno en lo que él llamó el mundo criminal—. Apenas en 2017, Minúscula terminó de publicarlo en español, y todos los relatos también se encuentran en inglés en dos tomos de la NYRB (2020). Este es un trabajo literario poderoso y conmovedor: un ruso nos cimbra por lo que somos capaces de hacernos los unos a los otros”. La novedad parece una compañera incómoda de los buenos lectores. Emiliano Monge, a quien debemos la autopsia familiar de los orígenes del narcotráfico en México por su novela No contar todo, sugiere: “Sin dudarlo, recomiendo


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de la imaginación da irrenunciable

res difíciles Huéspedes de la nación, el volumen de relatos de Frank O’Connor que acaba de recuperar la editorial La navaja y que deja en claro que mucho de lo que en el siglo XX parecía innovación ya lo había sembrado este escritor irlandés, que tanto marcó a Joyce y al que tantos expoliaron a manos llenas. Había leído que era el Chéjov de las islas, y no quería creerlo. Pero ahora creo que Chéjov es el O’Connor del Este”. Pero dónde queda el ámbito mexicano. Ana Clavel, autora, entre otras novelas, de Breve tratado del corazón, añade: “La vida endeble, de Mauricio Carrera, es mi libro preferido de los tiempos recientes: una novela certeramente urdida y con una mirada que sabe entramar la complejidad de sus personajes y dotarlos de profundidad y ligereza a la vez, sobre todo cuando son figuras reconocibles de la literatura, el periodismo y las artes. Por si esto no fuera poco, La vida endeble es asimismo una vuelta de tuerca metaliteraria, la idea de que la literatura no solo es reflejo de la vida, sino que la vida parece empecinada en escribirse como una novela”. Volviendo a Harold Bloom, nada más ajeno a los placeres difíciles que la lectura instructiva, con el propósito de mejorar a los individuos o de alcanzar la bienaventuranza social. Leemos porque somos egoístas y bajo la amenaza de que “la pérdida de la ironía es la muerte de la lectura y de lo que nuestras naturalezas tienen de civilizado”.

*** El Día Internacional del Libro puede servir de ocasión para valorar a los lectores que arriesgaron su vida — no es una exageración— por la lectura de un libro venenoso o proscrito. En Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices, Ricardo Piglia rememora un episodio aterrador durante su estancia en La Habana en los primeros días de 1968. Después de un encuentro con Virgilio Piñera (aún no se avistaban su condena y su autocrítica a la manera de los juicios estalinistas), Piglia visita la Casa de las Américas con la provocadora intención de solicitar un ejemplar del libro de cuentos Así en la paz como en la guerra, de Guillermo Cabrera Infante, editado por la Revolución pero oculto “en las entrañas de la tierra”. Luego de recibir la mirada reprobatoria del empleado, Piglia se dirige a la biblioteca y descubre “un cuaderno colgado de un armario con lápiz incluido". No era un cuaderno de visitas; era el registro de los nombres y apellidos de quienes acudían hasta ahí para leer Tres tristes tigres, prohibida por el gobierno castrista. Piglia remata: “Muchos lectores corrieron el riesgo de dar la cara para poder leer una novela que admiraban”.

*** Así como el temperamento de un lector puede adivinarse por los habitantes de su biblioteca, el compromiso de un Estado hacia la cultura —no entendida como la apología del mole poblano y el rebozo— podría medirse

por la buena salud de las bibliotecas públicas. Una biblioteca funcional debería amalgamar las tareas de conservación y difusión del saber —técnico, científico, humanístico…—, discusión de las ideas, creación de espacios comunitarios donde prospere el arte de la conversación, organización de un acervo en el que convivan el pasado y el presente, y, sobre todo, combate a la banalización impuesta por las redes sociales. Una biblioteca debe hospedar libros, no computadoras. Es posible sospechar que los bajos índices de lectura en México son, en buena medida, consecuencia del pobre estado de las bibliotecas públicas. Según cifras de la Secretaría de Cultura, existen 7 mil 413 bibliotecas en 2 mil 282 municipios —93.2 por ciento del total— que prestan anualmente servicios a 30 millones de usuarios. ¿Por qué tales números festivos no arrojan sino desazón? Una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía publicada en abril de 2021 establecía que, en términos individuales, los adultos con algún grado escolar leyeron 3.7 libros en los últimos doce meses. Nada semejante al tiempo dedicado a la televisión o a observar alternativas digitales. Lo que tampoco llamaba a sorpresa era la preferencia de los lectores por el libro impreso: 70 por ciento prefiere el papel. No está dicho que la biblioteca ideal tenga la vocación infinita de la que Borges imaginó en Babel o exhiba la fría utilidad de las vastas bibliotecas digitales. Esa biblioteca contendría solo aquellos libros impermeables a la moda y al parloteo militante, escritos a pesar de los directores de marketing de los consorcios editoriales, bellamente ilustrados o confeccionados, tan abiertos a la vida como a su arbitraria conclusión, amigos de la morosidad, el esfuerzo, la inteligencia, la pasión.

La llamada “democratización de la cultura” está en las antípodas de la cultura libresca

*** La llamada “democratización de la cultura” está en las antípodas de la cultura libresca. De hecho, es enemiga del libro y, más aún, responsable del deterioro educativo. Ya que privilegia el amontonamiento por encima del análisis y la reflexión, juzgando que solo se trata de engullir informa-

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ción que puede intercambiarse fácilmente por otra, se aviene de maravilla a la lógica de los dispositivos electrónicos. La consigna de que la formación de nuevos lectores depende de la posesión de una computadora es tan demagógica como la superchería de que basta con un cuaderno y un lápiz para aprender a escribir. El fabuloso instrumento en que se ha convertido internet ha extendido una creencia de alcances mágicos: al representar la infinitud y la posibilidad de acceder a la totalidad del mundo conocido, y de paso anunciar que no es necesario demorarse para adquirir conocimientos —nada más que brochazos en una superficie porosa—, desacredita la naturaleza pausada, a ritmo semilento, que invita a volver una y otra vez sobre los pasos ya leídos, del libro. Internet es solo una herramienta. El Grial está en otra parte. A la democratización de la cultura le debemos que ahora cualquiera pueda escribir, es decir redactar, un libro. Ya no parece un asunto de profundidad intelectual y disciplina sino de ganas de hacerlo y de un taller bien publicitado de escritura creativa. De modo que, de entre los demasiados libros que cobran vida hasta convertir las librerías en bosques impenetrables, y no encantados, cada vez resulta más fatigoso dejarse llevar. Hay que tomar lecciones contra los cantos de sirena. O, en otras palabras, hay que escuchar el llamado de Amos Oz cuando, refiriéndose a la familia judía, y desde una perspectiva laica, sostiene que, a fin de mantenerse como lo que era, “se basó forzosamente en palabras. Y no cualesquiera palabras, sino aquellas que provenían de los libros”.

*** No voy a incurrir en el cliché de llamar a leer un libro, o una muestra significativa o apenas superficial, en este Día Internacional del Libro. Que los funcionarios en turno, con su proverbial enemistad hacia la cultura, se llenen la boca de elogios hacia el libro y a la lectura mientras trabajan en su contra. Mañana será otro día. Y es que, como los ferrocarriles, esas creaturas casi mitológicas que parecían condenadas a la extinción ante el empuje comercial del automóvil y el avión, los libros siguen poblando nuestra vigilia y nuestros sueños.

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PENSAMIENTO

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ENTREVISTA

“Los libros son la base de la libertad” Como si se tratara de un monólogo, Fernando Savater hace el elogio del mágico ritual de la lectura

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os libros son la base de la libertad. Hoy los libros tienen mucha competencia, un montón de pantallas con las que podemos asomarnos a todo tipo de cosas, pero un libro te brinda una experiencia única que te permite comprender con sosiego y te proporciona herramientas para una vida en libertad. Además, el libro te da uno de los grandes descubrimientos para nuestra existencia: leer. Cuando uno entra en el campo de la lectura empieza el mundo maravilloso. Porque entonces comenzamos a relacionar los libros con nuestra biografía y con nuestra sensibilidad. En mi caso, me he fijado sobre todo en libros de literatura y filosofía. Ya sabes que la filosofía ha sido mi esposa y la literatura mi amante y tengo entre mis favoritos a libros de ambas cosas. A mí me han gustado mucho las novelas de aventuras, como La isla del tesoro o Moby Dick. Fui un loco, o lo sigo siendo, de las novelas de Sherlock Holmes. Y en filosofía, los libros de Schopenhauer, los de Nietzsche… y los del filósofo con quien más me identifico: Spinoza. Mi madre fue siempre muy buena lectora y me leía cuentos que yo me aprendía de memoria. Algunos me los repetía muchas veces y luego yo solía coger el libro y hacer como si estuviera leyendo. Recuerdo que los mayores se sorprendían de que a los tres años leyera tan bien. Así, poco a poco, me fui aficionando a la lectura. Empecé con los tebeos [cómics] de la época y luego con libros. Es que cuando yo era niño no había televisión y al cine se iba para el cumpleaños o en alguna ocasión especial. Como a mí no me gustaba el futbol, la lectura fue un refugio desde pequeño. La inmensa mayoría de mis primeros libros me los compró mi madre, pero fue mi padre quien me regaló Platero y yo, el mismo año en que dieron el Nobel a Juan Ramón Jiménez. Años después, para

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

El autor, entre otros libros, de La infancia recuperada y Ética para Amador.

probar mi vocación lectora, que se había convertido en una halagadora leyenda familiar, mi padre me llevó un día a su despacho y me dio a elegir entre dos regalos: mil pesetas, que era una fortuna entonces, o una colección de libros, una enciclopedia estupenda. Reconozco que dudé en mi interior, porque con mil pesetas también podría comprarme libros, tebeos y todos los juguetes imaginables: pero, fiel a lo que se esperaba de mí y a que mi padre no podía equivocarse, opté por la enciclopedia. Con una sonrisa de satisfacción, papá me dijo que, como estaba seguro de cuál iba a ser mi elección, ya me la había comprado.

Yo soy de los que creen que todo libro es, a su modo, mágico. Aún más: considero que en el rito de la lectura siempre hay algo de conjuro y brujería. Y también estoy seguro de la victoria a largo plazo de los libros sobre cualquier otro tipo de armas, porque allí se encierran los materiales más explosivos que el hombre puede fabricar. Explosivos para destruir ciudades o para hacer túneles que nos lleven a la luz. En todo caso, un poder terrible. Algunos entramos un día en los libros como quien entra en una orden religiosa, en una secta o, incluso, en un grupo terrorista. Peor, porque no hay apostasía imaginable: el efecto de los libros solo

se sustituye o se alivia mediante otros libros. Es la única adicción verdadera que conozco, la que no tiene cura posible. Hoy vivimos entre alarmantes estadísticas sobre la decadencia de los libros y exhortaciones enfáticas a la lectura, destinadas casi siempre a los más jóvenes: hay que leer para abrirse al mundo, para hacernos más humanos, para aprender lo desconocido, para aumentar nuestro espíritu crítico, para no dejarnos entontecer por las pantallas, para distinguirnos de los chimpancés, que tanto se nos parecen. Conozco todos los argumentos porque los he utilizado ante públicos diversos porque no suelo negarme cuando me requieren para campañas de promoción de la lectura. Hoy, también, hay quien está contra el libro digital, pero yo digo que no hay que mitificar la idea del libro de papel. Si se lee en otro soporte, en una pantalla, pues no pasa nada. Hay grandes autores de nuestra tradición, como Platón o Séneca, que nunca leyeron libros como los que leemos nosotros: un puñado de páginas de papel. Ellos nunca tuvieron un libro así en sus manos. Tuvieron otra cosa, que era lo que había entonces para transmitir los textos. De modo que si dentro de 100 o 200 años hay otra cosa en la que se lee, las historias estarán ahí. Aunque se lean en una pantalla. No hay que dramatizar. La clave real de garantizar lectores está en no convertir la lectura en una obligación académica. La idea es que el niño y el joven entren por cualquier parte a los libros. La lectura es, ante todo, placer: se contagia, no se impone. Por eso no hay un libro obligatorio para todos. Los libros son, afortunadamente, un muestrario de oportunidades y cada uno tiene que elegir y aprender a buscar lo que quiere. Yo, por ejemplo, ya no digo nunca que un libro es bueno o malo. Simplemente pienso: ¿es o no es para mí?

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Y, además, en nuestra edición digital: Ernesto Lumbreras: Gloria Gervitz, el cuaderno secreto • Héctor González y José Juan de Ávila: Encuesta sobre el libro y la lectura • Ángel Soto: Entrevista con Ariana Harwicz • José Juan de Ávila: Entrevista con Isaac Hernández • Carlos Illades: La izquierda mexicana y Rusia • Carlos Martín Briceño: Insomnios • Gerardo Herrera Corral: Ventana a una nueva física • Roberto Pliego: El sexo de las cigarras


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NARRATIVA, ENSAYO La cofradía de las viudas

Reunión

Soy una tonta por quererte

El naranjo

Mónica Hernández Planeta México, 2022 386 páginas

Natasha Brown Anagrama España, 2022 120 páginas

Camila Sosa Villada Tusquets México, 2022 216 páginas

Carlos Fuentes Alfaguara México, 2022 264 páginas

Una cofradía de viudas de impresores, tan secreta como levantisca, estelariza esta novela ambientada en la Nueva España, cuando la Inquisición perseguía a quienes imprimían y leían aquellos libros que podrían conducir a “la pérdida del alma”. La escenificación es de una factura impecable y la trama avanza con la intensidad de un thriller. Al fondo, como telón histórico, se perfilan las luchas por los favores de la Corona entre el virrey, la Iglesia y los criollos.

Mientras desmonta los mecanismos de una sociedad en apariencia abierta y multirracial pero en la que aún se percibe la sombra del colonialismo, esta novela, que señala el debut de la autora, cuenta la historia de una mujer de raza negra, exitosa y ambiciosa, que se enfrenta a una decisión trascendental cuando una amenaza a su existencia la lleva a un profundo examen de conciencia. El monólogo como recurso estilístico produce un efecto mordaz y, a la vez, catártico.

Las historias de este libro tienen la forma de una galería de personajes estrambóticos y marginales. Encontramos lo mismo a una mujer que se alquila como novia de homosexuales de clóset que a una travesti que tiene un encuentro con Billie Holiday en el Harlem musical o habitantes de la noche empecinados en recibir su merecido. El estilo, de fuertes acentos orales, va de la mano con la exploración de una realidad que corre siempre al filo de la navaja.

Luego de los severos cuestionamientos que Enrique Krauze le hizo, otros críticos, entre los que no faltaron jóvenes arribistas, volvieron una moda de mal gusto descalificar cada libro que Fuentes publicaba. La reedición de este volumen de relatos bien puede ser la piedra de toque para leerlo con una mirada más objetiva. Sus temas—principalmente el encuentro entre México y España— se presentan invariablemente con un giro sorpresivo.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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TOSCANADAS

Dicha ordinaria DAVID TOSCANA

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s famosa la anécdota de Sócrates pasando por un mercado y diciendo: “Cuántas cosas que no necesito”. Proviene de Diógenes Laercio, que lo cuenta escuetamente: “Muchas veces, al contemplar los montones de cosas que se vendían, se decía a sí mismo: ‘¡De cuántas cosas no tengo necesidad!’ ”. Las cosas que se vendían en la Atenas de Pericles eran bastante menos variadas que las que encontramos hoy en cualquier mercado o centro comercial. No solo por todo lo que aún no se había inventado, sino por tantos productos que no podían transportarse de un lado a otro y por la natural falta de inclinación hacia el exceso en lo superfluo. Si bien ellos vendían cosas que hoy no nos hacen mucha falta, como trípodes, triclinios, crateras, coturnos, algún bonito esclavo adolescente, un figurín de Príapo, y broches para sostenerse el quitón o para sacarse los ojos en caso de

CASA DEL LIBRO DE MADRID

descubrir que uno se casó con la madre. Antisocráticamente, cuando visito un mercado mexicano, me digo ¡cuántas cosas que se me antojan! En cambio sí soy socrático en los centros comerciales. Y, aunque parezca raro, también soy muy socrático en las librerías. ¡De cuántos libros no tengo necesidad! En el mercado todo atrae mis ojos, todo quisiera comprar y probar, excepto la achicoria. En la librería hay que hacer una buena rastrillada para echar a un lado el sargazo y dar con un pez fresco y sabroso; además hago rabietas en las librerías, porque voy al estante de la T y nunca hallo mis libros. En una librería me siento como en un mercado en el que casi toda la fruta está podrida y la carne engusanada. La experiencia me desagrada aún más cuando veo que la gente se arracima ahí donde venden golosinas mosqueadas. En los años que llevo viviendo en Madrid, solo una vez visité La Casa del Libro, y salí con las manos vacías. Me

asustó ver la cantidad de alteros que exhibían carne de puerco muy atriquinada. Quizá si me pongo a revisar cada puesto del comercio llegue a encontrar un buen aguacate. Antes de salir, el vendedor me dice: “Ándele, llévese este chabacano, lo elegí para usted entre ochocientos noventainueve que venían en la caja”. Tenía aspecto nada apetecible. Así habrán estado los otros ochocientos noventaiocho, me dije y salí del lugar. Casi todos mis libros llegan por correo ordinario, son libros viejos, algunos felizmente subrayados y anotados, a veces dedicados; provienen de aquel pasado en el que los lectores leían y los editores editaban. Suena el timbre y escucho la voz dulcísima: “¡Soy la cartera!” Ella no protesta por subir los tres pisos; yo bajo para que no lo haga y nos encontramos en el descanso del medio camino. Cuando me entrega el paquete nos sentimos cómplices de una dicha que nunca sabremos compartir.

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BICHOS Y PARIENTES

Costaguana

S

igo a regañadientes los inútilmente intrincados derroteros de la reforma eléctrica y sus tropiezos. Mientras, dentro de la cabeza, alguna de esas voces que hacen la conciencia de uno, repite: “Costaguana...”. Es el país imaginario de Nostromo, la novela que el propio Joseph Conrad llamó: “mi mayor lienzo”. Sucede en una provincia costera, la pequeña Sulaco, bendita y maldita por una mina de plata. Aunque vagamente inspirada en las subversiones e intrigas que independizaron Panamá de Colombia (1903), la novela es de una universalidad latinoamericana hecha de menudencias. Conrad es ese escritor que puede explicar el mundo desde un objeto mostrenco, sin que el lector pierda de foco ni el objeto ni la dinámica del mundo. La mirada más precisa no es esclava de los ojos sino de la libre inteligencia. Es imán y cementerio de cineastas. David Lean, creador de portentos de formato enorme (Lawrence de Arabia, Gandhi...) dedicó los últimos siete años de su vida a preparar una versión cinematográfica. Al conocer el proyecto, Steven Spielberg quiso ser el productor; contrataron a Peter O’Toole y a Marlon Brando para iniciar el rodaje de su Nostromo. Lean murió el mes siguiente, y ya no hubo quien se atreviera. No hay loco que coma lumbre. Ni siquiera Spielberg. Hay por ahí otro intento, de la BBC, pero es basura frente a la novela. Con casi todas las novelas es posible aislar una historia; Conrad no se deja: lo que parece secundario resulta siempre un órgano indispensable. Conrad es escritor de aventuras. Y lo hallamos cerca de Jack London

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

y R. L. Stevenson, Twain, Melville. Pero Italo Calvino lo quiere en el “anaquel de los novelistas analíticos, psicológicos, de los James, los Proust...” (Por qué leer los clásicos, Tusquets). Harold Bloom compara su prosa con la del esteticista Walter Pater y dice algo interesantísimo: que Conrad es la influencia constante en la generación siguiente de escritores: Conrad, sumado con Twain, da a Hemingway; con Henry James, a Fitzgerald, y con Melville, a Faulkner. En el álgebra de las influencias, Conrad es el denominador común. Seguimos sin mitigar el fenómeno

La idea de nación y de patria son el denominador de una batalla que lleva a la derrota cíclica

de Nostromo. Mientras, espero a que llegue mi encargo, para leer la Historia secreta de Costaguana de Juan Gabriel Vásquez, y leo en Wikipedia que su personaje, José Altamirano, acusa a Conrad de haberle “robado su vida”. Le creo. En Sulaco, como sucedía en Colombia y Panamá, convergen personas de todo el mundo y raleas berrendas. Una familia de ingleses, ya nativos, los Gould, cuyo abuelo vino a América para combatir al lado de Bolívar y terminó con el título de concesión de la mina de plata, sin lograr que produjera, merced a “este constante ‘¡Salvar a la Patria!’” de los “perniciosos intereses extranjeros”. Otro, un viejo soldado de Garibaldi en la unificación de Italia, que “sentía un desprecio infinito contra aquella revuelta de pillos y léperos, que ignoraban el significado de la palabra ‘libertad’ ”. Los Avellanos,

El novelista, de origen polaco, Joseph Conrad.

de abolengo español; el primer presidente civil, Ribiera, que no pronuncia una palabra porque siempre habla por él el general Montero, con discursos en los que se asume como “la encarnación de ese dios extraño: el Gobierno Supremo”, garante de una democracia “que he establecido para la felicidad del pueblo”. Y, por supuesto, esa magnífica bestia, el “hombre del pueblo”, “nuestro hombre”: Nostromo, cuyo “genio proclamó su dominio sobre el oscuro golfo, que contenía sus conquistas de riquezas y amor”. Todas las facciones que se hacen la guerra son salvadores de la patria: unos, urgidos de dar muerte a los saqueadores extranjeros; otros, los modernos, saben que, sin dinamismo económico, no hay patria sino un muladar. Y así como Conrad es el denominador común de las influencias literarias, la idea de nación, patria y demás antiguallas son el denominador de una batalla que lleva solamente a la derrota cíclica. Recuerdo que Álvaro Mutis guardaba sin leer algún libro de Conrad (¿dijo La línea de sombra?). Leyó con fascinación todo lo demás y se rehusaba a quedarse sin alguno nuevo. Lo entiendo perfectamente. Pero, más que esta obsesión, sería saludable poder mandarlo para siempre al pasado. Conrad no pierde nada. Su valor es constante; el nuestro, pasajero. Veo lo que hacen unos, lo que arguyen otros, en el caso de la reforma eléctrica: esa “mina de plata” que se arrebatan todos con el síndrome de “salvar a la patria”... En esas clases políticas y los partidos, seguimos siendo Costaguana.

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