Laberinto No.985 (30/04/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Claire Denis: la favorita en el Festival de Cannes

Un video de tu vida entera Foto: MK2

SÁBADO 30 DE ABRIL DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 985

Epistolario íntimo de Charlotte Brontë Víctor Núñez Jaime/ RETRATO: J. H. THOMPSON

Ilustración: Román


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ANTESALA

30 DE ABRIL 2022

LA GUARIDA DEL VIENTO

Acosadora realidad

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ALONSO CUETO

a realidad nos acosa. Nos amenaza con caudillos como Putin que no vacilaría en usar armas letales, con grupos de ultraderecha como los de Marine Le Pen o de Santiago Abascal (cuyos pares, como Viktor Orban, ya gobiernan países de Europa del Este), con los populismos de izquierda latinoamericanos que han agotado las promesas más inverosímiles, con los anuncios de la escasez de fertilizantes y las subidas inflacionarias. Sociedades más fracturadas, más fragmentadas, más conflictivas. Incluso en gobiernos recién estrenados como el de Chile, la impopularidad ya amenaza al presidente Boric. En la Argentina el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner no se hablan hace un buen tiempo. En Estados Unidos, los discípulos del fallecido Rush Limbaugh conducen programas radiales adictos a Trump, con millones de seguidores. No es el apocalipsis todavía pero los cascos de algunos caballos ya suenan. Solo queda lugar para ver cómo se repiten algunos arquetipos bajo la forma del humor. La reciente elección francesa ha sido calificada como una contienda edípica entre quien mató a su padre y quien se casó con su madre. La economía es a nuestro tiempo lo que fue la teología a los habitantes de la Edad Media. Hoy los economistas son como los intérpretes de las Sagradas Escrituras de entonces. Solo que no hay escrituras y no son nada sagradas. El prestigioso Paul Krugman en The New York Times se anima a hacer algunas profecías pero también anuncia que no está seguro de ellas y la revista The Economist señala que no podemos asegurar los plazos de la inflación. Cuando los intérpretes del dinero no saben qué decirnos, estamos a la deriva. Todo es incierto, todo puede estallar en cualquier momento. Y allí aparecerá un líder radical para definir un supuesto camino. Todo se va y todo viene y vuelve a irse. El gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman definió un aspecto esencial de la conducta de nuestro tiempo. En su obra canónica La modernidad líquida (2000) y en otras que siguieron como Amor líquido y Vidas desperdiciadas se refiere a la costumbre de obtener y desechar objetos todos los días. La gente con recursos compra cosas que sabe que va a eliminar en poco tiempo. Esta mercantilización de los objetos ocurre en todos los órdenes de la vida. Las relaciones de amistad o de amor tampoco pueden ser duraderas. La idea cristiana de “amar al prójimo” ha sido reemplazada por “el miedo al extraño”. De nada sirve la frase “hasta que la muerte nos separe” porque lo único que importa es el presente. La idea del prójimo es anacrónica. En este mundo, el ruido es un requisito. Ruidos de los celulares, de las bocinas, de las pantallas. El ruido, un narcótico para atontarnos. Lo que cuenta es el sonido de las monedas, tal como lo definió Philip Larkin: “Escucho el canto del dinero”. Y, sin embargo, aún tenemos la ocasión eventual de algunos lujos. El silencio, la lectura y quizá la esperanza.

La idea cristiana de “amar al prójimo” ha sido reemplazada por “el miedo al extraño”

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Chocolat. Dirección: Claire Denis. Francia, Alemania, Camerún, 1988.

HOMBRE DE CELULOIDE

Mujer que mira a un esclavo

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MK2

a llegado el mes de mayo, el del Festival de Cannes. Muchos viejos amigos se reúnen en La Riviera para mirar cine de arte. Cosa rara, este año se hará un homenaje a Tom Cruise. Mejor revisar a los autores en competencia y particularmente a quienes suenan ya como favoritos para volver a casa habiendo visto su obra convertida en un “palmarés”. Luego de la presentación inaugural, Coupez (Final cut!) de Michel Hazanavicius (remake de un filme de zombis) inicia la competencia. La francesa Claire Denis podría llevarse la Palma de Oro. En Mubi está disponible Chocolat, de 1988, que no debe confundirse de ningún modo con el homónimo de Lasse Hallström del año 2000, obra que resulta horrible, empalagosa y aburridísima. Chocolat, de Claire Denis, es todo lo contrario, una película muy hermosa que, además, abrió el cine al deseo femenino, a la mirada de la mujer sobre el cuerpo del hombre. Chocolat ha sido elogiada también por su lúcida reflexión en torno al colonialismo. La historia comienza con un niño recostado sobre la playa. Las aguas del Atlántico bañan su cuerpo color chocolate, las olas forman remolinos en sus contornos. A lo lejos lo está mirando una chica blanca. En otra secuencia esta mujer

camina por la carretera. El padre del niño detiene su auto y ofrece llevarla. Ella acepta. Estamos en una antigua colonia francesa que se ha independizado. El paisaje y el niño ofrecen a la protagonista el pretexto para recordar cuando ella vivió en este país tropical y había en su casa un hermoso sirviente llamado Protée. Lo más llamativo en la ópera prima de Claire Denis es lo contenido del discurso. El deseo está ahí, sin duda, del mismo modo que está en Rojo y negro de Stendhal, pero no se explicita del todo. Permite así que sea el espectador quien vaya descubriendo lo que hay en el interior de todos estos personajes: el funcionario colonial, la mujer solitaria, los sirvientes gentiles y una niña que se llama Francia. Lo contenido del deseo llama la atención porque en las películas que Denis dirigió más tarde el erotismo se volvió manifiesto. Pareciese que la directora hubiera querido complacer a los críticos que elogiaron su primera película. Por ejemplo, en la secuencia inicial

En la película, el deseo está ahí, del mismo modo que está en Rojo y negro de Stendhal

de Un sol interior, de 2017 (disponible en Cinepolis Klic), Denis ofrece una escena sexual tan explícita que parece pornográfica. Y no es por ser moralistas, pero la promesa de Chocolat era de muy distinta naturaleza. En su obra de 1988 Claire Denis se presenta como continuadora de los grandes artistas franceses. De Proust, por ejemplo, maestro en jugar con el erotismo en modo sutil, romántico y divertido. Para conseguir el prodigio que es Chocolat, Denis ensambla todo lo que implica el cine de arte, la fotografía, claro, los retratos cuidadísimos de Protée, el inusual objeto del deseo, pero también las actuaciones. Y el guion. Hay un sirviente que vaga por la habitación de la señora, ella le pide que se vaya, pero luego ordena que vuelva y le abroche un collar. El marido, en otro lugar, contempla las montañas. Hay un hombre, casi un esclavo, que se baña en agua fría, y recuerda a la mujer que ama. Llora. Chocolat está llena de escenas que se pegan a la memoria, secuencias en las que casi es posible olisquear el aire de un país que, humillado por Francia, terminó por enamorarla. Si el estreno en Cannes de Stars at Noon resulta tan potente como esta primera película de Claire Denis, ella tendría que ganar la Palma de Oro.

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ANTESALA

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POESÍA

Feminismo fundamental

LOS PAISAJES INVISIBLES

Los tres mundos de Robert Eggers

MELINNA GUERRERO

Ryha Ludis fue la primera mujer en descender 1400 pies bajo tierra en una mina. Lo hizo como preparación para ejecutar un mural en México y lo hizo, también, para superar el prejuicio que existía “en contra de la presencia de las mujeres en la mina pues existía la creencia de que ocasionaban accidentes”. Ludis baja al centro de la tierra para mostrar que la historia de una mujer no es la del desastre (léase Madame Bovary, Anna Karenina). Pero supongo que es cierto, el desastre nos acompaña. Por eso encontramos que en varias partes de México se prohíbe que una mujer entre a los chilares porque “la sola aproximación de un órgano sexual opuesto produce maleficios irreparables”. Y entonces, algo monstruoso somos: el desastre, el anuncio de lo irreparable, la figura de la maldad, del libertinaje y el pecado. Intuyo que si alguien ha instaurado una norma son los hombres. Nosotras, a lo largo de los años, parece que nos hemos divertido. Este poema de la escritora nacida en Aguascalientes, en 1993, forma parte de Sobre pedazos de vidrio, publicado recientemente por Círculo de Poesía.

EX LIBRIS

Amor/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

N

@IvanRiosGascon

ueva Inglaterra, 1630. William y Katherine, cristianos devotos, abandonan su granja y se establecen en el bosque con sus hijos para comulgar con Dios, preservar la castidad y la virtud espiritual. Sin embargo, de nada sirve huir de una sociedad pérfida y corrupta. El mal se cierne en todos lados, los alcanza en la soledad de la floresta. La bruja les arrebata a un bebé. Posee y mata a su hijo Caleb. William sospecha que la bruja es Thomasin, su primogénita, pero ignora que tiene al demonio en su propio establo: Negro Phillip, un macho cabrío que al destruir a la familia, seduce a Thomasin. El relato culmina en un aquelarre. Inspirado en la histeria colectiva de Salem, y documentado en actas, diarios y crónicas de brujería de Massachusetts, Robert Eggers escribió La bruja (2015), su debut en el largometraje, siguiendo el canon narrativo de las leyendas de Nueva Inglaterra. Intentó no dejar un cabo suelto en las creencias de la época: la liebre que aparece constantemente, por ejemplo, se consideraba un animal mágico (servidor de las brujas o disfraz de éstas para espiar e influir en la gente) o la simbiosis del cabro y el aquelarre, como en la pintura de Goya de 1798. Siglo XIX. Thomas Howard atraca en una isla de las costas de Nueva Inglaterra. Ahí están el leñador Ephraim Wislow y Thomas Wake, el farero que Howard va a reemplazar. La relación entre Howard y Wake, que comparten labores, dormitorio, alimentos y bebidas, se torna pesadillesca. El frío, la lluvia, el viento, el furioso oleaje, la soledad y la locura comienzan a acorralarlos. La ebriedad agrava el tormento psíquico, azuza a sus demonios. El infierno se vuelve un trozo de tierra rodeado de agua. Junto con su hermano Max, Robert Eggers escribe El faro (2019), primero basándose en el que se cree que fue el último relato de Edgar Allan Poe, pero cambió de parecer. Usó los textos de marinería y fareros de Joseph Conrad, recuperó los mitos de los isleños decimonónicos de Nueva Inglaterra (las sirenas como seres fatales, las gaviotas como reencarnación de los marinos muertos). Su storyboard apunta al arte (el encuadre en que Wake, desnudo, dirige un haz de luz a los ojos de Howard, remite a la pintura Hipnosis, de 1904, del artista Sascha Schneider, figura conspicua de la plástica homoerótica germana). Dirige a Robert Pattinson y a Willem Dafoe, cuidando todo los detalles: el acento de Howard evoca el dialecto campesino de Maine; el de Wake, la jerga de los marinos y pescadores del Atlántico. Año 914. El príncipe Amleth atestigua el asesinato de su padre, el rey Aurvandil War­–Raven, por la espada de su tío Fjölnir, El deshermanado, quien arrasa con la aldea, los hombres, las mujeres y los niños, se apropia de la reina Gudrún y establece un nuevo reino del que, a la postre, lo despojará el rey Harald I de Noruega. El príncipe Amleth consigue huir. Pasado el tiempo y convertido en un fiero vikingo, Amleth viaja a Islandia para vengarse del traidor, rescatar a su madre y recuperar su reino. Eggers escribe El hombre del norte (2022), junto con el guionista Sjón. No se apega a la Gesta Danorum, texto del siglo XII atribuido a Saxo Gramático, sino que es más cercano a Shakespeare, y no por la obviedad del anagrama (Amleth) ni por el parecido criminal de Fjölnor con Claudio (de hecho, hay quienes sostienen que Shakespeare se inspiró en Gramático para su obra, aunque esa posibilidad es harto dudosa, pues difícilmente el bardo de Stratford–Upon–Avon pudo leer la Gesta). En la épica de El hombre del norte, Eggers mezcla la mitología nórdica de Odín y las Valquirias con intrigas y traiciones de Macbeth y Hamlet, aunque en el relato tintinea también la tragedia de Sófocles, Edipo rey (Gudrún es pérfida como Lady Macbeth e incestuosa como Yocasta), y este es el tercer mundo de Robert Eggers. Un sitio que, como sus antecesores, es oscuro, fatal y tormentoso.

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Una selección de cartas publicada recientem los momentos determinantes en la vida de la p

Charlotte Brontë: escritura

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME RETRATO GEORGE RICHMOND

llen Nussey fue la mejor amiga de Charlotte Brontë (1816-1855), una de las escritoras más emblemáticas del mundo anglosajón. Este par de mujeres inglesas de la época victoriana se había conocido en la escuela y, de compartir pupitre, pasaron a compartir confidencias. Cuando no podían hacerlo en persona, los asuntos propios eran plasmados en cartas prolíficas. Charlotte contaba los innumerables obstáculos de su tormentosa vida y Ellen se esforzaba en consolarla y ayudarla en lo que podía. Esa amistad y esa relación epistolar, sin embargo, se vieron afectadas el día que Charlotte Brontë le dijo que, después de pensarlo mucho y tras rechazar a otros tres pretendientes, aceptaría la propuesta de matrimonio de Arthur Bell Nicholls, el coadjutor de su padre, el clérigo anglicano y escritor Patrick Brontë. “Si lo haces, tu vida estará marcada por la sumisión y la abnegación”, le advirtió Ellen Nussey. “Tengo la intención de convertirme en una buena esposa”, replicó la novelista con resignación. Desde sus primeros días de casados, Arthur Bell Nicholls comenzó, entre otras cosas, a revisar la correspondencia de su mujer. De inmediato le pareció que Charlotte escribía “demasiadas intimidades” y “hablaba con mucha libertad”. Se lo dijo a ella, “con los ojos llenos de preocupación”, y por eso el 20 de octubre de 1854 Charlotte se apresuró a escribirle a su amiga de toda la vida: “Estoy segura de que no he dicho ninguna imprudencia pero, aun así, tienes que quemar esta carta cuando la leas. Arthur dice que no deberías guardar mis cartas —son tan peligrosas como fósforos de Lucifer—, así que asegúrate de seguir su recomendación de quemarlas o no habrá más. Esa es su resolución”. Quién sabe cuál fue la respuesta exacta de la avezada Ellen Nussey,

pero once días más tarde, el 31 de octubre de 1854, la mujer que sacudió la literatura inglesa con un puñado de poemas y novelas se vio obligada a insistir: “Ellen, Arthur se queja de que no pareces haber prometido con claridad quemar mis cartas tras leerlas. Afirma que simplemente debes escribir que te comprometes a ello, si no, leerá cada línea de mis cartas y será él mismo el censor de nuestra correspondencia. Asegura que las mujeres son de lo más imprudentes a la hora de escribir cartas y que una carta puede acabar en manos de cualquiera. […] Escribe tu promesa en una hoja de papel aparte, con letra legible, y envíala con tu próxima carta”. Ellen Nussey envió, finalmente, su juramento por escrito y todo volvió a la calma. Pero ¿alguien, y sobre todo ella, podía resistirse a convertir en cenizas la franqueza y la emotividad de una de las más afamadas escritoras de su época? La señora Nussey guardó muy bien las misivas de su amiga y las hizo públicas poco después de que ésta muriera. Gracias a ese gesto desafiante, hoy se conocen los momentos más determinantes de una vida que, de manera directa e indirecta, repercutió en una destacada forma de escritura: la formación religiosa, las penurias en un internado, la muerte de su madre y de sus hermanas, el fuerte carácter de un padre conservador, el empeño por sobrevivir siendo profesora e institutriz, el amor no correspondido, el afán por ser publicada, el temor a dejar de escudarse en un seudónimo, el matrimonio, sus últimos días… De todo ello podemos enterarnos al leer Como fósforos de Lucifer, una selección de las cartas de Charlotte Brontë que Altamarea Ediciones acaba de publicar en España. Las epístolas recogidas en este pequeño libro fueron escritas, casi siempre en medio de una ristra de adversidades, entre 1839 y 1855. Ellen Nussey es la destinataria de la mayoría, pero también hay algunas dirigidas a Emily Brontë (autora de Cumbres borrascosas), al profesor (y amor platónico) Constatin Héger, al equipo de

la editorial que publicó sus novelas (Smith, Elder&Co.), al editor, Henry Colburn, que rechazó sus manuscritos y al crítico literario que la animó a seguir escribiendo: George Henry Lewes. Charlotte Brontë tuvo cuatro hermanas y un hermano. Todos crecieron leyendo la Blackwoo’ds Magazine, donde descubrieron la obra de Lord Byron, uno de los poetas más representativos del romanticismo británico, la pintura y la arquitectura de John Martin y las novelas de Walter Scott y William M. Thackeray, artistas que sirvieron de estímulo para que Charlotte y sus hermanas crearan mundos propios: Angria y Gondal, dos islas semifantásticas donde situaban poemas e historias épicas, de romance e intriga. Juntas o por separado escribían bajo seudónimos masculinos, pues tenían “la vaga impresión de que las autoras eran propensas a ser vistas con prejuicio: a lo mucho, los críticos tienen para ellas una adulación y no un verdadero elogio”. Su madre murió en 1821 y, dos años después, mientras su único hermano se revelaba como gran dibujante y alcohólico sin remedio, Charlotte y sus hermanas fueron enviadas a un internado. Ahí dos de ellas contrajeron la tuberculosis y murieron. Su padre, viudo, optó por sacar de ese lugar a las dos que habían sobrevivido, Charlotte y Emily, para encargárselas a una de sus tías. A las dos empezó a rondarles la idea de ser maestras de escuela y, como parte de su formación, Charlotte, que era la mayor, se fue a Bruselas para aprender francés. Fue entonces cuando se enamoró de su profesor, un hombre casado y con hijos, y toda su vida lamentó no poder estar con él. El 18 de noviembre de 1845 le escribió: “¿Por qué no puedo sentir por usted exactamente la misma amistad que usted siente por mí, ni más ni menos? Entonces viviría tranquila, libre, tanto que podría estarme callada durante diez años sin


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mente en España revela poeta y novelista inglesa

a en la sombra La autora de Jane Eyre, quien murió a la edad de 38 años.

esfuerzo. […] Me gustaría poder escribirle cartas más alegres, pues cuando vuelvo sobre mis palabras siento que son algo tristes, pero perdóneme, mi querido señor, que no le enfade mi tristeza, en palabras de la Biblia: ‘de la abundancia del corazón habla la boca’, y encuentro verdaderamente difícil estar feliz mientras pienso que no lo volveré a ver”. Sus experiencias en los colegios a los que asistió y el amor no correspondido le sirvieron después para empezar a escribir novelas. Porque era escribir, y no enseñar, su verdadera vocación. Al mismo tiempo, le hubiera gustado poder irse de la casa de su estricto padre y gozar de su independencia. Pero él era un viudo solitario y ella una mujer cristiana incapaz de dejar solo a quien la engendró. Pero le fue difícil conformarse con ese “destino”. En una carta fechada en 1846 arguye: “Probablemente cuando sea libre de abandonar mi hogar no pueda encontrar lugar o trabajo, y quizá también siga así tras pasar la flor de la vida”. Después de que le publicaran unos poemas, Charlotte Brontë le envió a su editor el manuscrito de Jane Eyre, que narra la inusual y provocadora relación amorosa entre la protagonista, Jane, y su empleador, y con la que comenzó a erigirse su prestigio literario. En 1847, no obstante, tuvo que disculparse con el equipo de su editorial porque no tenía tiempo de revisar, por tercera vez, su novela. Les escribió: “Si decidiera recortar, modificar y hacer cambios ahora, una vez que he perdido el interés y en frío, sé que solo causaré más daño a los defectos que ya están presentes”. En esa ocasión confesó, además, que tal vez ese libro podía parecerle muy fuerte al público, pero que en realidad lo que ahí contaba había sido rebajado. “Si hubiera contado toda la verdad, podría haberla escrito de manera mucho más exquisitamente dolorosa, pero me pareció aconsejable suavizarla un poco y cortar muchos detalles por temor a que la narrativa resultase más desagradable que atractiva”. Para entonces, el éxito ya la abruma y (todavía) no quiere que se sepa que ella es la autora de Jane Eyre. Es 1848 y le dice, por si acaso, a su amiga Ellen Nussey: “No le he dado a nadie derecho a afirmar, o insinuar, de la manera más distante, que estoy publicando novelas (¡menuda patraña!). Quien lo haya dicho —si es que lo ha hecho, lo cual dudo— no puede considerarse mi amigo. Aunque se me atribuyeran veinte libros, no sería la autora de ninguno. Rechazo la idea por completo”. En diciembre de 1848 da cuenta, también en una de sus cartas, de la muerte de su hermana: “Emily ya no sufre ni dolores ni debilidad. No sufrirá más en este mundo, se ha marchado después de una dura y corta lucha. Murió el martes. Pensaba que sería posible que estuviera con nosotros unas semanas más y unas horas después estaba en la Eternidad”. La depresión

es intensa, pero reconoce que para seguir viviendo no tiene más remedio que aferrarse a la escritura de su segunda novela, Shirley. “La capacidad imaginativa me salva. Ejercitarla de manera activa ha mantenido mi cabeza fuera del agua desde entonces, sus resultados me alegran por el momento, pues creo que me han permitido agradar a los demás y estoy agradecida a Dios por darme dicha capacidad”. En 1853 publica su tercera novela, Villette, y, por insistencia de su editorial, accede a interactuar un poco con el mundillo literario londinense (gracias a eso conoció a quien sería su futura biógrafa, la novelista y cuentista Elizabeth Gaskell) y tomó nota de lo que debería leer para seguir aprendiendo. Quedó fascinada, por ejemplo, con Emerson. Le escribió a su editor: “Muy envidiable es el escritor cuyas palabras han caído como una suave lluvia sobre un suelo que tanto necesitaba y merecía nutrirse, cuya influencia ha llegado como una brisa afable para levantar un espíritu que las circunstancias parecen haber pisoteado tan duramente”. Un año después, 1854, le da el “sí, quiero” a Arthur Bell Nicholls (“me inclinó a la estima y, si no al amor, al menos al afecto”). A su amiga Ellen le cuenta en otra de sus misivas la escena que determinó su decisión: “temblando de la cabeza a los pies, con un aspecto terriblemente pálido, hablando en voz baja, con vehemencia pero con dificultad, me hizo sentir por primera vez el esfuerzo que le supone a un hombre declarar afecto cuando alberga dudas sobre la respuesta. […] Le pregunté si había hablado con papá. Dijo que no se atrevía. Creo que medio lo guie, medio lo saqué de la habitación. Cuando se fue, fui inmediatamente a ver a papá y le conté lo que había sucedido. Reaccionó con una agitación y una ira desproporcionadas”. La boda, no obstante, terminó por llevarse a cabo, sobre todo porque el revendo Patrick Brontë temió que su hija lo dejara solo y, en cambio, si daba su autorización para el matrimonio, ella seguiría viviendo en su casa. Arthur Bell Nicholls estuvo de acuerdo en instalarse en el hogar de su suegro (y jefe en el trabajo religioso), “sin invadir su privacidad y comodidad”. Una de las últimas cartas de Charlotte Brontë fue, cómo no, para su amiga Ellen Nussey. El 21 de febrero de 1855, le dijo: “Te escribo unas líneas desde al agotamiento de mi cama. […] No voy a hablar de mi sufrimiento, sería inútil y doloroso. Quiero asegurarte algo que sé que te consolará, y es que mi esposo me está cuidando de la manera más cariñosa y amable”. La mujer que llevó una vida de escritura en la sombra padecía tuberculosis, igual que sus hermanas, y, también como ellas, no pudo superar la enfermedad. Charlotte Brontë tenía 38 años, estaba embarazada y dejó una novela inconclusa.

Las epístolas recogidas en este pequeño libro fueron escritas entre 1839 y 1855

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LITERATURA

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EL ATLAS DE PANDORA

Un video de tu vida entera El deseo de esculpir el mundo a imagen y semejanza de nuestros caprichos suele conducir a un mal fin

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xiste un deporte universal que todos practicamos, por perezosos y poco atléticos que seamos: intentar cambiar la forma de ser del prójimo. Empezamos a foguearnos con los padres y alcanzamos nuestras más altas cuotas de entrega y dedicación con los hermanos, amigos, pareja e hijos. Lo que no es obstáculo para exigir tercamente que los demás nos quieran tal y como somos. Estas contradicciones tienden a volvernos belicosos y provocar escenas en bucle: modelar el carácter ajeno es una modalidad de alto riesgo. Aristóteles afirmó que el rasgo más característico del ser humano es la razón. O sea, querer siempre tener razón. Tras años de adiestramiento hogareño, la escritora Shirley Jackson publicó un breve manual de instrucciones titulado: “Cómo disfrutar de una discusión familiar”. Todas las familias, escribe, se transforman alguna vez en grupos de pendencieros gritones. Para participar en la batalla conviene aportar una gran indignación. Es importante usar con agilidad un repertorio básico de recursos: la negación e inmediata contraacusación, la caricatura del contrincante, el historial de agravios y las predicciones alarmantes como amenaza. Solo los padres están autorizados a decir: haz lo que digo, no lo que hago. Una vez se han fijado con claridad estas reglas básicas, la discusión familiar fluye con rapidez y sin esfuerzo. En este tipo de torneos no hay victoria posible, solo grados de derrota. En algún momento de la refriega, inevitablemente la discusión encalla en un acontecimiento pasado sobre el que existen recuerdos opuestos. Ted Chiang ofrece en su libro Exhalación una solución tecnológica a este recurrente problema del buen drama familiar. Remem es una cámara personal que captura un vídeo continuo de tu vida entera, un accesorio que promete ayudarte a pronunciar las palabras más exultantes de nuestro vocabulario: ¿ves como yo tenía razón? “Remem despliega los acontecimientos en la esquina inferior izquierda de tu campo de visión. Si dices: ‘¿Te acuerdas

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

de cuando bailamos la conga en la boda?’, Remem recupera el vídeo y te lo muestra”. Las grabaciones permiten resolver esas discusiones sobre quién había dicho tal o cual cosa, y así demostrar su error a los demás. Sin embargo, disponer de un registro exhaustivo de lo vivido tiene algunos inconvenientes. Al mirarse a través del ojo impasible de la videocámara, el protagonista debe afrontar descubrimientos inquietantes sobre sí mismo. Casi nada sucedió del todo como recordaba, casi siempre se comportó peor de lo que creía. Así comprende que una de las principales tareas de la memoria es elegir qué olvidar, es decir, suavizar la

Una de las tareas de la memoria es elegir qué olvidar, es decir, suavizar la dureza del pasado

dureza del pasado —como los filtros o los programas de retoque— para permitirnos seguir caminando. Hubo una vez un escultor llamado Pigmalión obsesionado por crear una estatua con la forma exacta de sus sueños. Al terminar se había enamorado de ella, y rogó a la diosa del amor —en la antigua Grecia las competencias divinas estaban ya claramente transferidas— encontrar a una mujer idéntica a ese frío bloque de mármol. Afrodita accedió a su súplica dando vida a la piedra. Desde entonces, esta leyenda simboliza el amor posesivo que necesita esculpir el mundo a imagen y semejanza de sus deseos. En las versiones más modernas del mito, desde la adaptación teatral Pygmalion de Bernard Shaw hasta Vértigo de Hitchcock o La piel que habito de Almodóvar, esas historias suelen tener mal fin. Desde la perspectiva contraria, el

filósofo Epicteto creía que somos nosotros quienes debemos adaptar nuestras expectativas a la realidad, porque la pasión transformadora enturbia nuestras relaciones. Afirmaba que no deberíamos malgastar esfuerzos criticando u oponiéndonos al modo de ser de los demás, así nos ahorraremos el monótono dolor de las decepciones evitables. Las personas que nos rodean son lo que son, no lo que deseamos que sean ni lo que parecían ser. Como sabía incluso Pigmalión, que talló sus anhelos en mármol, modelar a los vivos es imposible. Todos queremos cambiar al prójimo para evitar cambiar nosotros: somos inconformistas que no soportan la insumisión.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

Y, además, en nuestra edición digital: Avelina Lésper: Anti obituario. Hermann Nitsch • Liliana Chávez Díaz: Nostalgia • Andrea Serdio: El arte de Jorge González Camarena

• Silvia Herrera: Entrevista con Gabriel Bernal Granados • Fernando Figueroa: La pasión según Rosario Ibarra de Piedra • José Juan de Ávila:

Entrevista con Diego El Cigala • Arnulfo Herrera: El exilio y la doble derrota de Pedro Garfias • Héctor González: Entrevista con Hugo Hiriart


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NARRATIVA, ENSAYO Lo irreal y lo real

Los muertos no resucitan

POESÍA EN SEGUNDOS Al paraíso

Oración de Gloria Gervitz VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

P Ursula K. Le Guin Minotauro México, 2022 736 páginas

Ray Bradbury Minotauro México, 2021 295 páginas

Hanya Yanagihara Lumen México, 2022 952 páginas

El nombre de Le Guin se asocia especialmente a historias de ciencia ficción, pero, como se muestra en esta colección de relatos, el mundo inmediato no le fue ajeno. Como anota la autora, el lector decidirá cuál parte es “real” y cuál “irreal”. Sus reflexiones acerca de lo que cabe en la “literatura fantástica” son más que atendibles.

El autor de Fahrenheit 451, uno de los pilares de la ciencia ficción, también cultivó el relato policial y esta antología es una prueba de ello. Sus aproximaciones a las patologías criminales se publicaron en revistas especializadas durante las décadas de 1940 y 1950, y describen nuestros miedos fundamentales.

El volumen reúne tres novelas hermanadas por la especulación histórica. La primera transcurre en Nueva York, a fines del siglo XIX, cuando se habría permitido el matrimonio gay. La segunda nos lleva hasta Manhattan, en 1993, y plantea la existencia de una comuna en Hawai. La tercera se instala en un futuro de políticas totalitarias.

El mentalista

La piedra de la locura

La cancelación

Camilla Läckberg y Henrik Fexeus Planeta México, 2022 714 páginas

Benjamín Labatut Anagrama España, 2021 80 páginas

Javier Jiménez Espriú Grijalbo México, 2022 338 páginas

La autora de La princesa de hielo se une al especialista en lenguaje corporal para tramar un thriller donde concurren la magia y el ilusionismo. Los protagonistas, una agente de la policía y un reconocido mentalista, inician una carrera contrarreloj para descifrar una intrincada serie de códigos numéricos.

A partir de experiencias personales, teorías científicas y expresiones literarias, este ensayo teje una fascinante reflexión sobre nuestro tiempo. Un cuadro del Bosco, la estética de Lovecraft y las iluminaciones de Philip K. Dick le sirven al autor del celebrado Un verdor terrible para especular sobre las relaciones entre verdad y locura.

Exposición razonada y documentada de las causas por las cuales el gobierno de la 4T canceló la construcción del aeropuerto impulsada por la administración anterior. Se exponen datos duros —técnicos y económicos— y se aclaran algunas cuestiones que desconocían no pocos de los opositores a la cancelación.

El placer de leer www.librotea.com

or Manuel Ulacia, autor del hermoso poema Origami para un día de lluvia, conocí a Gloria Gervitz a principios de los años ochenta. Ella lo visitaba en su casa de Francisco Sosa y, en varias ocasiones, compartimos con él su afición de contar las arácnidas orquídeas tan obscenas que cultivaba en un pequeño invernadero. Gloria era —en su corrección extrema— un poco excéntrica y sicalíptica en sus apreciaciones de brotes y capullos, como si supiera que en ella misma había un retoño encendido y singular. Conocíamos muy bien su poema Shajarit, publicado en 1979 en edición privada, que comienza precisamente con la alusión a una flor que le da una fuerte luz oblicua a su poema en el eterno retorno de la memoria, no lejos de Swan en la novela de Proust: “En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas/ y se pudren manzanas antes del desastre./ Ahí donde las mujeres se palpan los senos y se tocan el sexo”. Unos años más tarde, nos volvimos a ver por la aparición, en 1990, de La sirena en el espejo, antología de nueva poesía mexicana. En ese momento, Gervitz había publicado dos libros más: Fragmentos de ventana y Yiskor, en firme consonancia con su indagación de la errancia del pueblo judío y de su propia familia. A quienes hicimos la selección nos volvió a producir sorpresa la búsqueda que ella realizaba con tanta intensidad y, a la vez, delicadeza: “Y ella vino desde Kiev/ ramo de flores apretado contra el pecho/ Vida para ser vivida en un tiempo más largo”. Después, a principios de 1996, Gloria me buscó para proponerme la edición de lo que ya era, no la reunión de sus libros, sino la constante elaboración y reelaboración de un texto único de dimensiones limitadas, pero amplias —una memoria profunda en recreación, que debía durar toda la vida o mejor dicho toda la vida de Gloria—. Publicamos Migraciones en un formato cuarto de oficio, que en un primer momento ella quería modificar, pero que después aprobó, gracias a la formación normada con el medianil y el uso de blancas. Así, el libro tuvo los silencios imprescindibles. “Shajarit”, entrada de la larga composición, forma parte de los poemas mexicanos insoslayables escritos en la segunda parte del siglo XX y en lo que va de éste. Si enfocamos —por brevedad— la composición desde el punto de vista de las mujeres, tiene la relevancia que poseen Litoral de tinta, Peces de piel fugaz, Poemas a la desconocida y Las bacantes. Como los tres últimos títulos, “Shajarit”, en contra de lo que a veces se dice, está escrito con una prosa profunda y fracturada que nos sumerge en una corriente pura de conciencia y realidad. En este río, con sus juegos en diáspora y condensación, Gervitz halla un recóndito decir límpido a través de frases que representan múltiples ecos del pasado en explosión hacia el presente. Ella aceptó la dimensión limitada de su universo. Por eso hay algo esférico y concéntrico en la narración lírica de Migraciones que siempre vuelve a una palabra, a una oración, a un centro. Así, Gervitz nos ofrece, en su creación mínima e íntima, una devoción; tal vez la devoción religiosa, exclusivamente personal y solo posible en la poesía, propia del tiempo secularizado.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

30 DE ABRIL 2022

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HUSOS Y COSTUMBRES

Tapete sanitizante ANA GARCÍA BERGUA

D

todas las precauciones, incluidas las aparentemente inútiles. Si fuera así, habríamos de cargar estampitas religiosas y gotitas mágicas, como ciertos individuos que nos gobiernan, a la espera de que se arreglen las desgracias por obra del altísimo. En los hospitales y los consultorios, eso sí, no faltan los tapetes con todo y su agua mágica, y ahí se justifica su uso por la necesidad de desinfección contra toda clase de enfermedades que llegan en los zapatos, amén de las que reptan por las piernas. Pero el tapete sanitizante en todas partes será a la larga el símbolo de nuestra desconfianza, la desazón y la esperanza en el futuro que nunca muere y algo deja, a pesar de los destrozos que han caracterizado a estos años. Ahora que salimos, cada vez más, a la gloria de vernos y abrazarnos sin tanto temor, ahora que ya casi, ya casi, nos quitaremos las mascarillas en los interiores —y debo confesar

esde que nos dijeron que los tapetes sanitizantes (menudo adjetivo) no sirven para gran cosa contra el Covid, los pisamos con cierto desprecio y ganas de mandarlos a volar, pero nadie los quita. Yo me pregunto qué hacen por todas partes, terrosos y amargados, sin charquito de desinfectante ni perro que les ladre, a veces pateados en algún rincón, junto a la infaltable jerga seca y arrugada. Los dos tapetes negros en fila, uno liso y otro con rugosidades de diseño pop, son más similares a aquellas plantas de plástico que a la larga se pondrán grises; mejor sería regresar al clásico tapete peludo que hasta chicles atrapaba. Habrá quien piensa ahorrarse la limpieza dejando que uno recoja un poco de polvo del tapete en la mullida suela y lo esparza cuidadosamente, paso a paso, por todo el local. O será quizá un signo de que, aunque la plaga amaine, se siguen tomando

que ya me acostumbré a la dichosa máscara, hasta siento temor de quitármela, traer la cara desnuda y desprotegida— miro los tapetes sanitizantes tercos y polvosos por todas partes como una de esas costumbres que pervivirán por siempre, como los nudos imposibles de deshacer en las bolsas de plástico del mercado. Serán uno de tantos sucedáneos del “no sea cochino” con que se educa en la limpieza a todo mexicano de pro. Y ahora que nuestra vida son los virus que nos atacarán hasta morir, resulta que un hongo maligno secó la palmera de Reforma y hubo hasta una bonita ceremonia para despedirla. Al parecer se aceptan las sugerencias para sustituir a la agraciada planta con una especie que no corra tantos riesgos; yo he decidido proponer que en su lugar se siembre una gran jardinera con forma de tapete sanitizante. No faltará quien la pise por los siglos de los siglos, amén.

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CAFÉ MADRID

Cine y literatura

K

urt Vonnegut, el escritor estadunidense que mezclaba ciencia ficción con sátira y comedia negra, fue un firme defensor de los derechos civiles y de la ética individual y colectiva. Antes de dedicarse a la literatura, este hombre de ojos cansados y bigote escuálido fue uno de los prisioneros de guerra que sobrevivió al bombardeo de Dresde (Alemania) en 1945 y, años después, formó parte del equipo de relaciones públicas de la General Electric. Su obra —llena de humor, cinismo e ironía— empezó a tener éxito entre los jóvenes durante los años setenta del siglo pasado, cuando Bob Weide era un cineasta en ciernes. Por eso el director, que más tarde sería nominado al Oscar por su documental sobre el cómico Lenny Bruce, se propuso seguir de cerca al autor de títulos como Matadero cinco o El desayuno de los campeones. Su amistad y complicidad fueron registradas por las cámaras durante décadas y pudimos verlo en la inauguración del Festival de Literatura y Cine Documental en la Cineteca del Centro Cultural Matadero de Madrid. Además de la vida de Vonnegut, el festival presentó miradas particulares sobre las trayectorias de Mark Twain, Leonard Cohen, Anthony Bourdain, Raphäelle Pérez y la “destilación” del Ulises de James Joyce. Al final de cada proyección hubo una mesa redonda en la que participaron creadores como Arturo Pérez-Reverte, Antonio Soler, Juan Manuel de Prada, Ángeles Caso, Ray Loriga o la cantante Soleá Morente, la editora Pilar Reyes y el cocinero Andoni Luis Aduriz. “El origen de esta cita nace de la necesidad de encontrar películas

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA AP

donde los narradores, filósofos, dramaturgos y poetas fuesen el centro de interés. Protagonistas no de sus textos, sino de las películas de otros. Y que a través de esas piezas descubriésemos, como espectadores, más de ellos, de su complejidad, de sus ideas, de sus entusiasmos y desengaños”, explicaron los organizadores del festival que también se llevará a cabo en Málaga el próximo octubre. Si bien es cierto que el cine capta la atención y la emoción del espectador

Muchos autores han participado en la creación de películas, como Faulkner o Chandler

a través de imágenes y el libro utiliza la palabra para crear estampas en la mente del lector y despertar su sensibilidad, ambos están unidos por la fascinación de contar historias. Quizá por eso el cine lleva buena parte de su existencia ocupándose de adaptar a la pantalla varias obras literarias y muchos autores han participado en la creación de películas, como Francis Scott Fitzgerald, William Faulkner o Raymond Chandler. En España, de la unión de cine y literatura sabe el malagueño Antonio Soler, narrador y autor de guiones de televisión y de la adaptación de una de sus novelas al cine, El camino de los ingleses, dirigida por Antonio Banderas en 2006. “Ser el autor de la novela y del guion me sirvió para darme cuenta de que las adaptaciones tienen que ser libres

El escritor estadunidense Kurt Vonnegut.

porque solo así son fieles al libro. Puede parecer una contradicción esto que digo, pero hay que tomar en cuenta que sería larguísimo adaptar palmo a palmo una novela. Es necesario suprimir cosas e inventar otras porque se trata de otro lenguaje”, contó el escritor al final de la exhibición de Ulysses, una película experimental del irlandés Alan Gilsenan, estructurada en torno a los 18 episodios del libro de Joyce. Después de la proyección del documental dirigido por Bob Weide, la escritora Ángeles Caso conversó con el poeta Carlos Zanón. Caso descubrió los libros de Kurt Vonnegut cuando tenía 20 años y, cada tanto, los ha ido releyendo. “No es un escritor cómodo, hace que el lector se cuestione muchas cosas, pero yo comparto su mirada desencantada, tal vez por la edad o porque ahora tenemos una guerra aquí al lado, no lo sé. Él muestra una decepción por la condición humana y, sin embargo, tiene un gran sentido del humor. Eso nos salva de la desesperación. La película que hemos visto es importante porque nos dice cosas de Vonnegut como persona y no tanto como escritor”, señaló la mujer que hace un par de años produjo un documental, La calle del agua, sobre la fotógrafa y relojera Benjamina Miyar, quien formó parte de la resistencia antifranquista en los Picos de Europa. “Gracias a esa experiencia me he dado cuenta de que hay un público para los documentales,” añadió la autora de Contra el viento (Premio Planeta 2009). “Porque el documental es un género muy literario. Un libro y una película son soportes diferentes, pero con los dos podemos narrarnos a nosotros mismos”.

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