Laberinto No.986 (06/05/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENTREVISTA

FERNANDO ZAMORA

ÁNGEL SOTO

El infierno de Sean Baker

Brenda Navarro: Ceniza en la boca Foto: A24

SÁBADO 7 DE MAYO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 986

Legado y actualidad de Carlos Fuentes Carlos Rubio Rosell/ FOTOGRAFÍA: DANIEL AGUILAR

Foto: A. S.


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ANTESALA

7 DE MAYO 2022

EN EL BANQUILLO

Fábula

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TEDI LÓPEZ MILLS

n animal atraviesa la estancia. No tiene cola ni orejas visibles, pero sí cuatro patas con garras y un pelaje tornasolado que me hace pensar en plumas verdes, violetas, rojas. Se para debajo del comedor y voltea hacia mí. Creo que busca mis ojos. Se los doy. Abre el hocico y noto con alivio que no hay dentadura. El animal emite tres sonidos: alio, miasa, nione. Y con una elegancia inusual, casi lenta se dirige hacia el patio. “No te vayas”, le pido: “por favor”. Brinca, se sujeta con las uñas a la yedra y luego desaparece. Son las once de la mañana de un sábado. Mi bata gris cuelga de una silla. El pantalón de mi piyama no combina con la blusa. Sé que mi conciencia vive en mi cuerpo. Sé que debo moverme con cautela. Si algo cae al suelo debo esperar con paciencia a que termine de caerse antes de intentar recogerlo; sobre todo, si se trata de un objeto de vidrio: un espejo o una copa o una jarra. El espacio y mi memoria del espacio no equivalen a una forma de conocimiento, sino de miedo. Ningún dios afuera vigila con bondad el desempeño de la máquina. Si hay aspas, motores, son silenciosos. O el viento corta su ruido antes de que suceda. No debo olvidar que los tapetes representan siempre un peligro. Con la punta del pie aliso el más pequeño —el de los triángulos— y avanzo hacia la repisa de la música. Elijo un CD de Pink Floyd y lo coloco en el aparato, con el volumen al máximo. “Cuánto me gustaría que estuvieras aquí”. “Cuánto desearía que estuvieras aquí”. Me acerco a la puerta de la cocina y trazo tu sombra en un rayo de luz que entra por la ventana. “Oye, Stetson…”, te digo jugando. “Cielos azules y dolor, prados y vías de acero, una sonrisa y un velo: ¿quién distingue entre el paraíso y el infierno?” En el Canto VIII de mi Comedia apócrifa caminas de un extremo al otro de la sala. A veces miras tu reloj: faltan quizá quince o veinte minutos para que termines la rutina de tu ejercicio. Quiero detenerte antes de que subas por la escalera y te esfumes en la penumbra del baño; hablarte de las palabras de la canción: “hot ashes for trees/ hot air for a cool breeze/ cold comfort for change”. Dos almas perdidas nadan en una pecera año tras año. Podríamos ser tú y yo en una versión mezquina de nuestra historia: las mismas tramas, los mismos atajos, los mismos parques, las mismas calles. Ayer un amigo me preguntó con dulzura mientras comíamos: “¿ahora qué harás con el resto de tu vida? ¿Todas esas costumbres? ¿Todos esos domingos?” No recuerdo en qué parte del Purgatorio nos quedamos: había una yunta y bueyes bajo el yugo. Una lección de tenacidad y servicio. El efecto acumulativo de la ausencia tendrá seguramente un desenlace. Por lo pronto, sospecho que el animal tornasolado es su criatura paralela. No voy a descifrar los tres sonidos; solo suponer que son una especie de santo y seña, y repetirlos a diario, en la tarde, en la noche. Nunca en la madrugada. La paradoja es muy clara: no volveré a verte, pero te veré todos los días.

El efecto acumulativo de la ausencia tendrá seguramente un desenlace

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Red Rocket. Dirección: Sean Baker. Estados Unidos, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

El infierno de la repetición

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA A24

omo en todas las películas de Sean Baker, el ritmo del montaje resulta tan importante como la música, el color saturado y los personajes estrambóticos. Red Rocket (recién estrenada en México) es una película entrañable que apela a sentimientos muy básicos, los más humanos. Mikey ha vuelto. Es un tipo seductor que se aparece en un pueblecito de Texas para pedir a su suegra y a su esposa que le permitan quedarse un par de días. A pesar de que ellas se resisten, Mikey se sale con la suya. E intuimos, desde el inicio de esta película, que siempre se sale con la suya. Pero resulta que el tipo cae bien. ¿Por qué la esposa se niega a alojar a un tipo tan agradable? La respuesta se irá develando poco a poco en esta improbable historia de amor en la que el neoyorquino Sean Baker vuelve a mostrar que, más que narrador, es un poeta del cine, un poeta porque consigue que miremos fijamente algo profundo y hermoso que no sabíamos que estaba ahí. Tangerine, por ejemplo, estrenada en 2015 (y disponible en Mubi), es la historia de un travesti que consuma una venganza pasional. Con ella vagamos por los suburbios de Los Ángeles. Conocemos el mercado de la prostitución y las drogas, pero vemos también lo profundo de una amistad. En The Florida Project,

de 2017 (disponible en Prime, HBO y Apple TV), conocemos un motel decadente en el que hay tres niños que crecen rodeados de prostitutas y traficantes de droga. Lo sórdido no impide que aparezca el amor filial. Como Baudelaire, Baker es un paseante que atrapa, en su recorrido por los barrios bajos de la ciudad, estampas de personajes que detrás de su apariencia miserable revelan lo más profundo que hay en la humanidad: el amor. Puede que la droga, la prostitución y los hoyos de donas (el omnipresente donut hole) sean todos temas que aparecen obsesivamente en el cine de Baker, pero el tema en verdad recurrente es el amor. En Red Rocket, conforme la esposa comienza a enamorarse de Mikey otra vez, uno intuye que se avecina el desastre. Y en este lugar de donas que simboliza el paraíso de la clase trabajadora en Estados Unidos aparece una tarde cierto personaje que simboliza todo lo que hay de malo en el antihéroe de esta película. Strawberry va a llevar

Antes de ser actor, Simon Rex trabajó en el negocio de la pornografía homosexual

a Mikey a volver a su vicio. Ya se ha dicho que en el cine de Baker los actores se interpretan a sí mismos. Así como en Tangerine a la protagonista la interpreta un travesti de Los Ángeles, en Red Rocket, Mikey es interpretado por Simon Rex, un actor que antes de convertirse en modelo trabajó en el negocio de la pornografía homosexual. Este detalle en su pasado parece más bien anecdótico, propicio para un par de diálogos y chistes, pero conforme la película se va desarrollando, se transforma en la piedra sobre la que se fundamenta una profunda reflexión moral (que no moralina). Y es que, por más que Mikey tiene una familia que le ofrece todo el afecto que pudiese necesitar, ya ha echado el ojo a una adolescente con la que se plantea volver a conquistar al cine pornográfico de California. Red Rocket estuvo nominada a la Palma de Oro de Cannes. Es una extraordinaria película que habla, en clave simbólica, del infierno de la repetición. Mikey ha vivido esta historia una y otra vez. Por eso al inicio lo vemos golpeado, por eso al final lo recibe esta muchachita en una casa pequeña y rosa. Mikey está en el infierno. Y Strawberry es un diablo. Red Rocket es, como Barton Fink, una metáfora de la lucha entre Dios y Satanás.

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ANTESALA

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ESCOLIOS

POESÍA

Magulladura SYLVIA PLATH

En una cavidad rocosa el mar sorbe obsesivo; pivota sobre un hoyo el mar entero. No mayor que una mosca, la marca del destino repta pared abajo. El corazón se cierra, el mar se bate en retirada, los espejos están amortajados. 4 de febrero de 1963 Este poema forma parte de Ariel, el libro póstumo de Sylvia Plath, publicado recientemente por Nórdica con la nueva traducción de Jordi Doce y con ilustraciones de Sara Morante.

Libertad/ EKO

Ameritar ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

El color, un púrpura insulso, afluye donde el golpe. El resto del cuerpo queda como usado, del color de una perla.

EX LIBRIS

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M

@Sobreperdonar

ichael Young (1915-2002) creció en un hogar disfuncional, con poca atención de sus padres y expuesto a toda clase de derivas. Gracias a que los dirigentes de una institución educativa innovadora descubrieron sus virtudes, pudo estudiar y convertirse en uno de los más eminentes sociólogos ingleses del siglo pasado. Young fue un progresista que impulsó múltiples proyectos sociales y educativos. Paradójicamente, este auténtico fruto de la cultura del esfuerzo llegó a pensar que la idolatría del mérito individual podría socavar la solidaridad y, en 1958, escribió El ascenso de la meritocracia, 1870-2033, una distopía sobre una sociedad donde la obsesión por el mérito individual crea un cruel abismo dinástico entre supuestos talentosos y tontos, hasta que esa oligarquía meritocrática es derrotada por una revolución. Hoy, como en esa ficción, la noción del mérito, fundamental en el arte y la vida moderna, es cuestionada desde distintos frentes, no siempre por buenas razones. Desde hace décadas, corrientes como los estudios culturales niegan el valor artístico intrínseco o la existencia de jerarquías entre expresiones estéticas y conciben cualquier pretensión de canon como un crudo testimonio de las hegemonías sociales. En otro orden, el mérito, expresado en el logro escolar, la trayectoria laboral o el conocimiento experto, tiende a ser desdeñado por discursos políticos basados en el resentimiento. Desde luego, hay muchas y fundadas razones para desconfiar y, en La tiranía del mérito (2020), Michael Sandel expuso algunas de las más relevantes: la idea del mérito a menudo legitima ventajas adquiridas de antemano (fortuna, educación, relaciones); es excluyente y clasista y desprecia muchas otras formas de realización personal y vida buena. Sin embargo, como sugiere Adrian Wooldridge en The Aristocracy of Talent. How Meritocracy Made the Modern World (2021), la solución a los excesos de la meritocracia no es anularla (y con ello anular algunos de los más eficientes incentivos sociales y morales de la vida contemporánea) sino depurarla y hacerla más efectiva. Para que la noción de meritocracia funcione hay que hacerla más meritocrática, premiar la verdadera aptitud y el esfuerzo, buscando pisos parejos, aminorando desventajas sociales y estimulando la detección y el desarrollo del talento, independientemente de su origen. Por lo demás, el cultivo del mérito no debería entenderse únicamente como la persecución de credenciales, ni debería implicar un sentimiento de excepcionalidad e infalibilidad sino, al contrario, enfatizar la empatía y el respeto a los demás, así como la responsabilidad social. Se trata de una discusión abierta y urgente (el debate entre Sandel y Wooldridge en https://youtu.be/ uOpdahGGoxE es un paradigma de inteligencia y urbanidad polémica), pues no es posible ignorar las muchas injusticias, imposturas y simonías que se perpetúan bajo la ilusión meritocrática, pero tampoco es posible caer en la demagogia y el imperio de la mediocridad.

Para que la noción de meritocracia funcione hay que hacerla más meritocrática

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DE PORTADA

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A diez años de su muerte, rec este ensayo que explora su pe

Las edades mestiza CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID FOTOGRAFÍA RICK MAIMAN

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El narrador y ensayista, quien nació el 11 de noviembre de 1928 y murió el 15 de mayo de 2012.

a vigencia del pensamiento de Carlos Fuentes es sorprendente. Sus temas son múltiples, como es natural en un escritor de una talla intelectual tan poco común. El autor de La región más transparente estuvo siempre atento a los vaivenes del espíritu pero también del mundo: historia y literatura, filosofía, política y cultura, formaron parte sustancial de su musculoso corpus creativo. Acaso, si hay un tema que lo desborda y del que casi no escribió, haya sido la ciencia, pues Fuentes era un escritor que concebía el tiempo más como imaginación que como una consecuencia física, sin las ataduras de un mundo que ha sobrevalorado el cartesianismo y la infalibilidad del positivismo. Fuentes prefiere, como Borges, traspasar los velos de la realidad mediante la palabra para penetrar el mundo y sus misterios. Con él están, en este orden, Cervantes, Balzac y Faulkner, después Kafka y tras ellos un largo etcétera que abarca dos mil quinientos años de tradición y que alimentará su literatura para llegar a la conclusión de que la novela, su más refinada herramienta de conocimiento, alimentada de memoria y deseo, pasado y futuro, lenguaje e imaginación, altera la conciencia. Y es que para Carlos Fuentes un libro nos enseña a extender simultáneamente el entendimiento de nuestra persona, el entendimiento del mundo objetivo fuera de nosotros y el entendimiento del mundo social donde se reúnen la ciudad —la polis— y el ser humano. El libro, dice, nos habla de nosotros mismos y nuestras facultades para realizarnos en el mundo, en nuestro yo y en los demás. El libro sugiere que nuestra vida es un repertorio de posibilidades que transforma el deseo en experiencia y la experiencia en destino. Nos expone a la existencia del otro y propone que nuestra personalidad no se agota en sí misma sino que se vuelca en la obligación moral


DE PORTADA

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cordamos al autor de Aura con ensamiento político y literario

as de Carlos Fuentes de prestarle atención a los demás —que nunca son lo de más—. “El libro es memoria verbal de todos los tiempos vividos como deseo aquí y hoy”, escribe en su libro capital En esto creo, publicado en 2002 por la editorial francesa Grasset, donde hace un profundo repaso a los temas e ideas que, ya en su más sólida madurez, sustentaron el andamiaje reflexivo de su pensamiento. Carlos Fuentes fue un explorador de la naturaleza y la condición humanas y llegó a hablar de renovación del alma en sus disertaciones más filosóficas. La educación como motor de la politización ciudadana es la herramienta central de toda civilización que se precie de serlo. “Para que la cultura viva, se requiere un espacio crítico donde se trate de entender al otro, no de derrotarlo, y mucho menos de exterminarlo”, sostiene. Para Fuentes, los totalitarismos del siglo XX eran ya una advertencia de que tenemos la obligación de ser felices o corremos el riesgo de convertirnos en insectos. “La libertad no nos es dada”, subrayaba, “la debemos hacer y la hacemos buscándola”. ¿Dónde? En nosotros mismos, por supuesto, ya que somos fruto de la experiencia, la necesidad, el azar y, en última instancia, de la libertad que esta búsqueda nos proporciona. En la obra de Carlos Fuentes hay siempre una reflexión central sobre el tiempo, la experiencia y el destino. El presente, como decía Faulkner, empezó hace diez mil años y el futuro está ocurriendo hoy, por lo que nuestro deber es vivir, entender y sufrir el pasado, el presente y el futuro en una tensión temporal que le da una dimensión especial a la historia, la cual nos enseña que en los días luminosos el ser humano crea comunicaciones, artes, adelantos médicos y científicos, y que penetramos los espacios que aún desconocemos del universo infinito. Sin embargo, también nos dice que, si bien somos capaces de crear amistad y amor, en las noches más turbias de la historia dejamos que se muera de hambre la tercera parte de la humanidad, le neguemos la escuela a la mitad de los niños del planeta y le cerremos el acceso a la libertad corporal a las mujeres. En

este sentido, Fuentes advierte sin ambages y en tono firme, abriendo una enorme ventana al futuro que ya es presente: “Continuaremos expoliando a la naturaleza como si nuestra arrogante saña llegase a negarle al aire, al agua, a los bosques, el derecho a sobrevivirnos. Retraso moral y político más que progreso científico, material y tecnológico”. El pensamiento de Carlos Fuentes pertenece a un tiempo, el siglo XX, pero sobrepasa ese marco temporal para situarse en un presente continuo donde nos habla con inteligencia visionaria. Al hacer un balance de ese tiempo, de las guerras mundiales, del fascismo y la Guerra Fría, nos ofrece una lección que hoy, diez años después de su muerte y veinte después de reflexionarlo, parece un oráculo que hemos olvidado, y apunta que la segunda mitad del siglo XX ha vivido hundida en un maniqueísmo a ultranza —los buenos aquí, los malos allá—, y que el sometimiento total de Europa Central a la dictadura soviética tuvo un precio: la inestabilidad del mundo. No obstante, en su ADN vibra poderosa la América Latina, en la que cree firmemente, pues es, sostiene, mar de encuentros y puente. Y como hijo de un encuentro, consciente del choque, el deseo y la destrucción que le dieron forma, de la catástrofe que representó el nacimiento de eso que llamamos Iberoamérica, considera que, si de tal hecho hemos nacido, nuestra labor es redimir el derrumbe de aquellas civilizaciones que se mezclaron en nosotros, mayoritariamente mestizos. Carlos Fuentes entiende parte de nuestra cultura como una continuidad interrumpida, consciente de su fragilidad y condenada a sucumbir de pura sorpresa, pues las profecías se cumplieron y llegó el otro. El legado, señala, está en el debate iniciado por frailes como Bartolomé de las Casas o Antonio de Montesinos sobre los derechos humanos y universales. Pero también, agrega, poseemos una cultura del asombro, la ironía, la paciencia, la memoria… y a veces el rencor:

En su obra hay siempre una reflexión central sobre el tiempo y el destino

la creatividad de Kondori, el indio arquitecto del Perú; del escultor mulato Aleijadinho, de Brasil; de la poeta mexicana Juana de Asbaje. El barroco americano, sostiene, suple los abismos de la utopía del Nuevo Mundo. En el nacimiento de las nacionalidades iberoamericanas, nos enseña Fuentes, vivimos sueños constitucionales y de independencia, con héroes como Bolívar, Juárez, San Martín, gracias a los cuales volvimos a tener estatuas. Por desgracia, advierte, no se atajó la desigualdad. Y nacieron los caciques de un aislamiento que, afortunadamente, no impidió el surgimiento de la continuidad cultural de Iberoamérica y una conciencia de la vigencia de las tradiciones que la conforman: afroamericana (Lam, Carpentier), indoamericana (Tamayo, Arguedas), euroamericana (Reyes, Matta, Borges), y, con estas tradiciones, los dos más grandes poetas del siglo XX latinoamericano: el chileno Pablo Neruda y el peruano César Vallejo, al que debemos añadir al mexicano Octavio Paz. Entidad mestiza, Iberoamérica ha dado al mundo genios como los de Chávez, Villalobos, Barragán, Niemeyer, Orozco, Portinari, Soto; pero también una cultura popular y universal encarnada en Cantinflas, Sandrini, Discépolo, Agustín Lara, Carlos Gardel, Lucha Reyes, Celia Cruz... Hay algo más que Fuentes no olvida y que forma parte de nuestra esencia e identidad al otro lado del Atlántico, nuestra otra mitad: España, la de las tres culturas: judía, árabe, cristiana; la de Alfonso el Sabio, Fernando de Rojas, Cervantes y Velázquez, la “realidad fundada en la imaginación”; la de Quevedo, Góngora, Goya y la crítica de la beatitud de la modernidad; la España de los primeros parlamentos europeos: León, Cataluña, Castilla; la de la Constitución liberal de Cádiz; la España de la República niña, como apuntaba María Zambrano; la España que habla con nosotros la segunda lengua occidental y la cuarta a nivel mundial. Con sus matices, afirma Fuentes, la lengua nos une, pues “somos el Territorio de la Mancha. Manchados, impuros, mestizos, abiertos por fuerza a la comunicación, las migraciones, la

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confianza en nuestra aportación al mundo. Somos los escuderos de Don Quijote”. Carlos Fuentes tenía presente que el sentido de toda cultura es enseñar al espectador a hacerse cargo críticamente de las imágenes que recibe, del mundo que ve y experimenta. Porque, como indica Wittgenstein, hay que poner en crisis nuestras ideas fijas, nuestras verdades adquiridas, y obligarnos a repensarlo todo, incluso lo que no queremos repensar porque ya es parte de nuestra arquitectura mental y nuestra armadura moral. Así también nuestras ideas políticas, que para Fuentes son parte central de la experiencia humana. En este sentido, su postura es bastante clara: “Frente al poder, la única oposición viable es la socialdemocracia de centroizquierda”. Y lanza un advertencia al futuro; es decir, al deseo que se hace presente: “Tenemos derecho”, sostiene como si estuviera leyendo lo que ocurre hoy y amonestara a nuestros debates políticos, “a confiar en una izquierda democrática postsoviética que le devuelva poder a la gente en un marco de atención a las prioridades del orden social: salud, educación, techo, trabajo, salarios, infraestructuras, derechos de la mujer, cuidado de la tercera edad, respeto a las minorías sexuales y a la libertad de expresión, protección a las etnias, combate al crimen, seguridad ciudadana. Una izquierda menos ideológica y más temática”. Porque la izquierda añorante de lo que ya no fue no puede ser, precisa, una izquierda de lo que debe ser. “Pero la izquierda en el poder debe admitir siempre la existencia de otra izquierda fuera del poder: la que resiste al poder, hasta cuando (incluso cuando) es el poder de izquierda”. Éste, argumenta, sería el desafío para la izquierda del siglo XXI: “aprender a oponerse a sí misma para nunca más caer en los dogmas, falsificaciones y arbitrariedades que la mancillaron durante el siglo XX”, un siglo que Fuentes vivió, comprendió y pensó con lucidez. Toda materia, y el cuerpo lo es, contiene el aura de lo que antes fue y el aura de lo que será cuando desaparezca, pues vivimos una época que es la nuestra, pero somos espectros de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No desprendernos de estas promesas de la muerte, aseguraba Fuentes, es la garantía de que podremos sobrevivirnos a nosotros mismos. Y ese es, asimismo, el contexto de la mejor arma que tuvo en sus manos Carlos Fuentes para contarnos de manera intermitente, desde el ayer hacia el mañana que siempre es hoy, su visión del mundo: la novela, espacio dichoso donde todo puede decirse e inventarse porque lo no dicho es desdichado y “al decir, la novela hace visible la parte invisible de la realidad”, que es múltiple y nos abarca a todos en un espacio democrático y perfecto donde leer es pensar e imaginar, encontrar por nosotros mismos un repertorio de posibilidades que, una vez más, transformen el deseo en experiencia y la experiencia en nuestro propio destino, si somos capaces de aspirar a la libertad.

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LITERATURA

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ENTREVISTA

“El dolor es lo que te mueve” En su segunda novela, Ceniza en la boca, Brenda Navarro ofrece una historia de migraciones y abandonos

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renda Navarro aún no se fía de las mieles de la popularidad. “Soy una persona común y corriente”, subraya con las cejas arqueadas y la voz incrédula tras contar el periplo de un lector que viajó de Tampico a Puebla para conocerla y volver a casa con un ejemplar firmado. No ha terminado de acostumbrarse a que la escritura le haya conferido la reputación de una rockstar. Y, sin embargo, desde la publicación de Ceniza en la boca (Sexto Piso), su novela más reciente, no han dejado de organizarse clubes de lectura, encuentros literarios, charlas y eventos semejantes a los que asisten lectores por docenas. No es ninguna sorpresa, pues en 2019 la aparición de Casas vacías —su novela debut— fue celebrada con gran entusiasmo en el circuito literario hispanoparlante. Ceniza en la boca narra una historia de migraciones, abandonos, infancias quebradas, maternidades atípicas, esperanzas extraviadas y desilusiones fatales. Un adolescente mexicano se lanza de un quinto piso en Madrid. Esa imagen crudelísima detona la memoria de su hermana, quien nos lleva con ella a la profundidad de sus recuerdos, a los años violentos de un México descompuesto y a los días aciagos de una España hostil. En el tránsito de su relato surgen algunos de los vicios que asedian a las sociedades contemporáneas de Occidente: racismo, clasismo, xenofobia, desigualdad, opresión, machismo, precariedad laboral y, en general, un desencanto absoluto con el mundo. Una mañana de principios de mayo, Navarro (Ciudad de México, 1982) conversa con Laberinto desde una librería en la colonia Condesa. Se encuentra de visita —reside en Madrid desde 2015— en el día nueve de un tour de force de promoción. Se confiesa agotada, pero jamás pierde el gesto amable ni el entusiasmo por hablar sobre literatura. Incluso más significativo: no pierde el talante para hundir el aguijón en los temas sensibles que pueblan su obra. Joan Didion confesó que, tras pu-

ÁNGEL SOTO FOTOGRAFÍA A. S.

Creo que el dolor es lo que te mueve. Nos hacen creer que tenemos que ser felices por sobre todas las cosas, disfrutar el momento, vivir el presente… Y creo que estamos equivocándonos en eso, porque cualquier afecto te da ternura, pero también dolor. Y eso es lo maravilloso de estar vivo. Para mí, el dolor está bien. No se puede vivir en el dolor siempre, pero sí te tiene que incomodar casi todo el tiempo.

blicar su primera novela, experimentó el miedo a no escribir nunca otra. ¿Sentiste algo similar? Todo lo contrario. Lo gocé un montón, porque sabía que, en el peor de los casos, tenía la opción de sacarla en pdf. Además, pensando en la sombra de Casas vacías, que fue un fenómeno tan grande, sabía que no podía escribir el mismo libro. Quizás el miedo venga en la tercera. Por eso me lo estoy tomando muy relajada. No pienso en sentarme a escribir ni una sola palabra este año. Diego padece lo que en alemán denominan Weltschmerz, un término usado para nombrar la sensación que experimenta quien descubre que el mundo real nunca podrá equipararse a su mundo ideal. Cuando te vas a otro lugar, te generas expectativas irreales. Con el fenómeno migrante la decepción es doble, porque has pagado un costo muy alto por irte y cuando ves que las cosas no han cambiado tanto, que tienes los mismos códigos culturales, que te siguen etiquetando, que no te va a cambiar la vida, llega esa sensación. La oportunidad que ofrece la migración es hacer lo contrario. Es un proceso dolorosísimo, pero te permite cuestionarte cómo te puedes reconstruir. [En la novela] lo hace, por ejemplo, la mamá. Ella supera

ese proceso de rabia y logra estar más cómoda. Su mundo es espantoso, pero ella se crea su propio hogar. Un hogar que no es sinónimo de familia, sino un espacio de afectos y ternuras. Eso es lo que las personas migrantes logran hacer y por eso siguen sobreviviendo. La socióloga israelí Orna Donath escribió un ensayo llamado Madres arrepentidas. En él, expone los casos de mujeres que, una vez que han sido madres, no han encontrado la “profetizada” plenitud. ¿Algo similar le ocurre a la madre? Claro. Además ella asume su maternidad. No es la madre amorosa, la que sabe construir un hogar, pero sí puede ser la persona que los saque del círculo de violencia en el que viven para llevarlos a un espacio más seguro. Pero también apelo a la maternidad no filial. Tengo a Jimena, un personaje que también es migrante, que les ayuda a crear este hogar. Al final la protagonista dice: “es como mi segunda madre”. Para mí esa es la maternidad: un lugar en el que como mamá te puedas sentir cómoda y que tus hijos se sientan cómodos contigo. En medio del dolor, en la novela hay también momentos de ternura. ¿Son la prueba de que no todo está perdido?

Estamos en una época en la que, como nunca antes, se ha puesto atención a la salud mental. Pero ¿estamos lidiando mal con el trauma? No sabemos lidiar con los traumas. Hay algo muy perverso, porque creo que debemos tener salud mental, pero tengo miedo de que la salud mental se generalice como un gran negocio para las farmacéuticas. Te quieren tapar el dolor, que vivas anestesiado, y que además los hagas ricos. No quieren que estemos bien; quieren que estemos medicados. Y eso es peligroso, en tanto que vamos a dejar de pensar en nuestros cuerpos y en el dolor como algo humano. En Ceniza en la boca aparece Nagore, un personaje de Casas vacías. ¿Es un guiño a quienes leyeron tu primera novela o tienes la intención de establecer un universo en tu obra? Hace poco me lo decía una tuitera: “Me he encontrado con el brendaverso”. Me pareció maravilloso. La decisión obedece a ambas razones. Cuando estaba escribiendo Ceniza en la boca, seguía teniendo un montón de clubes de lectura sobre Casas vacías. Y me di cuenta de que a la pobre Nagore la estábamos idealizando. Nagore se había vuelto etérea y eso me parecía muy injusto para el personaje. Entonces pensé: “Ahora le voy a meter en esta otra novela para que sepan que sigue buscando su camino”. Ahí entendí que las tres novelas van a estar conectadas por un universo que reclama la violencia estructural sobre las mujeres. Cuando cierre este ciclo vendrá la gran pregunta: ¿y ahora qué sigue?

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Puedes leer la versión extendida de esta entrevista en milenio.com/cultura/ laberinto

Y, además, en nuestra edición digital: Lino Daniel: Entrevista con Sergio Ramírez • Carlos Illades: La crítica de la técnica • Silvia Herrera: La electricidad como ciencia biológica • Eduardo Mosches: Un viento llamado Francesca Gargallo • Entrevista con Mauricio García Lozano • Gerardo Herrera Corral: Híbridos de materia y antimateria


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NARRATIVA, ENSAYO, CÓMIC México

Mundos del fin de la palabra

A FUEGO LENTO

Incienso

Peluquería y letras México, 2022

Pedro Ángel Palou Planeta México, 2022 536 páginas

Joanna Walsh Periférica España, 2021 129 páginas

Eileen Chang Libros del Asteroide España, 2021 168 páginas

Aunque ofrece un vasto panorama histórico de la Ciudad de México, pues comienza en 1526 y concluye en 1985, estamos ante una novela de muy largo aliento, una empresa que va de la mano de algunos de “sus ilustres y no tan ilustres ciudadanos”. Cuatro familias principales conducen la trama, entrelazando sus fracasos y aspiraciones.

Dieciocho relatos componen este volumen de la autora británica que ha sido celebrada por su sensibilidad humorística. En ellos la realidad es una entidad muy poco fiable, tanto que llega a confundirse con una alucinación. Convoca por igual a la vendedora de un objeto imposible que a un perro que sirve de maleta.

Proscrita por el régimen comunista, lo que la llevó a emigrar a Estados Unidos en 1955, Chang es considerada la más influyente escritora china del siglo XX. Estas dos novelas cortas son una gran ventana para adentrarse en su obra. Retratan el aura decadente de la China colonial y sus ambientes suntuosos cargados de frivolidad.

Botchan

Breve historia ilustrada del mundo

Travesti de Mircea Cartarescu

Natsume Soseki Alianza editorial España, 2021 218 páginas

Ernst H. Gombrich Crítica México, 2022 448 páginas

Baudoin Impedimenta España, 2021 128 páginas

Publicada en 1906, esta novela confronta dos visiones de Japón: la de la tradición simbolizada en el honor y la de la modernidad encarnada en el éxito personal. Volvemos a ellas a través de un personaje temerario, un joven profesor destinado a una escuela rural en la isla de Shikoku. Sus experiencias retratan a una sociedad fracturada.

Reconocido ante todo como historiador del arte, Gombrich se embarcó en la escritura de este libro por circunstancias especiales. Recién graduado y sin trabajo, le pidieron traducir un estudio de historia para niños. Como no le gustó, le dijo a los editores que podía hacer uno mejor. Esta es una nueva edición con ilustraciones.

Baudoin es uno de los más notables artistas de cómic de nuestros días. Este libro no es una ilustración literal del realizado por Cartarescu; diríamos que es una intervención porque Baudoin se introduce también como personaje. Como explica en la página inicial, el título en francés y en español es Lulú y en rumano Travesti, que prefiere.

El placer de leer www.librotea.com

La jornada de un escritor ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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espués de la paliza que, es de suponer, representó la hechura de Yo tuve un sueño, Juan Pablo Villalobos decidió abrir una pausa y entregarse a un despreocupado divertimento. Como si nada importara salvo la obligación de escribir y satisfacer los pequeños rituales cotidianos, Peluquería y letras (Anagrama) se instala en esa zona donde no existe diferencia entre lo vivido y lo narrado. ¿Otra muestra irreflexiva de autoficción? No, por fortuna, sobre todo porque el narrador —quien, como el autor, lleva por nombre Juan Pablo y vive también en Barcelona— oscila indistintamente entre lo que llama literatura de la experiencia y literatura de la imaginación. Como advertimos al cabo de unas páginas, somos los invitados al juego del gato y el ratón. Villalobos siembra malentendidos que buscan satisfacer nuestras certezas como lectores para borrarlas de inmediato de un plumazo. Peluquería y letras tiene la forma de una pequeña odisea: comienza a la hora del desayuno, en un confortable ambiente familiar, y concluye ahí mismo, durante la cena. Entre uno y otro momento, el protagonista se deja llevar por una rutina salpicada de hechos en apariencia insustanciales pero gracias a los cuales la historia va adquiriendo una consistencia literaria. La visita al gastroenterólogo adquiere visos de un thriller policiaco, un corte de cabello se convierte en una ventana al terror, y horas después, a una comedia de equivocaciones, la comida en un restaurante mexicano desemboca en un relato de misterio… Mientras libra cada uno de estos momentos, el narrador no solo es ya un personaje de su invención, y dotado de un delicioso sentido del humor, sino una voz que se eleva por encima de la trama para desmontar la maquinaria que hace posible la escritura de una obra de ficción. Una lectura de Peluquería y letras podría conducirnos hacia el retrato de un estado en el que la comodidad pequeñoburguesa, tan cercana a la felicidad, suele anticiparse a cualquier amago de fracaso. Se me antoja otra opción. En su brevedad, en su justeza formal y estilística, y en sus coqueteos con la idea de que no hay historia que no contenga dentro de sí misma otra historia, Peluquería y letras invita a pensar en lo que en verdad significa ser escritor en tiempos en los que Instagram tiene más adeptos que la buena literatura.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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TOSCANADAS

Tres años no es nada DAVID TOSCANA

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sta semana la prensa mexicana publicó un reporte en el que se informaba que, tras dos años de la peste china, había un rezago escolar de tres años. O sea que las clases a distancia y lo que pudo hacerse en cada hogar, con esos millones de abnegados padres clausurando los televisores para en cambio leerles a sus hijos la Ilíada y el Quijote y el México a través de los siglos no fomentaron siquiera un avance lento, sino un retroceso. El bien conocido fenómeno de la desneuronización. El niño que ya había aprendido a leer, lo olvidó, y tendrá que comenzar de nuevo desde el ABC. A los que tocaba pasar al sexto grado, habrá que inscribirlos en el tercero. Y si la adultez se alcanza con la mente y no con las hormonas, se deberá aplazar la mayoría de edad hasta los veintiuno. Se acostumbra utilizar los años como medida de educación porque

ESCUELA PRIMARIA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

en las escuelas se trata a los alumnos como una borregada a la que hay que cebar con el mismo forraje mental, de acuerdo con lo que marquen los doctorados en embrutecimiento. Allá cuando la letra entraba con sangre, existía siempre el riesgo de reprobar. A quienes no aprovechaban lo suficiente, se les decía “tendrás que repetir el año”. Era una maldición para el alumno. ¡Repetir el año! Ahora pienso que me agradaría un dios que me amenazara con tal castigo. “¿Te parece que repita 1980?”, le preguntaría, pensando en Bob Seger. I was eighteen/ Didn't have a care/ Working for peanuts/ Not a dime to spare/ But I was lean and/ Solid everywhere/ Like a rock. Imaginemos a un tal Juan y a un tal Fenócrito, dos jóvenes de quince años. Juan no ha asimilado más que lo que le pide la escuela. Fenócrito ha pasado leyendo clásicos, filosofía, historia y ciencias. El sistema escolar

los considera igual de adelantados, aunque Juan sea un protoimbécil y Fenócrito un muchacho brillante. Nadie podría decir que Fenócrito le lleva diez años de ventaja a Juan porque no es el tiempo lo que los separa. A Juan le espera un brillante futuro en la política, pues como dice el protagonista del Hipólito de Eurípides: “Y los que son incapaces delante de los sabios son los más aptos para hablar ante el vulgo”. Así las cosas, no hay un rezago de años sino de ilustración. Mas nada hay que temer. A los alumnos que ahora cursan la primaria y la secundaria no les harán perder ni uno ni dos ni tres años para desrezagarlos; simplemente serán más rústicos, lo cual no es problema sino oportunidad, ya que no está en el alma de la escuela generar filósofos, eruditos y hombres de ciencia, sino adiestrar a la futura generación de líderes y funcionarios y electores.

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BICHOS Y PARIENTES

Poggio, Greenblatt y los atomistas

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e pronto, por allá de los primeros 1400, entre pueblos y ciudades del norte de Europa, un señor raro iba buscando libros. Raro, porque vestía con decoro pero sin lujo ni colgajos que señalaran señorío alguno. No pertenecía a guildas ni gremios, de modo que tampoco llevaba signos de oficio alguno. Sus manos no eran rudas sino finas; es decir, no era ni guerrero, ni herrero, afilador o tintorero; pero tampoco parecía ni músico ni monje. Y no hablaba más que italiano o latín y podía reconocer la escritura griega. Se llamaba Poggio Bracciolini y nadie reconocía su oficio porque, de hecho, no lo tenía: era un empleado (de los Medici), un señor que no pertenece a nada ni nadie, ni suficientemente rico para ser dueño de tierras y personas. Vendía un trabajo, y consistía en recorrer monasterios, abadías, algún palacio, en busca de los libros más antiguos que pudiera hallar, justo aquellos que los letrados de sus días hallaban indescifrables, por la caligrafía, o por la sintaxis de aquel latín que ya nadie entendía. Es verdad que la Edad Media tuvo al latín como lengua unificadora, pero entre el latín de Tomás de Aquino y el de Cicerón había una distancia mayor que la que podemos hallar entre nuestro español y el castellano del poema del Cid. Poggio adquirió, por compra, regalo o robo, una cantidad inmensa de manuscritos antiguos, incluyendo la única copia completa de las Instituciones Oratorias de Quintiliano, discursos de Cicerón, la obra de los dos grandes historiadores de la decadencia romana: Vegecio y Amiano Marcelino, y lo principal: la última

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA REVISTA SANTIAGO

copia existente del De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas, o De la naturaleza), el gran poema filosófico de Lucrecio. Sobre este señor es que Stephen Greenblatt ha escrito un libro magnífico: The Swerve: How the Renaissance Began (en español, editorial Crítica lo publicó con el título de El giro: de cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el Mundo Moderno). Su calidad de escritor, crítico e historiador de la literatura está más que reconocida, pero quizá éste sea, de los suyos, mi preferido,

Poggio adquirió, por compra o robo, una cantidad inmensa de manuscritos antiguos

porque añade una faceta de narrador capaz de tensar suspensos y misterios. Casi como novela, con un dejo de Umberto Eco, inicia con ese hombre peculiar que despierta suspicacias provincianas, y mientras lo describe a él, muestra en detalle el gran cambio cultural que se avecinaba, justo en sus inicios. Y sí: el Renacimiento inicia como una cacería de libros. Los mismos Medici habían empleado a otro scout, pero experto en las cosas griegas: Manuel Crisoloras, que apenas tiene una pasajera mención de Greenblatt, pero fue tan importante como Poggio. El hallazgo del manuscrito de Lucrecio no es el de un tesoro antiguo sino la invocación del demonio: atomista y ateo, imposible de refutar porque no es una crítica al cristianismo, ni a la jerarquía lógica de Occidente, ni porque fuera mordaz o contrario

Stephen Greenblatt, historiador literario y titular de la Cátedra John Cogan en la Universidad de Harvard.

a la tradición. Nada de eso sino algo peor: Lucrecio, como sus orígenes en Demócrito y, sobre todo, en Epicuro, simplemente afirma que la materia y la existencia toda surge por un clinamen (parénklisis, en griego); es decir: un giro, o viraje en las partículas originales, los átomos que, dado ese clinamen, cambian su caída uniforme y chocan con otros átomos y así se va formando la materia: por choques, aglomeraciones, por atracción y repulsión... Los atomistas han sido una especie de bárbaros nomádicos, que no habían dejado tradición, pero cuando aparecían, derruían o dejaban muy endeble la orgullosa arquitectura de la jerarquía lógica. No parecían ser parte de la tradición occidental, heredera de un principio singular, necesario y suficiente, como fuente y origen de todo lo demás. Adoradores del Uno fueron Plotino y Porfirio, el gran organizador de la lógica, y compilador del Organon de Aristóteles, las Eneadas y a quien debemos el esquema de razonamiento de los silogismos concatenados de modo secuencial. Eso que llamamos “árbol de Porfirio” y que la tradición cristiana recuperó para empatar la jerarquía divina con la del razonamiento. Con aquellos ateos se podía pelear y se les podía condenar. Pero un atomista ni siquiera necesita un principio; le bastan el caos y el azar. Greenblatt ha escrito un formidable libro de narración, historia, crítica literaria... solamente una cosa dejó fuera: aquellos inciviles atomistas son la explicación más viva de la ciencia actual: el universo es hijo del caos y el azar.

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