Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Nadav Lapid: batallas políticas
Mirarse el ombligo Foto: Pie Films
Ilustración: Román
SÁBADO 28 DE MAYO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 989
Memoria y permanencia de Eduardo Lizalde José Ángel Leyva, Marco Antonio Campos FOTOGRAFÍA: JORGE LÓPEZ
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ANTESALA
28 DE MAYO 2022
LA GUARIDA DEL VIENTO
La mirada quieta
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ALONSO CUETO
n una época de transformaciones sociales, aparecen escritores cuya obra busca convertirse en el espejo diverso de una época. Sus novelas son monumentales frescos de los hechos y personajes de su sociedad. Ese fue el gran proyecto de Dickens o de Balzac, según el cual era apenas el “secretario de la sociedad francesa”. Desde ópticas distintas, tanto Vargas Llosa como Benito Pérez Galdós pertenecen a este género. Esta afinidad convierte al escritor peruano en un lector privilegiado de Galdós, tal como se prueba en su último libro, La mirada quieta. Así como el peruano ha hablado de la novela total, sus estudios son un ejemplo del ensayo total. Vargas Llosa hace una revisión exhaustiva de todas las obras del escritor español, incluyendo sus novelas, obras de teatro y los Episodios nacionales. El libro incluye resúmenes de la trama y comentarios sobre cada una de las obras de Galdós, siempre definidas por una valoración personal. De las decenas de obras del escritor español, hay algunas que califica como malas o muy malas pero hay otras que le resultan tan interesantes que justifican las frases con las que el libro se cierra. Pese a las polémicas y a las discusiones en torno de su valor, Vargas Llosa concluye que Galdós fue un gran escritor. El libro recuerda la frase de Mary McCarthy según la cual un escritor merece ser juzgado por el mejor libro que haya escrito. En el caso de Galdós, allí están las pruebas. Una de ellas es Fortunata y Jacinta, una novela sobre dos mujeres de distintas clases sociales unidas por un hijo. Otra es Misericordia, sobre los pactos que los pobres en Madrid se hacen para sobrevivir. Otra es Tristana, la historia de una mujer joven y coja que es víctima de los abusos del depravado Don Lope. A propósito de Tristana, Vargas Llosa reafirma que se trata de una novela muy bien escrita. “¿Qué es una novela bien escrita? Es aquella que sirve a sus propósitos, como en este caso”. Más adelante señala que en esta novela “el narrador guarda una neutralidad ante aquello que cuenta, como quería Flaubert, y termina por volverse poco menos que invisible: la historia parece existir por sí misma, sin lazos con el mundo real”. Este narrador invisible, que Galdós omite en otras novelas, es precisamente la razón por la que el escritor español no llega a la dimensión de otros escritores europeos como Balzac, Dickens o Flaubert. La parte final del libro es un canto al poder de la novela. Vargas Llosa afirma que Galdós hizo que gran parte de los españoles se familiarizara con los personajes de la vida española y de su historia. “También de esta manera un escritor contribuye a crear una sociedad integrada, haciendo que las gentes de distintas regiones y costumbres se sientan herederas de un pasado común”. La afirmación de esta función social de la novela es estimulante. Galdós (y Vargas Llosa) creen en el poder de las palabras para unir una sociedad. No es una afirmación frecuente hoy. Pero en este estupendo libro, comprendemos que puede ser verdad.
Galdós (y Vargas Llosa) creen en el poder de las palabras para unir una sociedad
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La rodilla de Ahed. Dirección: Nadav Lapid. Israel, 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
Los autorretratos de Lapid
E
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PIE FILMS
l año pasado La rodilla de Ahed (disponible en Mubi) ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Su creador, Nadav Lapid, es un artista audiovisual cuyas obras resultan difíciles de olvidar. La maestra de parvulario, por ejemplo (que no debe confundirse con la adaptación estadunidense), nos introdujo en la existencia de un poeta de cinco años que lanza profecías que saben a Lorca o a Salomón. El mismo Lapid escribió y dirigió Sinónimos, historia de un chico israelí que, habiendo terminado el servicio militar, viaja a París para aprender el idioma. En Francia atesora palabras con la voluptuosidad de Lord Byron; las repite una y otra vez, se deja sorprender por su música, por su sonoridad. La rodilla de Ahed es la tercera parte de esta autobiografía de Lapid el poeta. El niño que enamoró a su maestra, el soldado decepcionado de Occidente, se retrata como artista audiovisual. Y (así se llama el personaje) es director de cine. Se encuentra trabajando en un proyecto de videoarte que quiere denunciar la respuesta israelí a un video viral en el que una muchachita de apenas 1.65 metros de altura se enfrenta con un soldado armado hasta los dientes. La chica es Ahed Tamimi y el video resulta tan simbólico que
recientemente se quiso decir (falsamente) que Tamimi era ucraniana y que en la escena estaba enfrentando a un soldado ruso. La conmoción de Lapid ante el video trasciende lo que sucede a cuadro para moverse hacia la sociedad israelita que en estos años ha discutido en torno a la reacción del soldado, pero invisibilizando a la niña. La historia de La rodilla de Ahed elabora la vida de un director de cine que debe abandonar momentáneamente su proyecto y viajar hasta el desierto de Aravá para presentar una de sus obras. Ahí se encuentra con una burócrata que le pide que limite sus comentarios, es decir, lo censura. Con una extraordinaria contención de recursos, La rodilla de Ahed es una obra que construye eficientemente a un moderno profeta bíblico, esto es, un hombre que con palabras encadenadas de modo insólito pretende señalar todo lo que está mal. El amor a la patria y el amor a la madre son otros dos hilos dramáticos con los que este extraordinario director
El director entreteje un pequeño drama que se une a la tradición de cine de izquierda israelí
entreteje un pequeño drama que se une a la amplia tradición de cine de izquierda israelí. Y es que, como se sabe, en este país la izquierda se define sobre todo por una mayor empatía hacia la nación palestina mientras que la derecha está convencida de que el conflicto solo puede darse si el derecho de Israel prevalece sobre el derecho palestino. Películas como The Bubble, de Eytan Fox (en el 2006), y Vals con Bashir, dirigida en 2008 por Ari Folman, critican de modo tan ácido como La rodilla de Ahed un nacionalismo que hoy llega a extremos que los israelitas, habiendo sido víctimas del Holocausto, difícilmente pueden permitirse. Como el profeta Jonás, Lapid termina siendo despreciado por el pueblo en que predica la necesidad de conversión. El director y guionista denuncia en esta obra la hipocresía, la censura y una decadencia que trasciende las fronteras de Israel y, como vimos en Sinónimos, se extiende a todas las democracias occidentales: las que prefieren “narrativas” y no hechos, las que invisibilizan a activistas como Tamimi o el mismo Lapid al tiempo que ofrecen aplausos grabados a los héroes que han decidido inventar. Buscando ser un vidente en el sentido de Rimbaud, Lapid alza la voz y dice lo que muy pocos quieren escuchar.
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POESÍA
LOS PAISAJES INVISIBLES
EDUARDO LIZALDE
En el bosque equivocado
A la manera de cierto Pound Si yo pudiera decir todo esto en un poema, si pudiera decirlo, si de verdad pudiera, si decirlo pudiera, si tuviera el poder de decirlo, ¡qué poema, Señor! ¿Quién te lo impide, muchachito? Anda: desnúdate, para qué más remilgos, qué clase de hipocritón gomoso quieres ser, lanza la rima y la moral al inodoro, anda, circula. ¡Qué gran poema! ¡Qué poemota sería! Si pudiera, siquiera, si pudiera poner la letra primera, lazar como a una vaca ese primer concepto, si pudiera empezarlo, si alcanzara, malditos, cuando menos, a tomar la pluma, ¡qué poema! Con este poema, que pertenece a La zorra enferma (1974), recordamos al poeta, narrador y ensayista Eduardo Lizalde (1929-2022). Además de su extensa obra como escritor, destaca su labor al frente de la Compañía Nacional de Ópera del INBA y de la Biblioteca de México José Vasconcelos. En 1970 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por El tigre en la casa y en 1988 el Premio Nacional de Literatura y Lingüística.
EX LIBRIS
Leer poesía/ EKO
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ANTESALA
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
ara identificar al ensayo más breve del mundo, Gabriel Zaid fue contundente: “No hay ensayo más breve que un aforismo”. Ensayo, sí, porque el aforismo es introspección. Rumor de la conciencia. Discurso del intelecto. El aforismo podría ser una variación de la poesía. Las palabras se agrupan en una insólita cadencia que, en equilibrio con las pausas o el silencio, desentraña su mensaje como una barca que ondula a la deriva. El aforista empedernido Georges Perros (París, 1923– Douarnenez, 1978), gustaba de espulgar las prosas para extraer las máximas como si fueran bichos de oro. “Algunas mentes contemporáneas dan la sensación del aforismo. La lectura de su obra es ambigua, esconde algo: el aforismo personal”. Ponía como ejemplos a Paulhan, Ponge, Leiris, Blanchot, Jarry, Bataille, Ferry, Michaux. Y rígido como un cuello almidonado, emitía diagnósticos punzantes: “La prosa de Alain está llena de aforismos. Pero de aforismos para vivir. Aforismos con buena salud. Él los fabrica. El verdadero aforismo es muerte y vida, derecho–revés, forma y fondo desfigurados. El aforismo está positivamente loco, como puede estar loca una ballena en cuanto al mar, que nada comprende”. Por eso, Perros desestimaba a André Breton. Su escritura le parecía llena de realeza, impoluta (“El rostro de Breton es el cuadro viviente de su estilo”). Ahora bien, ¿por qué empleaba tanto tiempo en auscultar extensas, enormes parrafadas? Porque, según Perros, casi nadie se ocupaba de tiempo completo en el arte del aforismo: “Escribimos, siempre escribiremos novelas, dramas. Al hombre le gustan las historias. Siempre leeremos a Laclos, a Constant, a Balzac, a Stendhal. ¿Pero quién no ve que el sitio por donde pasa ya ha sido transitado, que ya no hay por dónde chupar esas tetas rabiosamente solicitadas por todos los que se han interesado en la condición humana? Cualquier agudeza psicológica carece de sentido. Sufre de embrutecimiento inmediato. Todo lo indispensable que va del Yo al Juego, o viceversa, está gastado, arruinado”. Perros tenía razón. El aforismo no persigue el análisis profundo o el decreto clínico, porque éste surge de la intuición, es chispazo perceptivo. “Esa noche fui a buscar la verdad, la encontré fumando en una esquina. Le pedí que volviera, pero sus ojos extraviados ya no me reconocían”. Así comienza En el bosque equivocado (publicado por Cuadrivio), quinto libro de aforismos del poeta y ensayista mexicano Armando González Torres. Galería de personajes insospechados, en el paisaje de sus textos breves el aforista marcha de un pensamiento a otro, observa sus vocablos, medita los asombros. La floresta de Armando González Torres está hecha de convicciones (“Dice que una prosa se va volviendo poesía cuando deja atrás todo aquello que hay que explicar”), de ironía (Monólogo del militante: “Aunque he olvidado lo que fui, tengo la certeza de que no hay que esperar mucho de lo que soy”), de franqueza (“Las palabras que no han pasado por la literatura son las más sanas y expresivas. Algunos hombres las escogen, no para hablar o escribir con ellas, sino para reproducirse”). Dividido en siete partes o secciones, En el bosque equivocado es un volumen que remite al escepticismo poético de Georg Christoph Lichtenberg, y en momentos, a la audacia filosófica de E. M. Cioran, porque la mirada de González Torres no pierde detalle alguno, está al acecho de la iluminación: “Hay viejos que se quedan callados un buen rato, hurgan en sus recuerdos o en sus sueños, es lo mismo y, de repente, te regalan una frase prodigiosa, como si hubieran descubierto de milagro las palabras”. Y es que, claro, “La palabra no tiene ojos, pero su vibración guía tus tinieblas a través de los mares de saliva”. En el bosque equivocado es un espléndido paradigma del arte del aforismo, género que Perros comparaba con el sueño. Porque sí, el sueño es literario.
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Evocamos a Eduardo Lizalde con un retr y al escritor que supo armonizar lo más
El poema es génesis, in
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JOSÉ ÁNGEL LEYVA FOTOGRAFÍA MARTÍN SALAS
ablaba para el público de Casa de Poesía Silva de Bogotá como si en verdad los asistentes conocieran su obra desde siempre, pero la mayoría ignoraba su trayectoria. No obstante, era la lectura estelar del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, el 27 de mayo de 2008. Por su edad, elegancia y porte altivo intuían que era un autor muy importante. “Grande y dorado, amigos, es el odio./ Todo lo grande y dorado/ viene del odio./ El tiempo es odio“. Su voz, potente y grave, cautivó al público que llenaba la sala y los pasillos. Cuando concluyó su lectura, el poeta y ensayista bogotano Santiago Mutis, hijo del escritor Álvaro Mutis, giró el cuerpo hacia la fila detrás de la suya y exclamó: “Es un monstruo… es un monstruo”. Santiago había vivido años de su infancia en México a causa de su padre y había escuchado el nombre de Eduardo Lizalde, el gran amigo de José Revueltas, quien había padecido reclusión en Lecumberri como Álvaro Mutis, pero reconocía que no tenía idea de la dimensión poética del autor de El tigre en la casa. Lizalde había compartido el recital con Antonio Deltoro. Una noche mexicana de lujo en el barrio de La Candelaria. A partir de ese momento, Lizalde atrajo los reflectores y se impuso como figura tutelar de la nutrida presencia mexicana en el Festival. Días más tarde, su voz se volvió a escuchar en la Catedral de la Sal en Zipaquirá. Su presencia crecía y crecía entre el público colombiano que fue a escucharlo incluso a uno de los bares donde leyó con poetas locales y mexicanos. De Eróticos y tabernarios se desprendieron los poemas que aderezaron esa noche el maridaje de versos y copas. Detrás de su apariencia aristocrática, fría y distante, Lizalde sorprendía a los jóvenes con
un trato amable y con palabras de aliento. Quizá de todos los espacios donde había leído, era en el bar donde se le había visto más cómodo y sociable. A los mexicanos que lo acompañamos en el recital tabernario no cesaba de felicitarnos por los poemas elegidos. Once años antes, Begoña Pulido y yo fuimos a buscarlo a la Biblioteca de México, en la Ciudadela, para hacerle una larga entrevista. Se le notaba incómodo, nos advertía que estaba muy ocupado y que solo podría brindarnos una media hora. La secretaria apareció en varias ocasiones para recordarle otros compromisos, pero el director de la Biblioteca la despedía para mantener una conversación en la que repasamos su vida y su obra durante casi dos horas: su pasión y conocimiento por la música, registrados en sus programas de radio, la filosofía, su militancia al lado de José Revueltas, a quien tanto admiraba y quería, su juicio a la experiencia juvenil de ese intento de vanguardia que expone en Autografía de un fracaso. El poeticismo (1981), el movimiento que fundó al lado de Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca. Recordaba divertido que Enrique González Martínez, abuelo de González Rojo, les había advertido a los tres que tendrían la visita de Pablo Neruda. El poeta chileno llegó a casa y ellos demoraron su aparición. Luego desfilaron frente a él con absoluta indiferencia. González Martínez les reclamó su conducta y respondieron que se trataba de un versificador y no de un poeticista. Lizalde, por supuesto, reconocía que se había tratado de un desplante, de un gesto banal y no de un acto de rebeldía. Lizalde, quien había nacido en julio de 1929, publicó La mala hora, su primer libro de poemas, en 1956. Entre la militancia política y los deberes matrimoniales —había asumido la paternidad muy joven— la escritura creativa había demorado en constituirse como parte definitiva de su quehacer vital. Muchos consideraban que se había cometido una injusticia al no
incluirlo en Poesía en movimiento, la antología canónica realizada por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí Chumacero. Lizalde manifestaba —y no solo en aquella entrevista— su malestar por el juicio sesgado hacia Paz. Reconocía que para 1966 él no era un poeta relevante y que La mala hora era justo eso: una obra fallida. No merecía figurar con otros poetas que habían demostrado ya su valía. Ese mismo año de la aparición de Poesía en movimiento se publicó Cada cosa es Babel. Un poema de largo aliento en el que Eduardo Lizalde hacía su aparición en el mapa de la poesía mexicana y se instalaba en la tradición de los poemas extensos y reflexivos, al lado de Sor Juana y de José Gorostiza, con Primero sueño y Muerte sin fin, por citar dos ejemplos mayores. Junto a esa aclaración de una supuesta injusticia literaria, Lizalde reconocía su admiración y su amistad con Octavio Paz, quien también había gozado de los mismos afectos de su entrañable compañero José Revueltas. Esas mismas aclaraciones las reiteraría años después en una cena en mi casa como inercia de nuestro viaje a Polonia, donde también había sorprendido la potencia de sus versos y de su personalidad. El tropiezo de La mala hora y su demora en encontrar la voz que lo impondría como uno de los autores referenciales de la poesía mexicana. El tigre en la casa (1970) y La zorra enferma (Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, 1974) fueron ya, sin dudarlo, dos obras que lo pusieron no solo en el canon sino en el imaginario de los lectores, seducidos por la imagen del tigre y la capacidad plástica del discurso lizaldeano, que no venía a ser la extensión del tigre de William Blake o de Borges, sino la bestia del poema con sus propios impulsos y sus motivaciones particulares. Arturo Rivera profesaba una admiración sin reservas por su cuñado
el poeta Eduardo Lizalde, quien correspondía devoto con su escritura a la obra plástica de aquél. En ambos dominaba una atracción por la oscuridad y la belleza de lo terrible, por la perfección y lo monstruoso a la vez, por la elegancia y lo perturbador. Lizalde era un poeta que no solo cantaba, sino pintaba y pensaba. Rivera buscaba la poesía en sus inmersiones plásticas. La última vez que nos encontramos fue el 29 de octubre de 2020. Fuimos a despedirnos de Arturo Rivera en una mínima ceremonia luctuosa a causa de la pandemia. Ya era un hombre de 91 años y acusaba el peso de la edad y de la pena. No obstante, unos meses antes yo había impartido un curso en línea sobre la sentimentalidad oscura de su poesía en la Universidad Nacional de Colombia al lado del poeta Juan Manuel Roca. Yo no veía a un anciano sino a un poeta vigoroso que pintaba con mano firme la imaginación de los alumnos: “Qué sería de la tarántula, pobre,/ flor zoológica y triste,/ si no pudiera ser ese tremendo/ surtidor de miedo,/ ese puño cortado/ de un simio negro que enloquece de amor”. Con la muerte de Lizalde concluye en gran medida el fin de un magisterio. Óscar Oliva es quizá el sobreviviente más notable de esa generación tras la desaparición reciente de la casi centenaria Dolores Castro. Recuerdo una comida en un restaurante del sur de la Ciudad de México en la que Marco Antonio Campos me incluyó: Rubén Bonifaz Nuño, Juan Gelman, Eduardo Lizalde, él y yo. Todos hablaban con sapiencia y entusiasmo de tango. Campos era con certeza el hermano menor de todos ellos, como lo fue de Alí Chumacero. Bonifaz estaba contento, sonreía con un dejo de melancolía. Se fue antes que los demás. Para romper el mutismo cuando las miradas se posaron en el plato con el pulpo a las brasas que Bonifaz Nuño había dejado intacto, Lizalde alzó su copa y dijo con su voz de trueno: por la poesía, por la vida.
La escritura creativa demoró en constituirse como parte definitiva de su quehacer vital
Manuscrito y dibujo de un poema de Eduardo Lizalde.
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rato que consagra al amigo s alto y lo más coloquial
nfinito y animal El autor de El tigre en la casa murió el pasado 25 de mayo.
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RETRATO
El dibujo del Tigre* Marco Antonio Campos es, sin duda, uno de los más grandes conocedores de la obra del autor de Cada cosa es Babel. Con su autorización publicamos el siguiente fragmento de una de las conversaciones incluidas en su libro La poesía de Eduardo Lizalde. Entrevistas y ensayos (1981-2004), publicado por Ediciones de Educación Cultura, en la que el poeta habla de la génesis de su poema “El tigre”.
E
l poema de “El tigre”, ese que empieza “Hay un tigre en la casa...”, surgió casi de golpe y fue el que dio la pauta para el libro (El tigre en la casa). Salió casi como está. Las correcciones fueron mínimas, a diferencia de los otros poemas, que me llevó años pulir. Para dibujar al tigre no busqué el remedo de los monstruos clásicos, sino los monstruos contemporáneos. Mis modelos se hallaban en las películas de terror: Frankenstein, Drácula, King Kong, en los cuentos de hadas... Cuando a Laurence Olivier le preguntaron cómo concibió a Ricardo III, repuso: “Viendo Pedro y el lobo de Walt Disney”. Esto me iluminó: Ricardo III es el sucedáneo del lobo del filme. Lo que rescaté en este poema y en todo el volumen con libros que me impresionaron en la infancia. Uno de ellos fue El libro de las tierras vírgenes, de Rudyard Kipling, que marcó también a Borges. Por eso hablo de Shere Khan, el monstruo terrible, el demonio mismo que aparece en estas páginas. Es el Moby Dick de la selva. Para saber sobre Shere Khan tuve que rastrear hasta en diccionarios de idiomas que desconozco, como el sánscrito. En suma: yo busqué (a eso alude el título: “retrato hablado de la fiera”) presentar una criatura descomunal y asesina pero también placentera, que no puede ser retratada porque tiene todas las formas. Es inasible e irrenunciable. Un terror flota en la atmósfera. ¿Cómo decirlo?: “Hay un tigre en la casa/ que desgarra por dentro al que lo mira”. Lo miras pero el tigre no está allí. Por las noches crece, pierde la cabeza con facilidad, anda como un loco. Así es la relación amorosa y la relación con la poesía. Una anécdota: en 1966 había publicado Cada cosa es Babel . Algún tiempo después alguien tocó a mi puerta. “No nos conocemos”, me dijo, “pero vengo a felicitarlo por su libro y por un poema que acabo de leer en la revista Diálogos ”. El poema era éste: “El tigre en la casa”. Aquel joven salía para Europa y me prometió que nos veríamos al regreso. No fue así. Se mató en la carretera a Brindisi cuando iba a tomar el barco a Grecia. Se llamaba José Carlos Becerra. *Título de la Redacción.
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LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
Mirarse el ombligo Los mapas cuentan historias y revelan pasiones, y también están hechos de mentiras
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l mundo es un pañuelo. Lo afirma el refranero popular, nuestra particular enciclopedia de bolsillo. En latín la palabra “mappa” significaba servilleta, toalla o trapo. Así llamaban a la tela rectangular que, en el silencio expectante del circo, daba la señal de salida para las carreras de carros, como si aquellos caballos fueran a galopar por confines y fronteras. Sobre la superficie de esos lienzos, los romanos dibujaban los perfiles del orbe que conocían. Los mapas retratan nuestros mejores y peores rasgos: curiosidad ávida y hambre de descubrimiento, pero también vanidad conflictiva y sed de anexión. Nos fascinan porque cuentan historias y revelan nuestras pasiones. Además, construyen nuestra mirada. Las razones por las que el norte figura arriba no son científicas, sino estratégicas. Lo alto tiene connotaciones positivas, mientras que lo bajo se mira por encima del hombro. Asociamos la pobreza al sur y la prosperidad con países septentrionales. La famosa fotografía de la Tierra que tomó la nave Apolo 17 en 1972 —la canica azul— fue rotada para su publicación, pues ya solo sabemos leer el planeta colocado de esa única forma. Sin embargo, durante siglos el este ocupó habitualmente la posición superior porque la luz surge de oriente, mientras que el norte simbolizaba un territorio de oscuridad: desde entonces, “orientarnos” significa buscar la referencia allá donde nace el día. Los mapas dicen muchas verdades, pero también mentiras. Son atlas de las mentalidades, miedos y expectativas de las sociedades que los crean. La proyección cartográfica más utilizada todavía hoy, conocida como Mercator, oculta interesadas distorsiones. Los planisferios por los que viajamos con los ojos y navegamos con la punta del dedo dibujan un occidente enorme y central, sobredimensionado en un hemisferio norte que ocupa dos tercios y relega el sur a un diminuto tercio inferior. En un episodio de El ala oeste de la Casa Blanca de 2001,
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
el presidente recibe a varios miembros de una ficticia Organización de Cartógrafos por la Igualdad, que presionan para renovar los mapas escolares. Explican que la Europa de Mercator está representada más grande que Sudamérica, cuando esta última la duplica. Además, Alemania figura en el centro, aunque le correspondería aparecer más al norte. “Un momento —interrumpe un perplejo Josh Lyman—, ¿me está diciendo que Alemania no está donde creíamos?” La respuesta es lapidaria: “Nada está donde usted cree”. Desde que empezamos a trazar caminos y geografías sobre servilletas, los seres humanos tendemos a creernos el ombligo del mundo. A lo largo de la
A menudo el delirio megalómano ha cincelado las geografías a golpe de invasión y guerra
historia, personas y pueblos han sufrido este espejismo, impropio de habitantes de un planeta esférico. Según los antiguos griegos, Zeus deseaba saber dónde estaba el centro de la Tierra y, para averiguarlo, soltó dos águilas en los extremos del universo. Inevitablemente, las aves se encontraron en un lugar de Grecia, Delfos, señalado para la posteridad con una piedra ovalada a la que llamaron “ónfalo”, es decir, ombligo. Los chinos de aquel tiempo llamaron a su país Zhonghuó, “reino central”. Unos y otros creían ser el meollo cartográfico del cosmos y la única cultura civilizada. Cada cual se ubica en el epicentro de todo y tal vez por eso el mundo tiene más ombligos que cerebros. A menudo el delirio megalómano ha cincelado las geografías a golpe de invasión, guerra y sometimiento, en nombre de remotas purezas y naciones triunfantes. La historia prueba,
sin embargo, que el pensamiento y la ciencia fluyen en las encrucijadas de poblaciones diversas, en las rutas de viajes, encuentros e intercambios. Aunque la sabiduría arcaica acuñó en Delfos una máxima ensimismada —conócete a ti mismo—, el éxito del oráculo era fundamentalmente cosmopolita: dependía de los relatos y datos que traían sus visitantes de orígenes distantes. Por eso, el dramaturgo Menandro se atrevió a rectificarla: “Es más útil decir: conoce a los otros”. En realidad, aprendemos sobre nosotros mismos cuando nos atrevemos a mirar otros paisajes y escuchar otras voces. Es poco original sentirse únicos: solo los demás nos dicen quiénes somos.
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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.
Y, además, en nuestra edición digital: Vicente Quirarte: Eduardo Lizalde, poeta para jóvenes • Héctor González: Los poetas recuerdan a Eduardo Lizalde • Liliana Chávez: “Gentrificar(se)” • Tamara R. Williams: Deslindes de la poesía noeobarroca latinoamericana • Fernando Figueroa: Serrat, Tarrés, Sabina y el adiós del catalán • Andrea Serdio: Los sonidos más hermosos • José Juan de Ávila: Entrevista con Laura Sofía Rivero • Carlos Chimal: Georges Charpak: Héroe de la Resistencia, cazador de partículas • Pere Ortín: Bajo la superficie de la realidad • Avelina Lésper: Guillermo Sepúlveda, el artista
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NARRATIVA, ENSAYO Veracruz
La gran serpiente
POESÍA EN SEGUNDOS El origen de todos los males
César Vallejo VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
¿ Olivier Rolin Canta Mares México, 2021 92 páginas
Pierre Lemaitre Salamandra España, 2022 320 páginas
Bibiana Camacho (compiladora) Cal y Arena México, 2022 147 páginas
Con traducción a cargo de Melina Balcázar, esta novela cuenta la historia de amor entre una cantante cubana y un intelectual que ostenta muchas de las marcas del inconformismo. Pero nada es lo que parece. A partir de un coro a cuatro voces, Rolin transforma la realidad en un juego de espejos cuyas reglas solo invitan al engaño.
La primera novela negra del autor francés tiene mucho de escalofriante. Su protagonista es una anciana y viuda que a simple vista parece inofensiva pero que en realidad sirve como asesina a sueldo. Experta en armas de gran calibre, su ruina se precipita cuando su carácter explosivo comienza a jugar en su contra.
Diez autores, entre los cuales destacan Liliana Blum, Karen Chacek, Ana Clavel y Luis Jorge Boone, reflexionan, desde la ficción, sobre los lazos oscuros que en ocasiones surgen entre los hijos y las madres y los padres autoritarios. Las piezas pueden tomar la forma de una fábula, un cuento de hadas o un relato sobrenatural.
Arturo y Excalibur en la roca
Comentarios de la Guerra de las Galias
El litigio de las palabras
Javier Yanes RBA España, 2021 136 páginas
Julio César Austral México, 2022 338 páginas
Jacques Rancière y Javier Bassas NED España, 2021 128 páginas
La edición de la colección Codex Kelmscott se enriquece con las ilustraciones inspiradas en maestros como William Morris. Este volumen retoma el episodio más recordado de la saga artúrica: cuando Arturo extrae de la roca a la mágica espada Excalibur, que lo convierte en rey tras la intervención de Merlín.
El contexto de esta obra capital para conocer y entender a la Roma imperial es el siglo I a. de C, aunque el episodio que le da nombre puede fecharse entre los años 58 y 52. Según Tácito y Tito Livio, fue escrita en el invierno del 52, de una tirada. Se trata de un testimonio de manos del propio Julio César que narra sus campañas militares.
Rancière es uno de los más originales pensadores de nuestro tiempo. En este Diálogo sobre la política del lenguaje, como anuncia el subtítulo, junto al filólogo catalán rechaza que haya una superioridad del lenguaje del filósofo sobre el del no filósofo y establece que su palabra y la del profano deben formularse desde un “lenguaje común”.
El placer de leer www.librotea.com
En qué radica la actualidad de Trilce de César Vallejo? En muchas cosas de muy diversa índole. En primer término, en la rareza léxica del lenguaje, en el aggiornamento de las formas clásicas y, sobre todo, en la invención verbal —el título mismo es un fruto de esta aptitud—. En segundo término, no menos esencial, en el poderoso influjo transformador realizado sobre la literatura hispanoamericana y en la biografía de la escritura del libro mismo, que en parte fue concebido, y después impreso, en el panóptico de Lima en 1922. Sin embargo, la presencia tan viva e insoslayable de esta obra reside en su fuerza expresiva, plena de significación, que originó numerosos versos inolvidables —“El traje que vestí mañana”, “transcurren dos marías llorando”—, y quizá también en su enorme capacidad para conmover, tanto en la primera impresión como en el examen atento. Una vez que el lector ha logrado entrar en ese lenguaje inesperado, difícil y arcaizante —“Quién hace tanta bulla, y no deja/ testar las islas que van quedando”—, surge un nacimiento, un pesebre con sus gallinas, asnos y bueyes, con su carreta crujiente, con su miseria salpicada de ayes y el amor y la tristeza del padre, de la madre, de la familia, de la sagrada familia —“Los novios sean novios en eternidad”—. En ese sitio propio, común, original, fundador, Vallejo crea una intimidad, produce la sanguínea matriz, el surco de la lumbre. Todo el secreto de estos poemas, y quizá de buena parte de su poesía, está en este recóndito universo que no advertimos a primera vista en las arduas palabras rotas o en la imagen de una realidad borrosa, pero que está ahí como las cosas en la quieta agitación de nuestra casa o los sucesos efímeros en el arroyo de nuestra calle. Todo lejos, pero todo cerca. Todo remoto en la distancia de un decir tajado y, repentinamente, próximo en las cuitas del alma y el cuerpo —“Pienso en tu sexo,/ simplificado el corazón, pienso en tu sexo”—. De este modo, acaso no sea exagerado afirmar que lo que vuelve tan esencial la poesía de Vallejo es su talento para atar y desatar el nudo ciego de la familia, el deseo y la presencia/ ausencia de Dios. Todas estas cosas constituyen la enormidad de la vida del hombre, pero son al mismo tiempo los ingredientes microscópicos y sustanciales de su intimidad. En los 77 fragmentos de Trilce, en su narrativa subterránea con su riqueza métrica y matérica insospechada, Vallejo mete y saca los hilos de esta red y forma el tejido de la añoranza y la desdicha. Vallejo, qué duda cabe, es uno de los padres de la poesía moderna en nuestra lengua. Mas decir esto tal vez sea decir poca cosa. Su poesía forma parte ya de un canon clásico y hablar de vanguardia/ tradición, para comprender el carácter tan humano de esta poesía, representa hablar de un modo limitado y anacrónico. En Vallejo, la lengua, nuestra lengua, cambia, permaneciendo en las sílabas descontadas, en las palabras invertidas y en “un día que Dios estuvo enfermo”. Y así su poesía consigue, en forma creciente, expresar más. Vallejo expresa más. Siempre más.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
28 DE MAYO 2022
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HUSOS Y COSTUMBRES
Cama ANA GARCÍA BERGUA
S
bien preparados para ir al trabajo, listos para continuar en el más allá con una serie de obligaciones sociales; ni así descansan. Pero en la cama somos más que nunca: amamos sin disfraces, pensamos lo más profundo, nos dejamos ir. La cama es como el capullo de nuestros párpados cerrados y los que duermen juntos forman su rostro más amoroso, aunque no siempre, es verdad. Aun así los matones más terribles caen dormidos y dejan a sus víctimas el resguardo del sueño. Tan solo ver las tiendas de colchones donde uno prueba a tenderse en el más duro o el más blando, la cama es el reino de la mayor plenitud y también, quizá por lo mismo, la mayor vulnerabilidad frente a los otros: no queremos que un temblor nos agarre entre las sábanas y tener que salir medio vestidos en medio de la noche, frente a los vecinos. Por eso también las piyamas tienen su encanto, son el traje formal de ese
alirdelacama,quédificultad. Las sábanas te abrazan como los pétalos de una flor carnívora de aroma seductor, su calor te susurra “vuelve, no te vayas”, y te arrastra la tentación de regresar al sueño. De esos placeres se habla poco. Dichoso quien despierta a mitad de la noche sabiendo que le quedan tres o cuatro horas para entregarse con delicia a Hypnos o a su hijo transformista cantado por Ovidio, Morfeo, el de las alas y los brazos protectores. Pero no solo el sueño, sino aquel entresueño consciente de su privilegio, el instante en que nos arrebujamos en la colcha, acomodamos la cabeza en la almohada blanda y pedimos un poco más, por favor, cinco minutos para convocar más sueños. El colchón y las mantas son nuestro pequeño refugio, la casa indispensable de la sombra. No el féretro frío, aunque el símil parezca obvio: a los muertos los disponen vestidos, maquillados y peinados, como si estuvieran despiertos,
pequeño espacio que se convierte en un reino infinito al cerrar los ojos. La cama del pequeño Nemo, ese cómic casi surrealista de principios de siglo, viajaba por sus sueños como una pequeña nave. Al final de la caricatura, Nemo siempre despertaba de una pesadilla cayéndose de la cama y, quizá, de la infancia. Y algo que nunca recuperamos es ese despertar de niños frescos como el regreso de un viaje. El cine de las sábanas blancas, le decía mi padre al mandarnos a dormir. Pero vuelvo al principio: se habla del insomnio y de la cama que se convierte en tortura y obligación para quien lo padece, pero no se habla del imán poderoso, de la suprema delicia de estirarse, mirar la noche que se cuela por la ventana como un camino largo y espaciado, taparse de nuevo con la cobija y decirse “un poco más”, para retomar el viaje. Un poco más de vida, un poco más de sueño.
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CAFÉ MADRID
Teatro surgido bajo las bombas
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uando el pasado 24 de febrero el ejército ruso empezó su invasión a Ucrania, la compañía teatral ProEnglish Theatre preparaba una obra basada en la novela La ladrona de libros, de Markus Susak. Mientras las bombas estallaban y el estupor se apoderaba de toda Europa, varios de los integrantes de este colectivo escénico independiente hicieron las maletas y salieron de sus casas rumbo al local donde desde hace ocho años presentan sus trabajos, ubicado en el sótano de un edificio del barrio de Shuliavska, en el centro de Kiev. Todos hicieron de ese espacio su refugio y, para calmar la ansiedad y la incertidumbre de la situación, comenzaron a ensayar la obra que finalmente titularon El libro de las sirenas. No tardaron en estrenarla ante un público conformado por los vecinos del lugar y, varias semanas después, mientras la guerra continúa, han venido a España para presentarla en cuatro ciudades. “No estamos haciendo una gira. Ojalá fuese así. Solo hemos aprovechado la invitación de la Fundación Fair Saturday y queremos demostrar que para nosotros el arte, o la cultura en general, es una forma de resistencia ante la barbarie”, me dijo la actriz Anabel Sotelo, protagonista de la representación teatral, poco antes de subirse al escenario. Sotelo tiene 27 años, unos ojos tristes que no corresponden a su sonrisa perpetua y es hija de madre ucraniana y de padre nicaragüense. Por eso habla español. Vestida de gris, sobre las tablas se apoya en unas latas, una bolsa de dormir, unos libros y un teléfono celular para contar la historia de Liesel Mieminger, una niña que durante la
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EL CORREO
Segunda Guerra Mundial encontró en la lectura una realidad paralela para sobrevivir. Además de actriz, Anabel Sotelo es editora. Antes de la pandemia publicó en su pequeño sello independiente, Compás, la traducción al ucraniano de El olvido que seremos, escrito por el colombiano Héctor Abad Faciolince. El autor tenía planeado viajar a Kiev en 2020 para presentar el libro, pero la pandemia se lo impidió. Quiso ir esta primavera, pero la guerra no lo
La compañía ProEnglish Theatre presenta sus trabajos en un edificio del centro de Kiev
dejó. A él le parece fascinante ver su obra más emblemática en una lengua “tan rara” y le satisface que en estos momentos alguien en Ucrania pueda adentrase en la historia de su padre para aislarse, aunque sea por un rato, de la cruel realidad. La otra tarde, después de la escenificación de El libro de las sirenas, el escritor se subió al escenario del Teatro edp, en la Gran Vía madrileña, y comentó que “el título de la obra puede hacernos pensar en un paraíso, pero aquí las sirenas son de otro tipo. Son las que anuncian un bombardeo. Y no crean que Anabel esté haciendo una metáfora. Nos ha dado cuenta de su propia vida en la actualidad. Porque, claro, ella ha podido venir a darnos su testimonio, pero los hombres no pueden salir de Ucrania”.
Anabel Sotelo en una escena de la obra teatral El libro de las sirenas.
De los 20 miembros del ProEnglish Theatre, la única compañía teatral en toda Ucrania que representa obras en inglés, solo seis continúan activos. Los demás se han exiliado o se han alistado en las tropas que tratan de impedir el avance del ejército ruso. Desde hace ya tres meses, cada que suenan las sirenas antiaéreas, los actores abren las puertas de su local y acogen hasta 50 vecinos del barrio. “La mayoría sale cuando se acaba el estruendo. Pero algunos, sobre todo la gente que tiene niños o abuelos muy mayores, se quedan a dormir y a comer con nosotros”, dice Anabel Sotelo, quien durante los ensayos de esta obra en su “búnker cultural” pudo encontrar la calma y mantener la esperanza de que su país no acabará en manos de Vladimir Putin. “Cada ensayo se convirtió en el antídoto contra la deshumanización bélica. Una vez estaba tan metida en la obra que no escuché las sirenas. Fue algo mágico, de verdad. Por eso digo que si tenemos arte, la vida continúa”, agrega la actriz. Después de presentarse en Bilbao, Aranjuez y Madrid, El libro de las sirenas viajó al Mediterráneo, para encontrarse con una comunidad de ucranianos que vive en Alicante (Valencia) y recaudar fondos para ayudar a sus compatriotas que, a pesar de los pesares, no se dan por vencidos. “Al volver a Kiev seguramente pondremos en marcha otros dos proyectos teatrales. Uno es sobre los poetas que los soviéticos fusilaron en 1937 y el otro es una comedia. Porque las risas siempre dan fuerza y nosotros necesitamos muchas”, reflexionó Anabel Sotelo antes de recibir un sonoro y solidario aplauso del público madrileño.
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