Laberinto No.991 (11/06/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

EL ATLAS DE PANDORA

FERNANDO ZAMORA

IRENE VALLEJO

Competencia oficial: reírse de la fama

En busca del templo perdido Foto: Mediapro

Ilustración: Román

SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 991

Guerra: el inédito que volvió de entre las sombras Louis-Ferdinand Céline/ FOTOGRAFÍA: AFP


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ANTESALA

11 DE JUNIO 2022

LA GUARIDA DEL VIENTO

El “primer hombre”

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ALONSO CUETO

l complejo de Adán es una característica de todas las edades pero aparece con más fuerza en tiempos apocalípticos. Es entonces cuando nos sentimos cerca del Génesis. Muchos aspiran a inaugurar la celebración, a ser los fundadores, con una ilusión que ocupa todo su narcisismo. “Hemos venido a inaugurar una nueva patria”, “Hoy empieza una nueva era”, son frases que nos recuerdan la ambición de nuevos adanes cortando la cinta. Como bien sabemos, una vez que la fiesta o la batalla han terminado, hay que limpiar los restos que quedan. Estamos llenos de lideres que anuncian transformaciones absolutas. Los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta en las elecciones colombianas anuncian “que cambiaremos la historia de Colombia”. Es lo que cree también el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien se siente un predestinado a cargo de un gobierno basado en su afición por las redes sociales. Ante las acusaciones, Bukele se ha definido irónicamente como “el dictador más cool del mundo mundial”. La necesidad de ser el primer hombre siempre fue un rasgo de nuestra cultura. En Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig describe el gesto de Núñez de Balboa al acercarse al Océano Pacífico: “En ese momento, Balboa ordena a sus hombres que se detengan. Nadie debe seguirle. No quiere compartir esa primera vista del océano ignoto. Quiere ser el único, el primer español, el primer europeo, el primer cristiano que después de haber atravesado ese otro océano enorme de nuestro universo, el Atlántico, haya divisado por fin éste, aún desconocido, el Pacífico”. La idea de ser el primer hombre excluye asuntos esenciales para la marcha de toda comunidad. La idea del trabajo sostenido, paciente y colectivo le es totalmente ajena. Estamos en el mundo de los fundadores, de los que no toman en cuenta nada de lo avanzado. Y hablando de exploradores, hay otros ejemplos de hazañas realizadas, esta vez sobre la base de la experiencia previa. Se cumplió hace poco el aniversario de una que nos sigue maravillando. El 29 de mayo de 1953, como parte de una expedición británica, y después de un ascenso duro, el neozelandés Edmund Hillary llegó a la cima del monte Everest. El y su acompañante Ten Zing fueron los primeros hombres en mirar el mundo desde la montaña, de casi nueve mil metros. Estuvieron allí quince minutos. Hillary tomó fotos. Pero cuando Ten Zing le propuso tomarle una foto a él en la cima, el neozelandés se negó. Quería que solo se viera la naturaleza desde arriba (hoy en la época de las selfies, imagino a cualquier persona queriendo figurar en la imagen). La ambición de Hillary lo hizo luchar durante mucho tiempo solo para vivir esos quince minutos en la cima. Pero se basó en los estudios de sus predecesores. Cuando le preguntaron por qué quería subir al Everest, contestó: “Porque está allí”. Avanzar sobre la base de lo conocido, en colaboración con un grupo, parece la única fórmula para llegar a lo más alto. Pero hay que hacerlo como Hillary, paso a paso.

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Competencia oficial. Dirección: Mariano Cohn, Gastón Duprat. Argentina, España, 2021.

HOMBRE DE CELULOIDE

Deseo de inmortalidad

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MEDIAPRO

os hermanos Duprat, junto a Mariano Cohn, habiendo investigado el deseo de producir literatura, pintura y arquitectura en otros filmes, han llegado al momento de hablar del arte que cultivan: el cine. Gracias al éxito de sus anteriores películas (la mayoría de las cuales pueden verse por streaming), hoy filman junto a Penélope Cruz y Antonio Banderas. La película Competencia oficial (disponible en Star+) retoma cuestiones relacionadas con el genio creador. Como en El ciudadano ilustre, de 2016, exploran lo “especial” del artista, y como en Mi obra maestra, de 2018, lo hacen ensamblando chistes en torno al significado del “triunfo creativo”, esa quimera compuesta de prestigio, reconocimiento y dinero. Como sucede con este trío de argentinos, hay en Competencia oficial una saludable dosis de sentido del humor. Saludable pues el discurso en torno al significado del arte suele resultar agotador. Pero el trío Duprat-Cohn adereza sus reflexiones con situaciones cómicas para lo cual cae como anillo al dedo el reparto con el cual han construido esta historia que va de cómo se filma una obra inmortal. Penélope Cruz es Lola Cuevas, una directora feminista que obliga a sus actores a toda clase de extravagantes

ejercicios histriónicos con la intención de que puedan regalarle, llegado el momento, “un acto de verdad”. Por su parte, Antonio Banderas e Iván Torres se interpretan prácticamente a sí mismos. Banderas es el actor español que, habiendo triunfado en Estados Unidos, se preocupa más por su rutina para cultivar el abdomen perfecto que en la reflexión en torno al trabajo actoral. Al otro lado del espectro, Torres es aquí un testarudo actor en el que adivinamos filiaciones de extrema izquierda. Exige volar en clase turista pues se niega a que el digno oficio del actor lo separe de su auténtica inspiración: el pueblo. Como en todas las otras obras de los Duprat y de su amigo Cohn, uno adivina que la cuerda va a romperse por el lado de este personaje que es, hay que decirlo, el más odioso. Y es que, más allá de un sentido del humor que a menudo recuerda a Almodóvar, hay en el discurso de estos cineastas argentinos un asunto que más que imponérsenos se deja

Hay en ellos suficiente introspección como para burlarse de sí mismos

ahí, en el trasfondo del drama, para quien quiera verlo. Competencia oficial trata en realidad de lo que significa para un artista ser inmortal. Un millonario de la industria farmacéutica se levanta un día con esta pregunta: ¿qué debo hacer para ser recordado? Repasa toda clase de ideas, tal vez construir un puente o… ¿filmar una película? El millonario se mete a productor. El tema en Competencia oficial emerge de este deseo de vivir un poco más, como suelen hacerlo directores, guionistas y productores que han visto en el arte un vehículo para conseguir aquello que los antiguos llamaban “fama” y que implica pertenecer al parnaso de quien se cree que por una obra de arte puede llamarse inmortal. Así deben leerse las anécdotas de Competencia oficial. Cada uno de los involucrados (incluso los directores y guionistas de la película) tiene este deseo absurdo y soberbio: vivir más que todos nosotros. Hay, sin embargo, algo genial en estos creadores argentinos; como en todas sus otras películas, hay en ellos suficiente introspección como para ser capaces de burlarse de sí mismos. Así, Cohn y los Duprat parece que en esta película se miran en el espejo del arte del cine y son capaces de pitorrearse de este deseo imposible: el deseo de vivir para siempre.

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ANTESALA

11 DE JUNIO 2022

POESÍA

Libre de humo

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

IVÁN RÍOS GASCÓN

Los ciegos saben muy bien que, en la más cerrada oscuridad, al tacto le crecen ojos. Despojada, vacía, esbelta, sin vestigios de nada, solo entonces la memoria es más tuya que nunca. Entre fines de semana idénticos, la vejez afluye sigilosa pero contenta, es una piel marchita, un conjunto de facciones cansadas pero satisfechas que se alejan con alivio de aquello que creíamos o queríamos ser. La evolución humana solo podría medirse por el progreso de su arrepentimiento. Aun los profesionales de la tristeza ocultan entre sus ropas una anforita de alegría y la apuran en la noche del fin de semana, cuando nadie los mira. Si los ojos no se orientan bien en la oscuridad es porque los corazones viven en el bosque equivocado. Me gusta salir a la intemperie apenas con una vaga idea de mí mismo y que el paisaje veleidoso se encargue de recordarme quién soy en ese momento. Estos aforismos pertenecen a En el bosque equivocado (Cuadrivio, México, 2022).

EX LIBRIS

Durga y Durga/ EKO

LOS PAISAJES INVISIBLES

Fin de semana Hay ciertos días en que, a la hora del crepúsculo, los ojos se rebelan y consideran que la luz no merece extinguirse.

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C

@IvanRiosGascon

uando eran invadidos por la satisfacción, Bouvard fumaba una pipa y Pécuchet aspiraba una pulgarada de rapé. Al menos eso hicieron al percibir el flechazo amistoso en el bulevar Bourdon, porque, explica Gustave Flaubert, “al escuchar al otro, cada uno encontraba partes olvidadas de sí mismo. Y aun cuando habían pasado ya la edad de las emociones ingenuas, sentían un placer nuevo, una suerte de plenitud, el encanto de los afectos incipientes”. La pipa de Bouvard y la pulgarada de rapé de Pécuchet vuelven a aparecer en la finca de Chavignolles, donde, una vez liberados de sus fastidiosos empleos y del barullo parisino, se instalan para comenzar formalmente su idilio fraternal, y seguirán apareciendo en los siguientes episodios de la novela ya que, para ellos, el tabaco era el broche de oro de un buen día, un logro o una experiencia milagrosa. Y claro, a veces también fue el compañero o el consuelo de los descalabros que vivieron. En “Solo para fumadores”, la voz con que Julio Ramón Ribeyro narra sus dichas y desventuras con los Derby, Chesterfield, Lucky, Pall Mall, Dunhill y Marlboro, rinde homenaje lo mismo a los dientes percudidos y los bigotes amarillos de Flaubert, que al humo como esperanza que mantiene activo a Hans Castorp en La montaña mágica de Thomas Mann, la sentencia de Molière en su Don Juan (“Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable con el tabaco. Quien vive sin tabaco, no merece vivir”) o la analogía que André Gide traza entre el cigarro y el gozo de escribir. El alter ego de Ribeyro es un entusiasta del suicidio lento, pero gustoso, que le provee cada espiración, aunque quizá decir suicidio es un error. Quien habla en el relato, más bien se consume como la pavesa de sus pitillos, esos tubos de lumbre que lo colman por serles tan devoto. Quién, si no un perfecto feligrés, podría referir así su dulce tormento: “Me dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida”. El tabaco es el chivo expiatorio de los vicios menores. Vilipendiado y perseguido, encarna al forajido predilecto de los prohibicionistas, esos para los que un fumador es un ser siniestro que lleva a la enfermedad y la muerte en el bolsillo, no solo de sí, sino de quienes huelen su humareda. Siendo enemigo (y coartada) de los cancerberos de la salud pública, las regencias lanzan cruzadas contra los tabaquillos, cancelando el derecho de prenderlos incluso al aire libre, e imponiendo multas u otras penas para el que mancille los espacios con sus apestosas bocanadas: el 31 de mayo se decretó una buena parte del centro de la Ciudad de México como sitio exento de cigarros. Idea genial para una urbe (y un país) en el que la contaminación es imbatible, y durante los picos más altos de la pandemia de Covid19, el gobierno rechazó, tajante, el uso del cubrebocas.

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DE PORTADA

11 DE JUNIO 2022

Presentamos un fragmento de Guerra, l que se creía irremediablemente perdid

Literatura con LOUIS-FERDINAND CÉLINE FOTOGRAFÍA ROGER VIOLLET El autor de Viaje al fin de la noche, acusado de antisemitismo y de colaborar con los nazis.

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ebí de permanecer ahí una buena parte de la noche aún. Con la oreja izquierda bien pegada al suelo, ensangrentada, y la boca también. Entre la noche y la tierra, se extendía un inmenso ruido. Me quedé dormido en medio de ese ruido, cayó una lluvia, muy tupida. Al lado, Kersuzon estaba tendido bajo el agua, pesadamente. Moví un brazo hacia su cuerpo. Lo toqué. Con el otro ya no podía hacerlo. No sabía dónde estaba el otro brazo. Se había elevado muy alto, se arremolinaba en el aire, luego caía y me jalaba el hombro, justo en la carne viva. Con cada tirón, me hacía gritar, era peor y peor. Después lograba hacer menos ruido, pero mi chillido persistía, entre el horroroso bullicio que me hacía estallar la cabeza, desde dentro, como un tren. De nada servía oponerse. Por primera vez desde que me encontraba hundido en esa melaza de obuses que pasaban zumbando, logré dormir entre tanto ruido, sin perder conciencia del todo, es decir, siempre en el horror. Con excepción de las horas que duró mi operación, jamás volví a perder conciencia por completo. Continúo durmiendo así hundido en un ruido atroz desde diciembre de 1914. Atrapé la guerra en mi cabeza. Ahí sigue encerrada. Bueno. Como decía, en plena noche, me volteé bocabajo. No dolía tanto. Aprendí a distinguir los ruidos de afuera y los ruidos que nunca más me dejarían. Si era cosa de sufrir, el dolor también lo saboreaba de lleno en el hombro y la rodilla. Aun así, me puse en pie de nuevo. Tenía hambre a pesar de todo. Giré para mirar a mi alrededor en ese cercado donde acabaron con el suboficial Le Drellière y el convoy. ¿Dónde podría andar aquel ahora? ¿Y los demás? Habían pasado horas, una noche entera y casi un día desde que vinieron a aplastarnos. Al final solo éramos


DE PORTADA

11 DE JUNIO 2022

la novela del escritor francés da y que salió a la luz en 2020

n trocitos de horror* El regreso de Céline ¿Cómo leer a Céline hoy? ¿Cómo leer a ese gran escritor incómodo, autor de una de las obras más revolucionarias de la literatura y, al mismo tiempo, de panfletos antisemitas? Tal es la pregunta que plantea la publicación de su relato inédito, Guerra, que colma un vacío en su saga autobiográfica, ese doloroso pasaje silenciado en el Viaje al fin de la noche. Probablemente escrito en 1934, veinte años después de su traumática experiencia durante la llamada Primera Guerra Mundial, este texto, junto con dos inéditos más —Londres y La voluntad del rey Krogold—, y la versión completa de su novela Casse-pipe, fueron robados de su apartamento parisino, cuando tuvo que huir en junio de 1944, al momento de la liberación, debido a su cercanía con los alemanes. Céline siempre afirmó su existencia y lamentó su robo. Lo que parecía ser una más de las falsas pistas que tanto le gustaba sembrar se confirmó en junio de 2020 cuando el crítico teatral Jean-Pierre Thibaudat contacta a sus apoderados y les revela que tiene en su poder las cinco mil páginas extraviadas. Había prometido a quien se los confió nunca entregarlos a la viuda del escritor, Lucette Destouches, quien murió en 2019. Tras una breve batalla judicial, su editorial, la legendaria Gallimard, por fin puede sacarlos a la luz. Contrariamente a lo que suele ocurrir, Guerra no es un texto menor o un esbozo más. Se trata de una pieza central que completa el rompecabezas literario que obsesivamente Céline se empeñó en construir a partir de su vida. Ahí narra a través de su personaje Ferdinand —alter ego entre ficción y realidad— sus heridas durante las batallas en el norte de Francia el 27 de octubre de 1914, cuyas secuelas sufrió sin cesar (migrañas y alucinaciones auditivas) y su larga convalecencia. Y esa es justamente una de sus originalidades: situar su pequeños montículos en la cuesta y en el vergel, donde también humeaban, chisporroteaban y se quemaban lentamente nuestros coches. Ahí seguía carbonizándose el gran furgón y del carro de forraje ya casi no había nada. No reconocí al ayudante que estaba al centro. Más lejos entre las cenizas vi uno de los caballos que llevaba algo detrás, parecía un pedazo de pértiga, se quedó pegado contra la pared de la granja que acababa de desplomarse en añicos. Debieron de regresar, de lanzarse galopando entre los escombros durante pleno bombardeo cuando les apuntaban con la metralleta. Había trabajado bien ese Le Drellière. Permanecí en cuclillas en el mismo sitio. Solo había frente a mí un fango de obuses bien triturado. Por lo menos lanzaron doscientos en aquel momento. Había muertos aquí

testimonio en esa zona intermedia entre el frente y la retaguardia, el hospital militar y su tiempo suspendido. Más que narrar la guerra, el relato se concentra en dar cuenta de sus consecuencias, la manera en que destruye a los hombres. Pues la guerra no solo degrada los cuerpos; rompe el lenguaje, es decir, la posibilidad misma de vincularse con los demás. De ahí esa lengua fragmentada, amputada como millones de soldados, en extremo violenta que se sirve del argot popular y militar para desestabilizar las convenciones literarias. Pero sobre todo esa mirada implacable sobre sus compañeros de infortunio y sobre sí mismo. Ningún heroísmo ni clamor patriota anima su escritura. Céline decide situarse del lado de los cobardes y los locos y plasma el miedo que asediaba a los heridos de guerra, siempre al filo entre la medalla y el paredón. Cualquiera podía ser acusado de fingir o haberse automutilado para desertar. Arremete contra el cinismo y la estupidez de los oficiales del Estado mayor que condecoran a quien casi dejan morir, contra la incapacidad de la sociedad de escuchar el sufrimiento, la impotencia de los soldados, y que los mira dirigirse hacia la muerte en la indiferencia de su confort. Como lo confirma este inédito, la complejidad de sus ficciones, que encarnan esa lucha entre el instinto de vida y la pulsión de muerte, esa empatía suya por quienes colapsan y pierden la razón, hace que escapen a cualquier imaginario racistamente abyecto. Así, Guerra nos muestra que un escritor es alguien que crea a partir de sus contradicciones. Ni santo ni héroe de los buenos sentimientos. Incómodo, en efecto, es Céline, pero ante todo profundamente humano. Melina Balcázar

y allá. El tipo que traía el morral de provisiones estalló como una granada, nunca mejor dicho, desde el cuello hasta medio pantalón. Incluso en su barriga dos ratas plácidamente se zampaban ya el pan duro de su morral. El cercado olía a pura carne podrida y a quemado, pero cómo apestaba esa pila donde se amontonaban unos diez caballos despanzurrados. Hasta ahí llegó su galope, suspendido de repente por una bomba, o tres, a dos metros. Seguía sin saber qué pensar. Tampoco estaba en condición de pensar mucho. Aun así, pese al horror en el que me encontraba, todo a mi alrededor me irritaba y también ese estruendo de tormenta que acarreaba conmigo. A final de cuentas, parecía que nomás quedaba yo en esa maldita aventura. Ni siquiera estaba seguro de oír el cañón a lo lejos. Todo se confundía. Alrededor,

vi pequeños grupos a caballo, a pie, que se alejaban. Cómo me hubiera gustado que fueran alemanes, pero no se acercaban. Seguro tenían algo mejor qué hacer en otras direcciones. Quizá les habían dado órdenes. Aquí debían de haberse agotado las batallas. En suma, tenía que arreglármelas yo solo para encontrar al regimiento. Pero ¿dónde pudo haberse metido? Para pensar, aunque fuera un poco, tenía que recomenzar varias veces como cuando en el andén de una estación intentamos hablar y no dejan de pasar trenes. Solamente lograba concentrarme en un pensamiento a la vez, uno tras otro. De veras que es un ejercicio muy cansado. Ahora ya tengo práctica. Después de veinte años uno aprende. Dejé de creer en la soltura. Se me ha endurecido el alma, como un bíceps. He aprendido a hacer música, a soñar, a perdonar y,

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como ven, también a hacer bella literatura con trocitos de horror arrancados a ese ruido que nunca cesará en mí. Pero olvidémoslo. En los escombros del furgón encontré conservas de carne. Habían estallado en el incendio, aunque para mí todavía estaban buenas. Pero traía una sed… Todo lo que pude comer con una mano estaba lleno de sangre, forzosamente la mía y la de los demás. Hacia la salida del cercado, busqué entonces un cadáver que todavía tuviera junto su aguardiente. Encontré un soldado que sí tenía, uno de esos dizque muy rápidos. En su abrigo tenía vino, dos botellas. Eran del bueno, de ese que tomaban los oficiales, seguro se las robó. Después me dirigí hacia el oriente por donde habíamos venido. No caminé ni cien metros y enseguida sentí que ya nada estaba en su sitio. Creía ver un caballo en medio del campo. Me quería subir en él y cuando me acerqué no era más que una vaca bien hinchada que llevaba tres días muerta. Y para colmo me cansaba. Comencé a ver piezas de armamento que seguro no existían. Ya no era lo mismo con mi oreja. Pero seguía sin encontrarme un soldado de verdad. Caminé kilómetros y kilómetros. Bebí sangre de nuevo. Parecía que el ruido se me calmaba un poco en la mollera. De pronto vomité hasta vaciarme, la carne y las dos botellas enteritas. Todo daba vueltas. Carajo, Ferdinand, me dije. ¡No vas a estirar la pata ahora que has hecho lo más duro! Nunca había sido tan valiente. Y luego pensé en el morral, en todos esos furgones del regimiento saqueados y se triplicó mi dolor, me punzaba a la vez el brazo, la cabeza entera con ese horrible ruido cada vez más profundo y hasta la conciencia. Entré en pánico pues a fin de cuentas soy un buen chico. Me habría hablado en voz alta si la sangre se me hubiera dejado de pegar en la lengua. Por lo general, el miedo me da ánimos. Qué plana región esa —pero había que andarse con cuidado—, las zanjas eran traicioneras y muy profundas, llenas de agua, volvían el paso difícil. Había que desviarse todo el tiempo y terminaba uno en el mismo lugar. Me pareció oír el berrido de las balas. Aunque el bebedero donde me detuve sí existía. Con el otro brazo agarraba el que ya no se sostenía. Lo llevaba muerto a mi costado. Era una especie de gran esponja hecha con trapos y sangre a la altura del hombro. Si lo movía un poco, sentía que me moría de tanto que me dolía, atrozmente, hasta el fondo de mi vida, sin exagerar. Pero sentía que aún quedaba mucha vida dentro, defendiéndose, por así decirlo. Si me lo hubieran contado, nunca lo habría creído posible.

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Traducción: Melina Balcázar. *Título de la Redacción.


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LITERATURA

11 DE JUNIO 2022

EL ATLAS DE PANDORA

En busca del templo perdido Las comunidades de hoy, tan llenas de afrentas, necesitan fiarse de quienes no comparten sus ideas

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ierto día, tras una retahíla de esas prohibiciones que infligimos a los niños siempre por su bien, tu hijo protesta: “Estoy cansado de tanto no”. A su tierna edad, ya se declara oprimido. Quizá todos sintamos en un momento u otro, como él, que algo muy nuestro sufre menosprecio y ataques. Tú misma refunfuñas y sermoneas contra el desdén por las humanidades. Tzvetan Todorov escribió en Memoria del mal, tentación del bien : “¿Qué hay de agradable en el hecho de ser víctima? Nada, sin duda. Pero, aunque nadie quiera serlo, muchos desean haberlo sido: aspiran al estatuto de víctima”. El lamento colectivo por los agravios pretéritos es parte de la banda sonora de una democracia: el único sistema que reconoce el derecho universal a la libre queja. Ante la afrenta, hoy no lanzamos desafíos implacables como Los duelistas de Conrad, que pasan la vida batiéndose por una ofensa insignificante y olvidada. La cuestión del honor puede sonar antigua y apolillada, fósil de tiempos de espadachines. Sin embargo, en nuestras sociedades de piel fina, nerviosas y susceptibles, todos reclamamos un respeto. En la escena inicial de El padrino, incluso Don Corleone, con su aterradora voz susurrante, se niega a cerrar un negocio con alguien que no le muestra respeto. En The Wire o Los Soprano un desaire se paga a menudo con sangre. Los profesionales del crimen, tan poco delicados con el resto del mundo, crean su código legal paralelo: lealtad entre ladrones y cortesía entre asesinos. Ya San Agustín argumentó que incluso los bandidos quieren que el

IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN

botín robado se reparta de forma equitativa: un reconocimiento del injusto a la justicia. Aquí y allá, unos y otras exigimos respeto a nuestras ideas o deseos, a la lengua o la memoria, a nuestros sueños y sueldos, los gustos peculiares o los disgustos familiares. La sociedad del espectáculo sigue llamando “respetable” al público y, en las batallas incruentas de las redes, abundan los contendientes de verbo cruel pero súbitamente quisquillosos ante las críticas ajenas.

Los antiguos romanos sabían que la buena voluntad es la raíz de los intercambios

Aunque hoy no enviemos padrinos ni abofeteemos con el guante, somos adictos a la aprobación del ojo ajeno. Como explica Andrea Marcolongo en El viaje de las palabras, “respeto” deriva del verbo latino “mirar” y comparte raíz con “perspectiva”: alude a enfocar a los demás sin desfigurarlos ni mostrarlos odiosos. En la etimología de “odio”, Andrea descubre una curiosa relación con el dolor de muelas y con “odontólogo”, pues literalmente odiar y despreciar corroe como la caries. Frente a la mirada belicosa, hay una vieja herramienta para salir a flote en este mar de susceptibilidades: la confianza, es decir, una actitud amistosa sin rechinar los dientes. Hace falta

coraje para fiarse del prójimo, pero, si tejemos esa red de cordialidad, será más fácil convertir las bromas en guiños de sana ironía y las crisis en lazos de ayuda mutua. Ante una calamidad colectiva, necesitamos ver en los demás rostros, no bandos; contemplarnos unos a otros como un nosotros. Las sospechas nos vuelven solitarios e insolidarios, suspicaces e ineficaces. Si queremos salvar el hogar común —la oikonomia, el cuidado de la casa— sin dejar a nadie en la cuneta, necesitamos la valentía de construir una comunidad, escuchando y fiándonos también de aquellos que no comparten nuestras ideas. Es tentador considerar malvado y malintencionado a quien piensa diferente, pero así es como nos despeñamos en el precipicio de la política tribal. Escribió Ambrose Bierce que las broncas y los litigios son maquinarias en las que se entra como cerdo y se sale como salchicha. A río revuelto, ganancia de pendencieros. Los antiguos romanos sabían que la buena voluntad es la raíz de los intercambios, los contratos y la colaboración. Por eso, rendían culto a una diosa llamada Bona Fides. Una gran estatua la representaba como una joven de blanco con la mano tendida. Su templo, Fides Publica, se erguía en el Capitolio, símbolo del poder político. La única mujer admitida en la cumbre del imperio era de piedra, pero lanzaba un mensaje demasiado humano: o navegamos juntos o naufragamos a la vez. Si solo vemos adversarios, nos derrotarán las adversidades.

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© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.

Y, además, en nuestra edición digital: Cecilia Fuentes: El velorio de papá • Avelina Lésper: Julio Galán el maldito • Ulises de la Rosa: El juego de Sumeria • Liliana Chávez: ¿Encontraría a Borges? • Fernando Figueroa: Entrevista con Alex Mercado • Andrea Serdio: El genio al que le robaron la luz • Gerardo Herrera Corral: De verdad, ¿somos polvo de estrellas?


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NARRATIVA, ENSAYO Morir matando

Últimos días de mis padres

A FUEGO LENTO Las noches de la peste

A veces despierto temblando México, 2022

F. G. Haghenbeck Océano México, 2022 260 páginas

Mónica Lavín Planeta México, 2022 253 páginas

Orhan Pamuk Literatura Random House México, 2022 736 páginas

La novela póstuma del autor de El caso tequila incursiona en los escenarios más oscuros de la realidad mexicana. Sus protagonistas, un sicario y una niña que sobrevive a una masacre, deben huir de una red de corruptelas políticas y empresariales y aun enfrentar a grupos de asesinos que gozan de los favores del gobierno.

Compartir la intimidad de la muerte de los padres, las jornadas en que sus cuerpos fueron sometidos a la rutina hospitalaria, devolverlos al lugar donde importan los detalles: tal es el propósito de esta novela-testimonio. “Quiero”, confiesa la autora, “tenerlos conmigo, lo que pueda ser salvado de la indecencia de morir viejo”.

Con la mira puesta en el presente, el Premio Nobel de Literatura lleva al lector hasta los primeros días del siglo XX, cuando la peste azota a una isla enclavada en el Mediterráneo oriental. Los personajes de la novela se debaten entre el confinamiento y la libertad de movimiento, entre el gozo cotidiano y la obediencia a las prohibiciones.

Una vida en nuestro planeta

Chernóbil herbarium

El hombre más feliz del mundo

David Attenborough Crítica España, 2021 320 páginas

Anaïs Tondeur y Michael Marder Ned España, 2021 176 páginas

Eddie Jaku Planeta México, 2022 232 páginas

El respeto a las leyes del mundo natural y su tendencia al equilibrio anima las páginas de este ensayo que eleva un grito de alarma ante la pérdida de los entornos salvajes de nuestro planeta y su biodiversidad. De modo que se trata de la historia de cómo llegamos a la antesala de una catástrofe mayúscula pero también de cómo podríamos evitarla.

Libro que recuerda el desastre nuclear de Chernóbil. Sigue la idea del escritor Cyril Connolly, quien consideraba que estamos más cerca de los vegetales de lo que pensamos. Eso es algo que comparte Marder, quien durante su infancia padeció los efectos de la radiación. Sus palabras acompañan los rayogramas de la artista visual Tondeur.

Otro testimonio de un sobreviviente del Holocausto. Su principio rector consiste en que “la vida puede ser hermosa”... si así lo quieres. Nacido en 1920 en Leipzig, su familia estaba orgullosa de ser alemana, pero a la llegada de Hitler al poder todo cambió. Jaku estuvo prisionero en los campos de Buchenwald y Auschwitz.

El placer de leer www.librotea.com

La infamia es un kaibil ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E

ntre marzo de 1982 y agosto de 1983, a la sombra del terror impuesto por el general Ríos Montt, el ejército de Guatemala asesinó o desapareció a 100 mil civiles, secuestró a niños y niñas, y violó y torturó a un número incalculable de mujeres. Esta es la materia infame sobre la cual se levanta A veces despierto temblando (Premio Mauricio Achar/ Literatura Random House 2021). A pesar de la turbulencia histórica, del pasmo producido por los informes periodísticos, todo en esta novela está animado, y constituido, por la ficción. Y la ficción no nos libra del horror al que Ximena Santaolalla invoca para conferirle un nombre y un origen familiar, un cuerpo maloliente o abierto de piernas, una voz imperiosa o suplicante, una mueca que contiene el placer o la impotencia ante la experiencia del dolor. Estos atributos pertenecen a un grupo de kaibiles entrenados en un campo militar de Texas y a unas cuantas sobrevivientes del genocidio. Contra cualquier prescripción religiosa, el mal revela su naturaleza esencialmente humana. ¿Cómo dar cuenta de uno de los episodios más cruentos de la historia de América Latina sin abrirle la puerta a la diatriba política? Santaolalla responde con aliento coral. Habla el sádico instructor que prende fuego a sus víctimas, y hablan sus pupilos, kaibiles hechos para desmembrar a los “comunistas” o a la población indígena que no sabe de “la subversión”; hablan las niñas encerradas en un búnker o condenadas a servir en un burdel; hablan los testigos de la barbarie y los asesinos afiebrados que se sueñan humillando a los más débiles; habla el poder analfabeta y babeante, y la inocencia llamada a ser un amasijo de carne molida. No hay viaje de vuelta después de la lectura de A veces despierto temblando. No lo hay después de llevar la cuenta de casi treinta años —el año 2012 en el que confluyen todas las historias— y menos aún de la imagen cercana al final que entrega a “un hombre sin cabeza abrazado a un niño sin cabeza”. O quizá lo hay. Quizás es todavía posible comprender lo que significa la humanidad en guerra contra lo mejor de sí misma. Transfigurar la vocación de sometimiento y exterminio en arte literario: ese es el magnífico empeño que Ximena Santaolalla nos ha confiado.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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HUSOS Y COSTUMBRES

Cerveza ANA GARCÍA BERGUA

Q

o esquiar jalada por una lancha en el mar. Así la rubia superior era una chica deportiva y eternamente feliz; la verdad, cuando la veía en ese estado ideal yo aspiraba a ser de grande como ella, vivir con esa alegría superior y ese sol perpetuo, brindar con cerveza espumosa y no mucho más. Me parecía un plan de vida bastante aceptable, pero ¿cómo decirles a mis padres intelectuales que yo quería ser una rubia superior y esquiar todo el santo día, sin mayor finalidad que la de refrescarme ad aeternum? Tanto afán por darme una buena educación y que saliera yo con esas cosas, no era plan: por eso cuando me preguntaban qué quería ser cuando creciera, respondía pudorosamente que traductora o veterinaria, profesiones dignas y esforzadas, no como la rubia superior que seguramente no sabía hacer nada, fuera de chapotear y asentarse en las rocas como una leona guapísima. Claro que las enseñanzas de la rubia

uién no sueña, en medio del calor, con llegar a un restaurante a tomarse una cerveza fresca y coronada de espuma. Y si es junto al mar, mejor. Por eso la cerveza no es una bebida como las otras: es un lugar al que se llega después de hacer algo fatigoso, una aspiración. Con un tequila, el efecto de recompensa se amplía y el alma descansa; con más tequilas y más cervezas, el asunto se puede tornar impredecible, pero ese no es el tema, sino la cerveza refrescante. En tiempos ya lejanos, en los noticieros cinematográficos que pasaban en el cine antes de la película, una famosa cervecería anunciaba a la rubia superior. La rubia superior era una cerveza representada por una chica, vestida por lo general de traje de baño o a veces de moderno pantalón acampanado, que acostumbraba posar en las rocas junto a un río o una cascada en medio de la selva,

superior podían ser equívocas: habría quien, después de verla, se pusiera a leer a los nazis como parte de su formación —por aquello de lo güero y superior— y más tarde nos diera extrañas sorpresas de las que cuesta reponerse. Por mi parte, yo leía a Dickens y vivía conmovida por la suerte de Oliver Twist y David Copperfield. En todo caso, mi duda era si como rubia superior alcanzaría tumbarme a leer en la lancha entre vuelta y vuelta de esquí acuático por la bahía de Acapulco: el Londres neblinoso de Dickens y el sol guerrerense no terminaban de llevarse bien. Sin duda en la infancia la vida como rubia superior pintaba más emocionante que las otras, pero ya más grande ganó Dickens, qué le vamos a hacer. La vida es rara. Ah, pero la nostalgia de esos pésimos noticieros cinematográficos, aquella frescura de la cerveza, tan apetecible en estos tiempos aún calurosos en que alguien nos habla sin cesar.

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CAFÉ MADRID

La resurrección del Villa Rosa

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ace poco más de un año, el virus pandémico acabó con el tablao flamenco más viejo del mundo. Tuvo su correspondiente funeral, con una desgarradora soleá entonada a cappella, y con claveles rojos y veladoras del mismo color, y con un puñado de mantones y batas de cola esparcidas por el suelo de su entrada, como si un huracán hubiera pasado por ahí. Para entonces ya habían cerrado Casa Patas y el Café Chinitas, sitios magnéticos de Madrid, sobre todo entre los forasteros, pero que el Villa Rosa se clausurara fue, nunca mejor dicho, un sonado drama flamenco, pues desaparecía así su histórico abolengo. Por eso la otra noche, cuando dentro de sus viejas paredes el quejío bravío, las guitarras, las palmas y el zapateo intenso volvieron a escucharse entre oles y alegrías, el alma del arte declarado Patrimonio de la Humanidad volvió a inflamarse. Lo he contado varias veces: yo siempre prefiero el Corral de la Morería, pero eso no significa que haya que excluir un lugar de juergas legendarias como este en el que, por ejemplo, justo antes de la pandemia, el cantante Joaquín Sabina celebró sus 70 años de vida con un nutrido y enjundioso grupo de mariachis que el torero José Tomás le trajo desde México. Situado en el número 15 de la madrileña Plaza de Santa Ana, antes de ser un tablao el Villa Rosa fue un molino de chocolate y luego una freiduría andaluza. El local se abrió por primera vez en 1911 y, después de esas dos experiencias comerciales, en 1921 un empresario llamado Tomás Pajares adquirió el negocio e invitó al cantaor Antonio Chacón a

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CASEY HUGELFINK

dirigir el recinto. El éxito artístico y económico no tardó en llegar y, con el paso de los años, las principales figuras del cante, el baile y el toque comenzaron a desfilar por su escenario. Cualquier noche, el público podía deleitarse con las voces rasgadas de Manolo Pavón, Juanito Mojama, Pepe de la Matrona, Fosforito o La Niña de los Peines. Más tarde se presentarían ahí Impero Argentina, Lola Flores, Juanito Valderrama,

Con frecuencia, los clientes podían encontrarse ahí con el escritor Ernest Hemingway

Miguel de Molina o Antonio Mairena. Vestidos con sus mejores atuendos, los principales personajes del mundillo de la farándula y la política llegaban todas las noches para dejarse ver. Los fotógrafos y reporteros de sociedad también comenzaron a ir. Las estrellas de Hollywood que pasaban por España o venían a filmar aquí sus películas aparecían por sorpresa. Así, la alegría y el glamur se colaban, aunque fuera por unos instantes, en la España oscura de entonces. Con frecuencia, los clientes podían encontrarse ahí con el escritor Ernest Hemingway o con la actriz Ava Gardner o con el torero Luis Miguel Dominguín. Pero dicen que antes de esa época dorada, uno de sus más asiduos visitantes era el

El tablao más antiguo del mundo.

rey Alfonso XIII. Cuentan que, para no ser visto, llegaba por uno de los túneles que conectan el tablao con el Palacio Real. Hoy, en el sótano, pueden verse tres entradas tapiadas. Dicen que por una de ellas entraba y salía el monarca destronado en 1931 por la Segunda República. En la fachada y en el interior del Villa Rosa, su azulejería capta la atención. Afuera hay paisajes madrileños y andaluces, como la Cibeles o la Alhambra. Adentro, custodiando varias columnas y arcos arábigos, hay una sucesión de escenas flamencas y toreras. Aunque nunca hayan ido, es posible que ustedes hayan visto esta decoración. Porque ha servido de escenario para algunas escenas de las películas Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, Ocho apellidos catalanes, de Emilio Martínez-Lázaro, o La reina de España, de Fernando Trueba. Quién sabe si el Villa Rosa volverá a tener otro periodo de esplendor (para eso los nuevos dueños le han hecho un “lavado de cara” y han contratado un sólido equipo artístico), pero la otra noche quedó claro que con su resurrección esa es la meta. El tablao revivió entre copas de vino, tapas tradicionales y, sobre todo, con la gracia y el compás de los cantaores Juañares, El Pola y Gabriel de la Tomasa, las guitarras de Jesuli y José Romero, y el baile de José Carmona Rapico y Mónica Méndez. Todos actuaron para el público con una mezcla de cariño y coraje, de triunfo y sufrimiento, con furia creativa constante. Y con la intención de que el tablao más viejo del mundo vuelva a ser uno de los epicentros de las noches madrileñas.

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