Laberinto No.992 (18/06/2022)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENSAYO

FERNANDO ZAMORA

MARCO ANTONIO CAMPOS

Blanco verano: más que el Edipo

Juan Villoro dialoga con López Velarde

Foto: CCC

SÁBADO 18 DE JUNIO DE 2022 AÑO 18 - NÚMERO 992

Los mundos paralelos de la física y la poesía José Gordon/ FOTOARTE: LUIS M. MORALES

Foto: IMER


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ANTESALA

18 DE JUNIO 2022

EN EL BANQUILLO

Simbolista

A

TEDI LÓPEZ MILLS

cerco mi oreja a tu boca. Ya lo dije una vez: es el mar. Dos veces: era el mar. Tres veces: fue el mar. Adentro guardo aún las sensaciones: el registro de las olas según las marcas de la marea en la costa a mis expensas. Ven, toca, abre. Si el agua escurre por los mismos surcos, no cambia el significado de los hechos. Por ejemplo, las voces todavía se declinan como sombras en reverencia y hablan contigo: “¿es usted la persona detrás del silencio?” Alguien se ríe y aplaude. Alguien más protesta: “¡claridad, claridad: esto no se entiende!” Podemos suponer tú y yo un instante o un minuto entero que el viento se mueve por la superficie como si la conociera porque es la piel del mundo. También podemos suponer que tú eres un cuerpo y yo te defino: “cualquier cosa de extensión limitada que produce impresión en los sentidos por las cualidades que le son propias”. ¿Pero dónde estaríamos entonces? Yo pensé que el cuarto con la cama y las dos lámparas era un escenario inmejorable para ir examinando cada episodio de lo que hemos llamado, con cierta solemnidad, “presencia en la ausencia”; es decir, aquello que existe más allá de la forma que dejó de contenerlo. Aquello que los sentimientos no sueltan. Por ejemplo, en mi desierto anticipado me agarro de una torre inverosímil y repito los nombres de los sitios que frecuentamos cada lunes, cada martes, cada jueves: Arboledas, Amores, Pilares. Un parque, una calle, una avenida. Bancas, papelerías, camellones. El muro que nos separa no tiene importancia. Yo sigo clavando mis letreros: se buscan signos, señales de vida: “menos por costumbre que por negarse a la muerte de una costumbre”, según escribe Jacques Roubaud en Algo negro. Día tras día o noche tras noche, la luz se difunde o se extingue sin que eso altere mi circunstancia. Las horas que cuento en la madrugada no equivalen a las que uso para verte atravesar de nuevo el rectángulo donde convives conmigo análogamente: como si estuvieras a mis espaldas o me miraras por encima del hombro mientras copio una frase en mi cuaderno: j’ai plus mal, les nuits. No hay líneas paralelas en el cielo de plomo. No hay atajos. En el Canto XI de mi Comedia apócrifa te conduzco por una brecha hasta un edificio. Abro la puerta y subimos por una escalera de caracol. Una mujer, con el sexo visible, nos explica que ya no habrá salidas: lo que ocurra en adelante será cosa de suerte. Nos lleva a las mesas de juego y nos da una baraja. Tantas sillas sin gente; espacio sin ruido. En un pizarrón están anotadas nuestras iniciales. Debo repartir las cartas antes de que se aproxime la mujer con su reloj de arena. A mí me corresponden los números, solo nones; a ti cuatro imágenes: una luna llena, un caballo, un tigre, una liebre. Habrá demoras, mensajes cifrados: los doctores entierran sus errores. Luego puro cansancio. Quizá nos tropecemos con la piedra que puse en el camino para no extraviarnos a la vuelta. Hasta dónde pretendo llegar ya no es una pregunta válida.

Noche tras noche, la luz se difunde o se extingue sin que eso altere mi circunstancia

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Blanco de verano. Dirección: Rodrigo Ruiz Patterson. México, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Más allá del Edipo

B

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA CCC

lanco de verano (disponible en Filminlatino) pone al cine mexicano a la altura del arte. En la primera secuencia, Rodrigo, un adolescente, casi un niño, camina semidesnudo por un pasillo. Es de noche y él ilumina sus pasos con un encendedor. Llega hasta donde una mujer más grande lo invita a acostarse con ella. Esta secuencia contiene todo el arte que seis mexicanos van a desarrollar en la siguiente hora y media. La cinefotógrafa Sarasvati Herrera ilumina todo con algo parecido a una vela. El resultado recuerda a De La Tour por aquellos lienzos en que el pintor medita en torno a la piel y la luz. Más adelante, Herrera producirá otra clase de imágenes inspiradas en diversos artistas visuales; William Gedney, por ejemplo, pero es necesario empezar por el principio. Para que, ya cerca del clímax, cuando el niño prenda fuego, primero a sus manos y luego a una casa rodante, las alusiones a Tarkovski permitan entender que hemos asistido a una descarga de estilos visuales. Cada espacio físico en Blanco de verano está inspirado por un artista concreto y es claro que para conquistar semejante proeza es necesario iniciar con el virtuosísimo de quien pinta usando una vela nada más. En su momento el concierto visual ofrecerá

fotogramas con luz natural, usando la profundidad de campo o luces de neón, pero hay que comenzar por el principio de la tradición del arte de la luz: Georges de La Tour. Blanco de verano es muy hermosa, pero, además, en esta primera secuencia el filósofo y guionista Sebastián Quintanilla plantea un conflicto tan universal que adivinamos desde los primeros minutos que la obra va a trascender esos clichés tan molestos en el cine nacional. Aquí el niño no es una víctima, el pobre no es un pobrecito, la mujer no es “una cualquiera”. Ella es la madre de Rodrigo y, en efecto, hay entre los dos una tensión edípica manejada de modo magistral. En la frontera entre el niño y el hombre, Rodrigo está a punto de enfrentarse a la lucha más violenta desde el punto de vista simbólico, la del muchacho que de pronto ve invadido su espacio por “un nuevo papá”. Es importante no caer en la vulgaridad de confundir al Edipo con el incesto. El guionista no lo hace. Sabe bien que la tensión

Las alusiones a Tarkovski sugieren que asistimos a una descarga de estilos visuales

erótica entre una madre y su niño trasciende la genitalidad. Por algo Quintanilla es filósofo. Y es claro que leyó a Freud. Inscrita en una tradición de películas que exploran el Edipo, Blanco de verano trasciende a Bertolucci (La Luna de 1979) y también a Xavier Dolan (Mommy de 2014). Puede que los métodos de Rodrigo para poner en jaque al molesto aspirante a padrastro que irrumpe en su vida escandalicen a quien ha entendido poco del amor. Si uno se atreve a recordarse en aquellos años en que cualquier locura parece posible se verá en Rodrigo, un chico entrañable que se encuentra, como todos a esa edad, frente a los caminos del bien y del mal. Su madre termina por entenderlo. Ahora bien, esta gran película tampoco sería posible sin tres actores extraordinarios. Rodrigo es interpretado por Adrián Ross quien, a pesar de su edad, se pone a la altura histriónica de Sophie Alexander-Katz en el papel de la madre y de Fabián Corres en el papel de Layo en este triángulo edípico que lejos de ser una tragedia es un elogio al amor filial. Ruiz Patterson, el director, ha conseguido que coincidan perfectamente el talento de todos los involucrados en Blanco de verano que demuestra que para hacer una gran película solo se necesitan seis artistas de verdad.

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ANTESALA

18 DE JUNIO 2022

ESCOLIOS

POESÍA

Miiuni ROCÍO CERÓN

Puntilleo en do menor, en el oído. Se deslizan esas voces. El cobijo del murmullo. Manto de broqueles y artillería de deberes. Guarda el coro de las abuelas la flor, la flor craquelada de las ausentes. *** Toda precisión pasa por astillarse, tambaleante es la belleza. En la múltiple mirada de la mosca ya rebalsa la podredumbre y el relámpago audaz del sobreviviente. *** Se sostiene en la sonrisa de medio fuego (sabe que volverá, siempre volverá), nudo e intento de vaciamiento. Rebalsa la partida entre geranios de trazo sanguíneo de un patio cordobés del cual ha perdido memoria. Ahí yacía, hombre ausente de siempre, bajo el talud de las flores muertas. Inmenso, en la obstinada permanencia de quien se ha ido, aunque nunca lo haya hecho. *** No arde toda zarza en interiores, hay una senoidalmente sonora que brilla frente a ti, su fuego es la flor de escalas progresivas donde dos ondas se cruzan en el aire y toman el linaje de tu pulso. Es tu abuela que habla entre vientos. Miiuni, conocer el lugar en lengua purépecha, es una residencia artística que Rocío Cerón, poeta mexicana, realiza en Córdoba, España, que le ha permitido conocer los ruidos, texturas, voces y anclajes sonoros de algunos patios cordobeses y sus conversaciones. Los poemas aquí publicados han sido escritos especialmente desde la escucha de esta poeta al otro lado del Atlántico.

EX LIBRIS

Durga y Durga revisitadas/ EKO

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Monte Veritá ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

H

@Sobreperdonar

acia el inicio del siglo XX, un grupo de inconformistas europeos, encabezados por el rico heredero belga Henry Oedenkoven y la pianista alemana Ida Hoffmann, compró un terreno en Ascona, Suiza, y formó una comuna naturista denominada Monte Veritá. En este espacio, se buscaba explorar formas de vida alternativas al convencionalismo burgués y se ensayaban nociones como el vegetarianismo, el feminismo, el amor libre, el nudismo y el neopaganismo. En este espacio, donde se alternaban la sanación física, el experimentalismo estético y la revolución de las costumbres, hicieron un alto diversos artistas, pensadores y diletantes fundamentales de la escena europea. Aunque pronto los ideales anticapitalistas se matizaron en pos de la supervivencia comercial del proyecto y la inicial comuna se convirtió en un sanatorio de paga, alrededor del Monte se instalaron o participaron, como población flotante, una numerosa galería de reformadores, lunáticos y seres de los márgenes, pertenecientes a diversas ideologías políticas y tendencias artísticas, desde el anarquismo a la teosofía, desde el credo dadaísta a la danza expresionista. A este espacio se asocian personajes como el asceta errante Gusto Gräser, el escritor Hermann Hesse, el sociólogo Max Weber, el heterodoxo psicoanalista Otto Gross, el ocultista y mago sexual Theodor Reuss, los dadaístas Emmy Hennings y Hugo Ball o los bailarines Mary Wigman y Rudolf von Laban. Más que una comunidad o un grupo homogéneo, Monte Veritá y sus alrededores constituyeron un espacio imantado que atrajo a todo tipo de aventureros del espíritu, seducidos por el paisaje, la paz y la vecindad con otros rebeldes. El libro Contra la vida establecida. Arte, anarquía, naturismo y contracultura en la Europa de principios del siglo XX de Ulrike Vosswinkel (El Paseo Editorial, Sevilla, 2017) hace un recuento de este pintoresco experimento social y sus secuelas, que incluye un fascinante soporte iconográfico. Esta historia que pone énfasis en las complicadas y fascinantes personalidades, así como en los romances y líos de faldas, puede leerse como una animada novela sobre los destinos de colectividades esperanzadas. Con el proyecto de Monte Veritá, por lo demás, pueden establecerse paralelos con el pasado y el futuro de la utopía estética: desde los esbozos de una comunidad de poetas, la pantisocracia, que planteaban los románticos ingleses, pasando por las vanguardias artísticas de las primeras décadas del siglo pasado y los movimientos contraculturales norteamericanos y europeos de los años cuarenta y cincuenta hasta llegar al éxtasis colectivo del 68, cuando la masa de jóvenes clamaba por llevar, de una vez por todas, la imaginación al poder. En estos proyectos y movimientos los desaforados propósitos son casi siempre los mismos: escapar a la dinámica económica dominante, abolir las distancias entre placer y trabajo y darle a la vida cotidiana un tinte de aventura intelectual, vértigo sexual y epifanía estética.

Ahí se instalaron o participaron reformadores, lunáticos y seres de los márgenes

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DE PORTADA

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Observar, o experimentar, todas las posib simultánea es una aspiración que compar

El secreto de los unive

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JOSÉ GORDON FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK

o volví a ver en el sueño. Estaba un poco más delgado, pero lleno de vitalidad. Tenía una camisa blanca, arremangada, que contrastaba con su tez bronceada. Sobre la nariz aguileña, los finos aros redondos de los lentes son como cristales de un acuario que magnifican su mirada inteligente y aguda. Es mi amigo, el escritor Mauricio Molina. Su sonrisa cómplice se abre por completo como siempre. Ya que ambos sabemos que ya no está en el mundo en el que usualmente nos encontrábamos —un mundo donde él cuidaba sus ajolotes y hablábamos de literatura—, nos sorprendemos de este encuentro en una suerte de universos paralelos. Este es un tema que nos apasiona. Aparecía de manera recurrente en sus cuentos. Le inquietaba también lo que planteaba la física al respecto. Recuerdo que me hablaba de David Deutsch, un científico que toma muy en serio la exploración de universos paralelos y que plantea que también se podrían dar en mundos macroscópicos. Deutsch dice que toda ficción que no viole las leyes de la física es un hecho y piensa que los universos paralelos están enraizados en dichas leyes. En el mundo en que habíamos vivido como amigos entrañables por varios años, recuerdo cómo Mauricio escuchó con gran interés un breve ensayo que yo estaba perfilando en torno a un cuento de Borges y algo que podríamos llamar el colapso de la función de onda en la física y en la poesía.

Justamente, el día en que tuve el sueño en donde volví a ver a Mauricio yo había dado una conferencia por Zoom en donde hablé sobre ese tema. Tal vez por eso no es extraño que, en esa noche, la batidora de las ondas cerebrales que traen los ojos cerrados al dormir me llevara a la sorpresa de que Mauricio y yo estábamos ahora sentados juntos, encantados porque experimentábamos el lugar de nuestras hipótesis. Para tener una visión más clara de lo que ocurrió en ese sueño, narraré brevemente el ensayo que le esbocé a Mauricio antes de que falleciera. El colapso de la función de onda en la física En el mundo de la física de partículas subatómicas, una función de onda es una ficción matemática que nos permite modelar todas las posibilidades en las que se puede encontrar una partícula antes de ser observada. De hecho, se dice que, como una ola en el mar que baña a una playa, se encuentra en todas partes al mismo tiempo y lo que ocurre es que, en el momento de la observación, colapsa la función de onda y solo emerge una posibilidad. ¿Qué les pasó a las otras? ¿Nunca existieron? Para enfrentar esta paradoja, los físicos Wheeler y Graham plantean lo que se conoce como la interpretación de los diversos mundos de la física cuántica, que apunta a la idea de universos paralelos en los extraños territorios de las partículas subatómicas. Todas las posibilidades existen de manera simultánea. Esto lleva a una inquietante imagen: una partícula, como un electrón, en lugar de tomar un camino por aquí o por allá, ¿puede tomar varios senderos al mismo tiempo?

Una partícula, como un electrón, ¿puede tomar varios senderos al mismo tiempo?

Este escenario es familiar a los deseos de autores como Robert Frost. En el poema “El camino no elegido”, dibuja el conflicto que tiene un viajero al caminar por un bosque amarillo: ha llegado a una bifurcación. Siente tristeza al no poder escoger ambos caminos. No tiene más que un solo cuerpo. Tiene que elegir entre esto o lo otro; nunca hay esto y lo otro. Algo parecido nos dice Jorge Luis Borges en el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”. Plantea que cada vez que un personaje se enfrenta a una alternativa, elige un camino y elimina el otro. Sin embargo, el personaje de su relato hace algo fantástico: opta simultáneamente por todas las posibilidades. Crea así varias copias de sí mismo con diversos destinos. Esto tiene un eco con el mundo de la física cuántica en donde las partículas subatómicas pueden estar aquí y allá al mismo tiempo. El físico Seth Lloyd, autor del libro sobre computación cuántica Programar al Universo, dice que esto es como tirar un penalti y ver que el balón se va al mismo tiempo por los dos lados de la portería. El destacado físico Richard Feynman fue uno de los primeros científicos en darse cuenta que las fabulosas propiedades del mundo cuántico se podrían aprovechar en la computación. La programación clásica se basa en la unidad mínima del bit representada por el apagado o encendido de un cero o un uno. En la computación cuántica se habla de un cubit, de un bit cuántico que tiene la capacidad de registrar ambos, el uno y el cero al mismo tiempo. Esto lleva a la posibilidad de realizar millones de cálculos simultáneamente. La promesa es una revolución en la informática en donde laboran hoy en día algunas de las mentes más brillantes del planeta. Se trata de utilizar el jardín de senderos que se bifurcan en nuestras computadoras.


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DE PORTADA

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bilidades de un hecho de manera rten la física y la literatura

versos paralelos Uno de los problemas centrales en este desafío es que cualquier perturbación, una leve interferencia, rompe el encanto y hace que se colapse la función de onda. Es por eso que Seth Lloyd dice que él es una especie de masajista de átomos para que conserven sus extrañas propiedades y funcionen como un coro, como una ola de voces armoniosas. El colapso de la función de onda y la poesía ¿Podríamos tener un modelo similar al de la función de onda para apreciar los múltiples sentidos con los que nos bañan las palabras? Toda palabra tiene una ola de significados múltiples. Por ejemplo, la palabra luz tiene, entre otras, las connotaciones de claridad, luminosidad, fosforescencia, fuego, destello, resplandor, pero el problema es que con la perturbación de la memoria se colapsa la ola de significados. Esto se puede ilustrar con una experiencia del novelista David Grossman quien tenía el temor atávico de que su hijo nunca pudiera decir su primera palabra. Cuando eso ocurrió —fue la palabra luz—, sintió un alivio. A su hijo se le abría un nuevo mundo al poder nombrarlo. A la vez, sintió una ligera tristeza. La palabra dejaba de nombrar las diferentes clases de luces y fulgores del mundo: la luz que cae en una camisa, la que se filtra por una cortina, la que se demora en el cristal de un vaso, la que se enciende en un ojo. Dice Grossman: “Toda esa diversidad se coloca en una pequeña palabra, en una pequeña caja, y uno olvida todas las entidades de luz a las que se exponía antes de tener esa expresión”. Colapsó la ola de luces posibles y solo quedó una palabrita que ya no atrapa los significados paralelos. En este contexto, propongo que la poesía tiene una vertiente que podría verse como un masaje a las

La poesía tiene una vertiente que podría verse como un masaje a las palabras palabras, que permite conservar sus olas de significados sin que se colapsen en el reduccionismo de un solo término. Hay un ejemplo muy hermoso, que ilustra esta experiencia, que nos da el poeta Jorge Fernández Granados. En el libro Lo innumerable (Ediciones Era), narra el momento en que vio por primera vez la nieve. Eso ocurrió en 1967, en una extraña nevada que se dio en la Ciudad de México. Describe así la visita de la nieve: “Y yo miraba a aquella visitante de otra latitud a/ través de una empañada ventana y a través de un/ cuerpo tan pequeño todavía que alguien decidió/ levantarlo en brazos para que alcanzara con más/ campo de perspectiva el paisaje de aquella noche/ inusual/ no era una imagen exactamente no era siquiera un/ acontecimiento reconocible en el registro de los/ sentidos era solo una sensación maravillada y/ gélida, una emoción que nos enmudecía/ […] Lo que en mí miraba miraba un color/ únicamente un color que lo cubría todo como un/ lento bautismo/ y alguien pronunció la palabra nieve/ y ese sonido rodó por el aire como una llave, un menudo conjuro para no olvidar aquel momento/ […] nieve no era siquiera un vocablo/ porque el pensamiento por entonces aún no los/ necesitaba para acceder al mundo/ sencillamente la nieve era la nieve/ y quedó en mí/ cifradamente/ como una llamada blanca”. Y más adelante, nos dice el poeta que hay “una edad donde todavía los vocablos/ eran únicamente vaho en la boca de la gente y la luz era/ el idioma original de todas las

cosas/ cuando una noche el mundo fue un blanco silencio/ donde parecía que alguien estaba a punto de/ llamarnos”. Con este masaje a las palabras, la poesía de Jorge Fernández Granados deja intacta la ola que acompaña a la palabra nieve y nos abre a la llamada de un tiempo que arde con todas sus posibilidades antes del tiempo. Regreso al sueño Y ahí, en un tiempo sin tiempo, estábamos Mauricio y yo, intactos en un universo paralelo, asombrados de que podíamos dar fe de que existían destinos alternos. Decidimos que íbamos a videograbar en un teléfono celular nuestro testimonio. La emoción era intensa. Tomamos el celular y lo apuntamos a nuestros rostros para hacer la video-selfie. En ese momento apareció una mujer con un vestido de color azul claro con estampas de flores amarillas y rojas. Se ofreció a ayudarnos a grabar. Hablamos de lo que implicaba ese momento que confirmaba nuestros sueños. En efecto, existían los universos paralelos. Mauricio y yo estábamos radiantes. Cuando la mujer nos regresó el celular, quisimos ver el testimonio histórico. Corrimos el video en la pantallita del aparato. Entonces caímos en cuenta que la mujer dejó la grabación en modo selfie. Todo lo que se veía era su vestido de color azul claro. Mauricio y yo nos miramos y nos atacamos de risa. A esas alturas, el sueño se empezaba a revelar como tal, por eso era más asombroso el misterio de la selfie como una especie de esfinge. Realmente era un buen desenlace dramático que jamás se nos hubiera ocurrido —ni en sueños— para mostrar un pensamiento que había marcado a la literatura de Mauricio, quien solía citar El Zohar , El libro del Resplandor, de la cultura judía: “El Mundo solo existe por el Secreto”. Por lo visto, los Mundos… también. Al despertar, el sueño todavía estaba vivo. Como dice Hugo Hiriart, estaba pringoso. Pensé en el reto que propone Coleridge ante los mundos alternos: “Si un ser humano pudiera cruzar el Paraíso en un sueño, y se le diera una flor como prueba de que su alma ha estado allí en verdad, y al despertar encontrara esa flor en su mano… Ah, ¿entonces qué?” En mis manos no estaba ni por asomo un teléfono celular con una grabación (con un ingenuo y humorístico testimonio hi-tech), pero estaba tal vez algo más poderoso: una ola de significados en torno al Secreto se movía en mi corazón. Y también la complicidad con mi amigo Mauricio Molina de que rozamos el misterio mediante el masaje de palabras de la literatura que deja intacta la ola que baña al universo.

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DRAMATURGIA

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ENSAYO

Retrato hablado de López Velarde La más reciente obra teatral de Juan Villoro dialoga con el poeta sobre el mundo de ayer y el que aún es MARCO ANTONIO CAMPOS FOTOGRAFÍA IMER

E

l año pasado, coincidiendo con el centenario, Juan Villoro publicó en El Colegio Nacional una obra teatral en un acto, Retrato hablado: Evocación de un fantasma, que se representó con éxito en 2021 y 2022 en pequeñas salas, la cual se centra melancólicamente en la figura y la obra de Ramón López Velarde. Villoro, tomando de poemas o versos sueltos, o de líneas en prosa del joven jerezano, aunados a su propia inventiva, hace una creación muy personal de aquello que fue y ya no está, pero que al evocarse cada imagen cambia según sea el momento o quién la recuerde. Si leemos la pieza teatral escrita nos parece que viene de muchos poemas que acaban volviéndose un poema. Todo lo que se menciona tiene un lazo directo o indirecto con López Velarde: mujeres, poesía, música, costumbres, el país, la familia, amistades… “Un día y nada más”. La idea que apuntala es que dos jóvenes provincianas, que vienen de ciudades donde el poeta vivió años singulares y claves —una de San Luis Potosí (Matilde), y otra de Aguascalientes (Dolores)—, se han citado, o creen que se han citado, con Ramón para tomarse un retrato en el estudio de Miguel Casasola, uno de los dos famosos hermanos, a quienes la historia parecía ponérseles ante los ojos. Emblemáticamente la cita se da el 19 de junio de 1921, día —solo se enterarían Matilde y Dolores, y Miguel al final— del fallecimiento del poeta. Tanto Miguel Casasola como las dos muchachas visten con indumentaria característica de los años veinte de hace un siglo. En la puesta en escena, dirigida por Arturo Beristain, actúan el propio Beristain como Miguel Casasola, las jóvenes actrices Mireya González (Matilde) y Ana Paola Loayza (Dolores) y Antonio Rojas (Ramón López Velarde); destaca en la escenografía el escueto estudio de Miguel Casasola con su correcto juego de colores y luces, los monólogos del fantasma de López Velarde y las ligeras y bellas piezas musicales de Manuel M.

Un momento de Retrato hablado. Evocación de un fantasma.

Ponce (“Scherzino mexicano”, “Gavota”, “Intermezzo”), que crean una ambientación de algo que fue una vez. “Un día y nada más”, escribió López Velarde en la “Oración fúnebre” y la dijo en el primer aniversario de la muerte de Saturnino Herrán. La alocución se dio en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, y, a causa del llanto, el jerezano no pudo terminarla. “Un día y nada más”, escribe López Velarde, “según la letra nostálgica de una canción que mi abuelo materno cantó quince años, desde la fecha de su viudez hasta la de su tránsito”, esas 24 horas que su abuelo quería convivir de nuevo con su esposa y Ramón con su hermano espinosamente entrañable Saturnino Herrán. Sin embargo, esa letra fue algo que Ramón oyó de la familia del ala Berumen y nunca de

Ramón no podía entender nada sin la mujer y no tenía más tema que el femenino

su abuelo. Como leemos en el acta de matrimonio de 1887 de sus padres, los abuelos maternos ya habían fallecido. Su madre, María Trinidad, “era originaria de Jerez, célibe, de 17 años de edad, hija legítima de José María Berumen y Doña Trinidad Llamas ya difuntos”. Pero en el arte importa más el deber ser que muchas veces lo que fue o es, lo verosímil y no la verdad, y tanto en la “Oración fúnebre” como en “Retrato hablado” suena la frase emotivamente bien, como suena muy bien la música de Ponce, especialmente “Gavota”. Aquel día 19 de junio de 1921, Matilde y Dolores crean a su manera el retrato hablado de López Velarde, y en algo, asimismo, las ayuda el fotógrafo Casasola, pero el fantasma de Ramón llega, sin que los tres se enteren, como un fantasma que regresara un siglo después, tal vez del 19 de junio de 2021, y es capaz de ver en perspectiva todo lo que vivió. Como muchas, como las cuatro enamoradas de Ramón que nunca se

casaron (Josefa, María Magdalena, Margarita, Fe), Matilde y Dolores estaban más enamoradas del mito y de los poemas que del hombre, porque todos sus lectores y lectoras sabían que Ramón no podía entender nada sin la mujer y no tenía más tema que el femenino. “En mi pecho feliz, no hubo cosa,/ de cristal, terracota y madera,/ que abrazada por mí no tuviera,/ movimientos humanos de esposa”. Los verdaderos poetas y escritores luchan con sus fantasmas y demonios que los persiguen y los obligan a escribir acerca de ellos para que no los olviden, y cuando se cree que eso ocurre, fantasmas y demonios regresan para volver a ocupar su sitio. López Velarde está abierta o secretamente en una parte de la personalidad y la obra de Juan Villoro. Cada tanto Juan evoca y convoca al gran amigo fantasmal y dialogan de las cosas del mundo que fueron y de las que son y Juan vuelve a trazar bellamente su retrato hablado.

Y, además, en nuestra edición digital: Jeannette L. Clariond: La fértil paradoja del nombrar • José de la Colina: Caballo en silencio • Jorge Esquinca: La pintura más antigua del mundo • José Juan de Ávila: Entrevista con Javier Pérez Andújar • Carlos Illades: La xenofobia tiene clase • Arturo Pérez-Reverte: El cobarde teórico

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NARRATIVA, ENSAYO Ustedes brillan en lo oscuro

Lo de dentro fuera

A FUEGO LENTO Tantos lobos

Vikingos México, 2022

Liliana Colanzi Páginas de Espuma España, 2022 122 páginas

Mariano Peyrou Sexto Piso España, 2021 152 páginas

Lorenzo Silva Booket España, 2021 190 páginas

La figura del doble, lo monstruoso, la fantasmagoría científica, son los ingredientes principales de este volumen de relatos. El hechizo del tiempo se manifiesta en la exploración de una cueva, el viaje a los orígenes de la explotación del caucho en un olvidado pueblo amazónico o en la radiación que afecta a los vecinos de una central nuclear.

En su tercera novela, Peyrou reflexiona sobre la condición de la mujer en el veleidoso mundo del teatro. Una joven actriz conoce a un profesor cuyas lecciones apuntalan su deseo de ser por fin ella misma pues solo se siente plena cuando recibe la aprobación de los espectadores. Vida y escenificación son las dos caras de la moneda.

Esta novela forma parte de la serie policiaca que tiene al investigador Bevilacqua y a su asistente Virginia Chamorro como protagonistas. Según cuenta Silva en la nota preliminar, la primera vez que aparecieron fue en 1998 y no esperaba que continuaran. En la presente historia investigan el asesinato de cuatro jovencitas.

Hijas de Esparta

Tras los pasos de Jane Austen

El liberalismo herido

Claire Heywood Planeta México, 2021 432 páginas

Espido Freire Ariel México, 2022 368 páginas

José María Lassalle Arpa España, 2021 208 páginas

Historia de las princesas espartanas Clitemnestra y Helena. Las dos son hijas de la reina Leda, pero tuvieron padres diferentes: el rey Tíndaro, el de la primera, mientras que Zeus lo es de la segunda. De acuerdo con la versión más aceptada del mito, Zeus en forma de cisne sedujo a Leda; uno de los frutos de esa unión fue Helena.

Aunque tiene la forma de un ensayo, este libro es un registro de viaje por los territorios sentimentales que inauguraron las novelas de la escritora británica. Es también una suerte de biografía que desdice muchas creencias. Ni puritana ni modelo feminista, su protagonista se ofrece a la lectura como una mujer llena de contradicciones.

La toma del Capitolio en enero de 2021 y las calles desiertas por la pandemia de Covid llevan al autor a preguntar por el destino del liberalismo, tan vilipendiado por los populismos y los gobiernos democráticos de corte autoritario. ¿Hay argumentos para darle un rostro crítico y renovado que rechace el individualismo egoísta?

El placer de leer www.librotea.com

Adoradores del fuego ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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espués de tantos libros diseccionando la caprichosa vida en Yucatán, Adrián Curiel Rivera se toma un respiro para mirar hacia otras edades y tierras. La pausa ha valido la pena. Vikingos (Lectorum) es no solo un tributo a la aventura como propósito de la existencia sino a la escritura como protagonista de aquellas narraciones que habitan nuestra memoria. Las peripecias, las desventuras, los buenos golpes de la fortuna, los silencios y las imprecaciones de los dioses amenazados por el empuje de la cruz cristiana trazan un amplio arco temporal: poco más de 200 años de viajes de exploración y colonización. Así que hasta nosotros llegan las acciones de numerosos personajes. Están el bromista Loki cargado de hojas de té y Odín en perpetuo estado de ebriedad; están el nuncio temeroso de los adoradores del fuego y el rey Godofredo decretando la construcción de un dique “en la esplendorosa ciudad de Hedeby”; el guerrero enfermo de tristeza y el desterrado tras asesinar a su padre; la madre que ve partir a sus hijos y la solterona que gobierna con la envidia; están el martillo de Thor y los paisajes verdes o gélidos de Islandia o Groenlandia, y el marinero condenado a remar sin rumbo por toda la eternidad. Aunque no desdeña los fragores de la batalla (como el asedio a París durante el reinado de Carlos el Calvo), Vikingos prefiere las estampas de la vida doméstica. Las exequias de un hijo mal venido, los intercambios comerciales o la boda en una región de Escandinavia donde hombres y mujeres “practicaban el coito” a la vista de todos tienen más relevancia que las intrigas palaciegas o las incursiones a las regiones vecinas. Allá donde la tierra exige grandes cuotas de sacrificio no es de extrañar que las hachas sean sustituidas por la melancolía. Con escasas pero clarividentes señales, Adrián Curiel Rivera va perfilando el ocaso del pueblo y los dioses vikingos. Ya estamos cerca del año 1000 y los ritos paganos comienzan a declinar ante el poder católico. Los adoradores del fuego aprenden a santiguarse y a enterrar a sus muertos. Mientras tanto, su espíritu de aventura es consumido por una atrofia de la voluntad, un síntoma del nulo atractivo que ya ejerce el mar. Con estupor, alcanzamos a ver que de aquellas legiones solo queda un iracundo bogavante.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

18 DE JUNIO 2022

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TOSCANADAS

Bañarse en el Eurotas DAVID TOSCANA

P

lutarco cuenta lo siguiente cuando habla de Esparta: “De los platos era muy apreciado el caldo negro; tanto que los ancianos ni siquiera pedían un trozo de carne, sino que se lo dejaban a los jovencitos, y ellos comían el caldo. Se cuenta que cierto rey del Ponto contrató por la sopa a un cocinero laconio; luego, cuando lo probó, sintió asco y el cocinero le dijo: Oh, rey, esta sopa hay que comerla después de haberse bañado en el Eurotas”. Es común que los académicos anglosajones cuenten esta historia con una sonrisa que denota asco. ¡Se comían la sangre del cerdo! Y no falta quien recuerde que era un plato que Hitler disfrutaba. La moronga o morcilla es cosa deliciosa. La polaca es aún mejor que la de Burgos. Exquisita con puré de manzana. Pero hay que haberse bañado en el Eurotas para no hacerle pueriles gestos de repulsión.

PLAZA MÉXICO

Faena de Enrique Ponce.

Por eso nos parecen ingenuas esas páginas de viajeros que muestran repugnancia porque los mexicanos comemos sesos, tacos de ojo, tuétano, huitlacoche, escamoles, criadillas o menudo. El rechazo es ignorancia y voluntad de permanecer ignorante. Tradiciones de quesos hechos con leche cruda están próximas a caer en la ilegalidad, porque hay quien piensa que toda leche ha de pasteurizarse. El kokoreç, plato típico de los turcos, no es del agrado de los legisladores europeos, y había riesgo de ser prohibido si Turquía ingresaba a la Unión Europea. Pasa también con las bebidas alcohólicas. A muchas de ellas no se les agarra gusto sino con la práctica. Lo mismo el picante. Para el que no se ha bañado en el Eurotas del tabaco es muy fácil andar criticando y prohibiendo, pero qué miserable es la vida sin tabaco para un fumador. Ocurre con los deportes. En la India

se apasionan por el cricket, que puede sumir al espectador en la somnolencia, tal como el beisbol, si no se asimilan las finezas del juego; también se entusiasman por el kabaddi, que no entrega fácilmente sus secretos. Así lo dice, con mis correcciones, la página de Wikipedia: “Los equipos se turnan enviando un raider al área contraria con el fin de tocar jugadores del equipo rival. Los miembros tocados deben salir de la cancha. El raider no debe inhalar durante el ataque; para demostrarlo a los árbitros ha de cantar continuamente kabaddi”. Para entender la tauromaquia también hace falta bañarse en el Eurotas, o acabará uno mirándola como un gringo mira una morcilla. Incluso entre quienes se proclaman antiyanquis prevalece la gringuez, y esa agua que todo lo diluye termina por ahogar una de las más bellas, humanas, intensas y dramáticas de nuestras tradiciones.

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BICHOS Y PARIENTES

La obediencia salvaje

H

ay cosas que se hacen viejas y, después, antigüedades. Un vejestorio carece de valor; una antigüedad es más valiosa que un objeto de la moda. Y sucede también con autores. Por ejemplo, Ernst Cassirer o José Ortega y Gasset. Ya pasó el tiempo en que se les leía como presentes en la comparsa de las deliberaciones y ahora forman parte de la galería de las épocas. Es decir, que su valor ya no depende de si estamos o no de acuerdo con ellos. A nadie le importa que Fulano discrepe de Aristóteles o de Tomás de Aquino. Ortega y Cassirer merecen ser parte de la compañía de los indestructibles, los acompañantes etéreos de la civilización —y esta es palabra a la que ambos refieren su esperanza y su miedo antiguo, con el contraste: la barbarie. Ellos, los dos, como muchos más, temieron la barbarie que veían ascender. Nosotros, de este lado de la historia, tendemos a creer que el bárbaro, el salvaje, es el sujeto que no respeta el orden ni la orden; el bárbaro que imaginamos es el que no obedece las formas, las leyes, que acecha a la ciudad y ataca a las normas. Con “los bárbaros a las puertas” imaginamos “gente sin ley, sin rey, sin Dios”, presa de una anomia que violenta la normalidad. Pero Cassirer y Ortega tienen otra idea: la barbarie que miraban ascender era la de los obedientes, no las rebeldías o las oposiciones sino la obediencia. Bien visto, es una mirada precisa: el bárbaro no se cuestiona, obedece. La vida moderna, dice Ortega, “ha desbordado todos los cauces” y el individuo “tiene que inventar su propio destino… Circunstancia y decisión son

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA AUTOR ANÓNIMO

los dos elementos radicales de que se compone la vida”. Quien pierde, o renuncia a su propia racionalidad vital, se convierte en masa: ese ser “que encuentra dentro de sí un repertorio de ideas, que no se ha puesto a pensar, y decide que está completo”. El hombre masa obedece. También según Cassirer: “el hombre civilizado es demasiado inquieto, demasiado afanoso de cambio, demasiado dispuesto a interrogar su circunstancia, para permanecer mucho tiempo en la actitud de aquiescencia”. Y, sin embargo, “hemos aprendido

Quien pierde, o renuncia a su propia racionalidad vital, se convierte en masa

que el hombre moderno, a pesar de su inquietud, o tal vez precisamente por causa de ella, no ha superado realmente la condición de vida salvaje. Cuando se le somete a las mismas fuerzas, puede regresar a un estado de completa aquiescencia. No interroga su circunstancia; la acepta como algo que se da por descontado. De todas las tristes experiencias de estos últimos años, ésta es tal vez la más terrible” (El mito del Estado, FCE, en traducción de Eduardo Nicol). Para ambos, el salvaje es el que obedece sin cuestionar, no el que rompe la ley sino el que la acata sin chistar. Podemos suponer que tanto Ortega como Cassirer son alumnos, estrellita en la frente, de la Ilustración. Pero no son así Etienne de la Boétie (que halla en la servidumbre voluntaria una perversión contra natura), ni Las Casas, ni Tata Vasco

Falangistas en la España de José Antonio Primo de Rivera.

(que elogian la obediencia y mansedumbre de la mano de la barbarie en los indios de Chiapas y Michoacán), ni tampoco el capitán Richard Burton o Joseph Conrad… Todos hallan la barbarie en la obediencia sin albedrío. Y no solamente ha sido una postura teórica. “Los peligros de la obediencia”, como tituló Stanley Milgram el resultado de su famoso e infame experimento, comienza precisamente ahí: ¿de verdad las personas pueden obedecer hasta producir la muerte de otro? La obediencia define a las milicias, ya del Estado, ya criminales, y define a otros órdenes, siempre jerárquicos. La decepción de Cassirer y de Ortega y Gasset no es esa solamente; mucho peor es la obediencia que viene de los civiles, de los ciudadanos, porque de ellos se esperaría un albedrío libre, una voluntad que construyera su autonomía y supiera navegar las turbulencias de las muchas opiniones. Cuando las libres partículas del gas civil se ordenan en obedientes militancias, dejan una solidez irrespirable: la Falange, el Nacional Socialismo, la intolerancia contra quien vota distinto. La gama de los salvajes puede ir de un partido mayoritario que acusa de enemigo patrio a quien piensa distinto y discuerda, hasta el linchamiento, la persecución, la violencia. Coetzee tenía razón: la barbarie está a las puertas cuando los obedientes del Estado acuden a defenderlas… Así de viejos son aquellos filósofos que quisieron advertir de la llegada de los salvajes. Nosotros olvidamos, quizá de modo voluntario, que al bárbaro lo define su obediencia.

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