Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
EL ATLAS DE PANDORA
FERNANDO ZAMORA
IRENE VALLEJO
Ernesto Contreras: cómo encontrar la felicidad
La balada del gallo triste Foto: Alebrije
Ilustración: Román
SÁBADO 25 DE JUNIO DE 2022 AÑO 19 - NÚMERO 993
Jesús Ramírez-Bermúdez: rostros de la melancolía Silvia Herrera/ FOTOGRAFÍA: ARACELI LÓPEZ
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ANTESALA
25 DE JUNIO 2022
LA GUARIDA DEL VIENTO
Nos hacía falta un héroe
S
ALONSO CUETO
ucesor del guerrero en los poemas de la antigüedad clásica y del caballero en las sagas medievales, el detective es uno de los héroes de la literatura contemporánea. A diferencia de sus antecesores, sin embargo, es un héroe vulnerable, incierto, cercano. Allí está el misógino Sherlock Holmes, el desencantado Mario Conde o el excéntrico Hércules Poirot para despertar nuestra curiosidad y admiración pero también nuestro humor cómplice. El nacimiento del detective moderno, bajo el nombre del joven Auguste Dupin en “Los crímenes de la calle Morgue”, es una renovación del antiguo culto que los escritores sienten por quien busca revelar la verdad oculta de su sociedad. Es por eso que el detective es un delegado del escritor. Solitario, inconforme, hurga detrás de las apariencias para descubrir lo que realmente ocurrió, lo mismo que hace cualquier escritor que se precie de serlo. Uno de los mayores representantes de la literatura criminal, G. K. Chesterton, creó a su propio detective otorgándole un sesgo religioso: el padre Brown. A propósito de todo ello, Chesterton definió de un modo famoso al criminal como el artista y al detective como “tan solo” su crítico literario. Y ahora viene el gran Javier Cercas a agregar a un nuevo héroe moderno. Viudo, hijo de una prostituta, ex mosso de la policía catalana, Melchor Marín aparece en el inicio de El castillo de Barbazul (Tusquets) como el único padre de una única hija, Cosette. El nombre de la muchacha que ya es una adolescente (aparecía como una niña en Terra Alta y en Independencia) es un tributo a Los miserables, una lectura que ha dejado marcado a Melchor Marín. La historia surge desde un punto crucial. En uno de los primeros episodios, Cosette desaparece. A partir de entonces la novela toma un rumbo que Cercas ya ha explorado con gran éxito: la búsqueda de alguien que el sistema busca ocultarle. Ocurrió con Toni Miralles en Soldados de Salamina y con otros personajes suyos. Buscar al ausente, al perdido, es un proceso que se relaciona con nuestra experiencia existencial. Todos estamos siempre buscando a algún desaparecido. En el camino, mientras busca a su hija, Melchor va a encontrar innumerables aliados y obstáculos. Al final, la novela se convierte en una denuncia social, una historia de familia, una exploración de la solidaridad y un asomo a los abismos del mal. La principal lección del libro es el poder de la camaradería, representado aquí por los que se juntan para tomar el castillo de Barbazul. Si Cercas hacía una exploración del papel de los padres en Anatomía de un instante y El monarca de las sombras, ahora se dedica a explorar la relación con las hijas. Carrasco, Bly y Cosette rebosan de una vida concreta y palpitante. Imbuidos por una pasión moral estos personajes laten en escenas notables, con un manejo maestro de los diálogos y de las descripciones. En el centro de todos ellos está Melchor, que ya es nuestro. El mundo moderno carece de héroes pero a veces las novelas pueden darnos uno.
El detective es un delegado del escritor. Inconforme, hurga detrás de las apariencias
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Cosas imposibles. Dirección: Ernesto Contreras. México, 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
Color y felicidad
A
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ALEBRIJE
l final de la primera parte de Los hermanos Karamazov, Dostoievski hace que su protagonista rece por las almas “infelices y tempestuosas”. Este espíritu, a un tiempo gentil y distante, parece sostener a Ernesto Contreras cuando decide regalar felicidad a los protagonistas de Cosas imposibles, una maravillosa película mexicana disponible en Amazon Prime. Cosas imposibles recuerda además la importancia del respeto a las minorías sexuales, un tema que resulta pertinente en este mes del orgullo gay. Miguel y Matilde viven, en efecto, una vida “infeliz y tempestuosa”. Él es un joven narcomenudista y ella una vieja que, a fuerza de tanto sufrir, ha perdido la razón. Pero vayamos más allá de las excelentes actuaciones de Nora Velázquez y Benny Emmanuel; exploremos mejor la similitud del personaje de él con otros que hemos visto en la filmografía de Contreras. Como la mujer de Párpados azules, Miguel no encuentra sitio en el mundo. La familia, lejos de ser un refugio, es más bien de donde hay que escapar. Pero, además, la amistad del muchacho y la mujer se pone a prueba de fuego cuando él decide escapar a Playa Salamandra, nombre clave con el que el director ha decidido llamar a Veracruz, puerto en el que, como
se sabe, nació Contreras en 1969. En un sentido distinto encontramos similitudes entre Miguel y los personajes de la obra más celebrada de este autor. Como se recuerda, en Sueño en otro idioma el detonador del drama es un amor que, lejos de retribuir con más amor, paga más bien con desprecio e, incluso, peligro físico. Es aquí donde entra la importancia de una película como esta en el contexto del mes que celebra la diversidad sexual. En este pequeño recuento es necesario subrayar que las similitudes entre los personajes de Contreras demuestran una búsqueda; algo que el autor, a través de sus creaturas, está queriendo decir. Lo mismo sucede con otros directores que tocan de modo incisivo e inteligente lo complejo de la inclusión sexual. Pedro Almodóvar y François Ozon, por ejemplo. Los personajes de estos directores son reflejo de su propio mundo interior. Pero, si fuese necesario confrontar al veracruzano con otros de talla mundial, habría que señalar que su obra
Hay en esta obra la intención de hacer del fotograma un hecho artístico
recuerda la de Ferzan Özpetek, el autor italiano de origen turco que también explora, a través de la homosexualidad, lo universal del amor y el deseo. Ambos miran al mundo con amor, sí, pero sin involucrarse demasiado. Esto es lo que vuelve especial Cosas imposibles dentro de la filmografía del autor. Por primera vez Contreras se permite involucrarse un poco más. Ahora bien, en un sentido formal hay que decir que las imágenes que consigue el cineasta en Cosas imposibles recuerdan la sencillez y contundencia de Sean Baker. Como Baker, Ernesto Contreras parece muy interesado en el uso del color. No se trata solo de que el multifamiliar en el que tiene lugar Cosas imposibles esté pintado con un tono tan similar al de la película The Florida Project. Hay en la obra del mexicano algo que trasciende las referencias o los homenajes: la intención de hacer del fotograma un hecho artístico que ilustre el interior “infeliz y tempestuoso” de los protagonistas. Como todos los grandes directores de cine, Ernesto Contreras ha entendido que este es, ante todo, un arte visual. Y se atreve a introducir color y alegría en la vida de una de sus creaciones. En Cosas imposibles Contreras regala a su protagonista, por primera vez, un poco de color y felicidad.
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ANTESALA
25 DE JUNIO 2022
POESÍA
Era posible... YOLANDA SEGURA
era posible, llegamos juntas pero no había manera de que las dos nos quedáramos perdí dos veces en un mes el largo de mi cabello y si pudiera cortar más, no dudaría. dije estoy soltando, dije quiero que esto se transforme son las 11:38 a.m. pero bien podrían ser las siete de la tarde: la lluvia a veces me convierte en una mancha difusa, una fotografía con la velocidad de obturación mal calculada Yolanda Segura (Querétaro, 1980), Premio Nacional de Poesía Francisco Cervantes 2017, es doctora en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Este poema proviene de estancias que por ahora tienen luz y se abren hacia el paisaje (PalíndromA).
EX LIBRIS
Ángel mecánico/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
McCartney IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
aul McCartney cumplió 80 el 18 de junio. Junto con Ringo Starr, se mantiene en tierra luego del naufragio de 1970, bueno, los Beatles zozobraron formalmente cinco años después, cuando el recién octogenario finiquitó el proceso judicial de la ruptura. De cualquier modo, su longevidad no es lo único que cuenta sino el empeño o la negligencia por seguir haciendo ruido. El miembro de la Orden Británica (con la que también fueron ungidos el resto de los Beatles en 1965) y Caballero del Imperio, con la medalla y el blasón que recibió en 1997 de manos de la reina, no piensa retirarse. Sigue creando, produciendo, alternando con colegas aquí y allá, y presentándose en conciertos que, encima, suelen agotar el boletaje, pues las rolas más significativas de los Beatles forman parte del setlist que el público, sea de la generación Baby Boomer, X, millenial o centennial quiere escuchar en vivo, aunque tampoco este empuje, o energía, es algo excepcional. McCartney proviene de una estirpe de músicos tenaces, curtidos en el esfuerzo, artistas con espíritu de working class. Esos que no se apaciguan con los achaques ni se conforman con amasar una fortuna, jubilarse y sucumbir en algún retiro glamoroso contemplando fotos viejas del tiempo perdido. Jagger, Keith Richards, Bob Dylan, David Gilmour y algunos más, también pertenecen a esa casta en la que, tal vez, John Lennon y George Harrison estarían inscritos, de no ser porque al primero se le cruzó Mark David Chapman y lo mandó a cantar a otros territorios en 1980, mientras que del segundo se ocupó su propio cuerpo, borrándolo en noviembre de 2001 con un cáncer, cuando apenas tenía 58. Completar ocho décadas en el planeta es significativo para cualquiera, claro, sobre todo si la vida vale (o valió) la pena de ser vivida: tras semejante hazaña quizá se podría responder a la pregunta esencial de la filosofía, esa que, a propósito del suicidio, Albert Camus enuncia en El mito de Sísifo. Ahora bien, si atendemos que el escritor argelino procuró enunciar que “el pensamiento de un hombre es, ante todo, su nostalgia”, resultaría entonces que McCartney sigue en el camino para no añorar. Esa era, curiosamente, la fobia más terrible de su colega John. Terminar rememorando tiempos mejores, frustrado por no volver a colocar un sencillo en el Billboard, o peor aún, llegar a una avanzada edad calvo, barrigón, y pasando el tiempo en la inmensa cocina de su depa en el Dakota. Es poco probable que McCartney se haya enterado de esa paranoia en boca de su propio amigo. Posiblemente la leyó en una de las tantas biografías que se han hecho de Lennon, y siendo casi almas gemelas (Lennon era diestro y McCartney zurdo pero a todos asombraba que cada cual se prestaba su guitarra y la tañía de forma natural), seguramente se aplicó en el estudio de grabación para no caer en el infame destino de los Has Been. O es de suponer que no. Podríamos conjeturar que McCartney sigue la prédica de Nietzsche, “lo que importa no es la vida eterna, sino la eterna vivacidad”. Con las horas de vuelo acumuladas, el vigor ya es lo que le conviene. Lo otro lo consiguió desde el álbum Help! “Yesterday”, su track más interpretado y versionado de la historia, le extendió las escrituras de una envidiable parcela de perpetuidad y lo demás sale sobrando. Sus discos de solista. Sus creaciones pretendidamente clásicas. Incluso los Wings.
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DE PORTADA
25 DE JUNIO 2022
En su libro más reciente, Jesús Ramírez-B los alcances culturales del mal que hund
“Hay formas destructiva y creativas de melancolí
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SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA ARACELI LÓPEZ
l neuropsiquiatra y escritor mexicano Jesús Ramírez-Bermúdez ha dado a conocer su más reciente libro titulado La melancolía creativa (Debate, 2022), en el cual expone los posibles vasos comunicantes que existen entre la neurociencia, la psiquiatría y la literatura. Él lo ve como un complemento a Depresión, la noche más oscura, su obra previa: “Depresión, la noche más oscura tenía como propósito comunicar una imagen científica de la depresión mayor, un problema que ha sido estudiado por la disciplina psiquiátrica, por la psicología, por las neurociencias. Aquel estudio me dejó muchas deudas, es decir, había muchas cuestiones sin resolver que ya no concernían estrictamente al ámbito científico, sino más bien al literario. La melancolía creativa tiene una perspectiva complementaria al enfoque científico e incluye su propia discusión fundamentada en datos y teorías científicas, pero se abre más al mundo de la significación literaria”. El título hace ver que hay dos tipos de melancolía: ésta que se menciona y la de la noche más oscura del libro anterior. Ramírez-Bermúdez conversa para Laberinto de este y otros temas presentes en el libro. Comienzas hablando del culto de la Diosa Blanca en Grecia. Me parece que de alguna manera cuando se abandonó su culto el ser humano vivió una expulsión del paraíso y la melancolía llegó como una especie de castigo a la humanidad. El punto de partida que utilicé en el libro es, primero, histórico, remontándome a algunos momentos pioneros de la historia de la medicina como Hipócrates, y, segundo, a la
historia de la filosofía con el famoso Problema XXX, que se le atribuye a Aristóteles, el cual plantea la relación que existe entre la melancolía y los hombres de excepción entre los que se incluyen los artistas. A partir de ahí, reuniendo estas dos piezas, aparece la figura de Hércules o Heracles, que se convierte en mi prototipo de héroe patriarcal, que está herido, por así decirlo, de melancolía, de una grave disposición autodestructiva que no reconoce como propia sino cree que es el resultado de que hay unos espectros que lo persiguen, los fantasmas de sus hijos a los que mató y ahora los escucha y lo atormentan. Digamos que, para entender mejor esa figura del héroe patriarcal que tiene estos tormentos melancólicos, me pareció necesario, o al menos a mí me ayudó a entender el sentido de esa historia, abrirme al problema de la Diosa Blanca, el motivo central del primer ensayo de este libro, “Biografía de la melancolía”. No es la primera historia que se pueda narrar en cuanto a los orígenes de la melancolía; hay muchas otras, y esas narrativas podrían ser filosóficas, literarias o históricas. A mí me interesaba esa historia mitológica, que también tiene un trasfondo antropológico que me pareció necesario rescatar; es decir, esa pérdida del culto de la Diosa Blanca significó la instauración de un patriarcado que excluye ese culto y con ello se instaura un proceso que yo llamo en el libro de usurpación y deserción. Un proceso que al final del libro, se podría pensar, tiene muchos niveles: un nivel histórico — puede entenderse como una narrativa de las historias colectivas—, pero también viene el plano personal o biográfico, y vemos cómo confluye en relatos como Pedro Páramo o el de “Las memorias de un comedor de chile”, de Francisco González Crussí, que narran esos procesos de deserción de los patriarcas. En el contexto de un círculo patriarcal hay una deserción de es-
tos patriarcas que llena de melancolía a los hijos y que además les heredan, por vías posiblemente genéticas, culturales, biográficas o transgeneracionales, problemas como el alcoholismo o esta misma tendencia melancólica. Esto puede ser reconstruido a través de una evocación narrativa, propiamente la construcción de una literatura melancólica; alternativamente, ese mismo proceso transgeneracional puede llevar a la autodestrucción o a la violencia hacia los demás. En tanto que la melancolía siempre nos ha acompañado, ontológicamente nos define. Es un buen planteamiento. Yo uso aquí el término melancolía como una metáfora cultural, porque sabemos que las palabras van mudando a lo largo de la historia occidental. De ser un término estrictamente médico, se fue abriendo su significado hasta convertirse en una metáfora que se utiliza en el campo de la literatura, de las artes, de las humanidades. Todavía tiene hundidas sus raíces en la medicina, en ella hablamos de una depresión mayor, la melancólica, una forma especialmente grave. Pero en este sentido, al utilizarla como una metáfora cultural, me interesaba abrir este campo de significados a todo aquello que reúne estos elementos como de una profunda tristeza y de sentimientos de desamparo por las relaciones fracturadas, por eso que Roger Bartra llama “el misterio de la separación”, por esa diversificación de las experiencias humanas que nos hacen tan distintos que ya no podemos entendernos y, en este marco conceptual, veo la emergencia que coexiste o corre en paralelo o en oposición con otras tendencias destructivas. Un poco esquemáticamente, planteo en el libro que hay formas destructivas y creativas de melancolía. Me interesa mucho ese proceso, el proceso creativo que puede surgir de la melancolía porque nos dice algo de la creatividad y algo de la melancolía.
En ese sentido, en una conversación con Gabriel Bernal Granados, a propósito de su libro Leonardo, él hablaba de que en cuanto a la melancolía no se suele diferenciar entre su aspecto clínico y el ligado al iniciado, al ser creativo. La mención me parece muy pertinente para entender algunas formas de melancolía artísticas, como las que desarrollé en el capítulo 2, “Delirios melancólicos”, y donde me refiero a Sor Juana y su famoso poema “Primero sueño”, que tiene esta relación con lo que comentas. Cité incluso a Octavio Paz, que recordarás que plantea que en “Primero sueño” y en Melancolía 1, de Durero, se da una conexión porque los dos abordan la naturaleza y la desazón del espíritu al no poder aprehender esa contemplación en forma o idea. Tomando como punto de partida ese concepto, planteo que en ese poema quizá la melancolía surge cuando Sor Juana renuncia a ese sentido de trascendencia que la conectaría con lo absoluto, un absoluto que es inalcanzable y que se liga a la perfección; hay como una renuncia a la divinidad. A mí me parece que elige entonces un terreno de inmanencia, en lugar de la trascendencia. Esta inmanencia sería un territorio material y sensorial de la experiencia en la que nos movemos para transformar, pero eso requiere un gasto de energía y por lo tanto hay un desgaste en nuestro organismo que provoca una erosión que hace desaparecer nuestro sentido de omnipotencia y de omnisciencia. Tenemos un proceso de erosión corporal cuando tratamos de cambiar un entorno duro, lo que Paul Ricoeur llama
DE PORTADA
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Bermúdez explora de sus raíces en el dolor
as ía” El escritor y neuropsiquiatra.
“la dureza de la vida”. En ese terreno de inmanencia hay un reposo muy imperfecto para Sor Juana, y ese reposo es tan malo que deteriora su salud y la lleva a esas etapas últimas de su vida en las que sabemos tuvo un padecimiento que la alejó de la creación. En ese mismo capitulo hay una parte que se llama “Escenas de un mundo hospitalario”, porque ese es el terreno de la inmanencia, un mundo donde surgen pandemias o conflictos entre naciones que llevan a la muerte masiva. En esa sección cuento la experiencia de atender a gente con coronavirus en un servicio de urgencia. Yo llevaba un libro de George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, y su concepto es muy parecido al de Sor Juana: la conciencia humana está impregnada de melancolía de modo inevitable, y eso nos sumerge en una inmanencia melancólica porque nos vemos obligados a renunciar a la totalidad. Creo que todo eso es el terreno en que se pueden formar procesos creativos porque está dotado de un significado profundo, emocional y al mismo tiempo colectivo, porque nos conecta con los grandes problemas de la historia. Cuando la creatividad emerge desde ese terreno, viene de alguna manera dotada de profundidad psicológica. Haces bien en mencionar que esto no debe confundirse con las formas clínicas de melancolía, formas que surgieron en el siglo XIX y que pueden dirigir al suicidio, a la destrucción y a la alucinación. Tú propósito es “dar claves clínicas para entender el dolor social”, pero además de la melancolía creativa del lado del artista, en la parte final hablas del que recibe, en particular, el lector. Me gusta esa parte porque puede verse que el lector también realiza una actividad creativa y considero que es ahí donde queda plasmada tu visión del arte como una “prótesis social”. Te agradezco que menciones esa parte porque hay una obsesión por entender la creatividad del artista, pero el proceso
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de recreación en la lectura me parece igual de importante. El sentido de la literatura es la creación de significados y la creación de significados que no forzosamente ya están dichos por la tradición. Es la trampa en la que se ve atrapado un poeta como Kenneth Goldsmith en su libro sobre el plagio como el ars poetica de la era digital, y los poemas consisten en transcribir palabra por palabra alguna nota periodística sobre un partido de beisbol. Al margen de que pueda ser algo ingenioso, considero que el poder de la literatura consiste en la creación de significados, pero esa creación no concierne solamente al autor pues el lector completa el significado. La creación del significado es un trabajo a cuatro manos entre el autor y el lector, y eso genera una comunicación íntima de conciencias, de la conciencia de uno a la conciencia del otro, a través del tiempo y el espacio. Es algo muy sabido, pero nunca deja de ser fascinante observarlo, con qué profundidad puede darse esa comunicación íntima, con todo y que la palabra intimidad esté muy devaluada; esa comunicación íntima que se establece entre autor y lector es muy poderosa porque hace sentir que tratamos con personas, aunque no estén ahí o ya estén muertas. Por ejemplo, a mis más grandes maestros de la vida no los conocí, porque son personas que leí. No me escucharon, pero yo sí los escuché y siguen influyendo en mis decisiones, en mi manera de ver el mundo. La relación entre la locura y la creación artística es añeja y a veces se recicla. Bowie habla de que el artista tiene un poco de locura, pero creo que él, lector de los antipsiquiatras, también lo lleva al plano de la normalidad y la anormalidad, algo que tocas cuando hablas de la obra de Roger Bartra. Aun en nuestros días, la figura del loco parece que sigue siendo peligrosa. En el capítulo “Delirios melancólicos” toco posiciones como las de Roger Bartra, que ve a la locura y la melancolía en los casos de la Inquisición en la Nueva España, y que están emparentados con otro tema que él estudia: el del salvaje. Me parece que las personas que tienen estas condiciones revelan formas de comunicación irreductibles al ideal moderno de la racionalidad. A él le parece que este ideal puede tomar formatos legales, éticos, científicos, para sellar pactos sociales, pero las personas que tienen estos problemas ponen en estado de emergencia al sistema social. Por eso tienen que buscar mediación; entre estas mediaciones se encuentra el proceso de diagnóstico de la psiquiatría. Etiquetar a una persona como melancólica, maniaca, etcétera, es una mediación y esa mediación devuelve al tema a un equilibrio precario en el que siempre se encuentra porque el sistema es imperfecto y está lleno de inequidades y de formas de abuso de poder. Me parece una lectura bastante refinada que se emparenta con las lecturas antipsiquiátricas.
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LITERATURA
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EL ATLAS DE PANDORA
La balada del gallo triste Resulta más ventajoso estar del lado de los fuertes que de las víctimas de la arbitrariedad o la traición
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ara ti, la soledad es un patio de colegio. En los recreos se ensayan las dinámicas de la tribu: los juegos de la crueldad. La rebeldía es muy popular, pero casi todos obedecen sumisamente la autoridad de los líderes y los matones: no hay transgresores capaces de defender a la chica marginada. Del acoso recuerdas todos los silencios que encubrían las agresiones. Así aprendiste que pocos apoyan a quien está acorralado y en posición frágil. Porque resulta ventajoso estar del lado de los fuertes. Por indiferencia. Por miedo. En las historias aprendemos a resonar con el dolor de los demás. Admiramos a quien alza la voz frente al violento, pero ese coraje tiene un alto coste. En el relato evangélico de la Pasión, alrededor de un inocente injustamente atacado, se describe un retablo de reacciones huidizas: la seducción del poder, la comodidad del espectador neutral, el temor a las represalias. Judas es el seguidor desleal que pone precio a su traición: “¿Qué me daréis si os lo entrego?”, ofrece a los sumos sacerdotes, y negocia la recompensa. Por su parte, el prefecto Pilato cree que el reo merece ser absuelto —“no encuentro culpa en él”—, pero nada hace por protegerlo. Con el gesto de lavarse las manos, el gobernador romano abandona a la víctima y se exime de culpa: “Inocente soy de la sangre de este justo”. El episodio más conmovedor atañe a Pedro, apóstol convencido de defender a Jesús hasta el final: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Cuando apresan al maestro, Pedro sigue de lejos al grupo, fiel a su compromiso de lealtad, pero
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN
una criada lo reconoce: “Tú estabas con el galileo”. Entonces falla a su amigo: “No sé de qué hablas”. Dos veces más: “No conozco a ese hombre”. Amanece y Pedro recuerda las palabras de Jesús en la última cena: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Avergonzado, escapa. La escena culmina con una imagen inusual en la literatura antigua: un hombre corriente llora. Desde los antiguos mitos existían jerarquías en la pena; llora Aquiles, llora Ulises, llora Eneas. El dolor de
La partida que se juega en momentos históricos decisivos empieza en el patio del colegio
los héroes, reyes o grandes guerreros merecía respeto. La tragedia, como escribió Aristóteles, se ocupaba de nobles, mientras la comedia retrataba las vidas de personajes “de baja estofa”. Los dramas y preocupaciones del vulgo se abordaban en clave humorística. Los habitantes de las obras teatrales de Aristófanes son tipos marrulleros y endeudados que salen adelante trampeando, campesinos hartos de guerras, embaucadores diversos o amas de casa que se declaran en huelga de sexo. Divertidos y ridículos. Por eso resulta revolucionario que, en la encrucijada de un conflicto protagonizado por un mesías, autoridades romanas y altos sacerdotes, el narrador dirija
su mirada compasiva hacia un pobre hombre angustiado. En el aria “Erbarme dich” de su Pasión según san Mateo, Bach convierte la pena del viejo pescador en un dolor universal: quién no ha defraudado a un ser amado por cobardía, quién no ha hecho promesas y luego no ha estado a la altura, quién no se arrepiente de traicionarse a sí mismo. En su personal versión cinematográfica del Evangelio, Pasolini se alejó de las estampas grandilocuentes y recuperó esa sencillez originaria, tan moderna: contrató actores no profesionales, muchos de ellos pescadores, y ennobleció sus rostros cotidianos, extraordinarios en su fascinante naturalidad. Rodó la película en Matera, localidad que veinte años antes se había levantado contra la invasión nazi, sufriendo una terrible matanza. Algunos de los ojos que se asoman a la pantalla presenciaron el horror. Sus miradas acompañan al inocente ajusticiado, tal vez con el recuerdo de aquel dolor y aquella soledad. La partida que se juega en momentos históricos decisivos empieza en el patio del colegio. El recreo es el ensayo general de nuestra forma de estar en el mundo. Proclamamos que, ante un rostro que sufre —un acoso, una agresión, una guerra—, no caben la traición ni la ecuánime distancia del espectador que contempla el naufragio. Pero la valentía es difícil: hay que ser muy fuertes para amparar al débil antes de que empiece a sonar la balada del gallo triste.
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Y, además, en nuestra edición digital: Fernando Figueroa: Corridas de toros: prohibido prohibir • Avelina Lésper: Espionaje • Andrea Serdio: Banquetes y convites • Carlos Chimal: Aaron Klug: el poder del conocimiento • Rodolfo Hinostroza: La rodilla de Virgilio • Ángel Soto: Entrevista con Gabriela Riveros • José Juan de Ávila: Entrevista con Armando Bartra • Liliana Chávez: Papeles
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NARRATIVA, ENSAYO Infancias
Los colores del adiós
POESÍA EN SEGUNDOS Alberto y la ballena
Olvido de Eduardo Lizalde VICTOR MANUEL MENDIOLA rmendiola54@yahoo.com.mx
M Alejandro Arras (selección) Ediciones Moledro México, 2022 106 páginas
Bernhard Schlink Anagrama España, 2022 224 páginas
Philip Hoare Ático de los Libros España, 2022 360 páginas
Once autores revisitan ese periodo relacionado con la inocencia, la fragilidad y la curiosidad. Pertenecen a varias generaciones (Rafael Delgado nació en 1853 y Gabriel Rodríguez Liceaga en 1980). De ahí la diversidad de sensibilidades y de estrategias narrativas, un espejo de los cambios experimentados por la literatura mexicana.
Los nueve relatos de este volumen son una suerte de punto final, de conclusión de la partida. Sus momentos cruciales son la muerte, las decisiones equivocadas y los amores truncados; es decir, el lado más vulnerable de la naturaleza humana. Sus personajes son tan disímiles como sus propósitos y sus dilemas morales.
Este retrato de Alberto Durero es también una exploración del mar, el arte y la melancolía. Inicia con el viaje del pintor y grabador alemán a Nueva Zelanda para ver por fin a una ballena. Corría el año 1520 y se encontraba al final de su vida. A partir de tal experiencia, Hoare establece los vínculos entre la creación artística y la naturaleza.
Surfear el espacio-tiempo
El caricaturiscopio
Desierto
Miguel Alcubierre y Sergio de Régules Debate México, 2022 224 páginas
Carlos Leal Grijalbo México, 2022 200 páginas
Revista de la Universidad de México Número 884 México, 2022 162 páginas
Alcubierre es un notable físico; su especialidad es la teoría de la relatividad general de Einstein. Este libro nació cuando estudiaba el doctorado en la Universidad de Cardiff. Veía un capítulo de Star Trek que narra el momento en que la nave Enterprise “surca el espacio a muchas veces la velocidad de la luz”, algo que no es posible en la realidad.
Ganador del Premio Rius, Leal presenta en este libro la Historia ilustrada de los dibujos animados, como reza el subtítulo. Se invocan varios nombres como los iniciadores, pero la historia comienza muy atrás. Ya los artistas rupestres jugaban con el movimiento, algo que igualmente se encuentra en culturas avanzadas como los egipcios.
En su más reciente entrega, la revista dirigida por Guadalupe Nettel ofrece un vasto panorama de los desiertos mexicanos y de las incursiones europeas al Sahara, entre otros asuntos. Ahí están la fauna y la flora, las demandas de las comunidades de Wirikuta y las enseñanzas milenarias de los pueblos trashumantes.
El placer de leer www.librotea.com
uchos lectores, y acaso no pocos poetas, pensaron en la muerte de Eduardo Lizalde como si representara la desaparición de un poeta en verso, decano de la poesía de México —junto con Gabriel Zaid—, duro crítico de la izquierda y representante de un tiempo anterior, más o menos esquivo, en el ambiente lustroso y jaranero de la cultura actual. Y quizá esto podría tener como referencia la idea vaga, pero activa, de que en la obra de Lizalde no hay excesos gráficos, acumulaciones desmesuradas o saltos inexplicables en la composición, no obstante su fuerte conciencia de las formas de la modernidad y, en particular, de las consecuencias verbales sobre el lenguaje de obras como el Tractatus de Ludwig Wittgenstein. Podría parecer lógico pensar de este modo porque tampoco hallamos en sus libros confidencias de estremecedoras intimidades psicológicas, anécdotas de nota roja sobre el padre, la madre o el amante de uno u otro sexo, y dolorosas efusiones informativas sobre las tribulaciones de los débiles y desamparados, vertidas en una prosa floja y cortada en líneas. En la poesía de Lizalde no hay la corrección moral en boga —corrección, en realidad, antiestética— ni la oscuridad incomprensible celebrada sin ton ni son o, al revés, la claridad obvia y redundante. Mas bien, en sus poemas hay un todo riguroso en claroscuro, lleno de referencias cultas, sarcasmos demoledores y escepticismo sin concesiones. El poeta echa mano del método crítico y perenne de trocar el sentido en mundos paralelos y en metáfora. Crea, de este modo, una llaneza compleja de humor fatalista. Así, pues, su talante intensamente altivo e intelectual y su maestría en el uso del verso lo hace una víctima más de la comedia de la admiración de la que hablara Xavier Villaurrutia. Pero, ¿sirve de algo tratar de comprender la poesía en los términos de lo nuevo y lo viejo o, de modo más simplón, de los viejos y los jóvenes? Parece que no. Aunque sea difícil de entender, en el terreno de la creación no hay progreso ni desarrollo e importa muy poco saber quién logró escribir una gran obra. En el mundo de los poemas con poesía no existe un “hacia” o “el yo biográfico” —aunque sí vale el “yo pienso” del sujeto que se conoce a sí mismo— para crear e imaginar. Tampoco importa mucho si una obra maestra ocurrió en el exceso de la riqueza o en una menor o mayor escasez. Sin embargo, lo que sí parece cierto es que las obras que trascienden son fruto del dominio casi absoluto de todos los medios de creación y de un saber que es un sentir natural. Desde esta perspectiva, en la conciencia donde “eres un universo de universos” —como escribió Rubén Darío—, ni las obras tienen tiempo ni los autores edad. Dejemos, pues, al orgullo de la torpeza o de la omisión pensar en la poesía de hoy o en la poesía de antes. Eduardo Lizalde no está en esa esfera bulliciosa, como tampoco la figura cardinal de Gabriel Zaid. Por eso, en el mundo de las mesas patas arriba que nos ha tocado vivir, tiene sentido reconocer, con silenciosos bombos y taciturnos platillos, la pérdida natural y lamentable de Eduardo Lizalde.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
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HUSOS Y COSTUMBRES
Inventados por Morel ANA GARCÍA BERGUA
E
s una experiencia extraña, dolorosa y absurda visitar las páginas en las redes de la gente fallecida. Día tras día, cada uno de ellos imprimió en esa página fotos e historias que contaban los avatares de su vida; hacia el final, en las intervenciones más recientes, perviven los avisos que otras personas escribieron anunciando su muerte y los mensajes doloridos de amigos y familiares. Algunos se remontan hasta el presente por si el alma existe y los puede ver desde algún lugar, o como una manera de mantener su recuerdo. Es decir que también puede ser reconfortante saber que “ahí” sigue quien ya no está aquí. Parece mentira, pero visto desde mi generación, todo esto me sigue pareciendo extraño y me fascina a la vez. Hace poco volví a leer La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, y me impresionó la similitud de su trama con esta vida de imágenes
ADOLFO BIOY CASARES
Autor de La invención de Morel.
que se ha convertido en una ramificación de la nuestra. Ya se había dicho, desde luego, e incluso se habla de que fue una novela premonitoria, aunque curiosamente no es de ciencia ficción, pues está más cerca del género fantástico y su fondo es el tema filosófico de la eternidad que tanto a Borges como Bioy inquietaba. En el origen de las imágenes que pueblan la isla de Morel hay una máquina; la idea proviene, con seguridad, del cine. Con sus proyecciones, Morel apuesta a la búsqueda de esta eternidad y por lo mismo se sacrifica y sacrifica a sus amigos, a quienes graba en una semana de vacaciones, en apariencia feliz. El prófugo que llega a la isla tiempo después se involucrará con las imágenes creadas por Morel como a muchos nos ocurre ahora con las voces y las imágenes en las redes: quizá la carne no se nos pudre como les sucede a ellos, pero buena parte de nuestra vida la dejamos en aquel
mundo de videos, fotos y palabras lanzadas al aire, como si realmente habláramos entre muchos que no nos conocemos. Tampoco es para hacer escándalo ni drama: lo mismo ha ocurrido con el arte a lo largo de la historia y viéndolo bien, mucha gente vive más cosas a través de las imágenes que las que pudieron haber experimentado en una vida “concreta”, por llamarle de algún modo a la anterior —suena curioso pero sí, hubo una vida anterior: quizá durante los años cuarenta a la del siglo XIX se le consideró así—. Los que nacimos en el siglo veinte no dejamos de tenerla presente, aunque sintamos la misma fascinación por este presente tan representado: no dejo de pensar que mientras permanezcan encendidas las máquinas (la energía solar las podrá hacer eternas), nuestras imágenes vivirán para siempre, como las de Morel, y seguramente los visitantes prófugos de otros planetas se enamorarán de ellas.
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CAFÉ MADRID
Susan Meiselas: revolución y strippers
U
n día antes de que el dictador Anastasio Somoza huyera de Nicaragua, la fotógrafa estadunidense Susan Meiselas presenció la penúltima batalla de la Revolución que acabaría agitando a todo el continente. En Estelí, una pequeña ciudad rodeada de montañas en el norte nicaragüense, unos 200 muchachos lanzaban granadas, cohetes y bombas molotov contra el cuartel de la Guardia Nacional, el último reducto del somocismo. Ella llevaba casi un año documentando la insurrección por todo el país y aquel día, el 16 de julio de 1979, cuando todo estaba a punto de acabar, capturó una imagen que se volvería simbólica e imprescindible para la historia contemporánea. Un joven de pelo largo y barba de chivo, ataviado con una camisa verde olivo, un pantalón vaquero, una boina y un rosario, armado con un rifle automático y una bomba molotov contenida en una botella de Pepsi, exudaba energía destructiva. Ante la mirada atónita de sus compañeros atrincherados, sus ojos llenos de rabia y su boca contorsionada en un grito arropaban su acción. En ese momento preciso, Susan Meiselas apretó el obturador de su cámara y le dio a la Revolución su icono definitivo. Era David contra Goliath, la justicia contra la tiranía, los oprimidos contra el imperialismo salvaje. El nuevo régimen, surgido de esa lucha armada, hizo de la imagen su estandarte y la reprodujo hasta la saciedad en carteles, grafitis, folletos e, incluso, en cajas de cerillos y camisetas. La fotógrafa, que entonces tenía 31 años y era la novata del prestigioso colectivo Magnum, fundado por
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA SUSAN MEISELAS
Robert Capa, David Seymour y Henri Cartier-Bresson, no se imaginó que El hombre molotov, como se conoce a esa imagen, acabaría grabándose en la memoria visual colectiva. “Ni yo, y seguramente tampoco ese hombre, podíamos pensar que eso ocurriría. Me pregunto qué sentirá al verse eternamente atrapado en esa imagen”, me dijo el otro día Susan Meiselas después de recibir el Premio PhotoEspaña 2022, como “reconocimiento a su carrera y a su aproximación a la fotografía como
Comenzó su trayectoria impartiendo clases de fotografía a niños del Bronx
herramienta de denuncia de causas sociales y políticas”. Susan es la maestra de mi maestra Alma Guillermoprieto. Alma cuenta que llegó a Managua para cubrir la Revolución sin saber cómo hacerlo y tuvo la suerte de tener el apoyo, la guía y los contactos de Susan. En medio de revueltas y calores sofocantes, juntas salían en busca de historias. Una captaba imágenes con su cámara y otra con sus cinco sentidos para luego forjarlas con palabras. Meiselas nació en 1948 y fue criada en el seno de una familia acomodada y liberal en Nueva York. Lleva medio siglo documentando conflictos políticos, sociales y culturales. No obstante, comenzó su trayectoria impartiendo clases de fotografía a niños de primaria del Bronx neoyorquino. “La técnica era muy sencilla:
El hombre molotov, imagen icónica de la Revolución sandinista.
llevar los estudiantes al mundo. Les decía que eligieran algo y que intentaran encuadrarlo y que también lo describieran en un pequeño texto”, me contó mientras bebíamos unos refrescos con mucho hielo, con los que tratábamos de sortear el terrible calor que este año ha llegado antes a la Villa y Corte. Una tarde de abril de 2018, Susan se encontraba en su estudio cuando escuchó en las noticias que en Nicaragua se estaban llevando a cabo varias protestas contra el gobierno de Daniel Ortega. ¿Volvería a ocurrir lo mismo que 40 años atrás? Para averiguarlo, hizo la maleta y viajó al país que estaba sumido en el caos. Esa vez, sin embargo, le fue más difícil hacer su trabajo. “Y hoy no sabemos lo que está pasando realmente. Porque el régimen ha reprimido a muchos periodistas y tenemos muy pocas pruebas visuales de qué tipo de resistencia y oposición todavía existe ahí”, reflexionó la fotógrafa, preocupada por el destino de algunos de sus amigos y conocidos que no han podido exiliarse. Además de sus fotos nicas, otro de los grandes proyectos de Susan ha sido Carnival Strippers, la serie de imágenes de mujeres tan tiernas como eróticas que obtuvo al recorrer un puñado de ferias pueblerinas de la costa Oeste de Estados Unidos. Le pregunté por el making-off de ese trabajo y me contó un montón de anécdotas hilarantes. Al final me dijo: “Era otra época. A esas mujeres les hacía falta la mirada de los hombres para sentirse completas. Pero el espectáculo lo daban los hombres. Porque gritaban y hacían cosas que hoy… que hoy son inaguantables”.
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