Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
SILVIA HERRERA
FERNANDO ZAMORA
ENTREVISTA
Las mil caras de Joaquin Phoenix
Alcubierre: el James Webb y la física
Foto: A24
Foto: Tec de Monterrey
SÁBADO 16 DE JULIO DE 2022 AÑO 19 - NÚMERO 996
Luis Echeverría: retrato de un escritor autoritario Edgardo Bermejo Mora/ Fotoarte: LUIS M. MORALES
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ANTESALA
16 DE JULIO 2022
EN EL BANQUILLO
Visiones TEDI LÓPEZ MILLS
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o hay costumbres ancestrales sino instantáneas. Caminamos de norte a sur, de este a oeste y cada vez que llegamos a la orilla contraria fingimos que la novedad está en el otro extremo y que debemos calcar una línea recta en nuestras cabezas mutuas para fijar el rumbo que hemos borrado de tanto hollarlo. Hay un centro y también una periferia. Las columnas se erigen en las esquinas como guardianes y tú y yo las circundamos, hacemos reverencias y pronunciamos palabras dizque al azar: bisiesto, descenso, tabernáculo, viga. El ojo alternativo nos está mirando. Tú me lo adviertes con alusiones: “una piedra gira con el pájaro sin alas” o “en la colmena moribunda queda una abeja centinela”. Se enrarece el aire a la altura del quinto día: una nube gris perdida en un destello. ¿Has visto cómo el borde menos blanco se deforma por la luz que lo invierte? Es un efecto del tiempo o, más bien, de la vejez del tiempo. Las ceremonias que hemos inventado incluyen detalles de la realidad más inmediata: el charco que se va secando a tus pies, los trozos de fierro de una máquina rota, los clavos diseminados casi con arte en la ruta que nos lleva hacia el sur. Yo te digo que el orden es inocente; tú me respondes que no existe la casualidad. Los argumentos no importan; solo el forcejeo de las frases con las voces. En el Canto XIII de mi Comedia apócrifa te propongo que dibujemos una curva en la grava como ejercicio de introspección y de silencio. Lo que hay adentro no se parece a lo que hay afuera. Cada quien se resguarda como puede: yo en un recodo de las sombras; tú en la zona de las cuevas, aunque de hecho siempre estamos en el mismo lugar: con las ocho paredes, las diez ventanas y las once puertas. Las divisiones son meros simulacros o, como escribe Oliverio Girondo, “decorativismo de pacotilla”. Cualquier versión se convierte fácilmente en una transgresión; ocurren accidentes y se trazan luego las cicatrices. Si todo pasado es conjetural, según leí en mi libro sobre historiadores, entonces sin duda me encontré contigo a las cuatro de la mañana en un pasillo de la casa y me abrazaste con cuánta dulzura mientras yo vigilaba por encima de tu hombro para ahuyentar a los enemigos más recientes. Fueron apenas unos segundos; después estuve despierta una hora pensando en las conspiraciones de una calle contra otra, en el miedo a los vidrios, en la llave encajada en la madera. Hoy repaso los datos que habría compartido contigo: si Edward Gibbon se hubiera casado con el amor de su vida, Suzanne Curchod, no habría nacido Madame de Staël; si Leopold von Ranke no se hubiera casado con la irlandesa Clarissa Helen Graves, no habría sido el tío abuelo de Robert Graves. De los 580 personajes de Guerra y paz de Tolstói, alrededor de 160 se definen como “personas reales”. Entre nosotros sumamos tres; a veces nos movemos como figuras de hielo en un espejo distante. Parafraseando a Balzac, te diría que el hoyo es profundo porque está vacío. Solo así se entiende.
Las ceremonias que hemos inventado incluyen detalles de la realidad más inmediata
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C’mon C’mon, siempre adelante. Dirección: Mike Mills. Estados Unidos, 2021.
HOMBRE DE CELULOIDE
Retrato de la infancia
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA A24
esulta evidente que Joaquin Phoenix es un gran actor por el modo en que ha sabido apoyarse y replicar a sus compañeros en la pantalla. Habiendo revisado su filmografía uno encuentra que Phoenix tiene siempre el peso que tiene pues de modo casi providencial está rodeado siempre de extraordinarios actores a quienes ayuda (y de los que se ayuda) para brillar. ¿Qué sería de Joker, dirigida en 2019 por Todd Phillips sin el conocido duelo de actuación en que enfrentó a Robert de Niro? Y llevando el recuerdo atrás, ¿qué hubiese sido de Commodus, el rabioso emperador, si no hubiese tenido que enfrentar en la arena del circo romano a Russell Crowe en Gladiador, dirigida por Ridley Scott en el año 2000? La oposición, en el arte del cine, adquiere especial significación cuando sucede en ámbitos más próximos a lo específicamente humano. El amor, por ejemplo. La voz de Scarlett Johansson en Ella, dirigida por Spike Jonze en 2013, era todo lo que Joaquin Phoenix necesita para ofrecer el inquietante retrato de un hombre que cae rendido de amor ante un sistema operativo. Y hay más. Phoenix en cada una de estas películas es siempre una persona distinta. Es un artista que sabe encarnar personajes diversos con los que juega con eso que llaman los
actores “pozo de los recuerdos”, el material emotivo con el que recrea la ficción: su niño interior. Justo por eso, de todas las películas de este actor tal vez la más representativa sea C’mon, c’mon, siempre adelante, dirigida por Mike Mills en 2021 y disponible por Amazon Prime. Es la primera vez que Phoenix se bate en duelo histriónico con un niño así. El resultado es espectacular. Jesse tiene ocho años. Es una mezcla rara de genio y loco a quien el tío Johnny, interpretado por Phoenix, tiene que cuidar. Gracias al montaje y al magnífico guion de Mills uno va entendiendo poco a poco que la locura de Jesse, el niño, tiene origen en un padre bipolar. Pero, además, también va haciéndose evidente que Joaquin Phoenix, en C’mon, c’mon está teniendo que interpretar a su director. El guion de Mike Mills está escrito prácticamente en primera persona. En efecto, el tío a cargo del pequeño que resulta al mismo tiempo tan encantador como insoportable es,
Mucho se podría decir del modo en que el realizador juega con el límite entre realidad y cine
como Mills, documentalista. Así, la película tiene varios momentos que han sido filmados como si fuese un documental. Mucho se podría decir del modo en que el realizador juega aquí con el límite entre realidad y cine, entre documental y ficción, pero la verdad es que lo mejor de la película es que resulta clásica en el mejor sentido de la palabra. La fotografía, en blanco y negro, recuerda el gran cine del Hollywood de la década de 1970. C’mon, c’mon es arte que parece haber recuperado una emotividad que el cine de hoy perdió en alguna parte. Y uno se conmueve. Y lo agradece. El encuentro entre Joaquin Phoenix y el niño Woody Norman ofrece momentos que recuerdan Luna de papel, dirigida en 1973 por Peter Bogdanovich, o Kramer vs. Kramer, dirigida por Robert Benton en 1979. Un niño un poco enloquecido se tiende en el suelo para escuchar a todo volumen una cantata de Bach, la madre lo ha abandonado, aparece el tío Johnny, le pide que baje el volumen, comienza la lucha entre los dos actores, una suerte de danza de miradas y réplicas y contra réplicas en las que Mike Mills y sus actores han conseguido producir el retrato de algo que, a todos nosotros, habitantes de este siglo extraño, nos preocupa y nos enternece también: la infancia.
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ANTESALA
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ESCOLIOS
POESÍA
Retrato de niño en el parque FRANCISCO TREJO
El niño baja por la resbaladilla con los brazos extendidos, sin sentir la cruz de viento en la que alguien clava sus manos inocentes. En su declive, condenado a exhalar el aire insulso, es un Sísifo, con su roca de amor imperceptible a sus espaldas.
Este poema forma parte del libro Penélope frente al reloj, publicado por la UACM y la Universidad Juárez del Estado de Durango.
EX LIBRIS
Cosas que me dicen/ EKO
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Las rosas de Orwell ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
@Sobreperdonar
A
mediados de los años treinta del siglo pasado, el joven escritor George Orwell vivió en Wallington, un poblado inglés, donde puso una paupérrima tienda, crio animales de granja, cultivó verduras y trató de reanimar un jardín, sembrando algunos rosales. Este breve episodio de sosiego campirano estuvo rodeado por dos tortuosas travesías. Primero, Orwell viajó al norte de Inglaterra para documentar, de modo desgarrador, el infierno que enfrentaban los trabajadores de las minas de carbón, en su libro El camino a Wigan Pier. Después, se sumó a los defensores de la República española y viajó a ese país donde se azoró por el enfrentamiento fratricida entre izquierdas, fue herido y estuvo a punto de morir, lo que describe en Homenaje a Cataluña. En medio de esta profusión de miseria y muerte, Orwell sembró flores. Con excepción de Simone Weil, resulta difícil pensar, en el siglo XX, en un escritor con un apostolado social tan intenso, lúcido y consistente, como el de George Orwell. El niño que frecuentó, con becas, las escuelas de élite, en cuanto tuvo poder de decisión, dejó el sendero del ascenso mimético y, en un insólito aprendizaje, decidió vivir de primera mano la vida de los pobres, padecer sus penalidades y apostar por su emancipación o, mejor dicho, por su dignidad. Por eso, fue pionero en denunciar los riesgos y falacias de las ideologías totalitarias que prometían paraísos, así como la falta de integridad de muchos de sus colegas intelectuales que preferían la propaganda a los hechos. Porque Orwell tenía demasiado sentido común como para buscar un mundo perfecto, pero luchaba por hacer prevalecer la decencia, la solidaridad y la autenticidad en las relaciones humanas. En Las rosas de Orwell (Lumen, 2022), la ensayista Rebecca Solnit abre una nueva y luminosa dimensión del escritor, como un hombre a la vez huraño y altruista; idealista y pragmático; ascético y gozoso de los dones de la naturaleza. En su cuidada y brillante prosa, y no sin deliciosas dispersiones por la historia vegetal o el cultivo de las rosas, Solnit va exponiendo, más que una biografía, las sutiles riquezas de un alma fraterna y va trazando una compleja genealogía intelectual y espiritual. No es extraño que el enamorado de las flores defendiera la vida privada, el albedrío individual, el amor y las alegrías que, en ese entonces, eran objeto de censura en los despotismos. Su afición floral habla, también, del carácter de su propia estética, que desconfía de las abstracciones y cree en las fugaces, pero reales, epifanías. Su afición por la naturaleza proviene, además, de una conexión espontánea con el entorno, de su desconfianza del culto al progreso y de su aguda conciencia de que el lujo y el ocio de algunos cuesta la miseria y el sufrimiento de muchos. Acaso tanto en su cultivo de las palabras, como en su cultivo de las rosas, Orwell buscaba hacer florecer algo que, más que redimir, iluminara el mundo e ilustrara su carácter verdadero y tangible.
Resulta difícil pensar, en el siglo XX, en un escritor con un apostolado social tan intenso
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DE PORTADA
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En su juventud, el expresidente incursionó en el periodismo. ¿Qué frutos dio esa desconocida vocación?
Echeverría: aprendiz de escritor autoritario
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EDGARDO BERMEJO MORA RETRATO LUIS M. MORALES
on la foto de un joven de lentes, rostro severo, pelo muy corto, corbata negra, camisa blanca y chamarra —casi un adolescente que mira altivo a la cámara como quien la desafía—, la sección “Voz Universitaria” del periódico El Nacional del 1 de julio de 1943 publicó una nota con el encabezado: “Universitario distinguido: Luis Echeverría, fundador y presidente de Mundo Libre y Juvenil de México”. En la nota dedicada a Echeverría, entonces de 21 años, se lee: “Apenas iniciando sus estudios de Jurisprudencia, Luis Echeverría comenzó a publicar México y la Universidad, revista para jóvenes en la que se reprodujeron las mejores expresiones artísticas, poéticas y políticas de nuestro país y del Continente […]. Al terminar el primer año de esta publicación, la Universidad de Chile le concede una beca para asistir a sus Cursos de Verano. Durante varios meses estudia la organización social y económica de aquel país, y aprovecha la oportunidad para visitar Argentina. Vuelve con una firme conciencia de los asuntos interamericanos […]. De nuevo en la Facultad de Derecho, continúa publicando [su revista] durante algún tiempo. Después participa en la formación de la Sociedad de Artistas y Escritores Jóvenes y toma parte en algunos actos públicos. En todo este tiempo, ha hecho estudios jurídicos y sociológicos […]. Como resultado de sus firmes ideales democráticos y su entusiasmo por el Derecho Internacional, en esta quincena fundó la organización Mundo Libre Juvenil de México”..
En 1945, recién concluida la Segunda Guerra Mundial, el diario del gobierno mexicano, dirigido por Raúl Noriega, le abrió las puertas a Echeverría, de 23 años, como colaborador de la página editorial. He localizado seis colaboraciones suyas publicadas en la página 3 del periódico —reservada a sus columnistas— entre el 8 de noviembre y el 14 de diciembre de aquel año. El temperamento intelectual de aquel joven —faltaba un año para que se afiliara al recién rebautizado Partido Revolucionario Institucional (PRI)—, sus inquietudes libertarias revestidas de un estilo más bien abigarrado —más que artículos parecerían encendidas piezas de oratoria— y cierto aire moralizante e iracundo, se asomaban en estas primeras colaboraciones, como si se tratara de la radiografía por escrito de un autoritario en gestación. El 8 y el 16 de noviembre de 1945 publicó en dos partes el artículo “Una apología del fascismo”. De título confuso —no se trataba de una “apología” sino de su contrario—, solo los caprichos y las jugarretas de la historia permiten explicar que el joven autor utilizara la palabra “fascismo” sin imaginar el número incontable de ocasiones que en el futuro, y hasta su muerte, sus múltiples detractores habrían de endosarle el mismo término a la sombra del 2 de octubre de 1968, el jueves de Corpus de 1971 y la llamada Guerra Sucia. El 22 y el 30 de noviembre, también en dos partes, publicó “El Congreso de Crítica de la Revolución Mexicana”; el 4 de diciembre, un texto contra un movimiento estudiantil en la UNAM al que tituló “Denuncia”; y el 14 de diciembre, un artículo más bien ideológico sobre el muralismo como hazaña de la Revolución mexicana, titulado “Orozco en la Preparatoria”. Doy cuenta de ellos a continuación.
Una apología del fascismo
En este artículo Echeverría manifestaba su inconformidad, asombro y preocupación porque en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México se había aprobado recientemente el examen profesional de un egresado que dedicó su tesis a hacer “un enardecido alegato en favor del fascismo”. En su texto afirma que “la autonomía universitaria y la libertad de cátedra constituyen dos aspectos destacados de las conquistas que alcanzó la Reforma Universitaria [en] América Latina […] al separarla del Estado y así purificar su privativa misión social”, sin dejar de advertir: “las desviaciones que en la práctica hacen con frecuencia nugatorias las conquistas mencionadas”. Esta libertad universitaria “exige el mantenimiento y el ejercicio de básicos valores morales”, toda vez que “la interpretación amoral, formalista, de la autonomía universitaria y de la libertad de cátedra” la ponen en riesgo. Por tesis como esta, escribió, “hombro con hombro de los actuales y futuros —y grandes quisiera el destino— filósofos, juristas, economistas, sociólogos, médicos, arquitectos [egresados de la UNAM], se producen pequeños mitólogos partidarios de la tiranía”. (Estas y las próximas cursivas son mías.) No dejo de advertir su parecido estilístico con aquella arenga del presidente Echeverría en el auditorio de la Facultad de Medicina de la UNAM en 1975, previa a la pedrada que lo descalabró, y en la que se refirió a sus detractores como “¡Jóvenes del coro fácil! ¡Así gritaban las juventudes de Hitler y Mussolini!
Cierto aire moralizante e iracundo se asomaba en sus primeras colaboraciones
[…] ¡Escuchen, jóvenes manipulados por la CIA!” En este artículo, el primero de su breve historial como editorialista de El Nacional, condena que la tesis señalada se refiera a Hitler como “una de las voluntades más extraordinarias de la historia”. Cuestiona que el recién graduado elogie y defina al Estado ideal como —aquí cita al autor— “[positivamente] totalitario en el sentido de que piensa que le incumbe y forma parte de su competencia todo lo que se da en el seno temporal que él mismo representa”, y juzga absurdo que el autor reivindique un régimen donde “el jefe de Gobierno pued[a], sin límites, legislar y manda[r] [a] ejecutar sus disposiciones”. Reprueba la idea defendida en la tesis de que “el Estado suprim[a] a los partidos, [y] en cambo exij[a] un partido único”. Y le resultan por tanto abominables los postulados de la tesis por los cuales el Estado “para restaurar la unidad nacional, [deba de] recurrir a la creación de un ideario exaltado, de un dogma, de un pensamiento que se
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creadoras”, para “contribuir a elaborar una confluencia de ideas de plena actualidad”. Por momentos la retórica se acerca a lo ilegible y nos recuerda la oratoria caricaturesca de los políticos retratados por Rius: “al despertar interés sobre el esencial asunto mexicano, se desarrolló el propósito de enfrentar una determinada y compleja realidad humana a una sucesión histórica de planes, gobiernos, leyes y hombres, con el deseo de aportar sugestiones universitarias para la edificación del porvenir nacional”. Recrimina a quienes al parecer se acercaron al congreso para protestar: “anónimos protagonistas de los recientes alborotos y agitaciones de la concurrencia”, y celebra que finalmente se impuso en el congreso “la opinión que considera a la Revolución como un proceso perfectible y dirige la crítica justa a todo lo susceptible de experimentar mejoramiento”. “El Congreso de Crítica de la Revolución Mexicana será recordado en la Universidad Nacional como fiel exponente de una generación que se vio constreñida por su momento peculiar”, concluye.
Denuncia
ha elevado a la categoría de mito”. “Al terminar con asombro la lectura de la tesis profesional —afirma— llama la atención […] la persistencia pétrea de la mentalidad colonial que han producido siempre en nuestros pueblos jóvenes las diversas imitaciones extralógicas y la desatención a la tradición democrática nacional”. Es una tesis, sostiene, “que ataca directamente la tolerancia y las libertades del régimen político nacional […]. Si el trabajo escolar del señor [Juan Francisco] Prieto no fue leído por sus sinodales, como sucede con cierta frecuencia, felicitamos al autor por su buena suerte”. En la segunda parte del artículo dice: “El alto destino a que está llamado el pensamiento de nuestra época no es otro que el de alejarse de la dictadura […]. El despotismo [es] la forma más apropiada para ofender la dignidad de la persona humana”. Para Echeverría es condenable que Hitler, Mussolini y Franco tuvieran por “única pasión […] la toma del poder considerado como un fin en sí mismo”.
Es una paráfrasis adelantada e involuntaria del “Nocturno de San Ildefonso” de Octavio Paz: el muchacho demócrata que camina por este artículo es el autoritario en el que se convirtió. Como los antiguos camaradas que se encuentran en el poema de José Emilio Pacheco, se volvió todo aquello contra lo que escribía a los veinte años.
El Congreso de Crítica de la Revolución Mexicana
Son dos textos más bien flojos acerca de un congreso organizado por un grupo de “entusiastas jóvenes”, estudiantes de la UNAM “de diversas y encontradas tendencias”, al cumplirse “siete lustros de la Revolución mexicana”. Lo más destacado de la nota es enterarnos que la conferencia inaugural estuvo a cargo de Jesús Silva Herzog, quien se expresó “con hondo calor humano y veraz comprobación estadística”. Era urgente, apunta, hacer la “oportuna revaloración” de la Revolución mexicana, desde “la observación inteligente” y las “sugestiones
La crítica severa a un movimiento estudiantil en la UNAM organizado contra el rector Alfonso Caso, en oposición a las reformas que permitieron la creación de la Ley Orgánica de 1945 —que básicamente se mantiene hasta el día de hoy— es el tema que aborda Luis Echeverría en su quinta colaboración en El Nacional. En la UNAM, apunta, “predomina una dolorosa realidad espiritual […]. Un pequeño número de jóvenes rebeldes fue capaz de perturbar radicalmente las actividades de la Universidad entera”, y reprueba “la arbitrariedad de quienes [cometieron] un grave atentado”. Califica al movimiento como una “superabundancia de ánimos, de esfuerzo y de audacia”, explica que los alumnos rebeldes tomaron edificios escolares enteros “que mantenían peligrosa e irresponsablemente en su poder” y se pregunta si detrás del movimiento había al menos “alguna idea noble, valiosa o constructiva”. En esta “denuncia” de un estudiante de 23 años recién egresado de la UNAM no hay la menor duda que respalda a las autoridades: “El señor Rector de la Universidad hizo un admirable esfuerzo para reprimir a los revoltosos que hasta de sus propias oficinas lo habían despojado”. Faltó, sin embargo, anota, “hacer comprender a los revoltosos y no revoltosos sus deberes profundos y su responsabilidad insoslayable ante el pueblo de México”. Valora el esfuerzo del Estado por reconocer la autonomía y al mismo tiempo financiar a la Universidad, toda vez que “a diferencia de los hombres adinerados de muchos países cultos, que desean corresponder al medio que permitió su prosperidad, los millonarios mexicanos prefieren utilizar sus riquezas decorativamente”. Sin embargo, le preocupa un ejercicio de la autonomía que considera “abstracto, deshumanizado, desconectado de nuestro ambiente, [carente] de claro contenido nacional”: “Existe desarmonía entre lo que
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la Universidad podría ofrecer y lo que en realidad produce, el abismo que hay entre las revueltas estériles e injustificadas, como la registrada en los últimos días, y las luchas fecundas que requieren no llevar adelante el desperdicio de hombres y esperanzas”.
Orozco en la Preparatoria
En este artículo critica que los murales de José Clemente Orozco en la Escuela Nacional Preparatoria “han venido siendo destruidos paulatina e irreparablemente”. Acompaña su alegato con un elogio más bien florido del muralismo mexicano como fruto de la Revolución y las luchas del pueblo, y denuncia que “después de mostrar verbalmente su antipatía y aconsejados sin duda desde el exterior, algunos jóvenes llegaron a dañar con piedras, palos y navajas los primeros lienzos murales”. No solo jóvenes, “recuerda Orozco que cuando un grupo de señoras organizó en beneficio de la Cruz Roja […] una fiesta pública, una kermese […], con voces airadas le pidieron dejara el sitio para instalar ellas sus tómbolas y expendios de serpentinas y luego, en su ausencia, hicieron quitar sus andamios y clavar adornos sobre las pinturas”. Se queja, con razón, “cómo se han reproducido a tontas y locas, de modo barbárico y frenético, toda clase de rayas, señales, avisos, corazones que encierran iniciales de adolescentes enamorados, etcétera”. Para Echeverría, “los efectos espirituales de la revolución se mostraron en la pintura mural desde sus primeros rasgos” representando “la primera alta expresión de la Revolución en la cultura […], sentando las bases de la tradición nacional”. Con todo, aclara: “no deseamos afirmar que Orozco hizo propaganda política en sus muros. Ninguno de los grandes muralistas mexicanos lo ha hecho en realidad. Han interpretado el espíritu de su época […]. Y esto, precisamente, es lo que se ha atacado de modo anónimo y salvaje en la preparatoria”.
Colofón
La universidad amenazada, la juventud rebelde e influida por agentes externos, y los logros de la Revolución mexicana, son obsesiones constantes en los artículos de juventud de Luis Echeverría, como lo fueron más tarde en la manera en que ejerció el poder. Un joven precoz, y sin duda brillante, que practicó brevemente el oficio del periodismo de opinión en la antesala de su carrera política. En la novela El vendedor de silencio, Enrique Serna recuerda una anécdota extraordinaria en relación a Luis Echeverría como aprendiz de escritor. Cuenta que Echeverría se acercó con sus primeros escritos a la tertulia del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, y cómo fue objeto de las burlas de sus compañeros por no saber quién era Lord Byron. No volvió a las reuniones pero se guardó la afrenta el resto de la vida y se la cobró a sus detractores una vez encumbrado en el poder. Era Echeverría, como escribiera Rulfo de Pedro Páramo, un rencor vivo. Era, también, un mal escritor.
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CIENCIA
16 DE JULIO 2022
ENTREVISTA
“El genio aislado sucede muy pocas veces” Miguel Alcubierre conversa sobre las penurias de la física en México y los descubrimientos del telescopio James Webb
E
l libro Surfear el espaciotiempo (Debate, 2022), de Sergio de Régules y Miguel Alcubierre, surgió a partir de la invitación de los editores que querían hacer “una colección de científicos rock stars mexicanos como Antonio Lazcano, Julia Carabias y Miguel Alcubierre”, cuenta De Régules a Laberinto. La fama de Miguel Alcubierre como físico procede de un trabajo sobre lo que llama el warp drive —la posibilidad de viajar más allá de la velocidad de la luz—, que le valió unas palabras de reconocimiento de Arthur C. Clarke, autor de 2001: Odisea del espacio, que aparecieron en un disco de Mike Oldfield (The Songs of Distant Earth, basado en su obra). La teoría surgió viendo un capítulo de la serie Viaje a las estrellas (Star Trek), y ese divertimento le permitió ser entrevistado por la BBC y por célebres físicos divulgadores como Michio Kaku. Pero Alcubierre es igualmente reconocido por su trabajo serio: la investigación sobre la teoría de la relatividad general de Einstein, y, en particular, la simulación computacional de agujeros negros y fuentes de ondas gravitacionales en la que ha aportado soluciones y de las que da cuenta Surfear el espacio-tiempo. El libro, además, se abre a otras lecturas, que dan pie a la siguiente conversación. La teoría de la relatividad apareció como una revolución, pero sus aportaciones solo se pudieron valorar en el futuro a partir del desarrollo tecnológico. Hay cosas que predijo Einstein, como las ondas gravitacionales, pero nos tardamos años en tener la tecnología para captarlas. Pero también hay cosas que no predijo. Una cosa es la teoría y sus fórmulas y otra sus soluciones. Haces referencia a cómo se hace física en México. Tenemos muy buenos físicos, como Marcos Moshinsky, pero incluso desde antes; tenemos en general una muy buena tradición en física y astronomía. La astronomía mexicana era reconocida desde el siglo XIX; la física no tanto. Eso será hasta el siglo XX.
SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA NASA
La nueva generación de telescopios espaciales es mucho más grande que el Hubble, que tiene dos metros de diámetro. El Webb tiene seis y eso le permite tener muchísima más resolución; además, es un telescopio que funciona en infrarrojo. Eso tiene dos ventajas. Una es que nos permite ver más lejos en el universo porque su expansión hace que la luz se corra hacia el rojo y se pase al infrarrojo, así que puede ver galaxias lejanas que el Hubble no podía. La otra es que si queremos ver objetos en nuestra galaxia, el polvo estorba mucho y hace que los objetos no puedan verse, pero el polvo es muy transparente a la luz infrarroja; entonces pueden verse objetos que de otro modo no podrían verse. Al ser un telescopio más moderno, nos permite ver imágenes más espectaculares. La imagen que hemos visto tiene una resolución enorme comparada con la del Hubble.
Los problemas principales a los que nos enfrentamos son dos: somos pocos, no solo físicos sino científicos en general, en comparación con países como España o Brasil, y no digamos Estados Unidos. Por otro lado, el financiamiento siempre ha sido malo. Los salarios han sido razonables, eso no es problema. El problema es el financiamiento, pero lo compensamos con colaboraciones en el extranjero, siempre y cuando tengamos la posibilidad de ir. El financiamiento nunca ha estado muy bien en México para la ciencia, pero tampoco para la cultura. Es como un lujo. Nunca se ha entendido que la ciencia es un motor de desarrollo y nunca se ha visto con buenos ojos. Eso no ha impedido que tengamos buena ciencia y buenos científicos. Si tu trabajo es más teórico que experimental, lo puedes sacar adelante sin problemas. Lo que se necesita es tener acceso a las revistas científicas y una computadora decente. Hablas de los estudiantes que llegan a la carrera de Física con la pretensión de ser un nuevo Einstein. ¿Cómo manejas esto como
maestro? Al final, no dejas de ser un modelo. Trato de alejarme de eso. Doy mis clases de un modo serio. No me gusta hablar del warp drive. Y bueno, a lo mejor sí llega un Einstein, pero lo que trato de enseñar a mis alumnos es a encontrar una piedra bonita en medio de todo el paisaje. Empezamos a hacer una cosa que parece pequeña porque no se trata de estar revolucionando siempre, sino de entender la naturaleza. El trabajo en ese sentido es colectivo. La ciencia ha sido siempre un fenómeno colectivo y la idea del genio aislado pasa muy pocas veces. Ahora que se han dado a conocer las fotos del telescopio James Webb, se ha hablado de que la astronomía entra en una nueva etapa. ¿Qué podrías decir?
El financiamiento nunca ha sido una prioridad en México. Es como un lujo
El borde de una joven región en la Nebulosa de Carina.
Una aplicación que se ha mencionado es que permite ver la expansión del universo. ¿Eso cómo hace posible llegar a respuestas que tienen que ver con su origen? La expansión del universo está muy bien estudiada. Más bien, lo que nos permite estudiar son las galaxias que están más lejos y que son mucho más viejas. Como la luz viaja a una velocidad finita, tarda en llegar a nosotros. Mientras más lejos esté, vemos más las galaxias como eran en el pasado. No el pasado nuestro, sino el de otras galaxias. Entonces podemos ver las galaxias cuando se formaron; podemos acercarnos mucho más al origen del universo, podemos ver galaxias que se formaron cerca del Big Bang, cosa que no podíamos hacer antes. Otra cosa es que en los últimos veinte años se han descubierto varios miles de planetas que dan vuelta a otras estrellas, pero no teníamos imágenes directas de ellos y ahora con el Webb podremos verlos aunque sea como un puntito de luz. Podremos analizar esa luz y estudiar en principio la atmósfera de ese planeta, cosa que no podíamos hacer antes, y a lo mejor encontrar la evidencia de una sustancia que solo se genera a través de vida, no necesariamente inteligente, y ver si hay oxígeno libre.
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Y, además, en nuestra edición digital: Jean-Jacques Schuhl: El último amor de Andy Warhol • Natalie Diaz: Poema de amor poscolonial • José Juan de Ávila: Entrevista con Evelyn Moreno • Enriqueta Lerma Rodríguez: Una cocinera y una hip-hopera en una caravana zapatista • Carlos Martín Briceño: Un placer incomprendido
EN LIBRERÍAS
16 DE JULIO 2022
NARRATIVA, ENSAYO Historia de las cosas perdidas
Aniquilación
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A FUEGO LENTO La ladrona de huesos
Mentideros de la memoria México, 2022
Jorge Alberto Gudiño Alfaguara México, 2022 270 páginas
Michel Houellebecq Anagrama España, 2022 608 páginas
Manel Loureiro Planeta México, 2022 498 páginas
Roger Ibarra, el protagonista de esta novela, es una encarnación del fracaso. No solo se desmorona tras la muerte de su jefe; también padece el abandono de su novia, el embarazo malogrado de su hermana y la falta de sentido de su existencia. Con estudiada concisión, el autor reflexiona sobre la imposibilidad de conocer a los otros.
Como en su novela anterior, el escritor francés traslada esta historia hasta un futuro cercano. Estamos en 2027 y Francia se halla a las puertas de las elecciones presidenciales. No todo, sin embargo, huele a política. Extraños símbolos esotéricos acompañan las amenazas contra el candidato más sólido, y estrella de la televisión.
Los huesos del apóstol Santiago son el botín que la protagonista de este thriller debe robar para recuperar a su pareja secuestrada. Madrid, el Moscú anterior y posterior a la perestroika, y, sobre todo, el Camino que siguen los peregrinos, son los escenarios por donde se mueve esta trama que convoca a inusitados personajes.
Tren bala
Hitler y Stalin
Juventudes sitiadas y resistencias afectivas
Kotaro Isaka Destino México 2022 512 páginas
Laurence Rees Crítica México, 2022 612 páginas
Alfredo Nateras Domínguez (coord.) Gedisa/ UAM México, 2022 248 páginas
El más reciente bestseller japonés presenta su primer éxito internacional. En el tren bala se encuentran varios delincuentes cuyas misiones se entremezclan. A un par de sicarios se le encarga rescatar al heredero de un capo sin entregar el dinero a los secuestradores. Por otro lado, un padre quiere vengar el asesinato de su pequeño hijo.
Los dos tiranos nunca llegaron a tratarse en persona pero, como sostiene el autor, mantuvieron contacto estable e incluso profesaban sentimientos de admiración hacia el otro. Justamente la relación que sostuvieron entre 1939 y 1945, principio y fin de la Segunda Guerra Mundial, es la materia de este ensayo.
Como explican en el prólogo Maritza Urteaga y Alejandra Martínez, los trabajos contenidos en este volumen rompen en principio la idea tradicional que se tenía del ocio. De “la ociosidad es la madre de todos los vicios” hemos pasado a “la ociosidad es la madre de todos los movimientos, acciones y reflexiones juveniles”.
El placer de leer www.librotea.com
Efímeros y perpetuos ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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urioso rumbo el que toma Mentideros de la memoria (Tusquets): siguiendo el rastro de sus recuerdos, Gonzalo Celorio esquiva su propia figura para concentrarse en algunos pasajes de la vida o la obra de familiares, maestros, amigos, presencias tutelares y aun mandarines incómodos. Curiosa acepción de la autobiografía: somos, y nos definimos, en la medida en que nos ocupamos de los otros. Los 20 retratos dispuestos sin orden cronológico dan cuenta de casi 50 años de tratos con la literatura y las imprevisibles relaciones —afectivas, amorosas, intelectuales, académicas— que suscita. Son fruto de una milagrosa capacidad de observación y de un oído entrenado para registrar esa frase que atraviesa el tiempo hasta llegar junto a nosotros (“¡Capitán: traiga dos botellas de champán porque aquí no tenemos nada que celebrar!”, dice Gonzalo Celorio que García Márquez dijo en una mesa silenciosa del Hotel del Prado después de la misa de difuntos dedicada a Natasha Fuentes Lemus). La iluminada galería de personajes incluye, entre otros, a Juan José Arreola y al autor de Pedro Páramo, a Carlos Fuentes, Eliseo Diego, Augusto Monterroso, Fernando Vallejo, Darío Jaramillo, Alfredo Bryce Echenique, Luis Rius, Julio Cortázar (siempre el Cronopio) y Umberto Eco, a quien vemos, como a un dios irónico y sonriente en el tramo final de Mentideros de la memoria, golpeando las tumbadoras en la noche sonera del Bar León. Celorio sabe trasmutar la anécdota o la indiscreción en un ensayo y casi siempre en un relato en el que sus protagonistas muestran la cara oculta, o privada, de su personalidad. Y vaya que resultan literariamente humanos… en el duelo, el desarraigo, la impostura, la ebriedad, la palabra justa o la belleza exasperante Detrás del aliento testimonial, detrás de las confesiones pletóricas y festivas, detrás de la impecable exposición de esos latidos provenientes de la poesía, la novela, el flamenco, los barroquismos del idioma español, sentimos en estas páginas una fiebre agorera. Conservados bajo las reglas a un tiempo fieles y traicioneras de la memoria, un mundo y una sensibilidad hablan como si se tratara de una despedida, como si asistieran al momento en que brillan con un explosivo fulgor para anunciar de inmediato su extinción.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
16 DE JULIO 2022
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TOSCANADAS
Tristeza DAVID TOSCANA
M
ontaigne dice que no ama la tristeza ni la aprecia, “aunque el mundo se haya dedicado, como por acuerdo previo, a honrarla con un favor particular”. Menciona algo bien sabido: que los “estoicos prohíben a sus sabios sentirla, por ser siempre cobarde y vil”. No me meto con la tristeza. Cada quien tiene el derecho de sentirla. Lo que no me atrae es la exhibición de la tristeza, sea auténtica o falsa. Cuando los ocupantes de un cargo público han de informar sobre algún percance con cadáveres de por medio, nunca dicen “hubo tantos muertos”, sino “desgraciadamente hubo tantos muertos”. Ya con ese adverbio se hacen pasar por gente sensible y evitan que se diga que no tuvieron empatía con los deudos. Aunque “muertos” suele ser una palabra insensible y se sustituye por “fallecidos” o “personas que perdieron la vida”.
KIM JONG-IL
Funerales del líder norcoreano.
Los heridos se apuntan entre las desgracias cuando “afortunadamente no hubo pérdidas humanas que lamentar”. Quien maneja redes sociales con muchos seguidores se tiene que “pronunciar” ante algún evento trágico con toda la congoja correspondiente. Los políticos gringos ya tienen un machote tuitero para cada balacera escolar. “Mis pensamientos están con…”. “Nuestras oraciones…”. “Se me parte el corazón…”. En caso de la muerte de un personaje de la farándula, sus allegados entran en competencia para ver quién se siente más triste. Y, aunque ahora se diga que el estoicismo está de moda, ningún tuit estoico es bienvenido. “Ya está donde estaba antes de nacer”. “Nada tan natural como morirse”. “No da pena su muerte, sino su vida sin virtud”. O a quien murió luego de una larga hospitalización: “Trató deshonrosamente de
prolongar la vida”. No, los estoicos no están de moda. Allá en el 2011 vimos una de las mayores demostraciones colectivas de tristeza durante los funerales de Kim Jong-il. Costaba trabajo hacerse una idea de la veracidad del llanto norcoreano; pero es difícil xenocalzarse, pues cada líder, cada pueblo y sus tradiciones son diferentes; además se informó que en Norcorea arrestaban a quien no mostrara suficiente dolor. Solzhenitsyn cuenta que muchísima gente estaba alegre por la muerte de Stalin, pero en la calle se tenía que fingir una gran pena. Hace siglos que los poetas tratan de expresar esa sensación única del dolor, por la cual Tolstói decía que cada familia triste lo es en su propio modo. Pero la cotidianidad no es poética; por eso en ningún sitio se escuchan tantos lugares comunes como en un velorio.
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BICHOS Y PARIENTES
Bucear con tiburones
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na pareja de amigos contrató un paquete vacacional para bucear con tiburones, en Belice. Curioso: se hicieron novios hace décadas, durante un viaje de buceo, cuando ambos prefirieron permanecer en tierra, por miedo a los tiburones. Él dice que fingió, para quedarse con ella, pero no era raro ese terror en aquellos años posteriores a la película Jaws (1975), de Spielberg, y a Aguas azules, muerte blanca, el documental australiano, de 1971, sobre los tiburones blancos con las primeras escenas submarinas de un Carcharodon carcharias, mientras se escuchaba: “Lo llaman ‘El Gran Tiburón Blanco’. Más poderoso que veinte hombres; más temible que Moby Dick, es el sujeto de una historia y una leyenda de odio tal, que nunca se dirá una buena palabra sobre él”. Algunos mexicanos recordamos también Tintorera, una pésima película sobre una novela de Ramón Bravo, filmada con tintoreras de verdad, controladas por aquel Neptuno cambujo: el gran Oliverio Maciel. Entre los años setenta y los noventa, el tiburón fue la fiera más aterrorizante. Un poco de conocimiento, unos cálculos de probabilidades, y aquel miedo atroz devino en condimento del ecoturismo. También de 1971 es La crónica Hellström; un científico ficticio se encargaba de narrar los hechos reales y objetivos del documental: los insectos terminarán con la vida humana y se apropiarán del planeta. Y salían monstruos por todos lados: insectos, osos, orcas, gorilas… Pero, de todos aquellos miedos, el más notable es el tiburón. Por moderno, por americano y por la importancia de las palabras. Hay tiburones grandes y chicos
JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA UNIVERSAL PICTURES
en todos los mares y los conocen desde siempre todos los pueblos. El animal más longevo del mundo es un tiburón de Groenlandia. Homero los llama “perras” (Kyna, en la Odisea, XII, 96) y son la comida de Escila. Entre las muchas viñetas medievales suelen aparecer unos peces que parecen exactamente eso: perros del mar, bravos, dientones, pero visiblemente menos amenazantes que un calamar o una ballena. En italiano, antes de llamarse “tiburón” se llamaba pescecane, es
Apuesto a que todo el terror sería imposible sin los nombres precisos de un monstruo
decir: pez perro. Y curiosamente, desde otra filología, el trayecto del inglés es paralelo: portbeagle, como se les llamaba, se compuso con dos vocablos córnicos: porth, “puerto”, y bugel , “perro pastor” ( Oxford English Dictionary). Nadie concibe pánico frente a un perro del agua, hasta la introducción de la palabra exacta: “tiburón”, de origen incierto, aunque ciertamente americano, tupí o taíno (un poco como la palabra “caníbal”). El diccionario de Corominas le dedica una de sus entradas más largas y sabrosas: cita a Enciso, Pedro Mártir de Anglería, Fernández de Oviedo, Las Casas, pero todavía ninguno concibe miedo significativo. No menciona a Alonso de Ercilla, que ya pone al tiburón con los monstruos horribles, en la cueva de Fitón (en el canto 23 de La Araucana): “No faltaban cabezas de escorpiones/ y mortíferas
Fotograma de la película Tiburón (1975).
sierpes enconadas;/ alacranes y colas de dragones/ y las piedras del águila preñadas;/ buches de los hambrientos tiburones,/ menstruo y leche de hembras azotadas,/ landres, pestes, venenos, cuantas cosas/ produce la natura ponzoñosas”. Ese vértigo de monstruos de Ercilla no puede ser igualado, ni con la serie completa de aquellas involuntariamente cómicas películas llamadas Sharknado (suma de shark y tornado: un tornado no de vientos: ¡de tiburones!). Pero son muy escasos los miedos entre el siglo XVI y el XX. Melville habla mucho de ellos, pero sin temor, como no sea el de caer entre los despojos de las ballenas que se arrojan al mar. Y no es sino hasta que se vuelve famoso y muchas veces copiado un cuadro, “Watson and the Shark”, de J. S. Copley, que el tiburón comienza a adueñarse de las pesadillas. Curiosamente, en paralelo con el vocablo español, la palabra inglesa shark tiene también la potencia necesaria. “Tiburón” es perfecta; remeda la forma de la bestia: dos primeras vocales débiles y átonas desembocan en un sonido agudo y machacón, fuerte y tónico. Por su parte, shark es casi una tarascada, súbita, brillante. Su origen es incierto, pero se suele dar el maya xook, o xoc. Apuesto a que todo aquel terror habría sido imposible sin los nombres precisos de un monstruo. En fin, mis amigos han de estar, como Ramón Bravo, buceando entre tiburones. Yo, que no he podido ir al mar hace ya muchos años, me quedo entre vocablos, navegando diccionarios y repitiéndome en la cabeza a López Velarde: “Fuensanta: ¿tú conoces el mar?”
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