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Expectativas. César Augusto Bejarano Rojas
Expectativas
César Augusto Bejarano Rojas
Inhalo, como queriendo comerme el mundo entero entre mis labios. Observo a mi alrededor y siento que el mundo me va pasando de largo. Todas las personas parecen saber a dónde ir, parecen tener la vida resuelta, menos yo. Eso hace que me agobie, que me falte el aire, que las inseguridades se suban por mis pies y se coman mis manos, mi pecho y mis pensamientos.
“Tienes que recordar solo una cosa en la vida”, me dijiste hace muchos años, “Aprende a abrazar la incertidumbre, el caos, lo desconocido; la naturaleza misma se expresa en ese idioma. Recuerda siempre que lo imprevisto será siempre lo único seguro que llamará a nuestra puerta”.
Recuerdo tus palabras, pero lamentablemente no recuerdo haberlas vivido, hasta hoy. Por más que las repasara, seguía viendo cómo mis dedos volvían a esconderse en mi pantalón. Seguía viendo cómo mis ojos, al caminar, recorrían solo el asfalto. Seguía sintiendo cómo el peso de una vida que nunca quise construía lentamente su casa en mi espalda.
Me enfrasqué en ser alguien, en demostrarle al mundo que valía algo, que podía pagarme un vino en alguna terraza. Me cerré a la idea de que ir de traje es lo importante. Me enceguecí con tener todo bajo control, y nunca he sido más infeliz que desde que tomé ese camino. Las cosas nunca salieron como pensé, y siempre que eso sucedía, volvías a mis acciones.
Recuerdo cuando sembrábamos fresas en la granja, mientras maldecía mi pobreza y tú solo me motivabas a vivir el momento. ¿Cómo es posible que los papeles no fueran al revés? ¿No deberías haber sido tú quien me inculcara ser alguien en la vida y yo disfrutara mi niñez?
Ahora, con esos aromas a campo, vuelvo al momento en que nos quitaron la granja y tuvimos que apañarnos con un terreno más pequeño. “No tienes que demostrarle al mundo que eres alguien. Ya lo eres”.
Ahora que estoy de pie junto al juzgado, me doy cuenta que nunca quise ser abogado. Ahora me doy cuenta, entre lágrimas, que busqué la felicidad en donde, para mí, menos estaba. Dejé mi sueño de ser escritor por miedo a no poder vivir de ello.
Y, sin ser consciente de ello, detuve instintivamente mis pasos. Mis ojos vuelven a las montañas, de donde no debieron haber nunca salido. Y mientras las personas vienen y van a velocidades intermitentes, milagrosamente sin chocarme, me doy cuenta que mi espíritu está en recuperar esa granja, nuestra granja; en plantar lo indispensable y dedicarme a relatar los mundos que la madre tierra siempre me ha susurrado.
Espero que no sea tarde. Espero, un día, hacerte sentir orgulloso.
Te amo, papá.