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Necesito aire!. Rosa María Vázquez Sánchez
¡Necesito aire!
Rosa María Vázquez Sánchez
Tras dos semanas de intensa lluvia y frío, amanece un día con un sol radiante y temperatura agradable.
Manuel se levanta de la cama con cierta difi cultad, como le ha estado ocurriendo en los últimos meses, pero siente que puede respirar algo mejor. Tras desayunar, se asoma a la ventana y disfruta de la visión del cielo despejado, de su claridad e inmensidad, y suspira con melancolía. Luego baja la vista y descubre, sentado en un banco de la placita que hay frente a su casa, a su amigo Juan, al cual lleva sin ver casi un año.
Se sumerge en sus pensamientos y recuerda la última vez que bajó a la calle. Fue hace seis meses, pero parece que fuera hace seis días porque lo recuerda muy nítidamente. La mañana estaba clara y templada como la de hoy, y él salió, como de costumbre, a dar una pequeña vuelta, pero sobre todo a charlar con sus amigos del barrio, porque desde que empezó a sentirse enfermo se cansaba mucho, le dolían las piernas y se tenía que parar varias veces para poder “coger aire”. Ese día bajó los dos tramos de escaleras con más difi cultad que de costumbre, pero descansó un poco y se apoyó en la baranda inclinándose hacia delante; tras unos minutos, pudo continuar y salir a la calle, allí respiró lo más profundo que pudo (últimamente le costaba más respirar, como si ya sus pulmones estuvieran llenos de aire y no le permitiera llenarlos más) y fue directo al banco de la placita, pensando que ese día no iba a andar. Pero lo peor vino cuando tuvo que subir a casa. Al llegar a los pies de la escalera, la miró con cierto cansancio y preocupación, ya que era el momento del día en el que lo pasaba peor; casi siempre llegaba a su rellano con la boca abierta, como un pez con “hambre de aire”, pero llegaba. Pero ese día no lo consiguió, se quedó a medio camino. En el rellano de su vecina Carmen tuvo que parar obligatoriamente, con un “peso” en el pecho que no podía soportar, le temblaron las piernas y se empezó a marear… Lo siguiente que sintió fue un dolor intenso de cabeza
y molestias en el cuerpo, y al abrir los ojos se encontró con el rostro triste de su hija y la visión de un lugar que no conocía. Se miró y se dio cuenta de que estaba lleno de cables. Su hija lo cogió de la mano y le explicó lo que había sucedido. Por lo visto, había perdido el conocimiento y se había caído al suelo produciendo un ruido tan fuerte que su vecina se había asustado y abierto la puerta de su casa, encontrándoselo allí tirado, con una palidez inmensa y los labios morados, y en seguida llamó a emergencias.
Estaba inmerso en sus pensamientos cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Era María, su hija, que desde que él salió del hospital iba todas las mañanas a ayudarle en los quehaceres de la casa y en sus cuidados. Ella estaba muy pendiente de él, y le había insistido últimamente que bajaran a la calle y dieran un paseíto juntos, ya que le habían aconsejado en el hospital que cuando estuviera mejor empezara a dar sus paseos diarios, que era muy importante, además de tomarse los medicamentos pautados, mantenerse activo. María llegó junto a su padre, le dio un beso en la frente y le preguntó cómo había pasado la noche. Mientras él le contaba cómo había descansado, ella se percató de que su mirada parecía más triste que de costumbre y le interrogó al respecto, entonces él, con ojos llorosos, le susurró que se sentía como un pájaro en una jaula, y que le gustaría ver a su amigo Juan, que estaba en la placita sentado. Su hija lo comprendió y le abrazó por un breve espacio de tiempo, pero enseguida se incorporó y obligó a su padre a hacer lo mismo, ya que no iba a pasar de hoy de que bajaran a la calle.
María ayudó a su padre a arreglarse, comprobó que se tomara bien los inhaladores y fue a por el oxígeno portátil que le habían prescrito. Cuando Manuel vio el aparato, negó con la cabeza y le dijo a su hija que él no pensaba salir a la calle con esa “cosa”, que qué iban a pensar sus amigos si lo veían con un cable metido en la nariz. Ella le dijo que sin el oxígeno no debía salir a la calle porque le podía suceder lo mismo que la última vez, y además, que no debía darle tanta importancia, ya que todos sus amigos usaban diferentes artilugios que le ayudaban en su día a día. Por ejemplo, Juan usaba andador, Andrés llevaba una bolsa atada a la pierna para recoger su orina, Adolfo apenas veía y usaba un bastón y necesitaba la ayuda de su mujer para casi todo.
Manuel pensó en lo que le había dicho su querida hija, y aunque con ciertas reticencias, aceptó ponerse el oxígeno, sobre todo porque no quería volver a “quedarse sin aire”.