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Pi, pi, pi... Verónica González Galán

Pi, pi, pi…

Verónica González Galán

Desde el pasillo se oía el monitor: “pi, pi, pi”. Todos los días el mismo sonido rítmico, desde el día que subimos a planta desde la UCI.

Un día tras otro observando desde el pie de la cama la curva de su respiración, sin poder acercarme, siempre con la bata puesta.

El peor momento fue cuando la traqueostomía se cerró y el monitor fue devuelto al control de enfermería. Ese sonido rítmico, “pi, pi, pi”, seguiría en mi cabeza durante todas las noches que duró el ingreso… Y aún días después de volver a casa y compartir nuestra cama, me volvía a mirarlo y buscaba la maldita pantalla, siempre buscando la curva, el color azul en los valores de saturación, siempre buscando ese cien que tardó semanas en llegar. Después de aquella estancia en la unidad de cuidados intensivos del hospital, vino una segunda, pero ninguna comparada con aquella. Tenía frente a mí a la persona que más quiero, con los sentimientos encontrados: ser médico y no poder hacer nada por él.

La presencia de los compañeros en el despacho y la soledad más absoluta al volver a casa y dejarlo sólo con ellos en el box. Mi alma a la deriva y su salud en manos de ellos. “Ring, ring”, me sobresalto, no lo puedo evitar, es el teléfono, pero ya no son ellos los que me llaman para darme el parte, sólo un amigo para interesarse por su estado, solo otra mano que nos sostuvo a lo largo de esos días, que sin duda nos marcarán para toda la vida. Se está moviendo, duerme tranquilo. Por fi n puedo sentir su aliento cerca de mi cara y su respiración es normal, después de esa terrible neumonía que duró demasiados días y demasiados meses.

Cierro los ojos y de nuevo el insufrible “pi, pi, pi…” Son las siete de mañana, suena la radio y empieza un nuevo día de fi sioterapia. Lograremos llegar al fi nal del camino,

pero el túnel que nos tenía preparado la vida está siendo demasiado largo y demasiado estrecho.

Sin ellos, sin todo el equipo médico que nos atendió aquella noche, no lo podríamos contar, básicamente porque, en vez de respirar juntos, los dos estaríamos muertos.

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