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Mas allá de un diagnóstico. Stephany Laguna Sanjuanelo

Más allá de un diagnóstico

Stephany Laguna Sanjuanelo

Se despertó en mitad de la noche, sentía que no podía respirar. No era una sensación nueva. Desde hacía unos meses se sentía más cansada de lo normal. Tenía 32 años y se supone que debía estar sana, en plena forma. Sin embargo, solo pensar en subir la pequeña cuesta hacia la casa de su madre se le hacía como escalar el Everest. La sensación de ahogo iba en aumento, notaba un tope al respirar y el corazón latía demasiado rápido para dejarla pensar. Asustada como nunca, llamó a emergencias.

Unos minutos más tarde, se encontraba en el box de reanimación del hospital de su pueblo. Le dijeron que tenía aire atrapado en uno de sus pulmones, que estaba funcionado a media marcha y que de ahí venía la sensación de ahogo, que tenían que sacar el aire mediante un pequeño tubo y luego mejoraría. Tenían razón en parte. Tras hacerle el procedimiento, mejoró, respiraba mejor, pero ese fue solo el principio.

Estuvo ingresada cuatro días. A su pulmón le costaba volver a su sitio original, se veía más envejecido, le decía el médico, había que hacer más pruebas, había que remitirla a un centro más especializado, la trasladaban al hospital de la capital. Una vez estando allí, le explicaron que necesitaría una cirugía para corregir la herida que tenía su pulmón, para que volviera todo a su ser y pudiera irse a casa. Aceptó, claro, tenía muchas ganas de volver a su vida normal.

Tras la cirugía, estuvo un par de días más, le explicaron que mandaron muestras de su pulmón a estudiar, se veía muy enfermo, tal vez tenía algo que ver con todo lo que fumaba. Ella más que nadie sabía que lo tenía que dejar.

Una vez estuvo curada fue dada de alta. Volvió a casa, a su normalidad. Seguía cansándose con las cuestas, así que cada vez salía menos para evitar la fatiga. Tras unos días en casa, le llegó una citación para un escáner del tórax, su médico le explicó que era necesario para ver mejor el estado de sus pulmones, con esa prueba y los resultados de la cirugía, le dirían de qué iba todo y cómo se solucionaría.

Realmente se estaba planteando dejar de fumar, tenía ganas de tener un hijo y le habían explicado que era necesario dejarlo, lo intentaba, pero los nervios no la dejaban. “Cuando sepa lo que tengo, lo dejo”, se solía decir.

El día de la consulta le explicaron que tenía una enfermedad pulmonar de esas que son causadas por el tabaco, infl amatoria difusa o algo así, le sonaba a cuento chino, algo de una FPI, estaba avanzada, y seguramente el tratamiento fi nal pasaría por una cirugía de trasplante pulmonar, pero eso no fue lo peor, al parecer veían una imagen en su pulmón izquierdo, una masa, no sabían su origen, tenían que volverla a operar.

Por su cabeza pasaban muchas cosas, veía que, a su edad, siendo tan joven, habitaba en el cuerpo de una anciana. Le programaron la cirugía justo en su cumpleaños número 33, qué se le iba a hacer, así era la vida. Su pobre madre no creía lo que estaba pasando. Su hija tenía una enfermedad en los pulmones casi desconocida y sin tratamiento claro, y una masa que no se sabía lo que era, podía ser cáncer, pero es que era tan joven, pensar en eso era un error. Tenían que tener fe.

Le operaron nuevamente en la capital, y de regalo de cumpleaños le diagnosticaron cáncer de pulmón, el que se asocia al tabaco, pero estaba localizado, tendría suerte.

La fatiga empeoró, ya no podía trabajar, tuvo que solicitar una incapacidad. A sus 33 años, se sentía de 90. El deseo de tener hijos era tan intenso, que sentía que le quemaba, le tenían que dar quimioterapia por el tamaño del tumor, eso y sus pulmones ajados no hacían factible que buscara su sueño. Le explicaron también que no era candidata a una cirugía de trasplante, pues había un cáncer reciente, debía estar mínimo cinco años sin cáncer, eso le dijeron.

Mientras pasaba el tiempo, se iba debilitando cada día más, ya no podía salir a pasear y su vida se desdibujaba ante ella. Entró en depresión, no quería comer, el esfuerzo le cansaba, por su cabeza seguía rondando el deseo de ser madre, aunque lo veía cada vez más lejano. Tras un año y medio de consultas y pruebas, no notaba mejoría alguna, seguía estando cansada, seguía estando deprimida, pero era algo que nadie veía, todos estaban mirando el cáncer, mirando sus pulmones, pero nadie la veía a ella.

Cansada de todo y de todos, con 35 años sintió que no podía más, y con una sobredosis de ansiolíticos a su vida le puso fi n. Para todos fue una sorpresa, nadie se lo esperaba, aunque esta pobre chica en cada consulta lo contaba, no paraba de decir lo cansada que estaba, el poco sentido que le veía a la vida, pero no era escuchada.

Si pensabas que esta pequeña historia tenía un fi nal feliz, te equivocas. A veces el mejor tratamiento es acompañar, es ver y curar el sufrimiento de los pacientes.

Esta es una historia fi cticia con rasgos de realidad.

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