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La última sonrisa de Septiembre. Coral Ortiz Borobia

La última sonrisa de Septiembre

Coral Ortiz Borobia

Aquella mañana de otoño, como de costumbre, me dirigía al hospital. Un día más, una hora más, regresaba al mismo sitio de nuevo. ¿Qué iba a hacer ahí? ¡Uf!, ya no me acuerdo. Aun así, mis pies se mueven como si supieran a dónde ir. Hay demasiada gente, parece que hoy va a estar lleno este lugar. Una alarma está sonando. Cinco doctores van corriendo a mi lado contrario, aun así sigo para delante. ¿A dónde me llevarán mis pies? Agacho la cabeza y veo que llevo un calcetín de cada color, que extraño, sigo sin recordar nada. Al levantar la mirada, de las miles de personas que había solamente te miré a ti. Un cálido rostro, un pelo largo y oscuro, una mirada misteriosa, y esa eras tú. ¡Que pálida estabas! ¿De dónde saliste? Bueno, no importa, solamente sé que me dirijo hacia ti. Un solo camino nos une pero no paras de mirar de lado a lado, ¿A quién buscabas? Al darme cuenta, mis pies empezaron a girar por delante de ti. ¡Espera, quiero contemplarte más!

Al pasar por delante de ella nuestras miradas se entrecruzaron, qué hermosa era, pero sabía que ya no nos volveríamos a ver más. Parecía que ya llegaba a mi destino, iba frenando lentamente; a lo lejos divisé una pequeña sala, creo que iba hacia allí. Alguien me esperaba. ¿Quién era? Parecía un chico, pero en realidad era una chica, concretamente una enfermera. —Señor Ortiz, le esperaba.

En ese momento debí haber preguntado qué hacía allí, pero no lo hice. Una camilla me aguardaba, grande y blanca como cualquier otra, aunque algo me resultaba familiar. —Señor por favor, vamos a comenzar con su tratamiento. Me quité la camisa y los zapatos y me relajé en aquella camilla. Un extraño dolor de cabeza me invadía, varios recuerdos llegaban a mí, pero no era sufi ciente, seguía sin recordar nada. Tras unos minutos, la enfermera se marchó de la sala, y en un rato regresó. —Bueno, como ya le expliqué, se quedará ingresado unos días para poder tratarle mejor.

¿Cómo que para tratarme? ¿Estaba enfermo?

Desvié la mirada y vi que tenía preparada una bata. Seguidamente la enfermera me llevó a una pequeña habitación donde había otra camilla. Me incorporé y simplemente me preparé para echarme una siesta. A medida que iba pasando el tiempo, seguía durmiendo y no me di cuenta de la hora. Al anochecer me fui despertando, y eso suponía un problema porque ya no tenía sueño. Lo primero que hice fue mirar por aquella ventana que estaba frente a mi camilla. A través de ella se podía ver otra pequeña habitación de la que se desprendía una misteriosa luz. A lo lejos pude ver de nuevo a la joven, la del cálido rostro. Su pelo se iluminaba con aquella luz a pesar de que era oscuro. La muchacha se dio cuenta de que mis brillantes ojos la miraban. Al verme, me sonrió, me avergoncé y me escondí. Pasados unos minutos, me volví a incorporar a mi anterior posición, frente a mi ventana. Parecía que aquella chica había escrito algo en un papel y lo había pegado en su ventana. No alcancé a leer muy bien al principio, pero más adelante pude verlo con claridad. Con unas letras muy grandes se podía ver escrito: «Quiero volver a ver esos ojos tan brillantes», y así fue. Noche tras noche fuimos hablando por señas o por cartas. Empezamos creando una amistad que se fue fortaleciendo cada vez más, hasta hacernos inseparables. Prácticamente estábamos todos los días juntos riéndonos y consolándonos. A pesar de tanto tiempo, nunca nos llegamos a decir nuestros nombres reales, pero sí que nos colocamos un apodo. Yo la llamaba a ella «Septiembre», porque me acuerdo perfectamente que la conocí aquel mes. Ella me llamaba a mí «2015», porque nos conocimos aquel año. A pesar de todos los meses que estuvimos juntos, el día 13 de enero acabó con nuestra felicidad. Me diagnosticaron fi brosis pulmonar. Me dijeron que, si no me hacían un trasplante antes de un mes, fallecería. Estuve días y días esperando a que alguien se presentara, pero nadie lo hizo. Al regresar a mi habitación después de la comida, tenía una nota encima de mi cama, era de Septiembre. Me escribió que todo saldría bien y que no me preocupara, y así lo hice. Al siguiente día no encontraba a Septiembre por ninguna parte, pero varios doctores de inmediato me comunicaron que ya había un candidato y en breve sería el trasplante. Me puse tan feliz y contento, que cuando fui a escribirle recordé que no la encontraba, así que decidí ir ya a la operación. Al acabar, desperté en mi habitación con una carta en mi mano y una enfermera sentada a mi lado. Al leer la carta, encontré escritas unas palabras que me destrozaron el corazón para toda mi vida:

Querido 2015, cuando estés leyendo esta carta, por más que me duela, yo ya no estaré a tu lado. Antes de que le preguntes a la enfermera de tu derecha qué ha ocurrido, quería decirte que lo que he hecho hoy es la cosa más feliz que he hecho en toda mi vida. Yo, Septiembre, te he donado mis pulmones para que puedas vivir por mí. Seguramente te estés preguntando lleno de lágrimas por qué lo he hecho, la verdad, no lo sé, simple-

mente sentía que debía hacerlo. Siempre pensé que eras la persona más importante en mi vida, y era cierto, a medida que iban pasando los días fui comprobándolo. Tú, solamente tú, fuiste la única persona que hizo que volviera a vivir la vida y disfrutar de ella. Aún en estos momentos, me gustaría decir que no tengo ningún arrepentimiento, pero no es cierto, simplemente me hubiera gustado escuchar tu voz por última vez. Antes de acabar, quería agradecerte que fueras la primera persona que me hizo sonreír y la última.

Atentamente,

Septiembre

Ahí fue cuando me levanté de la cama con ayuda de la enfermera, abrí la ventana y grité para ella hasta quedarme afónico. A pesar de que ahora estoy en 2021, la sigo queriendo, la quiero desde el primer día que la vi. El 23 de septiembre de 2015.

Gracias, Septiembre, aunque nunca te lo pude decir.

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