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Cortana… cállate de una vez. Luis Alejandro Pérez de Llano
Cortana… cállate de una vez
Luis Alejandro Pérez de Llano
Es el año 2056, yo he envejecido dignamente, he sobrevivido a tres pandemias sucesivas y todavía no he perdido la esperanza de ver al Atlético levantar la Champions League. Hace dos años volvimos a llegar a la fi nal, pero la semana antes la última mutación del virus variola se llevó al delantero centro y al media-punta, las estrellas de nuestro equipo. Perdimos el partido, por séptima vez en la historia. Qué le vamos a hacer, mala suerte, nunca hay que dejar de creer. Miro por la ventana, hace un día soleado y caluroso. Es domingo 21 de noviembre. —Buenos días, Alfredo, te he preparado tu desayuno favorito. —Vale. —Y he seleccionado en la pantalla las noticias que te pueden interesar. —Vale. —Tienes un videomensaje de tu hija Ana y de tu nieta. —Muy bien, lo veré más tarde. —Tus constantes son buenas, tienes 120/85 de tensión, una glucemia de 110, una temperatura de 36,5 y una frecuencia respiratoria de 16. La saturación arterial de oxígeno es del 97%. Te he preparado tu plan de ejercicio para hoy. —De acuerdo, Cortana. Voy a desayunar con tranquilidad, estate calladita un rato. —Como desees, Alfredo.
Miro el reloj que llevo en la muñeca y me siento tentado a dejarlo en la mesita de noche, pero me temo que sería una temeridad, ya hay evidencia científi ca que demuestra que las personas que siguen los consejos médicos de la asistente virtual viven más años y con mejor calidad de vida. Además, avisa de las probabilidades que cada persona tiene de contraer el nuevo virus (para el que todavía no hay vacuna) de acuerdo con los factores de riesgo personales, con la geolocalización y con las constantes vitales de la gente
que circula alrededor. Hacer caso omiso de las recomendaciones acarrea una pérdida de puntos en el carnet de ciudadano, sobrepasar un límite implica perder un porcentaje de la paga de jubilación, y yo ya estoy cerca de ese punto. El año pasado, mediante las biopsias líquidas que la pulsera-reloj me hace periódicamente, me fue detectado un cáncer incipiente que pudo ser eliminado al instante. Desprenderse del aparatejo sería virtualmente un suicidio, y el suicidio está castigado con la mayor de las penas, el borrado instantáneo del yo virtual.
Ojeo, distraído, el periódico. Hoy es un día especial, hay elecciones. Por supuesto, ya no es necesario desplazarse para votar, hace años se podía hacer directamente desde el smartphone, pero en la actualidad ya no se vota. Un algoritmo lo hace por ti teniendo en cuenta tus intereses personales (patrimonio, inversiones, obligaciones…) y las reacciones (cambios en el pulso, en la tensión, en el fujo sanguíneo de catecolaminas y la liberación cerebral de endorfi nas) registradas cuando escuchaste hablar a algún político en los medios o cuando leíste cierta noticia. El voto se envía directamente y se almacena en una central de datos. Ni que decir tiene que los políticos saben perfectamente lo que deben hacer en cada momento para concitar la adhesión del mayor número de electores. De hecho, ya no hay políticos como tales. Son meros testaferros de corporaciones gobernadas por poderosos algoritmos que velan por la prosperidad de la raza humana. Yo no sé todavía quién saldrá elegido, aún se mantienen en pie, sabe Dios por qué, ciertos ritos antiguos, pero el resultado no es ninguna incógnita. Me pregunto cuando terminarán también con esta farsa. —Por cierto, Alfredo, también hay un mensaje de tu última exmujer. —Pues no me apetece escucharlo, ya sabes que no siento especial simpatía por ella. —Ya te dije que no era una buena elección, vuestros caracteres son completamente antagónicos. La liberación endorfínica era alta, pero el análisis multifactorial mostraba una discordancia esencial de intereses y preferencias. —Sí, pero lo pasamos bien durante una temporada. —Podrías haberlo pasado bien de otras formas. —Lo paso bien como me da la gana.
Silencio. La asistente está registrando en estos momentos mi reacción de rebeldía. Una más.
Dejé el ofi cio de la medicina hace dos años. Me aburría. El asistente diagnóstico tenía un margen de error del 1%, mucho menor que el de cualquier ser humano. Escuchaba a los pacientes, revisaba sus pruebas, pero el diagnóstico y el tratamiento ya estaban en la computadora sin que yo necesitase hacer nada. Otro rito antiguo que se mantenía por costumbre, la certeza de que un paciente prefi ere estar delante de una persona que frente
a una máquina, pero yo me sentía inútil. Y este es el problema del mundo actual, las personas se están convirtiendo en inútiles, en seres prescindibles. Teníamos que haber escuchado a Stephen Hawking, a pesar de que ya entonces necesitaba una computadora para dejarse escuchar.
Hoy tengo invitados para cenar, tres hologramas de buenos amigos, uno de ellos murió hace dos años por el virus variola. Charlaremos de los buenos viejos tiempos, de cómo nos enfrentamos al coronavirus sin equipos de protección, sin tests diagnósticos y con fármacos rudimentarios. Hablaremos de un tal Pedro Sánchez y de su acólito Simón. Hay que decir a favor de los algoritmos que, al menos, nos han librado de esos personajes.