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Covid-19
Santiago H. Amigorena
Me gustaría hacer una pregunta simple, que no me parece que se haya hecho ya: ¿Por qué las vidas, que intentamos salvar hoy haciendo una «guerra» contra el Covid-19, nos parecen más importantes que aquellas que normalmente no salvamos? O bien: ¿Qué hace que un sistema que desde siempre ha sido absolutamente incapaz de movilizar lo poco que se necesita para salvar otras vidas, hoy está dispuesto a todo para salvar éstas?
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Existen respuestas evidentes: el Covid-19 no mata sólo a los pobres; o quizá: el Covid-19 es nuevo y podría matar a millones de personas. Esas respuestas me parecen insufi cientes. Por una parte, ciertas enfermedades, contra las cuales batallamos todavía para obtener el financiamiento que permitiría combatirlas, matan por millones y no solamente a los pobres. El sida, por ejemplo, ha matado a cuarenta millones de personas y mata todavía a un millón de personas por año. Hoy algunos dirían que nunca imaginamos invertir demasiado en la búsqueda de una vacuna contra el vih porque se trata de un virus que mataba sobre todo a los homosexuales y que, hoy en día, mata sobre todo a los africanos. Pero, ¿por qué no nos movilizamos cuando ignorábamos que las víctimas serían sobre todo homosexuales y africanos?
La obesidad mata a casi tres millones de personas al año, y podría ser combatida con menos modificaciones de nuestra forma de vida que las que nos imponen ahora. Por otra parte, el hambre y la pobreza matan a veinticinco mil personas cada día en el mundo. Y se necesitarían menos de mil millones de euros al día para que eso ya no ocurra. Mil millones al día —que se deben buscar en el mundo entero—, mientras que para luchar contra el coronavirus tan sólo Francia no duda en perder el doble.
Desde un punto de vista moral, la respuesta no es más simple: dejar morir a las personas mayores o tener que elegir entre enfermos porque no se puede curar a todos, ¿es verdaderamente más insoportable, moralmente, que imaginar que en todos los países del mundo se mata gracias a armas que estamos tan orgullosos, en Francia, en Estados Unidos, de fabricar y de vender? Las guerras y sus consecuencias directas matan a más de cien mil bebés al año.
Desde un punto de vista filosófico o antropológico, las respuestas que han sido dadas no me parecen más satisfactorias: que la «guerra» contra el Covid-19 confirma o facilita la extensión del estado de excepción, que se utiliza como medio para extender y profundizar la influencia del biopoder, sin duda es verdad. Pero, ¿el sistema tenía necesidad de pagar tan caro esta batalla que habría podido llevar a cabo —que ya estaba ganando— movilizando muchos menos medios?
La respuesta, me parece, debemos buscarla en otro lado, y presupone no la inteligencia del sistema, o de los gobernantes, sino su estupidez: el Covid-19 es una guerra inmediata, puede hacer perder —o ganar— en poco tiempo.
Una de las pruebas que podríamos aportar, ad absurdum, a esta hipótesis, es que el Covid-19, a largo plazo, será sólo una enfermedad más, parecida a otras, con la que tendremos que vivir. Matará a más o a menos personas que nuestras gripas habituales, y sin duda mucho menos que el hambre y la malnutrición o el cambio climático o las guerras, o la combinación irremediable de todo eso. ¿Por qué entonces hemos combatido el Covid-19 movilizándonos de una forma tan ilógica con respecto a la lógica misma del sistema? ¿Por qué y cómo hemos podido pensar