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La batalla por el tiempo
Felipe Rosete La batalla por el tiempo
Hace unos minutos mi pareja y yo recibimos por paquetería dos pares de tenis de la marca de las tres franjas. Comprarlos fue toda una odisea. Invertimos tres horas en elegir el modelo y una hora más en intentar realizar el pago en línea. Introdujimos la información de una primera tarjeta de crédito, pero el sistema la rechazó. Intentamos nuevamente, y lo mismo. Luego usamos una segunda tarjeta, y tampoco. Hicimos tres intentos con tarjetas distintas, prestadas por familiares, desde cuentas distintas incluso, y nada. Llamamos al call-center y nos informaron que, por razones de seguridad, las tarjetas habían sido bloqueadas y que la única forma de concretar la compra era hacer el pago en efectivo directamente en un Oxxo —no a crédito, como teníamos pensado hacerlo—. Así que seguimos los pasos indicados y, tras dos nuevos intentos, no pudimos obtener el formulario de pago. Esperamos cinco días más, pues nos dijeron que en ese lapso las tarjetas serían desbloqueadas, cosa que no ocurrió. Esperamos una semana más, y nada. Tres semanas después del intento inicial, tratamos nuevamente. Las tarjetas continuaron bloqueadas, pero esta vez sí pudimos descargar e imprimir el formulario de pago. Así que tomamos del efectivo destinado a nuestra supervivencia para comprar los anhelados tenis. Un hoyito más en el cinturón, ¿qué importa?
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Esta breve historia, replicada seguramente entre muchos consumidores, está relacionada con la manera en que el capitalismo moldea nuestro deseo, llevándolo a extremos que desde un punto de vista racional serían inaceptables —¿por qué insistir en comprarle a alguien que te pone tantas trabas para hacerlo?—. Desde pequeño tengo las tres franjas en la mente, lo mismo que la palomita, entre otros símbolos que, gracias a las distintas formas que adopta la sociedad del espectáculo, quedaron inoculados no solo en mi cabeza o en la de mi pareja, sino en la de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. Los grandes deportistas de todas las disciplinas usan zapatos o ropa de esa marca, lo mismo que muchos músicos o celebridades. Pero también los ídolos cotidianos, mis tíos, las chicas y los chicos cool del barrio o del colegio, tocados a su vez por los mismos tentáculos del sistema. Si a eso sumamos el monstruoso aparato publicitario y mediático que nos bombardea constantemente de mil formas distintas, y los atractivos descuentos que ofrece la marca en una época —Navidad, Reyes Magos— caracterizada justamente por el consumo desbordado, puede entenderse mejor nuestra obstinación.
Un segundo aspecto que revela la historia de los tenis es la disposición al endeudamiento. El capitalismo, como bien afirma Maurizio Lazaratto, es una fábrica de hombres y mujeres endeudados. La deuda es clave para el sistema porque mantiene la demanda en niveles altos y los salarios en niveles bajos. Hoy en día buena parte de los seres humanos trabajan para pagar sus deudas, enriqueciendo así no solo a sus patrones, sino a los banqueros, los actuales depositarios de nuestra fe. Empeñamos, pues, nuestro futuro para poder consumir hoy, con la consecuencia adicional de que, para muchos, vivir endeudado es una derrota moral.
Ambos aspectos —la definición de nuestro deseo a partir de un gran Otro, nuestra disposición permanente a la deuda— son facetas de lo que Mark Fisher llama «realismo capitalista», que, como lo explica en su libro de título homónimo y en la multitud de textos políticos que publicó a lo largo de los años en su blog k-punk, es una creencia y una actitud. Creencia en el capitalismo de fachada neoliberal; actitud que asume que
• Realismo capitalista (2016) • Los fantasmas de mi vida (2018) • K-punk, volúmenes 1 (2019) y 2 (2020)
no hay alternativa. Hoy en día, nos dice Fisher en sus textos, presas del hedonismo depresivo —conformado por el combo es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capi- videojuegos, televisión, internet y marihuana—, nadie parece talismo, con todo y el desgaste y las dudas que pesan sobre tener tiempo para el pensamiento, para la creatividad, para la este, agravados por las terribles consecuencias que en materia experimentación, para el cuidado, para la cooperación. económica y de salubridad nos ha heredado la pandemia en Y sin embargo, en tanto creencia, el realismo capitalista la que seguimos inmersos. puede ser depuesto por otra creencia.
El neoliberalismo es una ideología de La historia política de la La historia política de la humanidad clase, que, bajo el discurso del adelgazamiento y la eficiencia del Estado, logró humanidad puede mirarse puede mirarse como una sucesión de ficciones, en virtud de las cuales el polo que se propuso desde un inicio: ase- como una sucesión de ficcio- der cambia de ropaje una y otra vez. Y gurar a la burguesía el retorno al poder y a los privilegios. Puesta en marcha por nes, en virtud de las cuales así como se dejó de creer en el derecho divino de los reyes, para creer luego el derrocamiento de un gobierno de iz- el poder cambia de ropaje en la soberanía popular, podemos dequierda, el de Salvador Allende en Chile, se basa en la creencia de que la socieuna y otra vez. Y así como se jar de creer en el realismo capitalista a partir de una narrativa cuya construcdad no existe, solo los individuos, que dejó de creer en el derecho ción depende, no de los partidos ni de compiten mutuamente para lograr sus propios beneficios, y que a través de su divino de los reyes, para los gobiernos de izquierda —plegados, incapaces, impotentes frente al realisvoluntad y su esfuerzo pueden trans- creer luego en la soberanía mo capitalista— sino de nosotros misformarse en lo que ellos quieran, independientemente de su entorno, sus oportunidades o sus condiciones. Por popular, podemos dejar de creer en el realismo capitamos. Una narrativa cuya construcción y ejecución implique dejar de desplazar la responsabilidad de nuestras vidas al contradictorio que parezca, este voluntarismo mágico recogió los deseos de la clase trabajadora —ignorados olímpilista a partir de una narrativa cuya construcción depende, gran Otro. Una narrativa que recoja los deseos irrealizados, las promesas incumplidas, que surja del hartazgo y la camente por la izquierda—, que hacia no de los partidos ni de los rabia por todo lo que nos han robado: la década de los setenta anhelaba liberarse de la disciplina fordista de la fá- gobiernos de izquierda sino el futuro, la tranquilidad, la curiosidad, el goce, la camaradería, el amor. brica, pasando entonces al control sutil y tecnológico de la metrópoli. Lejos de de nosotros mismos. * realizar su liberación, los trabajadores antiguamente organi- «Para aquellos a los que desde la cuna se les enseña a pensarse zados, identificados entre sí por pertenecer a una misma clase, a sí mismos como inferiores, la adquisición de calificaciones están hoy todavía más a disposición del capital, en puestos o riqueza raramente será suficiente para borrar —sea en sus temporales, sin prestaciones, sin ayudas estatales, con acce- mentes o en las mentes de los demás— la sensación primorsos cada vez más restringidos a los sistemas de educación y dial de inutilidad que los ha marcado desde su más temprasalud, en un estado de precariedad nunca visto, como si todo na edad», dice Mark Fisher acerca de su propia depresión en lo logrado por las luchas de sus antecesores no tuviera ya nin- «Bueno para nada», el texto que cierra Los fantasmas de mi vida. gún valor. A partir de un discurso que, por un lado, ofrece la Fue esa inferioridad ontológica, proveniente del entorno, de autotransformación heroica y, por el otro, otorga solamente fuerzas sociales reales y no de su interioridad o de su química frustración, incertidumbre y miseria, el neoliberalismo logró cerebral, la que lo empujó a abandonar este mundo hostil hace asestar un golpe durísimo a la clase obrera, que hoy no cuenta poco más de cuatro años. Nos quedan sus textos, cargados de con ningún asidero ni institucional ni político ni existencial. inteligencia, crítica, ira y resentimiento, no un resentimien-
Las sociedades actuales, en su mayoría, se componen de to de esclavo, que al no poder ser sublimado lo mantenga individuos pobres, inciertos, ansiosos, enfermos, endeudados, sometido, en la inacción quejosa, sino uno que, al ser verdadeprimidos, aislados, amenazados, inestables, drogados, al- deramente confrontado, lo induzca a levantarse y superar al coholizados, incapaces de pensar y actuar para transformar amo, a creer en sí mismo y en su posibilidad de transformar el mundo, que han perdido todo rastro de conciencia de clase el mundo junto con otros que comparten su condición, sus y de la solidaridad inherente a esta. De ahí, precisamente, la problemas, sus anhelos. Solo así, recordando que la sociedad creencia de que no hay alternativa. El futuro no solo no ha existe y que tiene posibilidades infinitas, podrá girar la rueda llegado, sino que parece clausurado. Ni siquiera la cultura, de la historia en pro de los desfavorecidos. Solo así podremos que a través de la historia ha sido el campo en donde suelen librar y ganar la batalla por el tiempo. Solo así dejaremos de germinar las grandes transformaciones, es capaz de pensar en rogarle a las corporaciones que nos permitan comprar sus mundos distintos. Ni la música ni el arte ni la literatura han productos de mierda, a costa de nuestra tranquilidad, nuestro logrado emprender la batalla por el tiempo. Sobreexplotados, cansancio y nuestro futuro. Ni el capitalismo ni ninguna otra inestables, en búsqueda de ingresos para sobrevivir y pagar «estructura impersonal hiperabstracta» pueden tener sentido deudas, enganchados además a los dispositivos tecnológicos, sin nuestra cooperación. •