7 minute read
Paradero del conocimiento perdido
Diego Rabasa Paradero del
conocimiento perdido
Advertisement
Oiga, señor, dijo, levantándose de su silla, esto sabe a sombra platanera de patio trasero, tiene su puntico a fruto del naidí y un fondo oscuro y dulce como tierra de azotea, con su fantasmita de yerbas fragantosas donde predomina el pipilongo. Don Sando
Es una historia sobre las posibilidades de la lengua, un lienzo sonoro erigido sobre la ausencia que ha dejado la colonización de la imaginación, el mundo insulso, dócil y desencantado en donde incluso los que se creen amos son siervos de una hegemonía rapaz y depredadora que de no ser detenida avanzará hasta autofagocitarse y cagarse a sí misma. Pero antes que todo y primero que nada es la historia de don Sando y su «La poesía no rompe el misterio, sino que le da forma», diserta don Sando, uno de los maestros macheteros vialumno, también maestro machetero, Miguel Lourido, quienes parten, acompañados por Cero —un escritor «café con leche» vos más legendarios del Cauca. Además del manejo de las quien no se deja censurar o acomplejar por las voces que lo diagonales y el entrenamiento del ojo como una especie de re- acusan de extraer o apropiarse de las historias de los negros ceptor multisensorial capaz de adivinar intenciones del rival, del Cauca, que no se deja intimidar por las visiones segregaleer el temperamento del viento y desentramar la gramática cionistas que intentan decirle qué y desde dónde puede usar de la oscuridad, ser machetero implica la palabra— en busca del arte extraviado una disposición espiritual y algo así co- Esta es una historia sobre del elástico de sombra. mo la asimilación del cuerpo como una costa en donde se placea la marea de la el derecho a la tierra, sobre La primera parada de los dos maestros y el escribiente que los acompaña sienta Naturaleza para empapar la mente y la la minga y sobre el nefando el tono del trayecto: a don Sando se le percepción con su rebaba. Porque, nos lo explica el maestro Héctor Elías Sanlinaje del Hombre Blanco. Es aparece el Duende (que también es duenda, habremos de enterarnos después) y le doval, don Sando: «Para ser machetero una historia sobre las posi- explica las razones por las cuales no pueno había necesariamente que tener machete. Uno es machetero si tiene espíritu de machetero». bilidades de la lengua, un lienzo sonoro erigido sobre de ser él quien permee el conocimiento ancestral de las técnicas que han ido muriendo junto con los grandes maesEsta es una historia de macheteros, o de un escritor, Cero, que quiere relatar las andanzas de dos macheteros, la ausencia que ha dejado la colonización de la imaginatros macheteros: Al-Que-Ya-Sabemos le ha impuesto un hechizo que le prohíbe transmitir sus saberes a los macheteros. o de un arte marcial afrocolombiano que se remonta al siglo xvii y que dio pie a grandes fábulas y leyendas, a perción, el mundo insulso, dócil y desencantado en donde inSe lo dice y desaparece en un remolino que abre un boquete hacia el submundo. Pero don Sando no se queda quieto, alsonajes capaces de subirse de un salto cluso los que se creen amos go en la palabrería confusa y gambetera a la copa de los árboles, a una técnica de combate tan sigilosa e infalible, el son siervos de una hegemodel Duende no le cuadra. En la víspera elástico de sombra, que según cuenta nía rapaz y depredadora que la historia oral de los propios maestros, ayudó de manera decisiva a decantar la de no ser detenida avanzará guerra entre Colombia y Perú en favor hasta autofagocitarse y cade los primeros —aunque la historia, contada casi siempre por señoritos bo- garse a sí misma. gotanos, le atribuya el triunfo a la artillería aérea—. Esta es una historia sobre el derecho a la tierra, sobre la minga y sobre el nefando linaje del Hombre Blanco.
de la vigilia el maestro recuerda una imagen que le permite reemprender su búsqueda: Timbutala, «un remolino gigante al que todos los navegantes temían y respetaban». Timbu, «Boca donde el Agua Engendra al Agua», o «Puerta del Pensamiento o Escalera del Sabor y ello por la particularidad de que en aquel antiguo idioma se usaba el mismo palabro para decir Escalera y Puerta (Tala) y el mismo palabro para decir Pensamiento y Sabor (Timbu)». Los navegantes pagaban tributo al remolino, ofrendaban gallinas, yucas, monedas «como quien dice pagando peaje y derecho de paso ante las escaleras del sabor presente o del pensamiento sabroso. […] ¿Y por qué será, pensó don Sando, insomne, por qué será que el pensamiento es una puerta y el sabor una escalera? […] porque el pensamiento es apenas la abertura de la razón hacia las profundidades del misterio, que no es otra cosa que el misterio del sabor, o sea el misterio de lo Incomunicable».
Ahí mismo Iginio le cuenta al trío sobre el cautiverio que vivió cuando la bruja Nubia lo tuvo bajo su resguardo hasta que sus amigos y familiares consiguieron hacerle llegar, a través de un ave, mensajes que le permitieron «acordarme de quién era, de dónde venía, quién era mi familia, y me fui envalentonando y recuperando la confianza, el seso, la voluntá, hasta juntar verraquera pa escaparme de allí». Después Doña Yasmín les tejió una tela que era en realidad una especie de códice zurcido con claves que los ojos correctos sabrían decodificar y les señaló el rumbo del sitio donde quizá podría permanecer el último reverberar del saber que temían extinto. Y ahí le paramos no por falta de peripecias, podríamos añadir por ejemplo que la misma bruja Nubia terminó convirtiendo a Cero en un corruco, un caleidoscópico escarabajo que guarecido en una caja de cerillos por Miguel Lourido asistió a este cuando el periplo amenazaba con encallar, le paramos a enlistar situaciones porque, como en las novelas de aventuras que sirven como ruta constelar para admirar la genealogía de este relato —El asno de oro de Apuleyo, Zadig de Voltaire o, más próximo a nosotros, Michael Koolhas de Von Kleist—, en Elástico de sombra las peripecias de los personajes entreveran mitos y relatos orales, sistemas de pensamiento y agrias y punzantes críticas hacia las estructuras de dominación de sus respectivos tiempos y, por increíble que parezca, la trama, fascinante y carnavalesca, trabaja al servicio del ritmo de la prosa.
La primera página con la que se topará el lector es una nota liminar en la que el autor cierra categóricamente afirmando las intenciones de la novela: «Con este libro espero contribuir a la memoria y el presente de las luchas negras de toda América, además de ofrecer herramientas para el que sin duda es el proyecto más urgente de la cultura universal, a saber, la aniquilación definitiva del Hombre Blanco». Si la dignísima y fascinante transfusión que hace Cárdenas de la tradición oral y en concreto del arte marcial afrocolombiano de los machetes —prohibido por los blancoides porque los agentes del orden suelen ser unos «atorrantes, carevergas de los que aplican antojadizamente el infame código de policía. Mejor dicho, unos tombos malparidos de esos que no pueden ver un corrinche de gente alegre porque ya vienen a azarar»— a las páginas de su novela que es un chapoteadero de sudor y virtuosismo que salpica; a la mitad, como si no se pudiera permitir el despiste de los despistados, Cárdenas le da la voz a una maestra machetera, donde descubrirán los maestros que, el Duende que también es Duenda, ha encontrado en ellas el más hondo baúl de los misterios y, como si fuera un fuetazo de machete, expone en voz que no por categórica es menos musical la historia del despojo y la putrefacción y el asedio sin par de los blancoides (o, «súcubos de incestos mal disimulados» (ja ja) como los llama el narrador) a los negros y los indios del valle del río Patía y de buena parte de la América al sur del muro.
Después de terminar el alegato que es abundante pero económico —no le sobra a la prosa de Cárdenas una palabra—, vuelve la rueda al ruedo y la historia se enzanja de nuevo en la restitución de la música a la palabra, la palabra al misterio y el misterio al mundo: «Allí, en la poesía, se dijo don Sando, es donde el sabor se vuelve imagen, música, roce del cuerpo a cuerpo, igualito que en el esgrima de machete, solo que patrás: en el esgrima de machete el cuerpo a cuerpo se vuelve imagen, se vuelve música, se vuelve palabra, se vuelve sabor, que es lo único que no puede enseñarse en la academia de esgrima. El sabor está al fondo: de allí surge todo, allí regresa todo». Qué más le podemos pedir a la literatura sino que a través del paladar nos devuelva de tajo al universo del sabor.
Elástico de sombra
Juan Cárdenas
Narrativa Sexto Piso 2020 • 112 páginas