Siempre! 3334

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Luz Ma. de la Mora.


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CULTURA

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José Luis Martínez S.

LOS SECRETOS DE LA NOCHE POR ALEJANDRO ALVARADO En el libro El día que cambió la noche, José Luis Martínez S. ilumina de manera entrañable a esta ciudad. Con estas crónicas pretende rendirle homenaje a una porción de la historia de la Ciudad de México, que, desde su punto de vista, no ha sido suficientemente atendida. Pasaron cerca de 30 años para que el reportero se atreviera a escribir sobre sus experiencias en la noche, que gozó cuando trabajó en la revista Su otro yo (como reportero o como editor). Al paso del tiempo, veía que todas las historias que se escribían a partir del sismo de 1985, “el 19 de septiembre —comenta el autor—, eran muy dolorosas, muy tristes; y hablaban de muerte, de destrucción, de ausencias, y estaban construidas sobre y con los escombros que habían quedado de las zonas devastadas de la ciudad. Siempre tuve la inquietud de decir por qué no se cuenta lo que había una noche antes, un día antes, y, afortunadamente, entre 1980 y 1985 hubo una época en la que yo viví la ciudad con mucha intensidad, como un noctambulo frecuente y asiduo a muchos espacios que desaparecieron; para empezar, los que se ubicaban en el Hotel Regis: la Taberna del greco, El impala, El capri, la cantina El establo; también los que desaparecieron con el Hotel Del Prado, entre otros el bar Montenegro; por no hablar de los salones Cantiles y Versalles, y de muchos otros espacios que a partir de esa noche del 19 de septiembre ya no fueron lo mismo; nos hablaban de una ciudad que había quedado sepultada. Entonces pretendo en este libro rescatar mi memoria de esta ciudad en una serie de viñetas, que no necesariamente debe coincidir con la de otras personas”. —¿Nos puede ampliar el panorama de cómo era la vida nocturna en México antes del sismo?

—Muy intensa. Ya había signos de agotamiento. La clientela de los cabarets empezaba a bajar. Habían resistido crisis económicas. La de López Portillo, para no ir muy lejos. Y mantener un espectáculo en un cabaret de primera era muy caro, desde el vestuario, los bailarines, los tramoyistas que intervinieran, el personal, los meseros, los acomodadores de autos y el local. Por otra parte, no había un real relevo generacional en las vedettes, muchas ya venían desde finales de los 60 y mostraban signos de fatiga; pero, con todo esto, todavía en el 85 había una celebración constante de la noche. Lo que más recuerdo era la enorme diversidad. Por ejemplo, podías ir a un cabaret de primera a ver a las grandes estrellas; me refiero a Olga Breeskin, a la Princesa Lea, o podías visitar un cabaret de segunda donde encontrabas a una vedette menos prestigiada o que ya iba de salida y, también en ese lugar, te la pasabas contento. Podías asistir a un cabaret de tercera donde únicamente ibas a bailar con las famosas ficheras. Otra opción era meterte a un bar a escuchar a cantantes que fueron leyendas del canto, como Fernando Fernández o Lupita Palomera. En el Teatro Blanquita actuaba Celia Cruz, Bienvenido Granda. En el sur de la ciudad se presentaba Mauricio Herrera en Concierto miedo. A la Zona Rosa se iba a disfrutar conciertos de trova, de jazz o de rock. Javier Bátiz tenía un local en donde era el cine Insurgentes. Rodrigo González se presentaba en la plaza del Metro Insurgentes, en la Casa del Canto. En la periferia proliferaban los hoyos fonky, y en otros lugares florecían las discotecas. En los hoteles existía música para escuchar. La vida nocturna no se agotaba en los cabarets. Extendía sus dominios hacia muchos otros ámbitos donde la gente podía divertirse sin importar a qué clase social


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libro que ya no pasa por el periódico. Hay algunos que son extraordinarios periodistas, otros que necesitan madurar, pero sí hay un gran movimiento en torno a la crónica en la actualidad. —Durante su formación periodística convivió con algunas leyendas del periodismo, ¿qué recuerdos tiene de esa etapa? —Me formé con una de las últimas grandes generaciones del periodismo mexicano. Recibí varias lecciones. La primera de ellas es la obligación de ser fiel a lo que estás viendo, que no necesariamente es lo que están viendo los otros, pero lo que tú estás viendo no lo puedes deformar, tienes que consignar tus experiencias. El ser libre, el sentirte libre con los que escribes y en el espacio que utilizas, el no claudicar nunca de la curiosidad, el no volver bajo una rutina, una obligación, sino la oportunidad de aprender, de descubrir, de conocer mundos y personajes que no te habías imaginado; entonces, esas tres características da fidelidad a lo que estás viendo, la libertad con que debes ejercer tu oficio y el disfrute del oficio mismo, el agradecimiento con la oportunidad que te da de conocer tantas cosas. Todo esto, para mí, fueron lecciones invaluables.

Fotografía: shutterstock.com

perteneciera. Había de todo. Desde ir a bailar al Salón Veracruz, al California Dancing Club o al Salón Colonia, dependiendo esto de tus recursos económicos. En los bares se escuchaba música romántica. Esta enorme diversidad de propuestas no la veo en la actualidad, sino un empobrecimiento de la vida nocturna, al que hay que aunarle, desde luego, la crisis económica y la inseguridad. No es que en aquella época no hubiese violencia, ni asaltaran a los ciudadanos, pero no a los grados a que se ha llegado en estos primeros años del siglo XXI. —¿A qué se debe que actualmente se vive la presencia de crónicas de periodistas en los libros? —Desde hace algún tiempo la crónica ha cobrado auge, hay muchos jóvenes practicándola. La academia se incentiva, desde las instituciones también, y esto no solamente en México sino en muchas otras partes. Recuerda que, durante la anterior administración federal, en el Museo de Antropología hubo encuentros de cronistas que se llamaron “Los nuevos cronistas de Indias”, y hay muchos periodistas que están reuniendo sus materiales para publicarlos en forma de libros o muchos otros que emprenden el trabajo específico de una crónica para que sea un


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