Homenaje a luis caballero zoreda

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Homenaje al doctor D. Luis Caballero Zoreda Como pionero en la arqueología madrileña y por su trayectoria profesional

Las primeras investigaciones arqueológicas en la sierra madrileña se deben al doctor D. Luis Caballero Zoreda, principalmente con sus trabajos en Soto del Real y Manzanares el Real, durante la década de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Desde entonces su labor investigadora como museólogo y arqueólogo ha dejado un registro bibliográfico extraordinario, contribuyendo a un mejor conocimiento sobre la Antigüedad Tardía y el paso a la Alta Edad Media, a través de una rigurosa metodología, contribuyendo, junto con otros especialistas, al desarrollo de la arqueología de la arquitectura.

El reconocimiento a dicha labor profesional, así como a su apoyo desinteresado a cuantos interrogantes se le han planteado por parte de nuestro equipo de investigación, sin olvidar su interés por revitalizar el patrimonio arqueológico serrano, motivó a la Asociación Cultural “Equipo A de Arqueología” a la celebración de un merecido homenaje, que tuvo lugar el vienes 28 de octubre de 2016 en Colmenar Viejo. Un homenaje que fue respaldado por numerosos investigadores, colaboradores y discípulos suyos, así como familiares y vecinos de las localidades serranas.

Como recuerdo, reproducimos a continuación la felicitación del homenaje, a cargo de nuestra asociación, así como el discurso ofrecido por el homenajeado, dado su interés ante la radiografía que nos ofreció sobre sus inicios en tan exitosa trayectoria profesional.

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Buenas tardes. En nombre de la Asociación Cultural “EQUIPO A DE ARQUOLOGÍA” muchas gracias por vuestra presencia y respaldo al acto de homenaje que brindamos al doctor Luis Caballero Zoreda. Gratitud que extendemos, por supuesto, al homenajeado por su aceptación, así como a los miembros de la mesa.

Hace mucho tiempo, entre los sectores académicos se solía ironizar sobre los romanos, en relación a la pérdida continuada de su material cerámico a lo largo de todo el territorio de su Imperio, dada la frecuente aparición de terra sigillata en cualquier tipo de registro arqueológico. Precisamente, bien podría decirse, Luis, que una sigillata en el camino cambió tu vida profesional. Aquel hallazgo vino a ser como una semilla que posteriormente germinó en una extraordinaria 2


trayectoria profesional.

De aquellos trabajos pioneros en la Sierra madrileña, en especial en el Cancho del Confesionario, en Manzanares el Real, y en la vecina población de Soto del Real, se formó el arqueólogo y museólogo, que decidió iluminar el camino oscuro de la Antigüedad tardía y el paso a la alta Edad Media, cuando en la arqueología española traspasar la barrera del 711venía a ser como un viaje hacia lo desconocido para la mayoría de los arqueólogos.

Pero lo mismo que el camino se hace al andar, como dijera el poeta, tu labor investigadora promovió no solo el conocimiento, abriendo nuevos horizontes, dirigiendo proyectos de excavación, sino formando a futuros especialistas. Además, no te conformaste con el análisis de los restos del pasado, sino que entendiste que, desde tu labor investigadora en el CSIC y otras instituciones, para que el pasado tuviera futuro era necesario invertir en la restauración y puesta en valor del patrimonio, como una vía más del desarrollo cultural, educativo y económico, y que en arqueología no solo había que mirar la estratigrafía del subsuelo sino que también había que hacerlo en altura, contribuyendo así a la buena y tan necesaria simbiosis entre arqueología y arquitectura.

Luis, podría decirse que tu labor investigadora tiene un denominador común: La sistematización del buen método arqueológico y la necesidad de caminar en equipo, enfrentándose al yacimiento de forma interdisciplinar. Haciéndolo, además con valentía, replanteando, si es necesario, dudas sobre lo oficialmente teorizado. Invitando a dar un paso atrás para recapacitar sobre lo postulado, con objeto de continuar caminando con mayor firmeza y convicción.

Esa es la magnífica huella que has dejado en la arqueología española, y en lo personal, siempre tendremos al Luis abierto, consejero y mejor persona. En esta nueva etapa de tu vida, más propicia, si cabe, para poner en manos de los demás la sabiduría adquirida, este EQUIPO A DE ARQUEOLOGÍA desea que tengas nuevamente un encuentro con otra cerámica, como inicio de un nuevo camino, ahora, con seguridad, más cercano a los tuyos. No, no es una sigillata más, es una pieza elaborada con el mismo barro que utilizaron aquellas personas que poblaron este territorio serrano, por el que tanto te interesaste. Acéptala como muestra gratitud y reconocimiento a tu extraordinario legado. MUCHAS GRACIAS

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Una sigillata en la vía (título © del Equipo A)

Agradezco al Equipo A de Arqueología de Colmenar Viejo y especialmente a Fernando Colmenarejo este acto. También mi agradecimiento a todos los que participaron en él, amigos y compañeros de trabajo, y a todos los asistentes. En esta intervención expongo cuál es la razón de ser de este acto para mí. Esta zona de Madrid, al pie de la sierra y en concreto de La Pedriza, se relaciona con mi inicio en la Arqueología. Por ello, este acto cierra el círculo que une el principio con el final de mi vida profesional, lo cual me obliga a recordar aquella situación, con sus circunstancias y sus personajes, de los que yo fui uno más. Pero además mi inicio profesional se vincula con el comienzo de la Arqueología de campo moderna en nuestro país o, siendo más preciso, con su implantación y expansión. Cuando yo tenía diez años (1956 y 1957), mi familia veraneó en Chozas de la Sierra. Entonces aún ese vecino pueblo no se llamaba Soto del Real, nombre que cambió unos años después (1959). El arroyo Mediano aún llevaba suficiente agua en verano y era posible pescar peces, en la charca junto al Molinillo de Papel, que nos preparaba mi madre para cenar. Mi padre, Luis Caballero Ortega, era un montañero veterano que había sido presidente de la Sociedad Deportiva Excursionista durante la República y al que en 1971 le concedió la Federación de Montaña la medalla al Mérito Deportivo. Los fines de semana recorríamos la sierra de Guadarrama. Su afición por el Patrimonio y el inicio de mis estudios de Historia en la Universidad Complutense (en la siguiente década de los años 60) hizo que empezara a fijarme en algunos hallazgos anecdóticos que nos salían al paso. En una excursión desde Cercedilla a Valsaín, por la llamada vía romana de la Fuenfría, en la vertiente segoviana, encontré un fragmento de cerámica romana sigillata en el sustrato de la calzada que publiqué en el Boletín de la Sociedad Deportiva Excursionista. En otra ocasión, un montañero me entregó una moneda constantiniana procedente de un tesorillo al parecer hallado en la Cañada de la Pedriza. También recuerdo el hallazgo superficial de los fragmentos de cerámica estampada en el entorno de la ermita de Peña Sacra, a la entrada de la Pedriza. Pero tuvo más relevancia la noticia que nos dio otro montañero, que, aunque alemán, no era arqueólogo. Nos habló del poblado de Los Jengibres, que visitamos poco después, dejándonos impresionados por su situación y por el silo en lo alto del cancho, que le daba su nombre real, Cancho del Confesionario. Este “hallazgo” coincidió con mi conocimiento de Martín Almagro Basch, catedrático de Prehistoria en la Universidad. Debía ser el año 1965 o 1966 cuando yo estaba en segundo de los cursos de comunes o en primero de especialidad en el que se daba Prehistoria. 4


Llevé la noticia al seminario que Almagro organizaba algunas tardes en el Museo Arqueológico Nacional, donde se encontraba el Instituto Español de Prehistoria. Este, ante mi descripción y los fragmentos cerámicos que enseñé, dedujo que se trataba de un castro de la Edad del Hierro y que debía comprobar la planta de sus casas, si eran redondas o cuadradas, lo que ayudaría a definir el límite entre los celtas y los íberos. El profesor Almagro había llegado a Madrid en la anterior década de los años 50. Yo era compañero de clase en el Instituto desde los diez u once años de su hijo Martín Almagro Gorbea. Ahora, en los años 1965 o 1966, se estaba gestando un cambio de rumbo en el gobierno del Estado, que iba a ser ocupado por los tecnócratas del Opus Dei. Almagro se preparaba para ese cambio procurando crear un grupo de discípulos entre sus alumnos de la Universidad, entre mis compañeros. Efectivamente, en 1968 Florentino Pérez Embid fue nombrado director General de Bellas Artes e inmediatamente Almagro asumió, además de la cátedra y de la dirección del Instituto de Prehistoria que ya poseía, las direcciones del Museo Arqueológico Nacional y de la Comisaria de Excavaciones Arqueológicas. Hoy nos asombra esta posibilidad y capacidad para acaparar puestos, pero esta era la estrategia consciente que Almagro seguía desde los años 40 en Barcelona como único medio para conseguir la fuerza y los medios necesarios que le permitieran establecer una base segura para desarrollar la investigación arqueológica. Su facilidad como líder para crear equipos a su alrededor y su fama de eficaz gestor posibilitó que modernizara las salas y los almacenes del Museo Arqueológico, que centralizara en su edificio los centros arqueológicos que dirigía y que lo dotara con la mejor biblioteca arqueológica del momento, junto a la del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Esta situación llevó a Almagro a relacionarse con un estrecho colaborador de Pérez Embid que tenía su chalet en Soto del Real, Amalio García Arias (cuyo nombre me recuerda Eladio). Al parecer en las afueras del pueblo se conservaban los restos de un mausoleo romano que Almagro me mandó excavar. Resultó ser el Molinillo de Papel y solo con su limpieza se comprobó que, como su nombre indicaba, era un molino de papel que se abastecía de las aguas del Arroyo Mediano, en el que había pescado de jovencito. Esto me llevó a conocer al entonces párroco de Soto, Eladio Navarro Castillo, con el que pronto hice amistad. La decepción del Molinillo propició iniciar a cambio la excavación en el Cancho del Confesionario, con la ayuda de Germana Megias Pérez. Ya metidos en la década de los años 70, terminados mis estudios, ayudaba a la vez en la Comisaria de Excavaciones y en la obras del Museo Arqueológico donde a poco conseguí una plaza de conservador (1971). Estos trabajos conllevaban nuevas responsabilidades que me alejaban de Soto y del Cancho. Las excavaciones del Cancho las continuó Megias. Y se iniciaron enseguida las de la parroquial de la Inmaculada de Soto que dirigió Manuel Osuna Ruiz, un serio y maduro 5


arqueólogo que a los pocos años consiguió la dirección del Museo Arqueológico de Cuenca. En el paso a la década de los 70, se inició la excavación del poblado de Navalvillar en la dehesa de Colmenar por Concepción Abad Castro. Concepción con Hortensia Larrén Izquierdo llevaron al alimón las excavaciones de urgencia de iglesias mudéjares en restauración de la provincia de Madrid (Valdilecha, Pezuela de las Torres) que, si mal no recuerdo, coordinaba como encargado de la arqueología de urgencia de la provincia. Años después (hacia 1980) aún trabajé en las cercanías de esta zona, en las atalayas islámicas y el yacimiento teodosiano de Valdetorres de Jarama. Pero ya me orientaba a otras actividades: primero al Museo y la museología, las cerámicas romanas y las primeras excavaciones, entre ellas Melque que se convirtió en mi tesis. Más tarde pasé al Consejo de Investigaciones Científicas, con proyectos de investigación y desde donde introduje la Arqueología de la Arquitectura y desarrollé mi discutida y poco aceptada teoría de que las iglesias llamadas visigodas son en realidad altomedievales, posteriores al 711. Pero esta es otra historia. Vuelvo a donde iba: a mi parecer la década de 1970 supuso, gracias al empuje de Almagro, la imposición de la Arqueología de campo en nuestro país. Existían algunas excavaciones científicas de grandes yacimientos o conjuntos. Almagro llevó hasta 1966 la de Ampurias. Pero ahora desarrollará, creo que por primera vez, excavaciones de urgencia, vinculadas bien a obras públicas (por ejemplo Alconétar debido al embalse de Alcántara; cito aquellas en que yo participé), a obras de restauración (la iglesia de Santa María de Melque) o a arqueología urbana (las murallas de Madrid). Intentó potenciar codirecciones con las excavaciones del Instituto Arqueológico Alemán (iglesia paleocristiana de Casa Herrera, con Thilo Ulbert). Y especialmente desarrolló las publicaciones científicas de Arqueología del Instituto de Prehistoria del Consejo y la Comisaria de Excavaciones, que existían desde 1958, incitando a los arqueólogos a publicar sus memorias. La Arqueología aún se encontraba lastrada por un Anticuariado preocupado por el interés del hallazgo y por la presunción previa. Ello explica que me mandara excavar un mausoleo donde había un molinillo o un castro del Hierro que era altomedieval. Pero Almagro era consciente de que la Arqueología se basaba en un método científico que había que potenciar. En Ampurias introdujo el método Wheeler e invitó (entre otros arqueólogos punteros europeos) a Nino Lamboglia para que efectuara allí una excavación estratigráfica pionera que supuso corregir el método Wheeler en la dirección de lo que hoy conocemos como método Harris. De la misma manera se preocupaba por la formación de sus discípulos. En el año 1966, cuando descubría el Cancho del Confesionario, asistí al último Curso de Ampurias que él dirigió y donde me inicié en la excavación y aprendí las nociones de la tipología (coincidí con Rafael Puertas Tricas, que sería director del Museo de Málaga); en 1968 me mandó a Ventimiglia a aprender con Lamboglia estratigrafía y ceramología 6


(donde coincidí con Mariano del Amo de la Hera, que sería director de los Museos de Huelva y Palencia); y al año siguiente, al yacimiento romano de Mulva (Sevilla) a aprender dibujo y topografía con los alemanes Wilhelm Grünhagen y Theodor Hauschild. Habré dado la sensación de estar haciendo un panegírico de Don Martín, como llamábamos a Almagro. Las circunstancias son las que fueron y Almagro representaba para mí el factótum, desde luego. Sin embargo, a su alrededor estaban las personas, los técnicos, los discípulos, las autoridades locales y los amigos del Patrimonio, gracias a los cuales podía llevar a cabo su política. Así viví yo aquel comienzo de la Arqueología que es lo que considero que hoy homenajeamos.

Luis Caballero Zoreda Colmenar Viejo, 28 de octubre de 2016

GALERIA FOTOGRÁFICA

Un momento durante el homenaje: De izquierda a derecha: Francisco Moreno, Fernando Colmenarejo, Luis Caballero, Luis Caballero, hijo, e Isaac Sastre

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Un marco histórico para un momento especial: El pósito de granos de Colmenar Viejo

Luis Caballero Zoreda, tras su homenaje, con familiares, amigos y miembros de la asociación cultural EQUIPO A de Arqueología

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Luis Caballero Zoreda durante su visita al yacimiento de Navalvillar y al Museo de Colmenar Viejo, en septiembre de 2016

Excavación arqueológica en Soto del Real, a principios de la década de los años setenta del siglo pasado. Cortesía: Luis Caballero Zoreda

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Diario de campo de la excavación arqueológica en el “Molinillo de papel, en Soto del Real. Principios de la década de los años setenta del siglo pasado. Cortesía: Luis Caballero Zoreda

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Portadas de publicaciones con la colaboraciรณn de Luis Caballero Zoreda

ยก FELICIDADES, LUIS !

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