LAS COFRADร AS DE LA SIERRA
Normas y tensiones en la religiosidad local (siglos XVII, XVIII y XIX)
Roberto Fernรกndez Suรกrez
Introducción
William Christian apunta en su libro sobre religión local en el siglo XVI en Castilla: “Las reliquias han podido ser, como Peter Brown apunta, la base común de la Cristiandad, uniendo a los cristianos del occidente europeo de manera más segura que las peregrinaciones. Pero a tenor de las Relaciones Topográficas mandadas realizar por Felip II, las reliquias, en el siglo XVI, parecen haber tenido un efecto opuesto, el reforzar el orgullo comunitario y el localismo”. Según este párrafo, que comenta algunas de las características propias que tuvieron las reliquias y su impacto entre los fieles, se pueden observar dos polos opuestos, dos posibles estrategias, dos caras contrapuestas de una idéntica tensa relación. Por una parte, hallamos la presencia de reliquias como un proceso por el cual la Cristiandad se ve unificada y, en cierta media, homogeneizada. Pero, por otro lado, estas mismas reliquias fueron generadoras de diferencias entre comunidades. Unificación y diferenciación, homogeneización y particularización, dos procesos inmersos en un idéntico planteamiento, todo ello amparado oficialmente desde la Iglesia. No fueron, evidentemente, las reliquias los únicos focos de este proceso. Debemos incluir igualmente las devociones y los cultos a las imágenes religiosas ubicados en altares parroquiales, en ermitas extramuros y en santuarios alejados pero también en la creación, existencia y desarrollo de las cofradías y hermandades religiosas que se fundaron a lo largo del tiempo. El tema de este estudio se centra en las cofradías de Colmenar Viejo. Encarnaron, por un lado, un ideal explícitamente religioso y devocional. Directamente controladas por las autoridades eclesiásticas, actuaron dentro de un marco normativo muy controlado. Dicho control se ejercía desde los inicios de un proceso de creación de una cofradía. Por ejemplo, sus ordenanzas debían cumplir unos requisitos aprobados por la autoridad arzobispal. Así mismo, moldeaban conductas grupales bajo el prisma de la homogeneización centralizada ejercida por el poder eclesiástico. Éste incidió en el ciclo festivo local con la inserción de un nuevo símbolo religioso, una nueva advocación que había de ser venerada entre los fieles. Incluso el poder eclesiástico podía entrometerse, bajo un estricto control, en las vidas de los feligreses en los momentos más privados de las personas y sus familiares como la muerte. En definitiva, con la presencia activa de las cofradías como modelo de devoción, la Iglesia pretendió extender su política de control, imponiendo pautas regularizadoras y explícitas para todos los feligreses. Ahora bien, todo ello no es suficiente para poder captar la realidad manifestada mediante la actuación de los cofrades. Como veremos más adelante, se puede observar que existieron puntos de conflicto, abiertos en ciertos casos, y deliberadas tensiones entre esta política religiosa institucional y las comunidades locales o al menos algunos de sus segmentos sociales determinados que generaron sus propias pautas y códigos. Este proceso
de tensión se reflejó, igualmente, en las cofradías. Las diferentes estrategias tomadas por las cofradías por salvaguardar sus propios intereses formarán parte del interés principal de este estudio que se centrará en las cofradías de Colmenar Viejo a lo largo del tiempo.
Las ordenanzas como modelo y pauta
Todas las cofradías estuvieron organizadas siguiendo el mismo modelo, según un principio organizativo idéntico. Los estatutos vertebraban al grupo. Según Gabriel Le Bras, existe un miedo permanente que preocupa a los hermanos cofrades, el del gobierno arbitrario. Para ello, intentaron conjurar el peligro mediante la formalización de ordenanzas que imponía, en su articulado, elecciones periódicas, cargos temporales (normalmente anuales) y control de todo tipo. A continuación, voy a presentar y analizar el perfil de un conjunto de ordenanzas pertenecientes a diferentes cofradías de Colmenar Viejo y de otras poblaciones serranas de los siglos XVII y XVIII. El área geográfica elegida corresponde a los antiguos límites del Sexmo de Manzanares cuyo dueño fue, en el antiguo Régimen, el Duque del Infantado. Destacan, a grandes rasgos, dos bloques. El primero de ellos está relacionado con la organización interna de las cofradías. Destacaré cinco aspectos relevantes:
•
El nombramiento de los cargos.
Una vez al año, generalmente antes de la celebración de la festividad general correspondiente al titular de la cofradía, se celebraban las juntas generales donde se abordaban temas tan importantes para su funcionamiento como los nombramientos de los nuevos cargos por un periodo de un año. Un aspecto interesante a destacar, común a todas las hermandades estudiadas es el de la celebración de las votaciones de forma secreta. Existe, igualmente, una cierta diferenciación en relación a competencias entre los miembros con cargos en la junta y los demás cofrades. Esta “élite interna comprometida” es la que decidía sobre la elección de los cargos de la próxima junta sin que los demás cofrades pudieran interferir en su decisión. Solamente les quedaba ratificar los nuevos cargos. En definitiva, el proceso anual de los nombramientos de los cargos de una cofradía precisaba cierta rotatividad entre los mandos para evitar posibles estancamientos o monopolización. Pero, a pesar de ello, se aprecia la existencia de otras estrategias internas como la de crear un pequeño grupo de hermanos cofrades que monopolizaban la transmisión de los cargos, estrategia que confirma el interés en la capacidad de un grupo
limitado para llevar a mejor término los intereses de una cofradía. Los asuntos internos de la hermandad eran mejor tratados entre unos pocos, “porque donde hay la muchedumbre, allí está la confusión”.
•
Funciones de los cargos.
Todas las cofradías estudiadas estaban bajo el mando del cura párroco quien presidía las juntas generales y las cuentas anuales. Podemos realizar un organigrama prototipo de todos los cargos que aparecen en las diferentes cofradías estudiadas donde se pueden destacar un determinado perfil de funciones: •
Un hermano mayor o Alcalde, también llamado Prioste.
Como cabeza visible de la cofradía, debía ser y dar el ejemplo a los demás hermanos y vigilar el cumplimiento de las funciones de los cargos elegidos. Por otra parte, convocaba a las junta generales y nombraba a otros hermanos para visitar a los cofrades enfermos o bien para “abrir” sepulturas, es decir ocuparse de su entierro. Esta función de mando, sin embargo, no le impedía realizar otras funciones como las de realizar controles de las limosnas que se entregaban como muestra de devoción hacia la imagen titular de la cofradía, control no siempre atribuido a su cargo como lo demuestran las ordenanzas de la hermandad de San Isidro de Colmenar Viejo. •
Dos mayordomos
Estos cargos controlaban las rentas de las propiedades pertenecientes a la cofradía así como sus ingresos que generaban la misma. Apuntaban las cuentas y era su obligación de entregarlas actualizadas a los siguientes mayordomos el día de la toma de sus cargos. Sus funciones aumentaban, demás, con el control de las limosnas de los hermanos que entregaban a lo largo del año y asimismo de las posibles multas. •
Un secretario
Este cargo, en casi todas las cofradías estudiadas, era de carácter perpetuo. Rara ello cobraba un sueldo de la cofradía. Era, pues, una de las personas más importantes de esta organización religiosa. Sus funciones se centraban básicamente en autorizar con su firma cualquier tipo de documento dándole un carácter oficial. Firmaba las actas de todas las reuniones de la junta directiva, de las asambleas ordinarias y extraordinarias así como la presentación de cuentas por parte del tesorero.
•
Los consiliarios
Solían ser entre dos y cuatro. Debido al interés de no entorpecer la buena marcha de las juntas generales, estos cargos intentaban vigilar el buen orden de las cofradías y las conductas de los hermanos. Eran las personas que daban el toque de atención a la junta respecto a cualquier tipo de anomalía de los cofrades: el no cumplimiento de determinadas normas, la falta de participación, etc… •
Los mullidores o agentes
Solían ser dos hermanos elegidos para tal cargo. Su cometido era el de avisar a los demás hermanos cofrades de las fechas convocadas para las juntas y cuidar las lámparas del altar donde estaba ubicada la imagen titular de la cofradía. Respecto a la enfermedad o muerte de un hermano cofrade, los mullidores debían avisar a los demás cofrades de la noticia y convocarles a la ceremonia funeraria y entierro. •
Tesorero.
Al igual que el secretario, solía ser un cargo ocupado por una persona durante varios años. Era, por lo tanto, uno de los cargos importantes de la cofradía. Con su firma al final de las cuentas, las daba un carácter oficial quedando anotado en el libro de cuentas de la cofradía. Tenía que responder con su propia capital, cualquier tipo de alteración de las cuentas cuando el visitador eclesiástico nombrado por el obispado realizaba periódicamente el control de dichas cuentas.
•
El reclutamiento
Una tarea vital para todas las cofradías era su capacidad por atraer a fieles que se convirtieran en cofrades de las mismas ya que la intención de sus promotores era la de mantener a lo largo del tiempo el culto a la imagen titular de la cofradía. El reclutamiento era un elemento básico para la constante perpetuación de hermanos cofrades. No todos los feligreses podían ser hermanos cofrades ya que existían varios filtros de selección. El primero era como condición básica ser feligrés de la parroquia, es decir ser del pueblo. El segundo era la selección económica. No todos los vecinos podían permitirse la posibilidad de pagar una determinada cuota de ingreso así como los demás pagos periódicos de los cofrades. Este filtro económico, sin embargo, no erradicó la presencia de los vecinos más modestos en el seno de la cofradía. Todo dependía de las cantidades asignadas como cuota. Si no eran elevadas, se daba la posibilidad a que vecinos poco pudientes pudieran ingresar en la cofradía. De ahí que se pudiera percibir en las localidades serranas diferencias entre cofradías, unas más potentes que otras a nivel económico en las que se reflejarían las niveles sociales internos y la riqueza del culto proporcionado por las
cofradías. El tercer filtro se centraba en la vigilancia de las conductas: es decir la moralidad de los pretendientes a cofrades. Sus rasgos morales eran previamente evaluados por la junta directiva. Los pretendientes debían presentar, en muchos casos, un memorial personal, una especie de relación de virtudes propias donde constaban los motivos e intereses del individuo para ingresar en la cofradía. Es digno de destacar, en algunos casos de las cofradías estudiadas, el hecho de que el hijo mayor de un cofrade podía entrar en la cofradía sin pasar por el filtro anterior. La relación familiar era una pauta suficiente para otorgar confianza en la filtración de candidatos. Una vez elegido secretamente por votación, el nuevo hermano estaba obligado a escuchar las ordenanzas y aceptarlas para pasar seguidamente a pagar su ingreso o “entrada” en la cofradía. Este aspecto fue destacado por la historiadora Maureen Flynn ya que considera que las ordenanzas ejercían un efecto más profundo en las conciencias religiosas de los cofrades que los propios sermones realizados por el cura párroco. Debido a la frecuencia de sus lecturas podían formar uno de los textos devocionales más importantes de un cofrade. Esta hipótesis parece interesante siempre y cuando se valore la medida tomada por las cofradías a la hora de confeccionar dichas ordenanzas y en su interés en cumplir dichos requisitos de selección y adoctrinamiento religioso. Este aspecto doctrinal, impulsado desde la élite eclesiástica, era un elemento de persuasión institucional, unas prerrogativas obligatorias para todas las cofradías. Éstas debían cumplirlas si querían fundar una cofradía aunque el interés inmediato de los cofrades estuviera, más bien, relacionado con otros aspectos como la organización del culto y la ostentación de sus manifestaciones. ¿Cuál fue el interés o la estrategia asumida por las cofradías para seleccionar a los pretendientes? Esta pregunta nos remite a la propia estructura de las hermandades. Si existe selección en el reclutamiento es que consideraban que no todos los vecinos podían ser hermanos. Por lo tanto, como afirma Marie Claude Gerbet, la cofradía actuaba como un determinado grupo social. Su acceso no era libre, estaba sometido a reglas que conllevaban, desde el principio, a hacer de las cofradías estructura cerradas. De todas las cofradías estudiadas, solamente una no hace constar en sus ordenanzas la selección de pretendiente, siendo esta cofradía la única de todas ellas con devoción a una Imagen religiosa patronal. Todas las demás plantearon, no sin tensiones con el Arzobispado de Toledo, ser cofradías cerradas. La ausencia de documentos relativos a dichas cofradías impide conocer con detalle el desenlace de tal fricción pero sí conviene clarificar algunos puntos. Por ejemplo, en el caso de la cofradía de san Isidro labrador cuyo libro de actas será analizado posteriormente, el Arzobispado de Toledo impuso su voluntad sobre dicha hermandad, imponiéndole una estructura abierta para el ingreso de los vecinos interesados. Por otra parte, la propia institución eclesiástica no parece tener un criterio común para todas las cofradías puesto que las del Santísimo Sacramento son aceptadas como tales organizaciones de carácter cerrado, a diferencia de otras que debieron cambiar su tipo de reclutamiento. De todas formas, esta normativa impuesta desde el poder eclesiástico, provocó la creación de tensiones entre dos enfoques diferentes respecto a ejercer y expresar
la devoción religiosa. Por un lado la Iglesia institucional pretendió que las cofradías fueran organizaciones religiosas abiertas de tal manera que todos sus cofrades se caracterizarían por una idéntica fe y devoción. Mientras tanto, las comunidades locales intentaron crear estructuras cerradas que se definieron en torno a la potencialidad de las relaciones sociales como las del parentesco, vecindad, afinidades locales… como clara estrategia para intentar perpetuar las devociones a lo largo del tiempo. Este estudio pretende demostrar que la organización de las cofradías fue uno de los campos de conflicto entre ambas formas de gestionar las hermandades.
•
Conducta normativizadas
La experiencia basada en reuniones o juntas en Concejo abierto parece suficiente para adaptar unas medidas que conducen a mejorar las asambleas internas de las cofradías. Según el principio de “donde hay muchedumbre, está el desorden”, se quiere romper las barreras de las juntas tumultuosas y desordenes que impiden llegar a buen acuerdo, según un criterio de buena armonía. Para ello, se hacía hincapié en una serie de normas que afectaban al cómo comportarse en las juntas, ajustando unas conductas rigurosamente establecidas para poder llegar a buen fin. La minuciosidad con que se llegaba, en algunas ordenanzas, para crear un modelo de comportamiento ideal era realmente revelador de esta preocupación. Se insistía, por ejemplo, en pedir la palabra antes de hablar, en no gritar ni elevar la voz ni tener actitudes desaprobadoras. La preocupación de las cofradías en controlar cualquier tipo de desajustes relacionados con las tendencias hacia el desorden, ha llevado a contemplar unos cargos cuyas funciones se limitaron exclusivamente a moderar y conciliar los posibles altercados de las juntas.
•
Rituales asistenciales ante la enfermedad y la muerte
Una de las metas principales de las cofradías, según sus ordenanzas, era conseguir un servicio de asistencia para los hermanos enfermos o difuntos. Se puede establecer tres fases destacadas en las que las cofradías ofrecían sus servicios:
•
Cuando el hermano estaba enfermo. La cofradía debía, una vez conocedora del caso, delegar en unos hermanos (dos en general) las tareas de asistencia que consistían en acompañarle y socorrerle.
•
Cuando el hermano fallecía. La cofradía, en ese caso, se comprometía a asistir en pleno al entierro con su particular despliegue de achas, velas y estandarte (solía en este caso ser de color negro). Con la presencia del cura párroco y de frailes si los hubiese, los hermanos se encargaban de todos los detalles asistenciales como el llevar el cuerpo del difunto en un ataúd, ataviado con una mortaja proporcionada por la propia cofradía, los hermanos se encargaban de “abrir” la sepultura en la iglesia ante el altar titular de la cofradía, lugar preferido de los hermanos.
•
La cofradía se comprometía a celebrar todas las misas pertinentes que establecían las ordenanzas. La asistencia de todos los cofrades era obligatoria en todas estas celebraciones funerarias. La más importante se realizaba una vez al año, coincidiendo con la misa general para los hermanos difuntos o misa de honrras.
El gasto económico de estas tres fases corría por cuenta de las cofradías, lo que suponía abarcar todos los compromisos posibles, el asistencial y el económico. El factor asistencial, además, se ampliaba a las esposas, hijos y viudas de los cofrades en un intento de proporcionar al resto de la familia una seguridad para estos momentos trágicos.
La extensión de estos servicios funerarios podía, en el caso de algunas cofradías, abarcar a todas las personas de la comunidad, los más pobres en general. Por lo tanto, la importancia dada por las hermandades a todos los preparativos, rituales y asistencias para los muertos se centra en dos puntos. El primero sería, de acuerdo con P. Ariès, el polo caritativo, es decir “enterrar a los muertos se halla en el mismo nivel de caridad que dar de comer a los hambrientos, cobijar peregrinos, vestir a los desnudos, visitar enfermos y prisioneros”. Al igual que las ofrendas devocionales, se buscaba un lugar privilegiado en el intercambio con lo divino ya que los actos de caridad se consideraban como un especie de “aval” que permitía estar en buena posición para solicitar favores a los seres sagrados.
El otro aspecto a considerar era el de los servicios. La parroquia podía contar
con sus cofradías como servicio funerario que suplían, en gran medida, una responsabilidad que, en principio, le correspondía. Por ello es cierto considerar los siglos XIX y primer tercio del siglo XX como testigos de la progresiva desaparición de muchas cofradías al mismo tiempo que otras muchas se especializaron en servicios funerarios casi exclusivos. Por ejemplo, la cofradía del Santísimo Sacramento de Colmenar Viejo ingresaba en gran medida unos beneficios procedentes de los alquileres de velas para entierros. Idéntica situación con la de Guadalix de la Sierra, del mismo nombre, cuyos miembros estaban obligados por ordenanza a asistir a todas las prácticas funerarias.
Las cofradías ante la comunidad
Otro gran apartado dedicado al estudio de las ordenanzas de estas cofradías serranas se centra en la organización externa de las cofradías, es decir el impacto que dichas organizaciones podían tener respecto a la comunidad local. Existe una serie de ordenanzas que se dedicaron a delimitar el campo de acción colaborativo de determinadas personas que no eran miembros de dichas organizaciones respecto a sus colaboraciones en la festividad de los titulares de las cofradías. Para estas organizaciones, dicho acto festivo era el momento más importante del año. El despliegue procesional ritualizado tomó tal relevancia para los cofrades que dicha fiesta principal acaparó toda su interés devocional y participativo. Este casi exclusivo interés dejaba de lado otras cuestiones importantes para la vida interior de las cofradías. Así consta en un informe realizado por un cura párroco en 1732 respecto a las fiestas generales donde todas las cofradías debían desfilar por las calles de la localidad. Nuestras cofradías pueden clasificarse en función de los siguientes grandes modelos de devoción propuestos por la Iglesia para todos sus fieles: •
Cofradías con devoción a Cristo: •
Santísimo Sacramento: son cofradías con mayor actividad procesional debido a sus propias ordenanzas que obligaban a sus miembros a participar en actos devocionales todos los terceros domingos de cada mes, los martes de carnaval, los jueves y viernes de Semana Santa y en la festividad del Corpus Christi. En algunos casos, esta devoción a Cristo era compartida con otras advocaciones como la de la Concepción de Nuestra Señora, duplicando , de esta
manera, los rituales procesionales por las calles del pueblo. En el caso de Colmenar Viejo, son dos cofradías diferentes que fusionaron en el siglo XIX, según viene estipulado en el libro de dicha hermandad, justificando dicha fusión por el hecho de que ambas cofradías tenían muchas ordenanzas en común. •
•
Cofradías con devoción a la Virgen María: •
•
Destacamos dos tipos. Uno está dedicado a cofradías con doble participación ritual a lo largo del año, la que corresponde a su titular y a la que se implica en las procesiones de Semana Santa. Podemos citar los ejemplos de la Virgen del Rosario, Dolores. Carmen o Mercedes cuyas cofradías celebraban las festividades marianas de sus titulares compartiendo otras celebraciones, sobre todo en Semana Santa y Corpus Christi. El otro tipo se refiere a cofradías con devoción con una única participación ritual y procesional como el caso de la hermandad de la Virgen de Nuestra Señora de los Remedios de Colmenar Viejo.
Cofradías con devoción a santos. •
•
Advocaciones como la del Cristo del Sepulcro cuyas cofradías estuvieron comprometidas con los rituales de la Semana Santa y la del Corpus Christi además de realizar las funciones religiosas que sus propias ordenanzas obligaban, en otras fechas que las anteriores.
Todas las cofradías analizadas cuyos titulares son santos celebraban varias festividades además de las del propio titular. Solo la cofradía de san Isidro de Colmenar Viejo centró su festividad en día del patrono de los labradores de la localidad excepción hecha de la festividad del Corpus Christi donde todas las hermandades quedaban convocadas para participar en dicho acto litúrgico.
Cofradías con devoción a las Ánimas. •
Incluimos en esta tipología a las cofradías de san Miguel ya que por lo general participaban en festividades exclusivamente relacionadas con los difuntos.
Un caso particular: la cofradía de san Isidro de Colmenar Viejo
Después de analizar un conjunto de ordenanzas pertenecientes a cofradías de algunos de los pueblos de la sierra madrileña, este estudio se va a centrar en el caso particular de la cofradía de san Isidro Labrador de Colmenar Viejo. Debido a una buena documentación con libros propios que abarcan el periodo 1732 hasta 1830, se puede estudiar con cierta minuciosidad los principales rasgos que definieron esta organización religiosa.
Esta cofradía se fundó en 1660 con la presencia de las autoridades municipales de la localidad rubricando su firma en los documentos fundacionales. En esos primeros años, llevaba san Isidro canonizado algo más de cuarenta años, convertido en patrono de la Villa y Corte de Madrid. La importancia de su culto en las poblaciones cercanas a la capital y en particular en la sierra madrileña ha marcado profundamente la devoción de los feligreses durante muchas generaciones. Los medios empleados por las instituciones eclesiásticas, municipales y reales para conseguir su canonización fueron muy impactantes para las poblaciones locales de la región. No solamente influyeron en crear un culto importante para muchos si no que el impacto de su devoción llegó a lo más profundo de los feligreses, en el último acto de fe que se reflejaba en las últimas voluntades de los testamentos. El o la feligresa moribunda entregaban limosnas, desde muy a finales del siglo XVI, para que san Isidro fuera canonizado. En la órbita de esta nueva devoción que irrumpió con fuerza en el panorama devocional de los feligreses madrileños, se puede explicar la implicación de la institución municipal en la creación de dicha cofradía. En esos tiempos no existía la separación de intereses y objetivos entre institución municipal y eclesiástica, de tal manera que era habitual que las autoridades municipales interfirieran en asuntos puramente devocionales. De ahí la presencia de la estampa de las firmas de los alcaldes en las actas fundacionales de esta cofradía. Unos informes posteriores a la fundación de dicha cofradía nos confirman que los gastos de esta hermandad en los primeros momentos de su existencia, controlados por el concejo, estaban directamente relacionados con los preparativos de un lugar de culto adecuado para su práctica. Era fundamental buscar un lugar concreto para su culto, legitimarlo para la devoción y para los feligreses. La organización y control del espacio como contenedor de la presencia de imágenes religiosas estaba en manos de las instituciones: se nos habla de dorar su altar en la iglesia parroquial, adquirir una peana para procesionar a la imagen y comprar una lámpara de plata para el uso cotidiano de la cofradía. Dichos informes realizados por el cura local nos permite realizar una radiografía de los primeros años de esta congregación hasta 1732, año en que se decidió elaborar unas
nuevas ordenanzas. De dicho informe se nos dice que desde 1660, año de su fundación, había cuatro mayordomos que pedían limosnas por el pueblo que se redistribuían para poder celebrar su festividad al mismo tiempo que se pretendía consolidar su altar para el culto en el seno de la iglesia parroquial. En 1665, hubo una reducción de cargos de mayordomos, pasando de cuatro a dos, siendo elegidos cada año. Esta reducción de cargos parece coincidir con una fase de rutinización, pasando el primer momento de expansión del culto. Dicho periodo de expansión parece tener relación con los altos gastos contraídos por la cofradía, gastos que se consideraron necesarios para dar el mayor esplendor al nuevo culto. Las primeras partidas de cuentas hacen constar gastos elevados que superaban los 3.000 reales en 1665 y 2.300 reales en 1668. Unos años más tarde, sin embargo, los datos de una “visita eclesiástica” realizada en 1682 por el emisario del obispo de Toledo arrojan los siguientes datos: 440 reales de ingresos y 1.824 reales de gastos, unas cifras que reflejan un importante desfase en contra de las cuentas propias de la cofradía, un destacado déficit que nos hace pensar en una pérdida de la devoción al santo por la menor cantidad de dinero recaudado como limosna. Finalmente dichos informes eclesiásticos confirmaron que la cofradía de san Isidro, fundada en 1660, poseía una estructura interna abierta a todos los vecinos de la localidad sin jerarquías notables ni protocolos para formalizar cofrades siendo el concejo municipal el órgano principal que proporcionaba su culto de tal manera que la festividad del santo se había convertido, en esos años, en la fiesta del concejo. Más tarde, en 1732, el cura párroco, el concejo y algunos vecinos labradores decidieron formular unas ordenanzas. Pero a diferencia del pasado, se planteó un cambio radical: se propuso dar un impulso a la cofradía formando unas ordenanzas donde se proponía una estructura cerrada de 72 hermanos labradores. ¿Por qué unos determinados labradores de la localidad, el concejo y el cura párroco apostaron por una cofradía cerrada? Intentaremos responder a ello. Es cierto que los labradores se sintieron identificados con san Isidro, él mismo labrador, y una cofradía compuesta solamente por labradores locales era una forma de mantener una identidad propia. Pero debemos atender además a otras cuestiones. En primer lugar, una cofradía abierta dependía de la devoción que suscitaba su imagen titular. Durante un periodo inicial de expansión de su devoción, existieron muestras de atracción devocional hacia los feligreses que se concretaron con aportaciones masivas de limosnas que generaron fuertes ingresos. Sin embargo, al pasar los años, sucedió otro periodo más calmado, que llamaremos rutinizado, donde surge el estancamiento o incluso el declive, reflejándose todo ello en fluctuaciones a la baja en sus ingresos. Estos vaivenes devocionales provocados por etapas diferenciadoras y relacionadas con la “moda” de algunas creencias, repercutían sin duda en la estabilidad y mantenimiento de dicha hermandad. En 1732, los fundadores de la renovada cofradía de San Isidro parecían tener argumentos contundentes respecto a esta situación. Habían comprobado que una cofradía abierta era vulnerable al paso del tiempo, sujeta a diferentes intensidades en la devoción que perjudicaban a su continuidad. Por otro lado, el interés por poseer una cofradía cerrada podía responder a varios interrogantes. Uno de ellos era evitar las fluctuaciones a lo largo del tiempo de las cofradías
abiertas. Para ello, una posible solución era la de procurar que sus ingresos fueran fijos y constantes, dos ejes fundamentales para mantener una organización religiosas con garantías a lo largo de los años. Mediante aportaciones anuales de los hermanos, la cofradía ingresaba una suma fija que permitía estabilizarse.
Las cofradías ante la comunidad
¿Qué importancia tenían las cofradías para la población de Colmenar Viejo en el siglo XVIII? ¿Cuántos feligreses se veían implicados en ellas, directa o indirectamente? En definitiva ¿Cuál era el peso social de las cofradías en la vida cotidiana de la población? Responder a ello es ciertamente complicado ya que es difícil apreciar dichas implicaciones sociales. Sin embargo, es imprescindible reconocer la importancia de las cofradías en la sociedad rural de la sierra madrileña en dichos siglos. Utilizaremos la documentación proporcionada por las respuestas al cuestionario del Marqués de Ensenada de mediados del siglo XVIII ya que su importancia documental nos permite conocer la composición social y económica de las poblaciones y, en este caso, la de Colmenar Viejo. A finales de la década de los años 50 del siglo XVIII, existían 11 cofradías de las cuales 10 estaban organizadas según el modelo de organización cerrada y solamente una abierta que correspondía a la hermandad de la Virgen de los Remedios, patrona de la localidad. Haciendo una suma de número de hermanos contemplados en cada una de las cofradías cerradas según sus propias ordenanzas, podemos conocer un total de feligreses implicados teniendo en cuenta la estructura abierta de dicha hermandad y la dificultad por conocer el número exacto de hermanos y, por otro lado, tabular la media correspondiente a aquellos cofrades que pertenecían a varias hermandades a la vez. La suma hipotética nos lleva a los siguientes datos. Como mínimo, había unos 700 individuos sobre un total de unos 3.800 habitantes que estaban implicados en cofradías. Este dato nos hace suponer que todas las cofradías implicaban (si contamos a las esposas de cada varón cofrade) a 1.400 individuos, es decir a casi el 53 % del total de la población. Este importante porcentaje de participación en estas organizaciones religiosas nos demuestra la importancia del impacto de las cofradías en el tejido social local.
Composición social de las cofradías de Colmenar Viejo En base a los datos proporcionados por el Catastro del Marqués de Ensenada, podemos llegar a radiografiar la composición social interna de cada cofradía de esta localidad ya que conocemos sus ingresos anuales. Empezaremos con el estudio de los fundadores de cada una de las cofradías estudiadas en el periodo comprendido entre 1732 y 1765. Si exceptuamos a la cofradía de san Isidro que se caracterizó por un reclutamiento de tipo horizontal, basado exclusivamente en aceptar solamente a labradores de la
localidad, las demás cofradías se definen por su verticalidad, agrupando a varios sectores sociales de la población en su seno. En primer lugar hablaremos de la cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes, fundada en 1752. Sus fundadores formaban parte de los diferentes estamentos sociales siguientes: 8 individuos eran del estrato social superior formados por 1 hidalgo, 1 tesorero de impuestos locales, 1 delegado de rentas y 5 individuos calificados como labrador y ganadero. De un nivel social y económico más bajo hallamos a 9 individuos, 1 notario, 1 maestro de capilla, 4 labradores (a secas), 1 ganadero, 1 cosechero, 1 campanero. Finalmente, entre los fundadores, hallamos un individuo de clase baja caracterizado como ciego y sin profesión. La cofradía de Nuestra Señora de los Remedios, fundada en 1755 fue fundada por 6 individuos con ocupaciones de destacados ingresos: 2 labradores, 2 notarios y dos cirujanos. Algo menos pudientes, encontramos a 5 curtidores y un sacristán. Otros doce individuos se repartían entre labradores, maestro zapatero y maestros herreros. Finalmente los menos pudientes eran 21 personas repartidos en curtidores, pastores, albarderos, zapateros y cardadores. Los fundadores de la cofradía de Ánimas fundada en 1765 se repartían de la siguiente forma: 2 tratantes de lana, 6 individuos de cierta relevancia repartidos en notario, labradores y maestros. Otros 6 individuos repartidos entre oficios como organista, carpintero y campanero. Y finalmente 3 tejedores. Los de la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1759, se componían de la siguiente forma: 1 abogado Real, 1 notario y 1 ganadero. Igualmente encontramos en una escala más baja a 1 sacristán y 1 labrador. Por debajo, hallamos a 2 cosecheros y 1 cerrajero y finalmente en la parta baja, 1 jornalero. Asimismo, los fundadores de la cofradía del Cristo del Sepulcro, fundada en 1731, formaban parte de clase alta con 1 escribano, 3 funcionarios y 1 cirujano. De una categoría social más baja hallamos a 2 labradores, 1 campanero y 1 herrador. Finalmente en una posición más baja hallamos a 2 jornaleros y 1 sastre. Finalmente la cofradía de san Isidro refundada en 1732, hallamos a 6 labradores de altos ingresos anuales, 4 labradores de ingresos menos importantes y finalmente a 5 labradores medianos.
Entre las cofradías de tipo vertical, existían algunas diferencias reveladoras. Por ejemplo, la hermandad de Nuestra Señora de los Remedios agrupó, entre sus fundadores, al mayor contingente de vecinos pertenecientes a clases bajas de todas las cofradías. Característica destacada con más fuerza si observamos la escasa presencia entre sus fundadores de personas de nivel social alto. Es muy posible que esta hermandad de carácter abierto tienda más a agrupar sectores sociales bajos de la población ya que su nivel adquisitivo es escaso y, en consecuencia, no puede asumir los gastos que correspondían a una cofradía cerrada como las elevadas cuotas anuales, los gastos suplementarios en cera, limosnas etc…
Los ingresos de la cofradía de san Isidro Como se ha visto anteriormente, la cofradía de san Isidro, 70 años después de su fundación, necesitó cambiar su propia estructura interna. Este cambio tuvo que pasar por la creación de una asociación cerrada de labradores. El análisis que a continuación vamos a expresar procede de sus libros de actas en cuyas cuentas anuales se hacía énfasis, en el apartado de los ingresos, en una constante reiteración del siguiente modelo: •
Se apuntaban las “entradas” o cuotas anuales de hermanos
•
Lo mismo con las ofrendas en trigo y especies el día de la festividad del santo
•
y las “entradas” de nuevos hermanos y multas.
A diferencia de otras hermandades que padecieron diversos tipos de alteraciones en sus ingresos como, por ejemplo, la ampliación de su capital debido a donaciones de fincas cuyas rentas engrosaban las cuentas internas, la cofradía renovada de san Isidro dependía exclusivamente de las aportaciones de sus propios miembros. Este último aspecto resultó determinante para entender la función de las cofradías cerradas. Éstas se mantuvieron debido a la constancia siempre presente y fija de los ingresos de sus hermanos. Sin embargo, el Arzobispado, preocupado por abrir las cofradías a la sociedad, procuró negar el carácter cerrado que proponían aquellas hermandades que habían decidido seguir por ese camino. Los años posteriores a 1732 revelaron que esta cofradía, después de unos pocos años de aumento de hermanos, padeció los riesgos propios de una hermandad de tipo abierto. En efecto, tanto la devoción como el culto perdieron paulatinamente el interés de los feligreses. Ante esta situación, la cofradía pretendió recuperar nuevos miembros adoptando una estrategia basada en la reducción de las cuotas anuales que consistían en entregar 1 fanega de trigo. A mediados de la década de los años setenta del siglo XVIII, observamos una importante incorporación de nuevos miembros, alcanzando la hermandad niveles hasta ese momento desconocidos. Este ingreso obedeció, otra vez, a la misma estrategia, la de bajar las cuotas anuales. Hasta 1831, último año de nuestro estudio particular de dicha cofradía, la tendencia de sus ingresos fue a la baja hasta llegar a unos mínimos imprescindibles para mantener el culto. El pago anual fue menor, a partir del último tercio del siglo XVIII, lo que afectó a sus ingresos pero no al número de cofrades que fue aumentando a partir de los primeros años del siglo XIX. Todo parece indicar que las cofradías perdieron importancia como organizadores del culto en favor de una mayor implicación en la asistencia de sus miembros en servicios funerarios. Philippe Ariès, las cofradías se convirtieron en un “seguro para el más-allá”. La seguridad aportada por la cofradía respecto a todos los detalles que acompañan la muerte de un hermano era muy importante para los vecinos del momento. La presencia de mortaja, de ataúd de
madera, de llevar el cuerpo en andas hasta el cementerio, el gasto de velas y misas para su ánima, todos estos aspectos sumaron en favor de ser miembro de la cofradía.
Los gastos de la cofradía de san Isidro Eran de tres tipos fundamentalmente, siempre presentes en lo largo de los años. El primero se refiere al mantenimiento de la cera para el culto en su altar así como de las achas de cera para llevar para en las procesiones y los funerales. El segundo tipo estaba relacionado con sufragar misas para los hermanos enfermos y los difuntos. Y finalmente el último cubría los gastos de la festividad principal que consistía en pagar el sermón del predicador, en el aceite y cera del altar para el día de la festividad, diferentes adornos, el pago de los derechos parroquiales que se pagaba al cura, una fanega de trigo derramada durante la procesión por las calles de la localidad, la pólvora de la procesión, el tambor de la procesión, los doseles y tapices para adornar las calles, el agasajo final a las autoridades, al sepulturero y al carpintero para arreglar el altar. El gasto más importante correspondía casi siempre al relacionado con los preparativos de la festividad del santo, día grande de la cofradía. El gasto de cera era tan muy importante (cuanta más cera gastada, más ostentación de riqueza y más prestigio por parte de la cofradía) siendo sus surtidores unos clientes de Madrid. A lo largo de los años, como lo demuestra el gráfico nº 2, la tendencia de los gastos de la cofradía es paralela a la de sus ingresos. Pasados los primeros años de euforia debido a la renovación de la cofradía en 1732 donde los gastos son muy destacados, se aprecia una baja continua de los gastos que nos lleva a las mismas conclusiones que las anunciadas anteriormente. Es de destacar que los gastos de dicha cofradía siempre fueron los mismos a lo largo del tiempo estudiado sin observar nuevos tipos de gasto. Tampoco la competencia con otras cofradías respecto a ostentación y gastos de cera fue un elemento destacado. Al respecto, es digno de apuntar una interesante orden procedente de las ordenanzas de la cofradía del Cristo del Sepulcro de Colmenar Viejo, estipulando que sus gastos “nunca superarán los 550 reales”, cantidad no muy elevada en relación con los gastos de la cofradía de san Isidro. Es un dato revelador ya que se procura poner barreras a los gastos, evitar el despilfarro ostentoso. Los gastos de la hermandad de san Isidro se mantuvieron en niveles mínimos, imprescindibles para mantener el ritual y el culto apropiados. Esta tendencia que prima la consolidación del mantenimiento del ritual sobre otro cualquier tipo de organización del gasto fuerza a pensar que el interés de la cofradía se hallaba más bien en consolidarse como tal, en auto-perpetuarse como cofradía, en mantenerse constante a lo largo del tiempo. Esta estrategia difiere de las que se han
analizado respecto a las cofradías de Andalucía que ponen de relieve los continuos aumentos de sus gastos.
Rotación de cargos Según sus ordenanzas, todos los cargos eran renovados anualmente, sin especificar si una persona podía desempeñar un cargo diferente en años sucesivos. Bajo este principio aparentemente participativo, podemos observar ciertas tendencias de cierto interés. Para este estudio, se recogieron todas las listas de hermanos con cargos, entre 1733 y 1753, un periodo de 20 años suficiente para valorar posibles cambios introducidos a lo largo de los años. Podemos, a partir de estos datos, ofrecer un perfil ideal de junta directiva. •
Un hermano mayor. Solamente repitió este cargo una persona en dos ocasiones pero no consecutivamente. Solía estar este cargo en manos de labradores pudientes. Se ha observado que el hermano mayor solía ser un individuo que ya había copado anteriormente otros cargos inferiores en la misma cofradía, por lo que entendemos era una persona con gran experiencia en dicha organización religiosa.
•
Dos mayordomos. Nunca repiten el cargo. Son piezas claves de la Junta directiva ya que son los que controlan el flujo del dinero. Son cargos copados por personas de un alto nivel adquisitivo.
•
Cuatro consiliarios. Dicho cargo es el único que permite que una o varias personas puedan repetir durante determinados años. En la parte final del periodo estudiado, observamos que se concentran individuos con un pasado cargado de responsabilidades en diferentes cargos directivos. Suelen ser personas mayores con experiencia y adecuadas para esta función.
•
Un celador. Solamente una persona repitió dos veces en este cargo. Los hermanos a su cargo solían ser de clase pudiente debido, tal vez, a la importancia del cargo: controlaba las limosnas al santo.
•
Dos agentes. Se parecía cierta repetición en dichos cargos (hasta tres veces por la misma persona). Lo importante a destacar, sin embargo, es que a partir de unos diez años pasados de su refundación, solían ocupar dicho cargo hermanos que no habían poseído hasta el momento ningún cargo. Todo parece indicar que era una forma peculiar de iniciarse en
esta junta directiva.
Aunque el Arzobispado consiguió que esta cofradía tuviera una estructura abierta, bien es cierto que la forma expresa que tuvo la rotatividad de sus cargos demuestra todo lo contrario: la existencia de un pequeño grupo dirigente dentro del grupo. Se aprecia la existencia de unos determinados hermanos que repitieron reiteradamente en dichos cargos directivos con pocas incorporaciones. Esta tendencia repetitiva para ocupar los cargos, ordenada por los estatutos, permitió crear un grupo de hermanos que monopolizaron el uso de los cargos a lo largo de los años. Durante los dichos veinte años estudiados, se puede observar que muchos hermanos repitieron cargos seis, siete e incluso ocho veces. Existe, por lo tanto, un núcleo de hermanos sujeto a pequeñas variaciones, a tímidas incorporaciones, que procuró tener el monopolio de la Junta directiva de la cofradía. Este grupo, minoritario, imposibilitó con su estrategia de perpetuación en los cargos la introducción de otros hermanos para ocupar dichos cargos. Así pues, no todos los hermanos llegaron a ocupar un cargo de la cofradía, por lo que podemos afirmar que muchos cofrades tenían el conocimiento que nunca serían elegidos para ocupar cargos, dejando las funciones de mando para otros. Por lo tanto, no todos los hermanos eran iguales. Es muy probable que este pequeño grupo directivo se renovara en base a un reclutamiento basado en afinidades familiares o de otro tipo basado en la amistad o la confianza. Contrariamente a M.C. Gerbet que considera que el reclutamiento de tipo de familiar era un síntoma de “esclerosis” en una cofradía, al evitar candidaturas exteriores al grupo selecto, a la incapacidad por adaptarse a la novedad y por lo tanto condenada lentamente a desaparecer, consideramos que una cofradía con una estrategia basada en un reclutamiento selectivo para modelar adecuadamente un núcleo dirigente fue una de las formas preferidas para perpetuar una hermandad. Sin sujetarse a excesos, manteniéndose en lo mínimo, capacitada para la organización del culto a lo largo del tiempo, sin alardes, la cofradía basada en un criterio selectivo, de lo imprescindible para existir podía rehusar gastos elevados, evitar tendencias lucrativas y ostentosas así como rechazar el despilfarro. Fue una apuesta de organización del culto que tuvo grandes repercusiones en la vida local puesto que se vio involucrada con su propia estructura social.
Devociones al santo
En los últimos nombramientos de la Junta de dicha cofradía del periodo estudiado (del año 1753), se puso en evidencia el reclutamiento y elección de hermanos según los criterios expuestos anteriormente. Fueron elegidos como: •
Hermano mayor: Antonio Hernando
•
Mayordomos: Miguel de la Morena y su yerno Miguel Olalla
•
Agentes: Agustín Hernando (elegido por su padre Antonio) Rafael López (elegido por Miguel de la Morena) Domingo Olalla (elegido por su padre Miguel)
Por otra parte, los dos individuos que se presentaban para mayordomos Miguel de la Morena y Miguel Olalla) solicitaron dicho cargo a los demás hermanos con la condición prometida por los aspirantes de pagar de su cuenta todos los gastos relativos a la festividad del santo. Este importante desembolso personal fue una práctica generalizada entre los candidatos a mayordomos u otros cargos con responsabilidades en el control del dinero de las cofradías. Según las diferentes visitas eclesiásticas realizadas por el emisario del Arzobispo de Toledo en Colmenar Viejo, las cofradías que arrojaban un déficit debían, por mediación y responsabilidad de los mayordomos, recuperar la cuantía deficitaria. Este dinero recuperado, sin embargo, dejaba de ser deficitario, una especie de mancha en las cuentas propias de la cofradía. Ese dinero recuperado quedaba “limpio” ya que se le consideraba útil y necesario para restablecer un intercambio con el santo titular de la misma. En efecto, el dinero entregado por los mayordomos se conceptualizó como “limosna” para san Isidro. Los mayordomos, con su gesto generoso, pretendieron, por un lado, solucionar un problema económico latente pero, por otra parte, consiguieron colocarse en una buena relación con san Isidro, el protector de los labradores en un intercambio simbólico en el que los mayordomos se ubicaron en una inmejorable situación en dicho intercambio. No debemos olvidar que la ocupación de un cargo en una cofradía tenía mucho que ver con motivaciones estrictamente religiosas y más concretamente como forma de relacionarse con seres considerados sagrados en un intercambio simbólico que buscaba el consuelo del devoto. Es verdad que existían varias intensidades en dicho intercambio con los seres sagrados. Uno de ellos era el más habitual para un cofrade. Se refiere a la participación de los devotos durante la festividad del santo cuando la imagen salía en procesión por las calles, el santo estaba a la vista de todos, en rituales que le glorificaban. Cualquier persona podía entregar en concepto de limosna una cantidad de trigo, incluso un arado o dinero en metálico. Esta limosna era de poca importancia pero permitía al donante establecer un intercambio con el santo en buscar de favores. Pero había otra forma más “elitista” de entablar relaciones en dicho intercambio simbólico. Cuando uno era elegido mayordomo, las probabilidades de entregar limosnas para el santo y su fiesta aumentaban considerablemente. La estructura poco abierta de la cofradía permitía, para el elegido, una relación devocional más explícita con el santo. El poder adquisitivo de los mayordomos era una condición para poder sufragar las limosnas necesarias para el mantenimiento de la cofradía. En el mismo sentido, el ocupar un cargo de la cofradía era otra manera de colocarse en buenas condiciones en el intercambio simbólico con el santo.
Si entendemos la devoción como un proceso que reconoce un intercambio privilegiado con la divinidad, debemos saber que existieron varios grados de intensidad y posiciones en su escala. Un mayordomo que entregaba dinero propio como ofrenda al santo para cubrir los gastos de su fiesta podía capitalizar, desde luego, un cierto prestigio social reconocido por todos. Este derroche económico podía provocar una aureola al donante de consentimiento generalizado y aprobador entre todos los cofrades y fuera de ella. Pero también su ofrenda adelantaba posiciones estratégicas hasta llegar a lugares privilegiados en el intercambio con lo divino. Acercarse al símbolo religioso, posicionándose mediante ofrendas permitía (y permite) estar en buena relación para recibir mejores favores del santo. Por ello, la Junta directiva de la cofradía como núcleo privilegiado, poco abierto a entradas externas, pendiente de estrategias de adhesión basadas en redes familiares o/y amistades, actuó como un caparazón protector de cara a los hermanos sin cargos y otras más personas que podían optar a la entrega de limosnas durante la fiesta general del santo.
Conclusión Hemos empezado hablando de las tensiones que afloraron del contacto entre los representantes de la Iglesia y los miembros activos de las cofradías locales. La piedra angular de este contacto fue la lucha por mantener una estrategia de agrupaciones religiosas abiertas o cerradas. Las primeras tenían el beneplácito del Arzobispado de tal forma que cualquier persona podía, en teoría, optar a un cargo de una cofradía que quedaba exclusivamente a la merced del valor de atracción de la imagen religiosa entre los feligreses. Para las cofradías cerradas (como la de san Isidro de Colmenar Viejo, exclusiva para labradores), la tensión con la Iglesia y sus representantes tuvo su importancia. Las diversas estrategias tomadas por diferentes grupos para su auto-perpetuación en los cargos fueron una garantía con un doble perfil. Por una parte, se creó un grupo hermético, surcado por redes sociales locales para poder posicionarse con inmejorables condiciones en el intercambio simbólico con el símbolo sagrado. La devoción debe plantearse como una estrategia interesada en insertarse en dicho intercambio y en el que cualquiera no podía optar con las mismas condiciones. Por otro lado, al tener ingresos fijos y gastos precisos para mantener el culto sin cambios apreciables, las cofradías cerradas se preocuparon por las consecuencias letales del paso del tiempo sobre los efectos y la intensidad de las devociones. La experiencia demostraba a sus cargos que estos condicionantes fueron ingratos con muchas cofradías, desapareciendo con el paso del tiempo el fervor devocional de los primeros tiempos fundacionales. Las cofradías cerradas fueron su apuesta. Apuesta que no fue del agrado de la institución eclesiástica y así lo demostró.
BIBLIOGRAFÍA
Ariès, P. (1977): L´homme devant la mort. Editions du Seuil. Paris.
Christian, W. (1981): Local religion in sixteenth-century Spain. University of Princeton.
Flynn, M. (1985): Confraternal piety in Zamora in the Late Medieval and Early Modern period. University Microfilms Intervacional.
Gerbet, M.C. (1971): “Les confreries religieuses á Caceres de 1457 a 1523” en Mélanges de la Casa de Velazquez, tomo 7, pp: 75-115.
Moreno, I. (1974): Las hermandades andaluzas. Universidad de Sevilla. “Cofradías andalizas y fiestas: aspectos socio-antropológicos” en Tiempo de Fiesta de Velasco, H. (ed). Ediciones Tres.Catorze.Diecisiete. (1982), pp: 71-95. Cofradías y hermandades andaluzas: estructura, simbolismo e identidad. Sevilla. (1985).
Pereira, J. (1988): “La religiosidad y sociabilidad popular como aspectos del conflicto social en el Madrid de la segunda parte del siglo XVIII” en Carlos III, Madrid y la Ilustración. Pinto, V. (y otros). 1988, pp: 233-255.
ARCHIVOS CONSULTADOS: •
Archivo Parroquial de Colmenar Viejo
•
Archivo Diocesano de Toledo