Tenemos un plan febrero 2017

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Tenemos un plan. La crisis socioeconómica durante la Segunda República en Colmenar Viejo Fernando Colmenarejo García Equipo A de Arqueología

Presentación Para los detractores del advenimiento de la Segunda República Española el nuevo régimen lo que había traído no era ya un frontal ataque a la burguesía, la Iglesia católica y otras tantas perversidades relacionadas con la mal entendida “anarquía”, sino también una penuria económica como no se conocía hasta entonces. La Segunda República venía a ser como un castigo, y no precisamente divino sino político, como una herida que había quebrantado el orden social, sin conocerse bien la gravedad de los órganos dañados. Y lo peor de todo, de diagnóstico impredecible. Por el contrario, sus partidarios, en ávido estallido de júbilo, veían un camino posible hacia las libertades democráticas e igualdades sociales, entendiendo a la crisis económica pareja como una estrategia de las clases dominantes para frenar tal ímpetu y volver al orden establecido. Lo que ocurrió en Colmenar Viejo, a partir del 14 de abril de 1931, no fue una excepción que venga a confirmar lo anteriormente expuesto, sino más bien un ejemplo más de lo que ocurrió en el contexto generalizado del país. Este breve ensayo tiene por objeto exponer la problemática socioeconómica que ocurrió en esta localidad madrileña durante los primeros meses de la proclamación de la República, cuya problemática inicial sacudiría posteriormente al conjunto de los colmenareños con motivo de la cruenta huelga revolucionaria de octubre de 1934, alimentándose así una espiral de violencia y odio contenido que estallaría con el inicio de la Guerra Civil, en julio de 1936. También debo decir que escribo esto como homenaje al que fuera médico y alcalde de Colmenar Viejo, Eduardo González Ortega, y al concejal Román Cedreros Gómez, ambos republicanos de tendencia moderada, aunque, por extensión, también me gustaría extenderle a cuantas personas se desvivieron por buscar un camino de esperanza y justicia a tantos infelices que quedaron atrapados en la miseria, provocada por el paro forzoso durante la Segunda República. González Ortega fue el primer alcalde republicano por la Conjunción Republicana Socialista, entre el 15 de abril de 1931 y el 7 de marzo de 1934, por dimisión ante las desavenencias con su opositor y posterior alcalde, Juan Manuel Puente, aunque no perdió su acta de concejal hasta el nombramiento de la Comisión Gestora, el 15 de marzo de 1936. Con motivo de la guerra civil actuaría como inspector municipal de sanidad, además de vocal del Comité local de defensa pasiva contra los ataques aéreos. Médico de profesión, había participado con anterioridad, en 1921, como subdelegado en la Junta local de primera enseñanza. Román Cedreros Gómez era natural de la vecina localidad de San Agustín del Guadalix, afincado en Colmenar Viejo como comerciante. Fue Presidente de Unión Republicana, participando como vocal en las comisiones de Fomento y Obras y Administración, Dehesa y Pósito, entre el 21 de abril de 1931 y el 15 de marzo de 1936. Ocupó un cargo destacado durante la Guerra Civil, al ser nombrado Juez de Instrucción, el 24 de septiembre de 1937. Posteriormente, en juicio sumarísimo, fue condenado a muerte, siendo fusilado en las eras de Navalaosa, junto a las tapias del cementerio, el 23 de junio de 1939. ¿Por qué este homenaje? Sencillamente porque considero que fueron personas íntegras y sumamente comprometidas con el desarrollo de Colmenar Viejo, a la luz de lo registrado en las actas de los plenos municipales junto con un documento que he tenido la posibilidad de estudiar, y que constituye la base de este estudio, denominado “Proyecto de ejecución de un plan de conjunto


de obras municipales, con arbitrio de medios económicos. 1931”1. Atajar la crítica situación socioeconómica que se vivía en Colmenar Viejo, a partir de mayo de 1931, requería necesariamente un plan. Pero para ello no era válido un plan cualquiera, ahora era necesario actuar con un golpe de efecto con objeto no ya de mitigar sino para acabar con la crisis económica que amenazaba con una fuerte tormenta social; que tuviera, incluso, una repercusión visible en el pueblo, obteniendo con ello una mejora en su urbanismo y calidad de vida, y, sobretodo, y ahí está la importancia del mismo, que fuera capaz de cohesionar las diferentes fuerzas sociales, los dos grupos antagónicos visibles, entre los que se sentían perseguidos por el nuevo Régimen y entre quienes más le aplaudían. Los antecedentes Eso de estar en las tabernas o en la plaza del pueblo esperando a que los “señoritos” señalaran con el dedo a los elegidos para trabajar como braceros en sus tierras ya se había acabado, y es que los “felices veinte” también se reflejaban en el progreso de Colmenar Viejo. Ahora, los colmenareños tenían su dinero, justo, eso sí, pero suficiente para tomarse un chato de vino en la taberna y hacerse una casa con el dinero ahorrado. Ello no quiere decir que desaparecieran las listas de beneficencia, ni mucho menos, pero éstas ya no estaban tan engrosadas como ocurría a principios de siglo. ¿La clave? Sencillamente se encontraba en las entrañas de esta tierra, en el geológico de Colmenar Viejo, con su abundante piedra granítica y basáltica, capaz de contribuir al desarrollo al país y de nutrir a multitud de obreros, además de generar pingües beneficios económicos a las empresas. Esta lucidez y visión de futuro ya la tuvo Arturo Soria con la unión de unos travesaños de hierro para desplazarse el tranvía de vapor entre Cuatro Caminos y Colmenar Viejo. Un transporte pensado para acercar los productos de la Sierra a la capital, además de los viajeros. La “cansina” locomotora, dada su lentitud, llegaba a Colmenar Viejo, no sin diversos avatares, el 30 de mayo de 1911, teniendo lugar su inauguración poco después. Fecha histórica para este pueblo, que verá transformar su sociedad con gran rapidez, como si de tecnología punta se tratara. Esa maquinilla, que no pudo competir con el transporte de carretera, tan desarrollado durante la dictadura de Primo de Rivera, pronto se vio como una extraordinaria articulación entre la explotación del entorno y el beneficio económico por empresas como Sociedad Española Puricelli, Muguruza y, principalmente, Fomento de Obras y Construcciones. Empresas que necesitaban numerosos trabajadores asalariados para extraer la piedra de las canteras y transportarlas por ferrocarril hasta Madrid. Esta situación provocaría, poco a poco, una relación socioeconómica muy diferente a la vivida por esta localidad hasta entonces. Nacía así un nuevo sector social, el de los proletarios, empleados en el duro trabajo de la piedra, entrando en relación con las ideas de otros trabajadores y activistas que reclamaban mejoras sociales. Sin embargo, la articulación sindical y política de los trabajadores colmenareños no vendría tan rápidamente, pero ya era cuestión de tiempo, un tiempo que facilitaría la Segunda República.

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Con todo mi agradecimiento a Fernando del Valle, por facilitarme este documento y otros más que han pasado a formar parte del Archivo Histórico Municipal de Colmenar Viejo.


Portada del folleto del proyecto de ejecuciรณn de un plan conjunto de obras municipales, editado en la imprenta DORIO, en calle Capitรกn Galรกn, 6, de El Escorial, en 1931


Folleto firmado por el alcalde de Colmenar Viejo, Eduardo Gonzรกlez Ortega, informando sobre el plan conjunto de obras municipales y solicitando la participaciรณn vecinal


La crisis socioeconómica con la Segunda República Aunque seguramente ya se rumoreaba entre los trabajadores y la población en general, la noticia provocó una fuerte tensión. El alcalde de la localidad, González Ortega, tuvo que convocar un pleno extraordinario en una fecha tan significativa como lo era el 1 de mayo de 1931, para notificar a los concejales el escrito emitido por la mayor empresa instalada en la localidad, Fomento de Obras y Construcciones (FOC), donde se daba a conocer su intención “de paralizar los trabajos en este pueblo por las dificultades que encuentra para la colocación de materiales producidos de los que tiene que invertir una gran cantidad”. De un golpe quedaban en paro más de 400 personas, y las noticias se agravaban porque se producían nuevos despidos en las obras del Canal de Lozoya, con otro importante contingente de obreros colmenareños. Despidos que, en opinión de los perjudicados, se encontraba la clave para desestabilizar la República, lejos de la crisis de los mercados, como apuntaban las empresas. La angustiosa situación requería tiempo para las autoridades municipales, consiguiendo de FOC un pequeño aplazamiento de 15 días. Tiempo a todas luces insuficiente para atajar un problema de gran envergadura. Inmediatamente se pensó en la explotación directa de las canteras por los diferentes trabajadores en los terrenos pertenecientes al municipio, una cuestión que requería además su reglamentación, otorgándose sucesivas licencias para mitigar los efectos del paro. Sin embargo, la respuesta contundente a esta nueva situación se planteó mediante la acción de un plan conjunto de obras municipales, aprobado el 22 de julio, con la incorporación de las aportaciones del concejal Cedreros, el 29 de ese mismo mes. Además, se buscaba la participación del vecindario para su aprobación e incluso para cuantas sugerencias y mejoras fueran posibles, de tal manera que pudiera garantizarse tan amplia iniciativa a través de un referéndum local. Como consecuencia de ellos se publicó en un folleto de 24 páginas, haciéndose constar a los concejales que el trabajo era “fruto del esfuerzo de los elementos republicanos celosos del bien general”, buscando la “mejora del pueblo” con los “deseos de adelanto y progreso”, y paradójicamente estaba firmado el 16 de julio de 1931, prácticamente a cinco años del inicio de la Guerra Civil. Un plan de progreso con la participación ciudadana para conseguir “el mayor y mejor impulso a su desarrollo urbano” El proyecto de ejecución del plan de obras venía a ser prácticamente el proyecto político con el que se presentó a las elecciones municipales de abril de 1931 la Conjunción Republicano-Socialista, y se justificaba en “el espíritu de progreso, de perfeccionamiento y superación, en hacer de este pueblo uno de los más urbanos; de los mejor representados...” Además, se trataba de acometer el plan de actuaciones en conjunto, pues, según se manifestaba, “el acometerlos aislados y fragmentariamente, pudiera resultar, o pan para hoy y hambre para mañana...” Entre los inconvenientes para su desarrollo se encontraba el exiguo presupuesto económico municipal, cuyos gastos actuales se consideraban irreducibles, con dificultades para nivelarlos con los ingresos, rechazándose la posibilidad de abrir nuevas partidas presupuestarias, y mucho menos “exigiendo al vecindario una aportación mayor”. Por ello, dada la imposibilidad de acometer el plan de obras a partir de un presupuesto ordinario, no quedaba más remedio que abordarlo desde un presupuesto extraordinario, a partir de la minoración de capital activo, o bien acudiendo al crédito correspondiente. Además, entendían que, dado que las mejoras que se proponían las disfrutarían también las generaciones venideras, se consideraba injusto que los colmenareños asumieran en ese momento toda esta carga económica.


En la tabla siguiente se relacionan el conjunto de actuaciones previstas, agrupadas en cuatro apartados en función de la procedencia de los fondos económicos. Para el primer lote de actuaciones, el presupuesto estimado alcanzaba las 500.000 pesetas, cubriéndose con la venta de edificios municipales inservibles, o inútiles, como apuntaban, cubriéndose la diferencia con un empréstito, o bien partiendo tan solo de dicho empréstito. Los edificios que se apuntaban como enajenables eran dos casas ubicadas en la calle del Cura y la Plaza de Almeida, el hospital de la calle Duque de la Torre, proveniente de la fundación, en 1530, de Juan González del Real, desamortizado ene l siglo XIX, y el matadero. El cálculo se estimaba en 80.000 pesetas en total, debiendo completarlo con la minoración del capital activo o bien acudiendo al crédito. A continuación razonaban este tipo de procedimientos, dado que para cubrir la operación de 500.000 pesetas quedaba una deuda de 420.000 pesetas. Por ello, se consideraba que para minorar este capital podría utilizarse la lámina de Propios, ya afectada por la construcción de los dos grupos escolares realizados durante la dictadura de Primo de Rivera (los actuales colegios de Soledad Sainz y Tirso de Molina) lo que alteraría necesariamente la garantía de dicha operación. Más aún, razonando el capital de dicha lámina, el Estado se quedaría con el 20 por 100 de su valor añadiendo los gastos correspondientes a su venta en bolsa, por lo que el ayuntamiento alcanzaría poco más de 50 por 100 de su valor, entendiendo que ello no era una gestión de buen administrador. De ahí, que lo más factible fuera la apelación al crédito a largo plazo, concretamente a 30 años Ello era posible máxime al no tener que contemplarse determinadas partidas en el venidero ejercicio económico de 1932, como, por ejemplo, el alquiler de las casas de maestros o la del cuartel de la Guardia Civil, obras que entraban en el proyecto. Así “sin gravar ni con un céntimo más al vecindario” se daba a Colmenar Viejo “el mayor y mejor impulso a su desarrollo urbano”. González Ortega terminaba planteando que no se trataba de un plan de obras cerrado, sino que se abrían las puertas a cuantas enmiendas y propuestas se plantearan, siempre que vinieran razonadas, máxime al avecinarse “un invierno preñado de interrogantes difíciles por la crisis del trabajo”. Se daba un plazo de ocho días para estudiar otras iniciativas y mejoras a las propuestas de la moción, recogiéndose todas para su publicación, aunque tan solo se añadió una, la del republicano Román Cedreros, cuyas matizaciones expondremos a continuación. El folleto apelaba al sentido común, buscando su eficacia con la colaboración vecinal. Un plan de obras municipales con un marcado carácter social El Partido Republicano-Socialista se había presentado a los comicios municipales del domingo 12 de abril de 1931 con un amplio programa de reformas. Un programa que, con motivo de la crisis del paro, se necesitaba urgentemente poner en marcha. Por ello, el plan de obras municipales no sólo contemplaría los puntos programáticos de los republicano-socialistas, sino que, dadas las circunstancias socioeconómicas del momento, se requería necesariamente cuantas medidas fueran necesarias para acabar con los deficiencias de todo tipo que venían sufriendo los colmenareños. Dicho plan contaba cuatro bloques, fijados en función de la prioridad de las necesidades, los plazos y los recursos económicos disponibles. Desde el punto de vista urbano, se recogían un conjunto de actuaciones sumamente significativas que dejaban entrever las deficiencias que se arrastraban. En líneas generales se planteaban mejoras en las calles, cuya partida era la más elevada, aunque tan solo se pretendía actuar las más céntricas. En efecto, las más transitadas quedarían asfaltadas, dejando a las del radio exterior con un firme diferente, añadiendo su rotulación y numerando sus inmuebles. Este gran bloque llevaba implícito otras tantas mejoras en la Casa Consistorial y varios edificios municipales, como las instalaciones del mercado de abastos para obtener un mayor decoro y rendimiento, además de la construcción de la Casa Cuartel de la Guardia Civil, iniciativa que llevaba arrastrándose desde décadas atrás. Otro aspecto a destacar era la necesidad de acometer


mejoras en el alcantarillado, sin olvidar la necesidad de completar la red de agua potable, con una de las partidas más destacadas, incluyendo el alumbrado. Se contaba con este servicio desde principios de siglo, a partir del proyecto del Marqués de Santillana, lo que requería también la necesidad de complementarle con el saneamiento del viejo viaje de aguas del siglo XIX. Estas iniciativas hidráulicas tenían también en cuenta a la dehesa de Navalvillar, en la idea de aumentar la producción de sus pastos mediante la inversión de puntos de riego en esta finca municipal.

Tabla del plan de obras de municipales de Colmenar Viejo. 1931 Plazos y previsión de recursos económicos

A) De inmediata ejecución, cubierto con su coste con el producto de la venta de edificios “inútiles” y empréstito, o tan solo de empréstito

B) De inmediata ejecución y cubierto el coste con préstamo del Instituto Nacional de Previsión

C) De próxima ejecución, costeado con los sobrantes de los presupuestos ordinarios y consignaciones anuales D) Para llevar a cabo previo estudio y estructuración de reglamentos, ordenanzas, etc.

Concepto Completa dotación de agua potable Arreglo del antiguo viaje de aguas y fuentes Alcantarillado (coste 30000 pesetas) Ampliación de la red de alumbrado Calles Rotulación de las calles y numeración de casas Incendios Servicios sanitarios Mercado Matadero Dehesa, alumbramiento agua y riegos Casas de maestros Casa Cuartel de la Guardia Civil Mingitorio subterráneo Casa Consistorial Edificios municipales Cementerio Planos de radio y extrarradio Aumentos de dotación e imprevistos Importe Un grupo escolar para párvulos con seis seccione Un grupo escolar para niños con seis secciones Un grupo escolar para niños con seis secciones incluyendo en el mismo Escuela de Artes y Oficios Subvención a una banda de música Cantina escolar Campos de deporte, juegos de pelota, futbol, tenis, etc. Fomento de arbolado Creación de parques, jardines y campos de juegos para niños Seguro colectivo contra incendios de los edificios del término en forma cooperativa Construcción de casas baratas

Coste en pesetas 50.000 10.000 10.000 5.000 100.000 5.000 7.000 18.000 20.000 25.000 15.000 75.000 75.000 10.000 15.000 5.000 25000 25000 30000 500000 -

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Pero en este planteamiento urbanístico donde se puntualizaba una medida de gran trascendencia urbana y social era la posibilidad de solucionar otro grave problema derivado de la escasez de la vivienda. Así, se esbozaba con la posibilidad de acometerlo mediante una cooperativa. La necesidad de nuevas construcciones se dejaba entrever por la posibilidad de construcción del nuevo ferrocarril Directo Madrid-Burgos, quedando así comunicado Colmenar Viejo a 20 minutos de Madrid. Un proyecto que se vería cumplido, pero ya en 1968, constituyendo un auténtico fracaso para los intereses locales, puesto que se trataba de eso, de un Directo entre Madrid y Burgos, y no satisfizo las necesidades locales hasta su readaptación reciente dentro de la red de Cercanías de la capital. En la población se calculaba la existencia de 1900 edificios, de donde tan solo un pequeño porcentaje de sus propietarios disponía de una póliza de incendios. Por ello, como en el presupuesto económico se destinaba una partida de 50.000 pesetas a la póliza municipal, y dado que la mayor parte de lo edificado “aunque no sea la de más valor” estaba sin asegurar, “sucediendo que corresponde también al elemento más pobre y necesitado, a los vecinos que en caso de siniestro quedarían en la calle irremisiblemente, perdido el techo que les cobijaba y el ajuar que les cubría” se acordó asegurar a todos los inmuebles de la población. Para ello se cubriría con un seguro colectivo mediante una cooperativa regida y administrada por el Ayuntamiento, contando para ello con recursos municipales junto con la contribución de los propietarios de los inmuebles, aunque en pequeñas cantidades, destinándose además del capital acumulado a la construcción de casas baratas. Con todo, dentro de estas mejoras urbanas, había que tener en cuenta la necesidad de construir a una mejor estampa de la localidad, carente de arbolado y dando una sensación penosa, como consecuencia de la explotaciones de sus canteras. Se decía que “Colmenar retenga y que no espante”, máxime cuando la localidad se encontraba a escasa distancia de la capital y podría presentarse como un excelente recurso de descanso veraniego. Aquí puede decirse que los republicano-socialistas tuvieron una visión de futuro. En efecto, para el fomento del arbolado se requería la realización de paseos que incluyera un parque con jardines en La Corredera. No obstante, para facilitar las vías con arbolado, Cedreros planteaba hacer una paseo de ronda circundando todo el perímetro del casco urbano, desde Santa Ana pasando por la Magdalena, alcanzando El Portachuelo y continuando por San Andrés hasta la zona de molino del Viento. Desde aquí continuaría por La Corredera y el Cerrillo para bajar hacia el barrio de Navaloasa, cubriendo al tétrico cementerio, y El Egidillo, para dar con el punto de inicio en Santa Ana. Es decir, se porponía un paseo de ronda exactamente por donde actualmente se encuentra la actual carretera de circunvalación. Desde el punto de vista sanitario y de los servicios sociales, hay que destacar en primer lugar el tema de los asilos. Concretamente, Cedreros llamaba la atención sobre la indiferencia que se había alcanzado con la situación del asilo y sociedad existente, prácticamente sin terminar, por lo que incidía en la necesidad de facultar al ayuntamiento para finalizar sus obras, dando un merecido lugar a los ocupantes de los precarios albergues municipales, dejándolos así libres para otras necesidades, como se planteaba. También se proponía trasladar el matadero a un lugar más sano, con mejoras en su desagüe, planteándose su nuevo destino en la parcela sobrante en la calle Huerta del Convento, que pertenecía a la Dirección de Obras Públicas, o bien en el asilo del Alamillo, incluso en el de Santa Ana. Tampoco se olvidaba la cuestión de la construcción de un nuevo cementerio, dado que el parroquial no se adaptaba a las disposiciones legislativas desde el último tercio del siglo XIX.

En el segundo bloque de acciones se prestó especial atención al sector educativo, otorgándole una


máxima prioridad. Al 31 de octubre de 1930, el censo escolar era muy abultado, 855 niños entre los 3 y los 6 años. El concejal Cedreros lo puntualizó en sus propuestas, pues en su opinión “abrir una escuela es cerrar una cárcel; y escuelas y más escuelas necesita España para desmoronar el presidio suelto que hasta ahora ha sido todo el solar español”. Proponía el complejo de edificios del antiguo convento franciscano como espacio para la construcción de un grupo escolar con nueve secciones para párvulos y primera enseñanza, además de las clases complementarias para Artes y Oficios, incluso para la construcción de las casas de maestros, aunque se daban otras alternativas. Las acciones para el desarrollo cultural se preveían con la construcción de un quiosco de música, además de subvencionar una agrupación musical para despertar el interés creativo de la población, complementándose con un paquete de actividades deportivas mediante la ceración de campos de futbol, tenis, juegos de pelota, etc. Y el pueblo de Colmenar Viejo reclamó: “Pan, paz y trabajo”. Las vicisitudes sobre la problemática para llevar a cabo este plan de obras pueden seguirse en nuestro trabajo, publicado también en esta web, sobre “República y Guerra Civil en Colmenar Viejo. Historias de la guerra: Los niños durante la guerra civil en Colmenar Viejo”, especialmente desde las páginas 103 hasta la 116, aunque ya adelanto que fue un auténtico fracaso por falta de recursos económicos, entre otros aspectos; teniendo en cuenta también no solo el desarrollo sociopolítico y económico que atravesaba el país, sino por las evidentes diferencias existentes entre los máximos representantes de la corporación municipal, González Ortega y Juan Manuel Puente, obteniendo éste último la alcaldía por dimisión de González, en las primeras semanas de marzo de 1934. A finales de marzo de 1932, la precariedad social en la localidad iba en aumento. Tanto es así, que Gonzalez Ortega reconocía que los acuerdos que se venían tomando resultaban insuficientes, y la situación durante los meses siguientes fue mucho más preocupante, dado que la empresa “Muguruza” entró en crisis dejando sin trabajo y sin abonar los jornales pendientes a los obreros. Durante los siguientes meses aumentó la presión social, como una olla a fuego rápido sin válvula regulable. Así, en las actas de los plenos comenzaban a registrarse algunas medidas más radicales y contundentes, como la propuesta de creación de nuevos arbitrios en los entierros católicos. Los escasos trabajos que se ponían en marcha ya no obedecían a un plan de obras establecido, sino a la necesidad de acudir a la improvisación para evitar males mayores, a pesar de los esfuerzos de las sociedades obreras, determinados concejales y obreros. Un corresponsal del periódico “La libertad” daba su testimonio, en marzo de 1933, sobre esta situación local: “despedidos cientos de obreros, y no teniendo dónde ganar su jornal, fueron gastando una a una las pesetas que con tanto trabajo llegaron a reunir, y algunos, los más, tuvieron que malvender o hipotecar sus modestas viviendas”. Las clases más humildes, entre otras medidas, decidieron recoger leña de las fincas y montes más próximos, pero al agotarse este recurso tuvieron que cruzar las tapias del monte de El Pardo, perteneciente a Patrimonio Nacional. A pesar de la oscuridad de la noche, a veces los obreros caían en poder de los guardas, siendo conducidos a la Cárcel Modelo. Esta dramática situación condujo a las mujeres, con sus maridos encarcelados, a manifestarse ante las puertas del Ayuntamiento, reclamando pan para que no perecieran sus hijos de hambre. Manifestación que se repetiría al día siguiente, pero ahora las mujeres estarían acompañas por hombres y niños, todos conjuntamente caminando por las calles del pueblo hasta alcanzar el Ayuntamiento, portando una pancarta donde se reclamaba: “Pan, paz y trabajo”.


Ese grito popular motivó una nueva visita de las autoridades municipales a la capital para reclamar soluciones ante el Gobernador y los ministros de Instrucción Pública y Obras públicas, quienes prometerían abreviar en la medida de lo posible los trámites de los expedientes que pendían en sus respectivos ministerios, concretamente la construcción del Cuartel de la Guardia Civil, tres grupos escolares y otras tantas obras en proyecto. Eduardo González Ortega y su equipo de gobierno tenían ante sí un pueblo que gritaba pan y justicia. La reunión con los máximos contribuyentes no se haría esperar con objeto de remediar tan angustiosa situación. Los propietarios acordaron dar el número de jornales que pudieran, y los industriales, pequeños propietarios y hasta funcionarios públicos ofrecieron cuotas en metálico hasta alcanzar una cantidad que remediaba momentáneamente esta situación. Esta asamblea fue presenciada por un periodista de La libertad, a quien debemos parte de la información apuntada anteriormente, manteniendo en su crónica que se había obrado bien y que la situación adoptada honraba tanto a propietarios como a obreros, aunque el problema no se había encauzado bien desde el principio, sin entrar en su razonamiento, y apostillando, eso sí, por la realización de una gran obra en relación a la necesidad de abrir una comunicación con el pueblo de El Pardo, acortando así la distancia entre Colmenar Viejo y Madrid, e insistiendo en los proyectos de obras públicas pendientes que, por su importancia, hubieran evitado el conflicto. Esa propuesta, de la que ya se venía hablando en diferentes sectores, saldría adelante poco después, pero tan solo fue un pequeño parche en una rueda muy desgastada, dada la grave situación del paro. En noviembre de 1933, la balanza del Congreso se inclinaba en beneficio de las derechas, prácticamente al unísono de lo que pasaría poco después en Colmenar Viejo, como consecuencia de la dimisión de González Ortega, en marzo de 1934, produciéndose cambios significativos en la cabeza de la alcaldía y en la estrategia de la gestión municipal. Precisamente, una de las medidas más impopulares del nuevo gobierno de la nación, presidido por Lerroux, consistió en el aumento del precio del pan, en febrero de 1934, volviendo a dar con ello una vuelta de tuerca a la desesperación social reinante, y que en la localidad pudo haber costado el linchamiento del secretario municipal, a cargo de una masa enfurecida, donde las mujeres alcanzaron, una vez más, un fuerte protagonismo. Así las cosas, cuando se acercaba octubre de 1934, las bases sociales se encontraban fuertemente comprometidas con las propuestas más activas, emanadas desde el comité revolucionario de Madrid, con quien mantendrían estrechos contactos, como hemos demostrado en un trabajo sobre “Los primeros proletarios. Los sucesos de la huelga de octubre de 1934 en Colmenar Viejo”, junto con Roberto Fernández. Y el problema es que en el balance de esa huelga se contaba con cinco muertos y unas 48 personas procesadas y encarceladas, constituyendo uno de los episodios más dramáticos de la historia de este pueblo. Desde entonces, Colmenar Viejo venía a ser como una olla a presión con su válvula de seguridad seriamente dañada. Por ello, desde la fecha de esa tragedia, ya no se necesitaba solamente un plan de obras municipales, urgía más que nunca un plan de cohesión social, capaz de desinfectar tantas heridas. Pero ni en la localidad ni mucho menos en el contexto del país podían encontrarse remedos farmacéuticos. En esta situación, el 18 de julio de 1936 sirvió para desangrar más aún a la población. Y lo penoso es que, después de tantos años, no parece atisbarse un plan para cicatrizar todo esto.


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