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Pensamiento mágico y democracia Alberto
Mendoza*
Joan Didion relató en El año del pensamiento mágico el efecto que la muerte de un ser querido le produjo en su modo de razonar. El duelo le impidió aceptar por completo lo irreversible de la pérdida, y en su fuero interno permanecía latente una idea tan irreal como irrenunciable: la persona fallecida podría regresar. Pero el fenómeno de buscar vías de escape a través del pensamiento mágico es reconocible en otros muchos ámbitos. Por ejemplo, en la definición de preferencias políticas, donde ejerce un papel decisivo.
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Sin embargo, a diferencia de otros aspectos de la vida en que puede considerarse un problema transitorio de salud, o una fase relacionada con la digestión de un trauma, en política el pensamiento mágico se relaciona más con la militancia que con la patología ¿O acaso hay quien pueda no reconocerse en una defensa vehemente de una candidatura, movimiento, partido, gobierno o propuesta que a la postre resultó pura fantasía?
A la hora de decidir el voto, tomar partido en una discusión o participar en la defensa de una causa, es probable que la ilusión ejerza una fuerza motivadora pero también ilusoria. Por eso existen votantes decepcionados, exmilitantes desengañados y ciudadanos descreídos. Pero también se puede saltar de pensamiento mágico a pensamiento mágico como un mono araña de rama a rama. Y es posible aferrarse a uno que ofrezca cierto confort mental, o que al menos evite la incomodidad de tener que volver a evaluar la situación a la luz de nueva información. y
Negación, escape de la realidad o esperanza puesta en un futuro que no se ha de concretar nunca. Muchos de los ingredientes que componen la realidad política tienen estos atributos de pensamiento mágico. Algo que se acentúa en las campañas electorales, en los spots y en los productos de marketing político. John Berger afirmó que “la publicidad habla en futuro y, sin embargo, la consecución de este futuro se aplaza de forma indefinida”. Lo que nos lleva a otra cita, de A.J. Greimas: “La sociedad de incredulidad se deja sumergir por olas de credulidad, se deja atrapar por los discursos políticos, didácticos, publicitarios, y el saber adquirido en las trampas del saber es un antídoto absolutamente ineficaz”.
Hay otro fenómeno que se aplica a la recepción de la ficción por parte de los espectadores. Es lo que Samuel T. Coleridge llamó suspensión de la incredulidad, que designa a la actitud cooperativa que, por ejemplo, un lector tiene ante una novela o un espectador ante una obra de teatro. Los acontecimientos que se despliegan ante ellos se admiten como verdaderos, aunque sean imposibles en la realidad. No se duda de que Sherlock Holmes viva en Baker Street o de que el Gato con Botas pueda hablar.
Licenciado por la Universidad Complutense, especialista en Información Internacional y con un Máster de Política Mediática. Cuenta con un posgrado en Dirección de Campañas Electorales por la Universidad Pontificia Comillas. Por más de 15 años ha desarrollado su carrera en medios, instituciones y campañas electorales de España y México.
La suspensión de la incredulidad parece una condición cada día más necesaria para seguir la actualidad política. En México, es un requisito imprescindible para prestar atención a los mensajes que se emiten desde la Presidencia de la República y el bloque oficialista. Pero incluso en los textos de ficción es necesario respetar una serie de reglas de coherencia y veracidad. Algo que no sucede en discursos como los que, por ejemplo, buscan justificar el desmantelamiento del Instituto Nacional Electoral (INE).
En este caso, la política ficción destructiva ha encontrado una fuerte resistencia democrática que aporta ideas y datos. Argumentos sólidos que pasan la prueba de la verificación y que no exigen credulidad. Las últimas reuniones del Consejo General del INE, con extractos que han circulado como la pólvora en redes sociales, han mostrado un lado áspero del debate en la llamada herradura de la democracia. Pero también la abismal distancia que existe entre el pensamiento mágico de los representantes del oficialismo y el conocimiento veraz de los diferentes consejeros y consejeras.
Mientras, el presidente de la República se caracteriza por tratar de imponer el pensamiento mágico que manufactura de manera abundante y constante. Que la estrategia política de un gobierno se base en pensamientos mágicos es sin duda preocupante, incluso si quienes los difunden no creen en ellos realmente, porque entonces significa que opera como un gran plan de manipulación.
Muchas de las afirmaciones del presidente López Obrador se han demostrado falsas, erróneas o sin posibilidad de verificación. La mentira forma parte de algún modo del pensamiento mágico, normalmente en la forma de autoengaño, con el que el sujeto trata de eludir la realidad. Pero en el caso de la comunicación gubernamental, la mentira se proyecta masivamente, con el uso de recursos públicos, para constituir un clima de opinión también mágico, en el peor de los sentidos.
Pensar que quienes se benefician de cargos públicos y poder al amparo de López Obrador, que quienes desde ahí lo apoyan, lo defienden o callan, serán diferentes y mejores cuando dispongan de aún más poder es un pensamiento mágico extremo. Cualquiera de los nombres que suenan en Morena como sucesores del actual presidente pertenecen a esa categoría, y esperar su metamorfosis benigna apunta en la dirección de lo irracional.
Puede ser que la democracia no sea más que otro pensamiento mágico que nos civiliza temporalmente. En todo caso, ojalá que la magia no se termine. Y desde luego, que no sea sustituidapor el conjuro de una pesadilla autoritaria.