Álvaro Castillo Navarro
La Beba
–N
o, no, no, no, no, no, no doctor. Si le contara, no se la acabaría. La Beba es todo un mujerón. Es inteligente, guapa, atractiva, con mucho carácter, una líder al mismo tiempo que una belleza. Nomás porque no la conoce usted, si no, caería rendido a sus pies. No exagero, pero hasta se me imagina a María Félix en su época de gloria. A veces le digo Doña Bárbara, pero ella me corrige y me dice: “No, simplemente soy la Beba…”. Nati se regodeaba en su discurso al mismo tiempo que jugueteaba con su celular con mucha habilidad, pese a sus largas uñas postizas y haciendo tintinear sus siete pulseras de oro de 18 kilates en cada muñeca. El arreglo de su persona era impecable y con frecuencia citaba el precio de sus prendas de ropa de marca que la Beba le regalaba cada fin de semana. Con pericia realizó una maniobra mediante la cual extrajo de su bolso un cigarro oscuro y fino. –No, Nati, no se puede fumar en el consultorio, inquirí. –Oh, está bien. No hay problema. Si en mi lugar hubiera estado la Beba simple y sencillamente lo manda por un tubo. Ella hubiera encendido su cigarro, le hubiera echado el humo a la cara y lo hubiera visto con una mirada retadora que no hubiera podido usted sostener. Nati se reclinó en su asiento y después de una pausa agregó: –Lo único que no me gusta de la Beba es que a veces se le pasa la mano con sus llamadas de atención. Está bien que ella haya hecho un negociazo con la venta de material eléctrico, pero no es para que trate tan mal a sus hermanos. A veces quisiera decirle que son sus empleados, no sus gatos, pero lo cierto es que le han llegado a tener miedo a la Beba. Cuando mis hijos no hacen bien las cosas los regaña delante de la gente: de pendejos y 17