¿Qué pasó con Eireté?

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abía una vez un punto azul pálido en algún punto del vasto universo. Dentro de ese punto, una selva. Una selva hermosa y húmeda, donde el agua creó arroyos, ríos y cascadas.



Como cualquier jaguareté, Eireté vivía la mayor parte del tiempo solo. Adoraba nadar y después sentarse al sol. Pero la vida de los jaguaretés no es así de fácil. Eireté debía trabajar para vivir, y eso en la vida de un jaguareté significa cazar.


Una mañana de sol –un sol que alumbraba como si fueran dos–, en una de sus carreras detrás de una mariposa, Eireté se encandiló de tanta luz mañanera y fue a chocar contra un yvyra pytã. Tan fuerte fue el golpe, que Eireté tardó un ratito en volver en sí. No sólo las flores amarillas del árbol habían caído y volado con el viento.




Todavía un poco mareado, Eireté se vio las patas: algo faltaba. Tuvo que refregarse los ojos, hasta que se convenció de lo que estaba viendo. Sus manchas se le habían caído del golpe y, así como las flores del yvyra pyta, habían volado con el viento.



Pensó que debía hacer algo, no podía quedarse allí sentado esperando. Así que emprendió su búsqueda y, para empezar, habló con el viento: —Esta mañana soplé y soplé, pero no recuerdo hacia dónde. ¿Habrá sido el norte, habrá sido el sur? ¡Ya sé! Soplé hacia el noreste –recordó el viento deseándole suerte a Eireté en su búsqueda.


En esa dirección fue Eireté. En el camino encontró un guyra campana a quien preguntó si desde lo alto veía un montón de manchas desplazarse con el viento. —Las vi esta mañana, si seguís en esta dirección vas bien– le dijo.




Eireté siguió y siguió, pero por más que corrió, no pudo encontrarlas.


Por último, habló con un tajy. —Vi las flores viajar a gran velocidad con unas cuantas manchas, se veían muy divertidas– le comentó.



Cansado ya de tanto correr, se detuvo a tomar agua. No sabía qué hacer y se sentó a pensar. Estaba tan cansado que los ojos se le empezaron a cerrar del sueño. Además el calorcito del sol acariciaba su pelaje desprovisto de manchas. ¿Quién puede resistirse a una siesta al sol, rodeado de árboles y una suave brisa?




Cuando Eireté despertó ya no había tanta luz, pero pudo percatarse de que sus manchas habían vuelto. –¿Qué pasó?– se preguntaba feliz. Unos helechos le contaron lo sucedido. —El sol se dio cuenta de que esta mañana había alumbrado demasiado, tanto que parecían dos soles y no uno, que habías perdido tus manchas por su causa. Así que volvió a alumbrar y nosotros y algunas otras plantas hicimos el resto. Jugamos a las sombras chinas en tu piel.


Eireté les dio las gracias. El sol había entrado, pero esperaría despierto hasta el día siguiente, cuando despuntara, él le estaría esperando en el horizonte para saludarle y también a él darle las gracias.




Esta es una publicación editada por Alianza Jaguareté en asociación con WWF Paraguay, Fundación Moisés Bertoni y Guyra Paraguay Cuento Lía Colombino Ilustración Charles Da Ponte Coordinación editorial Alejandro Valdez Sanabria Coordinación General Florencia Arano Impreso en AGR Julio de 2012

cbna Este material se distribuye bajo Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirDerivadasIgual Le estimulamos a reproducir, compartir y realizar obras derivadas de este material, siempre que sea sin fines comerciales y su distribución se dé bajo las mismas condiciones que la presente licencia. Fichas de trabajo y versión digital de este libro disponible para su descarga gratuita en www.mbertoni.org.py



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