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MADUREZ SOCIAL SUSTENTABLE
Estamos acostumbrados a medir nuestra edad según el número de vueltas que nuestro bello planeta da alrededor del Sol.
Así, a las seis vueltas cumplidas se considera en nuestro país que tenemos la madurez suficiente para entrar a la primaria. Doce vueltas más y estamos en edad de votar y legalmente de comprar y consumir alcohol, tabaco y hasta de casarnos.
Sin embargo, sabemos bien que la madurez es un indicador mucho más complejo que el número de noches que hemos dormido bajo cielo estrellado. Soy de las que piensan que la madurez es un proceso que se relaciona con la capacidad de tomar decisiones informadas e independientes. Y bajo esa convicción he visto crecer a mi hija, a mis amistades, a mis afectos e incluso a mí misma.
Así, aunque me encanta recibir y dar felicitaciones en los cumpleaños, considero que las decisiones que to-
Dra. Karla G.
Cedano Villavicencio
Doctora en Ingeniería y Ciencias Aplicadas. Es Académica del Instituto de Energías Renovables de la UNAM y Responsable Administrativa del Centro Mexicano de Innovación en Energía Solar
Tenemos el conocimiento para instalar sistemas rentables para generación de energía usando fuentes renovables, sólo hace falta que hagamos gala de madurez e invirtamos tiempo, dinero y voluntad mamos son mejor medida de nuestro crecimiento como personas. Y por esta misma razón además de valorar la libertad con que una persona toma decisiones, creo que es fundamental que, además de informadas, las decisiones tengan perspectiva sustentable y que quien las toma lo haga con un claro sentido de responsabilidad consciente, rendición de cuentas o accountability.
Aumentar el confort, ¿a qué costo?
Como sociedad, tomamos decisiones todo el tiempo, no sólo al emitir el sufragio en tiempos electorales, sino más importante y trascendente, al elegir productos o servicios en el día a día. Desde esta perspectiva las sociedades más maduras, logran tomar decisiones en pro del bien común y de la sustentabilidad.
Por ejemplo, pensemos en la construcción de casas habitación. Recuerdo bien que la casa familiar fue construida en 1945. La casa, muy estilo Cuernavaca, de techos altos, terrazas por todos lados, muros de más de 15 cm de espesor, ha resistido los embates del tiempo y del clima.
Es fresca en verano y tal vez demasiado fresca en ciertos inviernos (no en todos, afortunadamente). Y, a pesar de todos los cambios que ha sufrido, aún conserva el aire de entonces y las ventajas climáticas y de iluminación con que fue construida. ¿Qué nos pasó, del siglo pasado a este, que perdimos de vista la ubicación geográfica, el clima local, la orientación del sol, las corrientes de aire, las barrancas, los pozos de agua cercanos, al construir? ¿Cómo perdimos de vista la importancia de un diseño bien pensado, de una construcción bien orientada para aumentar el confort?
Parece que al haber soluciones tecnológicas para aclimatar la vivienda (luz artificial, aire acondicionado, calentadores, etc.), decidimos construir sin pensar y confiar en la tecnología para suplir la falta de ingenio y de capacidades de observación de arquitectos e ingenieros. El costo lo estamos pagando, no sólo en la factura de CFE, sino en el alarmante incremento de emisiones de CO2 producto de este diseño sin sentido, y del derroche energético que gastamos para aclimatar nuestros hogares.
Mirar al futuro
Ante la crisis energética actual, tenemos una gran oportunidad para, mirando al futuro, diseñar inteligente y sustentablemente la vivienda de los próximos años. Ya no estaremos nosotros, como ya no están quienes construyeron las casas que habitamos algunos, pero quienes hereden nuestros espacios, nos agradecerán la inversión en tiempo y en intelecto que les permitirá tener edificaciones cómodas, iluminadas y energéticamente eficientes.
Es urgente repensar las decisiones energéticas que tomamos en lo individual, lo familiar, lo corporativo y lo político.
Una sociedad que elige transportarse en vehículos de bajo consumo energético, híbridos o eléctricos, es muestra de un conjunto de personas que toman decisiones cotidianas al invertir en sistemas de transportación personal o colectiva con visión sustentable. Esto es madurez social, entender que hay un balance delicado entre lo social, económico, ambiental e institucional, y tomar decisiones en consecuencia.
Optar por apoyar la inversión personal y pública en energía renovable también es un asunto de madurez. Tenemos el conocimiento para instalar sistemas rentables para generación de energía usando fuentes renovables, sólo hace falta que hagamos gala de madurez e invirtamos tiempo, dinero y voluntad en lograr un entorno sustentable en casa, en la industria, en la oficina y por supuesto insistamos en que se haga a nivel nacional.