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BALANCE DE UN SEXENIO INCONCLUSO (segunda parte)

El balance del sexenio debe tomar en cuenta que Andrés Manuel López Obrador no es de izquierda. Tampoco lo es Morena, el partido político del presidente. La llamada Cuarta Transformación es una amalgama de ideologías, intereses y prácticas políticas, muchas veces contrapuestas.

Más que desmontar la hegemonía neoliberal, la administración se ha concentrado en adecuar el modelo.

Más que cuestionar las causas estructurales del subdesarrollo, se ha dado continuidad al papel de México en la división internacional del trabajo. Más que impulsar el desarrollo endógeno, se ha profundizado la relación asimé- trica con los Estados Unidos y aceptado pragmáticamente la tutela.

Más que construir una nueva institucionalidad democrática, se ha mantenido el régimen presidencialista y centralista. Más que apoyarse en la organización y participación popular, se ha privilegiado la actuación de las fuerzas armadas, cuya lealtad se ha ganado mediante generosas concesiones económicas.

El estilo personal de gobernar es otro factor para tomar en cuenta. La narrativa, por ejemplo, es utilizada con gran efectividad para fidelizar seguidores y captar votos, sin importar que se aleje abismalmente de la realidad.

El discurso sin correlato con la vida de personas e instituciones consolida un diagnóstico simplificado que menosprecia la complejidad y gravedad de los problemas, así como las dificultades para impulsar programas de gobierno y a final de cuentas la transformación de México.

Concentración de poder

La narrativa presidencial desborda de promesas, verdades a medias e inexactitudes, presentadas como verdades absolutas respaldadas en “otros datos”, con los que se pretende monopolizar la verdad. Tal invectiva afirma, por ejemplo, que se acabó el huachicol; que la compra de las centrales de Iberdrola fue una nacionalización; que dicha compra garantiza que no aumentará el precio de la luz; que nadie hizo negocio para provecho personal en la construcción de la refinería de Dos Bocas.

Los datos y el relato a modo también han servido para justificar gustos y antojos personales. La construcción de la nueva refinería en Paraíso, Tabasco, y la cancelación del horario de verano, son ejemplos de los deseos del primer manda- tario, que se hicieron realidad sin mediar estudios completos y objetivos. Se gobierna con base en voluntarismo, al margen de evidencia científica, datos técnicos, mejores prácticas y planeación.

En su afán de concentración de poder para agilizar la solución a problemas urgentes, impulsar programas de gobierno o concluir proyectos insignia antes de que termine el sexenio –proyectos que imaginativamente dejarán huella en la historia del país–, López Obrador gobierna encomendando tareas que se apartan del mandato formal de secretarios o directores.

Por ejemplo, la secretaria de Energía se dedica a construir y modernizar refinerías, en lugar de que lo haga el director de Pemex. El secretario de Relaciones Exteriores ha sido responsabilizado de tareas que les corresponden a las secretarías de economía, gobernación, medio ambiente y energía, debilitando la autoridad de los titulares de esas dependencias y agudizando tensiones y desencuentros institucionales.

El vacío dejado por la secretaria de Energía ha sido llenado por el canciller, al que se le ha encomendado caminar de la mano con altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos en materia de migración, clima, transición energética, fuentes renovables, electromovilidad y aprovechamiento del litio.

Voz cantante

Al director de CFE se le ha permitido llevar la voz cantante en electricidad al margen de las facultades de Sener --lo cual explica la desaparición de la subsecretaría del ramo-- además de encomendarle las labores de búsqueda y rescate de los restos de 63 trabajadores sepultados hace 17 años en la mina Pasta de Conchos de Coahuila, así como la prestación de servicios de telecomunicaciones e Internet, al margen de las secretarías de Gobernación y de Comunicaciones y Transportes. Los proyectos se encargan a personajes cercanos al presidente y no a las instituciones públicas federales. Paralelamente, López Obrador ha buscado controlar, debilitar o desaparecer instituciones que le restan poder o estorban en sus proyectos. La Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Nacional de Competencia Económica y la Comisión Federal de Mejora Regulatoria, son dependencias acusadas de ver la luz durante el neoliberalismo, sin que la administración haya propuesto formas organizativas y regulatorias distintas donde no tengan cabida esas instituciones.

El afán de control también se manifiesta en las designaciones de funcionarios, frecuentemente señalados de no contar con el perfil para el área asignada, pero destacados por su cercanía con el poder presidencial.

López Obrador le ha dado mayor importancia a la honestidad que a la experiencia: su perfil ideal es 90 por ciento de la primera y 10 por ciento de la segunda. La honestidad es entendida como lealtad y la experiencia como precursor de la corrupción.

A esa conclusión simplista llega el presidente, considerando que los gobiernos neoliberales dieron prioridad a funcionarios con mucha experiencia y diplomas de prestigiosas universidades en el extranjero, “que resultaron deshonestos, charlatanes y gente sin decoro”. El resultado es un gobierno que fortalece el presidencialismo y debilita al Estado.

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