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Los Orígenes de San Simón
Felipe era un joven originario de Itzapa, pero vivía en el pueblo de Zunil. Sus padres, Andrés y María, habían tenido que trasladarse. Don Andrés era comerciante y encontró un buen mercado para sus productos en Quetzaltenango por lo que constantemente viajaba.
Felipe deseaba casarse, pero sabía que para poder hacerlo debía establecer su propio negocio. Con ese fin, había observado la cantidad de tela para cortes que se vendía en los pueblos de la costa y a qué precio se podría comprar en Totonicapán. Todo indicaba que, para organizar su venta, necesitaba una buena cantidad de dinero y asi poder comprar suficiente tela, pagar el transporte desde Totonicapan hasta Mazatenango y costear su estancia en los diferentes lugares donde tenía que pernoctar para llevar las telas.
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Juliana, una muchacha originaria de Itzapa, era con quien Felipe deseaba casarse. Y aunque don Andrés, su padre, quería verlo felizmente unido a ella, no podía ayudarlo porque tenía demasiados compromisos. Se dedicaba a llevar artesanías al mercado de Quetzaltenango y tenía, además de Felipe, dos hijos y dos hijas pequeñas a quienes debía mantener. En esas circunstancias, Felipe decidió trabajar para obtener lo que tanto deseaba.
Empezó recogiendo leña en un bosque cercano a la población de Zunil. Todas las mañanas iba muy temprano a recolectar troncos caídos y ramas secas. En esta tarea ocupaba gran parte del día, de manera que regresaba a la casa de sus padres hasta el anochecer.
Felipe nunca había optado por cortar un árbol, ya que sabía que los árboles subricians los atacaba con un hacha. Por ello, esperaba a que cada árbol decidiera eliminar aquellas ramas que ya no le servían. “El árbol sabe por que las desecha”. pensaba para si Un dia, un señor vestido con traje regional le habló: He visto que recolectan leña para vender en el pueblo ¿Por qué no cortar ese árbol que está ahí? Parece enfermo y seguramente conseguirás buen dinero por sus ramas-le dijo el hombre. Felipe saludó cortésmente al desconocido y le respondió: -No puedo hacerlo, mientras esté vivo debo respetarlo.
Pero casi todos los árboles de esta parte del bosque está sano, así tardarás mucho tiempo en conseguir leña--le argumentó el señor -No importa, peor sería hacerle daño a una criatura que todavía puede recibir mucho de la vida -le dijo Felipe. Apenas dejó de hablar, noto que el desconocido se había ido, pero no le prestó mayor atención.
Otro dia, cuando iba de regreso a su casa con su carga de leña, Felipe vio a un soldado que descansaba junto al camino. “Debe estar enfermo. pensó, porque ningún soldado se detiene solo en el camino. Me han contado que los reprende duramente si lo hacen se dijo.
El soldado estaba sentado viendo hacia el suelo. Cuando Felipe se acercó, él le habló -Déme un poco de agua, por favor Felipe, sin contestar y reflexionando que si a estuviera enfermo le gustaría que lo ayudaran, le ofreció un poco de agua de su tecomate El soldado se lo agradeció y le pregunta: ¿Cuánto le debo? -No es nada contestó Felipe espero que siga bien. Pero, mientras tapaba su tecomate, el soldado desapareció. Qué rápido se fue! Con razón dicen que los soldados son veloces- exclamó, y no volvió a pensar en el asunto.
En otra ocasión, cuando regresaba del mercado con las ganancias de su trabajo, mientras pensaba en cuánto faltaba para pedir la mano de Juliana se encontró con un anciano que viajaba en sentido contrario a él. El pobre señor parecía muy triste. Felipe, sin saber por qué, le preguntó: ¿Qué le pasa? Se ve muy afligido.
Es que falleció una mi niña y no tengo cómo costear el funeral respondió el hombre. -Que pena! -le dijo Felipe tal vez esto le sirva En seguida tomó parte de su dinero y se lo entregó al desconocido. -No sé si podré pagártelo algún día-le informó el hombre viejo. Estoy seguro de que si tengo necesidad, alguna persona me ayudará -le respondió Felipe. Y mientras se componía el bolsillo del pantalón, el hombre desapareció. Si que tenia prisa el pobre”. pensó Felipe.
Esa misma noche, cuando regresaba a su casa, se encontró con otro sujeto que se veía muy débil y demacrado, tanto que apenas tenía fuerzas para acercarse a Felipe y le dijo: ---Por favor ayúdeme, estoy de goma y necesito curarme. --¿Cómo puede curarse? -le preguntó Felipe. -Regáleme un “trago de aguardiente” -le dijo el sujeto. --Está bien, pero sería mejor que tomara agua y jugos de fruta-le reprendió Felipe, al mismo tiempo que se dirigía a la tienda para comprarle al hombre lo que pedía. Además del aguardiente, Felipe decidió entregarle al hombre unas tortillas y unas frutas, para que se repusiera verdaderamente. -¿No quiere llevarse unos puros también? - le preguntó la tendera. -Déme uno, se lo voy a regalar a ese pobre hombre - le respondió Felipe. Al entregarle estos objetos, el hombre se repuso y desapareció sin que Felipe pudiera ver hacia dónde. Así que, sorprendido, se retiró a su casa.
El tiempo pasaba y, a pesar de los esfuerzos de Felipe por conseguir el dinero para establecerse y poder pedir la mano de Juliana, no lograba su objetivo.
Cierto din, en la plaza al atardecer, después de una jornada agotadora, un tío de Juliana se acercó y le contó que sus padres habían decidido casarla con un próspero agricultor de la región. El joven estaba angustiado, ¿qué hacer si lo separaban para siempre de Juliana?
Cuando Felipe llegó a la pensión donde estaba don Antolín, este le dijo: --Al fin llegas Pero, usted me conoce? -le preguntó Felipe. -Un señor muy poderoso me avisó que llegarías. Por eso estoy aquí y traje este trozo de madera de t’zité para hacer nuestra labor. Qué labor? ¿Y para qué quiere madera?preguntó sorprendido el joven.
Con esa preocupación se dirigió a la casa de sus padres y consultó con don Andrés, quien le sugirió que visitara a don Antolín, un sabio rezador de la región de Itzapa que estaba casualmente por Zunil en esos días. Don Andrés confiaba mucho en don Antolin
-Te voy a contar le respondió don Antolín- Hace mucho tiempo, en la época de nuestros Abuelos, un senior poderoso escuchaba sus necesidades y las solucionaba. Pero la gente se fue volviendo muy egoísta y mezquina. Entonces el Señor se alejó de nosotros Sin embargo, hace poco tiempo, te encontró y descubrió que aún existen personas generosas y nobles en Iztapa, aunque te haya encontrado en Zunil. Por eso, mientras consultaba con los frijoles sagrados, los del árbol de t’zité, este señor me visitó y me habló, indicandome que debían hacer su rostro con madera del árbol sagrado y
que tú me indicarias cómo es su cara y para representar su cuerpo, tú me diris la ropa que le has visto Entonces, Felipe comprendió que el hombre del que hablaba don Antolín era el que había visto en varias ocasiones, porque reflexionó que el rostro era el mismo: el campesino, el soldado, el doliente y el bolo. Así, ambos se pusieron a trabajar en la efigie.
“Si nos ayuda a todos.pensó Felipe, “me ayudará con Juliana”. Así que ni siquiera consultó sobre el motivo que llevaba para visitar a don Antolín. Los dos se prepararon adecuadamente, con ayunos y oraciones, según las indicaciones de don Antolín. Luego, empezaron a tallar el rostro. Cuando la efigie quedó terminada, ambos hombres quemaron copal ante ella y don Antolín se la llevó a trapa en Chimaltenango.
A los pocos días, don Andrés pudo cobrar algún dinero que daba por perdido y se lo entregó a Felipe para que iniciara su negocio. Al mismo tiempo, el tío de Juliana visitó a Felipe para contarle que la joven había quedado libre de casarse con el pretendiente porque había viajado a una región alejada. A los pocos meses cumplió su deseo y dejó testimonio claro de que, desde entonces, quien pide a San Simón obtiene lo que desea y que, como muestra de generosidad, se le entregan ofrendas a la imagen y él ayuda a quien lo necesita.