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La Tatuana
Sortilegios y hechizos de Manuelita “La Tatuana”
Aún pequeña, joven y mustia, la Nueva Guatemala de la Asunción se despertaba cada día en las casas de bajareque pintadas de blanco.
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En la Plaza Central ya destacaba La Catedral, aunque todavía sin campanarios. El palacio de Gobierno, antigua residencia de los Capitanes Generales, dominaba la cuadra con sus arcadas neoclásicas. También le llamaban El Portal del Señor, por una pequeña capilla del Señor del Pensamiento, o El Portal de las Panaderas, ya que cada tarde se daban allí cita mujeres con sendos canastos a vender.
Fue una fría tarde de noviembre cuando unos pocos vecinos del Barrio de La Candelaria vieron llegar a aquella hermosa mujer de caminar elegante. Era una mengala un tanto alta que no pasaba de los 25 años, con grandes ojos oscuros y pelo negrísimo como la medianoche que recogía en dos tupidas trenzas, que caían sobre un hermoso manto de seda. Apareció por un costado del Cerrito del Carmen y sin vacilación se instaló en una pequeña casa del Callejón del Brillante. El sopor de la monotonía de la Ciudad pronto fue roto por las habladurías sobre esta extraña mujer.
–¿Quién será esa patoja? Mire que toda la vecindad esta intrigada.
–Pues, dicen ‘nia Chon’ que se llama Manuelita, y que conoce de artes mágicas.
La fama de adivinadora y preparadora de pociones para enamorados se esparció por todos los lugares. Los conju
ros, hechizos y enfrascamientos eran realmente eficaces y, pronto, su casa era la más concurrida. Nadie supo la razón, pero comenzaron a llamarla: Manuelita “La Tatuana”.
Por aquella época existía una tienda muy bien surtida entre las calles de Las Beatas y de Mercaderes, que se llamaba El Divino Rostro. Aquí había desde clavos hasta cirios para el Jueves Santo. Además, doña Concepción Tánchez tenía un merecido renombre por las bolitas de miel y las raquetas de guayaba que vendía.
Una tarde de diciembre, como cada cuando, llegó Manuelita para comprar las provisiones para sus “trabajitos”. Al ver que doña Chon estaba barriendo con desgano, se acercó a ella y le dijo: – Yo sé, ‘nia Chon’ que usted tiene un problema que la atormenta. Como ha sido tan buena conmigo quiero ayudarla. A ver, dígame, ¿qué le pasa?
Doña Chon rompió en llanto. – No sé cómo podría ayudarme Manuelita, fíjese que Jose Guadalupe, mi marido… tiene otra mujer. Se va durante días, parece embrujado, y cuando regresa, me trata mal, como que yo tuviera la culpa. ¡Ya no sé qué hacer!
Sacando una tira de cuero, Manuelita le dijo: – No se preocupe, le tengo un secretito, tome este cuerito. Golpee con él tres veces la almohada de su marido y póngalo debajo, después queme ruda y albahaca en un brasero de Totonicapán. Luego, rece un Avemaría en cada esquina del cuarto. Tenga fe y ya verá.
Al día siguiente, don Lupe regresó amoroso como antes. Permanecía en la casa y trabajaba muy contento en el almacén.
Los siguientes domingos invitó a su esposa a pasear al Cerrito del Carmen y el matrimonio era como doña Chon siempre lo había soñado. Pero la felicidad duró poco, ya que una noche, antes de cerrar, llego Manuelita pidiendo el cuerito.
La tendera lloró y rogó, pero fue inútil ante la enérgica insistencia de la hechicera, y tuvo que devolver.
Al alba del día siguiente, don Lupe, con un tanate de ropa, se fugó por la puerta de la cocina para no volver nunca más.
El saño que La Tatuana le había hecho al alma de doña Chon era la comidilla en cada esquina.
Fue la tarde del sábado, que un capitán del Cuartel del Fijo pasó a comerse un tamal y se enteró por boca de ‘nia Chon’ de lo acontecido.
Indignado, se encaminó hacia el Palacio de Gobierno. El frio de fin de año se sentía hasta los huesos, cando ya entrada la noche, lo recibió el Presidente del Estado. No era la primera queja que recibía, y montando en cólera ordenó.
Sin mayores procedimientos legales fue apresada y condenada a morir en una hoguera en la Plaza Mayor; sin embargo, por ser Nochebuena, decidieron dejar la ejecución hasta el Dia de los Santos Reyes.
Manuelita no daba señales de turbación; escuchaba la música de tortugas y chinchines que venía de la calle y, cerrando los ojos, podía sentir el olor de la pólvora de los cohetillos y de las hojas de pacaya que adornaban El Portal. Ante el llamado de la hermosa mujer, el carcelero se acercó a la celda.
“Solo quiero pedirle una gracia -dijo ella-, le imploro que me consiga un pedacito de carbón”.
Era algo inusual, pero ante la insistencia, no pudo negarse a la solicitud de esos labios carnosos y la suave mirada debajo de las grandes pestañas.
Manuelita guardo el carbón hasta que estuvo a solas. Entonces lo sacó y con seguridad comenzó a dibujar en la pared un barquito.
Al terminar de dibujar, extendió los brazos y en murmullos pronunció un antiguo conjuro. La Tatuana se subió en el barquito y salió navegando por la ventana de la cárcel; dicen que se alejó viajando por los hilos de plata de la luna llena…
Algunas noches, los viejos de la Parroquia cuentan que en las bartolinas del Palacio de Gobierno, se podía ver claramente en la pared la silueta que dejo el barquito por donde se escapó La Tatuana; esto lo vieron con sus propios ojos hasta que el terremoto de 1917 derribo el edificio. Desde entonces, La Tatuana se quedó enfrascada en las historias que corren de boca en boca, por las calles de los viejos barrios de la Ciudad.