El convivio juancesteves

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Colecci贸n Revivir Serie Poes铆a

Especialmente destinada a la obra in茅dita de autores que marcaron el desarrollo y la historia literaria del estado Falc贸n, con el fin de reconocer su vigencia y valor dentro de la cultura regional.



El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto editorial impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través de la Fundación Editorial El Perro y La Rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores y Escritoras de Venezuela, tiene como objetivo fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. El sistema de imprentas funciona en todo el país con el objetivo de editar y publicar textos de autores que habitan en las regiones. Cada módulo está compuesto por una serie de equipos que facilitan la elaboración de libros. Además, cuenta con un Consejo Editorial conformado por representantes de la Red Nacional de Escritores y Escritoras de Venezuela capítulo estadal y del Gabinete de Cultura.


El Convivio


El Convivio © Herederos de Juan de la Cruz Esteves, 2013. © Fundación Editorial El Perro y La Rana, 2013. Ministerio del Poder Popular para la Cultura Sistema Nacional de Imprentas Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela Edición al cuidado de. Ennio Tucci Corrección: Anthony Alvarado Impresión: Eneida Abreu HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: lf-402201380074 ISBN: 978-980-14-2467-3


Juan de la Cruz Esteves

El Convivio

Fundaci贸n Editorial El Perro y La Rana Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela Sistema Nacional de Imprentas Imprenta de Falc贸n 2013



El Convivio

(Lira rústica, Dolida circunstancia)

A MANERA DE PRÓLOGO “Yo soy esa dolida circunstancia Y es mi deber dejarla en la escritura De este libro inconcino.” Juan de la C. Esteves “Epílogo”

Lira Rústica Cuando Juan de la Cruz Esteves nació en El Hato el 24 de Septiembre de 1922, ni el faro de La Macoya, ni el de San Román, ofrecían a los mareantes nocturnos el reflejo automático de su complicidad. Por esos días el júbilo de una breve postguerra llenaba de ánimo las capitales de occidente y en la Península, a diez años de la gran hambruna, sus subsistentes y desperdigados habitantes, absortos, con la esperanza acurrucada, recibían cada año nuevo con los 12 cañonazos del Fuerte Zoutman, que el viento agitador de maizales, espectros, sombreros, lomos y cumbreras, les contrabandeaba más allá de Aruba. Juan de la Cruz supo de las destrezas que rápidamente se debían adquirir para ser un niño nacido en una tierra donde todo era escaso, excepto el azul y el amarillo inabarcables. Con los años siguió a la febril diáspora que se avecindaba en la abalconada Costa de Abajo, adiestrándose también al compás de los nuevos tiempos


que se tironeaban puntuales y ululantes con el pitazo de las compañías petroleras. Observador y prudente, se inició con la Shell en la silenciosa tarea de ser aseador de un laboratorio; al poco tiempo estas cualidades lo formaron como laboratorista. Luego en sus tiempos libres devino en escritor, poeta, filólogo, etnógrafo y cronista. Atribuyéndosele por los años 50 la proeza de haber sido el primer escritor paraguanero que publicara en la Península, con los usuales menguados recursos que existen para este tipo de iniciativas. Son de él el primer libro de poemas y el primer libro de narrativa paraguaneros ab initio. 1 Conoció de primera mano la soterrada angustia, que en ese entonces, aparejaba para muchos nativos de Paraguaná -crónicamente aislados- el contraste de su cultura, con las lustrosas y tecnificadas prácticas del foráneo que venía para quedarse; haciéndole aun más frágil y perecedera la endeble autoestima de sus coterráneos. Nuevos códigos sociales, valores cuestionados, hábitos, relaciones de producción que él consideró una amenaza para su libertad y la de su familia; así como desmoralizantes para el carácter con que deseaba formar a sus hijos, lo llevaron a optar por regresar al origen. Fue entonces cuando él -que no era de fáciles salidas- renunció a lo que consideró no le era esencial y un mostrador de su bodega en El Hato comenzó a hacerse bastión de sus ideas.

Dolida Circunstancia “EL CONVIVIO” se estructura en 28 declaraciones poéticas que discurren sobre la mujer, el amor, la ebriedad, los perros, la lucidez, la fatalidad, lo prostibulario, la castidad y la lujuria, la protesta, la vejez y juventud y la dignidad. Trozos de un mapa sin tesoros que


van haciendo una aproximación a la topografía humana del poeta. Es un trabajo intimista en su acepción más desprovista de epítetos psicologizantes, sin llegar a ser confesional, la anécdota hecha expresión poética se va desgranando de tanto en tanto con una sinceridad, descarnada; como las que se puede ver en esas fronteras humanas llamadas hospitales, terminales de pasajeros o cadalsos. “soy el poeta de la lira rústica en cuyas cuerdas ásperas no vibra trémolo lisonjero. Es que la fibra de mi carácter introvertido no usa genuflexas expresiones, mas ya esto es por mí reconocido.” 2 Desde el inicio de la obra, Esteves sin rodeos se despoja de sus escasos atuendos, no hay evasiones ni pertrechos lingüísticos que oculten la ruda honestidad de un espacio muy íntimo que se ventila y que una vez traspuestos, el quicio de las dudas y la estrecha puerta de los juicios ajenos, la reflexión acude sin prisas, parca y ceremoniosa, calmando sed y calor; como la humeante taza de un café ayuno de azúcar. Intuimos, que probablemente el maestro Juan sonreiría por nuestro torpe pudor al ver descorrido ante nuestros ojos tanta franqueza que asumimos inmerecida. El poeta sonreiría porque advertimos que no escribió para complacer a nadie. El poeta sonreiría porque ofreciendo cumplía con el deber de expresarse. Expresarse en lenguaje cotidiano y enseñar sobre la vida… “curiosamente” existe una obra homónima (Il Convivio) de Dante Alighieri3, escrita durante una época de exilio entre 1304 y 1307 que pretende ambos


propósitos. Propósitos que esperaron oportunos por más de veinte años bajo la custodia de los sucesores del poeta, especialmente la Sra. Petra Hernández de Esteves, Ysabel y Alicia Esteves H. y que hoy se ofrecen, apalancados por el consecuente apoyo del equipo del Sistema Nacional de Imprentas sede Falcón, del Gabinete del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, encabezado por Merlín Rodríguez; el creciente interés de la Asociación de Escritores de Paraguaná y la Coordinación de Literatura del Ateneo de Paraguaná, por recuperar la memoria literaria de nuestra tierra y que gracias además a la oportuna intermediación del Lic. Manuel García se propició el generoso ofrecimiento de la familia Esteves para que se materializara en la publicación de este trabajo. Convivio significa banquete, ya está servida la mesa que el maestro Juan nos ofrenda festivo con la vigencia de su sabiduría y su palabra en las hojas que siguen. Ya nos llaman, crucemos pues el umbral. Salomón Lugo Colina Paraguaná, Julio de 2011 1. Víctor Hugo Bolívar Graterol en su obra Narradores de Paraguaná (pag. 32) señala que “Fue el primer escritor que editó un libro en la propia Paraguaná, específicamente en la Tipografía Crisol: AGUA EN TOTUMA (Poemario 1956). Posteriormente en la misma imprenta editó NOMBRES PROPIOS (Relatos 1957).” 2. Recado. Poema contenido en esta obra. 3. «El propósito de este tratado, escrito en la lengua vernácula de Florencia, era ofrecer una “fiesta de la sabiduría” a todos aquellos que no saben latín en la época de Dante (1265 1321), fue destinado a contener todo el conocimiento humano.» http://it.wikipedia.org/wiki/Convivio 10


El Convivio



El encuentro Para alcanzarte no fue preciso ganar distancias, salvar escollos, trepar laderas o escalar picos. Para alcanzarte me bastó solo tender la mano. Estabas fácil, posible, tierna, pero ¡qué fácil!, dulce, entregándote. A un paso de mi voz, tu voz menuda. Tu mano, dándoseme, suave, muy suave; Flor despertándose, tu mano. Venías vestida cual las otras, pero triunfabas por desnuda. Traías desnuda la sonrisa y sin mentiras la mirada: alma sin puntos suspensivos, llena de luz y verdad. 13


Así llegaste junto a mí y fuiste mía, toda tú. Te me diste toda sin pedirme nada. Y como un potrillo relinchó el deseo. Te besé en los hombros, te besé en la nuca, y se electrizaron mis voraces labios con los prepotentes estremecimientos de tu carne nueva. Y tus dos pezones, como cabritillos prestos a escaparse, mordían tu vestido. Una ola caliente te subía a la cara una lúbrica marejada se te veía subir, roja, violenta. ¡Oh exquisito espécimen de hembra total, ardiendo! Sin mirar hacia atrás rubricaste la entrega, dándole un puntapié a la timidez. Atrás quedó la intacta, la sin sombras, la débil, y adelante seguía la hembra prepotente. 14


Y por delante, los caminos, verdes y rojos. Verdes caminos, por verdes no trillados. rojos caminos, rojos por trillados. Luego, en descenso acelerado, vino el derrumbe del pudor, como la piedra, desde el aire, fatalmente hacia el suelo. Y las mandíbulas del vicio enormemente abiertas, en sicalíptico florecer... Y tú, cayendo, hundiéndote, hundiéndote en lo más hondo. Y yo, el cobarde, el nadie, babeando mi impotencia, sin valor siquiera de quitarte un poquito de lodo. Por eso envidio la existencia de los lagartos, que para arrastrarse les basta con arrastrar sus cuerpos. Pero ya no hay remedio. soy un cobarde. ¿Quién me hace caso? ¿quién me teme? ¡Ah, sí! Recuerdo el susto de un conejo, su apresurada huida por la impertinencia 15


de un inocente grito que sin querer grité. Y era de ver cómo corría aquel desconfiado conejo, a grandes saltos desafiaba los espinosos retamales como beato que ve al diablo, corría... ¡Pobre conejo, no sabía que era un cobarde el que gritaba! Pero ya no hay remedio. ya estás caída. Mosca enredada entre las redes, pronto vendrá la araña, patas potentes, vientre obeso, vendrá la araña y hará festín contigo. Y yo, ¿qué haré? ¿qué podré hacer? Temblar tal vez, o quizás ni temblar. Los verdaderos cobardes no tiemblan. Me quedaré sin inmutarme, caídos los brazos, inmóviles las manos, los ojos tiesos como jabato acorralado, te veré deshacerte entre las mandíbulas de la araña. 16


Edelmira, mi musa Egeria Venía de la taberna, traía ardidos los labios, los ojos dilatados. Y ella, junto a la puerta de la sórdida cueva (lo que en realidad es nuestra vivienda), me esperaba, risueña, enamorada. Ganando el quicio de la rota puerta le hablé, o hice el intento... (era estopa mi lengua: estaba ebrio). Acaso le diría: —Querida, tengo hambre. Me miró tristemente, como debe mirarse a la miseria. ¡Qué hondo desencanto tenía en su mirada! Y sin decirme nada me señaló a Pancho, mi sabio, mi filósofo, mi mono. Mi Pancho, inteligente, al advertirme se abalanzó hacia mí, desesperado, y enrollando en mis piernas su sarmentosa cola se rascó las axilas a dos manos. ¡Qué elocuente la mímica de Pancho para expresar su taladrante hambre! Largo era nuestro ayuno involuntario: dos días de hambre por no tener con qué. Las ocho de la noche daba el viejo reloj de la Basílica. Exactamente habían transcurrido once horas desde mi última salida, 17


a buscar qué ganar para el condumio... Y ese angustioso ir y no llegar, ese buscar qué hacer para sustento, ese andar por talleres o almacenes, dando tropiezos y tropiezos, sosteniendo la voz y el paso en cada puerta abierta... Y tragando en silencio la esperanza de las preguntas nunca respondidas. Y ya cansado de la inútil búsqueda, decidí regresarme, resignado, a buscar el amparo de Edelmira, un poquito de su fraterna fuerza, porque así, extrasocial y analfabeta, esta Edelmira Zerpa, fresca tovareñita acanelada, es para mí la compresiva hermana. Pero anoche, ¡qué torpe me conduje! Veneníferos sorbos de aguardiente restáronle a mi físico su aplomo, me convirtieron en el pobre diablo, en el idiotizado extravertido que pregunta y responde incoherencias. En ese estado me encontré a la puerta de la sórdida cueva, lo que en realidad es nuestra vivienda. Y tuve que pedirle perdón a mi Edelmira. mi figuroso aspecto ¡la hirió tanto! un rebaño de lágrimas corría por la sabana de su cara. Ella, mi musa Egeria, tuvo lástima, lástima, sí, de verme tan cobarde. 18


El ave generosa La caterva me hostiga. Certeras flechas al blanco de mi pecho llegan, derechas, y, asesinas filosas, rompen mi piel. Pero tú, que me amas con un amor verdadero, tus manos cordiales me brindas, dulce Edelmira, mi musa Egeria, mi sombra fiel; entre tantas espinas de vil rencor, ¡qué bien me hacen tus manos lindas! Cuando estoy triste y hacia mí vienes hablándome ternuras, forjando edenes, mi Musa Egeria, yo te imagino un ave generosa: la golondrina que saca con su pico la aguda espina con que hiere cardo asesino.

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Despedida Esta tarde vengo a decirte adiós. Me marcho. No sé adónde. Quizás mañana nos encontraremos. Puede ser que nunca nos encontremos. Adiós te digo, mientras voy hojeando la última página de un libro. ¿Qué más podría decirte? Me amaste y te amo. Me odias y te amo todavía. Me marcho y tú te quedas. Pero me voy muy triste por el amor que no arraigó. Por el niño que no pudo venir, que no quiso venir a pesar del mutuo reclamo de nuestra ardiente juventud, por ese niño que no quiso nacer yo me marcho muy triste. Tú te quedas furiosa, derrotada, ardida en odio poderoso, el odio pardo del mendigo que estira el brazo y no le dan ni una minúscula moneda; el odio gris de la raposa al ver fallida su audacia ante la tórtola que se le escapa, 20


el odio espeso de la hembra inquiridora, insatisfecha. Querías un hijo para acunarlo en tu tibio regazo. Querías un niño de los dos: mentón voluntarioso, como yo; cabello endrino, piel morena, como tú. yo también lo quería, con los ojos muy dulces y las manos muy suaves. Para buscarlo, yo, potro sin brida, sudoroso el ijar, el belfo ancho, rompiendo breñas y sorteando riscos, violentamente fatigué el deseo. Querías un hijo para estrenarlo en tu regazo nuevo, para darle a beber toda tu savia. Para buscarlo, tu voluntad de hembra no tuvo límites. Para buscarlo, me exprimiste como a una naranja; lebreles diligentes tus dos pomos ladraron anhelosos en mi tórax; tus brazos, boas hambrientas, se me enredaron, constrictoras; tus labios agotaron todos los besos. Pero ya ves... estéril fue la lucha. apenas ha quedado la ceniza del odio.

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¡Ah, si hubiera venido! Ahora no me marcharía. Sus manos suaves, suave me amarrarían. Y sus ojos de miel endulzarían la salobridad de mi tristeza.

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Exaltación Para pedirte encantos, ¿qué te falta? Tu cabellera, nemoroso hechizo, me envuelve, me aprisiona y vuélveme sumiso. Flor de deseo tu boca fresca exalta la pasión de besar. Y los destellos de tus pupilas son tan vencedores, tan arrebatadores. ¡Ay de los ojos donde se proyecten ellos! Por eso de mi deseo es asir tu cabeza y dejar que se pierdan mis dedos, temblorosos, en la selva vernal de tus cabellos, y dejar que se quemen en tus ojos hermosos mis ojos enturbiados de tristeza y juntar nuestras bocas un momento para apurar, violento, con sed loca, toda, toda la miel que hay en tu boca.

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Cansancio Canturriandito mi cansancio meces, mi divina, mi rosa, mi alborada. Calientita, sabrosa, te me ofreces, jarro con leche recién ordeñada. Y esta noche no quiero que me beses; compláceme, querida, sé clemente; yo, que he obedecido tantas veces, espero no me seas desobediente. No sé el porqué de tanta abulia, amada. La noche, tibia, fúgida, callada. ¡Cómo invita a la vida sin dobleces! Y yo, tan junto a ti, como otras veces, y tú tan mía, tan fresca y sonrosada, como tropical liana te me ofreces.

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Asesinos Somos dos asesinos. Con el puñal del vicio cada día que pasa destrozamos nuestros jóvenes cuerpos. De una manera cínica con bárbaro heroísmo, como reos gozosos del cilicio, entre anchas risotadas exaltamos al vicio y en profano bautismo lo nombramos ángel disipador de pesadumbres. Entretanto, la cerveza en las copas burbujea, destila un tango gotas de aloína, el burdel hormiguea y una rara alegría, mezcla de risa y llanto, hace cabriolas como un mono suelto. Y después del cansancio del baile, de los gritos, del vaho del alcohol, abrazados rodamos hasta el tálamo absurdo, para alternar besos con mordiscos, tú, la alegre ramera, vendedora del amor, Y yo el bohemio oscuro, negador del amor. 25


Brindis de noche de año nuevo Noche natieca y primogénita, última de un año finado, primera de un año naciente. ¡Ah, débil linde cronológico! En esta noche turbulenta: -cometas, gritos, carcajadas-. Nuestras dos almas ulceradas, unidas en estrecho abrazo celebrarán, compenetradas, la apoteosis del fracaso, cantando canciones blasfemas a nuestra ignívoma odisea. A las livianas alegrías por el licor proporcionadas, a tantas horas consumidas en voraz concupiscencia, alma, gemela de la mía, cantemos que esta noche es nuestra. Que se confundan nuestras voces entre el rumor de este burdel. Astuta y cómplice de la noche clava feroces pellizcones en nuestras carnes, para que sequemos el ventrudo alquez lleno del “bárbaro entusiasmo” con que Satán, el gran decano, obsequia a sus condenados. Natieca: hija menor (voz de la ruralidad tradicional falconiana). 26


¡Hurra, a beber! Y convidemos a sor Tristeza y fray Hastío; a bailar, a gritar, a vivir. ¡Viva el dolor! ¡Viva el amor! Y derrotemos al pudor y a su clorótica consorte, la melindrosa hipocresía. ¡El Pudor! duque del Engaño, y su mujer la Hipocresía, baronesa de la mentira. ¡Hurra, a beber! Y convidemos a sor Tristeza y fray Hastío a bailar, a gritar, a vivir.

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Estoy contento Contento, sí. Estoy contento porque un cura jesuíta ha dicho una gran verdad: “Los versos de Juan Esteves son una calamidad”. Lo dice quien, según, es una gran autoridad. ¡Caramba! Para mí es mucho ser una dificultad. También la penicilina -y esto es ya perogrullara pesar de su eficacia es una calamidad. Si uno dinero no tiene con que la droga comprar, en cuanto pestañee un cura lo mata la enfermedad. El jesuíta en cuestión solo leyó la mitad de un libro mío que rodaba misérrimo por allá. Y al susodicho curita asco le dio continuar. Halló romances católicos vestidos de santidad 28


como para la cuaresma, en fatal promiscuidad con baudelarianos rondos de sicalípticos fracs. Y un poema que describe la iglesia de una ciudad; madrugada, martes santo, mañana de comulgar; un hombrezote de hinojos, al cinto de un bello puñal, prófugo de la justicia, peligroso criminal; el hombre reza su rezo, después se acerca al altar y el sacerdote de preste le da la hostia y ¡ya está!, porque la insípida oblea se queda en el paladar. Y aquel poema “Entre sombras”, convento en oscuridad, una monja pizpireta del convento en el zaguán, “tete a tete” y beso y beso Con un apuesto Don Juan. Después, después lo de siempre: el parto que hay que ocultar y dentro de un cajoncito otro hijo “natural”, que mañana será un cura o tal vez un sacristán, esto si no se adelanta y resulta otro Don Juan. 29


O también si el cajoncito su bromita quiere echar y en vez del varón robusto una hembrita ha de llorar. Entonces sería más fácil la solución encontrar. monjita que por ser monja, monja no se ha de quedar y con un curita joven siempre se va a confesar. Bañista que con el novio quiere aprender a nadar, pero la playa está sola y así es mejor, ¡qué caray! Taquimeca diplomada que no sabe ni teclear, pero ¡patrón! cada curva vale un hipo vertical. Y así, de distintas maneras... y paremos de contar, caiga de cara o de canto, resulta igual, ¡qué caray! El jesuíta en cuestión solo leyó la mitad de un libro mío que rodaba, misérrimo por allá. ¡Dígame si lee este libro que encierra este antipoema! ¡Ay, Belial! ¿Cómo me libro de ese atómico anatema?

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Ya soy cuerdo Yo era el meditativo adolescente que, errátil, cómo pájaro sin nido, discurría, taciturno. De mí decía la gente: -¿Ves?, allá va el poeta consumido. Era compinche del chuchube y el turpial cuando andaba por los bosques y arbolares preguntaba, increpando frente al aritival, ¿por qué esa tristeza de sus flores?, ¿por qué tanta tristeza si sois flor? Y con una idiotez ultraselvática me quedaba mirando la triste enredadera, como si ésta tuviera vida almática para que a mi pregunta respondiera. Cargaba, en fin, innúmeros aproches con que urdir las más fútiles querellas, ¡Cuántas noches de insomnio, cuántas noches me miraron, absortas, las estrellas! Y la energía de mis veinte años se consumía como un seco leño es la llama voraz de esos extraños cráteres que, afanosos, sofocaba mi empeño. Y anduve por pueblos y ciudades con mi carga caudal de disparates, como esos estrambóticos orates: “sembrando vientos y recogiendo tempestades”. 31


Pero hoy cuando me siento fatigado y maltrecho renuncio a quijotadas, me quedan solamente huecos en el cerebro, espinas en el pecho y callos en las manos y arrugas en la frente. De ahora en adelante, con impasible gesto me apartaré de lides y de enredos. Si a mi vecino infiérenle denuestos no seré yo quien meta en las brasas los dedos. Que grite y vocifere la balumba. Nada me importa porque nada pierdo. El azul pabellón no se derrumba. Ya tengo treinta años. Ya soy cuerdo.

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El secretario Por fin, la vida muelle y regalona. Hoy me han nombrado Secretario del Alcalde, Rogerio Tarazona, primo-hermano de un alto dignatario del clero de esta falconiana zona. ¿Cómo es mi coronel? -¡Extraordinario!su fama, como fama, desazona a cualquier mojigato secretario. Pero yo, aunque me inicio, les prometo conducirme ante él como un plumario. Tieso y flexible, zángano y discreto. Iré con la razón si es que él razona. Si me increpa, violento y arbitrario, mentiré si digo que renuncio, nada de eso, ni una jota le pronuncio: ¡can sumiso seré de Tarazona!

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La casa de la escuela La de color del tabaco horro, la casona, guarida del respeto, allí está. En ella largué el forro cuando estaba aprendiendo el alfabeto. Ni un pequeño detalle se me esconde cuando, evocando, su interior recorro: tinglado en ruinas, el tinglado donde colgaba mi maestro su chinchorro. La rojiza tinaja, el agua fría, el patio del recreo, el sol caliente y aquel loro bigardo que decía: -“Unión, Paz y Trabajo, Juan Vicente”-. Y allá, en la penumbrosa camareta, quieta sobre una mesa dormía, como tigresa, la palmeta.

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Retrato Ya yo no soy aquel niño travieso, jinete de caballos de madera, ni el pequeño estudiante bochinchero que ocultaba al maestro la palmeta. Tampoco soy apuesto veinteañero, de terso rostro y negra cabellera, el joven perspicaz y lisonjero en la conquista de la moza esbelta. Ahora soy un hombre silencioso. He llegado a las playas de Otoño y soy trasunto del rosal marchito. ¿No adviertes en mi frente las arrugas? ¿Ves mis cabellos? Son hojas maduras que se desprenden sin hacer ruido.

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De mi vida Mi vida es como la del débil junco: orilla del pantano, a cada instante. Me azota el viento, me estropea el rumiante y soy siempre perfil de brote trunco. Es mi existencia oscura, tan amarga como la de jumentos de amos malos: si me detengo me propinan palos, es que debo seguir con esta carga. No obstante esta prueba de martirio, el deseo del gran viaje no me tienta. Como soy pobre de solemnidad, en mi cruz no tendré ni flor ni cirio. Cuando me vaya, ¿quién se dará cuenta? ¿Para qué pedir, pues, que cirio o lirio seña el sitio de mi soledad? Si de la vida la verdad me abisma, soporto con estoico corazón, porque los pobres despreciados son hasta en el seno de la muerte misma. Porque del desgraciado los despojos por camposanto tienen un potrero donde pacen la cabra y el carnero y clavan sus raíces los abrojos. En cambio aquellos que dejan fortuna gozan, lo vemos, en la paz postrera de pulcra piedra escrita y zalamera flor y quejumbre de brisa oportuna. 36


El postrer ruego Seres que convivían con el poeta: os ruego que me ahorréis el sufrimiento de oír rezos en mi agónico momento. Cuando llegue mi fiel, dejadla quieta. Detesto una partida aparatosa. Ni oraciones ni llanto, ni esa cosa de “un cristo sobre el pecho”, acompañando mi morir, como si él fuera culpable de mi vivir. Sabed: la inexorable es ciega y sorda. Amigos, os demando no pongáis otra cruz sobre mi cruz, así sea la mía pálida luz. ¿Acaso no miráis sobre mi nombre -en el siniestro- la cruz de mi martirio? Y que no os cause asombro si advertís una lucha en mi final delirio. Porque cuando la Parca -la suprema y veraz libertadorase acerque a mí en su barca, la insultaré. Rebelde he sido y más serlo en esa hora en que se va todo y nada vuelve. No me lloréis. Es menester el sello del silencio al deceso sin valía. La lira lo reclama ante el plebeyo que su cordaje maltratar solía. 37


Y dejadme, dejadme a ras del suelo y en posición supina, cara al cielo. No abráis horripilante, oscura fosa para cubrir con tierra mi pardo cuerpo inerme. Vendrá el festín del topo con mi carne sabrosa, carne color de noche, mi carne clamorosa... y el voraz apetito del topo que no duerme. Mi cadáver dejadlo al descubierto, sobre un cerro de árboles desnudo, de cara al sol: será un gallardo muerto el que en vida la faz alzar no pudo. Que el sol y el viento tuesten mi retobo y en él su pico afile el fiel zamuro y el andariego can acuda al robo de la carroña y quede el hueso puro. Así será mejor. El ave negra solo cal dejará, cal inodora, la cal que se hace luna gemidora y a la lechuza alegra.

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Elegía de bizancito Al can anciano y agostizo, al can que tanto bien me hizo, a Bizancio, mi amigo leal, le anticipo esta elegía para que cuando llegue el día de su ya próximo final, pueda mi labio agradecido rezar en “kyrie eleison” muy sentido, rezar, orar por Bizancio, el buen amigo que conmigo en mi difícil caminar compartió sed, hambre, cansancio. Noble Bizancio, tu mirada es hoy lejana y empañada, lenta mirada de culí. Tísico, ronco, casi ciego, ¡qué feo te ves en tu sosiego, cómo me duele verte así! Torcido, como con calambre el húmedo hocico; la pelambre mate, rala; el rabo como sin ti; fojas caídas las orejas, igual a las pantuflas viejas, ¡cómo me duele verte así! 39


ยกYa es el final, mi buen Bizancio! Para tu hambre y tu cansancio cesarรกs pronto de ladrar. Hora es de irte, buen amigo. Que quieta muerte sea contigo y no padezcas mรกs hostigo ni tengas que volver a aullar.

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Conversación con un perro callejero Colega, acércate, que quiero contigo conversar un poco. Tú eres un perro callejero, yo soy un callejero loco. A ti te arredra el pesimismo de no ser nadie y piensas mal. Recuerda que el gran Job decía: “no me abandones, lepra mía”. Piénsalo bien: Tú eres tú mismo y ya es bastante ser igual. El cura no te ha bautizado ni el obispo te ha confirmado, luego, eres dueño todavía de tu pecado original. Te sientes débil y pequeño porque ningún lugar habitas y porque el hambre te mortifica te pones como un perro a ladrar. Deseas a veces tener dueño y es lo que menos necesitas. Ser perro ajeno significa la esclavitud: no disfrutar del buen amor de las perritas gozado semanas enteras; la esclavitud: no disfrutar del loco afán de dar carreras 41


solo porque te da la gana y de ponerte feo a aullar cuando est谩 saliendo la luna o cuando un duende te importuna en tu trot贸n noctivagar. Perro con due帽o es ser esclavo de esa mon贸tona tarea de adular, meneando el rabo, cuando el amo con cara fea se acerca. Amigo can realengo, desprecia al perro de abolengo y ama tu cuello sin cadenas, tu hocico libre de bozal.

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Recado Ud, por zaherirme, de mí dice: -¿Un flamante Doctor en Ciencia Infusa? No, es mejor que el epíteto revise: semidomesticado babirusa que aspira a ser poeta, pero usa una oxidada trompetilla acústica para captar la maestría poética. Le respondo: -Acepto sus razones, me faltan unos élitros de estética; soy el poeta de la lira rústica en cuyas cuerdas ásperas no vibra trémolo lisonjero. Es que la fibra de mi carácter introvertido no usa genuflexas expresiones, mas ya esto es por mí reconocido. Acepto sus razones, señor mío, pero hasta el punto en que me considera como un cero a la izquierda en ese asunto de la insonoridad, poeta baldío. Lo que mi idiosincrasia no tolera es que me llame cerdo de Malasia. Señor, borre ese punto, usted debe evitar una desgracia...

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Envío Dentro del marco estrecho de un soneto cabe holgada la pálida memoria de una pasión que falleció sin gloria, pues la agostó mi exceso de respeto. ¡Cómo fracasa el corazón honesto, el corazón que espera su victoria, dándose puro, franco, manifiesto, desvestido de hipocresía suasoria! De nuestro idilio fúgido y callado te ha de quedar a ti, como un recuerdo del infeliz poeta enamorado, la sombra penumbrosa de un retrato. Mas yo, conforme soy, todo lo pierdo... ¡Bendito sea mi destino ingrato!

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Otoñales -IAyer tarde me hallaba meditando y un lento cuervo que cruzó la esfera dijo, viéndome: - Triste y cavilando porque se te marchó la primavera. Alcé la frente ensombrecida, y cuando busqué ver el ave agorera, lejos la funebrera iba volando, tal como se marchó mi primavera. Me quedé largo rato contemplando el horizonte, luego, volandera, veloz voló mi mente recordando ese ayer de existencia placentera. ¡Cómo ayer era mía mi vida cuando apuraba, jovial, la dicha entera!

-IIEn ese entonces no vivía dudando y siempre con vigor llegué a la vera. ¿Por qué hoy me comporto, vacilando, ante el graznar de un ave pasajera? Inaceptable, imbécil y hasta infando que mi espíritu abúlico no quiera del éxito la flor seguir buscando y se entumezca así, de esta manera. Pregunto al corazón: ¿por qué no ando como ayer, encendido de quimera? 45


¡Oh, rigorosa ley! ¿Ayer qué era? -Un pedazo de cielo suspirando. ¿Y hoy que me atribula la hoz fiera? -Una delgada lumbre parpadeando.

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Nicomedes (Comencho) Este desmazalado Nicomedes, chatarra humana, por la calle pasa su mísera figura de laceria, de extenuado mendigo, arrastrando el castigo de una vida que ya cargar no puede, tan llena de dolor y de miseria, y la muerte, indolente, lo rechaza. La mendiguez. Me duele el espectáculo con que la hipocresía tanto especula este desmazalado Nicomedes que por las calles de mi pueblo ambula, sin la eficaz ayuda de su báculo necesita apoyarse de las paredes para poder andar de casa en casa mendigando un mendrugo. ¡Cuántas veces se duerme el pobre sin probar la hogaza con que le premian su costal de lástima! Hasta esos niños de rostros risueños que de la escuela salen, apiñados, le destrozan su paz. He visto cómo le tiran piedras los más espigados mientras les dicen a los más pequeños: -¡Huy!, mira, ahí viene la carroña andante; mira cómo cojea y arquea el lomo. ¡Oh pobre mi Nicomedes! ¡Me duele, Nicomedes! 47


Tu miseria me duele: cuan odiosa esa gente que te escupe con asco y se divierte mofando tu miseria. ÂżPor quĂŠ, viejo, la muerte contigo ha sido tan intransigente?

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Hice mal... Fugacidad. Instante. Veloz vuelo. Atardecer. Crepúsculo de oro. Y unos ojos oscuros semiocultos bajo cejas espesas me miraban... Y mis ojos temblaban. ¿Deslumbramiento, acaso? Era un minuto de luz de sonrosado cielo con esfumino de arreboles, vació de reproches, destilando ternezas. Y ella, así tan cerca. Su opulencia ofreciendo vigor, tan a mi alcance. Y mis manos temblaban indecisas. ¿Miedo, acaso? ¡Y ardían las volutas del deseo! Apenas una hilacha de vacío nos separaba cuando intentar quise posar el labio mío en su labio lozano. Mas ¿qué hice? Me detuve, temblé, porque creía hacer agravio si juntaba mi labio con el suyo que de un beso sed tenía. Hice mal. Lo comprendo. Mas, ya es tarde. 49


Cuando una mujer en deseo arda, ยกay aquel que, cobarde, se retira! Por eso, si su negra pupila ahora me mira, siente ira, ira roja de frustrado deseo. Hice mal. Lo comprendo. Mas, ya es tarde.

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Nochebuena amarga Anochece... 24 de diciembre. La ciudad es un derroche de alegría. Baila y grita, canta y bebe. Pero yo aislarme procuro de la loca baraúnda. ¡Soy tan nadie! ¡Estoy tan solo! Y mansamente como gato friolento me acurruco bajo el ala temblorosa de la noche. 24 de diciembre. Nochebuena. La ciudad hierve, se enerva. En las quintas suntuosas, bajo quioscos decorados con bombillas bicolores, el champagne exultivo se desborda, satisfecho de estar siendo paladeado por familias nobilísimas que departen pulcramente, celebrando el tan magno cumpleaños. ¡Oh, que dicha la de las familias ricas! Liban, liban y el néctar no se achica. Es que Cristo, repitiendo su milagro de trocar el agua en vino, va tocando con sus dedos divinos los alqueces donde guarda la nobleza sus licores exquisitos. Y ¿la plebe? ¡Ah, la plebe, también goza! En las calles de los barrios el ruidaje de los taxis alterna con la bulla de los ebrios en los bares. 51


Pero es triste esa alegría. Sonrisas de pobres diablos, alegría de pobres diablos. Pellizcados y empujados por el tósigo infernal del aguardiente, se convierten en temibles saltimbanquis y profieren palabrotas y gestean muecas como de espíritus poseídos... Y es que el diablo, astuto mago, se hace líquido letífero, se introduce en las botellas. Y engañado, ¡pobre diablo! procurando en vano hallar disfraz para la miseria, se hunde y flota, nada y nada de mil modos en el quemante licor; y no encuentra, pobre mago fracasado, la manera de borrar la tristeza en la alegría de la miseria.

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Te miro y no te miro Yo no te diré, como los demás hombres: -Véndeme un rato de amor. Yo te diré, implorante: -Amiga, no rechaces mi voz. Óyeme, escúchame. Aún es tiempo. Abandona esa vida de sombra. ¿Qué importa si te burlas cuando me oigas? ¿Cómo sentir tus befas ante mi desagrado de verte tan hundida? Déjame que te hable, que a tí llegue mi voz. Solo quiero pedirte, pero para ti misma, amor, nomás amor, bastante amor de ti y para tí, para tu cuerpo vilmente aprovechado por los depravadores. Se advierte aún en tu moreno rostro un dejo de inocencia, de esa inocente limpia de tu mundo campestre. Tú eras feliz allá en la aldea tranquila, lejos del mundanal pútrido lodo. Solo pensabas en asar la arepa, en ordeñar la cabra, en remendar la blusa de tu taita, en buscar agua al “ojo de agua” y en desyerbar la huerta. 53


Pero un día llegó de la ciudad Ofelia, la catira de ojos garzos, cargada de perfumes y aretes y perlados collares. Y te habló del teatro, de los taxis, de los bares lujosos donde como una ardilla la alegría o la orgía, de pared a pared hace acrobacias. Y tú, maravillada, ingenua campesina, la escuchaste y le hiciste compañía. Ahora estás frente a mí, descolorida y magullada como una fruta caída. Ahora estás frente a mí, retenida en el poso del vicio la gracia fresca de tus veinte años. Te miro y no te miro... ¡Cuánto daño me ocasiona tu encuentro!

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Año nuevo 31... Las doce... ¡Año nuevo! La ciudad canta, ríe, se embriaga. Y yo, insomne, sin rumbo, por la calle enfiestada voy rumiando recuerdos. Por mi mente abrumada van pasando en tropel los recuerdos de mi aldea lejana. ¡Ah, la aldea bulliciosa, con su murga de alegres parrandas! Y entre el grupo efusivo de los parranderos el “Feliz año nuevo”, tan fresco, tan limpio, exultante en la flor de los labios. ¡Ah, la aldea lejana! 31... Las doce... ¡Año nuevo! Cohetes, campanas, sirenas... Y yo, solo, sin rumbo, rumiando la nostalgia.

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Sombras

-I-

Sombra, mi sombra, la mía: silencio, todo silencio... este silencio que hace más noche mi espesa noche. Sin la mano de la voz, sin el brazo del “sí quiero”, sin el pie de la esperanza, me derrumbo todo. Caen degollados mis anhelos.

-II-

Te me vas, sol amigo. Sol: abanico de oro, con tu devanadera de arreboles. Tú, que fuiste tan mío, ya de ti recuperar no puedo la tibia maravillosa de tus ortos, ni de tus lujuriosos mediodías las agujas de fuego, solo retengo todavía el pañuelo gualdo de tus ocasos. 56


¡Adiós, sol, mi buen amigo! Me llevo tu recuerdo en el recuerdo de aquel que hizo de Fausto vencedor formidable de Mefisto. En su hora última vital Goethe te pedía luz, más luz para su luz... Y se fue el bardo de jovial perfil, pero su luz se hizo duradera, y verdadera se hizo el sol.

-III-

Te me fuiste, mar. Se fueron tus encantos. Se me fueron tus luminosos delfines, la delgada cabellera de tus olas, flor de aire, leve espuma, la que ayer, aprisionada entre mis dedos, mi mano constelaba de áureos deseos. Te me fuiste, mar. se me fue lo más tuyo y lo más mío: la clara resonancia de tu hondo corazón.

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-IVYa es el final, voy a la noche y voy vestido de silencio. Acoge, madre noche, en tu regazo a este hijo tuyo, ayer tan andariego, y hoy ciego y en sosiego a tu puerta se sienta. Dime, noche, ¿qué me reservas? ¿Qué reservas a mi sombra? ¿Sombras, acaso? ¿Seré noche silente sin luceros?

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Epílogo Yo que sé cómo amarga ese estar uno, días y semanas -feas tardes, feas mañanascon las manos vacías y la mirada larga. Totalmente vacío el morral de “ambilado”. Y la llaga del frío y un terrible calor. Fuertemente hostigado por el hambre y el odio. Sin apoyo de amor y sin ángel custodio. Y mordiendo el dolor con su recio colmillo, con su agudo cuchillo. Yo, que sé cuánto duele el descanso obligado que es estarse tendido sobre el suelo caliente, dura piedra de almohada. Yo, que en el llano inhóspito, padecí paludismo y en el páramo yermo soporté la nevada con hambre y sin cobija. 59


Yo, que he topado en cada recodo del camino con un tal Mefistófeles que siempre me pregunta por un tal doctor Fausto. Yo soy esa dolida circunstancia y es mi deber dejarla en la escritura de este libro inconcino. Atorrante de las ciudades, peón mal pagado en las haciendas, mal aprendiz en los talleres, obrero descalificado, soldado raso en los cuarteles, torpe grumete en los navíos. Eso yo he sido... y otros “sido” ha soportado mi existencia. Hay tantos “sidos” en mi haber... en mi vivir calamitoso. Sin asidero, a la intemperie, en el hedor de los tugurios con la carne martirizada por la dureza del camastro, el pie descalzo en el suplicio de las espinas y guijarros. Y además, otros sufrimientos: cólico, fiebre, cefalea. Yo soy esa dolida circunstancia. Y con esa experiencia he preparado aglutinante y áspera argamasa para tramar los ríspidos de los cuatro ladrillos que forman la verdad del edificio de este libro inconcino. 60


Fatal -ITarde de crudo bochorno. Sabana mustia, reseca. El cielo, angustiosa mueca. Fuerte hostigo del terral. Y en la tarde sofocante el gañán, lento camina por la vereda barcina hacia su choza fatal. Pasa inmerso en su mudez el gañán: el paso incierto, de polvo el rostro cubierto, ¡Oscura sombra espectral! -IISobre el tostado jaral un lagarto sueña verdes y desesperado muerde hojas difuntas... Total es la sequedad. Se queja todo, hasta la roca añeja: ¡hosco bostezo de erial! -IIITarde, aterradora tarde: uña de buitre, suspensa; y sierpe, presta a la ofensa, es la sed con su puñal. Sin canto vuelan los pájaros y mientras el rojo astro 61


tiñe con su cruento rastro un crepúsculo fatal, la luna en oriente asoma, taciturna, pensativa; como de beata esquiva es el palor de su faz. Y bajo la luna pálida el gañán va silencioso por el sendero abrojoso, hacia su choza fatal. Y llega a la hostil morada, y en su lento deshacerse el gañán, huso que tuerce solo hilos de soledad, en la sombra que guarece su existir se desvanece su presencia fantasmal.

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A MANERA DE PRÓLOGO. . . . . . . . . . . . . . . . 7 El Convivio El encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Edelmira, mi musa Egeria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 El ave generosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Despedida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20 Exaltación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 Cansancio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 Asesinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Brindis de noche de año nuevo . . . . . . . . . . . . . . . 26 Estoy contento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28 Ya soy cuerdo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 El secretario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 La casa de la escuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34 Retrato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 De mi vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36 El postrer ruego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Elegía de bizancito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Conversación con un perro callejero . . . . . . . . . . . 41 Recado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 Envío. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44 Otoñales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 Nicomedes (Comencho). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Hice mal.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 Nochebuena amarga. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Te miro y no te miro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 Año nuevo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Sombras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 Epílogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Fatal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61


El Convivio se imprimió durante el mes de enero de 2013 en la Imprenta de Falcón adscrita al Sistema Nacional de Imprentas de la Fundación Editorial El Perro y La Rana con el apoyo de la Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela. Coro — Venezuela.



Juan de la Cruz Esteves

El Hato (Paraguaná) 24/09/1922 – 09/05/1991. Consecuente cultivador de la palabra en expresiones que abarcaron la poesía, la lingüística, la historia y la geografía. En poesía destacan sus trabajos que iniciaron en 1957 con “Agua en Totuma”, primer libro impreso en la península de Paraguaná y “Canto a Paraguaná”. Su obra investigativa materializada en títulos como “Nombres Propios”, “Josefa Camejo, La Heroína de Paraguaná”, “Paraguaná en el Tiempo”, “Juan Garcés”, “Paraguaná Histórica y Geográfica” y “Los Taques, Puerto hacia el progeso”, siguen siendo referencia inobjetable para conocer la temática local. Perteneció a los grupos literarios “Coro” y “Península”. De reconocido quehacer intelectual en Venezuela, Esteves fue miembro de la Asociación de Cronistas de Venezuela, individuo de número del Centro de Historia del Estado Falcón y Cronista de Pueblo Nuevo de Paraguaná, hoy ostenta el más grande de los reconoci-


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