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Migrando Ando

Por Leonor Villasuso Rustad

No a la crueldad hacia los animales

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El treintañero Sergio Morales Buendía fue policía de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en el Estado de México hasta el pasado 31 de mayo, cuando fue destituido y aprehendido en el barrio de Coyoacán en la Ciudad de México. ¿La razón para que fuera apresado?, se preguntará usted, estimado lector. Los agentes que ejecutaron la orden dijeron que era por maltrato animal. En realidad, lo que hizo Morales Buendía no cabe en esa vaga concepción de maltratar; le queda enormemente chica. Este sujeto andaba ebrio en las calles de Tecámac, Estado de México; al pasar afuera de una carnicería cuyo dueño tenía en la banqueta la olla rebosante de aceite hirviendo, lista para hacer chicharrón, vio a un perro que tuvo la mala fortuna de coincidir con él, puesto que lo aventó al aceite frente a la mirada atónita de quienes estaban en el lugar. “Scooby”, que así se llamaba el pobre animal, fue sacado del cazo todavía con vida y quienes lo rescataron trataron de encontrar un veterinario que lo atendiera, pero como era domingo, no dieron con ninguno. Eventualmente el perro murió luego de una larga agonía – lo más humano hubiera sido aplicarle la eutanasia rápido para que dejara de sufrir, pero pues a nadie se le ocurrió hacerlo. El término legal “maltrato animal” no es suficiente para describir la desgracia de “Scooby” quien, a decir de su dueño, un niño de primaria, era un buen perro, contento y obediente. Pero como los legisladores cumplieron con su chamba de poner en el mismo cajón a la negligencia en los cuidados básicos, el abandono, la tortura, mutilación y muerte intencional, la crueldad humana se disimula un poco de algo menos grave bajo la clasificación de “maltrato animal”.

Pero volviendo al hecho, el dueño de la carnicería confrontó al sujeto en cuestión -quiero pensar que por lo que le hizo al perro y no por echarle a perder su aceite-, lo que le valió que lo amenazara de muerte y es posible que lo haya agredido físicamente antes de darse a la fuga como el más vil de los cobardes que es. Así que el carnicero se fue a poner su demanda en contra de Morales Buendía a la delegación de policía correspondiente por los cargos de maltrato animal a “Scooby”, y homicidio calificado en grado de tentativa hacia su persona. Por el delito en contra del pobre perro puede recibir una sentencia de entre 3 y 6 años de prisión; por el otro, dependiendo de las circunstancias, de 2 a 10 años. Mucha gente se ha manifestado en favor de que le den todos los años posibles para que no ande en las calles haciendo de las suyas; yo estoy de acuerdo y agrego a la sentencia a que lo evalúe y atienda un profesional de la salud mental porque la crueldad en contra de los animales es un síntoma de trastornos serios, como el del asesino en serie, por ejemplo, y choca drástica y absolutamente con la supuesta “vocación de servicio” que en teoría lo llevó a haberse unido al departamento de policía.

El maltrato animal se lleva a cabo alrededor del mundo dentro y fuera de las leyes que lo prohíben. En el área de la ciencia, con el pretexto fundamentado en costosas investigaciones y teorías que benefician a los humanos, millones de animales e insectos son mutilados, sufren de dolorosas experimentaciones, viven recluidos y finalmente son desechados cuando ya no les sirven más. En la industria de la belleza se utilizan animales tanto para experimentar como para obtener ingredientes para manufacturar productos. El ejemplo más claro en los últimos años son las pestañas postizas -o extensiones, como les dicen- que adornan los ojos de las personas y que son elaboradas con el pelo del visón, un mamífero parecido a la comadreja que es criado en granjas insalubres, y sometido a procesos dolorosos para extraer su pelaje. Otro ejemplo triste es el de los rinocerontes que en sus diferentes variaciones están a punto de extinguirse porque los matan – o dejan medio muertos – para cortarles el cuerno que en algunas culturas se cree que tiene poderes mágicos o afrodisiacos. Y mejor ni hablar de esos personajes que se creen que tienen el derecho de asesinar a un león, un elefante, una jirafa, nomás porque pueden, porque les da estatus, porque coleccionan sus cabezas disecadas como trofeos para que los demás los admiren por ser “valientes” cazadores.

Yo no sé si tenga alguna relación la cultura de un país en cuanto a la crueldad hacia los animales, ha de ser un tema para investigar -bueno, me viene a la mente la tauromaquia, que considero una práctica de salvajismo y crueldad en contra de los toros. Lo que sí me consta es que he visto a niños tratando de ahuyentar a pedradas a una pareja de patos que estaban sentados a la sombra de un árbol en una escuela para la que trabajé en Minnesota, o pienso en esa vez, apenas el verano pasado, cuando fui a visitar a mi familia en México y me tocó ver a un chamaco de primaria con una resortera hechiza tratando de atinarle a los pájaros que se posaban en el árbol del patio de su casa; cuando le pregunté si se lo iba a comer después de matarlo me vio con extrañeza y negó con la mano, así que entonces traté de hacerlo desistir con el argumento de que los pájaros viven en el árbol y no le han hecho nada, pero él siguió en lo suyo porque no tenía nada más qué hacer, con sus dos hermanitas detrás de él, que lo veían divertidas. Es de entenderse que los humanos, porque somos “pensantes”, seamos la especie que domina a todas las demás. También lo es el hecho de que aprovechemos de manera responsable y respetuosa lo que las otras especies nos representan. Lo que no puedo entender, por más que estire mi imaginación y afloje mis creencias y valores, es que alguien encuentre placer, diversión o reconocimiento de manera saludable mentalmente hablando, en torturar, mutilar o matar a un animal.

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