Fotografiar la propia muerte.
LAS ÚLTIMAS FOTOGRAFÍAS DE WILLY RETTO EN UCHURACCAY Fotografías Willy Retto, Texto Victor Vich
Willy Retto tenía 27 años cuando fotografió su propia muerte. El hecho ocurrió el 26 de enero de 1983, en la comunidad de Uchuraccay, en la zona de Iquicha, en las alturas de Huanta, en Ayacucho, en el Perú. Ese día, ocho periodistas, un guía y un poblador del lugar fueron asesinados por un grupo de campesinos que los confundieron con terroristas. La noticia dio la vuelta al mundo por la crueldad de lo sucedido y porque se trató de una de las mayores matanzas que hayan sufrido hombres de prensa cumpliendo con su trabajo. Todo fue muy rápido. Desde que los periodistas fueron detenidos hasta el momento de la matanza se calcula que solo debió pasar media hora. Sin embargo, en ese contexto de extrema tensión, Willy Retto consiguió tomar una serie de fotografías que hoy tienen un altísimo valor cultural. “Más que representar la violencia, se trata de un testimonio de la violencia misma en los precisos momentos en que esta ocurre” pues, en ellas, “el fotógrafo es, a la vez, testigo y víctima” de lo ocurrido ha sostenido Lizeth Arenas (2012, 8). En este ensayo, me interesa volver a describir estas fotografías, reconstruir la narrativa que traen consigo e interpretarlas a partir de las relaciones entre los hechos y los signos que ahí entrecruzan lo visible y lo invisible. Voy a sostener que el valor de ellas radica en que son el símbolo de una época que tiene zonas grises y de un proceso de memoria social que inevitablemente siempre estará incompleto. Debemos entenderlas como un resto, como la huella opaca de lo sucedido. La historia es estremecedora y puede resumirse de la siguiente manera : Sendero Luminoso, un radicalizado grupo maoísta, se levantó en armas en 1980, justo en el momento en que el Perú regresaba a la democracia y una nueva constitución (que garantizaba la participación popular sin discriminación alguna) comenzaba a reordenar la vida pública. Bajo la estrategia de una guerra “del campo a la ciudad”, SL intentó construir numerosas “bases de apoyo” en el campo ayacuchano. Algunas comunidades se plegaron, pero muchas otras comenzaron a sufrir del dogmatismo de la violencia y decidieron resistir. Fue el caso de las comunidades de altura, en la zona de Iquicha, donde se desarrolló una guerra campal que se había iniciado poco antes de la matanza de los periodistas y que terminó dramáticamente muchos años después. A fines de 1982, el gobierno declaró el “estado de emergencia” y entregó el control de toda la región a las Fuerzas Armadas, al general Clemente Noel que llegó a Ayacucho con una nueva estrategia para afrontar la situación. En ese entonces, todavía nadie sabía bien qué tipo de organización era SL, quiénes eran sus seguidores y cuáles eran sus verdaderos objetivos. Ni el gobierno ni la prensa podían describir a este grupo con precisión. Por eso mismo, todos los periodistas buscaban nuevas informaciones y algún contacto con ellos. Lo cierto, sin embargo, es que el “estado de emergencia” había incrementado el clima de tensión que se vivía en la zona y muchos hombres de prensa comenzaban a sospechar del inicio de violaciones de derechos humanos, de parte del Estado, por todo el departamento. En ese contexto, los hechos fueron los siguientes. El 21 de enero de 1983 los pobladores de la comunidad de Huaychao mataron a siete senderistas. La noticia llegó a Lima un día después y la prensa (y hasta el propio presidente Fernando Belaúnde) celebraron tal hecho como una defensa de la democracia y de la patria. Ese mismo día, el 22 de enero, los campesinos de Uchuraccay hicieron los mismo matando a cinco senderistas más. En esta comunidad las relaciones con SL eran ya tensas desde el año anterior y varias patrullas habían llegado para capacitar a la población en la defensa y el ataque contra el grupo terrorista. Muchos testimonios han coincidido en afirmar el firme mandato de los policías a los pobladores: “Maten a todos los que vengan a pie; son “terrucos”. Nada les pasará si los matan” (Tipe: 1985). De hecho, el aislamiento de estas comunidades (situadas a más de 4,000 metros de altura y con poblaciones quechua-hablantes) hacía de aquella zona un lugar sin controles, con muy poca presencia del Estado y un lugar muy poco circulado por visitantes o gente extraña. Por tanto, en ese tiempo, todas las comunidades de Iquicha (y Uchuraccay especialmente) se encontraban en un “estado de alerta”, pues esperaban una venganza de Sendero Luminoso. Los comuneros habían establecido un sistema de vigilancia en las cumbres de los cerros y habían acordado que, ante cualquier llamado, (producido a partir del sonido de los Waqrapukus y de gritos de los vigías) toda la población debería salir de sus casas portando hachas, huaracas, palos y piedras. Los pobladores estaban decididos a defender el pueblo a cualquier costo. Fue en ese contexto que, de pronto, la tarde del 26 de enero de 1983 apareció una columna de ocho personas bajando de los cerros y acercándose sospechosamente a la comunidad. 126