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culturas

N° 16 Suplemento de

artes y letras

TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de febrero de 2005

La edición de Nova-2, de Luis García, nos acerca a la obra de un autor que representa el riesgo y el compromiso estético del cómic español de los 80

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LUIS GARCÍA

Historia de la historieta

3 ARTHUR MILLER

7 LIBROS

Nos ha dejado uno de esos hombres lúcidos, intelectual comprometido, autor de Muerte de un viajante, el gran dramaturgo del siglo XX.

Julio Llamazares, con El cielo de Madrid, novela aquella época de libertad creativa que se dio en llamar ‘la movida’ madrileña.


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TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de febrero de 2005

bordamos esta semana dos temas que guardan cierta relación: la obra de Luis aGarcía, pintor y autor de cómics, y la última novela de Julio Llamazares, que protagoniza un pintor de los años ochenta. García, al que por su estilo cabría encuadrar dentro del hiperrealismo, forma parte de una generación de historietistas que en esa época de efervescencia cultural, veinte años atrás, experimentaron en los límites del cómic. Numerosas revistas llegaban a los quioscos cada mes

con sus los trabajos de esos autores (recientemente desapareció la última de ellas, ‘El Vívora’) y sus obras eran reclamadas en Francia, Italia y Estados Unidos. A mediados de esa década, Luis García dejó el cómic para dedicarse de lleno a la pintura. Ahora, Glénat, en una línea de recuperación de los clásicos de la época, edita en un solo volumen Nova-2, la aclamada obra de García. Llamazares también sitúa su novela El cielo de Madrid en ese contexto cultural, en plena ‘movida’ madrileña, aunque el

Recortes 1

PREMIOS DE CÓMIC LA CÁRCEL DE PAPEL Bajo el nombre de ‘La cárcel de papel’, Álvaro Pons mantiene uno de los mejores ‘blogs’ sobre cómic. Allí pueden encontrarse todas las novedades del mercado de la historieta, entrevistas, monográficos... Ahora, un amplio jurado acaba de fallar los premios que convocan anualmente y que pueden servir de pequeña guía a los que quieran iniciarse en el cómic pero no saben por dónde empezar. El palmarés queda así: Mejor Obra Española 2004: Juana de Arco, de Andrés G. Leiva (sins entido); Mejor Obra extranjera 2004: Píldoras Azules, de F. Peteers (Astiberri); Mejor Dibujante 2004: Edmond Baudoin (El Viaje, Astiberri); Mejor guionista 2004: Naoki Urasawa (Monster, Planeta DeAgostini); Mejor edición en 2004: Los mitos de Cthulhu (sins entido); Autor revelación: Javier de Isusi (La pipa de Marcos, Astiberri); Mejor labor de promoción de la historieta: Colección Sin Palabras, de la editorial sins entido; Premio a toda una vida: Víctor de la Fuente.

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MÁS CÓMIC EN RED Para el amante de la historieta, hay un puñado de páginas que no debe perderse, ya que ahí encontrará toda la información necesaria para no extraviarse en un mundo editorial algo confuso. Noveno-arte.com trabaja con dossiers sobre temas monográficos, con un diseño limpio y temas siempre interesantes; The Dreamers (dreamers.com) es una comunidad muy activa donde se puede encontrar información y comprar lo último del cómic y todo lo relacionado con la ciencia ficción, fantasía, juego de rol y videojuegos. Ahora luce un lazo negro en su cabecera por la muerte de Will Eisner, el mayor soñador. Tebeosfera.com es una revista electrónica en toda regla con estudios de la historieta realizados de forma exhaustiva y rigurosa, un sitio imprescindible, sobre todo para los que se buscan un acercamiento teórico a un arte apasionante. Por último guiadelcomic.com es otra de las referencias en cuestión de novedades, reseñas críticas de los principales tebeos y fichas de autores. Todas en castellano.

autor más que retratar aquel movimiento ha construido una metáfora sobre el desencanto ante el paso del tiempo. Hay en este número un apasionado recuerdo a Arthur Miller, una de los autores teatrales clave del siglo XX, que acaba de dejarnos. Y también, la primera de una serie de colaboraciones de Manuel González Bedia en las que estrecharemos los lazos entre ciencia y cultura, ya que a veces se nos olvida que una y otra son, en definitiva, creaciones del mismo hombre.

Antonio Marcos

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EL CARTEL, ARTE CALLEJERO Mutis, Olaf, Eneko... son algunos de los ilustradores e historietistas, artistas, que dibujan para un misterioso proyecto llamado ‘El Cartel'. Una hoja tirada a una tinta y pegada en las paredes de las calles de Madrid. Una manera sencilla y barata de publicar y de difundir un mensaje crítico sobre los grandes temas de la sociedad contemporánea. Cada autor con su estilo conforman una especie de mensaje expresionista, lacónico, basado en la fuerza de las imágenes, en el que nos podemos reconocer. Quien no se pasee a menudo por Madrid, puede ver todos los números publicados hasta ahora en www.geocities.com/SoHo/Studios/8016/ el_cartel.html.

4 EMANCIPATOR, LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA DE LA VIVIENDA Si usted tiene ya casi 35 años y no ha podido abandonar el núcleo familiar por problemas económicos, Emancipator ofrece una solución intermedia a la siempre onerosa emancipación. Bubble Business ha puesto en marcha este novedoso proyecto: una burbuja hinchable que se coloca dentro de la vivienda paterna y que permite una total independencia. «Lo que un joven de hoy necesita para vivir como quiere. Fácil de montar, proporciona un máximo confort con un mínimo esfuerzo, gracias a sus tomas de agua, electricidad y teléfono para ser conectadas directamente a la casa de los padres. De este modo el gasto es nulo. Además del modelo básico, existe una amplia gama de modelos diferentes pensados para cada una de las tipologías del joven actual. Uno de los modelos con más altas prestaciones es el Emancipator Deluxe, que dispone de la Emancipator-Card, con la que poder realizar compras con cargo a la cuenta familiar. El modelo XXL te proporciona un 33% de independencia extra». Con un lenguaje de televenta y una imaginería de falso documental, los chicos de Amasté vuelven a estar involucrados en uno de esos proyectos que pretenden ejercer la crítica social desde el sentido del humor, estilo ‘Vaya semanita’. En emancipator.org pueden enterarse hasta de los más mínimos detalles de la burbuja y de todos los modelos que se ofrecen.

Arriba, anuncio de verdadero para un producto ficticio, el Emancipator. A la izquierda, ejemplares de ‘El Cartel’. Abajo, ilustración de El Capitán Trueno, un cómic de siempre


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lguien debería reflexionar sobre el noble arte de escribir necrológicas. Sobre la necesidad de revisar, en la hora de la desaparición, lo que una figura pública supone para nosotros. Imagino que el periodista encargado de glosar la figura mítica de un icono como Arthur Miller tendrá suficiente con recuperar los logros y avatares de una vida compleja y completa y condensarlos en unas pocas líneas aderezadas con las declaraciones de pesar de autoridades consagradas. Sin embargo, en una necrológica escrita desde el dolor que nos produce la desaparición de una figura –que ya no sería texto convencional sino pura elegía– se expresa más sobre el autor que sobre el fallecido... y todo porque la falta de un icono cultural afecta a nuestro paisaje cotidiano, nos deja huérfanos y nos arranca un trozo que creíamos seguro, mostrándonos nuestra propia mortalidad. Arthur Miller era el principal dramaturgo del siglo XX, una figura mítica nacida en 1015 que llegó a los 89 años activo y lúcido, dueño de todos sus dones. Reconocido desde su juventud, eligió el teatro para canalizar una rebeldía que le convertiría muy pronto en la conciencia social de una América acomodaticia a la que mostró la falsedad de su sueño americano con personajes reales enfrentados a la tragedia cotidiana de la falta de expectativas. Autor de obras fundamentales como Todos eran mis hijos y sobre todo, La muerte de un viajante y Las brujas de Salem, Miller, dedicado al más inmediato y más olvidado de los géneros literarios se alzó muy pronto con esa estatura épica de icono que la Norteamérica valiente otorga a unos pocos elegidos, los intelectuales comprometidos capaces de mostrar a una sociedad ciega sus verdades más acuciantes. Arthur Miller, como la también recientemente desaparecida Susan Sontag era un referente necesario para entender que las posiciones conservadoras de nuestra potencia ciega también tienen detractores. Una pequeña esperanza en forma de hombres y mujeres lúcidos y capaces que recorren el mundo sin aleccionar, mostrando con sus obras la grandeza de un espacio mítico de libertad y conocimiento. Ambos han muerto sin el Nobel porque al Nobel no parecen gustarle los autores subversivos, ambos han recibido el Premio Príncipe de Asturias porque parece que éste se ha convertido en un reducto privilegiado de reconocimiento. Ambos eran, profunda, dolorosamente, americanos y dueños de una figura pública compleja y atractiva que, en el caso de Miller, llegaba al paroxismo mediático con su breve matrimonio con Marilyn Monroe. Para mí, el rostro de Miller está asociado a las hermosas fotografías en las que un hombre alto y con gafas, el epítome del intelectual de izquierdas de intenso atractivo se inclina hacia una figu-

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La muerte de un gigante ARTHUR MILLER Nos ha dejado el mayor dramaturgo del siglo XX, autor de obras como Todos eran mis hijos, La muerte de un viajante y Las brujas de Salem. Arthur Miller, dedicado al más inmediato y más olvidado de los géneros literarios, se alzó muy pronto con esa estatura épica de icono que la Norteamérica valiente otorga a unos pocos elegidos, los intelectuales comprometidos capaces de mostrar a una sociedad ciega sus verdades más acuciantes Arthur MIller, con Marilyn Monroe / EFE

ra inconfundiblemente rubia y frágil. La Monroe nunca apareció tan bien acompañada, arropada por un aura sutil de pertenencia y magia, la misma que consiguieron plasmar en una película tan bella como su fugaz relación, Vidas Rebeldes, donde hasta los caballos tenían el hálito trágico de una libertad que acabará en muerte para evitar el sometimiento. La rebeldía de Miller, sin embargo, supo sobrevivir a la intensidad y a la tragedia, no en vano la inteligencia a veces logra domar al talento desbordado y encauzarlo hacia la felicidad. Si la pareja Monroe-Miller tenía la belleza de lo imposible y de la pasión que se consume, el posterior matrimonio del dramaturgo con la fotógrafa Inge Morath tuvo la solidez intelectual de la comunión entre iguales. Morath, desaparecida en 2002, era por sí misma otra figura mítica sin necesidad de métodos Stanislavskys ni cócteles de pastillas. Fotógrafa

perteneciente a la Agencia Mágnum, Morath, cuyas visiones de la España de posguerra son invaluables, constituía la imagen de la mujer trabajadora, capaz de viajar sola, de ejercer su fascinante oficio y, al mismo tiempo, acompañar al escritor, darle hijos y apoyar su peripatética labor por todos los escenarios del mundo. Su matrimonio de cuarenta años también era una imagen hermosa, la de un hombre alto y con gafas, el epítome del intelectual acompañado de una mujer rubia que no tenía nada de frágil. Un retrato intenso y directo, como la fotografía de Morath. Por sus mujeres les conoceréis. Miller, quien últimamente aparecía en los periódicos acompañado de una joven, esta vez morena, con la que conjuraba la desaparición de la compañera y la inmensa tristeza de ver que la sociedad norteamericana volvía al síndrome de la caza de brujas de la que fue víctima y de la que aca-

bó siendo verdugo con su obra Las brujas de Salem. Todo dramaturgo es un francotirador dedicado a un género minoritario y subversivo que, sin embargo, se sabe directo y contundente. Miller formaba parte de este grupo de hombres valientes que muestran al público su verdadera cara. Preocupado por la moral humana y el personaje común y corriente, Miller transcendió lo político para llegar a la esencia de cada uno de nosotros sin concesiones ni estridencias. Sus obras desarrollaban en sordina verdades que eran puro grito, su contención era parte de su hálito lírico, de su mirada bondadosa, de su altura de gigante inclinado hacia un público que siempre le miró con simpatía, recordándole quizás, junto a una rubia con la que todos hubieran deseado estar en la foto. Miller era el chico listo con gafas que al final bailaba con la más guapa, el hombre más listo

aún que sedujo a Inge Morath y se convirtió en su mejor retrato. Con él se va una época, un conjunto de imágenes que forman parte de la historia de Norteamérica y de la vida de cada uno de nosotros. Alto, serio y de triste sonrisa, el dramaturgo habitaba mis sueños adolescentes de figuras míticas que rigen los destinos de una sociedad a la que retratan y critican desde la literatura. Formaba parte de una fotografía guardada con esmero, la de una época pasada a la que supo sobrevivir con valentía. Formaba parte de mi paisaje personal, árbol erguido. Y ahora que no está, no sabemos, como dijo Saramago de Susan Sontag, otro gigante literal y figurado, cuánto vamos a necesitarles y cuánto vamos a echarles de menos, nosotros, que nos quedamos a la sombra de sus obras, de su altura y de su vida novelesca. Charo Alonso 


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Luis García En su línea de recuperación de las figuras clave de los años 80, Glénat publica en un solo volumen Nova-2, de Luis García, un autor que representa el sentido de la experimentación de una época en la que todo era posible para el cómic español

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El compromiso estético de un art ño de nieves, año de bienes. La temporada invernal nos ha regalado una de las ediciones más esperadas de los últimos años (al menos, por lo que a un servidor respecta): finalmente, alguien se atrevió a convencer a Luis García para que concluyera las páginas de Nova-2, que ahora se publica en un único volumen (completando la antigua edición de 1982). Debemos agradecerles la deferencia a los señores de Glénat, en concreto a su editor Joan Navarro, que en su afán por rescatar a las figuras claves del cómic español de los 80, continúa publicando obras esenciales gestadas durante aquellos años. A la reedición de los trabajos completos de Carlos Jiménez (Los profesionales, Paracuellos, etc.), siguieron, entre otras, el Drácula de Fernando Fernández, Historias de Taberna Galáctica, de Josep María Beá, o la serie Torpedo de Bernet y Abulí. Ahora le ha llegado el turno a Luis García, y esperemos que en fechas recientes podamos encontrar junto a ellos a otros autores ol-

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La lectura de Nova-2, nos dirige hacia la idea de obra de arte comprometida con la naturaleza humana y sus fallas, un ‘objeto estético’, sí, pero creado desde la comprensión y la solidaridad con el habitante de su tiempo

vidados de su generación como Enric Sió. Fueron ellos algunos de los artífices del boom que vivió el cómic nacional a finales de los 70, los mismos que llenaban las páginas de la pléyade de revistas surgidas a la luz de ese nuevo ‘cómic de autor’ español. Sin ir más lejos, el mismo Luis García (junto a los Beá, Usero, Font, etc.) edita la revista ‘Rambla’, en cuyo primer número junto a viñetas de Martí o Carlos Jiménez, aparece la continuación de

aquel alabadísimo Nova-2 (Premio de la crítica) que se había publicado algún tiempo antes en ‘Tótem’. La suma de esfuerzos y talentos funcionó con tal intensidad, que durante unos años dio la sensación de que el cómic español iba a convertir en pasado sus históricos límites constrictores. Así fue en parte; recientemente, Álvaro Pons hablaba del tema en su muy recomendable bitácora de actualidad sobre el mundo del cómic (lacarceldepapel.com): «Recuerdo que Josep Mª Beà me contaba que en esa época estaban completamente contagiados de una euforia experimental, en la que competían a ver quién hacía la locura creativa más original, desde la improvisación gráfica, a la experiencia estética pasando por cualquier invento narrativo, todo valía para ir un paso más adelante». Todo parecía posible para el nuevo cómic español; sus mejores representantes triunfaban en Francia, Italia y EEUU, el lector esperaba con avidez la publicación de su revista mensual (‘Tótem’, ‘Zona 84’, ‘Ram-


CÓMIC

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Universo pictórico

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 Luis García ha sido fiel a su estilo hiperrealista tanto en su faceta comicográfica como en la pictórica. En la página anterior, viñeta de Nova-2, autorretrato y portadas de algunos de sus trabajos. Sobre estas líneas, Más de 2.000 sin papeles desinformados tratan de regularizar su situación, óleo sobre lienzo de la serie ‘Paráfrasis de prensa’, de 2002. A la derecha, página de Chicharras y portada de una de las novelas del Oeste de la época, trabajos de ilustración, como la portada sobre el Dúo Dinámico, que García compatibilizó con su actividad en el cómic. Imágenes de Tebeosfera.com, que ha dedicado un gran especial a su figura.

tesano

bla’, ‘Cairo’, etc.) y los estudiosos del medio (los Javier Coma, Román Gubern o Luis Gasca) comenzaban a hacer oír su voz. Aunque el globo no llegó a levantarse más de unos palmos por encima del suelo de las artes estatales, el impulso fue suficientemente fuerte como para seguir volando hasta nuestros días y, sobre todo, dejar en su recorrido un buen número de obras indispensables. Entre ellas, Nova-2.

Su autor Luis García , fue uno de los nombres clave de aquellos años. Tras publicar un buen número de trabajos muy estimables y relativamente exitosos como Las Crónicas del Sin Nombre o Etnocidio (junto al gran Felipe Hernández Cava), o la publicación por entregas del mismo Nova-2, a finales de los 80 Luis García decide abandonar el cómic para dedicarse a su gran pasión, la pintura. Toda una metáfora de la evolución de nuestro cómic en esos años 80. Ciertamente, los referentes estéticos de Luis García siempre estuvieron más cerca del universo pictórico que de sus precedentes comicográficos. Su estilo gráfico ha sido incluido en multitud de ocasiones bajo el manto estilístico del hiperrealismo; una etiqueta que constata de un modo evidente la perfección técnica de su autor. Las viñetas de Luis García sobrecogen al lector que se acerca por vez primera a uno de sus cómics (con esos primeros planos apabullantes, cuasi-fotográficos). Su técnica, sin embargo, le aleja de

otros ‘hiperrealistas’ del cómic, mucho más efectistas (como el americano Alex Ross), devotos de una épica super-heroica apoyada en la mímesis visual. El realismo de Nova-2 (y el del conjunto de la obra de Luis García) se mueve por un territorio más abrupto, por lo sutil e intimista, y menos evidente, por la carga simbólica que desarrolla en el conjunto de su discurso. En Nova-2 este barcelonés de adopción, recrea la vida de Víctor Ramos, dibujante de cómics y estandarte del autismo social en una ciudad condal, que apenas se vislumbra como escenario del drama que encierran sus páginas. No es el de Luis García un cómic de escenarios físicos únicamente. La verdadera sistematización contextual esencial en la obra no es la geográfica ni la temporal (la Barcelona de 1980), sino la que dibuja su protagonista a través de sus recuerdos y visiones. Casi nada es lineal en la composición de la historia: cuando leemos sus páginas, a menudo nos encontramos perdi-

dos ante la multiplicidad de líneas narrativas que se abren ante nosotros. Algunas de las muchas caras que dotan a Nova-2 de su perfil poliédrico, se completan con su reflejo en otras líneas argumentales, con ese nuevo brillo que acertamos a vislumbrar en el viaje refractario a través de la mente y los ojos de Víctor Ramos. La alternancia de técnicas de representación gráfica (del empleo dominante de los lápices y el carboncillo, García pasa a la tinta y emplea incluso fotografías reales), participa en la construcción de esta suerte de collage, por momentos desconcertante (probablemente, las mayores deficiencias que encontramos en la arquitectura narrativa de Nova-2 –poco significativas en todo caso –, tengan que ver con esa insistencia por la dispersión discursiva y las dificultades interpretativas que ésta genera.) Luis García, narrador exigente, nos obliga a reconstruir los fragmentos de un fracaso social y existencial y, para ello, dosifica ciertas claves a través de sus imágenes lu-

minosas, entidades artísticas que, como señala Javier Coma en el prólogo de la edición, merecen ser leídas como «una sucesión de creaciones pictóricas que exigen un doble visionado: una a una, y parte a parte». La presunción de una labor paciente, casi artesanal, tras todas y cada una de las viñetas de esta obra, nos acerca por un lado a las concepciones más nobles del creador artístico, a la idea del autor concienciado con un ideal estético y personal: aquel que prefiere obviar los límites del mercado o las tendencias más rentables. Pero además, la lectura de Nova-2, nos dirige hacia la idea de obra de arte comprometida con la naturaleza humana y sus fallas, un ‘objeto estético’ sí, pero creado desde la comprensión y la solidaridad con el habitante de su tiempo y sus desastres cotidianos. Argumentos, todos ellos, suficientes para justificar el acercamiento a una edición tan excepcional como la que ahora tenemos entre las manos. Rubén Varillas 


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NOVEDADES

Charles Addams y familia CHARLES ADDAMS La Familia Addams y otras viñetas de humor negro Valdemar, 2004 Traducción: Óscar Palmer Yáñez 320 pp. / 22,90 euros

 Charles Samuel Addams nació en Wesfield (News Jersey) en 1912. El domicilio familiar, una casa ubicada en Elm Street, serviría de inspiración a Addams para crear el gótico hogar de La Familia Addams. Estudió en la escuela secundaria de Westfield, donde fue nombrado director de arte de la revista estudiantil ‘Weather Vane’, en la que publicó buen número de viñetas hasta que se graduó en 1929. Guiado por su vocación de dibujante, se matricula en la Grand Central School of Art de Nueva York y empieza a enviar trabajos al ‘The New Yorker’ en 1935. Las primeras viñetas de la familia Addams aparecieron en ‘The New Yorker’ en 1937, y tres años después el periódico ofrece a Addams incorporarse a su plantilla, en la que permaneció publicando con regularidad sus viñetas, unas mil trescientas, hasta su fallecimiento en 1988. Todo este trabajo gráfico fue reunido en una docena de libros publicados por Addams a lo largo de su vida, desde Drawn & Quartered, en 1942, hasta Creature Conforts, en 1981. En 1991 apareció un album recopilatorio titulado The World of Charles Addams, obra que ha servido de base para la presente edición de La familia Addams y otras viñetas de humor negro, en la que se dan cita todos los personajes favoritos del dibujante y humorista –no sólo los conocidos miembros (Morticia, Gómez, Miércoles, Fétido o Cosa) de la siniestra familia–, y en la que se pone de manifiesto, gracias a una amplia selección de sus trabajos, el genio humorístico único de Charles Addams, morboso y macabro, epatante, desternillante y rayano en ocasiones en un delicioso mal gusto.

La aventura de Marco Polo MARCO POLO Viajes de Marco Polo Plaza & Janés, 2005 15,9 euros

 Marco Polo, el célebre viajero veneciano y primer europeo que se aventuró en Asia Oriental, narra en este libro las infinitas aventuras y vicisitudes ocurridas durante su inolvidable viaje por Oriente. El autor describe con espontaneidad y frescura, a través de su compañero de presidio Rustichello de Pisa, las condiciones naturales de cada región que visitó, las costumbres de sus habitantes, sus maneras de comerciar o de hacer la guerra, sus exóticas riquezas... Marco Polo nació en Venecia en 1254 y pertenecía a una noble estirpe de comerciantes.

El sol, una naranja y una burbuja orge Wagensberg es profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona, además de director del Museu de la Ciència de La Caixa y director-fundador de la importante serie ‘Metatemas’ de Tusquets, en la que aparece este libro y en la que han aparecido también sus Ideas para la imaginación impura, Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?, Ideas sobre la complejidad del mundo, y El progreso (en colaboración con Jordi Agustí). Sus trabajos de investigación comprenden campos como la termodinámica, las matemáticas, la biofísica, la microbiología, la paleontología, la entomología y la filosofía de la ciencia. Y además escribe muy bien, si bien en ocasiones incurre en el derroche de páginas. Dice el autor en el prólogo del libro que «un museo es un buen lugar para pensar porque en él coinciden objetos e ideas que de otro modo difícilmente llegan a acercarse entre sí. Eso hace crecer la probabilidad de colisión. (...) A veces, por encima de cierta concentración crítica, incluso es posible que arranque una reacción en cadena. Es lo que en una ocasión sucedió en el Museu de la Ciència de la Fundació ‘La Caixa’, en Barcelona, con motivo de la exposición titulada ‘¡Y después fue la forma...!’». Este libro surge de las reflexiones provocadas por aquella exposición, y consta de dos partes: la segunda, que da título al libro, reflexiona sobre la emergencia de las formas en la naturaleza; la primera lo hace nada menos que sobre el comportamiento de la realidad. La segunda parte busca respuestas a las preguntas encontradas en la primera. Pero «la historia de la comprensión de la ciencia es más la historia de las preguntas que la historia de las respuestas». Durante esta primera parte se va construyendo un esquema conceptual asentado sobre tres pilares: la materia inerte conducida por la selección fundamental, la materia viva conducida por la selección natural, y la materia culta conducida por selección cultural. A estos tres tipos de selección se les

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JORGE WAGENSBERG La rebelión de las formas Tusquets, 2004. Colección Metatemas 318 pp. / 19 euros

añade después un cuarto, la selección matemática. La primera parte concluye con la exposición de las dos preguntas que van a presidir la parte segunda del libro: ¿Qué formas son las más frecuentes en la naturaleza?, y ¿cómo se comprende que sean estas formas y no otras? Salta a la vista cuál es la forma más frecuente de todas, es lo que tienen en común el sol, una naranja y una burbuja: la esfera. ¿Por qué? La esfera es la mínima superficie que encierra un volumen dado. «La esfera emerge por isotropía en el mundo inerte. En el mundo vivo la esfera, sobre todo, protege. Y en el mundo culto protege, rueda, genera, simboliza la perfección». Las demás formas cumplen cada una una función: el hexágono (ojos de insecto, celdillas de una colmena, losas de las aceras) pavimenta; la espiral (la trompa) empaqueta, guarda, simboliza la continuidad; la hélice (semillas, zarcillos, sogas...) agarra; el ángulo (embudos, púas, dientes) concentra y penetra; la onda comunica, mueve (mueve la materia, la energía y la información); la parábola (que abunda sobre todo en el ámbito humano) emite y recibe; la catenaria (la forma que adopta un cable, por ejemplo, si lo sujetamos de sus extremos) aguanta; los fractales (formas cuyas partes se parecen al todo: el rayo, el árbol) colonizan el espacio con continuidad. La rebelión de las formas no es un mero libro de divulgación, es una obra de pensamiento, de un pensamiento que parte de cero y transcurre sereno, ordenando lentamente el mundo. El camino, en este caso, es más interesante que el lugar al que lleva. Es un libro accesible a personas sin formación científica, que además, profetizo, disfrutarán con él. Como el propio autor dice en el prólogo, interesará «a cualquier lector que no se encoja de hombros ante una pregunta como ésta: ¿qué tienen en común objetos tan dispares como el sol, un planeta, una naranja, una pelota, un huevo (sic) de caviar o una burbuja en una copa de cava?». Garcimuñoz 


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LIBROS / CINE

El Madrid de Llamazares ería injusto que El cielo de Madrid quedara encasillada dentro del grupo de novelas de la movida madrileña, movimiento al que nunca el autor ha confesado pertenecer y que en la novela se presenta con referencias irrelevantes. La metáfora que esconde el título es, en el fondo, el símbolo de una crónica vital, de la que no está ausente el desencanto que impone el paso del tiempo y cuya recuperación es casi siempre un milagro. Un milagro que, en El cielo de Madrid, encontrará su cumplimiento. No conviene olvidar la feliz obsesión que el cielo de Madrid tiene para el escritor leonés: a sus doce años, niño arrancado del ámbito rural, lo descubre fascinado desde el autobús en el que viaja, al cruzar el túnel de Guadarrama: «era como salir de un proyector de cine e iluminarse ante ti la inmensa pantalla del cielo de Madrid». Y de ahí nació la novela. Casi medio siglo después, el mismo cielo es para el escritor la síntesis de todas las vivencias personales. El símbolo de un deslumbramiento semejante. La novela es la confesión, teóricamente autobiográfica, de Carlos, un pintor asturiano que ha llegado a Madrid a comienzos de los años setenta. Madrid es para este joven artista el espacio milagroso de los sueños: de la libertad, del arte, de la creación... De la felicidad, a fin de cuentas. La narración de los avatares vitales tiene un destinatario, cuya referencia se halla estratégicamente dispersa a lo largo de las páginas y explícita en el colofón de la obra. Los altibajos de estos sueños incumplidos son el trasfondo argumental, narrado en un estilo coloquial de gran sencillez, enriquecido por las reflexiones sobre la pintura, símbolo plástico de su estado personal en cada etapa y terapia en los momentos más delicados. Esta trayectoria psicológica es el contexto ideal para que ese ‘cielo de Madrid’ vaya alcanzando el significado polisémico que tendrá al final de la obra.

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Divina Comedia La novela se estructura en cuatro bloques, precedidos por cuatro lemas tomados de las partes esenciales de La Divina Comedia. El cuerpo primero, ‘El Limbo’ es un anticipo literario preciso de la obra. ‘El Limbo’ (un bar que ha servido de cuartel general para este grupo de jóvenes soñadores y marginales) es ahora el escenario del adiós. En la madrugada de esa noche, Carlos iniciará su viaje a Suecia, país de su compañera sentimental, Eva, de quien empieza a distanciarse. Pero Carlos es consciente de que está empezando también el viaje a una nueva vida; una vida que recuerda con nostalgia y temor esta noche: sueños no cumplidos, amores rotos, esperanzas irrepetibles... Sus esfuerzos artísticos le llevarán al éxito y la fama, pero el éxito será un verdadero ‘Infierno’ para él. Es la visión derrotista de la cultura manipulada, escaparate del engaño y de la superficialidad. Psicológicamente, Carlos deberá pagar sus culpas en el ‘Purgatorio’, experiencia vivida durante unos años en Miraflores. Pero antes de abandonar Madrid, orientado por las impresiones de Suso (símbolo del grupo marginal y amigo del alma, a quien, de alguna forma, va a perder) encontrará el significado del cielo en las palabras de Fermín, el mendigo de la plaza de las Salesas. Un cielo que, como el bar que marcó su etapa del pasado, es ahora «una mancha negra y gris, como la que había en el viejo Limbo» (p.176). Entrar en el ‘Purgatorio’ de Miraflores... «fue como si me hubiera muerto». Es en principio una etapa de reflexión, de soledad, de bucolismo, que se transformará sin embargo en una experiencia engañosa, progresivamente destructiva. Sólo las visitas esporádicas de Suso, su amigo del alma, la presencia fugaz

Julio Llamazares / EFE

JULIO LLAMAZARES El cielo de Madrid Alfaguara, 2005 256 pp. / 18,95 euros

de Rosalía y la compañía de Lutero (un perro vagabundo y solo como Fermín, el mendigo que le descubrió el cielo de Madrid) atenúan un estado de soledad que avanza hasta convertirse en depresión. En el fondo, los años vividos en la sierra madrileña han sido un espejismo traicionero. Sólo la pintura y Madrid pueden salvar al protagonista: «si para algo me habían servido aquellos inviernos y aquellas tardes de primavera (...) era para entender el absurdo que todo lo que no fuera la obra de arte, o la elaboración de ésta, constituía» (p.245). La vuelta a Madrid le hace retornar a la plaza de las Salesas, «a aquel cielo azul y rosa que tanto echaba de menos desde que me fui a la sierra y que volvía a ver desde abajo» (p.248). El mito personal del cielo de Madrid alcanza su verdadero y complejo significado en la página final. Con ella se cierra también un epílogo brevísimo, ‘El Cielo’, que muchos lectores tal vez no compartan como final adecuado de la obra: «Porque este viejo cielo de Madrid, este cielo azul y rosa que todo el mundo persigue y que todo el mundo alaba, incluso sin conocerlo (...) es a la vez el infierno, y el limbo, y el purgatorio, aunque yo haya tardado mucho en saberlo». Es la mejor metáfora para un final esperanzado de esta bella y desolada crónica vital. Nicolás Miñambres 

culturas 7 Fernán Gómez en Berlín  «El actor de teatro no cuenta con que su trabajo sea visto y apreciado en países distintos al suyo. Su arte difícilmente, sólo en casos excepcionales, traspasa las fronteras. Para el actor de cine la circunstancia es totalmente distinta. La eficacia globalizadora o mundializadora –incluso antes de estar difundidos estos términos– del cine de Hollywood nos hace sentirnos disminuidos a los que trabajamos en cinematografías que son simplemente nacionales. Como si al faltarnos la globalización nos considerásemos incompletos. Al comienzo de nuestra carrera profesional muchos actores pensamos ya que nunca llegaremos a ser auténticos actores de cine, puesto que no saldremos de nuestras fronteras. Firmamos autógrafos en las calles de Madrid, de Barcelona, de Sevilla… Pero somos hombres y mujeres invisibles en Vía Veneto, en Champs Elysées, en Times Square. Somos invisibles más allá de nuestras fronteras, aunque la suerte nos acompañe y lleguemos a desempeñar papeles de protagonista. Y aunque tengamos alguna crítica favorable. Y aunque después de haber intervenido en una película se produzca el milagro de que nos soliciten para intervenir en otra. Debemos resignarnos con la buena acogida de fronteras para dentro. Pero a veces ni aun esta resignación es posible. Por ejemplo, en el momento actual. Hace pocos días, la prensa española, con casi unanimidad, dedicó comentarios más o menos extensos a la baja calidad el cine español. “El cine español no reclama la atención del público porque es sencillamente malo en su conjunto”, pudo leerse en uno de los diarios de más circulación y firmado por un escritor de renombre. Y añadía: “…el cine español está dominado por la mediocridad, la recurrencia, la vulgaridad…”. En otro diario: “un cine pachanguero, ramplón, de personajes planos y tramas archisabidas”. Otro se refiere a “cierto subgénero de comedieta burda y descerebrada”. Otro a “…guiones que rozan el mal gusto y a veces caen en la grosería”. Y en cuanto a lo que más puede afectarme, los actores: “… los guiones simples y reiterativos y los actores, sobreactuantes patológicos” según un escritor de familia muy distinguida. Y remacha: “Aprendan los directores a exigir a los actores que trabajen en beneficio del personaje al que representan, y no al revés. Y cuando lo consigan, que lo hagan con naturalidad, sin sobreactuaciones, sin engolamientos, sin impostar las voces, sin moverse como estacas”. Al leer esto no pude evitar darme por aludido, quizás impulsado por la vanidad inherente al oficio de actor, y sentí que empezaba a entristecerme. Puede que alguien se pregunte a qué viene hablar de eso ahora, cuando este actor recibe un homenaje. Precisamente por eso. Porque entonces fue cuando me llegó la noticia de que la Berlinale había decidido que un oso de oro acompañase a los dos ya viejecitos osos de plata, el de 1977 por El anacoreta y el del 84 por Stico. Y la llegada de esta noticia me evitó caer en una profunda depresión. ¿Cómo no estar agradecido a este festival, tan reiteradamente propicio para mí? y ¿cómo, al manifestar mi agradecimiento, superar una profunda emoción? De antemano pido perdón por ser excesivamente lacónico, pero no acierto a decir más que: gracias, Berlín; gracias, Berlín». Discurso de agradecimiento por el Oso de Oro otorgado a su trayectoria


8  culturas CIENCIA

TRIBUNA DE SALAMANCA, Domingo, 20 de febrero de 2005

¿Somos buenos detectando tramposos? magine que es usted un policía de servicio. Su trabajo es asegurarse de que en un local de copas ninguno de los presentes está infringiendo la norma que prohíbe consumir alcohol a los menores de 18 años. ¿Qué estrategia pondría en práctica para identificar a los sujetos que incumplen dicha normativa? La respuesta es sencilla: debería comprobar la edad de aquellos que encontrara bebiendo alcohol. Si pidiera la documentación a los individuos que estuviesen consumiendo bebidas no alcohólicas usted malgastaría su tiempo porque para garantizar el correcto cumplimiento de nuestra orden no importa que sean mayores o menores de edad aquellos que beben zumo. Nos parece obvio y trivial, a no ser que la norma se formule en términos abstractos. Peter Wason demostró hace varios años que ante relaciones normativas en términos abstractos o hipotéticos los sujetos no saben cómo responder. Su célebre experimento de las cuatro tarjetas permite mostrar cómo al sustituir las referencias entre ‘bebedores de alcohol’ y ‘menores de edad’ por relaciones entre letras y números, a los sujetos no les resulta sencillo dar una respuesta adecuada. ¿Por qué el cerebro se comportaría peor si esencialmente se le propone el mismo problema? La hipótesis que manejan dos psicólogos de la Universidad de California, Leda Cosmides y John Tooby, es que estamos equipados de manera innata con unos mecanismos mentales con capacidades deductivas especializadas en dominios sociales para detectar aquellos miembros de la comunidad que se salten las reglas de convivencia. Según esta teoría, nuestras competencias lógicas para la detección de trampas varían en eficacia porque razonamos con partes diferentes de nuestros cerebros según tratemos con formulaciones normativas concretas o abstractas. ¿La razón? Evolutiva. La naturaleza habría apostado por desarrollar una facultad que facilitase intercambios sociales entre los individuos que cooperan permitiendo detectar y excluir a los que engañan. Estos resultados experimentales parecen negar la existencia de una cierta lógica natural característica de los seres humanos con la que vendríamos dotados al mundo y que sería una de las fortalezas del razonamiento deductivo humano. Al contra-

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RENÉ MAGRITTE: Los dos misterios, 1966

Las limitaciones biológicas no nos permiten ser buenos razonadores abstractos, ni grandes estadísticos y muchos menos maestros estableciendo causas y responsables. Sin embargo, la capacidad racional se aprende y se trasmite genéticamente. Si nos esforzamos en razonar hoy, unos lejanos tataranietos nos lo agradecerán

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La prisa por poseer una explicación sobre un suceso desconocido es más poderosa que la necesidad de que ésta sea correcta rio, parece indicar que biológicamente no estamos preparados para ser buenos razonadores. Y, ¿cómo son nuestras habilidades para el razonamiento inductivo, aquel que permite tratar hechos inciertos a los que asignamos ciertos grados de verdad?, ¿Sabemos distinguir adecuadamente lo que sabemos –hechos–, de lo que creemos –hipótesis– y de lo que podemos comprobar –pruebas–? Daniel Kahneman, el único psicólogo al que han galardonado con un Premio Nobel de Economía, y el que fue su compañero de investigaciones durante muchos años, Amos Tversky, demostraron hace más de una década que la gente evalúa la probabilidad de que ocurran situaciones inciertas con formulaciones simplificadas que generalmente conducen a errores. En general, nuestras creencias sobre la probabilidad de un suceso («el político X no cumplirá

la promesa que anunció») se basan en el parecido de una información concreta con un estereotipo («todos los políticos mienten»). En otras ocasiones, evaluamos la probabilidad de un acontecimiento en función de la facilidad con la que nos vienen a la mente ejemplos de ese tipo de situación («yo conozco a uno al que le pasó») sin que necesariamente sean los casos más frecuentes. Asignamos, de esta forma, mayor probabilidad a un suceso de la que realmente tiene. Podemos asegurar que, según estos resultados, utilizamos caprichosamente mal las reglas de la probabilidad en nuestros razonamientos inductivos. ¿Somos mejores creando explicaciones entre los sucesos de nuestro entorno para dar sentido a nuestra vida cotidiana? No, no alcanzamos el aprobado. Siempre que nos encontramos con un suceso moderadamente discrepante respecto de nuestras expectativas, nuestro interés se centra en buscar datos a su alrededor que puedan explicar el nuevo fenómeno mediante el uso de reglas de inferencia causaefecto. Sin embargo, en esta actividad reducimos la complejidad del mundo a unos pocos elementos destacados, sin ponderar debidamente otra serie de factores que asumimos como irrelevantes de manera arbitraria. Construimos así concepciones esencial-

mente intuitivas, sin sistematicidad ni rigor, hasta encontrar de forma cómoda una solución aproximada. Y con urgencia. Estas reglas causales se establecen precipitadamente. La prisa por poseer una explicación sobre un suceso desconocido es más poderosa que la necesidad de que ésta sea correcta. La conclusión no es muy halagüeña: las limitaciones biológicas no nos hacen ni buenos razonadores abstractos, ni grandes estadísticos y mucho menos maestros estableciendo causas y responsables. Y sin embargo, existen al menos dos motivos para plantear un alegato a favor de la racionalidad. El primero se deriva de un rasgo único y sorprendente en una facultad biológica: su capacidad de automodificación a partir del aprendizaje cultural. Esta competencia de la racionalidad nos permite obtener del estudio de los errores y de los sesgos en el razonamiento una forma de mejorar su funcionamiento. Porque ser conscientes de las deficiencias y peculiaridades innatas de nuestras argumentaciones, no impide poner en marcha estrategias que permitan transformar, elaborar y reconstruir racionalmente la información que se recibe. Podemos cometer muchos de los errores mencionados pero, con aprendizaje, podemos igualmente dejar de cometerlos. La segunda de las razones a favor del esfuerzo racional se basa en una teoría de James Mark Baldwin que describe un mecanismo evolutivo por el cual «lo que los organismos aprenden en generaciones anteriores aparece genéticamente codificado en generaciones posteriores». En otras palabras: si nos esforzamos por ser racionales, nuestros descendientes terminarán reaccionando racionalmente, y las reglas de la lógica que hoy son aprendidas podrán convertirse en características naturales de nuestros herederos. ¿Pueden entonces los actos cotidianos de los seres vivos guiar la evolución de sus poblaciones? La respuesta es sí, si hay persistencia y se espera lo suficiente. A usted ahora le cuesta trabajo encontrar los errores en enunciados abstractos pero, con entrenamiento, los humanos del futuro podrán identificar automáticamente a tramposos de todo tipo: también a aquellos que emplean sesgos y transiciones lógicamente inadmisibles escondidas en argumentos y juicios. Vamos, lector, anímese. Esfuércese por ser más racional y contribuirá a la evolución de los cerebros humanos. Con ayuda del efecto Baldwin estará favoreciendo que las poblaciones venideras presenten mayor facilidad para el razonamiento. Algún día, unos lejanos tataranietos se lo agradecerán. Manuel González Bedia 


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