R EVISTA PR MERA AÑO: 1 Nº 16
LIMA, DOMINGO 11 DE MAYO DE 2014
EDITOR: PACO MORENO
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e r d a M a l e d a í ESPECIAL D
Que no sea un solo día El
ser más importante de nuestras vidas, lo único que pide es nuestro abrazo.
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Opinión Paco Moreno
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Piensa antes de hablar tarse. Donde estaba ella, estaba el parlanchín que no se callaba la boca. Sabía que ella se aburría con mis ocurrencias porque la pobreza y mis cuatro hermanos la obligaban a pensar en cómo vencer ese día. Pero igual me escuchaba y yo leía su silencio, su mirada clara. Cuando ya no resistía decía: “Piensa antes hablar” y saltaba al silencio. Me gustaba mirar sus trenzas y sus faldones de cangallina perdida en la ciudad. Me gusta hasta ahora su resistencia tenaz y firma para no dejar sus prendas
Y
a antes de ingresar en el periodismo decía tonterías. Era un niño parlanchín a quien en casa tenían que alzarle la voz para recobrar el silencio. Pero había alguien que se soplaba todas las vainas que se me ocurrían. A veces, me daba pena que ella escuchara mis cosas porque realmente eran verdaderas zonceras Fui un niño pegado a su madre. En el mercado del barrio era el chibolo que no soltaba la falda de su viejita para no desorien-
Citas
citables
Incurablemente romántica
“Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. No era una gente culta pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. (…) Mi madre leía mala literatura, no era culta pero su imaginación me abría otras puertas. Teníamos un juego: “Mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar grandes historias”. Esto ocurría en Banfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes.” Julio Cortázar.
y convertirse en una señora más de estas calles. Me gusta su rectitud y terquedad para mantener a Cangallo presente en la casa. Me gusta su silencio
Sabía que ella se
aburría con mis ocurrencias porque la pobreza y mis cuatro hermanos la obligaban a pensar en cómo vencer ese día. Pero igual, me escuchaba y yo leía su silencio, su mirada clara. Cuando ya no resistía decía: “Piensa antes hablar” y saltaba al silencio.
y disposición para seguir escuchando. —Piensa antes de hablar —me dice ahora y conversamos como dos viejos amigos. Ella escucha más. Rajamos de mis hermanos y la gente del barrio y me pide siempre que hable con mi viejo porque “no entiende que debe cuidar su salud”. Es reservaba porque yo soy muy chismoso. Me suelta secretos porque sabe que sé guardarlos. Ella es el remedio de mis peores momentos; y nunca jamás he podido mentirle. Es imposible mentirle a quien amamos.
Para el twit Las madres
Yo no tengo la culpa de que salieran a él.
Como Dios no podía estar en todas partes a la vez, creó a las madres.
Tu ausencia es mi regalo
Una madre buena a un hijo maldito: “Hijo, tu ausencia es mi regalo”.
“Madre, me voy mañana a Santiago,/ a mojarme en tu bendición y en tu llanto/. Acomodando estoy mis desengaños y el rosado/ de llaga de mis falsos trajines.” César Vallejo.
Amor incondicional Madre, usted sí conoce el verdadero significado del amor incondicional.
Mentiras
Derechos de madre
En tu llanto
Siempre que quieren hablar de madres en la televisión muestran mujeres con chicos en los brazos, sonrientes, dulces, cariñosas, sin una pizca de cansancio, espléndidamente maquilladas y a eso agregan maravillosas frases de posters. Mentiras. Las mamás no somos abnegadas amantes del sacrifico y aguerridas, guerreras que todo lo pueden. Las mamás lloramos abrazadas a la almohada cuando nadie nos ve… Isabel Allende.
De todos los derechos que tenemos las mujeres, el más grande es ser madre. Hecho el Depósito legal Nº 2005-2098
Dpto. de Distribución: Telf. 460-7928 Editor: Paco Moreno, Arte y Diseño: Julio Arroyo S, Edición Gráfica: Hugo Curotto.
DIRECCIÓN: AV. JOSÉ PARDO 741 MIRAFLORES TELÉFONOS: 447-1218 / 447-3092 FAX: 444-0883 LOS AUTORES DE NOTAS DE INVESTIGACIÓN Y/U OPINIÓN SON LOS ÚNICOS RESPONSABLES DE SU ELABORACIÓN Y CONTENIDO. LA CASA EDITORA NO SE SOLIDARIZA NECESARIAMENTE CON ELLOS.
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Futuro No me quitaste mi futuro, me diste uno nuevo.
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Aquella señora es mi Raúl Wiener
Ella tenía una manera especial de minimizar los problemas dicie cosas pasan”. No se me ocurre otra manera de expresar mi homena que son madres, que contar algunos recuerdos sobre la mía.
N
o fui hijo de un telegrafista pobre de provincias, sino de un empleado de la empresa de telefonía de Lima que un día recibió en la Central Telefónica del Callao, en la que estaba cumpliendo un domingo de solitaria guardia, la visita de un amigo que llegó acompañado de cuatro hermanas a las que había llevado a visitar el puerto y les que quería mostrar las nuevas tecnologías de las comunicaciones automáticas. La visita fue breve. Pero al retirarse y abordar el tranvía que lo llevaría de retorno a Lima, el que años después sería mi padre se sorprendió de hallarse con el mismo grupo al que había atendido unas horas antes. Y terminó sentado al lado de la que después sería mi madre. CASI CUARENTA AÑOS Así empezó una historia de amor que duró casi cuarenta años y al que debemos la existencia yo y mis dos hermanos. Bueno, sin contar a los nietos y bisnieta. Mi madre vivía en su época de soltera, en la segunda cuadra del jirón Arequipa (hoy Emancipación), a corta distancia de la Plaza Unión (hoy Plaza Castilla), y para ingresar a su casa había que atravesar un gran portón y caminar por una ancha entrada con piso de tierra que llevaba hacia una fábrica de vidrio que se ubicaba al fondo del solar. Sobre la mano derecha del corredor estaba la casa de mis abuelos Fresco-Evans, y sobre la izquierda las de los Pita-Fresco, sus parientes.
Contaba mi padre que al pasar el portón lo que hacía era silbar la melodía de la película “estás en mi corazón”, para anunciar su llegada. Carlos y Elena tuvieron un romance de varios años y luego que se casaron se tomaron otro tanto hasta tener su primer hijo.
la única capaz Doña Elena era esiones sobre de escuchar nuestras conf nes, decepsio las cosas más íntimas: ilu tendía y le en ciones, errores, que ella s. no servía para orientar
HUGO Y CHRISTIAN Mi padre era metódico para todas las cosas. De ahí que la distancia que mantengo con Hugo es cuatro años y de este con Christian es de cinco años. Precisamente el recuerdo más antiguo que guardo en la memoria es de la vez en que crucé una pista del Callao donde los carros pasaban a gran velocidad,
de la mano de mi padre para ir ver a mi hermanito recién nacid en el Hospital Daniel Carrión. Era el año 1953. Mi madr me recibió con el peladito en sus brazos, mientras don Carlo reconocía que no había preparad nombres de hombre para la cir cunstancia. La escena la volverí a vivir años después y fue aún
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endo: “estas aje a las mujeres
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más difícil encontrar un nombre de varón para reemplazar la lista de nombres femeninos que mis padres habían armado seguros que por fin tendrían la mujercita esperada que nunca vino. Fue en ese momento que me preguntaron de improviso: ¿y cómo se llama ese tu amigo del colegio? Y ahora mi hermano se
llama Christian por esa ocurrencia.
CONTRASTE Toda mi infancia me interrogué por el extraordinario contraste en las reacciones de mis padres ante las mismas situaciones. Los problemas lo desmoronaban a él y hacían emerger a ella. En cualquier reunión social mi padre se apoderaba de la conversación, del baile y de todo lo que estuviera a su alcance con el mayor estruendo, mientras mi mamá guardaba silencio discretos como si quisiera no ser notada. Con el viejo se podía conversar de política, historia o literatura, en una mesa en la que mi mamá solo intervenía si tenía que informar algo como un encargo o alguna advertencia sobre lo que estábamos comiendo. Pero doña Elena era la única capaz de escuchar nuestras confesiones sobre las cosas más íntimas: ilusiones, decepciones, errores, que ella entendía y le servía para orientarnos. Guardaba secretos que ella misma había elevado a esa categoría, asumiendo que si una chica me llamaba por teléfono varias veces era porque se trataba de su “futura hija política”. Tenía una manera especial de minimizar los problemas diciendo: “estas cosas pasan”. Cuando supe que un tío estaba para morirse me dijo: “todos tenemos que morirnos”. Y yo me llené de miedo con su respuesta. Cuando mi padre se fue de este mundo, casi de un momento a otro, los hermanos Wiener descubrimos, casi de inmediato, que la mujer que era nuestra madre y confidente, era mucho más conversadora de lo que pensábamos, cuando la teníamos por tímida y recatada; que era también una
lectora empedernida que se encerraba a devorar libros de la mejor literatura, de lo que tampoco habíamos tomado nota, y, lo mejor de todo, que siempre estaba al día con las noticias y podía opinar sobre lo que estaba sucediendo. Le diagnosticaron la diabetes cuando estaba sobre los 36 años, y yo tenía 13 años. Mi padre, fiel a sí mismo, me habló como si súbitamente tuviera que volverme adulto, para advertirme que si algo le pasaba a mi mamá, él no sobreviviría. Claro que me espanté de la perspectiva. Pero doña Elena iba a vivir cuatro décadas desde
esa revelación y en 1984 enterraría a don Carlos, también en su estilo, sin derramar una gota de lágrima. Tuvimos que esperar hasta la Navidad de ese mismo año para verla reventar de dolor en su nueva condición, cuando ya tenía nueve meses de viuda. REBELDÍA HACIA SU DESTINO A mediados de los 90, se aceleró la perdida de visión que la venía afectando desde hacía años. Y ahí empezó su última gran lucha. Quería volver a ver, a leer, mirar el rostro de sus nietas y de su nieto. Y por más que tratamos de convencerla de que
era especial de Tenía una man as diciendo: minimizar los problem ando supe “estas cosas pasan”. Cu orirse me m que un tío estaba para e morirnos”. qu dijo: “todos tenemos con Y yo me llené de miedo su respuesta.
tenía que adecuarse a su nueva situación, nunca se resignó a ser una ciega. Ella, que había sido fuerte con todas las debilidades físicas y emocionales que la rodeaban, no quiso reorganizar su vida a las prohibiciones de la enfermedad. Fue sometida a sucesivas operaciones que se hacían con la esperanza de recuperar uno de los ojos afectados y de darle un poco de visión. Todas fallaron. No llevé la cuenta pero me parece que fueron un montón. Creo que estos fracasos la deprimieron más de lo que estaba. Hacia el final, le había entrado una curiosa rebeldía hacia su destino. Cuando podía se comía un dulce que rompía su dieta y decía que si no podía ver por lo menos lo que haría era comer. Sus últimos días fueron una extraña batalla por lograr que la internaran en el Hospital Rebagliati para que la trataran de una extraordinaria subida de la glucosa. Estaba
estacionada varios días en una sala se emergencia atestada de pacientes que esperaban su propio internamiento en el enorme hospital desbordado para responder a la demanda. Hacíamos guardia día y noche, siguiendo su estado de salud. El día 6 de agosto estuve haciendo gestiones hasta que logramos los contactos necesarios para su hospitalización. Encargaron a un funcionario para que hiciera los trámites. Cuando llegó a su cama, hacía muy pocos minutos que había tenido un ataque al corazón. Llamaron a mi hermano menor que estaba haciendo la guardia para darle la noticia, el que se comunicó conmigo pidiéndome simplemente que fuera al Hospital. La segunda llamada fue del encargado de la hospitalización que me habló como si yo ya supiera lo que había pasado: cuánto lo siento que mis gestiones hayan resultado tan tardías. Esa fue la manera como me enteré que ya nunca más le podría contar mis problemas.
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Miguel Ildefonso
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uchas veces me pregunto, y me preguntan, cómo es que descubrí mi vocación literaria o cómo me inicié en la escritura. No tengo una respuesta contundente; de pronto, a eso de los diez y siete años, cuando había ingresado a estudiar Odontología, tras enterarme que las clases no iban a empezar sino después de un año, cosa nada anormal en la década del ochenta y, sobre todo, en la Universidad de San Marcos, compré la novela Cien años de soledad y algo despertó en mí, quizás lo mismo que la lectura de La metamorfosis, de Franz Kafka, provocó en Gabriel García Márquez. Pero esa no es toda la respuesta que podría dar. Podría mencionar algo sobre un conflicto existencial a la salida de la adolescencia. O un amor frustrado. Pero cada vez que tengo que dar una o muchas respuestas ante esa pregunta, no puedo evitar ver la imagen de mi madre. A estas alturas del partido, puedo decir que sí, que ella me dio no solo esta vida sino que, gracias a ella, descubrí un mundo rico en la imaginación: Las vidas que están en los libros, la posibilidad de vivir otras vidas.
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Se llamaba Yolanda
Hace diez y siete años mi madre nos dejó. Pero cada vez que veo el cielo, ella me habla.
CREANDO FIGURAS EN EL CIELO Julio Cortazar contó que fue su madre quien lo impulsó a la literatura, estimulando su imaginación al contemplar las nubes, creando figuras en el cielo. Igualmente mi madre siempre me decía “Miguel, vamos a tomar aire”, y entonces salíamos a pasear al parque, o subíamos a la azotea, y yo era un niño que miraba deslumbrado las estrellas mientras la escuchaba hablar a ella no solo del cielo, sino de la vida que tuvo en su pueblo natal, allá en las alturas de la sierra central, y (cierro los ojos y la escucho) en su dulce voz se translucía su inmenso amor a la naturaleza. En ese sentido, mi padre era lo opuesto. No gustaba recordar su vida de joven, excepto ciertos pasajes. Y nunca lo vi coger un libro. Aunque sí fue un lector voraz de revistas de política y de periódicos. Mi padre era la realidad total y concreta. Para él todo era tangible. Ni siquiera veía películas. No había ficción en su vida, quizás porque lo que vivió de pequeño fue insólito, por no decir muy duro. Sin embargo,
cuando falleció, descubrí en su escritorio un cuaderno donde había escrito una breve autobiografía. Me sorprendió no solo por lo que contaba, sino por cómo lo contaba. Tenía más de ochenta años cuando lo escribió y conservaba su buena caligrafía. Mi padre pudo haber sido un buen escritor. Allí me enteré de algo que ni siquiera mi madre nunca contó. Cómo fue exactamente que se conocieron. Y esto tiene que
ver con el origen de mi destino literario. En esta parte de su relato él tendría veintitantos años cuando trabajaba manejando autocarriles en donde se movilizaban los funcionarios estadounidenses de la compañía minera en Cerro de Pasco. “El autocarril era una camioneta especial. Tenía doble mando. Podía correr por línea de ferrocarril o por carretera. Viajaba a Lima, a Malpaso, a Morococha, a Yauricocha, a Go-
yllarisquizga. En este último lugar conocí a mi finada esposa, por intermedio de un amigo de apellido León, que trabajaba como empleado en la estación adonde yo llegaba manejando el autocarril. Yo tenía que hacer mi reporte en cada estación. Almorzaba siempre con los funcionarios pagadores en el hotel. El amigo León un día me invitó a almorzar a su casa. Como siempre en broma le dije: ‘¿qué cocinarán?’. León me respondió: ‘como tú comes en el hotel con los gringos pagadores, en casa tienes que comer lo que han preparado’. Llegamos a su casa y allí me presentó a su señora, y ella me presentó a mi Yolanda. Efectivamente, allí conocí a mi esposa. Era muy jovencita, tendría diez y seis años. Ella siempre viajaba a Goyllarisquizga llevando cosas a vender porque ayudaba a su mamá que era negociante. Llegaba en esa familia porque la esposa de mi amigo era su prima. (…) Yo siempre viajaba llevando a los pagadores de personal de la Oroya a todo lugar, y a Goyllarisquizga iba cada quince días. Un día volví a encontrarme con ella en la
calle. Nos saludamos, le invité a tomar una gaseosa, pero no me aceptó. También yo era de poco enamorarme fácilmente, como dicen, era ‘sobrado’. Ya a la siguiente vez le dije: ‘te voy a escribir una carta al correo de Goyllar’. Me aceptó. Y empezamos a escribirnos.” El relato continúa describiendo cómo fue el enamoramiento, viéndose poco, pero escribiéndose bastante. Ella dejaba su carta en el correo de la estación y él allí mismo la recogía y dejaba la suya para que ella también allí mismo la cogiera. Fue en las cartas que mi madre le dijo que sus padres querían casarla con un hombre al que ella no quería. En una carta le pidió mi madre que se vieran en una parada del tren en La Oroya cuando se fue con una tía huyendo a Lima. Y del mismo modo planearon, después, su matrimonio. Mi padre finalmente convenció a mis abuelos para que él fuera el yerno. Tuvieron siete hijos. Yo soy el último. Hace diez y siete años mi madre nos dejó. Pero cada vez que veo el cielo, ella me habla.
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No una, sino muchas madres Ni los innumerables esfuerzos publicitarios, que vemos
repetirse todos los años en esta época, han logrado agotar los caminos que se le antojan al amor materno.
Eduardo Santana
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as siguientes líneas tienen como intención fundamental explorar las versiones poco difundidas del amor maternal. Reclaman, a los kilos de encartes regalados para vender licuadoras, que me devuelvan el rosario de mi madre y el de las demás. CALOR MATERNO Cuando la televisión o el cine abordan el amor maternal, el fuego siempre está reducido a la hornilla tranquila del comercial de fideos. Podría apostarse que Tarantino, en sus fantasías más enfermas, no ha imaginado una escena como la descrita a continuación. Transcurre el 2005 en Alicante, una provincia española. Un sujeto de sesenta y seis años bebe cerveza con un amigo en un bar. Una mujer delgada, de un metro sesenta, con arrugas y las raíces del cabello pintadas con dignidad, entra decidida con una botella en la mano. Se acerca y vacía la botella sobre él. Empapado, el viejo no alcanza a reaccionar cuando la mujer prende un cerillo y lo avienta. Se convierte en una bola de fuego y muere, horas después, con el sesenta por ciento del cuerpo quemado. ¿Qué tiene que ver esto con el amor maternal? Tranquilo Chino, no te me apures. Mucho que ver. Nadie pierde la razón sin tener una razón para hacerlo. El sujeto violó a su hija siete años antes, en 1998. A pesar del tiempo, la venganza no siempre es un plato
que se coma frío. La motivación del arranque incendiario le valió la simpatía de muchos; sin embargo, en junio del año pasado fue condenada a 5 años de prisión por el asesinato y por quemarle la pierna –un poquito- al que estaba al costado. AMOR CASTRENSE Y no hay ninguna referencia militar en el subtítulo. La madre de Jorge Luis Borges, Leonor Acevedo, fue adorada por el escritor pero cultivó con devoción la antipatía que su nuera, Estela Canto, se esmeró en plasmar en un libro llamado “Borges a contraluz” (Espasa-Calpe 1993). A pesar del desprecio por doña Leonor, el texto reconoce, a su manera, el papel imprescindible que la aristócrata uruguaya desempeñó en la formación del carácter del escritor. “A fin de cuentas, él nunca habría podido ser el Jorge Luis Borges que el mundo conoce sin la rudeza, la crueldad, la atención total, inquebrantable sed de poder de su madre. Lejos de ver en Doña Estela a una mujer castrante y manipuladora, Borges supo apreciar que era amor todo lo que ella le entregaba. Fue su principal asistente y compañera de viajes, supo mantener los contactos editoriales necesarios para ayudar en la carrera de su hijo y escribía los textos que Borges le dictaba cuando terminó de quedar ciego. La simpatía de Borges por su madre no escapó de las entrevistas, en las que siempre narraba con admiración el ingenio y co-
raje que solía destilar su progenitora. Ambos fueron amenazados de muerte durante unos años por una voz gangosa al teléfono. Narra Borges: “un día atendió mi madre, que ya estaba postrada en cama. Escuchó la amenaza t con toda tranquilidad contestó: ‘Vea, matar a mi hijo, un hombre viejo y ciego que sale todos los días solo a la calle, no es una gran hazaña. En cuando a mí, tengo más de noventa y dos años, de modo que si no se apura por ahí me le muero antes’”. De todas formas la amenaza correcta para ambos habría sido amenazarlos con la inmortalidad. SACRIFICIOS TELÚRICOS La objetividad en esta página acaba de renunciar por fax. Por eso no debería sorprenderle a nadie que termine esta recopilación hablando de mi madre. Es bastante conocido en mi familia el terror que ella le tiene a los terremotos. Es una suerte que nunca haya estado en la ducha durante uno porque seguro habría salido corriendo así nomás. Dicho esto, se comprenderá como una muestra de amor incuestionable que, en un temblor más fuerte que la mayoría, después de salir corriendo cual pollo decapitado a la calle y cerrar de un portazo nuestra casa con nosotros adentro, mi madre haya tenido la valentía mártir de volver y tocar la puerta pidiendo que mi hermana y yo salgamos. Obedecimos entre carcajadas que solo después de un rato comprendió.
NO IMPORTA EL DÍA
Pastillita para el alma Para concluir y hacer explícito el matiz cálido de esta página, acá va mi pastillita para el alma (Ricardo Belmont dixit). Le haría mucho bien, amable lector de LA PRIMERA, recordar a su madre también en el día del
pollo a la brasa, el día del campesino y el día del padre. El día de la raza, el día del amigo y el día del cine. El día del periodista, el día de la secretaria y el día del pisco sour. Recuérdela también, como de paso, cuando, atrapado en el tráfico limeño,
recuerde a la madre de algún conductor distraído. Que la mención y el semáforo en rojo sirvan para llamarla, aunque sea un minuto, aunque sea para decirle: “un c…mare me cerró y me acordé de ti. ¿Cómo estás de la cadera? Te quiero”.
Jorge Luis Borges y su madre, doña Leonor Acevedo.
YA QUE VIENE AL CASO:
Vergüenza debería darnos
Unas disculpas para la memoria de Nicomedes Santa Cruz de un par de niños que entonces no sabían lo que ahora sí: “Este domingo de mayo / vergüenza debería darme / marcar un día del año / para querer a la madre” , recitábamos extendiendo los brazos y mirando al horizonte a modo de burla cuando en el colegio nos obligaron a aprender la décima. Éramos poco menos que hienas recién nacidas y nos parecía exagerado y risible oír esas rimas asonantes condimentando
tanto drama. Parecía diseñado para el hueveo. Vergüenza debería darnos, repito ahora sin comillas, no haber entendido lo que estaba detrás de esos versos sensibleros. Ruego que nos entiendan, en nuestra afortunada niñez vimos a nuestras madres casi todos los días. Jamás habríamos imaginado que el pobre Nicomedes, como tantos de nosotros ahora y otros en el futuro, víctima de las obligaciones de la vida adulta, no tenía esa suerte.