Almacenes La Paz y La Paz Chica Revista 7 DíAS, diario Tiempo Argentino

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SOCIEDAD • Por Susana Parejas (desde roque pérez)- fotos: Marcelo Cugliari

Almacenes de campo 44


La Paz y La Paz Chica, dos parajes de Roque Pérez, permiten descubrir el nuevo circuito turístico por estos establecimientos con mucha historia. A sólo 135 kilómetros de Buenos Aires, cuatro lugares para comer rico y disfrutar de la calma de antaño.

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como una Postal campera, miguel Maj se recuesta en el mostrador mientras Rubén Ruzzi sirve la copita en el almacén san francisco.

ucha. Mucha gente venía. No lo hacían en autos porque en esa época no había, venían en tractores, a caballo, en sulky, a pie, como podían, pero el almacén se llenaba.” No cuesta imaginar el pasado de este lugar. Tampoco cuesta imaginar cómo era la vida en estos parajes. Hasta el olor remite a otro tiempo. La calma, el horizonte limpio, las palabras y los ojos que se pierden, quién sabe dónde, cuando se narra lo que pasó hace tanto. La tierra que vuela, el sonido de un viento que viene “qué raro” del nordeste, el maíz de un lado del camino y la soja del otro. Y allí, como mojones de una época, están ellos: los almacenes de campo, los protagonistas de esta historia. El tren marcó el destino de La Paz y La Paz Chica. Los dos parajes nacieron en las tierras más altas de lo que hoy es la ciudad de Roque Pérez, cabecera del partido homónimo. Los planes para que el ferrocarril pasaría por allí trayendo aires de progreso quedaron sepultados cuando llevaron las vías justamente para otro lado. “Tendría que haber pasado por acá”, comentan cuando se les pregunta la historia del lugar. El nombre de un tal Espelosín suena en la boca de muchos como el que donó las tierras donde hoy se alza la estación de Roque Pérez, por “intereses económicos y políticos”, rematan el cuento. Así, lo que pudo ser no fue. El poblado, como siempre, empezó a germinar a la vera de la estación y los parajes perdieron la gente que vivía en ellos. La Paz y La Paz Chica quedaron de espalda a lo que sería el pueblo. Del otro lado, cruzando la ruta 205. En ellos, hoy vive un puñado de personas. Pero el final de esta historia no es triste ni mucho menos. “Los que nos quedamos tenemos algo que no estaba en nuestros planes”, asegura sonriendo Gabriela Zuccotti, una de las vecinas. Desde fines del año pasado, tanto La Paz como La Paz Chica forman

parte de un circuito turístico dentro del programa Pueblos Turísticos de la provincia de Buenos Aires, que incluye al “Almacén de Ramos Generales La Paz” y a unos pocos kilómetros más adelante a los almacenes “La Paz Chica”, “Don Julio” y “San Francisco”. Completa el recorrido el Cine Club Colón, totalmente reciclado y que es un poco el motor de todo este nuevo desafío para los vecinos. Todos colaboraron para poner a punto los lugares, desde el municipio que aportó capital y mano de obra, hasta la gente que donó trabajo, materiales y también objetos nacidos en otros tiempos. CON PERMISO DE ROSAS. Un frente pintado de amarillo con grandes letras verdes da cuenta de que se está en el “Almacén La Paz – Ramos Generales”. Para que no quede duda de su antigüedad, más abajo se lee: “Casa fundada en 1859”. “Dicen que en el país, si no es el único, hay muy pocos que nunca cerraron sus puertas. Fue cambiando de firma pero siempre siguió trabajando. En esa época no existía todavía Roque Pérez, pertenecía a Saladillo. Esto era un almacén de paso porque en la zona no se vendía nada, así que fue algo muy importante”, explica Julián Gómez, quien junto con su novia Gisela Márquez mantienen la tradición de un lugar, donde el adobe y los pisos gastados pronuncian sus años. “Mi abuelo vino de España cuando tenía 13 años, llegó a un campito cerquita, una chacra, y luego fue empleado del almacén, y trabajó hasta poder alquilarlo. Y de ahí en más seguimos todos los Gómez”, se enorgullece. Algunos aseguran que Juan Moreira pasó por aquí y que alrededor de la pulpería, que aún sigue de pie en los fondos del almacén, había un foso desde donde subía el agua de las napas para protegerse del ataque de los malones. Lo que no admite duda, es que el mismo Juan Manuel de Rosas firmó el permiso para que en 1832 se estableciera

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Almacén La Paz De Julián Gómez y Gisela Márquez Sábados a la noche a partir de las 20. Se puede comer picada muy generosa, con fiambres, matambres, tres tipos de queso, tortilla, albóndigas, escabeches, empanadas y postres caseros. Una vez por mes carne al asador. Precio: picada por persona $80, más bebida y postre. Reservas: (0227) 15419273

esa pulpería, “siempre que no fuera administrada por ningún salvaje e inmundo unitario”. La fotocopia del permiso otorgado por el caudillo da fe de esto, y junto con otros tesoros forma parte de una especie de museo muy ecléctico. Un libro diario de 1900 se mezcla con un fonógrafo y un televisor de los años ’60, ventosas, tazas antiguas, un álbum de fotos y hasta un viejo mueble de la estafeta que funcionaba allí. “Mi papá falleció hace dos años”, cuenta Julián señalando un retrato que cuelga en la pared del salón donde funciona el comedor. Su padre fue uno de los que le inculcó que cuidase este almacén. “Él lo llevaba adentro. Nació y falleció acá. Y yo, como él, amo este lugar. Si no hacía algo relacionado al turismo y comidas, no iba a poder seguir. Y me partiría el alma cerrarlo”, confiesa. Aunque con su hermana arrancaron las picadas de

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campo en 2010, luego dejaron de hacerlas. Hace un tiempo volvió a impulsarlas arreglando el salón. “Nos llevó tiempo porque estaba todo destruido, nunca se había hecho nada. Justo terminamos de reciclarlo, cuando surgió este circuito y nos encantó la idea de ser parte de él”, asegura Julián, y arriesga una reflexión: “La gente busca tranquilidad, pero también busca ver las raíces, lo que eran nuestros antepasados”. COCINA CON AMOR. Neli Albanesi de Parenti tiene sonrisa franca y una vitalidad que arrasa. Es una de las impulsoras del circuito. A los 73 años no sólo sigue atendiendo el almacén que bautizó “La Paz Chica”, sino que también ofrece ricos platos salidos de su cocina. “Aprendí a cocinar sola desde chica,

y como me encanta aprendí en seguida. Si alguien hablaba de cocina o de recetas allí estaba yo. No llevo un plato a la mesa hasta que no tiene el sabor adecuado”, asegura esta experta cocinera que tiene el título como muchos de NYC (nacida y criada) en este paraje. Y como todos ellos tiene la completa seguridad de que jamás se irá de aquí. “No me voy a ir, porque me encanta acá, el campo a mí me gusta”, asegura. Su padre, como tantos otros italianos que poblaron la zona, vino desde Ancona, en el ’34. Aquí se asoció con un hombre que tenía carnicería, para luego independizarse. Ya a los 13 años Neli cortaba carne. Aunque pasaron muchos años, los recuerdos no tardan en aparecer: “Se mataba un animal día por medio y salían los repartidores de la


Almacén La Paz Chica de Neli Albanesi de Parenti Cenas los miércoles

carne a las 5.30 de la mañana, por las casas, a través del campo. Si llovía, iban lo mismo. Los pedidos se llevaban todos ataditos, envueltos en papel, se colocaban en el carro de tal manera que ya sabían a quién se lo tenían que dar. Iban en sulky, había tres que salían de acá. Y volvían a las 6 de la tarde”. La sombra de añosos árboles, que rodean la casa, da frescura a una tibia tarde. En dos habitaciones que dan al frente, Neli armó su comedor. Cuando se ofrecen comidas, unas cortinas blancas ocultan el típico mostrador de almacén, que todavía hoy funciona. Mesas con manteles a cuadritos naranja y sillas de madera son las que reciben a los comensales. Aunque los días lindos, la mayoría quiere comer afuera, o sentarse a tomar mate en las mesitas que miran al campo. “Hace años que yo hacía cenas, con mi hijo que ya falleció. Siempre continuamos con las cenas y ahora nos unimos a este circuito”, agrega. Neli anuncia por su página de Facebook o por la radio local el menú que va a preparar; al igual que en casa, se pone la fuente en la mesa y se sirven de allí. “Vienen muchos y sin reserva, me sorprenden. Pero yo siempre cocino de más”, aclara mientras empieza a numerar el menú.

Menú: empanadas, pastas caseras, costillares al asador, vacío, lechón, cordero a la parrilla. Tradicionales como locro en zapallo, guiso de mondongo y carrero. Postres caseros. Precio: $110 por persona, incluye la bebida y postre. Reservas: (02227) 15621552 o 15443400

VOLVER A NACER. El rosa y bordó del frente contrasta con el azul del cielo. Tres bicicletas pintadas de rosa se abrazan al tronco de un árbol. Bancos de escuela y mesas rústicas ofician de un living al aire libre. Un enorme cartel, que como todo lo que se ve aquí tiene una historia detrás, “era de una marca de jeans”, anuncia que se está en el almacén “Don Julio”. “Siempre se llamó así, porque mi papá tenía almacén de ramos generales. Vendía mercaderías, tenía despacho de copas y jugaban a las cartas también”, explica Daniela Zuccotti, la menor de las hijas de Julio, quien junto con su hermana Gabriela llevan adelante esta nueva etapa del comercio. La familia Saracini abrió este almacén en

1939, algunos años después pasó a manos de don Julio Zuccotti. “Menos carne, se vendía de todo. Querosén, los vinos en damajuana, mi papá tenía una panera muy grande donde el panadero descargaba la galleta y el pan. No es como ahora que se compra el pancito fresco, el pan era de dos o tres días, porque el panadero no venía todos los días”, cuenta Gaby, tal como está escrito su nombre en el delantal a cuadros que lleva. “El almacén no daba abasto y mi marido me llamaba a mí. Él había puesto un timbre y lo tocaba y teníamos que venir corriendo a darle una mano”, remata, Sara, su mamá. Cuando Julio murió, hace 11 años, siguieron atendiendo el almacén seis meses,

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Baluarte de La Paz Chica

En La Paz Chica, a escasos metros del almacén Don Julio, se encuentra el Cine Club Colón, mandado a construir por Jerónimo Coltrinari, integrante de la primera familia italiana que vivió aquí. El 20 de septiembre de 1934 fue la inauguración y pronto se convirtió en el punto de atracción más importante de la zona. Su construcción de ladrillos a la vista asentados en cal se mantuvo en pie viendo pasar varias generaciones. Durante años los hermanos Abraham venían a dar películas, que siempre iban precedidas por el clásico noticiero “Sucesos Argentinos”. John Wayne y “El gordo y el flaco” entretenían tanto a la gente como Luis Sandrini, Tita Merello o Hugo del Carril. El cine vivió a la par de la época de oro de los filmes nacionales, y aunque nació como cine, dentro de él funcionaba una cantina, de ahí el nombre de “club”. El cine y la cantina se encontraban separados por una pared, todavía se conserva el mostrador desde donde se despachaban bebidas. También funcionó como teatro y salón de bailes y acontecimientos sociales desde casamientos hasta las fiestas de la Escuela Nº 19. El paso del tiempo y el cambio de las costumbres lo fueron abandonando y quedó casi como un depósito. Cuando se abrieron las puertas para recuperarlo, chanchos y gallinas salían de ahí. Hoy con techo nuevo y totalmente reciclado, vuelve a lucir como antaño, con sus butacas de madera reciclada, y vuelve a cumplir una función cultural para todos los vecinos.

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Almacén Don Julio De Gabriela y Daniela Zuccotti Viernes y sábados a la noche, a partir de las 20 y domingos al mediodía Ofrecen picadas con fiambres, quesos, matambres caseros, empanaditas, tortillas, cazuelas de escabeches, pan casero. También funciona como casa de té y próximamente servirán comidas. Precio: picada para tres personas, $130 pesos, más bebidas. Reservas: (02227) 15 414163

“porque había cuentas que pagar”. Pero no pudieron cumplir con la costumbre de la cenas para hombres que organizaba su papá todos los miércoles y viernes. “Nos sentíamos medio incómodas atendiendo, tampoco queríamos despachar copas”, reconocen. El local pasó por alquiler dos veces, para terminar como depósito, “era un galponcito, las cosas que no nos servían las guardábamos acá dentro”. Pero dos cosas hicieron que la zona comenzara a resurgir, la luz que se puso en la calle y el reciclado del Cine Teatro Colón (ver recuadro). Ya todo comenzaba a cambiar. “Un día vino Graciana (Uruslepo),

desde la Municipalidad, y preguntó de quién era esto. Nosotros habíamos carneado, así que teníamos chorizos y fiambres todos colgados -dice y se ríe Gaby-. Lo que para ella era un lío, para Graciana fue la llave para darle oportunidad al lugar. “¿Se animarían a ofrecer picadas?”, le preguntó. Las hermanas no sólo pusieron manos a la obra, también en la masa, ya que empezaron a aprender a hacer panes, guiadas por la chef Lidia Horna. Pancitos de campo, galleta, flauta, fugacitas, grisines comenzaron a salir de su cocina. “Si bien nosotras sabíamos amasar y esas cosas, esto hay que hacerlo con medidas. Fue una experiencia


Almacén San Francisco De Rubén y marisa Ruzzi Viernes y sábados cenas con reserva. Domingos a partir del mediodía. Ofrecen empanadas, pastas caseras, asados, matambre a la parrilla, lechones y corderos al asador, postres caseros. Precio promedio: 120 pesos por persona. Reservas: (0227) 15413830

buena y linda porque además salían bien. Y creo que es lo que nos destaca”, se enorgullece Gaby. DE POSTAL. “Yo nací en La Paz Chica y hasta el día de hoy, que tengo 48 años, y mientras tenga salud y trabajo seguiré acá”, sentencia Rubén Ruzzi. Y se le llenan los ojos de lágrimas. “Yo me emocionó muy fácil”, se disculpa. No es necesario disculparse. Como todos los que viven aquí ama su tierra. Junto con su esposa Marisa tiene a cargo el almacén San Francisco: un típico rancho de adobe, hoy pintado de blanco. En su interior el flash back a otro tiempo es instantáneo. Piso de ladrillo, el típico mostrador, donde los paisanos tomaban (y toman) su copita de ginebra. Estanterías de madera. “Los mobiliarios de adentro son todos originales. Vino mucha gente a comprar mostradores, vitrinas, pero con mi hermano, en ningún momento quisimos vender nada. Económicamente no te dan el valor afectivo que tenían y le dábamos más prioridad a eso. Y fue una suerte”, reconoce Rubén.

S u abuelo César, inmigrante italiano, trabajaba de parquero en la Estancia San José, que pertenecía al doctor Roque Pérez, con los años compró este pedazo de tierra. “Es una parcela muy chiquita, donde puso el almacén de ramos generales. En su momento había pinturería, ferretería y en la esquina había un surtidor de nafta; tenía dos canchas de bochas, y la gente venía a las dos de la tarde para agarrar turno para poder jugar. En esa época andaban los circos por los campos, vino uno y se instaló dos meses. Había mucha más gente que ahora en el campo, por supuesto”, recuerda Rubén. Su abuelo lo tuvo desde el ’33 hasta el ’57; después su papá Francisco y su tío y Urdirico lo siguieron hasta el 2003, en que se cerró. “Diez años estuvo cerrado, hasta que desde

esta gestión en la Municipalidad, tuvieron la voluntad de darle vida al campo”, explica. Y agrega: “Cuando nos propusieron nos gustó la alternativa y con mi señora aceptamos. Ella iba a trabajar al pueblo a unos 15 kilómetros y hoy en día tiene su proyecto y su trabajo en la casa”. La visita a San Francisco ofrece una sorpresa. Una treintena de gauchos organizaron una cabalgata desde el Paraje Forastieri, a unos 20 kilómetros. Tardaron 3 horas en llegar, bajo la copa de los árboles comieron un típico asado de campo. Hay caballos retozando por todos lados. Facones, fajas, boinas, risas y alguna que otra canción. Una postal que se agradece como un perfecto final. Más info: www.pueblosturisticos.tur.ar Agradecimiento Secretaría de Turismo de la Provincia de Buenos Aires.

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