Bienvenidos al tren

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SOCIEDAD • Por Susana Parejas - fotos: Marcelo Cugliari

Bienvenidos al tren Luego de más de 40 años, un proyecto turístico vuelve a activar la estación Gardey, a 20 kilómetros de Tandil. Historias de vida de un pueblo que recuerda el pasado pero quiere vivir el presente.

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ay trenes que llegan a muchas estaciones, pero hay tantas más que los esperan con ansias desde hace años. Para la estación de Gardey esa larga espera terminará cuando suene el pitido del pri-

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mer tren que arribará luego de más de cuatro décadas. Este tren turístico funcionará los sábados a partir de las vacaciones de invierno, su lanzamiento es parte de los festejos por los dos años de recuperación del tren de pasajeros entre Constitución y Tandil. Esta noticia con-

mocionó a los vecinos de este pueblo de casitas bajas y calles anchas, cuya plaza principal cuenta con una pileta de natación pública. “Quizás sea el único”, se ufanan los vecinos. Dando vuelta la historia repetida de tantos pueblitos donde el tren marcó el


despegue y luego, con su cierre, el ocaso de los mismos, Gardey vuelve a esperanzarse de que con este proyecto la estación y sus alrededores vuelvan a recobrar el brillo de antaño. Sumado a que muy pronto será un nuevo pueblo, incorporado en el programa de Pueblos Turísticos

de la Provincia de Buenos Aires, que tiene como propósito promover e incentivar el desarrollo de actividades y emprendimientos turísticos sostenibles en las pequeñas localidades de la provincia de Buenos Aires, favoreciendo el arraigo. Aquí viven unas 600 personas y,

como muchos otros, el nombre de este pueblo tiene un hombre detrás. Una historia de venta de tierras, allá por 1891, hizo que Juan Gardey comprara 5.399 hectáreas donde hoy crece el pueblo, dicen que un tal Justiniano Posse se las vendió por 180.000 pesos de la época.

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Mary Harrison, Roberto del Río y Cacho cavalli son nacidos y criados en Gardey, los tres coinciden: “Jamás dejaríamos el pueblo”

Cuatro años más tarde, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, cambió el nombre de Pilar por el de Gardey a la estación ferroviaria, por ser él el propietario de los campos que la rodeaban. Para datos geográficos, está a unos 360 km de Buenos Aires, de Tandil hay que tomar RN 226, y doblar en el km 185, son unos pocos minutos. Aquellos tiempos. Casi como un recuerdo compartido, basta mencionar

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la época de los ferrocarriles para que todos empiecen la misma enumeración: “el que iba de Bahía Blanca a Buenos Aires, uno local que hacía Tandil-Juárez, y después otro, Tandil-Olavarría. El de las 4 cargaba las chatas con la leche, el de las 7 iba a Olavarría, en el de las 8 de la mañana venían las maestras”. La memoria es coral. De pronto las imágenes de ayer empiezan a aparecer, en la esquina de ladrillos gastados, la de Mendiguren, surge el recuerdo de Juan que corría

porque se le iba el tren que traía las latas de películas todos los fines de semana. En el bar daban cine, “ la película se cortaba dos por tres y el proyector, que seguro lo había comprado usado, hacía más ruido que la película, pero el bar se llenaba, venía mucho la gente del campo ”, cuentan los vecinos Abel Narciandi y Roberto Del Río. Roberto no nació en Gardey, pero al segundo día de vida ya estaba aquí y nunca se fue de este lugar, hoy tiene


elección personal

un ciber café. Como un fiel testigo de lo que fue el paso de los años por el pueblo, hace una síntesis de cómo evitaron el desarraigo que le tocó a otros poblados. “Hasta los ’70 se terminaba el primario y se desmembraba la familia, en esa época, gente que estaba más o menos bien hacían su casa en Tandil y mandaban a su señora con los hijos ahí. El clic se produce en los ’80 cuando se hace la concentración de escuelas”, explica. Este sistema permitió que Gardey contara con

El cartel en la tranquera dice “El Ota, club campestre” un camino rodeado de eucaliptos desemboca en la recepción, en medio de un verdadero bosque. El sol de la tarde le da un brillo especial. Tres cabañas de madera se dispersan entre los árboles. Germán Christensen y su esposa Liliana eligieron este lugar para cumplir su sueño. Llegaron en el 2000. “En plena crisis, pasamos lo peor acá, en Gardey ayudamos a construir el mejor trueque de la zona. En 2004, cuando teníamos los cuatro hijos ubicados empezamos con todo esto y en 2008, comenzamos a vender servicios de alojamiento y un salón para eventos”. Germán es oriundo de Tandil, Liliana de Coronel Pringles. Ella fue la encargada de decorar amorosamente las cabañas, le encanta este lugar. “Gardey tiene lugares muy bonitos, aquí la naturaleza se vive todo el año, se puede aprovechar todo este verde que tenemos”. Germán tiene su propia definición: “Es lo más cerca al paraíso, tal vez la gente del lugar no lo aprecie. Al llegar nos sorprendió que el pueblo se resistiera a nuestro proyecto. Pero, como nosotros no alimentamos a nuestros huéspedes, el servicio termina con el desayuno, la comunidad nos ha incorporado. Somos generadores de empleo, toda la gente que trabaja con nosotros es de Gardey, algo que nos hemos propuesto y por suerte lo estamos cumpliendo”.

Rubén Blanco es contador y tampoco nació en Gardey, es de Tandil, pero también eligió este pueblo para desarrollar un “emprendimiento gastronómico con orientación turística” tal como describe su proyecto. La idea surgió impulsada por los que conoció en Carlos Keen y Tomás Jofré, pensando en el “potencial” que vio en éste. Él vendría a ser “el nuevito” en el pueblo, y es quien “aggiornó”, como dice él, una esquina tradicional donde funcionaba el Almacén de Campo Fuentes, bien le vale el nombre que le puso a su lugar: “La vieja esquina”. Allí en una construcción típica de pisos de techos muy altos ofrece bebidas y comidas para los visitantes, y cada tanto un show con cena. La cocina la lleva adelante su cuñado Daniel Núñez, cocinero experimentado por su paso por varios restaurantes tandilenses. Sus ganas de que Gardey sea parte del programa de Pueblos Turísticos lo llevó a escribir una carta, que fue el puntapié inicial, luego apoyado por los vecinos.

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De Constitución a Tandil

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altan pocos minutos para que desde el andén 13 de la estación Constitución parta el tren hacia Tandil, exactamente a las 4.50 de la tarde. Desde hace dos años parte el “Tandilense”, como llaman a la formación que cubre el ramal recuperado de este viaje interurbano. La historia de los trenes de pasajeros en la Argentina es una historia plagadas de idas y venidas y de muchos reveses. Pero éste es un capítulo con final feliz. “La primera emoción fue tomar la decisión de llegar a un lugar como Tandil, pasando por los distintos distritos de la zona Cañuelas, Monte, Las Flores, Rauch, entre otros, que vieron la llegada del ferrocarril con una emoción que se complementó con la nuestra. Y la emoción de ahora es decir que hace dos años que ininterrumpidamente estamos yendo cuando algunos pronosticadores le daban una inauguración y nada más”, expresa el ingeniero Antonio Maltana, interventor en Ferrobaires. Es ferroviario desde hace más de 45 años, desde que empezó a los 14 como aprendiz en los talleres de Villa Lynch, toda su vida está ligada a los trenes. Los minutos pasan y la gente va llenando los vagones, hay clase primera y pullman, todos reciclados a nuevo en la Cooperativa de Trabajo Talleres Junín. “Lo cuidamos y le tenemos cariño, y le ponemos un supervisor que controle que todo el personal haga la tarea que tiene asegurada. Al principió salió en otros horarios pero viendo la demanda estudiantil y los reclamos de la gente los ajustamos”, cuenta el ingeniero Edgardo Ferrari, gerente de operaciones de Ferrobaires. Oriundo de Tandil, ingresó en los ferrocarriles por una beca rentada, en la que tenía el compromiso de estar dos años a posteriori. “Esos dos años se hicieron como unos cuantos más, unos 45”, aclara sonriendo. Faltan cinco minutos para salir. Leandro Cáceres (34) espera en la puerta del pullman a los rezagados, les ayuda con las valijas y le indica su asiento, es el camarero de esa clase. “Mi función es que los pasajeros se sientan cómodos, que disfruten del viaje que es muy tranquilo, nunca hubo disturbios, gracias a Dios”. Además, la formación cuenta con dos azafatas, Tamara y Laila, para la atención de los pasajeros y un limpia coche ambulante para que “no se quejen de que los baños están sucios en el

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Leandro Cáceres trabaja de camarero, (arriba) . Antonio Maltana, interventor, y edgardo ferrari gte. de operaciones de ferrobaires (abajo).

viaje”. El esquema se completa con la “yunta” de maquinista y ayudante, en este caso son Marcelo Rojo y Adrián Olano. Ya en pleno camino, algunos duermen, otros leen el diario, hay quienes se entretienen mirando por la ventanilla. El clásico sonido musicaliza el andar. Gabriela y Mónica Bardelli son hermanas y hacían este viaje antes de que se cerrara el trayecto. “Es más barato, pero, además somos hijas de ferroviarios, nos encanta viajar en tren. Ésta es la primera vez que tomamos éste”, cuenta Mónica y expresa un deseo, en el que muchos de los pasajeros coinciden, “sería muy bueno que se restableciera el servicio ferroviario, porque es un derecho que tiene el argentino a viajar por todo el país”. Gabriela acota: “que se restablezca lo que nos sacaron”. El pasaje hasta Tandil sale 120 pesos en Pullmann y 100 en Primera, y los chicos hasta 12 años cuentan con el 50% de descuento. Juan Carlos Novoa recorre el pasillo, tiene 60

años y es el supervisor, está por cumplir 30 de servicio. Como hombre ferroviario el cierre de los ramales generó un sentimiento muy grande en él. “Cada ramal que cerraba era una herida que le iban haciendo a uno”, recuerda. Y sentencia: “Teniendo un buen servicio al tren no hay con que darle. Me parece bien que de a poquito vayamos expandiéndonos hacia más lugares”. A medida que se aleja del conurbano las casitas de techos bajos se empiezan a distanciar y aparecen silos a la vera del camino. El sol cae sobre el horizonte que aquí se abre limpio de edificios. El atardecer lo tiñe de naranja. Roberto Cabrera mira por la ventanilla, vive en Llavallol y va a visitar a su mamá que vive en Tandil, también es la primera vez que viaja. Uno de los motivos de su preferencia por este medio de transporte la comparte con muchos de sus compañeros de viaje, la “comodidad”; el otro tiene que ver con la seguridad. “La última vez que vine lo hice en micro, justo esa noche llovía y había neblina, y


Laura lee cuentos a sus hijas, y Juan carlos novoa es el supervisor del tren.

tuve una fea experiencia, la pasé mal”, confiesa. A unos asientos de distancia, José Ricardo Fernández (61) está pidiendo los pasajes. Es el guarda del tren, como algunos de sus compañeros lleva años trabajando como ferroviario. “Cumplí 30, yo me hice de abajo, peón, guardabarrera, acá se va escalando hasta lo que se puede llegar o por lo que se sabe. Llegué hasta acá, me gustó y me quedé”, asegura. José vive en Tandil y había hecho esta ruta antes de que la cerraran, por eso conoce a muchos de sus antiguos pasajeros con los que trabó amistad. Luján tiene 4 años; Lourdes, 7 siete, las dos están sentadas a cada lado de su mamá Laura Barreto que les lee un cuento. Están entretenidas con la lectura. Es la tercera vez que hacen este viaje, “me encanta, es seguro y las chicas tienen más libertad, están más cómodas”. Libertad que se toma Lucas, de 5 años, para corretear por los pasillos de acá para allá, hasta que las luces bajan indicando el descanso.

Laila y Tamara son las azafatas del tren (arriba). Hugo Urrutia es el jefe de la estación tandil (abajo).

Son las 23.45 el Tandilero arriba a destino final. Hugo Urrutia (48) lo está esperando en el andén, es el jefe de estación. Hijo de ferroviario, lleva el amor por esta profesión en sus genes. “Mi papá estuvo 33 años en la cuadrilla, ese amor se adquiere de padre a hijo” -asegura Urrutia-. En abril de 1987 entró como provisorio, de a poco fue aprendiendo, metiéndose en las cosas de la estación. Después de pasar por varias, pudo cumplir el sueño de recalar como jefe en Tandil, su ciudad natal, a principios del ’94. “Este tren dejó de correr en 2008, lo suplantaron por un servicio de combis, la gente venía a la estación Azul, en el que iba a Bahía Blanca y se trasladaba en combi hasta acá, son 100 kilómetros. Imaginate lo que era para un ferroviario atender una combi, pero tripa corazón lo teníamos que hacer”, rememora esos tiempos difíciles imaginando hoy un futuro mejor.

“como alma ferroviaria esto es un orgullo, ojalá se extienda a otros pueblos” (Mary harrison, vecina) jardín, escuela primaria y secundaria y talleres con orientación. Setenta combis salen todas las mañanas a buscar a los chicos en un radio de 50 km. “Soy muy fanático de mi pueblo, lo quiero mucho. Estuve de delegado 19 años, luego vinieron tiempos que tuve que pelearla mucho, pero siempre me quedé, es más, tengo una propiedad que heredé en Tandil, hace años, y una sola noche me quedé a dormir”, asegura Roberto. Con alma ferroviaria. Nada mejor que la estación para el encuentro con Mary Harrison. Toda su vida -hoy tiene 61 años- aconteció en ese ámbito, “hasta acá me hice de novia”, señala. Llegó a Gardey a los 9 meses, en el año ’53. “Me crié en la colonia ferroviaria, entre los catangos, que son la gente que trabajaba en las vías, los obreros de vía y obra. Mi papá era inspector supervisor de esa tarea. Yo era muy chiquitita y mi madre tenía que andar corriendo porque me escapaba, mi papá tenía el galponcito donde guardaba su zorra, ‘velocípedos’ que se llamaban, entonces yo trataba de irme con él, y una vez casi me agarra el tren. Mi vida fue así, me crié así”, cuenta Mary, quien orgullosa informa: “Los Harrison son todos ferroviarios, hace muy poco falleció el último de ellos, que era guinchero en Remedios de Escalada”. Caminar por las vías es un viaje a un sinfín de recuerdos, de cuando iba a la escuela a los seis años, y su madre le decía: “andá por la vía del medio”, o cuando con sus amigas ponían una moneda de un peso sobre las vías para que al paso del tren quedara “toda chatita”. Una y otra anécdota, “Mi vida transcu-

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“el tren le dio vida a muchos pueblos y los mató cuando dejó de pasar. a gardey, no. pero se sintió la falta” (Edgardo zubigaray, delegado municipal) rrió allí”, remata nostalgiosa y pregunta: “¿ya hablaste con Cavalli, él es el único sobreviviente ferroviario”. Cacho Cavalli está atendiendo su “Polirrubro” homónimo, pero sale amable a charlar. “¿Soy el único que está vivo?”, pregunta, sorprendido, el hombre que declara tener 79 años. Trabajó 30 en el ferrocarril, “en una garita en la costa del arroyo, por ahí pasaban los trenes de pasajeros, unos 10, con carga, autovía, zorra, en total eran como 20 a 25 movimientos que pasaban por día”, recuerda. Cuando se le pregunta qué es Gar-

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dey para él, una sola palabra lo define: “Todo”. “Acá no tenemos cementerio porque Vela (el pueblo vecino) no nos presta un muerto para inaugurar uno. Yo le dije a mi familia que me cremen y me tiren en el pueblo, yo de acá no me quiero ir más; es toda mi vida”, asegura Cacho. Mary ve positivo el nuevo tren turístico que lanzará el 19 de julio Ferrobaires en complementación con el Ministerio de Asuntos Agrarios y la Secretaría de Turismo de la provincia de Buenos Aires. “Como alma ferroviaria, es un orgullo, y ojalá que se siga extendiendo y que

puedan conocer pueblitos de la provincia, que con las vías muertas quedaron en el olvido”, augura. Cacho Cavalli expresa un deseo: “Me gustaría que el tren se vuelva a reimplantar hasta Juárez”. Edgardo Zubigaray es el delegado municipal en Gardey, criado en la zona, se reconoce un defensor del tren, “dio vida a muchos pueblos, y los mató cuando dejó de pasar, a Gardey no, pero se sintió la falta de ese transporte”. Ve muy positivo este proyecto, “no a corto plazo. La gente tiene que tomar conciencia, tiene que despertar que el turismo viene, ya sea en tren o en sus propios medios”, sostiene. La gente espera al tren, espera ver qué futuro tendrá Gardey y sobre todo esperan que los nuevos vientos traigan cosas favorables.

Agradecimiento: Secretaría de Turismo y Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires y Ente Mixto de Turismo de Tandil. El Ota, club de campo, www.elotaclubcampestre.com.ar, La Vieja Esquina, Av. 13 esquina 12, Gardey.


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