artillero 10

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Titicaca mon Amour, el amor a 3.800 metros, Bolivia.

Pasaje Medinacelli 2234, Sopocachi La Paz, Bolivia Tel. 591 - 2- 242 35 61 info@lacomedie-lapaz.com


Creo mucho en el aspecto “medium” del artista. El artista hace algo, un día, es reconocido por la intervención del público, la intervención del espectador; de este modo pasa, mas tarde a la posteridad. Es algo que no puede suprimirse puesto que, a fin de cuentas, se trata de un producto con dos polos; hay el polo del que hace la obra y el polo del que la mira. Y concedo al que la mira tanta importancia como al que lo hace. Naturalmente, ningún artista acepta esta explicación. Pero a fin de cuentas, ¿qué es un artista? Es tanto el mueblista, como Boulle, como el señor que posee un “Boulle”. El Boulle también está hecho con la admiración que despierta. Marcel Duchamp

en Conversaciones con Marcel Duchamp, Pierre Cabanne, Editorial Anagrama, Barcelona 1984

artillero@me.com

FOTOGRAFÍA DE TAPA: René Gon. www.artillerolapaz.com Una publicación de Artillero SRL y Fundación de Estética andina (FEA). Co-editores: Alejandro Porter, Carlos Villagómez y Sergio Vega. Colaboradores: Andrea Binski, Rafael Carri, Ilya Fortún, Álvaro Riveros, Álvaro Arce, Gastón Ugalde, Ximena Arnal, Oscar Vega Lopez, Claudia Oporto, Michelle Alvarez, Tito’s, Fer López, Pater Lexor (†), O.I.Gres, Daniel Rico, Sergio Ruiz-Mier, Diego Massi, Camila Uriona, Walter Chávez (desde La Mancha), Alan Ibarra (desde México), Juan Meléndez (†) (desde México), Sergio Cáceres (desde París), Oki, Mosca Claros, Rodo Ortiz (aunque no llegue), Ariel Mustaffa (gente común), Marcel Velasco, Natalia Abraham, Ernesto Azcuy, Alejandro Azcuy, Keiko González, Patricio Crooker, María José Rivera, Don Bernard, María Artigas, Amanda García (†), Martha Monzón, Grillo Villegas, Carlos Avilés, Siñani, Martín Ramos (desde Madrid), Magela Baudoin (desde Santa Cruz), Ramiro Crespo (desde Washington), Chinansky (desde el más allá).


descenso

por Paul Tellería 4

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sobre vos

cuento

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fotografía

texto

contenido

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por Alejandro Porter

sueño vertical por Magela Baudoin


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cómic

fotoreportaje

en el librero

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¡QUE FOLLEN,TE NOSTRADAMUS! Editorial DVD ediciones. 2001.S.L.,

diario

por Roger Wolfe

perú 89-91 por René Gon

lobotomía por Tito’s

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Te has sepultado en mis pasos y el polvo, mirándote, te recuerda y abre sus labios, sumergiendo en el frío un corazón donde se acerca la noche, para buscar su voz en el silencio, donde la oscuridad es un resplandor que desparrama las facciones del cementerio sobre los senderos. Guillermo Bedregal (extracto de Paso a Llojeta)

descenso FOTO: O.I.Gres

por Paul Tellería

Las palabras de espiral en el viento han vuelto con su aire de invierno a recordar al caminante que la ciudad aún permanece muda en el reflejo de sus ríos. Es necesario que el caminante inicie el descenso sosteniendo su congoja en la montaña que lo mira, en el Illimani que vela su vigilia. 7


Cuando el caminante empieza el descenso, lo hace poniendo en sus pasos la letanía del homenaje y el recuerdo a la mirada de otro caminante de senderos. Aquel, que subiendo y bajando las laderas, se fue desvaneciendo tras la última montaña y ya no está más, pero dejó su palabra. Para empezar el descenso de Llojeta, el caminante deberá entender que éste no es un ejercicio seco de contemplación a la hoyada o una mera forma de hacer turismo partiendo las rodillas y sacando fotos. El descenso debe ser un acto de ofrenda silenciosa e íntima a la ciudad, y quien lo emprenda deberá entender que al caminar se moverán cosas y que palabras sangradas en la palabra serán acto. El descenso entonces duele porque una boca habla lo que otra boca calla. Es el dolor de unos pies que duermen, lo que los pasos gritan en el invierno seco, los de quien se ofrece en la esperanza del júbilo ante la ciudad viva.

El descenso entonces duele porque una boca habla lo que otra boca calla. El descenso no es un intento prosaico ni mucho menos, tampoco un esfuerzo barroco de perturbación, con poemitas de invierno, a las tumbas que duermen a los pies de Llojeta. No es una postal de letras a la memoria de quienes dejaron la pluma en la arcilla de estas rocas. El descenso es lo que es y punto, un homenaje de ausencia y presencia a la geografía de ciudad de altura, y como tal podrá ser tomado y guardado en alguna caja, en algún ropero o celebrado arrojándolo al viento que mece la ciudad, o simplemente no hacer ni un comino, por que el descenso, en últimas, frente al Illimani, no es nada. Una vez abajo, el caminante, lejos de las faldas de las antenas de El Alto, si guarda respeto, volverá a caminar los restos de la Llojeta olvidada del poeta. Será ahí donde la arcilla descascarada retomará la forma que esculpía versos al viento, y denunciará que hoy el lugar ha mutado para 8


transformarse en jorobadas culebras de asfalto que no agradarían al vate. Más allá, dando la espalda al bosquecillo de Pinos que guardó al cuerpo del poeta, aparecerá, trazando una línea de concreto, la espantosa culebra. Por ahí recta, por allá ondulada, por el medio jorobada, esa que unirá quién sabe qué vidas, quién sabe qué laderas, quién sabe qué fines. Culebra en forma de puente en tres partes, debajo del cual, hoy, los restos de escarcha y barro ya no besan el paso de aquellos que antaño descendían a una ciudad contemplada y meditada. Hoy, debajo de estos puentes, el apuro y la angustia, acompañan a los pocos que emprenden el caminar desde Llojeta buscando tinta en la geografía de ciudad. El grito, imposición modernista de avenida, no deja lugar a la escucha, a la contemplación del ayer, y tal vez pocos son los que hoy se animan al descenso. En este lugar, de peregrina nostalgia, se abre el camino a otro lugar lleno de sepulcros cargados de huellas de ausencia. Silencio de muerte en greda que guarda al concreto, que soporta la madera que contiene el cuerpo, ya hecho cal, ya hecho pastel de gusanos, es lo que se escucha más abajo. Una es la Llojeta del descenso, con su viento silenciado por motores que suben, por vidas que bajan; otra, aquella que aún se esconde entre pétalos, en la mancha verde de El Cementerio. Sin embargo, por alguna rendija, Llojeta mantiene su verdadera presencia en la ciudad, señalando los restos del camino al viejo bosque, a la “comarca en el poniente”, como bien refería el poeta. Hoy, el eco de hechizos en Llojeta es pobre, ha cedido a la razón de una modernidad no reclamada. Pilares de concreto perforaron su sangre de greda, sus costillas erosionadas de ciudad, y dieron paso al inevitable camino del modernismo. Hoy, varios edificios han sido levantados, opacando el reflejo de la montaña, sobre los que adivinos o suicidas pondrán su palabra en olas de viento. Sin embargo, algo se salva, las fisuras de la tierra todavía acogen una que otra tímida viscacha y al brujo, que 9


mira en rostro sin ojo, con la pupila que habita en la piel arrancada al cuerpo, y sabe lo que sólo el cuerpo sin cuerpo sabe. Sí, es el hombre cuya boca habla por la palabra que calla, cada mañana desciende de Llojeta. Irreverente, esquiva autos en la avenida Kantutani, gritando al viento su pertenencia a una ciudad que no le dice nada, no le entrega nada, pero de la cual sabe ser viento. Aquel con bolsa negra al hombro, con cáscara de mandarina en la mano, con verruga negra en dedo negro, con bolsita de alcohol sin bombilla, escupe el hambre y, silencioso, susurra en la certeza de su delirio que Llojeta le pertenece. Al que desciende y es capaz de permanecer hasta la aurora, la resolana le golpeará los párpados. El nombre del sol reflejado en la calamina de las casas y las ventanas de falos de concreto molestará su contemplación. Carnaval de vidrio en edificios pintados, aquí de verde, allá de rojo, a lo lejos de azul, chanfaina arquitectónica que molesta por ser postal

mal labrada de modernidad falsa, pero que es también el alma de esta ciudad. Ya más tarde, los ojos del que desciende esquivarán la resolana de ventanas, mientras su piel se tiña de ámbar en el viento; mirará nuevamente el camino del descenso y nutrirá sus palabras en la evocación de los augurios y aullidos de otras carnes, de otros homenajes. Ya en la noche, en un respetuoso silencio, si el que desciende espera, mirará las sombras besando al centinela blanco y le devolverá en el viento los versos del poeta y la contundencia de Borda, evocando en pinceladas de araña a una La Paz cada vez más adormecida. Hoy, el poeta ya no mora en la empinada colina, en el cementerio rodeado de piedras. Lejos de las flores silvestres, habla desde otra mora10

MANIPULACIÓN FOTO: O.I.Gres

Sí, es el hombre cuya boca habla por la palabra que calla, cada mañana


desciende de Llojeta.

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Nota: Llojeta es un barrio que domina la zona sur de La Paz y el cual solía frecuentar Guillermo Bedregal García. Ahí fue enterrado en 1974. Jaime Sáenz, en el prólogo de La Palidez, menciona “…y es ahí en Llojeta, en una empinada gradiente de la colina, en donde se ofrece una morada a los elegidos, en un cementerio en las alturas… Aquí arriba allá abajo. En algo invisible en algo diáfano; en un cementerio, en las alturas; allí se encuentra Guillermo Bedregal”… Años después por decisión de la familia Bedregal, los restos de Guillermo fueron trasladados al Cementerio privado Jardín, el cual empieza en la zona Kantutani y se extiende hasta el barrio de Llojeta. Los restos de Guillermo ya no están en las alturas de Llojeta pero, como diría Jaime Sáenz, “siguen de frente a la ciudad”. 12

FOTO: SIÑANI

da, desde el verde tibio que serena al hueco protegido en el Cementerio Kantutani. Aquel que desciende en este invierno recibirá, si escucha con respeto, la palabra viva de Bedregal, y volverá a pintar de cobre y arcilla sus poros para mirar otra vez, con la frente al viento, la ciudad desde la altura. Al final del descenso quedará el resto de una permanencia herida, en cuanto dolor y hambre de ciudad que sólo el que desciende conoce. Luego, si el caminante permanece sobre el puente, contemplando el camino de asfalto por donde los autos escupen viento a las laderas de ladrillo, cruzará la línea y será capaz de encontrar la ruta del ascenso. Entonces, ahí se quedará celebrando al Illimani, vigía de muchos tiempos, dejando una última mirada de homenaje a La Paz que se está en su indomable presencia. Así es, por tanto, el descenso: acto banal o desafío duro. No es para cualquiera el caminar adentrándose en la hoyada, porque en este lugar la voz del profeta y el eco de ciudad robará algo de el alma de quien la camina, y hay que estar dispuesto a perder un resto del cuerpo para empezar el descenso. Al final, ya el antiguo caminante lo intuía, Llojeta será para quien acepte el descenso, quien reciba su cuerpo, pero solamente será posible, retomando la voz del poeta, “después del encuentro final con el adiós”.


foto La Paz

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sobre vos 14

Fotografía y montaje digital: Alejandro Porter Modelo: W.P. Texto: Pablo Neruda “Desnuda”


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Desnuda eres tan simple como una de tus manos: lisa, terrestre, mĂ­nima, redonda, transparente. 17


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Tienes lĂ­neas de luna, caminos de manzana. Desnuda eres delgada como el trigo desnudo. 19


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Desnuda eres azul como la noche en Cuba: tienes enredaderas y estrellas en el pelo. Desnuda eres redonda y amarilla como el verano en una iglesia de oro. 21


Desnuda eres pequeña como una de tus uñas: curva, sutil, rosada hasta que nace el día y te metes en el subterráneo del mundo 22


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como en un largo tĂşnel de trajes y trabajos: tu claridad se apaga, se viste, se deshoja y otra vez vuelve a ser una mano desnuda. 24


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cuento

sueño vertical por Magela Baudoin

Soñaba que se dormía profundamente. En el ventanal, se incorporaba la noche adulta, con sus focos suspendidos desde el cielo. Tras el vidrio, cada aerolito dibujaba un circuito perfecto de silencio, cuyo destino final era el naufragio o el ahogo, la muerte en manos de la vulgar concreción de lo mundano. Esto podía ser el rumor de un auto trasnochado, un ladrido ocasional o el paso zigzagueante de algún ebrio. No otra cosa que la calle, como una hoja en blanco, como un territorio profano, antes del viaje. Y en la víspera, ella: fugitiva de su propio vértigo. El suyo era un ventanal inscrito en una pared infinita de ventanas, organizadas unas sobre otras, como cuadros, que exhibían la intimidad de sus sucesos. En frente y a los costa26


dos, a distancias poco dramáticas, también se alzaban muros similares entre los cuales se favorecía el voyeurismo porque allí todos gustaban de ser mirados. Se trataba de ventanas escrupulosamente limpias, dispuestas para su nocturna pornografía porque en el día estaban deshabitadas, vacías de gente. De ellas manaban luces artificiales y ambarinas que proporcionaban a cada paisaje interior un maquillado ambiente de utilería, en el que se retrataban las minucias cotidianas, como si se tratase de épicas: homéricas y coloridas épicas, logradas claro, unas con más arte que otras (con más verosimilitud); dependía esto del talento y la prosapia de sus ejecutantes. Por decir, una cena presentada como un banquete de sibaritas, que sobrepasaba el hecho biológico de deglutir. La quimera de cada vida, a la vista, en cada ventana. Y a ella le habían inculcado tanto sospechar del exhibicionismo, que no podía imaginarse a sí misma representando todo el tiempo. No podía, siquiera, mirarse mucho en el espejo. Aunque, en algunas ocasiones y secretamente, sí. Nada de lo que se exponía en los cuadros era feo, ni en el sentido de la abyección ni en el del horror de la miseria. Y ese propósito —para los suyos huero y vanidoso— tampoco dejaba de seducirla. Los habitantes no se abandonaban a la tosquedad ni siquiera cuando la composición de la ventana refiriese a una tragedia —digamos una muerte— porque estos episodios aciagos constituían también una representación artística del mundo, una imitación estudiada y realizada con meticulosidad y destreza para agradar. ¿Acaso no están predestinados a la admiración los acontecimientos heroicos, por pequeños que estos sean? Eran importantes, en todo caso, los objetos, aún en su economía. Pocos pero hermosos. Pocos pero significativos. Pocos pero nunca excesivos 27


en su valor: una tumbona de piel de caballo, un par de libros como fetiches forrados en cuero y puestos sobre una mesa, un pequeño óleo de firma prominente, la lámpara verde de un escritorio o ese nuevo artefacto de líneas ergonómicas, capaz de producir un café perfectamente aromático de Sumatra, pero sin manipular un solo grano. Ella había creído entender que todo estaba juiciosamente iluminado para suscitar admiración o idolatría, sin importar si las felicitaciones fueran fáciles, los besos vanos o los afectos incapaces. Pero además estaba la tibieza de la comodidad, que como es sabido adormila, anestesia, apacigua… Lo desproporcionado, sin embargo, era el tiempo enorme que dedicaban a componer estos pequeños cuadros nocturnos, en los que pasaban tan poco. Unas escasas horas noctámbulas, luego de un día abocado a la ocre tarea de trabajar, de correr ilimitadamente con el propósito de preparar una vida memorable para después. Nunca para el presente o el ahora. Había en ello una obsesión por el futuro, un cierto miedo. Les perturbaba —como la siniestra progresión de una pesadilla—, la idea de que ellos o sus sucesores conocieran la vulgaridad en cualquiera de sus fases, especialmente si miseria. Por eso, las ventanas no eran solo una vana ostentación, también constituían su conexión con el mundo que anhelaban. Su ventana era una excepción en aquella muralla. Un ventanal vestido con unos cortinajes claros mas no transparentes. Habitaba allí junto a los suyos en un ambiente impoluto, descontaminado, casi sagrado. Poseían pocos muebles, abundantes libros —torres de volúmenes apilados que ya no cabían en ningún sitio— y un piano de cola antiguo. Ni su hermano menor ni ella habían asistido al colegio nunca, 28


FRESH WIDOW Rose Selavy, 1926 Marcel Duchamp

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eran sus padres quienes se ocupaban. Maestros, los dos, se dedicaban a la enseñanza de sus hijos, con devoción y celo, para evitar la obscenidad de ese otro mundo que repudiaban por su engreimiento, por su indiferencia ante lo que ellos creían verdadero. Apreciaban el valor, la honestidad y la inteligencia. Eran personajes renacentistas, entregando a sus vástagos la manzana del conocimiento para abrirse camino. Discutían pues el método y los contenidos, la evolución de las lecturas y los idiomas. Las ciencias, las artes y también los alivios del cuerpo y del alma. El padre se ocupaba del pasado y procuraba un diálogo con la historia, por lo que mantenía su fe en los clásicos y en las lenguas originales, estableciendo la pertinencia del latín, además de las otras cinco lenguas que le parecían indispensables. La madre, en cambio, no quiso desterrarlos del presente ni hacerlos inhábiles para el futuro, dedicándose a las ciencias en todas sus aplicaciones prácticas. El cine y la música también les sirvieron para preparar el alma de sus guerreros. Ella tocaba el piano con un virtuosismo natural que paralizaba. Su hermano, el violín. En algún momento tuvieron que adiestrarlos para protegerse de los ataques de otros niños en el exterior hasta que pudieron aproximarse al mundo como vegetarianos que esquivan el consumo de la carne con naturalidad. Desarrollaron pues, por necesidad defensiva, una fina ironía con la que aprendieron a soslayar los arañazos. En ocasiones y animados por la curiosidad infantil, principalmente la de ella, los padres abrían las cortinas con fines pedagógicos y comparativos. Con los años, ella las descorría a escondidas y contemplaba las ventanas largamente. Se preguntaba acerca de la veracidad de ambos mundos y se sentía cada vez más como un mensaje encriptado que nadie 30


estaba interesado en descifrar. No en pocas circunstancias se vio impelida a la experimentación del placer, por las puras ganas de goce, pero terminaba naufragando en la austeridad familiar, cuyo basamento era también el amor al trabajo, pero el trabajo al servicio de los demás. Nunca de sí mismos. Pensaba recurrentemente en el peso de los dones de la ilustración. Se preguntaba si no había en la inteligencia, en la erudición, también un principio de distinción y de jactancia. Se reprochaba si el valor y la honestidad no eran también formas crueles de clasificarlo todo y de mostrarse ante el resto. No sabía qué rumbo de aquella cartografía doméstica debía seguir. Pero quería, anhelaba como una urgencia, salir y respirar: comparecer ante la vida. Por ello, la noche antes de partir, en la soledad de su habitación, la chica abrió las cortinas para mirar hacia el cielo o para echar un vistazo a las ventanas como cuadros… Echada, las consideró por un largo rato, luego caminó hacia el vidrio y por primera vez observó detenidamente la calle, en lo bajo. En la acera una mujer se encogía sobre sí misma con los pies descalzos en el piso de piedra. A su lado, un discreto bulto humano. Ella imaginó que la mujer quería ponerse a llorar de frío, porque así lloran los que llegan a algún sitio: de frío. No se guarecían del viento únicamente, también lo hacían de la luz, que lo denunciaba todo con su pátina: los basurales, la calle intransitada, los perros, las equinas y las ventanas. El camino natural hacia el mañana era el miedo y la épica era, en efecto, el reverso de la miseria. Lo había comprendido. El faro lunar a esas horas era decadente. La chica también sintió frío, como una premonición. Dormía profundamente o quizás no dormía, sólo estaba mirando por la ventana. 31


Roger Wolfe Westerham, Inglaterra, 1962.

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¡QUE TE FOLLEN, NOSTRADAMUS! Editorial DVD ediciones. S.L., 2001. ¡Que te follen, Nostradamus! Editorial DVD ediciones. S.L., 2001. [extracto] Lunes, 25 de enero de 1999 La culpa de esto en gran parte la tiene Bukowski. Quiero decir de que me haya puesto a redactar un diario más o menos convencional. Acabo de traducir el suyo, El capitán ha salido a comer y los marineros se han hecho con el barco, para Anagrama. Envié el texto para allá el otro día. Es una maravilla, y es irónico: puede que uno de los mejores libros de Buk, aunque él mismo diga en el diario —y no le falta razón— que la

gente que se dedica a llevar cuadernos y a anotar sus pensamientos de esta manera es gilipollas. Pero su diario es magnífico. Dice que le sugirieron la idea, e imagino que fue John Martin, el de Black Sparrow Press, quien lo hizo. Fuera quien fuera, los lectores de Bukowski tenemos que agradecérselo. Martin hizo una buena inversión con él, y la inversión va a seguir dando dividendos durante años. Al margen de que el viejo debió de dejar varios armarios llenos de inéditos, su obra publicada 33


en vida está adquiriendo cada vez mayor relieve y envergadura. La influencia de Bukowski crece cada día que pasa; lo he podido comprobar, en muchas de las cosas que está escribiendo la gente más joven. Y los más viejos, y en muchos casos los que en vida no lo podían ni ver, han empezado ya a cantar la palinodia. Por lo menos en España... Buk va a acabar teniendo razón: Lo peor de todo es que algún tiempo después de mi muerte se me va a descubrir de verdad. Todos los que me tenían miedo o me odiaban cuando estaba vivo abrazarán de repente mi memoria. Mis palabras estarán en todas partes. Se crearán clubes y sociedades. Será como para ponerse enfermo. Se hará una película de mi vida. Me pintarán mucho más valiente de lo que soy, y con mucho más talento del que tengo. Mucho más. Será como para hacer vomitar a los dioses. La especie humana lo exagera todo: a sus héroes, a sus enemigos, su importancia. Ya lo creo. Bukowski es una de mis mayores influencias, supongo, ya que hablamos de ello. No me importa reconocerlo. No soy precisamente de los que no leen para evitar las influencias. Pero también es verdad que me endosan el sambenito bukowskiano de una manera un 34

poco automática, sin pararse a pensar, ni por supuesto a leer a fondo lo que hago y he hecho. Todo lo que he hecho. Trabajo en unas cuantas áreas: el poema; el relato; la novela; el ensayo (yo lo llamo «ensayo-ficción»). A esto se le podrían añadir, últimamente, las colaboraciones periodísticas y las reseñas de libros. Es cierto que en algunas de esas áreas la influencia de Buk es fuerte, e incluso algo más que fuerte, sobre todo en mis escritos del principio. Hay cuentos míos, y poemas, que son puro Bukowski. (Como también hay algún relato de la primera época que es puro Carver.) Pero en las novelas —la publicada y la que tengo inédita— el estilo es completamente diferente, y la voz también. Nada que ver. Y luego están los «ensayos-ficción», que son probablemente mis textos más originales y personales, y los que en alguna medida yo mismo prefiero, y que no se parecen en nada a Bukowski. Quizá en esos textos la clave sea Céline. En mi obra hay muchos cambios de registro. La voz es siempre la misma; pero los registros a veces cambian tanto que incluso pueden llegar a contradecirse. ¿Qué tendrá que ver: Dios es un perro que nos mira con Días perdidos en los transportes públicos? En lo único en que se parecen esas dos obras es en que ambas


son diferentes de cualquier otra cosa que se estuviera haciendo en España en ese momento. Ya sé que una de ellas es una novela, y la otra un libro de poesía, pero al margen de eso su atmósfera es muy distinta. Como también es muy distinta esa novela de mis dos libros de relatos. Yo reservo el relato para el material más o menos autobiográfico, o viceversa, pero mis novelas son ficciones puras; y, más que novelas, son parábolas, alegorías. Bukowski jamás escribió nada como Dios es un perro que nos mira. Además de todo esto, hay muchas más influencias, por supuesto. Hemingway siempre está ahí, de alguna manera, en alguna parte, supongo. Y Céline, como he dicho. Y Hubert Selby, que casi me mata, el cabrón, la primera vez que lo leí, de lo bueno que es. Y la novela negra norteamericana de los años 40 y 50: Thompson, Goodis, Cain, Chandler. Y Hammett. Una de las mayores influencias de Dios es un perro que nos mira —y me refiero a su ritmo— es Cosecha roja. Aparte de que esa novela me la inspiró Rubem Fonseca, cuyo magistral relato «El Cobrador» es el modelo del que me serví para escribirla. O, por decirlo de alguna manera, el fogonazo inicial a partir del cual cristalizó, mucho tiempo después, esa novela. Yo creo que todo esto no tiene nada

de extraño. Los afluentes que nutren el cauce principal de la obra de un autor son muy diversos. A veces son contradictorios, ya digo. Claro que yo me revuelco en la contradicción; la reclamo, la reivindico y la practico. De hecho, mi obra es en buena medida una acumulación de códigos y discursos contradictorios, que acaban fundiéndose en un todo que obtiene su coherencia y su sentido a través, precisamente, de la yuxtaposición forzosa de opuestos. O sea: como la vida misma. La caótica simultaneidad de sucesos y mensajes encontrados que conforman nuestra propia experiencia. Eso es, en parte, lo que yo aspiro a reflejar. El flujo y el reflujo in-cansable de la vida... Menudo rollo, hablando de mi propia obra. Pero si no hago yo algún comentario más o menos lúcido sobre ella, nadie más lo va a hacer. Llevo tan sólo tres días con este nuevo género del diario y ya estoy enganchado. Es una oportunidad inmejorable para poner puntos sobre íes, aunque no hagas otra cosa. Bueno, y para acabar de momento con Bukowski: el libro de él que le compré el otro día a Noelí era La senda del perdedor. Ya se ha puesto con él y le está encantando. Primero se enganchó con el diario, que le dejé leer antes de 35


Roger Wolfe nació en Westerham, condado de Kent, Inglaterra, el 17 de octubre de 1962. En 1967 se trasladó a España con su familia. Wolfe se educó en el Colegio Inmaculada, de los padres jesuitas, de Alicante. Entre 1980 y 1983 cursó estudios de lengua y literatura inglesa y de francés en el West Kent College, en Tonbridge, Inglaterra. A lo largo de los años ochenta desempeñó todo tipo de trabajos ocasionales, antes de dedicarse a la enseñanza del inglés como idioma extranjero, de donde pasó a la traducción técnica y literaria, y finalmente a la interpretación simultánea. En 1986 publicó su primer libro, Diecisiete poemas, en los míticos talleres tipográficos de Ángel Caffarena; la imprenta Dardo (antes Sur), de Málaga. Desde entonces ha publicado cerca de veinte obras, que incluyen libros de poemas, colecciones de relatos, volúmenes de lo que

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él mismo denomina «ensayo-ficción» (que son lo que podríamos llamar cuadernos de bitácora, o de escritor), diarios y novelas. Todas ellas, salvo el poemario Tangling Through the Slime (aparecido también en España, en versión bilingüe del autor), escritas en español, su lengua literaria de adopción. Roger Wolfe ha traducido asimismo al español diversos libros de Lawrence Block, James Crumley, Charles Bukowski, Victor Bockris, William Burroughs y Gregory Corso, entre otros. Durante más de cinco años colaboró con reseñas, artículos, crónicas y

entrevistas, de contenido literario, cinematográfico y de interés general, en varios medios impresos de difusión nacional. La plástica, polimorfa y poderosa obra de Wolfe entronca con la de autores anglosajones como T. S. Eliot, William Saroyan, Hemingway, Raymond Chandler, Bukowski, Carver o Hubert Selby, y la de clásicos contemporáneos franceses como Baudelaire, Blaise Cendrars, Sartre o Céline; sin olvidar el enorme influjo que en ella ha tenido el legado de los grandes maestros hispanos, entre los que podría citarse a Jorge Manrique, Rubén Darío, Neruda, César Vallejo o Cernuda. Roger Wolfe está considerado el impulsor, a partir de la década de los noventa, del nuevo realismo literario español, y el escritor más vigoroso y original de su generación, con una obra de gran peso filosófico, que derriba barreras entre géneros y se conforma como la expresión de lo que el propio autor llama Escritura Total. (Biografía tomada del blog del autor “Escritura Total”: http:// www.rogerwolfe.es/)


enviárselo a Herralde (entre otras cosas, porque un lector neutral siempre viene bien para detectar meteduras de gamba en una traducción; y Noelí detectó algunas). Me preguntó con qué libro podría continuar, y a modo de respuesta le regalé La senda. Y no puede dejarlo. Me dijo anoche que era increíblemente sencillo y ameno; y también que su escritura tenía una cualidad casi naif. Lo de naif, la verdad, es algo que nunca se me había ocurrido con respecto a Buk, pero puede que sea cierto. De todas formas, Bukowski ha sido fatalmente mal leído. Empezando por sus supuestos seguidores, sus supuestos forofos, que son los primeros que se quedan en la mera superficie: en los tacos y las putas y las borracheras. Bukowski no tiene nada que ver, o tiene muy poco que ver, con eso. Bukowski es pura magia. Y puro estilo. Puede que su fama póstuma, como él mismo vaticinó, acabe dando asco; pero con un poco de suerte servirá también para ir aclarando de una vez el gran malentendido que lo rodeó en vida, y que él mismo alimentó, hasta cierto punto, a través de la imagen que se creó. ¿Cuándo se dará cuenta la gente de que la imagen de un escritor raramente se corresponde con su verdadera naturaleza? Entre otras cosas, porque suele ser el propio escritor quien la edi-

fica. Y un escritor es un notorio mal juez de sí mismo. Pero ya veo que me estoy contradiciendo otra vez, así que mejor será cambiar de párrafo. Esta tarde me ha llamado un tal José Manuel Martínez Cano. Director de la revista Barcarola. Quería poemas míos. De hecho, ya me llamó el año pasado para pedirme lo mismo, pero creo recordar que yo estaba de viaje, y estaban a punto de cerrar el número en cuestión de la revista, y para cuando regresé ya era tarde para enviar nada. No volví a darle más vueltas al asunto, pero hoy me ha llamado otra vez. Le he dicho que le enviaré algo. Lo más alucinante ha sido que se ha ofrecido a pagarme, y me ha pedido que dijera una cifra. Peliagudo asunto, el de mencionar cifras (¡cómo envidio a quienes se pueden permitir el lujo de tener agentes!). Le he dicho una cantidad ínfima, simbólica, y se ha ofrecido a duplicarla. Más alucinante todavía. Bueno, he quedado en enviarle un puñado de poemas. Me ha repetido varias veces que no me olvide de incluirle un número de cuenta bancaria, cuando le haga el envío. No, no me olvidaré. No está el horno como para olvidarse de esos detalles. Otra cosa de la que tampoco me olvidaré es de aclararle, en una carta adjunta, que tengo por norma no acudir a «encuen37


tros», mesas redondas, simposios o jornadas literarias. Porque me ha dicho que anda preparando no sé qué movida para el mes de abril, sobre el «panorama poético» actual, y que se pondrá otra vez en contacto para invitarme formalmente, cuando llegue el momento. Me ha dicho que ya ha contactado con alguna gente; Ángel González es uno de los nombres que ha citado. Yo no he dicho nada. A veces estas cosas ni siquiera llegan a organizarse y te ahorras tener que andar diciendo que no ya de entrada. Decir que no es una jodienda; tener que estar diciendo continuamente que no, quiero decir. Es como una lucha dialéctica que me agota. Porque la gente siempre quiere saber por qué no. A mí sencillamente se me hace cuesta arriba sentarme alrededor de una mesa con otros escritores (o, ya puestos, con cualquier grupo de personas). Es casi algo físico, al margen de posturas ideológicas o de maneras de ver la vida. Yo creo que un escritor, como su propio nombre indica, es alguien que escribe. Y que dice lo que tiene que decir a través de su escritura. Ya lo dijo Hemingway, bien claro: «Un escritor debe escribir lo que tiene que decir, y no decirlo». Eso mismo pienso yo, y qué maravilloso debía de ser dedicarse a escribir en los tiempos en los que no existían los 38

medios de comunicación. Al margen de cualquier otro problema que hubiera, que seguramente los había de sobra. Censuras, persecuciones, linchamientos, torturas, y todo lo que se quiera. Pero NO HABÍA MEDIOS DE COMUNICACIÓN. Dios mío, sólo con pensarlo parece que ya uno respira mejor. Ahora la dictadura es de los medios. Tienes que estar ahí, aparecer, hacer el payaso, exhibir la sonrisa de dentífrico, armar escándalos, soltar gilipolleces (ahora las llaman boutades), poner el culo y dejar que te lo engrasen. Y los que te lo engrasan suelen ser un hatajo de analfabetos funcionales. Nadie lee nada, ni se informa de nada, ni sabe nada. Pero ésa es la gente que está creando literalmente la realidad. Fabricando la realidad. Y si no colaboras estás perdido. Yo recuerdo una vez, poco después de publicar Dios es un perro que nos mira, que me llamó una mujer, supongo que profesora de algo, de la Complutense (o puede que fuera de Alcalá de Henares, no me acuerdo bien), para invitarme a un macrocongreso literario. —No, mire, tengo por norma no acudir a encuentros de esta naturaleza... —¿Cómo dice? —No, que no voy a encuentros ni congresos. Lo que sí hago es dar recitales de poesía, en solitario. Es decir: llegar,


dar un recital, con coloquio después, si acaso, y nada más. —Pero, oiga, éste no es cualquier congreso, no sé si se da usted cuenta. Van a estar José Luis Sampedro, Fernando Savater, Sánchez Dragó, Julio Llamazares... —Mire, lo siento mucho, y le agradezco muchísimo que haya pensado en mí, pero no acudo a estos sitios... —Bueno, allá usted. Usted sabrá lo que hace. Pero me parece una pena, la verdad... Le pareció algo más que una pena, y su tono de voz cuando colgó me lo indicó claramente. La tía estaba que la llevaba el demonio. Me puedo imaginar sus comentarios nada más colgar el teléfono: «¡Pero quién se ha creído el tío este que es! ¡Habráse visto! ¡Ha tenido las santas narices de decirme que no!». Ésa, desde luego, es una persona que jamás me volverá a invitar a ninguna otra cosa que pueda organizar; ni ella ni nadie que ella conozca. Y yo lo siento en el alma. No es mi intención ofender a nadie, lo juro. Es sencillamente que no me puedo sentar alrededor de una mesa a decir gilipolleces con otros escritores. Que en muchos casos serán bellísimas personas, no lo dudo; pero eso no tiene nada que ver. ¿Qué sentido tiene reunirse para ha-

blar del proverbial sexo de los ángeles? El cometido de un escritor es escribir. Si por lo menos te pusieran putas de lujo en el hotel ya tendrías un buen motivo para hacer de tripas corazón, o ci-pote, y acudir a estos sitios. Pero mientras no sea así —y me parece que nunca va a ser así— yo desde luego prefiero quedarme en casa, aunque sea para escribir cosas como ésta.

UN DÍA ESTÁS, AL OTRO NO El humo flota en la estancia como un chiste malo. Lou Reed habla de familias rotas desde los altavoces: «La verdad es que sólo están contentos cuando lo están pasando mal. Por eso se casaron...». ¿Y yo? Yo no digo nada. Apago el cigarro. Otro día va a morir. 39


por René Gon

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FOTOREPROTAJE

yu tokin


?

n tu mi PERÚ 1989-1991

Presentamos un registro fotográfico realizado hace algo más de veinte años. Este material que nos llega a la Redacción, consideramos que posee un doble valor. Por un lado el ser un acto artístico como tal y, por otro, el convertirse en un retrato histórico, en un valioso registro documental del Perú de las postrimerías del siglo XXI y ¿por qué no? muy actual. Artillero pone a consideración de sus lectores este fotoreportaje con la misma idea que nos empujó a publicar “Mundo Narco” (artillero 09). Consideramos que nuestras realidades —así, en plural— responden a hechos culturales que no se pueden ni olvidar, ni hacer como si no existieran; tampoco son hechos curiosos que sucedieron o suceden en nuestras pantallas, son Realidad (con mayúscula): nuestra Realidad. Así, pensamos que no podemos —no debemos— ser “simplones”. Como bien lo escribiera Fito Paez en Página12 hace unos días: “Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes (...) que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía. (...) Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing”. Los Editores

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viejo rapero de los andes. ollantaytambo.

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ritual de qoyllur rit’y en las cercanías de cuzco.

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en la cola. lima.

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en las calles de lima.

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barrios marginales cerca del centro. lima.

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en las calles de lima.

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pira単as durmiendo. lima.

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vida de perro. lima.

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publicidad para levi’s. lima.

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tiroteo en pleno centro de lima.

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bala perdida. lima.

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discusi贸n en una ronda nocturna. lima

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senderista preso en la universidad de san marcos. lima.

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manifestante preso en el centro de lima.

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demostraci贸n militar frente a senderistas cerca de mi casa. lima.

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melissa, 22 a単os. muerta por una carta bomba.

57


yu tokin tu mi? lima.

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en la cรกrcel de lurigancho.

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mercado de la coca en ayacucho.

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rondas campesinas, cercanĂ­as de ayacucho.

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prisioneros senderistas en el territorio del narcotrรกfico (vrae).

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prisioneros senderista por ronderos en el valle de los rĂ­os apurĂ­mac y ene (vrae).

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zona liberada de sendero luminoso. zona de alto huallaga.

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zona liberada de sendero luminoso. zona de alto huallaga.

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columna de sendero luminoso. zona de alto huallaga.

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presos senderistas en la cรกrcel de canto grande. lima.

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ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

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ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

69


ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

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ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

71


ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

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ashaninkas. selva central del perĂş. cutiverini.

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ejĂŠrcito atacando territorios del mrta. cercanĂ­as de yurimaguas.

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ejĂŠrcito atacando territorios del mrta. cercanĂ­as de yurimaguas.

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ejĂŠrcito atacando territorios del mrta. cercanĂ­as de yurimaguas.

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columna del mrta. parte norte de alto huallaga.

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campamento del mrta. parte norte de alto huallaga.

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campamento del mrta. parte norte de alto huallaga.

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hasta la victoria siempre. centro de lima.

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“...lo que este libro es en realidad es un tributo a la urbe andina a partir de su materialidad más elocuente e inmediata: las montañas que la circundan, las calles que la dibujan en las alturas y gente que la vive, convertidas en imágenes, éstas sí, muy sugerentes y reveladoras.” Ruben Vargas, La Razón

de venta en: Librerías Lectura, Escaparate Cultural y El Pasillo.

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campos 296, edificio el ciprĂŠs mez. la paz, bolivia. tel. 2434649. mail equisburo@me.com



Hasta mayo de 2011 el parque automotor en Bolivia era de 960.870 vehículos. (fuente INE)

“Hasta las 00.00 horas del 1 de julio, 128.059 autos chutos fueron registrados en la Aduana Nacional para su nacionalización. La mayor parte son modelos fabricados hace más de una década.” (La Razón, 11 de julio de 2011)

en poco más de un mes.


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