Dibuja y/o escribe en las en las fachadas los nombres de las autoridades a las que debes dar aviso de cualquier cosa sospechosa en tu municipio.
Entonces Caperucita le cuenta a la abuela del extraño balón que vio. Ella le dice que hay que avisar a las autoridades.
Dibuja un enorme sol sobre esta escena. Ese sol significa que si tenemos comportamientos seguros, nuestra vida estará a salvo.
Pide a una persona adulta que te lea el cuento cuantas veces quieras
U
na vez estaba Caperucita –cuyo verdadero nombre es Eloísa pero todo el mundo le dice Caperucita porque no se quita la pañoleta roja con la que atrapa su alborotado pelo ensortijado– saltando cuerda en el patio de su casa cuando la llamó su papá y le pidió un favor:
— Caperucita, llévale por favor estas arepas a la abuela.
― Listo Pá, voy ya mismo porque además quiero saludar a la Abue.
En ese momento se asomó su mamá a la ventana y le dijo:
— Ten cuidado porque en el camino hay peligros. Recuerda nuestros consejos.
― Sí, Má.
Como Caperucita es una niña, alegre, inteligente y precavida, se fue muy contenta, tarareando una canción: tra-la-lá la-lá la-lá. Noten que Caperucita es un poco mayor que ustedes; porque las niñas y los niños pequeños no deben aventurarse por los caminos sin la compañía de personas adultas.
Estaba tan contenta porque iba a ver a su abuela y porque le llevaba arepas que le encantan, que tuvo ganas de ponerse a correr, pero se acordó que en el camino hay que andar con cuidado y mirar muy bien para advertir cualquier peligro; entonces siguió caminando con calma.
De pronto, en un gran árbol que reinaba en la mitad de un potrero vio un balón acomodado entre dos ramas, como durmiendo. Era tan lindo que exclamó:
― ¡Oh! Es tan hermoso. Lo quiero para mí.
Pero antes de meterse al potrero se acordó de otra advertencia de su mamá: “No recojas objetos extraños por el camino porque te harán daño, pueden explotar al tocarlos o acercarnos”. Así le había dicho muchas veces. Entonces, mejor miró bien dónde estaba ese extraño balón para poder contar después, y siguió su camino.
Iba pensando en esto cuando la alcanzó su amigo Felipe que venía corriendo despreocupado. Caperucita le dijo:
― Felipe no corras, por el camino hay que andar con cuidado.
Siguieron juntos y llegaron a un sitio donde podían salirse del camino para tomar el atajo y llegar más rápido a la casa de la abuela. Felipe dijo:
— Tomemos el atajo para que nos rinda y de paso jugamos un ratico en la casa abandonada.
Pero Caperucita volvió a acordarse de las recomendaciones de papá y mamá:
― ¿Es que tus papás no te han dicho que no hay que coger por los atajos, que los caminos abandonados o poco transitados son peligrosos porque por allí también esconden minas, y que lo mismo pasa con las casas abandonadas?
Entonces siguieron por el camino largo que es el más transitado y por lo tanto el más seguro. Se encontraron con tres mulas, un verde, una fucsia y otra morada y su arriero. Caperucita aprovechó para darle al señor arriero unos consejos para que su camino fuera seguro. También se encontraron con dos perros amistosos que les acompañaron un trecho, uno rojo y otro azul. Y llegaron a la casa de la abuela que les estaba dando maíz a las gallinas.
La abuela recibió feliz las arepas y ofreció a Caperucita y a Felipe bolitas de tamarindo azucaradas. Mientras saboreaban el dulce, Caperucita le contó lo de aquel extraño balón que vio en el camino. Entonces la abuela dijo:
― Voy a avisar a las autoridades.
Antes de emprender el camino de regreso, la abuela les hizo las mismas recomendaciones para que sus pasos fueran seguros, pero esta vez con una canción:
Cuando vayas caminando camino a la vereda, ve todo observando que nada te suceda, si encuentras un atajo que es sensacional, mejor vete despacito por el camino principal. Si ves algo rarito y te llama la atención, déjalo quietecito y evita la explosión, no lo mires, no lo toques, pa’que eso no te explote. (Bis)
