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Curiosidad Insospechada
Curiosidad Insospechada
Con honda preocupación contempló este suceso, pensando más bien que se trataba de un sueño pasajero, pero que le mantuvo preocupado, aunque sin decir nada que alarme a su querida esposa, guardó silencio, para ver cuáles eran los resultados de aquella acción. Después de esperar por largo tiempo, llega ella disimuladamente y en silencio se arrima guareciéndose del frío en los brazos de su esposo. Como si nada pasara, guardó su extrañeza confortando a ella para capear su frío y procurar su descanso que pronto se tornó en un sueño profundo que reflejaba su cansancio.
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La noche siguiente, sucedió lo mismo, y la siguiente noche, igual. Como estaba atento a lo que hacía su esposa antes de desaparecer por su ventana, escuchó sus palabras que decía “de villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada me harás volar” Entonces, luego del regreso de ella y, luego de unos momentos, al verla en su
más reparador sueño, dormida como un lirón, se levanta, toma la escoba, como vio que hacía su mujer, y dice: “de viga en viga, de pilar en pilar, escobita amada me harás volar” y dando, como su cónyuge, un pequeño saltito, empezó a volar y darse golpes muy fuertes en una y otra viga, contra uno y otro pilar de la casa, causando con sus quejas y retumbos de los golpes un gran alboroto que hizo despertar a su consorte quien angustiada veía a su esposo sacudirse por los aires en continuos tropezones y aventones contra las vigas, contra los pilares, una y otra vez, quedando en condiciones peores que un cristo crucificado, esto es lleno de chibolos, laceraciones, quebraduras de huesos, sangrados y, lo peor, el terrible susto y espanto que no se apartaba de su rostro.
Una vez calmado el huracán, vinieron las paces, y bella tuvo que atender a su amado esposo que quedó envuelto en sábanas y vendajes con una buena provisión de bálsamos, antisépticos, cremas y más menjurjes curativos utilizados en esos tiempos.
Sobre sus andanzas nocturnas, anteponiendo que era un secreto y no había posibilidades de divulgación, ni en confidencia para nadie, le reveló
desde cuándo y cómo se iniciaron sus prácticas, lo qué se debe hacer para no levantar sospechas, cómo se debe controlar la escoba de retamas, que jamás se debe olvidar recitar adecuadamente las palabras mágicas, ya que de eso depende la partida y el regreso. Le contó que ella gustaba muchísimo estar con sus amigas y conocer otros pueblos y ciudades, así como algunos lugares atractivos. La curiosidad del marido fue acrecentándose hasta lograr la aceptación de ella para hacer un viaje nocturno juntos, desde luego, cuando ya se cure de su estropicio y no le empeoren sus males dado el frio nocturnal.
De esto le informó a la viejecita, su entrañable amiga, y ella, luego de reírse de lo cómico del relato, se contactó con sus otras camaradas, estando todas de acuerdo en aceptarlo, por el inmenso amor que la bella despertó en ellas y como un agasajo matrimonial, por lo que hicieron los diversos preparativos para la recepción en un hermoso y remoto lugar, muy alejado de cualquier rastro del hombre.
Resuelto todo, y superados los temores que se agolpaban en el espíritu de su abnegado esposo, dispuestos sobre la escoba mágica, listos y a volar, ambos recitaron al unísono: “De villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada nos harás volar” y dando, ambos, un pequeño saltito, salieron como un suspiro directo a las nubes, escuchando apenas el ulular del viento que silbaba en los oídos. Como la bella no había nunca realizado un viaje en pareja, al comienzo tuvo muchos deslices que aterrorizaron a su pávido marido que solo miraba desde arriba el lugar sobre el cual estaría su destino final, imaginándose si será mejor caer de cabeza o de pies, y ¿Qué pasaría si se cae de espaldas o de frente o de lado? Bella, finalmente, consumada navegante, controló muy bien a la escobita voladora y desde lo alto del firmamento iba mostrando los pueblos y ciudades que ya conocía muy bien, así mismo otros parajes y sitios de turismo que asombraron al, medroso aún, amado cónyuge.
Hicieron un aterrizaje feliz en medio de una muchedumbre de viejecitas, unas más arrugaditas que otras, algunas más encorvadas y empequeñecidas que otras, quienes les esperaban cantando himnos y hermosas canciones, recientemente estudiadas danzas, enseñadas por Bella, que emocionaron y causaron enorme emoción en su esposo que inmediatamente se vio envuelto en el tumulto participando, como el que más, de toda la inolvidable y bulliciosa jarana, hasta muy avanzada la madrugada en que se iniciaba el brillo de la aurora.
Hicieron el fugaz retorno tal como ella acostumbraba, aunque esta vez, con tanto danzar, corretear, comer, reír, cantar, llegaron sin el extremo frío, pero sí, agotados. Fueron a su lecho en el que reposaron por varios días hasta recobrar, felices, sus agotadas energías.