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Una Buena Amiga
Una Buena Amiga
Como el cansancio le dominaba, además que sus pies, no acostumbrados al silvestre, pedregoso y áspero atajo, se lastimaban; sus delicadas plantas le dolían tanto que hubo de merecer de varios descansos obligatorios, y visto que se aproximaban las horas de la obscuridad nocturna, acudió a ella y al llamar golpeando varias veces la destartalada puertita, cubierta de ramajes, salió una viejecita, muy pequeñita, que aparentaba llevar muchos años encima, por lo que, con el peso de ellos, su espalda se arqueaba dificultando su erección hasta una mejor postura.
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Muy sorprendida la viejita de ver a la bella, solita en ese desértico lugar, a muchos kilómetros de distancia del más cercano poblado, y, mirándola adolorida, agotada y aparentemente sin haber probado ni agua ni alimento alguno, en muchísimo rato, temblando de frío y miedo, abrió su puerta y la invitó a entrar y acomodarse
en algún lugar, ya que la pobreza era visible y no contaba con ningún tipo de mueble para dar alguna comodidad a su invitada.
En tanto esto ocurría al pie de la montaña, la casa de bella sufrió un voraz incendio que calcinó absolutamente todo lo que contenía y, como nadie ofreció ningún dato certero respecto de la bella residente, se supuso que había sido muerta y calcinados sus restos por el espeluznante fuego. Por más investigaciones que hicieron las autoridades de esa provincia, no obtuvieron ningún dato que contribuya a su localización. Enviaron pesquisas y embajadores a diversas ciudades, creyendo que podía haber sido objeto de un secuestro, y nada. Incluso, después de muchos años se argumentaba de diversa manera sobre la desaparición de bella. Se dijo incluso que, como habían supuesto sus acusadores, la bruja simplemente escapó por algún recoveco y desapareció volando en una escoba, con esto, algunos hasta podían jurar que la vieron volar por entre la humareda y emitiendo
unos aterradores gritos, de esos tan espantosos que solo saben las brujas.
Sosegado el ánimo de bella, esa noche tuvo que aceptar como cama un sucio rincón que estaba libre y que, retirando tereques y varias prendas de la buena anciana, tuvo un espacio donde pudo estirar sus cansados huesos y descansar, mejor que en un castillo. Apenas pudo recobrarse de su agotador esfuerzo y sosegados sus sentidos, la viejita le había hecho comer algunas pocas habichuelas preparadas en una sopa de hierbas silvestres y apaciguada su sed con agua fresca tomada de un hermoso riachuelo que bajaba por las cercanías de su casita.
La buena anciana fue informada de los pormenores de los incidentes que tuvo que soportar la bella joven y confortándola, lo mejor que pudo, logró tranquilizar el sufrido espíritu de la inocente. De hecho, la joven desconocía a profundidad las razones que habrían esgrimido sus agresores, por lo que poco fue lo que pudo proporcionar para el total conocimiento de su bienhechora.
En esas circunstancias, bella que sentía perder todas sus fuerzas y, su espíritu, sin amilanarse, ni sumirse en la desesperación que acarrea la desgracia, se resignó a continuar siendo quien siempre fue, aunque ahora carecía de todos los bienes que antes disfrutaba.