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Una Vida Sencilla
Una Vida Sencilla
Pidiendo el debido permiso y con la aquiescencia de la anciana se dedicó a convertir la sucia casucha que temporalmente le acogía en un lugar menos apestoso, menos desorganizado, menos inhóspito. Para ello, ayudó con el lavado y aseo de algunas prendas aprovechando la presencia de las cantarinas y cristalinas aguas del riachuelo, organizó en provisionales estantes las pobres pertenencias que se encontraban dispersas por los rincones de la casita, quitó los polvos que se acumulaban por doquier y que podían ser causa de enfermedades y, principalmente, sitio de concentración de desagradables insectos, como: chinches, pulgas, piojos y cucarachas. Con ello, las dos, y más con el contento de la viejita, tuvieron un lugar más acogedor y cálido que les permitía coexistir armónicamente en espera de encontrar soluciones a su triste situación.
Así mismo, por experiencia, sus curiosidades y lecturas, sabía del proceso de siembra y cultivo
de algunos productos, ayudando a la viejecita a disponer en su pequeñísima huerta con plantaciones de algunas cebollas, coles, fréjoles, hasta maíz, trigo y cebada, inclusive, algunas florecitas que daban mejor apariencia a dicho lugar y agradable acogida a las dos amigas.
La viejecita fue muy agradecida con la bella joven, mostrándose feliz y con ella reía compartiendo hasta una taza de agua caliente, pese a sus extremas limitaciones que no permitían algunas satisfacciones, careciendo, en muchas ocasiones, hasta de sal para la sazón de sus sopas y ensaladas y, peor, contar con provisiones de alguna clase de golosinas.
De tanto departir con la joven los diversos acontecimientos que relataba, la viejecita fue armando un tejido de revueltas dudas, concluyendo en una esclarecedora verdad, la misma que se cuidó mucho de mantenerla en reserva, para no levantar sospechas que puedan herir a su querida compañera, a quien llegó a quererla como si fuera
su propia hija. Al desenredar todo ese ovillo, se enteró claramente de quienes eran los culpables de las desgracias avenidas a la joven, por lo que decidió identificarlos para, oportunamente, tomar una merecida venganza.
La confianza mutua permitió que la viejecita fuera informando a la bella sobre sus años jóvenes, sus esperanzas y desilusiones, refiriéndole que había también sido objeto de agravios por parte de mucha gente, algunos de los cuales, dada su responsabilidad, habían pagado ya sus penas.
En su inmaculada e ingenua consciencia, nada vislumbró sobre venganzas ni resquemores para quienes podrían haberle afectado, entendiendo, más bien, que estaban perdonados y su monstruosidad olvidada. Esto contribuyó a que la viejita nada pusiera en práctica de sus proyectadas venganzas y, más bien, hizo todo lo posible para contribuir a que se olvide de sus desgracias y retome una vida feliz, aprendiendo a gozar de las bellezas que, en ese lugar, la naturaleza ofrecía.