Darío E. Llerena Torres
Una Buena Amiga Como el cansancio le dominaba, además que sus pies, no acostumbrados al silvestre, pedregoso y áspero atajo, se lastimaban; sus delicadas plantas le dolían tanto que hubo de merecer de varios descansos obligatorios, y visto que se aproximaban las horas de la obscuridad nocturna, acudió a ella y al llamar golpeando varias veces la destartalada puertita, cubierta de ramajes, salió una viejecita, muy pequeñita, que aparentaba llevar muchos años encima, por lo que, con el peso de ellos, su espalda se arqueaba dificultando su erección hasta una mejor postura. Muy sorprendida la viejita de ver a la bella, solita en ese desértico lugar, a muchos kilómetros de distancia del más cercano poblado, y, mirándola adolorida, agotada y aparentemente sin haber probado ni agua ni alimento alguno, en muchísimo rato, temblando de frío y miedo, abrió su puerta y la invitó a entrar y acomodarse 21