NUDO CIEGO Eduard Moreno
Curaduría y textos Juan Cárdenas
Carta del curso del Río de la Magdalena, 2015 Goteo de trementina e impresión de golpe sobre formas continuas de papel carbón. 38 x 300 x 36,5 cm
Me dijo que con los árboles adecuados, sembrados en círculo, es posible ver nacer un ojo de agua al cabo de unos pocos años. Le pregunté si eso significaba que uno podía literalmente sembrar un río y él me dejó ver todos los dientes. Claro, dijo, los grandes ríos de la selva fueron sembrados por los primeros padres hace mucho tiempo. ¿O sea que no fueron los dioses?, pregunté y él dejó de sonreír. No, no fueron los dioses, dijo. Fueron los hombres quienes sembraron los primeros ríos. El mapa brota como el moho encima del pan. El mapa es la mancha de humedad que se expande sobre la pared. Aquella vez logramos hallar nuestro camino en la selva siguiendo los surcos profundos de un rostro arrugado que nos visitó en sueños. El mapa trazaba finísimos hilos de agua hasta nuestros ojos vacíos y sobre la superficie negra temblaban las imágenes perdidas. El mapa es el humo que sale de la hoguera, se enrosca, hace nudos, hasta que al fin termina por entrañarse en las cosas. El mapa es el olor a quemado que permanece en la ropa. Una ciudad rodeada por montañas. En esas montañas hay un bosque húmedo y muy verde envuelto en la neblina. Por algún lugar del bosque pasa un camino que serpentea monte adentro. El camino conduce a un jardín protegido por un muro de ladrillos, rejas de hierro, cámaras de vigilancia inservibles. El jardín está abandonado, en ruinas y en el centro hay un ojo de agua. Allí vive también una manada de gatos que suele refugiarse entre los matorrales sin desbrozar. No puedo decir nada. Ante la presencia de los hombres el lenguaje se dispersa como una manada arisca de gatos. Los pasos más sutiles de las mujeres, en cambio, no parecen asustarlos. Ellas se acercan, les dan de comer, les ponen nombres. Fueron las mujeres quienes trabaron amistad con los gatos. Los hombres deben contentarse con mirar a la manada desde lejos. Soy yo mismo quien debe conformarse con verlo todo desde una ventana: arisca, me abro paso entre los matorrales, en dirección al centro. Me pongo de cuclillas y empiezo a maullar. Los gatos producen formas serpenteantes alrededor de lo que no comprenden. Esas formas, vistas desde arriba, son un diagrama de cintas que bailan y se enredan. Yo soy el nudo ciego que bebe en el ojo de agua. J. C.
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Carta del curso del Río de la Magdalena, 2015. Detalle
Entramos a la casa del joven taxidermista por una puerta de metal azul que quedaba junto a una cerrajería. Me sorprendió encontrar, al final del pasillo estrecho, un patio con techo de cristal donde la familia se congregaba alrededor del cadáver recién disecado. Del techo de cristal pendían muchas materas. La madre del taxidermista percibió mi interés en las formas extravagantes de las plantas y descolgó una para enseñármela. Son carnívoras, dijo. Del género Nepenthes. Me asomé dentro de la botellita vegetal y vi unas moscas que parecían fingir su muerte mientras flotaban en el líquido que las iba descomponiendo. Este lugar me resulta familiar, le dije a la señora, que dejó entrever cierto escepticismo detrás de la sonrisa perpetua. Me recuerda a la casa de mi abuela antes del terremoto que la destruyó, en el ‘83. La señora dio por buena mi explicación y yo aproveché su empatía para preguntarle si podía ver el fondo de la casa. Crucé la mampara de cristal y llegué a otro patio donde estaba el lavadero de cemento, una bicicleta, el tanque de agua y un pequeño huerto con plantas robustas y exuberantes. La mujer me seguía, intrigada: me siento como si me hubieran dejado entrar a un recuerdo, le dije. Un recuerdo medio real, medio inventado. Eduard y Andrea, entretanto, se ocupaban del chulo. No parecían muy satisfechos con el resultado. El animalito estaba sujeto por las patas con ayuda de una prensa y tenía un aspecto más bien marchito, los ojos reemplazados por cuentas de un cristal quizás demasiado brillante. Yo me distraje mirando un corral donde había tres perdices vivas. No quise preguntar cuál sería su destino, aunque secretamente deseé que se las comieran. Luego la mujer nos dio a beber un jugo de color rojo que tardamos en identificar como de ciruela. Eduard y Andrea ultimaban detalles con el joven taxidermista, le pedían correcciones en la posición, fulgor oscuro en las alas. Cuando nos disponíamos a marcharnos, la señora nos dijo que no podíamos irnos sin ver el resto de los animales. A través de una puerta accedimos a una sala donde las criaturas habían sido dispuestas en un arreglo teatral, formando un semicírculo. Había un pez martillo pequeño, muy mal disecado, que recordaba una almohada de peluche, además de varios ejemplares de fauna andina local: zarigüeyas, varias especies de aves, un osito mielero, dos armadillos, zorros, roedores, un perezoso. Debajo del interruptor de luz de la pared me llamó la atención un pequeño letrero que decía: DIOS HARÁ ALGO. J. C.
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Entrañamiento, 2015 Gallinazo disecado, pantalla de video y formas continuas de papel carbón. 55 x 48 x 60 cm
PEQUEÑA FÁBULA DE LA VISIÓN
Juan Cárdenas
Existen muchas versiones de esta historia así que trataré de contarla a partir de los trazos más generales. Un grupo de europeos se reúne con una tribu india de Norteamérica para tratar sobre la compra de un territorio. En medio de la negociación y cuando el acuerdo parece inminente, uno de los colonos abre un mapa sobre el suelo para corroborar los límites del terreno, del que hasta entonces solo han hablado mediante referencias espaciales (la orilla de un río, el sendero que divide un bosque, un conjunto de rocas). La aparición del mapa provoca gran incomodidad entre los indios, que se rehúsan a seguir con el negocio, a pesar de que no tienen ningún inconveniente con lo que se les ofrece a cambio. Al final, después de mucho discutir, acceden a cerrar el trato con la condición de que los colonos destruyan el mapa, un objeto casi diabólico para los indios. Este breve cuento saca a la luz al menos dos esquemas de representación del espacio, podríamos decir, dos instancias antagónicas de un mismo impulso mimético: una de ellas es producto del desarrollo histórico de unas leyes estéticas y formales de la fidelidad de las copias a unos originales; y la otra pone el énfasis en lo simbólico y en el uso del cuerpo como única garantía de aproximación al territorio. Podemos identificar el mapa con el espacio de la figuración, de lo apolíneo; el terror de los indios hacia el mapa sería el ámbito de la abstracción y el contacto.
Entrañamiento, 2015. Detalle
Ciertas teorías de moda intentan deslegitimar el primer sistema de representación echando mano de los consabidos motes de la colonialidad y el eurocentrismo, mientras, por otro lado, ensalzan el segundo esquema de representación como una auténtica y olvidada vía de conocimiento. Cabría advertir, sin embargo, que el carácter irreversible del tiempo nos impide elegir entre una de las dos opciones. Nuestra mirada, la mirada múltiple, nunca idéntica a sí misma, está atravesada por los dos esquemas de representación que se trenzan en nuestro campo de visión como las dos serpientes sobre el cuerpo de Laocoonte. Nuestro punto de vista quizás no sea un punto, como a su vez querrían los dogmas de la perspectiva, sino un garabato retorcido, serpenteante, sometido a una extrema tensión, a una agonía (ἀγών, lucha) entre el mapa que captura el territorio y los actos asociados al hecho de habitarlo. Y estas piezas de Éduard Moreno funcionan como aparatos de visionado, no ya para mirar un objeto, sino para ir revelando cómo se produce la visión misma, qué se juega en la construcción
de la mirada, entendida como drama histórico. De ahí que sus piezas transcurran en una especie de interregno en el que las imágenes son esquivas a la contemplación directa y surgen más bien como el resultado de una operación crítica basada en la necesidad de exhumar figuras residuales, abandonadas por la tradición. En algunos casos esta exhumación es literal, pues Moreno trabaja a menudo con papel carbón o con memorias informáticas desechadas, extrayendo lo visible a partir de un delicado proceso de raspado y extracción. Moreno se propone desmontar el ocultamiento mutuo entre la imagen y el material que le sirve de medio y sus trabajos invitan a buscar lo entrevisto, lo negado, lo reprimido. Aquello que vemos, parece decirnos Moreno, tiene un doble hecho de materia oscura. Es necesaria una técnica de desvelamiento para sacar a la luz eso que Benjamin llamaba el “inconsciente óptico” y que Michael Taussig no duda en identificar con el fantasma de la mercancía, con ese extraño poder que consiste en obliterar el trabajo y sustraerlo a la conciencia de modo que el valor parezca una cualidad inherente a la propia mercancía y no el producto de la explotación. “La mercancía”, escribe Taussig, “oculta en su ser más íntimo no solo los misterios de la naturaleza socialmente constituida del valor y del precio, sino también todo su particular carácter sensorial; y esta sutil interacción entre lo imperceptible y la perceptibilidad sensorial equivale a su calidad de fetiche, al animismo y a ese brillo espiritual de las mercancías que con tanta habilidad aparece en la publicidad (por no hablar de las vanguardias) desde finales del siglo XIX.” El trabajo de Moreno, lejos de refugiarse en una nostalgia de la autenticidad, asume estas contradicciones desde el interior y deja en el aire varias preguntas: si la magia de la mercancía logra esconder la cadena de explotación de la que depende, ¿qué es entonces lo que vemos? ¿Qué es aquello que se presenta ante nosotros como objeto de nuestra visión? ¿Qué interacción de fuerzas produce nuestra imagen del mundo y, por consiguiente, quiénes somos nosotros, los que miramos? ¿Somos los dueños del mapa? ¿Somos los indios que, entre aterrados y ofendidos, exigen la destrucción de las cartografías de la dominación del territorio? Y si las obras de arte no escapan a ese sistema de organización de las cosas, ¿qué tipo de existencia particular tienen? Dicho de otro modo, ¿son las obras de arte unas mercancías capaces de hablar del fetichismo de la mercancía? ¿En qué clase de negociación estamos involucrados y qué papel desempeñamos en ella?
Falso recuerdo, 2015 Impresión de golpe sobre formas contínuas de papel carbón, tinta azul y archivadores. 320 x 340 x 200 cm
Al otro lado, 2015. Microprocesadores informáticos, cable y sonido. 2 x 7 m.
Falso recuerdo, 2015
Falso recuerdo, 2015. Detalle
Cuaderno Bachué N0 2 Nudo ciego Un proyecto de Eduard Moreno 19 de septiembre al 6 de noviembre de 2015 — Curaduría y textos Juan Cárdenas Fotografía Óscar Monsalve Diseño y edición digital Tangrama — El Dorado Espacio expositivo del Proyecto Bachué Carrera 5 # 26 C - 40, Barrio La Macarena, Bogotá espacioeldorado.com proyectobachue.org — Imagen en portada y contraportada Al otro lado, 2015
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