CAPÍTULO IX
LA INDIVIDUACIÓN Y LA MUERTE. VARIACIONES SOBRE LA TRAGEDIA1
1. La energía oscura y lo ineludible.
S
i enorme y variada ha sido la literatura que la psicología analítica ha producido en torno al bios y el pathos de la psique (a su esencia, psicodinámica, desarrollo y potencialidad), quizá menor haya sido la atención o el interés prestados a otro tema capital, a saber, si existe y qué significado y qué funcionalismo pudiera tener un aspecto de la psique incapaz de traducirse directamente en símbolo, en operación creativa, en metáfora. En un momento de la historia en el que una ciencia emergente como la cosmología asume con gracia olímpica que desconoce el 95% de la materia que compone el universo, y aun así alude a una energía oscura como motor susceptible de explicar el andamiento progresivo y expansivo del universo, quizá sea justo interrogarse de nuevo sobre la energía psíquica; y preguntarse luego si pueda resultar posible imaginar una libido negativa, una libido no erótica, pero sí capaz de explicar tanto el aspecto expansivo de la psique como su misma finitud. Abordando la misma cuestión desde otra perspectiva, nos preguntamos: ¿Existirá un punto ciego en nuestra composición psíquica, un punto –un área- que no solo no circula, porque es contingente, sino que es la negación precisamente de toda actividad? ¿La podemos llamar “muerte”? Y a la energía que la fundamenta, ¿podemos llamarla energía oscura, el mismo nombre que ostenta una de las energías constitutivas del universo? En nuestra hipótesis, dicha energía, al presentarse en un momento ciertamente previo a toda acción (acunada en una demora donde pensar en cumplir o en no cumplir una determinada acción resulta en verdad excesivo e impropio), acabaría por ser fuente de todo movimiento futuro. Por eso la llamamos energía oscura o negativa, siguiendo el símil de la cosmología moderna. Y al área que experimenta dicha energía la podemos llamar muerte, con el fin de denominar de algún modo que se preste a comprensión el insuperable límite que afecta al sujeto durante el periodo de su descarga. Si seguimos este razonamiento, han de existir, entonces, zonas (siguiendo una perspectiva espacial) que se activan durante periodos (desde una perspectiva temporal) de vida psíquica. Zonas que, una vez activadas, no determinan precisamente acciones ni movimientos directos; pero que nada impide que puedan resultar, en segunda instancia, fenómenos propulsores de vida psíquica ulterior, esto es, ya cuando la energía se haya transformado en energía positiva y circunde áreas de mayor actividad y movimiento. ¿Qué es lo que nos viene a decir otra ciencia emergente en nuestros días, como es la paleontología? Algo así como que nuestra evolución en cuanto especie comienza cuando la ausencia de movimiento y la muerte, en lugar de ser el resultado final del significado biológico de la vida, se erige en inicio de operaciones complejas del hombre; operaciones que solo en primera instancia serán ritos mortuorios y funerarios, puesto que bien pronto se convertirán en actividades complejas, que van desde el funcionalismo simbólico hasta el arte, desde la ética hasta la organización social, desde el teatro hasta la necesidad del sentido. La conciencia de la muerte, así, es la experiencia preliminar del ser humano. La asunción previa de ese límite es lo que moldea sus aspiraciones, lo que lo propulsa de manera sorprendente hacia una visión personal de sus inquietudes, y lo que lo acerca a cotas imprevistas de realización subjetiva y objetiva. Es algo así como la mera imagen de la muerte cual destino, 193
La individuación y la muerte. Variaciones sobre la tragedia.
convertida por lo tanto en motor de proyectos. ¿Qué otra cosa es la conciencia de la muerte? Y esos proyectos ulteriores, ¿de qué manera pueden escapar a su matriz? Nosotros no formamos parte de una especie que se encamina, así sin más, hacia el reino de lo ineludible; sino que, sabedores de nuestro destino mortal, lo anticipamos de tal forma que lo ineludible, tamizado en la conciencia de la muerte y vehiculado por la energía negativa, es tomado también como preinicio de nuestro teatro de operaciones. Ese es el momento de la transformación: cuando, desde lo ineludible avanzado, la experiencia se vierte en prólogo de actividad, y cuando, por ende, la energía negativa se convierte progresivamente en energía positiva, al igual que sucede con el movimiento del reloj de arena, o con los recipientes homeostáticos. ¿Está esto presente de algún modo en la psicología analítica? ¿Afecta a ciertas pretensiones del llamado proceso de individuación? ¿De qué manera se introduce en la comprensión de la psicopatología? ¿Existe algo en la dimensión trágica del ser que nos constituye ya de partida?
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