Cap. III El análisis del terapeuta. Psicología de la transferencia.

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CAPÍTULO III

EL ANÁLISIS DEL TERAPEUTA. PSICOLOGÍA DE LA TRANSFERENCIA1



1. El análisis del terapeuta.

La confesión comienza siempre con una huida de sí mismo. Parte de una desesperación. Su supuesto es como el de toda salida, una esperanza y una desesperación; la desesperación es de lo que se es, la esperanza es de que algo que todavía no se tiene aparezca. María Zambrano.

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a psicoterapia, como ya habíamos avanzado en un anterior capítulo sobre ella, se estipula sobre el puente de sentido que se establece entre la psique del terapeuta y la psique del paciente. De la construcción de ese puente dialógico, pues, dependerá aquella interacción entre psiques que, tras comprender la naturaleza de la aflicción en la psique del paciente, permita luego que esta se dirija hacia una vía de salud. Mas, dadas las circunstancias bajo las que comienza toda psicoterapia (la aflicción, el dolor, la ansiedad), no puede caber la menor duda de que alcanzar el diálogo, construir un puente de sentido, no sea una tarea fácil ni automática, en ocasiones ni siquiera vislumbrable. La inminencia de los síntomas, la desesperación frecuente del paciente, hacen que sea así. Durante toda una fase inicial, entonces, el terapeuta y el paciente se hallan en orillas contrapuestas: el paciente, en la orilla de la confesión, con su doblez de sentimientos que nos es sugerida por María Zambrano2, y el terapeuta en la orilla de la acogida de esa confesión, a la espera ambos de que se establezca la condición adecuada para la construcción del puente de sentido que desde ahora vamos a llamar diálogo. La psicoterapia o, mejor dicho, el proceso psicoterapéutico, tratará de establecer un trasvase de contenidos psíquicos desde la zona inicial de sufrimiento (la desesperación) hacia la zona potencial de esperanza (la transformación psíquica, el sentido). Para ello serán precisas acciones temporales, esto es, acoger el inicial sufrimiento en un periodo temporal; de manera que, una vez transcurrido ese periodo, las dos psiques puedan encontrarse en otra dimensión, una frente a otra en igualdad de condiciones, en posición constructiva, en diálogo. Eso significa que, en un principio, la psique del paciente, debido a los influjos de su desesperación, se instalará en una posición pasiva (de paciente, el que sufre, el que padece), llamada confesión, posición en la que la psique prevalentemente “hablará de sí misma”, por lo general desde una perspectiva histórica, casi exclusivamente retrospectiva. En esa fase, lo que el paciente quiere y puede es “comunicar” la naturaleza de su dolor, de su problemática: quiere hacerse entender, por encima de cualquier otra cosa. En la fase siguiente, si se logra colmar la primera, el paciente, antes pasivo, adquiere una esperanza (también proveniente de su ser paciente, el que espera) desde la cual la psique opera una incipiente actividad, que se traducirá en “hablar desde sí misma”, es decir, que va a utilizar una perspectiva que intente vislumbrar también temáticas deseantes, de futuro. Como es lógico, todo esto no acontece a solas. El proceso psicoterapéutico, lo hemos dicho ya y lo repetiremos muchas veces, es un proceso que implica tanto a la psique del paciente 83


El análisis del terapeuta. Psicología de la transferencia.

cuanto a la del terapeuta. Desde el inicio mismo de la relación, nada de lo que en ella ocurrirá va a suceder a expensas de una sola de las dos psiques. El psicoterapeuta deberá poner a disposición su psique, una y otra vez, con cada uno de los pacientes, para una experiencia temporal que induce cambios, fases, transformaciones, por supuesto también en su propia psique. Porque la psique del terapeuta, en la fase inicial, debe saber acoger el sufrimiento de la psique del paciente, escuchando y participando en alguna medida de aquellos sentimientos. Quiere eso decir que, en la fase primera, la de la confesión, también la psique del terapeuta reside en una dimensión pasiva, solo distinta de la del paciente en virtud de la experiencia y la responsabilidad de su función. Solo posteriormente, su esperanza, esto es, la utilización de un lenguaje que sugiera posibilidades y variantes en el futuro de la psique del paciente, podrá tener lugar y desplegarse con tranquilidad, siempre que coincida en ello con la situación real de la psique del paciente. Pero las fases de la psicoterapia serán vistas en su conjunto y pormenorizadamente en un capítulo posterior. En este, lo que nos interesa es señalar que el proceso psicoterapéutico se desarrolla, si es que se desarrolla, a lo largo del tiempo, en fases que implican movimientos y transformaciones relevantes en ambos lados de la relación. Y eso significa que los obstáculos dirigidos contra el establecimiento de una relación transformativa, pueden provenir de cualquiera de las dos psiques o, lo que quizá sea más frecuente, de la simultánea dificultad que ambas tienen en arriesgar su precaria sintonía en aras de una variación cuyo éxito -una nueva sintonía- nunca va a estar asegurado. Ya hemos mencionado el obstáculo de la inminencia (de la desesperación) en la psique del paciente. Tengamos en cuenta que han sido sus síntomas, su sufrimiento, los que han hecho posible el arranque de la relación. En realidad, este detalle tan significativo no debe ser olvidado nunca, sea cual fuere el grado de transformación que a lo largo del proceso pueda adquirirse; puesto que ese dolor inicial representa el límite necesario, la necesaria humildad, para no caer, ni una psique ni la otra, en uno de los peligros más infructuosos de toda terapia, es decir, el peligro de la “inflación psíquica”, con sus penosas manifestaciones de omnipotencia y de autodestructiva sensación de “haberlo superado todo”. Pero, obviamente, existe el problema inverso; que consistiría en instalarse definitivamente en la inminencia, más allá de toda comprensión responsabilizadora, más allá de la comprensión de los síntomas y del primer esbozo de su sentido subyacente o adyacente. Este problema abortaría de antemano toda posibilidad de transformación, acabando por adormecerse en una confesión sin final que anularía la esperanza del sentido. Por estos motivos, por esos opuestos peligros de movilización sin recuerdo y de repetición sin sentido (ambos posibles y humanos), es por lo que, antes de inaugurar una psicoterapia, antes aún de imaginar siquiera que uno pueda ejercer esa ardua y fascinante labor, el terapeuta tiene que haber sido el suficiente tiempo un “paciente”, tiene que haber contactado con sus áreas de sufrimiento, tiene que haber dado por zanjada la confesión con su propio terapeuta y haberse dirigido hacia las fases del diálogo, tiene que haber sentido las dificultades y haberlas encarado con confianza; sin olvidar nunca, además, que esas han existido y que hará bien en no presumir, ni siquiera en la más absoluta intimidad solitaria, de haberlas “superado del todo”. He ahí por qué, en lugar de adentrarnos en la psicoterapia como visión de la psique del paciente y de sus transformaciones y obstáculos, antes de poder hablar de la transferencia 84


Psicoterapia junguiana y posjunguiana - Ricardo Carretero

o siquiera citarla, el discurso sobre la psicoterapia debe iniciarse por el análisis del terapeuta; condición sine qua non de la perspectiva futura del diálogo, y condición preliminar, también, de la equidad y cuidado en el momento de “analizar” los obstáculos que surgen en la psique del paciente. Puesto que ni el terapeuta ha sido siempre terapeuta, ni se espera que el paciente vaya a ser siempre paciente. Esas dimensiones corresponden a la aflicción psíquica y a su presencia en el tiempo, en un periodo existencial delimitado. El proceso psicoterapéutico, así, se conforma como el diálogo entre psiques que favorece los pasajes entre una dimensión temporal y otra, en un alejamiento progresivo de ese obstáculo inicial representado por la inminencia (de esa inundación sufriente del tiempo presente sobre todos los demás tiempos). Así, lo que cura es el diálogo; y, en la orilla de la psique del terapeuta, ese diálogo debe ser visto como posible, si es que quiere afrontar una psicoterapia. Por ello, ese diálogo debe haber sido experimentado sobre sí con anterioridad. Es más, en su caso, primero lleva un diálogo terapéutico, es decir, de índole personal, suficientemente exhaustivo; luego un diálogo didáctico, basado en el conocimiento de las similitudes y diversidades en cada psique; y finalmente, y este con carácter definitivo, el diálogo ya operativo de las supervisiones, para reflexionar con otro colega experto acerca de las dificultades, nunca menores, de favorecer el pasaje de una etapa a otra en cada caso particular. Psicoterapia, recordémoslo, significa la cura de la psique del paciente mediante la interacción con la psique del terapeuta. No existe la menor duda, entonces, de que las condiciones en que se encuentre la psique del terapeuta, van a ser de importancia primordial para el desarrollo del diálogo psicoterapéutico.

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2. Los orígenes del procedimiento dialéctico.

Partiendo de la exigencia de que el analista sea él mismo analizado, se llega a la idea del procedimiento dialéctico: con este procedimiento el terapeuta entra en relación con otro sistema psíquico como interrogante y como interrogado. Ya no es el que sabe, juzga, aconseja; sino que participa en el proceso dialéctico tanto como el que de ahora en adelante llamaremos el paciente. Carl G. Jung.

Como podemos apreciar en esta cita3, Jung coloca el análisis del terapeuta como condición previa a una psicoterapia basada en el diálogo. El diálogo, parecería, no puede inventarse desde la voluntad del terapeuta: este tiene que haberlo experimentado realmente. Solo a través de su análisis personal, el terapeuta habrá alcanzado ese diálogo interior e interpersonal que sirva de base para el procedimiento dialéctico con los pacientes. Dicho de otra manera: no puede pedirse al paciente que dialogue y colabore con el terapeuta si este, a su vez, no ha aprendido previamente a dialogar y a colaborar. No solo eso. De faltar ese análisis previo, podría darse que el terapeuta fuese él mismo el obstáculo principal para el desarrollo de la psique del paciente, tal como parece sugerirlo Jung en este otro fragmento del mismo artículo: En otras palabras, el terapeuta ya no es el sujeto que actúa, sino más bien el co-partícipe de un proceso de desarrollo individual [...] Aunque haya sido yo el primero que ha pretendido que el analista esté analizado él mismo, debemos más que nunca dar nuestra gratitud a Freud por su valioso reconocimiento de que también el analista tiene sus complejos y, así pues, uno o más puntos ciegos que operan como otros tantos prejuicios. El psicoterapeuta alcanza esa admisión en los casos en los que ya no puede interpretar o dirigir al paciente desde lo alto o ex cathedra, prescindiendo de la propia personalidad; casos en los que está obligado a reconocer que ciertas idiosincrasias o un particular comportamiento suyos, actúan como obstáculo a la curación. Cuando no se tienen ideas claras sobre un punto porque no hay disposición a admitirlo ni siquiera consigo mismo, se intenta impedir también al otro que adquiera conciencia de él, naturalmente con el enorme daño consiguiente4. La premisa del análisis previo del terapeuta se apoya, como empezamos a ver, en un sinfín de razones. La que acabamos de constatar es, por ejemplo, la posibilidad de que su superficial desarrollo psíquico, la presencia de complejos no integrados o ni siquiera vislumbrados, pueda frenar o impedir el desarrollo de la psique del paciente. Pero si nos atenemos a las reflexiones junguianas, podríamos resumir diciendo que la psicoterapia junguiana se sostiene (desde sus líneas teóricas hasta la constitución del setting) en el diálogo entre psiques; diálogo que debe conducir, a través del trasvase entre las psiques, a la psique afligida hacia una vía de salud. Eso quiere decir que todo obstáculo a dicho diálogo impide, en palabras de Jung, ese proceso que es similar a la mezcla de 86


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