CAPÍTULO IV
FASES DE LA RELACIÓN PSICOTERAPÉUTICA1
1. La relación psicoterapéutica.
Quien está en la relación participa en una realidad, es decir, en un ser, que no está únicamente en él ni únicamente fuera de él. Toda realidad es una presencia en la que participo sin poder apropiármela. Donde falta la participación no hay realidad. Allí donde hay apropiación egoísta no hay realidad. La participación es tanto más perfecta cuanto más directo es el contacto con el “Tú”. Martin Buber. Yo y Tú.
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n los capítulos anteriores dedicados a la psicoterapia, hemos discurrido sobre la necesidad de construir un puente dialógico entre las psiques del terapeuta y del paciente. A ese puente dialógico lo hemos denominado el vehículo de cura por excelencia de la psicoterapia. Por eso hemos mencionado la especial preparación y disposición de que debe gozar la psique del terapeuta, y también los obstáculos que, desde un lado y otro de la relación, se oponen a la construcción de ese puente. En este capítulo intentaremos esclarecer los pasajes, o por lo menos reflexionar sobre ellos, que a lo largo de un diálogo psicoterapéutico ya establecido se dan sobre ese puente dialógico. Pasajes de los que se espera, precisamente, que comporten aquella transformación de la psique del paciente en aras del alivio de su sufrimiento, y que, a la misma vez, le aporten el sentido, la búsqueda de sentido, que la encamine por una vía transitable de salud. ¿Cuál es, entonces, la manera de conducir el diálogo de la psicoterapia para que este, a pesar de las proyecciones, a pesar de los prejuicios de uno y otro interlocutor, logre hilvanar ese sentido que hemos admitido como plasmación de la transformación terapéutica? O, más específicamente, ¿qué es lo que hace que el diálogo pueda convertirse en una cura? Sin lugar a dudas, ser capaces de satisfacer esas preguntas significaría haber descubierto el “mecanismo” de la curación pretendida en la psicoterapia. Más aún, significaría haber descubierto igualmente el mecanismo que convierte un discurso intersubjetivo en un sano dinamismo intrasubjetivo. Y una vez logrado ese dinamismo intrasubjetivo, esa cura, con toda certeza ampliaríamos la posibilidad del diálogo interpsíquico, es decir, del diálogo entre terapeuta y paciente; y, más tarde, ampliándolo aún más, lograríamos similar diálogo entre la psique del paciente y el mundo. Pero descubrir un mecanismo circular de tal envergadura y relevancia, queda fuera de nuestro alcance y posibilidades. Sin embargo, lo que esas preguntas cuestionan no nos deja indiferentes, como tampoco puede dejar indiferente a ningún teórico de la psicoterapia ni a ningún psicoterapeuta práctico. En definitiva, la psicoterapia propone una relación intersubjetiva -una relación interpsíquica-; y, para ello, presupone que de dicha relación va a deducirse una mejoría en el aparato psíquico de los pacientes. Por todo lo cual, este capítulo tratará de acercarse en lo posible al ámbito de esas ineludibles preguntas; con la pretensión, si no de responderlas definitivamente, sí al menos de merodear continuamente alrededor de ellas. 99
Fases de la relación psicoterapéutica
En primer lugar, conviene recordar el porqué de la modalidad dialógica. Todas las psicoterapias, con diván o sin él, más o menos interpretativas, esto es, más o menos enraizadas en asuntos teóricos de base, se desarrollan en clave de diálogo. Resulta inconcebible pensar en una psicoterapia en la cual las dos psiques no dialoguen de una u otra forma, con uno u otro estilo, como medio de relacionarse con finalidades terapéuticas. Esa es una verdad inapelable, por mucho que el énfasis teórico -acosado por el terror a la acusación de “sugestión”- intente soslayarla o crea haberla superado. El énfasis teórico, al convertir la psicopatología en materia de “diagnóstico” y “predicción” y no considerarla, por el contrario, un simple medio de “comprensión” de fenómenos, y también al razonar únicamente sobre teorías de la psique y sobre sus vehículos de aplicación, en lugar de reflexionar sobre el contemporáneo “interrelacionarse” de la psicoterapia, en realidad no hace más que disimular la verdad dialógica que anida en la práctica psicoterapéutica; verdad dialógica que es la única que puede “resolver”, si es que los resuelve, aquellos conflictos que la pusieron en marcha. La psique, por otro lado, si seguimos a Jung, es un complejísimo entramado de elementos psíquicos en continua interacción. El diálogo de las oposiciones es el fundamento de la armonía psíquica, paradigma de salud de una psique dinámica, estable en su continua mutación. De lo que se deduce que la enfermedad psíquica es la pérdida de esa armonía, de ese equilibrio dialógico entre lo consciente y lo inconsciente, entre el Yo y la Sombra, entre la extrema concreción del Yo y la inabarcable tendencialidad del sí-mismo, etcétera, etcétera. Desde una perspectiva junguiana, entonces, el paciente acude a la sede de la psicoterapia porque ha perdido su dinamismo dialógico, porque algunos elementos psíquicos yacen aislados -unilateralizados- de sus justos compañeros de relación. Así, la psicoterapia junguiana apuesta con decisión por la reinstauración de ese diálogo psíquico, y lo hace, como veremos más adelante, a través de la clarificación y desarrollo del diálogo interpsíquico. Vista la psique (junguianamente) como un diálogo de oposiciones psíquicas, y puesta la psicoterapia como un esquema de diálogo interpsíquico, todavía queda por ver, volviendo a nuestras preguntas, de qué manera, a través de qué vía, el diálogo interpsíquico pueda favorecer la reinstauración de esa armonía dialógica en la psique de los pacientes. Para acercarnos a responder estas preguntas, quizá sería conveniente reflexionar acerca del sustrato de semejanza que comparten las psiques que, durante la psicoterapia, cruzan comunicación; sin perjuicio, claro está, de los factores de distinción y responsabilidad que obviamente las separan, sobre todo al inicio de la relación psicoterapéutica. A este respecto, y teniendo en cuenta el espectro que abarca desde sus primeros textos, específicamente La Psicología de la dementia praecox, de 1907, hasta los últimos, como Mysterium coniunctionis, de 1955-1956, y La función trascendente, de 1957-1958, podemos constatar que, para Jung, existe un sustrato común en cada psique. No existe siquiera una estructura diferencial entre la psique “normal” y la psique “enferma”, ni entre una psique “histérica” y una psique afecta de dementia praecox2. Lo que en Jung define la diferencia de estados entre una psique y otra, es, o la extensión y patogenicidad de los “complejos”, o, en sus artículos más tardíos, el grado de “escisión” y “disociación” de la psique, acaecido según la gravedad del desmembramiento de las parejas de opuestos. Por otro lado, que las psiques tengan un fondo de semejanza más allá de las diferencias, es de sentido común. Ello explica que haya una ciencia ocupada en estudiar la psicología gene100