Cat谩logo de luces
Jos茅 Eduardo
Agualusa
Traducci贸n
Jer贸nimo Pizarro
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia Agualusa, José Eduardo, 1960Catálogo de luces / José Eduardo Agualusa ; traducción Jerónimo Pizarro. – Medellín : Tragaluz Editores, 2013p. – (Colección Lusitania , no. 3) ISBN 978-958-8562-91-9 1. Cuentos angoleños - Siglo XXI I. Pizarro, Jerónimo, tr. II. Título III. Serie CDD: 869.899 ed. 20
CO-BoBN– a835504
Catálogo de luces © José Eduardo Agualusa, 2013 © Traducción: Jerónimo Pizarro, 2013 © Tragaluz editores SAS., 2013 Calle 6 Sur 43A-200, Edificio Lugo, oficina 1108 Medellín - Colombia www.tragaluzeditores.com Publicado por acuerdo con la Agencia Literaria Mertin Witt, Frankfurt am Main, Alemania Autor: José Eduardo Agualusa Traducción del portugués al español: Jerónimo Pizarro
Edición y diseño: Tragaluz editores Director de la colección Lusitania: Jerónimo Pizarro Revisión de la traducción: Inés Cadavid Dibujos: Daniel Gómez Henao Dibujo de carátula: Daniel Gómez Henao Impresión: Editorial Artes y Letras SAS. ISBN 978-958-8562-91-9 Impreso en Colombia - Printed in Colombia Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Catálogo de luces José Eduardo
Agualusa
Traducción
J erónimo P izarro
Colección
Lusitania
Tragaluz editores Medellín - Colombia 2013
Contenido
Prólogo
6
La increíble aunque verdadera historia de don Nicolau Água-Rosada
9
De los peligros de la risa
19
Ellos no son como nosotros
23
Por qué es tan importante mirar las estrellas
27
La noche en que arrestaron a Papá Noel
31
Borges en el infierno
37
Catálogo de sombras
41
El hombre de la luz
51
Discurso sobre el brillo de la lengua
57
El cuerpo en el gancho
61
Si nada más resulta, lea a Clarice
67
Un ciclista
71
K 40
75
Es dulce morir en el mar
83
Manual práctico de levitación
93
La educación sentimental de los pájaros
99
Dijo que se llamaba Oscuridad
113
Filosofía del ascensor
117
El cuarto ángel
121
La última frontera
125
Catálogo
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Prólogo
Estos diecinueve cuentos seleccionados por el autor –a los cuales solo agregué uno más: Borges en el infierno– buscan ser un buen compendio de la obra de José Eduardo Agualusa, una obra universal en la que confluyen sobre todo tres países: Angola, Brasil y Portugal Agualusa es un escritor que si no supiéramos que nació en Angola, podríamos suponer que lo hizo en uno de sus países de adopción, o en uno hispanoamericano: tantos puntos de contacto tiene su imaginación con la de otros escritores como Alejo Carpentier, João Guimarães Rosa, Juan Rulfo o Gabriel García Márquez, entre otros; e incluso con la de Jorge Luis Borges, a quien le rinde un homenaje ambivalente en este volumen También es ambivalente la evocación que hace, con cercanía y distancia, de otra figura tutelar del siglo XX: Fernando Pessoa A fin de cuentas, Agualusa nunca se desprendió de sus muchas «Áfricas» y para explicar sus libros recuerda que él proviene de «territorios propicios a la sorpresa y a los encuentros», de «lugares que desprecian las fronteras entre la realidad y lo maravilloso» y de espacios que, finalmente, están «en construcción» (Jornal de Letras, 2 de mayo de 2012) Irónico, escritor de parábolas que no denomina parábolas, leve como un ave antes de caer en picada, gracioso como quien sabe que siempre volveremos a asombrarnos, Agualusa logra, en estos cuentos, deslumbrar al lector sucesivamente en dosis de pocas páginas A quien lo acusa de no ser fiel a la realidad, su alter ego responde: «Lamento desilusionarlo: no me preocupa para nada la realidad» (véase La educación sentimental de los pájaros) A quien lo acusa de ser arrogante y creerse dueño de la verdad, su doble replica: «Escoja otro defecto, ese no Soy escritor, no teólogo ni juez No busco la verdad, es decir, una verdad única; me interesan las diferentes versiones Cuénteme la suya»
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(Ibídem) A quien le pide que sea más solemne o más puro, el escritor responde que la risa es una salvación que vino de África, que lee exactamente lo que más lo influenció mientras escribe y que le gusta ser contaminado (Visão, 9 de junio de 2009) Autor intrigado por los viajes, por la realidad política de sus tres países, por la mirada de los que se quedaron y los que regresaron, Agualusa es también un lector asiduo de J M Coetzee y Bruce Chatwin Estas páginas resultan de la lectura de muchas otras y están pobladas de voces y resonancias que le cabe sospechar o descubrir a quien las lea Es dulce morir en el mar, por ejemplo, es el título de un cuento, pero también es una canción, en cuya composición participó Jorge Amado y que más tarde cantaron juntas Marisa Monte y Cesária Évora Nicolau AguaRosada tal vez no existió, pero Jonas Savimbi sí, aunque en el texto respectivo los personajes no se pongan de acuerdo acerca de quién fue Savimbi Pienso en los personajes de Agualusa y recuerdo personajes que, en algún instante de su existencia, viven un momento decisivo o largamente esperado Pienso en ellos y espero que este libro también pueda constituir un «encuentro», un auténtico hallazgo, unos de esos instantes indelebles que solo la buena literatura nos depara José Eduardo Agualusa es uno de los mayores escritores vivos de la lengua portuguesa y es un autor que cree que la escritura transforma el mundo Ahora bien, si la escritura es capaz de operar una transformación, cabe esperar que la lectura también sea un terreno propicio al cambio y a la revelación Después de todo, la lectura es la base de la literatura
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La increíble aunque verdadera historia de don Nicolau Água-Rosada De Ambriz nos llega la noticia de que el joven príncipe del Congo, don Nicolau Água-Rosada, habría sido bárbaramente asesinado por una multitud enfurecida Nos cuentan que los nativos de la región atacaron una factoría inglesa en Quissembo, donde don Nicolau se había refugiado, y raptaron al desdichado muchacho, al que mataron luego con golpes de machete (cuchillo de la jungla), le amputaron los miembros y lo llevaron, en señal de triunfo, agarrado a un palo que sostenía su cabeza Se espera la confirmación de esta noticia Boletín Oficial, 25 de marzo de 1857
El folleto era color granate, estaba escrito en un estilo de vibrante y artificiosa retórica, y anunciaba un extraordinario espectáculo de física recreativa que se iba a realizar aquel domingo en el Teatro Providencia En letra más pequeña se podía leer una advertencia a las damas y a los caballeros de Luanda, según la cual ese mismo espectáculo se volvería a realizar una semana más tarde, pero esta vez en la amplia y acogedora residencia de la firma Carnegie & Co Don Nicolau Água-Rosada y Sardónia leyó el anuncio sin sentir que ninguna emoción en particular lo hiciera vibrar; así de lejos estaba de saber que ese prospecto lo habría de llevar a la muerte Aquel domingo
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se vistió para la ocasión y hacia el final de la tarde se dirigió al teatro, donde se divirtió más de lo que había imaginado con los extraños prodigios del profesor Jácome Ulisses Hijo Este era un hombrecillo amarillo y delgado, a quien la exuberancia de los gestos, el gran bigote retorcido y la alegría del acento brasileño le daban, a pesar de todo, una vivacidad inusitada Antes de hacer su número, lo presentó como algo totalmente original, que nunca antes se había visto en otra parte del mundo, excepto en París, naturalmente, y enfatizó que partía de las experiencias fisicoquímicas de Webber –El fenómeno del que van a ser testigos, apreciadísimo público, no es obra de dioses ni de brujos; es fruto de muchos años de estudios científicos, de esfuerzos y trabajos incontables sobre la composición química del cloroformo –en ese momento, la voz del químico subió de tono–; excelentísimas señoras, ilustres caballeros, lo que les voy a mostrar jamás lo olvidarán Entonces se puso a explicar cómo, mediante sus investigaciones con el cloroformo, había alcanzado finalmente la comprensión del estado de somnolencia y había desarrollado un proceso que hacía posible inducir ese estado en personas o animales, hasta aligerarles tanto el cuerpo que se lograba su suspensión en el éter, ya fuera vertical u horizontalmente Cuando terminó, el físico hizo subir al escenario a una hija suya, una joven esbelta y delicada, y le pidió que oliera el líquido que contenía un pequeño frasco que sacó de un bolsillo La muchacha se durmió al instante, pero, en vez de caer de bruces, con leve rumor de seda permaneció erguida e inmóvil, mientras el padre, a su alrededor, agitaba el frasco que sostenía en una mano Con gestos amplios, aunque demorados, él hizo que se volatilizara todo el líquido, y hecho esto, agarró a su hija por la cintura y la alzó en el aire Después la soltó, y contra toda lógica, el gentil cuerpo de la joven se mantuvo en su sitio, flotando a veinte centímetros del piso Se oyeron algunas risas nerviosas, aplausos y diferentes expresiones de satisfacción El sabio agradeció con una sonrisa, pidió silencio, y agarrando nuevamente a la muchacha, hizo que girara en el aire Por fin la dejó acostada, quieta, sin moverla, pero flotando todavía a casi un metro de altura
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–Ahora –dijo, tomando un arco de hierro–, es necesario aclarar que en este experimento no existe ningún artificio: no existen alambres, cordeles o hilos transparentes Solo cloroformo, señores, un elemento que la ciencia explica Y lentamente, hizo que el cuerpo de la joven pasara a través del arco de hierro El auditorio, emocionado, se levantó al unísono en una tremenda ovación Don Nicolau, firme en su nuevo frac, también se levantó A decir verdad, nunca había visto nada igual Al terminar el espectáculo, fue al encuentro de Ezequiel de Sousa y le pidió que le presentara al ilustre científico Ezequiel de Sousa era por esos tiempos uno de los comerciantes más ricos de la ciudad y había sido el responsable del viaje del brasileño a Luanda, ya que le había pagado la travesía y lo había alojado en su casa En ese instante se vanagloriaba de su éxito, rodeado del entusiasmo de un grupo de caballeros y jóvenes señoras que deseaban, todos, conocer un poco más a Jácome Hijo Cuando llegó el turno de Nicolau, el comerciante lo presentó como el príncipe del Congo, hijo del rey Enrique II, y Nicolau se percató, ahí mismo, de un brillo especial y lleno de interés en los ojos del brasileño Al rato, ambos estaban ya enfrascados en una charla amena; el hombre de ciencia quería saber todo lo que se pudiera acerca de Angola, y formulaba preguntas que a veces Nicolau no podía responder Quizá porque la noche estaba espléndida, se ubicaron en la terraza del Café Bijou, donde, en medio de cervezas y bromas, el joven príncipe –pues Nicolau aún era joven– llevó al extranjero por los accidentados caminos de la genealogía real del Congo Don Nicolau Água-Rosada y Sardónia era, de hecho, hijo de Enrique II, coronado rey del Congo el 13 de enero de 1844, según consta en el respectivo Auto de Proclamación y en la Carta Real de Reconocimiento que tiene la firma de la reina María II de Portugal Con la muerte del monarca, y de acuerdo con las leyes locales, el trono lo heredó su sobrino, Pedro VI, a quien coronaron mediante la aprobación de su majestad, el rey de Portugal, Luis I Todavía estaba viva María II de Portugal, cuando el padre de Nicolau lo entregó a los cuidados de un capitán portugués, António Joaquim de Castro, quien lo llevó a Lisboa En esta ciudad, el pequeño
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Nicolau aprendió sus primeras letras, algunos rudimentos de francés y todas las artes propias de un caballero, desde la equitación hasta la esgrima Cuando, ocho años después, regresó a Angola, ya era una persona completamente diferente de la que había partido, y no se sentía capaz de apreciar los hábitos y las costumbres de su pueblo; por este motivo decidió quedarse en Luanda, donde fácilmente encontró trabajo en la Junta Administrativa de Hacienda Sus numerosas aptitudes le sirvieron para su promoción a escribiente, y en 1857, llegó al cargo de escribano de la Junta, en el distrito de Ambriz Casualmente, cuando su destino se cruzó de manera irremediable con el del profesor Jácome Hijo, don Nicolau estaba de paso por Luanda, ciudad a la que había ido para visitar a unos amigos Era entonces un joven alto, muy negro, de rostro simpático y trato cordial, poco inclinado a las juergas y fiestas propias de su edad, y no constaba que alguna vez se hubiera dejado enredar en problemas, ya fueran políticos o de otra clase Su decisión de negarse a regresar a San Salvador del Congo, para ocupar el lugar que le correspondía en la gobernación del reino, había provocado el odio de su propio pueblo contra él Pero, más allá de ese rencor, no se le conocían enemigos El profesor Jácome Hijo escuchó la historia de Nicolau con una atención redoblada Quiso saber detalles, multiplicó las preguntas Parecía estar particularmente interesado en saber qué pensaba Nicolau acerca de las ideas de autonomía que, por esos años, comenzaban a animar las conversaciones de los habitantes de Luanda Al joven ese asunto nunca lo entusiasmó mucho, pero sabía que era un tema que discutían varios ilustres caballeros de la ciudad, en particular los comerciantes ricos que no estaban satisfechos con la manera como la metrópolis administraba la colonia Al romper el día se despidieron Jácome Hijo, con alegría, le recordó que iba a repetir el número en una semana y otra vez lo instó a que fuera El próximo espectáculo tendría lugar en una residencia de la firma inglesa Carnegie & Co y sería para un público selecto En Bungo House, como era conocida la residencia, la comunidad inglesa y las mejores familias de Luanda solían confraternizar en animadas reuniones nocturnas, con música y teatro Algunos de los visitantes más asiduos
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de la casa habían conformado incluso un grupo de teatro, la Sociedad Dramática Shakespeare, que representaba sus obras tanto en inglés como en portugués Ese domingo que había sido reservado para la presentación del magnífico número científico de Jácome Hijo, la Bungo House estaba repleta de gente Honrando la casa con su presencia, estaba la esposa del vicecónsul de Gran Bretaña, una señora increíblemente rubia y de gran belleza, con una sonrisa perenne que le iluminaba el rostro Don Nicolau, que nunca antes había tenido el privilegio de visitar la vivienda, se mostró tímido y aprensivo, en medio del asombro que le producían el brillo de las lámparas de araña y la elegancia de las parejas Como no había recibido ninguna invitación formal, él temía que su presencia allí pudiera ser considerada como atrevida o inapropiada Estaba arrepentido de haber escuchado al físico brasileño, una persona a la que casi no conocía y que, además, solo lo había invitado a visitar la Bungo House tras haberse emborrachado mucho Únicamente se tranquilizó cuando vio a Jácome Hijo acercarse en compañía del dueño de la casa, William Newton, y ambos lo trataron sin extrañeza, al contrario, de forma afable y muy contentos de tenerlo entre los invitados La velada transcurrió del mejor modo: William Newton tocó en su flauta temas populares irlandeses; el bachiller Alfredo Trony reveló sus dotes de ilusionista, y la bella Maria José Falcão cantó, muy bien, algunos pasajes de ópera Para rematar, el profesor Jácome Hijo repitió su prodigioso número, pero, esta vez, y porque el público lo instó con entusiasmo a hacerlo, adormeció también a otras tres muchachas Ya fuera porque una de ellas era de naturaleza demasiado leve, ya fuera porque el físico se excedió en la aplicación de su mezcla, lo cierto es que después de quedarse profundamente dormida, esa muchacha no flotó en el éter como las demás, sino que comenzó a subir y siguió subiendo sin parar, ante el espanto de todos los presentes Lenta y peligrosamente ascendió, llegó a rozar la llama puntiaguda de las pesadas lámparas de araña de la sala, y finalmente, se detuvo, cuando tocó el alto techo de caoba, de donde solo la pudieron rescatar con la ayuda de una escalera Si la curiosa experiencia hubiera sido realizada al aire libre, la joven aún hoy estaría navegando entre las estrellas: dirigible insólito; ángel sin alas, con un amplio vestido inflado y colorido
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El coronel Arcénio de Carpo, quien se dejaba arrastrar fácilmente por todo tipo de novedades, sintió entonces, con toda la fuerza de su espíritu, el deseo de arrancarle al científico brasileño el secreto de su mezcla: –Un descubrimiento de estos no debe servir solo para entretener audiencias –explicó muy animado–, ya que puede tener invaluables aplicaciones prácticas Y empezó a visionar un pueblo de nefelibatas que, entre las nubes, construirían arcoíris de luz y agua; fantásticos castillos transparentes; escaleras enormes, capaces de unir la Tierra y el tablado lunar Al terminar el espectáculo, don Nicolau se estaba preparando para abandonar la casa, algo aturdido con todas las maravillas de esa larga y memorable noche, cuando, antes de que tuviera tiempo de despedirse de la primera persona, William Newton lo sujetó del brazo y lo condujo a una pequeña sala, en el primer piso, donde el joven descubrió, con sorpresa, al vicecónsul del Reino Unido, en compañía de Ezequiel de Sousa y de otro caballero africano Los tres fumaban tranquilamente, con las piernas cruzadas, pero apenas lo vieron entrar se levantaron y le extendieron la mano William Newton estaba en medio de las presentaciones cuando entró, en un arrebato, el profesor brasileño Acosado por la tos, este le explicó al congoleño el motivo por el cual lo habían hecho ir hasta allí: –Sabemos que la política nunca le llamó la atención –comenzó afirmando Jácome Hijo– pero, un caballero como usted, en cuyas venas corre la sangre más noble de África, no puede permanecer alejado del grandioso palco de la Historia; un caballero como usted, cuya generosidad todos reconocen, no puede permanecer sordo a los gritos de su propio pueblo; un caballero como usted tiene la obligación, el deber moral, de afirmar, públicamente y de forma certera, que está contra todas las humillaciones, las extorsiones y las violencias que los portugueses han cometido y siguen cometiendo en la región del Congo El brasileño se fue entusiasmando cada vez más, enrojeciendo cada vez más, en un crescendo de furia que parecía divertir al vicecónsul, y que dos angoleños aprobaban, con una sonrisa Don Nicolau, al contrario, se recogía más y más en su sillón, asustado por la verbosidad atronadora del pequeño físico y por la delicada situación Cuando por fin dijo
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algo, tímidamente, lo hizo para recordarles a los ilustres caballeros que él, por voluntad propia, se había distanciado de la lucha política, y que, por lo tanto, no le parecía correcto involucrarse ahora en asuntos sobre los que ignoraba los detalles –¡Detalles! ¡No le estamos hablando de detalles, señor! Lo que queremos es que se una a nosotros en la lucha contra las pretensiones engañosas de los portugueses, esa sub raza infeliz de esclavistas y esclavonautas Y en seguida, haciendo un gran esfuerzo por controlarse, le pidió a uno de los africanos presentes, a Lima, el de la Aduana, que le explicara a Nicolau lo que se esperaba de él –Es sencillo –dijo el angoleño, un mulato todavía joven, con pequeñas gafas redondas y una ancha cabeza de garbanzo–, usted podría ir a Londres a reclamar ante los tribunales británicos los derechos que le corresponden sobre el Reino del Congo y sus dependencias Hoy sabemos que Portugal ocupó ilegalmente toda la región entre Ambriz y el cabo Molembo; ahora bien, Inglaterra está dispuesta a apoyar una demanda formal contra tal ocupación, teniendo en cuenta que otras naciones también comparten los mismos sentimientos de justicia Con un fuerte apoyo internacional, el señor don Nicolau podría incluso reclamar la independencia de todo el Reino del Congo, forjando (así lo creemos) un movimiento más amplio de rebelión contra el intolerable dominio portugués Y el mulato continuó su discurso, asegurándole al atónito escribano que muchos comerciantes de Luanda ya habían dado su aprobación a tal proyecto, es decir, que para ponerlo en marcha solo faltaba una cosa: el consentimiento de una persona, y esa persona era él, don Nicolau Água-Rosada El príncipe sacó un pañuelo y se limpió nerviosamente el rostro con gotas de sudor: –Todo esto me parece una locura –alcanzó a decir en un breve instante de voz– ¿Y cómo me las arreglaría yo para llegar a Gran Bretaña? Fue el turno de que el vicecónsul soltara una risa magnífica: –Si su excelencia aceptara esta idea, para la corona británica sería un gran orgullo poner a su servicio un barco de guerra Claro, sería conveniente que se mantuviera en secreto todo lo concerniente a este asunto, hasta
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que no se materializara su llegada, es decir, la del Príncipe del Congo, a Londres Como, felizmente, la costa angoleña es vasta y poco vigilada, sería fácil embarcar a don Nicolau, incluso en la zona de Ambriz El desdichado escribano no tuvo tiempo de agregar nada más Jácome Hijo había abierto ya una botella de vino espumoso y llenaba las copas: –¡Mis señores –gritaba, con excitación– brindemos por la salud de su excelencia, el futuro rey del Congo libre! Alzó la copa, y los otros replicaron el gesto Veintiocho días después, en un claro y caliente domingo de marzo, don Nicolau ya estaba rumbo a Quissembo, localidad que no visitaba desde que era niño y donde la Carnegie & Co tenía un importante puesto comercial Debía, según lo acordado, esperar allí la llegada de un navío de guerra con insignia inglesa Iba lleno de miedo y no le faltaban las razones para tal La víspera, cuando le contó a un colega suyo, tesorero de la Junta, su intención de ir a pasear a Quissembo, este se había alarmado mucho y le había explicado cuán inconveniente podía resultar un viaje así, ya que los pueblos del norte de Ambriz le tenían inquina desde que él había abandonado el Congo para irse a vivir amistosamente con los blancos Tendido en su tipóia1, que se sacudía por los accidentados caminos del matorral, don Nicolau se lamentaba por no haber seguido los consejos de su colega, pues todo le parecía un gran equívoco Nunca se debía haber enredado en tal asunto o, al menos, nunca debía haber accedido a embarcarse en Quissembo De cuando en cuando, lanzaba miradas angustiadas a la sombra de los arbustos, pues tenía miedo de ver saltar entre ellos, gritando ferozmente, a los guerreros de su padre Varias veces pidió detener la tipóia para que uno de aquellos que la transportaba fuera a verificar más adelante las condiciones del camino Ya se avistaban los tejados de la factoría inglesa, y el corazón del joven se tranquilizaba, cuando remota pero estridentemente se oyó la risa lúgubre de un bando de humbis 2 1
Tipóia: andas en red usadas como medio de transporte (Nota del Traductor)
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Humbis: pájaros negros que en ciertas épocas del año surgen en bandadas, sobrevolando las alturas y soltando píos estridentes Se cree que la aparición de estas aves presagia desgracias (Nota del Autor)
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Cuando entró en el atrio de la factoría, donde lo esperaba, sonriendo, William Newton, don Nicolau ya era un hombre sin esperanza Nunca se supo quién había informado a los nativos del Congo de la presencia, en Quissembo, del príncipe traidor Lo que se sabe es que esa misma noche, un gran tropel de hombres cercó la factoría para exigir ardientemente la cabeza de don Nicolau William Newton se asomó en tono conciliador a la puerta, pero fue recibido con injurias y amenazas El príncipe, gritaban los congoleños, había incurrido en una gran cábala y debía ser ahora juzgado por las leyes de su pueblo El inglés se negó a satisfacer el pedido –Don Nicolau –dijo Newton, tratando de engañar a la multitud– partió hoy en la madrugada en un barco de guerra Estas palabras solo lograron encender los ánimos, que ya estaban muy exaltados Algunos de los nativos iluminaron sus antorchas y se aproximaron con ellas, advirtiendo que le prenderían fuego a la factoría si no les entregaban a don Nicolau Colosal en su dignidad británica, William Newton volvió al interior y ordenó izar la bandera Entonces, en un único movimiento de furia, súbito e irreprimible como una ráfaga de viento, la multitud se lanzó contra la factoría, partiendo todo, tumbando puertas y atravesando paredes Don Nicolau, que había buscado refugio en la parte de atrás de la edificación, captó la inminencia del desastre , y tomado por el pánico, saltó por una ventana hacia el patio Con la sensación de que ya le despedazaban el cuerpo con golpes de machete, comenzó a correr entre los naranjos, los papayos, los guayabos, hasta toparse de frente con el alto muro que rodeaba la propiedad Desesperado, escuchando la proximidad del alarido, se acordó del regalo que, al despedirse, le había hecho Jácome Hijo Temblando desmesuradamente, metió la mano en el bolsillo derecho de la chaqueta y sacó un pequeño frasco de vidrio azul Los primeros negros que llegaron al muro no encontraron nada, excepto un frasquito de vidrio sobre la tierra Poco después, uno de ellos alzó los ojos al cielo y gritó, inmovilizado por el asombro Contra la luna inmensa, redonda y blanca como una moneda de plata, se recortaba frágil la silueta de un hombre Serenamente, como un barco que naufraga entre algas y corales, don Nicolau dormía Y subía, subía siempre
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Pienso en los personajes de Agualusa y recuerdo personajes que, en algún instante de su existencia, viven un momento decisivo o largamente esperado. Pienso en ellos y espero que este libro también pueda constituir un «encuentro», un auténtico hallazgo, unos de esos instantes indelebles que solo la buena literatura nos depara. José Eduardo Agualusa es uno de los mayores escritores vivos de la lengua portuguesa y es un autor que cree que la escritura trasforma el mundo. Jerónimo Pizarro