ENTREVISTA
QUICO SOLER “Estoy un poco harto de límites” Texto y fotografías: Quim Farrero
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Una leyenda viva del trail running. Quico Soler corre desde siempre. En su momento, casi en los albores de lo que hoy llamamos trail, Quico cosechó un palmarés impresionante, llevándose por delante todo lo que se propuso. Colaborador de TRAIL desde los inicios de la revista, hace ya nueve años, Quico siempre ha expuesto su visión de la realidad de forma clara, directa y sencilla, tal como siempre ha afrontado los kilómetros.
Quico Soler (Sallent, 1964) es un hombre tranquilo, cordial y de risa fácil, con una amplia experiencia y un espíritu muy crítico que le lleva a tener una sólida opinión formada sobre el trail, su mundo, y muchas más cosas. A pesar de su pasado aparentemente competitivo, aboga por una relación más contemplativa de la montaña. Pero siempre corriendo. ¿Cómo es tu vida de runner actualmente? Ahora mismo, más que correr me desplazo. Voy al trabajo corriendo. Tengo trece kilómetros hasta ahí y lo que hago es alternar el correr con la bici. Si no tengo horario raro no utilizo el coche. Antes iba corriendo aunque fueran las cinco de la mañana. Suelo ir corriendo y vuelvo en bici y al día siguiente al revés, así además dejo más espacio entre las sesiones de correr. Suelo hacer siempre la misma ruta, con trece kilómetros ya me quedo a gusto. Antes, cuando entrenaba, alargaba las rutas, sobre todo por las tardes. ¿Cuánto llevas corriendo? Unos cuarenta años. Empecé en el mundo del atletismo y me pasé a la montaña cuando las carreras hicieron su aparición aquí en Cataluña. Mi vida en el atletismo ha tenido básicamente dos etapas: hasta los diecisiete años me dediqué al atletismo convencional: cross, pista… Un tipo de atletismo muy repetitivo.
Llegué a tener un buen nivel. Bajaba a entrenar a Manresa un par de días a la semana. Entonces, en la adolescencia, me pasé a la montaña, pero no a correr, entonces eso no se hacía. Empecé a escalar y a dedicarme más al monte. Pero nunca dejé de correr, y a los veintidós años, con todo el boom de las maratones de asfalto aquí en Cataluña, me enganché y estuve cinco o seis años corriendo maratones y medias maratones y, además, dedicado a la montaña. Siempre había pensado que correr por la montaña sería fantástico. En cuanto se empezaron a celebrar las primeras carreras estaba totalmente maduro para ello: estaba en un buen momento de forma y conocía el terreno de juego. De hecho ya había empezado a entrenar en la montaña, por puro placer. Mi primera carrera fue algo así como el Campionat de Muntanya de Collsacabra, no recuerdo exactamente el nombre. Había gente conocida que corrían medias y maratones, más o menos al mismo
nivel que yo, gente como Perramon, Rota… y era una carrera que empezaba medio en llano y bajada, unos dieciocho kilómetros. En la primera subida empinada ellos siguieron corriendo y los adelanté a todos andando. Yo lo veía clarísimo. En cuanto llegué a lo alto, me di la vuelta y venían todos andando. Luego en el descenso, sin ni siquiera proponérmelo, se quedaron todos atr ás. Me sor prendió en ese momento porque éramos corredores de niveles muy similares. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía, por las razones que fuera, un potencial para correr por montaña que no tenían los demás. Luego fui a la Course du Canigou, en Francia, una carrera mítica. Y para mi fue un gran descubrimiento. Los pocos que conocía que se habían acercado por ahí estaban impresionados: un desnivel muy grande para la época… Ahora se ha perdido un poco el respeto a todo, pero entonces, una carrera que subía a cerca de tres mil metros, en la que podía haber nieve, con terreno rocoso técnico, dos mil metros de desnivel… Fui bastante asustado, es lo que tiene el no conocer las cosas. Mi mujer, Miracle, me dijo que en la salida iba pensando “Pobre Quico, entre todas estas 23
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máquinas, se lo comerán con patatas”. El récord estaba en tres horas cinco, o algo parecido, y daban un premio en metálico a quien bajara de las tres horas. Hice tres horas y once segundos. La organización estaban tan contentos y tan impresionados, que me dieron la mitad del premio. Entonces No Limit organizó la carrera del Aneto, la primera. Eso destapó la caja de los truenos. Aún coincido con gente que me dice que empezó a correr gracias a verme por la tele corriendo en el Aneto. Esa carrera marcó un antes y un después. ¿Cómo fue la evolución a partir de ahí? Cataluña fue pionera en esa evolución. Se empezó tímidamente con alguna carrera en el Puigmal (Pirineo oriental) y fueron apareciendo otras, de forma que siempre, había alguna. Pocas han sobrevivido hasta ahora. La Cursa de l’Alba, por ejemplo, en Montserrat. Debe ser de las más antiguas. Además había un pequeño núcleo de corredores que eran buenos. Eduardo Álvarez, 24
alias Rata, un escalador con unas aptitudes para correr excepcionales. Un personaje excelente. En Francia, en la Course du Canigo, lo tenían como un mito. Salió de la nada en una época en que apenas nadie corría por la montaña. Era además la antítesis del deportista de nivel en sus hábitos diarios. Estuvo una temporada guardando, creo, uno de los refugios de Montserrat y, a parte de escalar, se pasaba el día trotando por ahí, supongo. Tenía facilidad y conocía el entorno. Fue realmente un pionero. Otros buenos corredores de esa época eran Òscar Balsells, Joan Cardona, Esteve Canal… Tras el Aneto todo ha seguido una línea ascendente imparable. Ahora parece que las cosas empiezan a centrarse un poco, esa fiebre de más, más, más. Esa competición por la carrera más dura, se está suavizando un poco. Los corredores empiezan a centrarse y demandar algo más razonable. Yo, personalmente, estoy un poco harto de límites, de ultras, de parafernalia diversa de este tipo. Me sobrepasa, creo que, en cierta manera, se ha traspasado un límite marcado por el sentido común. Lo sorprendente es que, a pesar de que oigo muchos comentarios que van en esa línea, las carreras más duras se siguen llenando. Tal como comentaba Depa en la entrevista del número anterior, si no se puede correr, deja de ser una carrera. A partir de unas ciertas dimensiones el concepto cambia. El rival ajeno deja de existir, tu mismo te conviertes en tu propio rival, ya no compites contra los demás. Desde ese punto de vista, creo, la carrera como tal deja de tener sentido. ¿Cuáles son, para ti, los puntos positivos y negativos de esta evolución?
Un valor positivo puede ser que, por ejemplo, el último día que volví corriendo del trabajo, de noche, entre semana, me crucé con cuatro personas corriendo. Esto antes no existía. La gente se ha lanzado a hacer deporte y correr, que es muy asequible desde todos los puntos de vista. Y, al menos en mi entorno, yo no vivo en el día a día una masificación de este deporte. Supongo que en otras áreas, cerca de las grandes ciudades por ejemplo, será otra historia. El lado negativo viene de un cierto perfil de gente que se ha apuntado al carro que no es capaz de respetar unas ciertas reglas de juego. El otro día hablaba con un compañero de trabajo que andando por la montaña, cedió el paso a uno que venía corriendo y, al hacerlo, dio un traspié y cayó por un pequeño margen. El corredor, no solo no se detuvo si no que no dijo ni hola. Eso me sabe mal. Hay un factor de deshumanización. Puede llegar a ser más importante cumplir con un cierto ritmo de entreno que respetar a los que te cruzas. Se está perdiendo un poco el norte. En un inicio, los que corríamos éramos los malos a los ojos de muchos senderistas. La segunda vez que hice la Matagalls-Montserrat [una marcha senderista de algo más de ochenta kilómetros con más de treinta y cuatro ediciones y un par de miles de participantes, N. de la R.] iba corriendo (los que corríamos salíamos al final, si no los avituallamientos no estaban montados) y me encontré a un marchador que no me dejaba pasar. Ante su reacción y el clásico “la montaña no es para correr”, me quedé andando detrás suyo y empezamos a charlar. Le pregunté en cuanto tiempo pensaba completar el recorrido: “En unas veinte horas”, me dijo. “¿Y si la pudiera hacer en dieciséis?”, le
dije. “También, ¡pero hay que estar muy entrenado!” “Pues yo la puedo hacer en menos de doce”, le respondí. Me dejó pasar. A un cierto sector de practicantes de deportes de montaña les cuesta mucho asimilar tendencias nuevas. ¿Cómo se gestiona esto? Vosotros, como revista, tenéis una función importante de divulgación de valores, pero es una asignatura pendiente. Que lo comentemos y se publique ya es un primer paso, tal vez alguien recapacite con esto. El grado de competitividad en las carreras de montaña siempre ha sido menor que en las carreras de asfalto, el individuo en la montaña siempre ha tenido más presencia que en el asfalto, donde es más anónimo. Creo, no obstante, que cada vez hay más gente cuya vinculación con la montaña son solo las carreras. Corren para entrenar para la próxima carrera, pero siempre con ese objetivo. La montaña es un simple terreno de juego, un simple medio, no una finalidad. ¿Crees que el calendario está superpoblado de carreras? Sí. Y hay muchas que no ofrecen nada. ¿Por qué una tiene éxito y otra no? Hay una serie de factores importantes: cómo se trata al corredor, el recorrido, la suma de una serie de pequeños detalles. Hay muchas carreras porque hay mucha gente. Algunas carreras emblemáticas se han perdido a favor de otras que no aportan nada. La gente se anima a organizar porque siempre va alguien. Con esto no quiero decir que mi época fuera mejor. Yo entrenaba para tres o cuatro carreras y hacía tres o cuatro más de relleno. Tal vez sea porque yo, aunque sea difícil de creer, nunca he sido competitivo. He ganado carreras porque
los demás no corrían más que yo. No he trabajado para ganar, he trabajado para tener buenas sensaciones corriendo deprisa y eso se ha traducido en correr más que los demás. Yo buscaba esa sensación de ingravidez que te da el correr. Por eso solo hacía las carreras que realmente me motivaban: Aneto, Canigó, Pica… El resto, cuatro o cinco más al año, eran de relleno. Actualmente también hay muchas carreras porque la gente hace muchas y creo que eso diluye un poco el espíritu de las carreras que lo tienen. Los corredores siguen teniendo objetivos para la temporada, pero en muchos casos vinculados a los números: distancia, desnivel, pero no al carácter de la prueba. Además, si una carrera no da la talla a nivel de organización, o de recorrido, etc. los mismos corredores no deberían asistir. Hay carreras que a pesar de errores organizativos graves a lo largo de varias ediciones, se siguen celebrando y los corredores siguen insistiendo. A mi me sorprende. Plantear el establecimiento de un protocolo que todas las carreras debieran cumplir para garantizar calidad sería ridículo. La solución es más sencilla y, repito, los corredores tenemos la clave. Obviamente el mundo cambia, evoluciona, hay que ver hacia donde. Carreras que en un momento tenían sentido lo pierden cuando, a pesar de celebrarse por la zona, se dan vueltas sin ton ni son simplemente buscando un kilometraje determinado, sin tener en cuenta siquiera la lógica de rodear un macizo. ¿A partir de qué distancia deja de ser interesante para ti una carrera? Yo me encontraba muy a gusto hasta distancia maratón. Las más lar-
gas, me cuestan. También es cierto que nunca he entrenado para ultras (si es que alguien sabe cómo se hace eso). Para mí también es importante que haya una cima en el recorrido. He hecho alguna cosa larga: Matagalls-Montserrat, Carros de Foc… por ver. Creo que un ultra es inhumano. En unos años osteópatas y demás se harán de oro. ¿Qué opinas de los grandes eventos que se celebran hoy día alrededor del trail? El mundo del trail ha ido hacia aquí. De hecho, la carrera del Aneto, la primera, ya fue un gran evento, no era una carrera más, trascendió los límites de popularidad y difusión de las carreras del momento, eso ya apuntaba una dirección, para lo bueno y para lo malo. Y un gran evento no lo es solo por la cantidad de participantes que pueda aglutinar, sino por el posible boom mediático que pueda representar y por toda la gente que mueve y lo que eso representa a nivel social. Creo, a pesar de todo, que esos grandes 25
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eventos son positivos por un lado porque no existen sin una carrera emblemática, con espíritu detrás, y hacen que mucha gente se interese por esto. Por otro lado, y aunque creo que la gente tiene todo el derecho a ganarse la vida, me cuesta un poco asimilar la vertiente comercial del montaje. Otro aspecto negativo de estos grandes eventos es que muchos van ligados a carreras con distancias incorribles, a pesar de que en algunos casos sean recorridos lógicos. A eso le sumamos lo que un Kilian puede hacer en una de estas carreras y… ¿Qué opinas del llamado efecto Kilian? Creo que es un hecho. Un efecto que tiene mucho de positivo y algo de negativo. Siempre hay un ídolo, en cualquier actividad. De Kilian solo hay uno, y como tal siempre está sometido a todas las miradas, y si un día tiene que ser rescatado de algún lado, todo el mundo se rasga las vestiduras, aunque sea una posibilidad a la que todo el que va a menudo a la montaña se enfrenta. Tanto va el cántaro a la fuente… Lo que tiene que entender el mundo es que lo que hace Kilian, de momento, solo puede hacerlo él. ¿Y del efecto divinización con los corredores de élite? En Italia son muy aficionados a esto. A mí en su momento me sorprendió porque aquí, como élite, te tenían una cierta deferencia, pero en Italia te metían a parte y luego te llamaban y hacías una especie de desfile exhibiéndote ante todo el mundo. Lo bonito de este deporte es que, en una misma línea de salida están todos. Siempre hay un favorito, pero el más anónimo podría dar la campanada. La divinización de ciertos corredores por parte de las orga26
nizaciones rompe un poco ese encanto. Supongo que eso forma parte de la evolución del deporte. Igualdad de posibilidades... ¿Qué opinas de las asistencias? El que gana no necesariamente lo hace por tener más soporte en los avituallamientos y, en cualquier caso, hasta el último clasificado tiene la opción de buscarse quien le ayude. Si el reglamento lo permite. Ese concepto de igualdad es relativo, hay mucha diferencia en hacer un recorrido en ocho, quince o veinte horas. A los de quince o veinte no les vendrá de que en el avituallamiento les faciliten las cosas, al de ocho sí. Con la selección (catalana) lo hemos hecho siempre, pero hay que tener en cuenta que son gente que está ahí para disputarse una carrera con otros, y el corredor que queda en las primeras posiciones tiene más necesidades que el atleta que queda más atrás. Si la cosa está muy disputada, lo que haces es, directamente, no pararte en el avituallamiento, sobre todo en carreras cortas. ¿Y de la posibilidad de hacer trampa: atajos, dopaje, etc.? Yo en mi época me había hartado de pasar por controles antidopaje, y no siempre en circuitos federativos. Supongo que ahí la crisis ha tenido algo que ver, porque hacer controles es caro y, por otro lado, doparse también, dicen… [risas]. Si cuando se descubre a alguien se lo inhabilitara de por vida a él y a los que tiene alrededor: médicos, entrenadores, etc., la situación sería otra. Pero somos una sociedad hipócrita y por otro lado nos gusta ver como alguien es capaz de realizar una determinada hazaña y, si ha hecho trampa, hacemos grandes aspavientos y miramos hacia otro lado.
Materiales obligatorios… ¿Si o no? Sobre este tema, lo que critiqué en la opinión publicada en el anterior número de TRAIL fue el hecho de que descalificaran a gente en el penúltimo control cuando ya los habían chequeado antes. Pero había un material obligatorio hasta una cierta hora y otro a partir de esa hora… Tal vez, pero creo que esa aplicación estricta del reglamento fue una forma de hacer recaer sobre los corredores la responsabilidad del resultado de una edición anterior especialmente dura. También es verdad que la picaresca es algo que está a la orden del día. No necesita el mismo material un corredor de élite que otro que pasará una noche al fresco. A mi me molestaba mucho tener que cargar con más cosas de las que necesitaba. A partir de un cierto nivel la ligereza es importante, tal vez sea solo psicológico, pero es importante. Del mismo modo que antes hablábamos de ese tratamiento que se da a la élite en algunas carreras, dando la sensación de ningunear al resto, por otro lado se hace pagar a la élite por las necesidades del resto. Aconsejar y que cada uno fuera responsable de si mismo, pero esto depende mucho de la experiencia de cada uno. Tal vez, muy a pesar mío, sea necesario reglamentarlo.
Un libro: ‘La sombra del viento’, de Carlos Ruiz Zafón Una película: ‘La vida de Brian’, de Monty Python Un disco: ‘Layla’, de Eric Clapton